El nuevo largometraje del israelí Hany Abud-Assad es una biopic sobre el ascenso a la fama de Mohammed Assaf, un palestino que ganó, en el 2013, el concurso de canto del programa televisivo Arab Idol. La trama es simple: un grupo de cuatro amigos desean tener una banda de música, pero son Mohammed (Kais Atallah) y Nour (Hiba Atallah), la hermana del protagonista, quienes sueñan que de grandes serán reconocidos músicos a nivel mundial. Pero, por diferentes avatares de la vida, sus sueños se ven truncados, sobretodo, los del protagonista. Hay un mayor interés para contar la infancia y adolescencia de Assaf, que su participación en el Arab Idol. La última parte de la película está plagada de intertítulos para justificar, con el recurso de la elipsis, las instancias de la competencia. “El Ídolo”, como dije, carga todo su peso dramático en el periplo que llevó a Assaf a convertirse en lo que es en la actualidad. La división contrapuesta entre la infancia y la adolescencia sirve para subrayar el paso de la niñez al mundo adulto. De chicos nuestra vida está signada por sueños, cuya concreción se limita a juegos, productos de nuestra imaginación. La desilusión se asoma cuando crecemos, cuando nos desarrollamos. Los juegos dejan paso a la realidad, y la alegría por un ilustre futuro se convierte en resignación. Está claramente señalada esta premisa en la película, pero ésta peca por tener un narrativa sensiblera y apelar, de manera traicionera para generar empatía, al uso de primeros planos para mostrar las caritas angelicales de los protagonistas.. La candidez con la que se desarrollan las situaciones, lo inocuo de los conflictos internos de los personajes y la desdibujada pasión con la que se cuenta la historia, hacen de “El ídolo” una película torpe. ¡Pero no todo está perdido! Hay un momento que se redime de toda esa inocencia ficcional. Es cuando Assaf, ya adolescente, lleva en su taxi a su amiga Amal (Dima Awawdeh), acompañada por una hermana, para hacerse la diálisis al hospital. Mientras el protagonista canta por el encarecido pedido de sus pasajeras, se muestran, con un travelling lateral, justificando un plano subjetivo de Amal tras mirar hacia la calle, edificios destruidos por el conflicto armado con Israel. Este plano, que no dura más de cinco segundos, rechaza todo elemento del relato ficcional -incluso el canto del actor Tawfeek Barhom, quien personifica a Assaf en su adolescencia- para convertirse, solo con la fuerza de la imagen, en un relato documental. Este brevísimo registro, que saca fuerza y su significación de la realidad, connota el sentir del protagonista y denota el padecimiento del pueblo palestino. Es la realidad la que condensa y pliega la narración para darle forma generalizada a la angustia que se vive en esas tierras. Este travelling, de inusitado lirismo para lo que transmite la película, por sí solo vale más que el resto del película. Puntaje: 2,5/5
Detrás de esta obra previsible, aburrida, llena de golpes bajos y de una excesiva puesta lacrimógena, parece que no estuviera Hany Abu-Assad, creador de grandes títulos e historias atrapantes. El intento por encontrar en el manual de estilo de los biopics de superación una respuesta para potenciar el relato, se termina por abusar de un cine ya visto miles de veces y que no aporta nada nuevo, ni siquiera para reflexionar sobre la zona en conflicto de la que habla.
Es una película de Palestina que cuenta la historia de superación personal, sacrificios y sueños de un niño con una hermosa voz que se transforma en el ganador de Arab Idol, y se transforma en motivo de alegría para todo su pueblo, porque la suya fue la primera vez de un participante que había nacido y fue criado en la franja de Gaza. Precisamente ese telón de fondo diferencia a esta película de tantas vistas en carreras del espectáculo. La escasez, la vigilancia, la estrechez de una vida cercada, en ahogo de una vida sin más horizontes, las injusticias, la pobreza que llevo a la muerte a su hermana por deficiencia renal. Lo demás es una narración convencional que le da a la participación en el programa mas globalizado del mundo, el concurso que nació como “American idol”, una importancia desmesurada, cuando mucho ya conocemos de los mecanismos de ese concurso y de su condición caníbal en muchos aspectos. Para esta historia real de Mohammad Assaf, que tuvo que salir clandestinamente de su tierra significo la fama, ser considerado embajador de buena voluntad de las Naciones Unidas con pasaporte diplomático pero para regresar y salir de Gaza todavía necesita un permiso especial. Un relato emotivo y convencional en circunstancias especiales.
Cantar para vivir En El ídolo (Ya tayr el tayer, 2016), Hany Abu-Assad, responsable de las premiadas El paraíso ahora (2005) y Omar (2013), toma distancia de sus anteriores obras y realiza una biopic del primer palestino que resultó ganador del programa Arab Idol en Egipto. Mohammed y su hermana viven en la Franja de Gaza y tienen un sueño en común: actuar en la ciudad de El Cairo. Junto a sus amigos, se dedican a recaudar dinero para comprar sus primeros instrumentos y ofrecer sus servicios en fiestas de casamiento. Con el pasar de los años, Mohammed tendrá una oportunidad concreta cuando surja la posibilidad de presentarse en el programa Arab Idol. Hany Abu-Assad divide la narración en dos partes. Primero seremos testigos de los años formativos de Mohammed y de cómo la tragedia marcará su destino para siempre. Luego, ya adulto, hará lo que esté a su alcance para salir de Gaza y triunfar en Egipto. Todo esto se da en el contexto del interminable conflicto palestino-israelí que Hany Abu-Assad ilustra con constantes planos de las ruinas que evidencian la violencia. El director se aleja de El paraíso ahora (2005), donde contaba cómo dos refugiados palestinos de Cisjordania planeaban un ataque suicida contra un colectivo israelí, y de Omar (2013), donde vivimos el día a día de un palestino integrante de la resistencia que arriesga su vida por amor. Mientras la primera obtuvo el Globo de Oro a película en lengua no inglesa y fue nominada a los Oscar, Omar consiguió una mención especial del jurado de Cannes en la sección Un Certain Regard pero perdió el Oscar a mejor película extranjera ante La grande bellezza (2013) de Paolo Sorrentino. Hany Abu-Assad opta por el camino de la película biográfica tradicional y el resultado es distinto de sus trabajos previos. Aquí vemos cómo en la primera mitad del film el Mohammed niño enfrentará diferentes dificultades concernientes a su núcleo más íntimo y en la segunda mitad deberá cruzar la frontera para llegar a Egipto. Es en esa secuencia donde el director no logra construir una tensión acorde a lo que relata. La entrada a El Cairo, que previamente parecía la misión más difícil a la que se enfrentaría, queda condensada en unos pocos minutos. Hany Abu-Assad construye un relato con paciencia pero la resolución no le hace justicia a la hora previa. El ídolo busca trascender al personaje para darle un tinte épico. Si bien el logro personal es importante, Hany Abu-Assad se esfuerza en demostrar que Mohammed pone sobre la mesa la discusión en torno a los habitantes de la Franja de Gaza y que su triunfo sería una victoria para todo el pueblo palestino.
Nominada al Oscar, esta película israelí centra su relato en la franja de Gaza, donde un chico sueña con cantar en el teatro de la ópera de El Cairo y que todo el mundo oiga su voz. De algún modo, logra escapar de su ciudad y llegar a las audiciones para Arab Idol, el popular concurso de talentos de televisión. Es muy joven pero, como no nació en un lugar cualquiera de este mundo, debe cargar con la responsabilidad de "representar un pueblo". Esta nueva película del realizador de Omar y Paradise Now, nominada también al Oscar, sigue a su protagonista en dos momentos, su infancia en Gaza y su vida como joven adulto, cuando decide irse. En esa primera parte está lo más poderoso de la película, por cuanto, y ahí no hay mucha novedad, observa las capacidades, brillos y talentos de los chicos que crecen en condiciones difíciles. Lo más débil de Ídolo tiene que ver con la explicación de su simbolismo: el ídolo televisivo, la bella voz juvenil, en medio del conflicto, la violencia y la guerra que parece eterna.
El triunfo de la estrella como placebo social. Importante paso en falso para el cineasta palestino-israelí Hany Abu-Assad, El ídolo deja de lado todas las sutilezas para relatar, bajo los designios de la biopic convencional, el ascenso al estrellato del cantante oriundo de la Franja de Gaza Mohammad Assaf, gran triunfador del concurso de canto televisivo Arab Idol (la franquicia árabe de Pop Idol) en su temporada 2013. Desde que su segunda película, Rana’s Wedding, se presentara en el Festival de Cannes en el año 2002, el realizador viene edificando una filmografía que ha intentado entrelazar relatos atractivos para el gran público con una mirada sobre la situación social y política en los territorios palestinos. En aquel largometraje, el costumbrismo y ciertos trazos de comicidad aligeraban la pesada carga de su protagonista, obligada a casarse con un hombre elegido por su padre. Las más prestigiosas El paraíso ahora y Omar, por su lado, retrataban cuestiones ligadas a la violencia cotidiana en la región y la vida de los seres humanos detrás de los ataques suicidas, sin dejar de lado una meticulosa construcción del suspenso cinematográfico. En todas ellas, el equilibrio entre la descripción de condiciones sociales, el mensaje humanista y una estructura clásicamente dividida en tres actos daba forma a películas de cierta potencia narrativa y llegada universal a pesar de su temática local. En El ídolo –producida por capitales egipcios pero rodada en locaciones de Cisjordania que hacen las veces de Gaza– cualquier atisbo de complejidad es eliminado de un plumazo ya desde la primera escena. El extenso prólogo presenta al protagonista, a su hermana y amigos, todos ellos empeñados en hacer de su afición a la música un modo de vida y, quizás, de escape ante la violencia imperante. La carga literalmente melodramática es potenciada ante la súbita y grave enfermedad de la niña, el primero en una serie de golpes de timón de un guion que, a pesar de estar basado en hechos estrictamente reales, se toma varias libertades en la consecución de un tono que oscila entre lo épico y lo patético. De allí en más, elipsis mediante y con un Mohammad Assaf ya adulto (interpretado por el actor Tawfeek Barhom, visto recientemente en Mis hijos, de Eran Riklis), la película se transforma en un típico exponente de la lucha entre el deseo personal y las extremadamente coercitivas condiciones circundantes. Ese deseo dibuja una silueta clara: cruzar la frontera y llegar a El Cairo en tiempo y forma para participar de la primera ronda de Arab Idol. De allí en más, una proliferación de deus ex machina empuja al héroe a triunfar en las diversas etapas del concurso, imitando de alguna manera el formato del show televisivo. En algún momento cerca del final, imágenes del Assaf real y del público vitoreándolo en las calles palestinas se entremezclan con las de la ficción, poniéndole el moño a una película que transforma ese triunfo personal –basado, eso sí, en el talento– en una de esas fábulas “inspiradoras” para el consumo global. Irónicamente, tal vez ese amigo de la infancia, convertido con los años en censor religioso y político, tenga en el fondo algo de razón: el efecto popular de la victoria del ídolo tiene toda la apariencia del placebo social.
El ídolo: los triunfos menos pensados Hany Abu-Assad, referente del cine de Medio Oriente, con antecedentes merecidamente prestigiosos como Rana's Wedding, Paradise Now y Omar, juega en El ídolo una carta de cine más convencional y de intención masiva, sobre la base de la historia real de Mohammed Assaf, ganador del concurso televisivo de canto Arab Idol. Y construye un biopic desde la difícil infancia del ídolo, cuando el mejor personaje es la hermana del protagonista. De ese momento y de toda la película, porque la niña actriz tiene esa frescura, desenvoltura y la mirada que -parafraseando a David Griffith, según contaba Horacio Quiroga- valen mucho en la pantalla grande. Hay una gran tragedia luego del primer tercio, una elipsis, y el cambio de edad del niño, que pasa a ser joven, y sigue queriendo cantar. Abu-Assad oscila entre las fórmulas más probadas de la película de triunfo contra todos los pronósticos -el protagonista vive en la Franja de Gaza- y la pintura social conflictiva, sobre todo en la segunda parte. No hay grandes problemas de estilo -o de apropiación demasiado superficial del subgénero "triunfo impensado", como en Billy Elliott-, tal vez porque tampoco se juega en El ídolo la propia firma del director. Sobre el final hay una buena conexión entre ficción y realidad, como si finalmente el realizador con identidad se hiciera presente en el momento del triunfo. De todos modos, una película como Sing Street, de John Carney, entiende mucho mejor el pop y el subgénero. Y hace un retrato de familia, en contextos políticos menos complicados, más complejo.
Yo canto porque me gusta Combina una historia con toques de comedia y un drama con trasfondo político, en Palestina. “Apuntas muy alto. Quedarás decepcionado”, dice un personaje en El ídolo. La frase se acomoda a la circunstancia que el espectador la prefiera. Hany Abu-Assad tiene en su filmografía dos títulos por los que se lo reconoce internacionalmente: El Paraíso ahora (2005) y Omar (2013), ambos candidatos al Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero Nacido en Nazareth, en buena parte de su cine el conflicto entre palestinos e israelíes ha sido central. Y en El ídolo, si bien no es un filme político, la problemática está presente detrás del drama del protagonista, un palestino cuyo sueño es llegar a competir en el programa de talentos Arab Idol. La película, basada en hechos reales, toma a Mohammed Assaf de chico, cuando junto a su hermana Nour y dos amiguitos forman una “banda” con la que desean ganar dinero, pero también alcanzar cierta fama. En síntesis, quieren hacer lo que les gusta, y que les paguen. Todo se complica -sin conflictos no suele haber dramas en las películas- cuando Nour enferma y necesita un riñón. El de su hermanito no sería compatible, hacen falta 15.000 dólares, que ya de por sí era mucho dinero en 2005, y la película saltará tras varias penas a 2012, cuando este refugiado en Gaza ya sea un joven que aspire a saltar barreras -de toda índole, sean ideológicas o fronteras con policías y ex amigos- para llegar a Egipto primero y luego a El Líbano y concursar con su prodigiosa voz en Arab Idol. Las frases como “No dejes que nadie te haga sentir que tus sueños no valen… A veces es todo lo que tenemos”, o la foto de Nour al estilo El pibe, de Chaplin, en el camarín de Mohammed, hacen temer que el relato desbarranque, pero se mantiene en curso. Es un filme pequeño, tal vez con aspiraciones grandes. El mensaje a favor de Palestina y en contra de cualquier conflicto armado es el preponderante en una película con toques de humor (la transmisión vía Skype no tiene desperdicio), que si no fuera por la emotividad caería en saco roto.
Biopic de un héroe impensado en una Palestina desoladora La primera media hora de "El ídolo" es una pequeña obra maestra, y casi funciona como una película aparte. Una nena, su hermanito y otros dos nenes palestinos de la Franja de Gaza quieren formar una banda de pop árabe, y hacen de todo, como pescar o cantar en bodas, para poder comprar instrumentos, aunque son constantemente abusados y estafados por adultos inescrupulosos. Pero la nena necesita un transplante de riñón, por lo que la banda termina separándose. Las actuaciones de los cuatro chicos son genuinas y naturales, igual que el estilo simple y humorístico, aún en los momentos dramáticos del dos veces nominado al Oscar, Hany Abu-Assad (justamente este film tuvo una candidatura a la mejor película extranjera). Cuando el hermano de la nena crece y es un joven taxista de una Palestina desoladora, aspira a participar en el programa de talentos "Arab Idol", pero para eso debe pasar ilegalmente por una frontera más que problemática. Mucho más convencional, pero igualmente sólida, toda esta parte de "El ídolo" sigue contando esta historia verídica sobre perseverancia a toda costa. Está muy bien filmada y actuada, y aún cuando pueda parecer totalmente exótica, las canciones árabes son excelentes. Lo que hace que este fim sea altamente recomendable para público de todas las edades es la extraordinaria primera media hora.
El director de Paradise Now y Omar retrata en El ídolo la historia del segundo ganador del concurso para cantantes Arab Idol. El ídolo, de Hany Abu-Assad, está claramente dividida en dos. Durante la primera parte se retrata la infancia de Mohammad Assaf, sus intentos por tener una banda junto a sus hermanos y amigos, y un poco de lo que es la vida palestina. Una tragedia marca el antes y el después en su vida y en la película. Es recién después de la mitad del largometraje que el film se mete de lleno en lo que concierne al famoso concurso de TV (el equivalente a American Idol), diez años después de aquellos momentos. En esta película, el director nos entrega un relato bastante más amable y optimista que algunas de sus películas anteriores. De hecho, el relato es bastante convencional. Una historia de lucha y adversidades que termina en ese final que parecía tan improbable para su protagonista, pero que a la larga nosotros ya conocíamos. Sin dudas es en el primer tramo del film donde logra sus mejores momentos. La complicidad entre los chicos, sus ganas incansables de hacer música aún a base de instrumentos maltrechos y shows en casamientos, y esos atisbos de humor que nacen de la espontaneidad que fluye de esos personajes. Además es el personaje de la hermana quien se roba cada escena. Después, el film termina apostando a lo seguro, a escenas emotivas e inspiradoras que al mismo tiempo se sienten algo forzadas. De todos modos en la película está también la idea de mostrar otra Palestina. Si bien se ve cómo se vive, hay otra cara. Una Palestina que esta vez llega a las noticias por algo bueno y alegre, y no las noticias terribles del día a día. De este optimismo está plagado, más allá de algunos golpes bajos y lugares comunes, el film. A la larga, la historia de El ídolo es aquella que nos han contado muchas veces. Con lucha y perseverancia los sueños se cumplen, no importa quién seas ni de dónde vengas. Despareja, con una primera mitad más interesante a nivel retrato de una sociedad, se convierte rápidamente en una película del montón.
Basada en hechos reales. Relata como un joven que vive en Palestina, para cumplir con sus sueños, es ayudado por su hermana y dos amigos y así logra algo que le resultaba imposible, ser músico y cantar. Una historia emotiva, con situaciones fuertes en su entorno familiar y social. Contiene suspenso, intriga, muy buen ritmo y va manteniendo atento al espectador con momentos cautivantes. Realiza un gran aporte la fotografía de Ehab Assal y la música Habib Shehadeh Hanna.
El ídolo de Hany Abu-Assad desembarcó ayer jueves en algunas salas comerciales porteñas ocho meses después de haberse proyectado en la función de apertura de la sexta edición del Festival Internacional de Cine Latino Árabe en Buenos Aires. En aquella oportunidad el director general del LatinArab, Edgardo Bechara El Khoury, contó que los jóvenes palestinos acostumbran a escribir graffitis con la consigna ‘Paciencia’ en los muros de Israel. La anécdota resulta una introducción pertinente para la historia real que el autor de Omar y El paraíso ahora narra en su noveno largometraje: aquélla de Mohammed Assaf, que en 2013 se convirtió en voz ganadora de la versión árabe del programa de TV American idol. Nacido y criado en Franja de Gaza, el muchacho de entonces 23 años consiguió ingresar a la competencia de Arab idol (y vencer a los demás participantes) a fuerza de talento, voluntad, una pizca de suerte y perseverancia… o paciencia. En esta entrevista que le concedió hace un año a Sydney Levine de Indie Wire, el realizador contó que él mismo siguió de cerca cada entrega del Arab idol donde compitió Mohammed. “Aparecí en un informe televisivo, entre cientos de personas que se habían reunido en una plaza de Nazaret para asistir en vivo al veredicto final del jurado. Saltaba como un chico; hacía rato que no sentía ese tipo de euforia”. Para Abu-Assad, la historia del ganador del concurso fue una invitación única a “ponerle un rostro humano” a un pueblo estigmatizado y marginado. “En tiempos de convulsión sin precedentes en el mundo árabe, con revoluciones, guerras civiles, atentados extremistas, la trayectoria televisiva de este niño de Gaza que cantaba en casamientos nos liberó de las luchas diarias y nos devolvió la sonrisa… Mohammed Assaf representa el espíritu y el símbolo de lo posible, de los sueños que se convierten en realidad, de algo precioso y en principio imposible que se vuelve completamente posible”. En la misma entrevista que publicó Indie Wire, Abu-Assad explicó: “(El ídolo) fue diseñada como una película sin barreras culturales. Podrás ser chino, estadounidense, palestino e igual apreciarás el film. Todos, jóvenes y viejos, pueden entender la travesía de este muchacho de Gaza, que además cruza las fronteras religiosas. Me interesó especialmente llevar un relato muy específico a un contexto mucho más amplio”. Serán excepcionales los espectadores indiferentes a la historia de Mohammed, a las actuaciones y a las voces del niño y del joven que lo encarnan en la película, a los pantallazos de una localidad derruida y sitiada. En cambio, hay quienes sentimos cierta desilusión ante un largometraje muy parecido a otros que cuentan historias edificantes de superación personal, y que hace tiempo conforman un nicho de la industria cinematográfica global. Desde esta perspectiva, El ídolo atrapa menos por sus (varias) virtudes técnicas –en especial la fotografía y las mencionadas actuaciones– que por determinadas características del proyecto: la nacionalidad del protagonista, el impacto alegórico de su historia, la proeza que significa haber obtenido la autorización del Estado israelí para rodar una ficción en Franja de Gaza. Desde esta misma perspectiva, nos encontramos ante un trabajo menor de Abu-Hassad. Y a juzgar por este adelanto de la película que el realizador está terminando, y que en principio estrenará en octubre próximo en los Estados Unidos, es posible que El ídolo haya sido la primera de una serie de películas (todavía) más comerciales en la carrera del cineasta palestino que ya compitió dos veces por el premio Oscar a la mejor producción extranjera, y que obtuvo nominaciones y distinciones varias en diversos festivales internacionales de cine.
Es el año 2005 en la franja de Gaza. El pequeño Mohammed y su hermanita Nour tienen una banda de música con la que entretienen a los vecinos del barrio. Mohammed tiene una hermosa voz, y Nour se desempeña bien con una guitarra de juguete. Al cabo de un tiempo, hacen lo posible por conseguir dinero para comprar instrumentos musicales de verdad; cuando los consiguen, tocan en fiestas, en la calle, y un día Nour se desvanece. Se le pronostica una disfunción renal que requiere diálisis o un nuevo riñón, pero el futuro parece difícil para toda la familia y genera una profunda depresión y desesperación en Mohammed. Toda esta primera parte es de un lirismo impar, con un carisma de los chicos a prueba de balas, coronado por una excelente fotografía suburbana. Luego, el film hace un giro a 2012. La banda ya no existe y Mohammed se gana la vida como conductor de taxi, pero no ha abandonado sus sueños de ser cantante. Por entonces, la franja de Gaza es objetivo del bombardeo israelí y Mohammed aspira a escapar del lugar. Del otro lado, en la palestina Ramallah se realiza el concurso televisivo Arabian Idol y el muchacho junta a algunos músicos para competir, pero como no puede cruzar la frontera tocan en vivo y la performance se transmite al programa mediante Skype. En medio de la tragedia, ocurre una secuencia de humor: los israelíes han cortado el suministro eléctrico y Mohammed tiene que contratar un generador para tocar, pero el generador entra a funcionar mal y la actuación se ve interrumpida por una cortina de humo. Pese a los traspiés, Mohammed consigue llegar a la final junto a otros dos participantes. Aquí la película hace un giro de registro: basada en hechos reales, la cinta abandona a los actores y narra la final con material de archivo. Mohammed es una estrella en Palestina, y sus fans siguen la final desde la calle con un entusiasmo sólo comparable al de la final de un mundial de fútbol. Emotiva, simpática y tierna, rara vez cayendo en el melodrama, El ídolo entretiene y es también válida como registro de la vida en un lugar al que Occidente tiende a dar la espalda.
UN CONTEXTO VACIO Intentando representar la vida de Mohammed Assaf, El ídolo cuenta la historia de este joven nacido en Gaza (Palestina), que de niño soñaba con cantar en el teatro de la ópera de El Cairo para que todo el mundo oyera su voz y que alcanza la fama mediante Arab Idol, el popular concurso de talentos de televisión. El film muestra parte de su infancia y cómo después de haber sobrevivido varios años en aquel lugar conflictivo de Medio Oriente, logra escapar de su ciudad y llegar a las audiciones para el certamen televisivo. A medida que va avanzando para alcanzar las rondas finales de la competición, deberá afrontar no sólo sus propios miedos sino la esperanza y felicidad que depositan en él todos los habitantes de su pueblo. Con el imponente contexto del lugar de nacimiento del protagonista, la cinta va narrando los inicios en la música de Mohammed, su primera banda y las distintas dificultades que fue transitando hasta lograr alcanzar el éxito. Lamentablemente, todo es presentado con demasiada velocidad, sin generar un clima acorde, más como una enumeración de hechos que como una construcción dramática sobre la superación humana. Esto implica que el espectador nunca siente empatía por el personaje principal o alguno de los secundarios, en un relato que se vuelve monótono, por momentos sin gracia y hasta vacío de contenido. Sin embargo, El ídolo acierta en mostrar de manera solapada pero contundente el contexto en el cual se desarrolla la historia. En esos instantes, la película adquiere relevancia al presentar el machismo inserto en la sociedad árabe, las dificultades sociales y económicas del lugar, como también el control militar que se ejerce en Gaza. Sin estos pasajes donde se filtra la realidad, el film se caería a pedazos porque en ningún momento logra transmitir elocuentemente el drama de su protagonista, que ya ha sido visto en muchas oportunidades, pero que -tranquilamente- se podría haber logrado por el contexto y la historia real. Tan sólo sobre los momentos finales, a través de la utilización de imágenes de archivo (que se encuentran desastrosamente editadas con la “ficción”), El ídolo logra cierta emoción y comprensión sobre lo que significo en verdad lo sucedido con Mohammed Assaf.
Hay ocasiones en que uno nace con un talento, tiene un don especial para hacer algo, pero no está convencido de utilizarlo, sólo lo toma como un pasatiempo o un divertimento, muchas veces porque no lo cree verdaderamente, pero sí lo ven los demás, y eso es lo que le ocurrió al protagonista de esta película, que está basada en un hecho real ocurrido en Gaza, Palestina, y que en el 2012 fue un suceso dentro de los países árabes. El director Hany Abu-Assad trasladó esta biografía a un set de filmación, para acercarnos la historia de Mohammad (Tawffek Barhom), quien descolló en el concurso de canto Arab Idol, llevándose el triunfo. El relato se divide en dos períodos. Comienza en el 2005 contando la historia de una nena y un nene de edades similares, que son hermanos, y cuando no van a la escuela, están en la calle consiguiendo monedas de donde pueden, para seguir el sueño de su hermana que desea ir a actuar en la Ópera de El Cairo. Mohammad la apoya, aunque no se lo toma tan en serio y constantemente trata de desalentarla, bajándola a la tierra, y haciéndole ver cuáles son sus verdaderas posibilidades viviendo en un país marginado y en constante guerra, pero ella está muy convencida de lo que quiere, pese a su corta edad, y hará todo lo posible, junto a otros dos amigos más, de llegar a cumplir su sueño. Su hermana cree más en él, que él en sí mismo, y será su motor en el futuro para que pueda desarrollar su arte. Pero un hecho trágico, inesperado, cambia la situación de estos jóvenes músicos, y el relato se corre hacia el año 2012, con un ya adulto Mohammad que no se halla en su ciudad con su vida de taxista y el único medio que tiene para salir de allí es utilizar su privilegiada voz, que es todo lo que tiene. El periplo, con ribetes heroicos por parte del protagonista, para poder salir de su país, llegar a Egipto y entrar al certamen, contado de un modo demasiado hollywoodense que le resta valor a lo contado anteriormente. Muchas veces para lograr algo, llegar a conseguir alguna cosa que uno desea mucho, con tener habilidad, capacidad, no alcanza para llegar a la meta, se necesita la ayuda de otros, el reconocimiento de los demás para entender lo que uno vale, y una pizca de suerte, como lo tuvo el personaje principal de esta historia.
El Ídolo: Cantando por un sueño La esperanzadora película de Hany Abu-Assad retrata la odisea de más de una década de un joven cantante de la Franja de Gaza que alcanzó el estrellato en un ciclo de talentos. Pese a estar ambientada en la Franja de Gaza, “El ídolo” no es una película que denuncie la insostenible situación a la que han sido sometidos los palestinos por los israelíes en su propia tierra sino una historia de fe y superación de esas que dejan enseñanza. La narración se divide claramente en dos tiempos bien diferenciados: la infancia y la juventud de Mohammad Assaf, un joven palestino que logró ganar a pesar de innumerables obstáculos, el certamen “Arab idol”, la versión de oriente medio de “American Idol”. Pero a pesar de conocer el final –que ya se adelanta desde el título-, el foco está puesto en el camino que debió recorrer el muchacho para llegar a la cima. La historia comienza relatando la historia no sólo de Mohammad sino también de su hermana Nour y sus amigos en las calles de la Franja de Gaza, donde procuran conseguir dinero de las más diversas maneras para comprar los instrumentos con los cuales formar y luego cómo es su vida como músicos en un lugar en el que el arte tiene un lugar supeditado a la violencia y las carencias. El director palestino israelí Hany Abu-Assad (el de El Paraíso Ahora - Paradise Now!, 2005) utiliza la segunda mitad de la película para mostrar a un curtido Mohammad, que ha perdido la fe merced a varios hechos trágicos sucedidos en ese intervalo de tiempo, pero que de todas maneras decide ir por la fama cueste lo que cueste, y a sabiendas de que posee un talento vocal capaz de encandilar al mundo. Mohammad, que ha emprendido el viaje de su vida, sabe que su sueño representa el de todos los habitantes de un pueblo, gracias a su valor y sus ansias de superación. La película está pensada en la línea de ¿Quién quiere ser Millonario? (Slumdog Millonaire, 2008) de Danny Boyle o Million Dollar Baby (2004) de Clint Eastwood, es decir que es de esos films que apelan directamente al corazón del espectador con el foco puesto más en emocionar; y para eso cuentan con un elenco (especialmente los niños) de muy buenos actores. A pesar de todo, lo que se pueda imaginar el lector, “El Ídolo” tiene mucho para dar ya que es una historia que no apela a golpes bajos (a pesar de todas las situaciones por las que atraviesa el protagonista) sino a mostrar lo que la amistad y el amor de una familia pueden inculcar en el espíritu de una persona. Y eso es siempre súper recomendable.
La voz de la venganza La bella voz de Mohammed Assaf contrasta con las imágenes en ruinas de Gaza, pero también es una oportunidad para redescubrir al olvidado pueblo palestino. La película narra la historia real del joven ganador del concurso Arab Idol y en el fenómeno social que se convirtió, en un contexto histórico dramático pero a partir de un relato entretenido y con el toque justo de comedia a fin de evitar cualquier golpe bajo. Mohammed Assaf es un humilde joven palestino procedente de la Franja de Gaza que hace hasta lo imposible por llegar a la capital de Egipto para concursar en el Idol, versión árabe. La película está dividida en dos partes muy precisa. En el inicio -la Franja de Gaza, año 2000- la historia se centra en contar la vida de cuatro niños -Mohammed Assaf, su hermana y dos amigos más- que desean ser músicos profesionales, hacer música por encima de la desaprobación de la religión y la política de su país, y encima incluir en el grupo una mujer, además de obtener dinero a toda costa para poder hacerse con el equipo, y siempre bajo la sombra del conflicto bélico y atrapados entre las fronteras, aunque la cuestión política subyace como fondo del relato. En la segunda parte, Mohammed Assaf está listo para cruzar la ruinosa y conflictiva frontera y arribar a El Cairo para poder convertirse no sólo en una estrella de la canción sino además, y sin buscarlo, en una esperanza del pueblo palestino. En su suerte en el concurso parece estar depositadas las esperanzas de miles de palestinos. Una muy buena película aunque nos traiga el recuerdo de "¿Quien quiere ser millonario?", el filme de Danny Boyle de 2008.
Sueños entre escombros En este film palestino no se trata de hablar de miedo, ni de la vergüenza, ni mucho menos de la tristeza. Basta con fijarse metas, sortear obstáculos, y cambiar el mundo. Hace ya varios años que estamos viendo en los informativos aparecer noticias sobre el terror y la angustia que viven los ciudadanos de Gaza, sobre todo en lo que concierne cruzar la frontera. Entrar y salir del país es un acto de suma valentía, algo que no todos tendrían si se quiere conservar la vida. Es en estos lares donde se encuentra nuestro protagonista, Mohammed Assaf, un chico común, quien tiene a su grupo de amigos y una hermana que nunca pretende aparentar ser una mujercita. El grupo de por sí es bastante variopinto, pero todos ellos están de acuerdo en una sola cosa: triunfar y cambiar el mundo. Sus dotes musicales y la voz virtuosa de Mohammed les valen un par de monedas al principio, pero con el tiempo (y luego de muchas caídas) nuestro protagonista alcanzará el éxito como cantante fuera de su Gaza natal, algo que le cambiará la vida a él y a muchos palestinos. La película, si bien está basada en hechos reales, no distrae su foco cayendo en los lugares comunes que, teniendo en cuenta el contexto en el cual se sitúa la trama, tranquilamente podrían haber recurrido a los llamados “golpes bajos” o la historia podría haber sido desdibujada al punto de tomar un concepto distinto en lo que respecta a la situación socio-política. El director Hany Abu-Assad toma a los niños como protagonistas, concentrando el foco de la historia hacia el lugar de la inocencia y los sueños, dentro de un mundo plagado de bombas y escombros. Mohammed es el único que sobresale entre su entorno, tiene la iniciativa necesaria para escalar hacia lo más alto, en compañía de su familia y afectos. En este sentido, El Ídolo apela a la emoción, a la manera en que un reality show de canto puede cambiarle la vida a un simple muchacho proveniente de un país donde casi nadie puede entrar o salir. Si bien la trama presenta unos baches narrativos que se ocultan con las historias superpuestas de los amigos del protagonista, nunca se pierde la emotividad en la vida del futuro cantante, con una puesta en escena jugada dentro de la ciudad de Gaza y El Cairo. Lo más destacable dentro del film es la aparición del verdadero Mohammed Assaf que, a través de las imágenes de archivo, le aporta el realismo que la película necesita y todo el sentimentalismo con el que se carga el final, sin caer en los típicos clichés de las biopics. Este drama se mantiene fiel hasta el final, haciendo madurar la historia junto con su protagonista, dentro de una ciudad que nunca imaginó ver nacer una estrella.
SUEÑO DE VOCES Una mezcla de rebeldía, pasión e ingenuidad. Este es el combo que articula la parte inicial de The idol, el primer largometraje de ficción rodado en Gaza en 20 años, que toma como centro la historia del ganador del Arab Idol 2013 Mohammed Assaf. Situada en los primeros años de la década del 2000, la película muestra la infancia de Mohammed, de su hermana Nour y de dos amigos desde la cotidianidad pero con matices de indisciplina, que encuentran su punto máximo en la conformación de una banda. La segunda parte, más cercana en el tiempo, inicia en la juventud de Mohammed, bastante más alejada de los sueños infantiles y con un mayor anclaje histórico y político, aunque sin mostrar una postura o una línea ideológica. Sin embargo, el hecho que rompe la monotonía del trabajo como chofer y su carencia de motivación es la propaganda del casting de Arab Idol que se llevaría a cabo en El Cairo. Más allá del poder enunciativo que implica la huida a Egipto y los obstáculos que el protagonista debe sortear para conseguir una vacante y participar en el concurso y de ciertos momentos efectistas y emotivos que se despliegan a lo largo de toda la película, el trabajo más interesante de Hany Abu-Assad (Omar, Paradise Now) se concentra en al comienzo, en ese contraste de rebeldía e ingenuidad de los chicos y en la conformación de la banda, la cual no sólo expone la necesidad de ser escuchados, sino la determinación para conseguir aquello que se desea. Ese mismo valor se acentúa en el mantenimiento de Nour en el grupo –a pesar de ser una chica–, en el esfuerzo de Mohammed para conseguir dinero para afrontar un duro momento familiar, en el de los cuatro para comprar los instrumentos o dentro del hospital; una característica que parece un tanto extraña hacia los adultos pero de suma importancia para los niños. En la última parte, el director opta por mostrar material de archivo tanto de la ceremonia final como del efecto producido en las calles de Gaza, una celebración que deja de lado, por un momento, las divisiones y los enfrentamientos para aunar al pueblo en un festejo común y en la identificación con una voz; una voz que inicia un camino hacia otros países pero que, a pesar de las circunstancias, mantiene ciertas restricciones en su propia tierra. Por Brenda Caletti @117Brenn
Las historias de superación personal y ascenso social siempre pagan en el mundo del cine. Pueden ser más o menos efectivas en términos visuales pero gozan en general del favor del público. Todos necesitamos ser inspirados y ver como la fibra humana vence las dificultades materiales, al menos en unos pocos casos. Debe haber sido esta la razón por la que Hany Abu-Assad , un cineasta increíble para su medio y ya nominado al Oscar, eligió la historia real de Mohammed Assaf, un aficionado a la música que ganó el concurso de "Arab idol" (franquicia de la versión americana) y se convirtió en una estrella local luego de un largo y complicado derrotero. Abu-Assad intenta en cierta manera hacer una versión menos colorida que el máximo exponente del género ("Slumdog millionaire", si me preguntan), pero con bastante del calor local en relación al conflicto de la zona donde la acción ocurre. Ser palestino no es precisamente hoy en día vivir una existencia relajada y mucho menos pelear para torcer lo que el destino le ha dado en suerte. Por ende, Mohammed deberá hacer su propio via crucis para llegar a cumplir con su sueño (en este caso, llegar a Egipto y hacer su arte). La historia arranca cuando él es pequeño y funciona bárbaro en ese primer tramo. La bandita que el protagonista tiene es adorable y las tribulaciones para conseguir sus primeros instrumentos musicales también. Luego el pibe crece y comienza a sentir que su destino no pasa por el lugar donde está. Y salir de su zona de confort no será precisamente fácil. "El ídolo" es un film correcto, clásica biopic encarnada por una figura con cierta fibra pero pocas condiciones actorales (Tawfeek Barhom no ofrece demasiados matices), discreto en cuanto a su elenco pero aceptable y exótico en cuanto a atmósfera y marco social. Entretiene, no puedo decir que inspire (a mí me hubiese gustado más saber de Gaza que de cómo colarse para participar de un reality show) pero creo que está bien en líneas generales y es entendible que después de dos films muy duros ("Paradise now" y "Omar"), Abu-Assad se haya tomado un respiro para encarar un próximo gran proyecto. Sí tenemos aquí, una película que instala lo político de manera lateral pero se guarda el mensaje de esperanza para impactar hacia el climax de su relato. Se deja ver y aunque no sea de los trabajos más intensos de este cineasta, siempre es agradable acercarse a su cine.
Inspiradora biopic del héroe impensado Se estrena El Ídolo, una película de Palestina y es simple: quiero verla. No pregunto demasiado de qué se trata, cuánto dura o quién la dirige. No, porque si una cosa me fascina es descubrir nuevas cinematografías. Las películas que llegan a las salas -o a Netflix- desde lugares a los que no estamos acostumbrados, son algo más que una hora y media de entretenimiento. Es aprendizaje cultural. Es un rato donde, además de disfrutar una buena historia, se absorbe información que amplía nuestra visión de mundo. Y eso, mis queridos, me resulta fascinante. ¿De qué se trata ‘El ídolo’? Basada en hechos reales, el film cuenta la historia de Mohammed Assaf, un niño palestino que vive en Gaza y sueña con ser cantante. Mientras la tragedia roza su vida familiar y social, se dispone a cumplir su meta: que su voz sea oída. ¿Con qué te vas a encontrar? La película se divide en dos etapas. Mohammed niño, quien con su hermana y dos amigos desafían la autoridad y las convenciones con tal de dedicarse a la música, en un contexto sumamente hostil. La segunda parte se centra en Mohammed adulto, quien decide participar de “Arab Idol” (sí, la versión árabe del famoso American Idol)… Y no te cuento más para no arruinar la trama. El director Hany Abu-Assad lleva adelante un relato accesible que permite visualizar parte de la problemática de quienes viven en Gaza desde la particularidad de un niño que solo sueña con dedicarse a cantar. El verdadero Mohammed dijo sobre el film: “El 80% es real, y el otro 20% es ficción. Pero ese 20% explica mucho mejor lo que ocurrió que la propia realidad”. “El ídolo” pasa de la más cruda realidad del aislamiento y la tragedia a la aparente liviandad de un show televisivo. Dos universos opuestos atraviesan la vida de este joven en busca de la hazaña, resultando en una biopic interesante que vale la pena ver. Puntaje: 7/10 Título original: Ya tayr el tayer / The Idol Duración: 98 minutos País: Palestina Año: 2015