De orilla a orilla "El Gran Río" es un documental que se centra en la figura de Black Doh, un joven rapero de Guinea que llegó al puerto de Rosario como polizón. No sabía el destino del barco al que se subió, pero después de muchas vueltas y aventuras terminó en Rosario y allí lo sigue la cámara en su día a día, contando historias, acompañado con su música, grabando su disco. Black Doh hizo muchos kilómetros y la pasó bastante mal hasta lograr tener un país que lo reconociera como ciudadano y que no lo echara, como le paso en muchos lugares. Rosario ya parece ser su lugar, y desde ahí lo vemos trabajar, hablar con sus amigos, contar momentos de su vida, y escuchar otras historias, como la del primer chico que llego a Rosario como polizón y cuyo amigo murió a su lado en el barco. Con la música de fondo y los recuerdos de Africa, la frontera se va desdibujando, y finalmente Black Doh hace el viaje opuesto, vuelve a Guinea para llevar su música, para contar que está vivo, y que ahora su lugar es del otro lado del mar. La historia esta contada de manera cercana, suave, los relatos de Blck Doh son dignos de escucharse, algunas charlas de Black Doh con amigos parecen estar de más, se van del eje de la historia, y hace que se pierda un poco el mensaje principal de la película, que por momentos parece no estar del todo claro. Es un relato interesante, sobre una vida que parece de película, contado de un modo muy llevadero, que toca varios temas, como la identidad, las fronteras, las culturas que pueden convivir en una misma ciudad, y la supervivencia.
Una historia sorprendente la que elige Ruben Plataneo para este documental que echa luz sobre una inmigración distinta. La de un joven rapero de Guinea que viaja como polizón y llega a Rosario, donde intenta adaptarse sin perder su raíz. Su disco, cuando consigue hacerlo, llega a su tierra, a los suyos, que nunca más volvieron a verlo. Crónica de la soledad más dura, la solidaridad, la creación.
El gran Black Doh La película rosarina El gran río (2011) tiene su punto fuerte en el personaje principal Black Doh. Africano de nacimiento, llega a nuestras tierras escondido en un barco vietnamita, luego de pasar 27 días sin comer. Consigo trae un sueño, convertirse en cantante de rap. Entre el documental y el musical, la película de Rubén Plataneo trata el tema de la inmigración de un modo muy particular. Black Doh vive en una pensión y cuenta a los amigos argentinos que ha sabido conseguir, la historia de su travesía en barco. Vende anillos en la peatonal de la ciudad de Rosario, y tiene más de una historia de sus familiares en África que compartir, a quienes la película recupera hacia el final. Rubén Plataneo realiza un film sobre los puentes que arman las relaciones humanas. El gran río del título plantea una distancia pero también una unión, la alianza de seres provenientes de culturas distintas con objetivos en común. Relaciones que se construyen y redes que se fomentan. Plataneo logra un film humanista, donde el núcleo del relato son las relaciones de convivencia, supervivencia y sobre todo, solidaridad. Las fronteras no naturales de los países se borran mediante la música. Este giro narrativo al típico relato de migraciones, le da un vuelco positivo, alegre y esperanzador a la clásica historia de maltratos sufridos por inmigrantes, aunque no están completamente ausentes en el relato. La música como el arte expresivo para exorcizar las penas, y la alegre personalidad de Black Doh, permiten al director contar la historia desde este costado más humanista. Guinea, país de origen del protagonista, se enlaza en la película con las experiencias musicales de Black Doh, llevando inscripta en las letras de sus canciones el relato de la odisea por su tierra natal. La cultura de ambos pueblos, el rosarino y guineano, queda ligada –y enlazada- a la impronta ancestral de cada región. Sin embargo, el lema del film propone un mundo sin espacios, sin fronteras ni visas, donde todos los seres humanos conviven con el mismo sentido de supervivencia y sociabilidad. Un lugar de encuentro en ese medio, ese punto imaginario que marca una fusión de historias, costumbres y culturas, ahí donde todos somos iguales.
Ya vi, ya sufrí, ya crucé La cara invisible del fenómeno de la globalización oculta, en realidad, la tragedia de millones de excluidos que buscan lejos de su tierra un futuro diferente. Aquellos que van a contracorriente del destino por lo general vienen acompañados de historias de vida tan ricas e intensas que podrían condensarse en minúsculas pero a la vez enormes epopeyas, donde la voluntad de la supervivencia vence el en último minuto a la impotencia. Muchas de esas anécdotas naufragan sin rumbo por las agitadas mareas del olvido pero aquellas que llegan a buen puerto, las que consiguen quedar a flote, anclan en lo más profundo del corazón sin importar de dónde provengan porque todas atraviesan el mismo gran río: ese que separa a lo posible de lo imposible y que es atravesado a diario por aventureros como David Bangoura. David Bangoura (Black doh es su nombre artístico) partió de muy joven de su natal Guinea con rumbo a Europa, a bordo de la parte más peligrosa de un buque mercante entre la hélice del barco y la fatalidad del agua. Fue deportado en cuatro oportunidades en las que recorrió el mundo siempre en su carácter de polizonte, obstinado por querer vivir mejor, pero la quinta fue la vencida cuando por azar quedó varado en el puerto de San Lorenzo, en Rosario. Allí, se afincó para descubrir un país donde tras mucho trajinar consiguió convertirse en refugiado como otros de sus pares. Aprendió a hablar castellano, mientras nunca abandonó su meta artística: grabar un disco de rap y hacérselo llegar a su familia de Guinea, quienes por más de tres años no tuvieron noticia alguna acerca de la suerte de David tras embarcarse en un buque Vietnamita que terminó en el puerto de San Lorenzo con varios inmigrantes africanos en su panza metálica. Pero como todo buen trovador, David narra su historia en las canciones rapeadas que escribe y el repiqueteo de su mensaje es universal, se entiende sin necesidad de comprender lo que dice y se sintetiza en la contundente estrofa: ya vi, ya sufrí, ya crucé. El realizador Rubén Plataneo vio en David la radiografía descarnada de la realidad de los excluidos del mundo globalizado, que además sufren la discriminación por ser africanos para cruzar las fronteras de los prejuicios y navegar por aguas profundas en busca de un horizonte más esperanzador y entonces a través de su película comenzó a pensar en el camino inverso: el de la búsqueda de la identidad de David que se quedó allá en Guinea junto a su madre y hermanos; junto a sus amigos -también músicos como él- que se valen del hip hop para abrir las mentes de aquellos que los rodean y quizá alentar a que otros repitan la odisea de David como de tantos refugiados en distintos lugares del mundo. El gran río, título que alude desde la poética a la distancia pero también a la unión de las historias es un documental guiado por la intuición más que por la certeza y desde allí se puede entender con más profundidad que las historias están en el aire y solamente hay que acercarse a ellas sin planes preconcebidos para que se nutran de elementos, matices y texturas distintas; para que un personaje mute a persona en un segundo y para que un relato de vida se transforme en una película de búsqueda y de encuentro cuando su origen era precisamente la pérdida y el desencuentro.
Cántame tu vida Buen documental sobre un rapero polizonte, que llega de Guinea. Es una historia singular, la de un rapero de Guinea que termina grabando un disco en la Argentina, un destino con el que no había soñado cuando partió de su país en Africa y deseaba ingresar a Europa. Pero terminó viajando como polizón, pasó días sin comer, descendió en el puerto de San Lorenzo, en Rosario, y este documental cuenta su increíble historia, con testimonios de sus parientes del otro lado del río/océano. La película del rosarino Rubén Plataneo acompaña el derrotero de David/Black Doh. Lo sigue donde duerme, en su peregrinar por buscar un techo, lo entrevista, lo filma mientras graba el disco que tanto anhelaba ( Cruzando el mar ) y luego viaja -el director- al pueblo de Black Doh, donde el espectador descubre el pasado del que se fue el protagonista. Hablada en castellano, francés y soussou –los mismos idiomas en que Black Doh canta en su CD-, el relato es casi siempre simpático, hasta cuando cuenta las penurias que atravesó el personaje a bordo del buque, o cuando lo robaron en una pensión rosarina. La película va más allá del talento del músico y se erige dentro de los parámetros de la historia de vida : es más imponente lo que le sucedió que la música propiamente dicha (de hecho, no está toda subtitulada). La de Black Doh fue una travesía compleja, y su traslado a la pantalla, con esos diferentes formatos de narración, le cuadra.
Un puente africano-argentino El relato pone al desnudo su verdadera intención de trazar un puente cultural, que une y permite intercambiar las vivencias de un joven africano en la Argentina y de sus parientes en Africa. Rubén Plataneo, el director de este filme es de Santa Fe y vive en Rosario. En esa ciudad, en la que nació la Trova Rosarina, de la que en algún momento formaron parte Fito Páez, Juan Carlos Baglietto y Silvina Garré, entre otros, decidió contar la vida de un joven rapero de Guinea, Africa, que llegó al puerto de Rosario, viajando clandestinamente en un barco. El muchacho, de raza negra, nacido en 1988, pertenece a la nueva inmigración que desde hace unos años llega a la Argentina y a cuyos miembros ses ve habitualmente en las calles vendiendo baratijas. El joven se llama David Dodas Bangoura, pero él prefiere que se lo conozca por el nombre artístico de Black Doh y tiene una historia de vida especial. Porque desde que partió de su Africa natal, en busca de otros paisajes, a pesar de la oposición de su madre, llegó a varios puertos siempre viajando como polizón en distintos barcos y una de esas travesías lo depositó en Rosario, tras pasar un hambre, que a uno de sus compañeros le costó la vida. INTERCAMBIAR VIDA La película es de formato documental, su director tiene experiencia en este género y su intención con "El gran río", es seguir los pasos de Black Doh, y de otros jóvenes africanos que tras huir de su continente, les ha costado mucho abrirse paso en otros países. A David o Black Doh el gobierno argentino le otorgó en 2006 un documento por su condición de refugiado y el muchacho que ya aprendió nuestra lengua, grabó un disco en su idioma -el soussou, que hablan los agricultores y pescadores de Nueva Guinea- y en castellano, en el que agradece a su madre y a su tierra, les dice que los extraña y hace referencia a las vivencias de otros jóvenes cómo él que salieron de Africa en busca de otros mundos. La película sigue los pasos del joven por Rosario y también por Buenos Aires, en esa mirada la historia de Plataneo no aporta demasiado, sólo muestra su fascinación por el personaje. Pero cuando el director decide viajar a la ciudad en la que vive la madre de David, llamada Fatoumata, el relato se vuelve mucho más interesante. Porque pone al desnudo su verdadera intención de trazar un puente cultural, que une y permite intercambiar las vivencias de un joven africano en la Argentina y de sus parientes en Africa, los que a través del disco grabado y de lo que dicen sus letras, toman conciencia de que ese hijo que partió no se olvida de sus raíces. El filme, de manera sencilla, sin perder en ningún momento la constante confrontación de una cultura y otra -incluso se explica las razones de por qué el hip hop identifica a los jóvenes africanos y por qué el rap les sirve para expresar los conflictos que padecen-, el director logra hacer visible esa nueva inmigración -que obviamente no es sólo africana- que se nota en las calles de nuestro país.
Y fue por este río de sueñera y de barro Los argentinos seguimos bajando de los barcos. Esta es la historia de un nuevo argentino en proceso de serlo, un poco a pesar suyo, un poco gracias al cielo y a su resistencia física. No llegó en primera clase, ni en segunda, ni en tercera. Vino como polizón, pero no recostado bajo la lona de un bote de salvamento, como vemos en las películas, sino acurrucado en un lugar más incómodo y mucho más peligroso. Apenas comienza este documental, cuando vemos asomar su cabeza junto a un barco, ya podemos tener idea de las proporciones, del esfuerzo que habrá sido trepar hasta ese hueco, de la obstinación y la necesidad insoportable que un hombre debe tener para arriesgarse en semejante aventura. Hay algo más. El todavía no era un hombre, sino apenas un adolescente en busca de futuro. Y ya varias veces lo había intentado, soportado la travesía, había visto la muerte, lo habían capturado y devuelto. Una vez lo devolvieron desde Montevideo, otra vez desde Caracas, etcétera. Hasta que, sin saber siquiera por dónde iba, llegó a San Lorenzo y libró su primer combate en tierra firme. Ahora vive en Rosario. Ya eso solo bastaría para dedicarle una película. Pero hay algo más, todavía. La lucha cotidiana, la adaptación, los sueños, la nostalgia, la madre que quedó allá lejos. «El gran rio» está hecha en Rosario, Conakry, Kindia y Comaya, y hablada y cantada en español, francés, porque él viene de la ex Guinea Francesa, y susu, que es la lengua de los mande, a quienes nuestros gauchos llamaban mandingas, y asociaban con el Diablo. Sin embargo su mirada mansa, el rostro que va madurando, dan otra impresión. David Bengoura, se llama este nuevo argentino con ganas de trabajar y lucirse como rapero. Rubén Plataneo, nieto de inmigrantes, se llama el cineasta rosarino que lo registra, lo sigue en la grabación de un disco, y lleva ese disco hasta la madre. Película sencilla, agradable, de color y sentimiento, se ve con simpatía y hace pensar también en los abuelos.
África en Rosario La historia de David Doda Bangoura es apenas solo una entre las miles que existen sobre los inmigrantes africanos que se escapan de su tierra natal, alejándose de sus familias como refugiados en un barco conteiner y terminando en nuevos países. No todos sobreviven. No siempre pueden quedarse. Cada caso es aislado. La historia de David Doda Bangoura es parecida a la del personaje de El Puerto, la última película de Aki Kaurismaki. David se escapó en un barco vietnamita esperando despertar en Europa, pero en vez de eso cayó en el puerto de Rosario. Esto no impidió que, después de varios contratiempos, pueda hacerse amigos y cumplir su sueño: tener una banda de rap/hip hop y cantar sus propias letras que narran la historia de su vida. Plataneo elige un relato documental no líneal para contar la vida del personaje: la búsqueda de un hogar, las relaciones con otros refugiados, las llamadas a su madre en Guinea, sus amigos argentinos, y su novia canadiense. Pero también, esta historia sirve de excusa para que el director exhiba la realidad de dos orillas conectadas por un mismo personaje. No solamente, porque a través de David se van filtrando los viajes de otros refugiados, algunos que sufrieron más que el protagonista, otros que no tuvieron tanta suerte y viven al borde de la locura; Plateneo viaja a Guinea y le lleva una carta de David a su madre, conoce a sus amigos, el puerto de donde partió y la manera en que viven las comunidades de Guinea. De esta forma demuestra como el cine es una vía de comunicación entre una madre y un hijo, entre dos naciones, en apariencia diferentes, pero que tienen mayores similitudes de lo que se piensa por lo general. A través de los ojos de David, vemos otra Rosario, alejada de la turística. El protagonista pasa de ser objeto de entrevista a narrador: denuncia la polución y contaminación, habla con otros refugiados, los cuestiona. Sutilmente denuncia los prejuicios y el racismo de los argentinos. Pero también muestra la solidaridad y el respeto que tienen cuando conocen su viaje. Plateneo no se separa de su personaje en la primera mitad del film. Aprovecha su buen humor para arrancar la solemnidad del documental clásico, sentir simpatía y afecto por él sin caer en el acto demagógico. La película tiene la intención de enseñar, pero sin didacticismo y un discurso directo, planteado a través de encuadres meticulosos y crudos al mismo tiempo, sin retoques de postproducción, buscando una estética realista y prolija.. A pesar de que le sobran algunos minutos, El Gran Río es un interesante documento sobre un personaje prácticamente anónimo, su viaje y sus sueños.
"El gran río" es un registro documental que cuenta la historia de David Bangoura (Black Doh), joven rapero africano, quien buscando nuevos rumbos, decide viajar escondido en el hueco del timón de un barco de carga dede Guinea, su patria, hasta cualquier lugar al que arribe, probando su suerte. Llega a Rosario, ciudad que será su nuevo hogar y allí, será descubierto por Ruben Plataneo, un cineasta que quedará fascinado con su historia de vida y armará una estructura para contar su adaptación del extranjero a nuestra tierra. En cierta manera, es una historia de inmigración, actual. David, trabaja artesanías y también es músico. Tiene talento, sin dudas, pero su mayor atributo es su carisma. Plataneo lo sigue con su camara en diferentes escenarios, en los cuales él va reconstruyendo su pasado, la relación que tenía con su familia, sus costumbres, ideales, etc... Habrá también espacio para la música y la charla con amigos, donde presenciaremos interesantes debates sobre como se ven las idiosincracias de los distintos pueblos y su peso, a la hora de enfrentar un territorio nuevo y además (por el mismo precio) nos admiraremos de conocer a los amigos raperos de Conakry, en Africa. En líneas generales, el film está bien hecho, estructura bien su relato y quizás su punto más fuerte sea la música, a todas luces. Es interesante también el hecho de que no hay mucha inmigración africana (en comparación con la de otras latitudes) y esta propuesta abre un espacio para conocer su cultura y su ideología, a traves de un sujeto poco corriente, lo cual le da relieve a la construcción. Si hay que decir que quizas "El gran río", es una película de universo restringido y que no todos los públicos disfrutarán si el tópico no es de su interés. A su favor, creemos que ofrece una honesta visión sobre el fenómeno de la inmigración y la inserción cultural de ciudadanos africanos en Argentina.
El director Rubén Plataneo apunta a la originalidad y a la emoción al tomar como protagonista a David, un joven rapero de Guinea que viaja como polizón en barcos de ultramar. Su pasión es la música, y en uno de esos recorridos por los mares de todo el mundo llega al puerto de Rosario, donde obtiene refugio y se obstina en adaptarse a una civilización tan distinta de la suya para tratar de grabar sus composiciones. En su Africa natal quedaron su madre, sus familiares y sus amigos, a quienes no volvió a ver, pero él no ceja en su empeño de traducir en música los aires de su tierra. Entre lo ficcional y lo documental, El gran río refleja la adolescencia como el momento en que comienza la libertad o la conciencia de no tenerla y David, como muchos jóvenes, se asoma a un mundo que no termina de conocer, en el que se mueve con torpeza pero también con decisión. El realizador logra así narrar un tipo de inmigración diferente contada también de una manera distinta y hace de su protagonista un ser sensible que, a través de su música, intentará transitar por esa ciudad rosarina entre anécdotas de su niñez, la comprensión de aquellos a los que se acerca con su cálida sonrisa y esa vital necesidad de componer canciones que nunca pierden el sabor de su terruño. El David del film es, pues, un ejemplo de esa inmigración que busca y halla el calor de otros lugares tan distintos de los propios. Con una música acorde con lo que se relata en la pantalla, con una impecable fotografía y con un sincero trabajo de Black Doh, esta producción rosarina se viene a sumar, pues, a una cinematografía que, aunque a veces con pocos recursos económicos, logra emocionar y permite, al mismo tiempo, insertarse en una temática que habla de amistad, de reminiscencias y de calor humano.
¿Refugiado político o rapero africano-rosarino? Es digna de un film de aventuras la historia de David Dodas Bangoura. Nacido en Guinea, desde pequeño el muchacho intentó fugar reiteradamente de su país como polizonte, fracasando en varios intentos sucesivos, que lo llevaron y trajeron a/desde los destinos más exóticos. Una vez logró llegar hasta Uruguay, pero lo agarraron y lo mandaron de vuelta a su país. Lejos de amilanarse, David volvió a intentarlo. Llegó hasta París en un barco chino y más tarde pasó por Ucrania, de allí viajó a Siberia y finalmente recaló en Egipto. En ambas ocasiones volvió a ser deportado, hasta que un último intento tuvo éxito, desembarcando de un barco vietnamita en el puerto rosarino de San Lorenzo. Pidió asilo como refugiado político (aunque hasta un legajo de Tribunales desmiente que el muchacho tenga el menor interés en la política) y lo obtuvo. Desde ese momento, mediados de la década pasada, David vive en Rosario, donde cuando puede pinta casas y mientras tanto graba el que deberá ser su primer disco. Ah, sí, porque lo que a David siempre le gustó fue cantar. Cantar rap. Rap africano, bajo su nombre artístico, Black Doh. Escrito y dirigido por el realizador rosarino Rubén Plataneo, en una primera instancia El gran río (título que no alude precisamente al Paraná, claro, sino a las aguas que separan la tierra natal de David de la de adopción) registra, sin pretensiones totalizadoras, los trabajos y los días del protagonista (baggys, remera, bonitos dreadlocks rubios) en Rosario. David busca trabajo y una pensión donde parar, se junta con amigos locales, come un asadito, se encuentra con un compatriota que desde que perdió la cabeza duerme en la calle, charla con una chica canadiense con la que empieza a salir, entra a grabar en un estudio y rapea. Lindos raps los de David o Black Doh, que cuenta en ellos lo que le pasa o le pasó, mezclando indiscriminadamente el castellano, el francés (lengua colonial) y el soussou, idioma de su país. “No sos mi padre, rescatá un poco...”, frena a un amigo que se estaba poniendo pesado con los consejos, así como más tarde le pedirá a otro que deje de chamuyar, echándolo finalmente con un “tomatelás...”. Casi diez años de estadía dejan su huella, y a esta altura David es tan guineano como rosarino. En una acertada decisión narrativa, Plataneo narra toda esa primera parte como si se tratara de la ilustración en imágenes de la carta que (se supone) David envía a su madre y que de a ratos se deja oír en off. En un corte violento, tanto en sentido geográfico como narrativo, la segunda parte transcurre en la ciudad natal de David. Allí el equipo de rodaje dialoga con la mamá y hermanos del protagonista, aprovechando para registrar las oposiciones que van de la aldea con cabras y casas de adobe a la gran ciudad a la que fue a parar el muchacho, del otro lado del gran río. Más allá de algún detalle simpático (“sacate esas dreadlocks, que no son de hombre”, regaña mamá en otra “carta” en off), ese viaje al origen tiene menos interés (ni qué hablar de dramatismo) que los relatos de David como polizonte internacional –que incluyen la muerte de un compañero y casi un mes encerrado en la bodega de un barco, sin comida ni bebida– o la propia cotidianeidad rosarina, cuando la amabilidad y simpatía del protagonista hacen del espectador un amigo más.
Un rapero africano suelto en... Rosario La cosa es (fue) más o menos así. Un tal David Doda Bangoura huyó hace unos diez años de su país, Guinea-Conakry, escondido en el hueco de un barco con la idea llegar a Europa, peró el joven polizón arribó desnutrido, deshidratado, al borde la muerte... a Rosario. El documentalista Rubén Plataneo se encontró con esa historia y decidió hacer un retrato de este personaje, hoy convertido en un rapero con el apodo de Black Doh. Y no sólo eso: en la segunda mitad del relato viaja con su cámara a Africa para reencontrarse con los familiares del protagonista, quienes creían que David había fallecido hacía mucho tiempo. Estamos ante una verdadera épica que Plataneo consigue sólo en ciertos pasajes explotar (en el buen sentido) en todas sus posibilidades, facetas y dimensiones: el desarraigo, los choques socioculturales, el arte sin fronteras, la libertad... y unos cuantos temas más. De todas maneras, se trata de una narración no exenta de humor y sensibilidad en su acercamiento a un hombre obstinado que trata de adaptarse y de grabar su música en el otro rincón del planeta. No es sólo una rareza, no es apenas una mirada sobre un freak simpático. Es el cine acercándose a una historia de vida de fuertes connotaciones humanistas. En ese sentido, misión cumplida para Plataneo y El gran río.
El tema de lo afroargentino en el documental de los ultimos años no es muy abundante: Afroargentinos (2002) de Jorge Fortes y Diego Ceballos, Negro che: los primeros desaparecidos (2006) de Alberto Maslíah, la más reciente y más amplia Nos Otros (2008) de Daniel Raichijik, y alguna que otra producción televisiva. Todas giran, más bien, en torno al tema de la discriminación, las problematicas sociales que resultan en persecuciones o prejuicios cotidianos. Un camino social que tambien hay que recorrer. En formato, todas estas películas eligen un didactismo expositivo con testimonios e imágenes de archivo suficientes para informarse. El caso de El gran río, que se estrena esta semana en Buenos Aires, es más original y bien interesante: el protagonista es David Bangoura, un joven rapero que llega como polizón a Argentina desde Guinea, cruzando el mar en condiciones pésimas, tras el sueño de encontrar una nueva vida, escapando del hambre, la violencia, las guerras internas de su Africa natal, y que logra grabar un disco en la ciudad de Rosario. Plataneo elige cruzar el relato por dos grandes temas: el sufrimiento del viaje y la omnipresencia de su madre, Fatoumata, a modo de carta o de canción. Precisamente la segunda parte de la película filmada en Guinea reune los testimonios de la familia de David con planos de la gente en su contexto natural. Emotivos registros de su abuela, sus hermanos, su propia madre. La escucha de la familia del disco de Back Doh filmada en Africa que nos acerca a esa dimensión real de la tierra dejada. Una película sobre las migraciones contemporáneas, la diversidad cultural en nuestras ciudades, las hibridaciones culturales, musicales: el uso del rap y el hip hop como modos musicales críticos, de reclamos, a la vez que son modos que recuperan formas rituales.
Black Doh jumps out to sea... and raps Humankind goes to war mostly for economic reasons. The ravages of war cause migration waves to more welcoming and safer territories. Filmmaker Rubén Plataneo couldn’t shake this thought off his head after his immigrant grandparents gave him a detailed account of the reasons that pushed them to seek a better future crossing the Atlantic to start from scratch. More often than not, the children and descendants of immigrants hear about this trip and give no second thought to it. But Plataneo’s case was different — his grandparents’ account was so vivid, so meticulously detailed and painful, that he felt the irrepressible compulsion to keep a record, even if metaphorical, of this great trip. That record, or log, to use a maritime term that fits the context, materialized in his feature film début El gran río, premiering today in BA at the Gaumont, Arte Cinema and Cosmos movie theatres. The story of a young man’s journey from Europe across the Atlantic to Argentina is just one instance of a displacement experience. It was not Plataneo’s intention to recreate on screen that feat of a journey. Rather, he wanted to paint a larger picture. But it was not through a monumental migration that he chronicled his grandparents’ voyage. It was back to square one, that is, to an individual account — a contemporary one — when he made the acquaintance, then the friendship, of David Bangoura, a.k.a. Black Doh, an immigrant from Guinea who landed on the port of San Lorenzo, near Rosario, after travelling as a stowaway on a Vietnamese cargo ship. It was not war, it was not poverty that prompted the young David to jump on a boat with an uncertain destination. It was the need to find a place of his own, even if it meant being torn apart from family and friends. At first sight, El gran río is the account of Black Doh’s trip from a distant land and an utterly different world to an equally dissimilar milieu: Rosario, in the Province of Santa Fe. Black Doh spoke not one word of Spanish when he disembarked. Back in Guinea, everyone survived speaking three languages: soussou at home, and French and English for schooling and social and business activities. Black Doh’s communication problem was further compounded by the fact that, as he charmingly explains at the start of El gran río, “yo no daba el perfil correcto,” by which he meant that being black in a country like Argentina, where blackness has long been denied, hindered his possibilities when it came to finding a job or just a place to crash on other than a park. But there’s no bitterness in Black Doh’s words. A natural-born storyteller, Black Doh grew up listening to African music and learnt to rap as a child, and this is clearly evident in his narrative, marked by his peculiar, endearing accent. Black Doh is a charmer, and his yarn, as captured by director Plataneo, is captivating and enthralling. And this is probably the reason why, his broken Spanish notwithstanding, he takes no time in making good friends out in the street, where he sells quincaillerie and personal accessories, an activity blacks are stereotypically associated with here. Black Doh is just following and sticking to this misconception because he has an unbreakable will to survive, and peddling bijouterie will buy food and afford modest lodgings. Black Doh, as he likes to call himself and have others call him, is an artist, a musician — a rapper, more accurately. Of all the places he could have landed in after alighting the Vietnamese freighter, it is Rosario where Black Doh finds his home away from home, the place where, thanks to his cheerful nature and assimilation capacity, he makes good friends who share his passion for rap. And Rosario, as he likes to say with a mixture of candour and appreciation, “is full of very beautiful girls.” El gran río starts in majestic fashion: a sweeping view of the port of Rosario, the bow of an old ship, the sun gleaming on the horizon, the water lapping up the shoreline. The scene is set to haunting instrumental music that bespeaks faraway ports of call, strange lands, unknown destinations. It’s full of promise. The light then changes to subdued, far less spectacular shades, and moves on to downtown Rosario, where Black Doh starts to spin his yarn. The story is interspersed with footage from his hometown of Conakry, Guinea, focusing on a hamlet where life is simple and a bit precarious, but where shiny, solid colours materialize in the women’s handmade garments. Plataneo’s El gran río is not a biopic as such, in spite of all the traits in common with this film genre. It’s a fine, lovingly crafted documentary, a film with an engaging story to tell, and a most suitable on-screen narrator whose life, most likely, reflects the sojourn of us all and the mutually enriching cultural encounter resulting from an amalgam of ethnicities, cultures and life experiences. Black Doh certainly knows how to rap, and so does everyone involved in the making of this beautiful sojourn entitled El gran río, which might as well bear the title of Black Doh’s first album: Cruzando el mar.
"Todo el mundo es especial. Todos. Todo el mundo es un héroe, un amante, un tonto, un villano, todos. Todos tienen su historia que contar". (V for Vendetta, Alan Moore) Todos tenemos algo que decir, pero la vida de algunos tiene ribetes cinematográficos más importantes que otros. Rubén Plataneo lo entiende y encuentra en su carismático protagonista la razón de ser de su película. Un joven de Conakry, Guinea, se juega la vida y su futuro en una sola mano: con los riesgos que supone el ser descubierto, se cuela en un barco con destino incierto en busca de un horizonte más próspero que el que propone su África natal. A su llegada a "la tierra de Maradona", no a la Europa que apuntaba, se adapta, forma un grupo de amigos y consigue changas, al tiempo que persigue su carrera como rapero. El director rosarino sigue la vida de Black Doh en la Argentina, no con un documental clásico que rastrea testimonios, sino compartiendo su cotidianeidad y permitiéndole develar su historia. A la hora de la narración esquiva lugares comunes para contar su pasado, de hecho lo resume en breves segundos con el recurso de la lectura del legajo de Tribunales con el que pidió asilo político, y convierte al espectador en un conocido más a quien se le comparte una larga anécdota. La película transita con ligereza buena parte del metraje hasta que, en lo que supondrá el mayor esfuerzo de la producción, se traslada hacia la lejana tierra de su personaje para entrar en contacto con su familia. A partir de entonces la misma se convierte en un vehículo de comunicación entre el músico, que si bien está presente en los diálogos de los otros desaparece de la pantalla hasta el final, y los que quedaron en África, desplazando el foco de atención y concentrándose en el sentir de los parientes respecto al hijo que se fue. Con una historia tan rica como la del protagonista, Plataneo se concentra exclusivamente en ese aspecto en detrimento de otros puramente cinematográficos de su presente, como el amor que se va del país o el ser víctima de un disparo, que pudo haberlo matado, en un hecho confuso que no acaba de entenderse. Lo que ocurre es que, al haber pasado cerca de una hora y media con Black Doh, uno siente que ha compartido algo de su vida, y en ese sentido quiere saber más de ella.
El cineasta rosarino Rubén Plataneo realiza este documental mostrando los lazos culturales que existen entre África y Argentina. A través de la aventura de un joven rapero de Guinea David Doda Bangoura conocido como Black Doh, que viaja como polizón en un barco mercante, travesía muy difícil, quien sobrevive después de pasar 27 días sin comida, sin agua y soportando la muerte de otras personas. Como suele pasar con todo inmigrante, dejo a sus amigos, a su madre y otras relaciones, y no los volvió a ver. Antes de instalarse en nuestro país, intento hacerlo en otros países sin logarlo y finalmente tanto insistió que pudo llegar a Rosario, provincia de Santa Fe, e instalarse. Allí fue donde grabó su primer disco de canciones en Soussou, una mezcla entre francés y castellano, esta música después de un tiempo llego a su querida África, para ser escuchada por sus seres queridos. La vida nos pone a prueba y a veces tenemos la oportunidad de vivir en algún lugar del mundo, adonde llevamos nuestras costumbres y vivencias. Este joven encontró en estas tierras buenos amigos. Nos va mostrando como sobrevivió aquí, su vida cotidiana, vendiendo anillos y collares en la calle, muchas veces no consigue que le quieran alquilar un lugar por su aspecto, pasa sus días sin un alojamiento fijo. Entre tanto recorrido por diferentes lugares conoce a una joven canadiense de quien se enamora, y se divierte junto a sus amigos rosarinos, y comparten su música. El documental contiene una fotografía y música impecables, sus letras tienen la nostalgia de lo perdido y de lo hallado, su narración se va intercalando entre el off y los comentarios de su familia musulmana. Se proyecta en tres salas: (Espacio KM 0 - Gaumont; ArteCinema y Cosmos-UBA).
Una nación multicultural "Cada vez son más", puede pensar el xenófobo cuando transita por algunas peatonales de Buenos Aires, Córdoba y Rosario y ve a algunos negros, probablemente llegados de África, vendiendo relojes, aros y pulseras. El fenómeno migratorio hace tiempo que excede a los países limítrofes. La vieja descripción del país como crisol de razas deviene ahora en su versión del siglo XXI: Argentina es multicultural. Al xenófobo, probablemente, poco le importa saber sus historias, pero ¿de dónde vienen esos negros del asfalto que tanto le molestan? Los primeros cuatro planos generales de El gran río son precisos: el río Paraná y la zona costera de Rosario son el escenario excluyente; por allí llegan muchos de los nuevos inmigrantes, aquellos que el gobierno nacional en sus actas oficiales describe como "refugiados". No se trata del viejo cuento de viajeros venidos de Europa. Un adolescente de 13 años, oriundo de Guinea, puede viajar 27 días sin comer ni beber en la hélice de un barco. No siempre todos sobreviven. La película de Rubén Plataneo intenta no sólo reconstruir el derrotero de los nuevos nómades, más raperos que anarquistas, sino también seguir los distintos pasos de su asentamiento. El protagonista central de El gran río es David Dodas Bangoura, un joven que para establecerse en Rosario hizo forzosamente varias escalas. El castellano de David y su léxico evidencian observación y aprendizaje. Lo veremos alquilar una pieza, pintar, vender bijouterie en la calle, buscar otros trabajos y, fundamentalmente, rapear. David es músico y encontrará en sus pares vernáculos un espacio en común. El rap es una forma misteriosamente universal de articular rabia y desencanto en poesía y ritmo, y en ese sentido los músicos rosarinos y David se entienden a la perfección. Plataneo envía desde un principio señales extrañas. Unos cinco planos generales breves anuncian otra geografía y otra película. Plataneo quiere saber un poco más y se tomará la molestia de ir con su cámara hasta Guinea; el último acto de la película transcurrirá ahí. Si bien el viaje del director y el de su protagonista son inconmensurables, la música funciona aquí como una fuerza niveladora, la que sostiene la perspectiva de Plataneo. Cuando los jóvenes guineanos dicen "el rap es una forma de reclamar algo, de decir la verdad", justamente ahí explicitan una de las milagrosas funciones del cine. De algún modo, aquí los planos rapean y el propio director se ha convertido sin saberlo del todo en un griot con una cámara.
Publicada en la edición digital de la revista.