Todos aquellos que nos echamos las manos a la cabeza cuando el Estudio Ghibli anunció que cerraba sus puertas en cuanto a nuevas producciones animadas se refiere (en otras facetas como la de participar en proyectos ajenos en calidad de coproductores o en la venta de merchandising de la marca siguen actuando) podemos estar tranquilos, ya que su legado de indiscutible calidad sigue más vivo que nunca, gracias a una serie de autores y productoras -en este caso la Toho- que, si bien aún no han logrado alcanzar el nivel de excelencia de los Miyazaki o Takahata de turno (el listón es muy alto, no lo vamos a poner en duda), se les acercan bastante.
Ren es un pequeño, que acaba de perder a su madre en un accidente, con su padre habiéndose separado de su mamá y sin poder ser su tutor legal, decide escapar de su nueva familia y vaga por las calles de Shibuya. Así es como conoce a dos extraños seres con los que intercambia unas palabras, y decide seguirlos. Sin proponérselo terminará en El Reino de las Bestias, donde será el aprendiz del osco Kumatetsu, de quien aprenderá y a quien le enseñará, que siempre hay motivos por el cual alegrarse y vivir. Antes de empezar la review, debo aclarar que quien les escribe, no es un gran experto en anime (de hecho, todo lo contrario), así que la siguiente opinión es mas de un espectador casual que de un conocedor del tema. Una vez aclarado esto, empecemos. Lo primero que hay que decir sobre El Niño y la Bestia es que no estamos ante un film para chicos, o al menos no muy pequeños. Primero por su duración, que ronda las casi dos horas; y segundo, por la temática que toca, donde los personajes lejos de ser caricaturas de los clichés del género, sufren como personajes adultos. Esto se nota enormemente en el guión escrito por Mamoru Hosoda (quien también es el director del film), donde la historia se toma su tiempo para ir contando de a poco a lo que se debe enfrentar Ren y su difícil camino para crecer. Pero lo interesante de la historia, es que cuando parece que todo se encamina y ya podemos ir adivinando qué va a pasar, da un giro total, con un salto de tiempo incluido, y vemos a Ren ya adulto, siendo discípulo y amigo de Kumatetsu y queriendo reinsertarse en la sociedad de los humanos, provocando un nuevo conflicto al ya establecido. Pero ahí quizás radica el único problema de la película, y es que por momentos, y en especial en el tramo final, se siente larga, con la historia siendo innecesariamente estirada para querer contar algo más; siendo que quizás hasta era mucho más natural y orgánico que ese arco argumental se vea en una posible secuela. El Niño y la Bestia es una buena película, que pese a un tercer acto algo extenso, es bastante entretenida y disfrutable, y que claramente apunta a un público más adulto. Ideal para ir al cine si uno se quiere alejar de los grandes tanques que están en cartelera o próximos a estrenarse.
Deidades de Oriente. De por sí cualquier propuesta que permita diversificar y/ o enriquecer la cartelera argentina siempre será más que bienvenida, lo que por supuesto implica que -considerando el alcance de la pauperización del mainstream de los últimos lustros- no nos podemos dar el lujo de ponernos exquisitos con la tipología (hablamos de cualquier film embanderado en un género, estilo o corriente autoral con poca representación por estas tierras). Si sumamos la posibilidad de que un anime “no rubricado” llegue a las salas comerciales tradicionales y que la obra en cuestión sea el trabajo más reciente de una de las voces más interesantes de los últimos años, el panorama resulta en verdad irresistible: en efecto, El Niño y la Bestia (Bakemono no Ko, 2015), de Mamoru Hosoda, se despega generosamente de lo que ha sido el común de las películas seleccionadas por los distribuidores para su estreno en Argentina. Tan lejos de los opus de Hayao Miyazaki como de los esperpentos de la franquicia eterna de Dragon Ball Z, algo así como los dos extremos cualitativos en los que se resume casi toda la “experiencia anime” de nuestro país, aquí el realizador supera con creces lo hecho en Summer Wars (Samâ Uôzu, 2009) y se ubica en el mismo nivel de la prodigiosa Wolf Children (Ookami Kodomo no Ame to Yuki, 2012), su faena inmediatamente anterior, otorgándole un toque ameno -cercano a lo que podríamos definir como la versión japonesa del cine familiar- a motivos clásicos del anime como el abandono, la relación pedagógica, el proceso de adaptación, el vínculo paterno, las amistades, los desequilibrios de la adultez, la segregación, las pugnas profesionales y finalmente la construcción de la identidad. En esta ocasión Hosoda parece decidido a aprovechar al máximo toda la efusividad del género. Precisamente, la trama está centrada en dos personajes que se pasan gran parte del metraje a los gritos, furiosos y dedicándose una linda colección de improperios, amenazas, jactancias y reclamos de la más variada índole: Ren (interpretado por Aoi Miyazaki de niño y por Shōta Sometani en la fase adolescente), un joven de 9 años que ha perdido recientemente a su madre, descubre un pasadizo hacia el Mundo de las Bestias, un lugar mágico en el que habitan animales antropomorfizados y donde se convertirá en discípulo de Kumatetsu (Kōji Yakusho), un ser similar a un oso que aspira a transformarse en el líder de su comunidad, en el nuevo Gran Maestro. Lo que comienza siendo apenas un “requisito” que se le impuso a Kumatetsu en su camino hacia la cima, el hecho de seleccionar un alumno, pronto deriva en una relación de enriquecimiento mutuo basada en la soledad, el brío y la rabia de ambos. Desde ya que la historia se irá complejizando de a poco a medida que Ren crezca, sienta curiosidad por aquel Mundo de los Humanos que dejó atrás y hasta pretenda construir un vínculo con su padre biológico, circunstancias que a su vez se superponen con el tiempo de definiciones que le espera a Kumatetsu, quien deberá enfrentarse con Iōzen (Kazuhiro Yamaji), un guerrero mucho más respetado y de aspecto cercano a un jabalí, para coronarse como una futura deidad. A diferencia del cine norteamericano y su obsesión con eliminar cualquier atisbo de animación tradicional en los tanques infantiles, la industria japonesa suele combinar a conciencia las características más importantes de esta última y los CGI, redondeando una síntesis muy bella en la que han desaparecido por completo los contrastes molestos -entre los fondos y los personajes- del “período de transición” de la década del 90. Otro punto de ruptura para con los engranajes de Hollywood pasa por la introducción de una visión animista de la naturaleza, algunas compulsiones del honor, una buena dosis de humor negro, cierta ciclotimia a nivel narrativo, violencia explícita y una andanada de interrogantes alrededor de la responsabilidad moral detrás de los actos de cada día. Este tamiz adulto, “marca registrada” de los nipones, va sumando capas al relato y evita que caigamos en otra experiencia más de aprendizaje, de esas que pululan hasta el cansancio en el séptimo arte: El Niño y la Bestia no abre nuevos horizontes para el anime pero consigue pulir todos los tópicos infaltables de la vertiente, esos que los japoneses sienten como propios y nosotros en Occidente podemos catalogar como una conjunción muy altisonante de sintoísmo y budismo, siempre en pos de la reconciliación espiritual y la reencarnación…
El buen amigo gigante Una buena historia de aventuras para toda la familia con sello japonés. Si conseguir un lugar en la cartelera comercial es complicado para cualquier producción no destinada a un público infantil o sin el respaldo de una major detrás, qué decir de una película japonesa de animación. En ese contexto, el estreno de El niño y la bestia es prácticamente un milagro en medio de un panorama cada día más concentrado en las propuestas de Hollywood. Lejos del cine elegíaco de Hayao Miyazaki pero también de las explotaciones de franquicias de amplia trayectoria televisiva (Dragon Ball, Los Caballeros del Zodíaco), El niño y la bestia toma varios de los temas predilectos del mundo del animé (la soledad, el miedo, el desamparo familiar, la fantasía inmersa en el mundo real) para construir un luminoso y a la vez trágico relato de iniciación. El protagonista es Ren, un niño de 9 años en pleno duelo por la pérdida reciente de su madre, que descubre un portal para ingresar a un mundo paralelo poblado por animales antromorfizados y seres sobrenaturales, donde entablará una particular relación con un oso gigante y de bíceps tamaño Dwayne “The Rock” Johnson llamado Kumatetsu. El realizador Mamoru Hosoda muestra cómo el vínculo entre ambos va de la desconfianza al apego, de la suficiencia a la inspiración, siempre atendiendo a la vertiente más trágica de un relato poblado por seres solitarios, marginados de su entorno. Algo obstinada en su búsqueda por dejar un mensaje, El niño y la bestia, se dijo, no alcanzará los picos dramáticos ni de genuina emoción de Miyazaki, pero es una digna historia de aventuras para toda la familia.
La diversidad de géneros en el país del sol naciente brindan siempre un abanico de gustos para todas las personas que muestren interés en ello, lamentablemente muy pocas llegan a las salas argentinas pero no quita que cada tanto se cumpla la cuota con alguna joya de aquel país. Por ello mismo es una grata sorpresa ver la llegada del “Niño y La Bestia” última obra de Mamoru Hosoda (“Summers “Wars”, “Niños Lobos”) que cumple con la formula básica del cine de género fantasioso, un conflicto heroico, drama familiar y una moraleja que puede partir en dos el alma del espectador. El Venerable Maestro busca un nuevo heredero, por ello mismo ha elegido dos potenciales sucesores: El aplicado y popular, león Iôzen y por el otro lado está el marginado y furioso Kumatetsu, un temperamental oso-mono que no tiene ningún aprendiz a su cargo por su mala reputación, condición fundamental para poder competir con su rival. Mientras en el mundo terrenal se encuentra Ren un niño de 9 años que ha escapado de casa luego de que su madre falleciera y su padre perdiera la tenencia. Mientras vagaba por la ciudad escapando de la policía, la bestia encuentra al joven que le propone unirse a él. Finalmente el niño lo persigue a través de los callejones de la ciudad para encontrarse en un mundo gobernado por animales antropomorfos. De ahí hacia delante la vida de Ren, ahora bautizado Kyûta, estará unida a su maestro en una travesía llena de risas y lágrimas con un final que los dejara unidos por siempre. Hosoda, en su cuarto film, recrea una vez más la atmósfera de humanos/animales que le funcionó en Summer Wars y Los Niños Lobo, y retoma elementos como el torneo de combate y el conflicto de crianza para fundirlos en un solo argumento. Predomina en El Niño y la Bestia la temática de “hijo del corazón”, con personajes carismáticos y una gran profundidad y desarrollo. La animación empleada mantiene rasgos característicos del director: elementos 2D sobre ambientes tridimensionales junto a recreaciones de sitios reales. El diseño de personajes mantiene el estilo habitué que combina seres antropomórficos con diferentes oficios El cine japonés mantiene un público fanatizado por toda la cultura nipona junto a un creciente grupo de espectadores que de a poco se sumerge en un genero reverenciado por tantos. El Niño y la Bestia se deja apreciar por cualquier espectador que esté dispuesto a sumergirse en el cine animado que Hosoda propone. El film lo podrán disfrutar los más chicos, por la inocencia de la historia, y los adultos, por el contenido de su moraleja: una historia para todas las edades.
Divinidad oriental Dentro de uno mismo convergen muchísimas emociones: desde la felicidad a la tristeza y desde la maldad hasta la bondad. Extremos opuestos conviven dentro de uno mismo. Mamoru Hosoda nos trae El niño y la bestia, una película de animación japonesa que cuenta la historia de Ren, un chico huérfano, que caminando por la calle, al atravesar un callejón ingresa a un mundo donde los animales caminan en dos patas y hablan como si fuese lo más normal del mundo. Al entrar ahí, se encuentra con Kumatetsu, un oso con habilidades guerreras extraordinarias. La película tiene de todo: la típica imaginación japonesa para la animación, el honor de los japoneses y esa sabiduría profunda que suelen tener. Es difícil encontrarle algo negativo, lo único que podría decir es que no la consideraría una película para niños, porque no creo que entenderían por completo el film, pero más allá de eso, es una producción disfruta le para los jóvenes y adultos que disfruten de este tipo de cine. ¿Será el año para el cine japonés en los Oscars? Una nominación merece mínimo.
AVENTURAS OSADAS, DISTINTAS Y FASCINANTES De Mamoru Osada fascinara a grandes y chicos. Aún para aquellos que por primera vez se aventuran en el anime (seguro que el adulto acompañante). Es que este director, al que algunos quieren hacer sucesor de otros maestros, tiene voz propia y nos brinda un film con una épica, una originalidad, que logra mezclando las técnicas más modernas de animación con las tradicionales, y un argumento muy atractivo. Un niño que a la muerte de su madre, lejos de su padre, elige huir de su familia. Descubre la entrada a un mundo paralelo, de animales antropomorfos, un maestro bruto y malhumorado y con todo en contra se adaptara a ese mundo y se formara como un luchador con grandes destinos. Animales que pueden parecer humanos y se transforman en bestia, adultos que no entienden, sentimientos que se visualizan, el odio es un agujero negro por ejemplo. Aventura, entretenimiento, emociones. Para no perdérsela
Mi lado animal El nombre Mamoru Hosada no es tan habitual en la cartelera local como pueden ser Hayao Miyazaki o Takeshi Kitano. Sin embargo el director nipón cuenta con un amplio reconocimiento a nivel internacional. Director de las dos primeras películas de la serie Digimon Adventure y la sexta entrega de la serie One Piece, Baron Omatsuri and the Secret Island (Omatsuri danshaku to himitsu no sima, 2005), Mamoru Hosada trabajó para las compañías Toei Animation y Madhouse antes de crear, en 2011, su propio estudio de animación, Studio Chizu. En su filmografía se destacan La chica que saltaba a través del tiempo (Toki wo kakeru shojo, 2006), Summer Wars (Sama wozu, 2009) y Wolf Children (Okami Kodomo no Ame to Auki, 2012). El niño y la bestia (Bakemono no ko, 2015) se presentó en los festivales internacionales de cine de Toronto, San Sebastian y Londres, participando en la competencia oficial del festival español, caso anecdótico tratándose de un film de animación. En ella se narra la historia de amistad entre Kyuta, un niño solitario que entabla amistad con Kumatetsu, un animal al que conoce al pasar del mundo de los humanos a Jutengai, un universo paralelo donde reinan los animales. El niño transgrede las normas en el mundo humano, e indaga en otras tierras en busca de su ansiada libertad. Amigos pero también bajo el vínculo de aprendiz y guía, esta dupla enfrenta diversos obstáculos que les propician varias enseñanzas, configurando un relato de iniciación. Mamoru Hosada no tiene el estilo poético y visual de su par Hayao Miyazaki. Se trata de una historia de acción y aventuras, donde prevalecen las artes marciales como recurso fantástico propio del animé japonés. El fuerte del director son los vínculos familiares entre personajes que la animación le posibilita en la convivencia fantástica entre hombres y animales. De este modo el realizador sigue la línea trazada en su anterior film Wolf Children (donde trabaja otro vínculo, el de madre e hijo), con una fuerte influencia de varias leyendas japonesas que, según asegura el autor en una entrevista, tuvo en cuenta para la escritura del guión -realizado por él mismo-, así como en el diseño del entorno visual del film.
Maestro y discípulo contra la oscuridad El camino del conocimiento, tanto de cada individuo como del mundo que lo rodea, es un tema común en el cine que apunta al público familiar. En El niño y la bestia está representado a través de la relación maestro-discípulo, algo que también suele repetirse en este tipo de películas, desde Star Wars y Karate Kid hasta Kung Fu Panda. Basándose en leyendas japonesas y chinas, el director y guionista Mamoru Hosoda cuenta en este film la historia de Ren, un chico que se queda solo tras la muerte de su madre y la ausencia de su padre. El chico no quiere quedarse con los adultos que tienen su custodia y se escapa por las calles de una bulliciosa ciudad japonesa de la actualidad. Al esconderse en un pasadizo muy angosto, Ren descubre la entrada a la ciudad de las bestias, que tienen su mundo aparte lejos de los humanos. Ahí es donde conoce a Kumatetsu, una bestia muy fuerte, que es un muy buen luchador, pero desordenado, malhumorado e incapaz de conseguir un discípulo que lo soporte. A pesar de que se llevan muy mal, el chico y la bestia logran establecer una relación de mentor y alumno, de la que ambos salen fortalecidos y mejorados. Los trazos básicos de la historia de El niño y la bestia no salen de lo común, pero lo que la distingue son los detalles que le dan una dimensión espiritual. Lo central en la película, más allá de la aventura y las escenas de entrenamiento, es la transformación interna profunda de ambos protagonistas y de los otros personajes que los rodean. Esa evolución se da siempre gracias al intercambio con otro, por compartir lo que cada uno sabe, borrando la verticalidad en la relación entre maestro y discípulo. La lucha de los humanos contra la propia oscuridad interna es otro de los grandes temas de la película y se completa con una referencia a Moby Dick, a la que se le debe una de las secuencias más impactantes en lo que se refiere a la estética del film. Todas estas enseñanzas no están presentadas de forma sutil y, sin embargo, eso no resulta molesto. El niño y la bestia se disfruta porque los temas que trata están enmarcados en un historia tierna y divertida, contada con una impecable animación de estilo japonés clásico, aggiornado con técnicas modernas.
El cineasta Mamoru Hosoda es poco conocido en nuestro país, tiene una gran delicadeza, ingenio y el film es visualmente hermoso. Posee un buen nivel narrativo, momentos emocionales, buenos diálogos, bien colorida, llena de mensajes interesantes, su música le da los toques precisos.
Los cines le dan un espacio al anime con el estreno de El niño de la bestia de Mamoru Hosada. Un día, Kyuta, un niño solitario que vive en Tokio, cruza la frontera al otro mundo y entabla una amistad con Kumatetsu, una criatura sobrenatural aislada en un mundo fantástico, convirtiéndolo en su amigo y guía espiritual. Un encuentro que los llevará a vivir multitud de aventuras. Miyazaki puede que se haya retirado pero sus discipulos se mantienen activos en los últimos años; este es el caso de Mamoru Hosada; que dirigió la esplendida Summer Wars. El niño y la bestia toma algunos aspectos visuales de la factoría Miyazaki y el concepto de mundo fantástico escondido entre nosotros. La paleta visual, como era de esperar, ya de por si es una obra de arte. El paso de las estaciones, la construcción de las ciudades (el contraste entre el lugar de los humanos y las bestias); y el modelado de los personajes expresa lo mucho que ha avanzado la animación fuera de Hollywood. Lo espiritual también esta presente con el concepto de la espada y el corazón; y la oscuridad de los humanos frente al mundo animal. Pero en donde se destaca la obra es en su narración. Los protagonistas hacen una completa empatía con el espectador; y a medida que crecen; lo hacen física y mentalmente de una manera muy natural. A pesar de ser tan distintos por fuera; su personalidad son dos gotas de agua, juntos se completan; Kyuta y Kumatetsu terminan encontrando lo que buscan en el otro.
Inteligente fábula japonesa con imágenes fascinantes El director de “Los niños bobos” y “La chica que saltaba a través del tiempo” combina buenos gags con bastante acción, en un film que los adultos pueden disfrutar tanto como los chicos. Un chico rebelde con problemas familiares se escapa y deambula solo por una ciudad japonesa, hasta que un extraño atajo sobrenatural lo lleva a un mundo paralelo, el mundo de las bestias. Bestias que son mucho más humanas que los humanos, donde se vuelve discípulo de una especie de samurái oso y recibe consejos de un sacerdote cerdo. Para empezar, "El niño y la bestia" tiene ese delirio totalmente demente pero fascinante que sólo consiguen los mejores films de animación japoneses, y también está lleno de imágenes alucinantes, que impactan sobre todo en los grandes planos generales de las ciudades, tanto de las habitadas por humanos como la de estas curiosas "bestias". El director Mammoru Hosuda, premiado en cuanto festival compitieron sus películas, que incluyen títulos como "Los niños lobos" y "La chica que saltaba a través del tiempo", maneja muy bien el equilibrio entre delirio, misterio y humor lunático, logrando combinar buenos gags con bastante acción, incluyendo un formidable duelo samurái en el que los guerreros nunca usan sus espadas. También hay un mensaje sobre el peligro que conllevan los humanos para los animales, ya que los hombres tienen una tendencia a la oscuridad que las bestias nunca tendrán. Este es el tipo de film que pueden disfrutar tanto chicos como adultos y se lo puede recomendar a todo tipo de público.
Así como no se debe juzgar un libro por su tapa, tampoco es justo juzgar una película por su trailer. En tiempo donde los avances pueden arruinar buena parte del film, otras veces también pueden servir como desanimo para verla completa. Superada la barrera de un cebo que parece desalentar la apreciación de la película, El niño y la bestia demuestra que todas las buenas críticas que ha recibido casi unánimemente a lo largo del mundo, son más que justificadas. El director de Summer Wars y Los niños Lobo se muestra como posible heredero del genio del anime Hayao Miyazaki, luciendo una historia en donde no faltan personajes entrañables y por momentos adquiere proporciones épicas al mejor estilo Princesa Mononoke. Así como el protagonista deambula entre dos mundos (el de los humanos y el de las bestias), el director Mamoru Hosoda decide trazar su camino entre la animación digital y la tradicional. El resultado es audaz y hasta parece posicionarse un paso por delante de las animaciones que acostumbramos a consumir en occidente. El enfoque intimista del director sobre sus personajes eleva la historia a un plano extraordinario y emocionalmente cargado de empatía hacia ellos. La fantasía se apodera del film y resulta imposible no dejarse llevar. El viaje del protagonista atraviesa momentos donde indaga sobre la pertenencia, la sensibilidad de un niño y la nobleza por sobre todas las cosas. Todo acompañado de escenas de acción perfectamente orquestadas que evitan cualquier tipo de ostracismo a lo largo de las casi dos horas de metraje. Por suerte el cine de animación japonés es mucho más que Estudio Ghibli, y si bien la mayoría de las películas de anime actuales quedaron y seguirán quedando marcadas por el sello de su factoría, una nueva generación de realizadores parece haber asumido la responsabilidad de seguir recorriendo ese camino que tantas alegrías proveyó a los amantes del buen cine y las buenas historias.
La fuerza del corazón: por qué ver el animé japonés "El niño y la bestia" La elogiada animación japonesa El niño y la bestia es un relato de iniciación conmovedor y necesario, que incita a sacar el lado positivo de las personas. Que en el contexto de la cartelera comercial se estrene un animé (animación japonesa) como El niño y la bestia es casi un milagro. No debería pasar inadvertido. Las películas necesarias son las que dan batalla al estado de las cosas, las que vienen a proponer un mensaje de amor en un mundo dominado por el odio. Los padres de Ren se divorciaron. La madre murió en un accidente. El padre se fue sin dejar rastros. Las cosas no están fáciles para el niño, quien decide escaparse de sus tutores para vivir solo. El odio que siente contra todos es una fuerza que a veces no puede controlar. Paralelo al mundo de las personas está el mundo de las bestias: Jutengai. Allí irá a parar el joven Ren de casualidad, y allí será adoptado como discípulo por el solitario y marginal Kumatetsu, una de las dos bestias más fuertes del lugar. Kumatetsu tiene de rival a Iozen, la bestia popular. Los dos compiten para ser el heredero del gran maestro, un conejo socrático que está a punto de retirarse para reencarnar en un Dios. Kumatetsu rebautiza a Ren como Kyuta. Ren no quiere saber nada con que Kumatetsu le enseñe artes marciales. Pero de a poco el niño empieza a seguir los pasos de la bestia. En el fondo son lo mismo. Y no sólo es el alumno el que empieza a mejorar sino también el maestro. Ya adolescente, Kyuta vuelve a su mundo y conoce a Kaede, una joven estudiosa de la que se enamora. Luego llega el surgimiento del enemigo y una lectura acertada de Moby-Dick. Dirigida por el aclamado director Mamoru Hosoda (La chica que saltaba a través del tiempo), El niño y la bestia es una película de iniciación, que incluye de manera secreta lo esencial de la filosofía nipona (con la búsqueda interior como brújula que orienta la aventura del personaje principal) y que toca diversos temas, como el de la soledad, el amor, la amistad, el perdón. El filme atrapa desde el primer momento y es imposible no involucrarse con el crecimiento espiritual y físico de Ren. Tiene secuencias refulgentes (como cuando aparece la ballena gigante en el medio de Tokio) y personajes adorables (todos tratados con el mismo respeto y cariño). El niño y la bestia es una joya cargada de humanidad, que enseña que la bondad es el único antídoto contra todos los males de este mundo.
El niño y la bestia es el nuevo trabajo de Mamoru Hosoda, un director que en los últimos años adquirió reconocimiento con muy buenas películas como fueron La chica que saltaba a través del tiempo (2006) y Wolf Children (2012). Dos producciones que fueron muy bien recibidas por los amantes de la animación japonesa. Este film de Hosoda tranquilamente podría ser considerado como el equivalente masculino de El viaje de Chihiro por la temática central que trabaja y el modo en que se fusiona la fantasía con la realidad. En ambas producciones se desarrolla un típico coming of age donde el personaje principal a través de una aventura atraviesa el paso de la niñez a la adultez. La principal diferencia entre estos filmes pasa por el enfoque con el que cada director abordó este tema. Hosoda centró su relato en el terreno de las artes marciales para elaborar un cuento donde la relación entre el maestro y el discípulo juega un papel fundamental. Un vínculo que por momentos trae al recuerdo la relación que se gestaba en La isla del tesoro, de Stevenson, entre Jim y el pirata Long John Silver, quien tiene una personalidad parecida a la Bestia que se convierte en el mentor del joven Ren. Esta es una de las películas más complejas que hizo Hosoda donde combina un relato de fantasía con cuestiones más espirituales relacionadas con las artes marciales que son muy interesantes. Obviamente la historia ofrece impecables secuencias de acción que son entretenidas de ver, pero el principal atractivo pasa por la transformación que experimenta el protagonista a lo largo de la historia. Desde los aspectos más técnicos, El niño y la bestia es una producción de gran calidad donde sobresale el realismo que le dieron a los escenarios del mundo real y la creatividad que presentan el Reino de las bestias, con personajes muy atractivos. Una gran propuesta para disfrutar en el cine que sin duda consolida a Mamoru Hosoda como uno de los mejores realizadores que tiene actualmente el animé.
Amigos son los amigos Las películas de aprendizaje y crecimiento suelen tener un tono similar, en el que se ponen en primer plano las asimetrías entre maestro y discípulo. "El niño y la bestia" apunta en otra dirección, y ese es uno de los aciertos de este filme del reconocido director Mamoru Hosada que tuvo el privilegio de haber sido la primera película animada que participó del festival de San Sebastián. "El niño y la bestia" no solo tiene la originalidad de poner casi en el mismo plano de igualdad a los dos protagonistas, sino que suma varios puntos más a partir de un argumento simple pero dramático, con grandes dosis de acción y fantasía, y que se desarrolla entre mundos paralelos. Todo comienza con Ren, un chico a quien se le muere su madre. Luego del posterior abandono de su padre, Ren deambula perdido y hosco por las calles de uno de los barrios de Tokio. En eso está hasta que atraviesa un portal que lo lleva al mundo antropomorfo de de las Bestias que cambiará su vida. Allí conocerá a Kumatetsu, otro ser impulsivo y malhumorado que lo tomará como aprendiz. Lo que parecía imposible sucede, y allí vuelve a acertar el director, al desbalancear el equilibrio y mostrar que el aprendizaje es una tarea compartida, con sensibilidad, pero sin sensiblería.
Es el nuevo trabajo del realizador y animador japonés Mamoru Hosoda. Sus dos films anteriores “Summer Wars” (2009) y “Wolf Children” (2012) habían pasado por el BAFICI solamente siendo “El niño y la bestia” (2015) el primero en llegar al circuito comercial, pero solo se estrenó en las salas de Hoyts y de Cinemark. El relato comienza mostrando la ciudad más poblada de Jutengai, el mundo de las bestias, cuyo Lord se encuentra próximo a convertirse en un dios y por ello ha decidido buscar un sucesor. Muchos se han ido preparando para obtener el tan ansiado puesto pero solo dos han quedado como candidatos y son totalmente opuestos. Por un lado, Iozen, un león de buen carácter, amable, con dos hijos: Ichirohiko y Jiromaru, con muchos aprendices y admiradores; y por el otro, Kumatetsu, un tipo bruto, fuerte, grosero, holgazán, egoísta y triste, sin hijos, ningún aprendiz a su cargo, y que solo tiene dos amigos: Hyakushubo, un monje de entrenamiento bastante sabio, y Tatara, un personaje algo cínico pero tranquilo. Mientras tanto en Shibuya, Tokio, un niño de nueve años llamado Ren acaba de perder a su madre con quien vivía desde el divorcio de sus padres, y como no quiso quedarse con sus tutores legales, escapó de su casa enojado con todos y ahora deambula solo por la ciudad. Debido a la sugerencia del Lord de tomar un aprendiz, Kumatetsu cruza al mundo humano en su búsqueda porque en su mundo nadie lo quiere como maestro, y es ahí cuando ve a Ren, quien termina escapando de la policía y tras ingresar por accidente en un extraño edificio lleno de pasillos, pasa al mundo de las bestias donde es rescatado por Hyakushubo. Cuando Kumatetsu lo ve, lo reconoce y lo toma como aprendiz, con el permiso del Lord y a pesar de las protestas de Iozen por tratarse de un humano que se supone no debería estar allí, porque… “los humanos son frágiles y por ello tienen oscuridad en sus corazones”, y como la oscuridad no se puede controlar ambos mundos están separados. Kumatetsu lo lleva a su casa y comienza a llamarlo Kyuta, que significa nueve, en relación a la edad del niño. Kumatetsu es impulsivo y no tiene paciencia para enseñar. Para tener un aprendiz hace falta compromiso y responsabilidad, algo de lo cual no tiene mucha idea, por ello la relación con el niño se convertirá en un gran aprendizaje para él, y afectará la vida de ambos, haciendo de Kyuta un jóven fuerte y seguro de si mismo, y de Kumatetsu un buen maestro con el cual muchos querrán entrenar, y de paso un individuo un poco más sabio. Kyuta / Ren, visitará el mundo humano donde conocerá a Kaede, una jóven que se convertirá en su amiga; pero una vez allí descubrirá también que hay algo de su pasado que deberá superar para sanar por dentro. Mamoru Hosoda escribió el guión además de dirigir la película, que se destaca por tener una gran calidad de animación propia del animé japonés, una narración sólida, una historia dramática y profunda, y personajes bien delineados que a pesar de no ser de carne y hueso logran conmovernos, como ha ocurrido con sus trabajos anteriores. Aparece en el relato una referencia a la novela de Herman Melville “Moby Dick”, siendo la ballena que perseguía el Capitán Ahab, el espejo de si mismo, y en este caso de uno de los personajes. La película toca los siguientes temas: “se debe educar con el esfuerzo y con el ejemplo”; el significado de la fuerza interior es diferente para cada persona, “solo cuando conoces tu fuerza sabes quien eres”; los poderes no son para presumir sino para el bien de todos; “eres hijo de una bestia criado por bestias”… ¿quien será la verdadera bestia?…; “todos cargamos con alguna forma de oscuridad interior”, para acabar con ella debemos sanar la parte emocional; hay que entender al enemigo para poder vencerlo; la figura paterna: Kyuta ve a Kumatetsu como maestro y como padre; el verdadero poder interior viene del corazón. No recomiendo este film para niños pequeños debido a la profundidad del mismo según lo expuesto anteriormente, y teniendo en cuenta que dura casi dos horas.
Es la mejor película de la semana, y por eso, lugar de honor. La historia es la de dos mundos, el nuestro y otro fantástico. Un niño de “aquí” pasa “allá” y es adoptado como aprendiz por un guerrero con forma de oso o lobo. El niño crece, conoce su mundo, madura, se enamora, deja el hogar y algo hace que ambos universos choquen, lo que lleva a un enfrentamiento épico. El film es una animación japonesa perfecta, con hermoso diseño de personajes y ambientes, contada en el tiempo justo, que ni se apresura ni se detiene, y que, además del gran espectáculo de la imaginación desatada (en un estilo que promedia el de Miyazaki con el de Satoshi Kon), provee un relato emotivo de una ternura que nunca aparece como sobreactuada. La fábula sobre crecer y abandonar el hogar se transforma aquí en una fantasía, lo que explica no solo para qué sirve la fantasía (una lupa que nos permite ver mejor aquello que sentimos) sino que también la justifica. Hay momentos donde la imaginería visual realmente sorprende, incluso al espectador más entrenado en el animé (que hace muchísimo ha dejado de ser una animación restringida para ser de una perfección notable). Mejor que todos los grandes “tanques” de vacaciones de invierno juntos o combinados: hágale un favor a sus chicos (y a usted también) y anímese a ver esta película. De nada.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Un papá genial. Pocas veces tenemos la oportunidad de ver en los cines argentinos una película de animación japonesa. Y ni hablar si las piezas no pertenecen a Studio Ghibli o, excepcionalmente, a grandes que han triunfado como series. Ejemplos de esto se da con las dos películas de Dragon Ball: La Batalla de los Dioses y La Resurrección de Freezer. El niño y la bestiaMágica y reflexiva, Mamoru Hosoda nos trae una historia de tenacidad, dolor y reconciliación. Es necesario aclarar que hablamos del autor de la tan popular Los niños lobo. Sin embargo, El niño y la bestia fue el debut de Hosoda en las pantallas argentinas. Aunque a primera vista creemos que nos encontramos con una película infantil, con el correr de las escenas descubrimos que no es ese el público al que apunta. Ren tiene nueva años y acaba de perder a su mamá y quedará a cargo de unos familiares que mucho no le agradan. Ante esto decide huir, y vaga por las calles de Shibuya acompañado de una especie de ratoncito blanco. Escondido entre las sombras de la ciudad conoce a Kumatetsu, un oso bastante rudo que le pregunta de malos modos si quiere ser su discípulo. Ren lo sigue y termina transportándose al mundo de las bestias. Resulta que en este mundo el gran Señor ha decidido que reencarnará, y como tal necesita un sucesor. Kumatetsu es uno de los principales candidatos, pese a que su mala educación le juega en contra, el gran Señor le pide que tome un discípulo para poder competir por el título. Kumatetsu es bruto y arrogante, y como tal no tiene experiencia como mentor. Sin embargo toma a Ren como su discípulo apodándolo Kyuuta (Kyuu: 9 en japonés) y se convierte en la primera bestia que trae a un humano a ese mundo. La convivencia entre Kyuuta, Kumatetsu y los amigos de este último se hace bastante caótica pero de alguna manera parece funcionar. La figura paterna que le ofrece Kumatetsu a Kyuuta es la que tejerá los hilos de la historia. Parece al principio un cuento típico, pero como Hosoda suele hacer, lo predecible se torna impredecible y nos encontramos en un terreno de auto superación. El desarrollo de Kyuuta trae consigo las dudas de todo joven, quien tiene que lidiar con ser un humano en un mundo de bestias y un niño salvaje en el mundo humano. Los cambios alteran el orden de su vida pacifica con Kumatatsu y el vínculo entre ellos tambalea. El arte es palabra mayor en este caso con escenarios coloridos, realistas y fantasiosos en perfecto equilibrio. La pieza es algo larga y se hace densa al inicio pero el autor logra proponer un desenlace ordenado, sin caer en lo apresurado y con maravillosas reflexiones. Los distintos personajes secundarios condimentan la trama, y le dan ese toque maravilloso y humorístico, aunque sean la calma que precede a la tormenta. Conclusión: El niño y la Bestia no es una película para menores de 10 años, ya que los aburriría y se perderían de la magia que trae esta historia. Ideal para ver con púberes y adolescentes, y para el adulto que sabe disfrutar el cine de animación japonesa. Una película que perdura en el tiempo, dibuja sonrisas y lágrimas.
BESTIA DE CORAZON Antes de escribir una sola palabra sobre la película en cuestión, debo sincerar un hecho: no soy ni de lejos cultor del animé. No lo consumo por simple preferencia y ni siquiera soy presa del prejuicio porque no lo considero un género menor. Por el contrario, creo que ha dado grandes obras que han servido de inspiración a muchas otras que tomaron de sus características y conceptos para incorporarlos al live action. Y si no, que lo desmientan los hermanos Wachowski. Pero también debo admitir que el visionado de El niño y la bestia fue una experiencia muy placentera y visualmente impresionante. Aclarado esto, hablaré sobre la película en sí sin atenerme a marcos referenciales que me son ajenos, una vez más, por pura elección. El planteo de la historia es simple en principio, un niño extraviado en plena urbe es tentado por un par de sujetos misteriosos para convertirse en aprendiz. El chico no reacciona de inmediato y se muestra parco pero cuando decide seguirlos se encuentra zambullido en un mundo de fantasía, una realidad paralela en la que todos sus habitantes son una suerte de animales humanizados regidos por divinidades que reencarnan en objetos místicos de su elección luego de disputar torneos en los que impera por sobre todo la honorabilidad. Ren, tal el nombre del protagonista, se pone bajo la tutela del hosco oso-humanoide que le da asilo -la bestia del título- pero en lugar de darse un camino aprendiz-maestro al estilo Karate kid, la simbiosis lleva a que ambos aprendan -quizás más el tutor-, a potenciar sus habilidades y que se logre una relación tan entrañable como extraña y poco definida. Ren crece en ese mundo, se convierte en un guerrero respetable pero en determinado momento vuelve a conectarse con el lugar del que proviene y comienza a alternar su vida entre uno y otro para encontrar y elegir una realidad propia. Lo ayudan en eso el riesgo en el que se pone su tutor encarando nuevos desafíos y un humano -ridículamente camuflado desde su niñez- que como él ha caído en ese mundo paralelo pero con el plus de tener tanto una habilidad telequinética muy poderosa como un rencor que no puede ser contenido y no tardará en explotar. Si bien a medida que avanza la trama se pone cada vez más bizarra para quienes no están acostumbrados a la elasticidad del género, la idea es siempre la misma y basal; la búsqueda de la identidad propia, del intento de redención, del enfrentamiento con los demonios internos que es mucho más peligrosa y ardua que la lucha contra el mal como entidad intrínseca. Ren -rebautizado Kyuta en el mundo al que ha viajado y que a su corta edad se ha convertido en un renegado de muy pocas pulgas- ve cómo su maestro lo supera en aspereza e intolerancia y sin justificación aparente, pero aún así decide buscar sus rasgos más positivos para copiar, aprender y hacer su propio camino. Todo esto transcurre sin golpes bajos, en un tono de comedia costumbrista y recurriendo a las expresiones de los personajes que en dos líneas gestuales resumen la complejidad de sus sentimientos. Tampoco falta el interés amoroso -convenientemente ubicado en el mundo real para que no se presuma una suerte de apología a la zoofilia- y tiene más de afinidad y compañerismo que de romance. Ni siquiera esa chica que se le aparece a Ren cuando más falta le hace a su proceso de reinserción es un factor de peso a la hora de motivarlo. Sus ganas de permanecer junto a él, en cambio, lo ponen más en peligro, lo cual es curioso a la hora de reflejar las derivaciones de un amor que ni llega a ser platónico. La parte más oscura y a la vez más pródiga en efectos especiales y espectacularidad transcurre en la ciudad y se apoya en un clásico que ha dado pie a miles de obras que desean reflejar la lucha contra los demonios internos; la historia del capitán Ahab y su némesis Moby Dick es traída con literalidad para ilustrar el enfrentamiento. Se lo hace inteligentemente y a la vez resignificando la metáfora, la del hombre que se esconde detrás del monstruo y que una vez revelado podrá permitirse vivir con plenitud y en paz. Intuyo que El niño y la bestia no es una obra maestra en comparación con la cantidad de películas del género que han sabido sobresalir, llenar salas y lograr el favor de la crítica. Aún así se encuadra en un tipo de cine que no se escuda en la animación ni para entrar en el catálogo infantil, ni para generar un contenido específico para adultos, sino que llena un multitarget sin pasteurizar que hace agradecer su estreno en pantalla grande, refrescando la oferta.
Este jueves se estrena la película animada de Mamoru Hosoda. Con una propuesta visual interesante en torno a la oscuridad del alma, la historia reflexiona sobre el contraste entre el humano y la bestia. El filme se enfoca en los intentos de una bestia llamada Kaede por formar a un protegido humano, Kyuta. De tal forma resulta divertido y por momentos interesante, notar cómo se desenvuelve la trama en relación a conflictos como la educación, los modales y los deberes. La película muestra a las bestias como humanos con un nivel de desarrollo mayor puesto que no están entregados al consumismo exacerbado. El mundo de las bestias ahonda en ideas como la oscuridad y el vacío del alma antepuestas al amor. De esta manera, el guión tropieza ciertos niveles de cursilería, pero no sin antes tocar el fondo de un desprecio por el entorno de Kyuta, que sólo se compensa con quienes ama y lo aman. Entonces, es acá donde la cuestión se vuelve fascinante porque reconoce que es el amor lo que nos forma y lo que nos sostiene. De todos modos, la agudeza de la película recae sobre el vacío del corazón en Kyuta, el cual emociona y brinda momentos genuinos. Los personajes de por sí son interesantes, sobre todo los dos principales debido a que tienen una relación torpe, donde son visibles sus propias soledades y los conflictos con los que crecieron, pero esto no impide que se acompañen y terminen queriéndose. También, la referencia ladeada a Moby Dick de Herman Melville es valiosa porque habla de una lucha interior que espejea con el entorno de los personajes. En cuanto a los secundarios, adquieren su relevancia una vez que vemos lo valiosos que han sido para Kyuta y detallamos en perspectiva el rol de cada uno de ellos en la formación de la paciencia, la picardía y la inteligencia por aplicar en cada situación. Asimismo, el guión no pierde la oportunidad de mostrar escenas de pelea y de formar a Kyuta para el combate, cuyo proceso es lento ya que es él quien aprende y no tanto Kaede, quien logra enseñarle. Así, se convierte en otra de las aristas interesantes de la película: la capacidad del aprendiz, no de superar al maestro, sino de enseñarle a éste cómo cuidar sus movimientos. En este sentido, las escenas de pelea están coreografiadas con agilidad. Por su lado, la música acompaña las escenas brindándoles un tono dramático o más festivo sin destacar del resto de los elementos. Se observa que hay cierto uso de imágenes computarizadas para algunos planos generales donde la ‘cámara’ se mueve rápidamente por el espacio, pero nada que entorpezca la imagen, sino más bien le brinda otra textura. Finalmente, hay planos impresionantes por la poesía que exudan como la ilusión de la ballena azul en medio de la ciudad, que recuerda a una escena similar en medio del océano en Life of Pi (2011) de Ang Lee. Se refieren a imágenes que enriquecen la película aunque ésta no termine de cuajar por cierta cursilería matizada por la sabiduría de los personajes secundarios.
Curioso estreno el de “El niño y la bestia”. Se sabe de un público a nivel mundial fanático del animé y los éxitos de “Los caballeros del zodíaco” o “Dragon Ball” lo demuestran, pero éste caso no es el del inicio de una saga ni el desprendimiento de un producto televisivo. Por el contrario, si bien es una mixtura entre leyendas, poemas, fábulas y otros cuentos chinos y japoneses; hay claras referencias a clásicos como Moby Dick, Peter Pan, y en un punto hasta se podría decir que el concepto de “El mago de Oz” o “Laberinto” está intacto. Esto de “escaparse” a otro mundo por causa de una realidad adversa y construir un universo imaginario tan potente como el cotidiano. El papá de Ren (Aoi Miyazaki) se las tomó luego de divorciarse de su mamá que acaba de morir. El niño es llevado hacia un lugar que le produce rechazo, y por eso se escapa por la ciudad hasta dar con un mundo de bestias en donde conocerá a Kumatetsu (Koji Yakusho), gran guerrero, joven, algo alborotado y rebelde (¿Una proyección de Ren?) que toma al niño como su discípulo. Sin embargo, el guionita y director Mamoru Hosoda no pone a estos dos en un plano lógico de mandatos. Ni siquiera por cuestiones de conocimiento y experiencia. Desobedeciendo las reglas de la obviedad, los empata. Los alinea en el mismo lugar para que en esa maraña de sensaciones encontradas cada uno de ellos descubra y aprenda del otro. Instalado en esa simpleza y sin lecciones de moral el guión sorprende gratamente por su autodeterminación para trocar los puntos de giro, incluso cuando la trama parece encaminada hacia un lugar concreto. Si bien está claro que la temática central es el crecimiento y sus dolores, esta suerte de fábula va llevando a esos personajes de la mano para darle a cada cual su momento de redención. Tal vez en este punto se puede achacar un exceso de diálogos, que sobre explican lo que ya ha quedado claro en imágenes, sumando minutos poco útiles al ritmo. Por esta y otras razones que se encuentran en la relación entre los protagonistas, uno termina preguntándose si este argumento no merecía acción en vivo en lugar de animación, aunque hay que reconocer el poderío visual producto de la combinación entre lo artesanal del dibujo y el CGI. Seguramente “El niño y la bestia” encontrará su público, si es que éste está dispuesto a congeniar con la extraña disposición horaria de las cadenas exhibidoras, pero vale la pena hacerse un rato.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
El niño y la bestia: Legado salvaje. El director Hosaoda vuelve a la pantalla grande con esta gran fábula de aventura y de pasajes memorables. La respectada compañía Gaumont deposita su confianza en un nuevo film animado no francés (años anteriores lo había hecho con Mary and Max), logrando como mérito ponerlo en la Festival de San Sebastián, depositando el primer largometraje animando en competir por una Concha de Oro en la Competencia Oficial en sus 62 años de vida, marcando otro gran paso para el cine de animación. Dirigir anime no es para cualquiera, hay que saber que elementos situar y sobre todo cómo situarlos. Y Mamoru Hosaoda (The girl who leap throght time, Wolf Children) ya nos vuelve a demostrar que la tiene más que clara. La obra muestra a un solitario y taciturno chico huérfano, llamado Kyuta, quién camina por las oscuras calles de Tokio torturado por el abandono y la soledad. Su destino dará un drástico giro cuando se cruza a Kumatesi, un ser sobrenatural mitad oso salvaje mitad semi Dios, quién observará y erigirá al nene como su futuro discípulo en las artes del combate. El pequeño chico deberá seguir a la criatura hasta su mundo de deidades (rasgo típico en las películas del género fantástico), abandonando el suyo para poder aprender todos los secretos que le aguarda y lograr encontrarse a sí mismo. Pero ¿Por qué un ser sobrenatural tendría que seleccionar un niño de este planeta? La meta principal de Kametsu es la de transcender, más allá de ser el mejor peleador de su mundo, él debe dejar una marca en alguien, un legado. Es ahí, su mayor problema: su personalidad agresiva y vaga hace que espante a todos los aprendices que le proveen en su tutoría. No logra dejar sucesor, la transcendencia natural por excelencia. No basta ser el mejor, se debe dejar una herencia para poder dejar esta vida. Es por eso la importancia de Kyuta, será posiblemente su última oportunidad de aportar sus huellas en el mundo. En toda enseñanza no se educa sin aprender, el maestro tendrá que ser educado también. Por este motivo, el testarudo chico es el alumno idóneo, el feedback no se hará esperar. Dos mentes nacidas para la rebeldía. Pero la dupla alumno maestro no estará sola, también habrá otro personajes adicionales interesantes como Ichirohiko y, lamentablemente, otros que están de más como el padre verdadero de Kyuta. Algo para destacar son las escenas de acción que veremos, en especial las que Kumatesu disputará al principio con Iozen (con quién también compite para dejar un sucesor), que por obvias razones, provocará una revancha. El film abunda y escoge recopilar elementos de otras obras reconocidas, como Karate Kid, El libro de la selva y La bella y la bestia. Asimismo, el músico Masakatsu Takagi emulará el estilo Kung Fu Panda para componer la banda sonora. Más allá de un final alejado de toda fluidez narrativa (pelea interna entra la “luz” y la “oscuridad”), El niño y la bestia cumple con lo que promete: acción, emoción, algunas risas y dos horas de puro entretenimiento. Además de que la dinámica que se genera entre humano y bestia-semi Dios es una de las mejores químicas que se verán en la pantalla grande en lo que va del año.