El turista accidental En su segundo opus, el realizador Julián Giulianelli construye una pequeña historia sobre la importancia de los modelos o los maestros de la vida y en ese sentido el vínculo que se consolida entre Rodrigo y Juan más allá de la diferencia de edad teje las redes de dependencias invisibles. Modelos que se entrecruzan en sus caminos por un hecho fortuito con las sierras y la tranquilidad de un pueblo chico bastante relacionado con el turismo en época de temporada. A la soledad de Rodrigo, a cargo del cuidado de unas cabañas que pertenecen en realidad a su padre con quien no se lleva demasiado bien se le interpone la búsqueda de Juan, un joven de 17 años que viene de Buenos Aires con un par de secretos a cuestas. El otro verano es un film que logra crecer gracias al desarrollo de sus personajes y en ese apartado merece un elogio la labor de Guillermo Pfening sin menospreciar la química lograda con Juan Ciancio, el vínculo es creíble así como su desapego. Tal vez no ayude mucho a la propuesta integral un desenlace precipitado y un tanto forzado.
Algún lugar encontraré En Puentes (2009) Julián Giulianelli abordaba, entre otros tópicos, la disfuncionalidad familiar, la pérdida de la infancia y la formación de nuevos vínculos en un relato iniciático que giraba en torno a un grupo de amigos que ante un hecho traumático debían crecer de golpe. Casi 10 años después regresa con dos de esos chicos, ya jóvenes adultos, para adentrarse otra vez en la pérdida pero esta vez entre padres ausentes e hijos que buscan. Ambientada durante el comienzo de un verano en las sierras de Córdoba, El otro verano (2018), un coming-of-age film, se centra en Rodrigo (Guillermo Pfening) un huraño, conflictivo y solitario hombre que administra un complejo de cabañas que pertenecen a su padre. Juan (Juan Ciancio), es un adolescente de 17 años que llega al pueblo con solo una mochila en busca de un padre al que nunca conoció. Rodrigo casi lo atropella con la camioneta y terminará ofreciéndole trabajo. A medida que transcurren los días descubrirán que el vínculo que los une no es solo laboral. .Juan no solo busca a su padre sino también respuestas. Rodrigo no solo busca un empleado sino que también busca respuestas. Dos personajes reflejados el uno en el otro con más semejanzas que diferencias. Un hombre que se niega a crecer y un chico que no quiere convertirse en hombre. El otro verano es una clásica película iniciática de búsquedas y aceptaciones, que si bien no funciona como una secuela de su antecesora tiene varios puntos que la conectan. Julián Giulianelli vuelve a trabajar sobre la construcción de vínculos nuevos a partir de una perdida, el descubrimiento del amor, el rechazo social, la melancolía por lo que fue y el miedo a lo que vendrá, además de contar de nuevo con los actores Juan Ciancio y Malena Villa, niños en Puentes, y ahora ya convertidos en adultos con vidas opuestas que tendrán su amor de verano. Sin ser original en lo que cuenta, el cine argentino transitó por esta temática en un sinfín de oportunidades, El otro verano se nutre de este momento de suspense que es la relación entre adolescentes y adultos en el paréntesis de la adolescencia, y de la incertidumbre que brota entre los sentimientos de sus protagonistas, incapaces de demostrar esas emociones que todavía no saben etiquetar. Delicada y sobria, El otro verano evita el sensacionalismo avanzando al paso de sus protagonistas: ligero e incierto, entre pasado y futuro, con padres e hijos que buscan encontrarse.
“El otro verano”, de Julián Giulianelli Por Marcela Barbaro - 24 octubre, 2018 El viaje es el inicio de una voluntad. Responde a un deseo que moviliza ir en busca de algo que falta. El encontrarlo, es completase y definirá quienes somos. Esa es la búsqueda que se hará a lo largo de El otro verano de Julián Giulianelli, director de Puentes (2009), dando cuenta de la problemática de los vínculos, las relaciones afectivas y las consecuencias de lo que se elige. Rodada en un pueblo de las sierras cordobesas, Rodrigo (Guillermo Pfening) vive de un pequeño complejo de cabañas heredadas de su padre, a las que debe mantener y refaccionar para alquilarlas a turistas. Pero le cuesta ocuparse, puede más el alcohol, los amigos, el fútbol o tocar la guitarra. Desprolijo, solitario y con una mala relación con su novia, Rodrigo se cruza con Juan (Juan Ciancio), un joven de diecisiete años recién llegado al pueblo. Ante un altercado, le ofrece alojamiento y comida a cambio de ayudarlo con el arreglo de las cabañas. Así, comienza una convivencia donde ambos cederán espacios y compartirán cosas en común. Mientras crece el vínculo, el pasado revelará algo que los une afectivamente. La búsqueda de los personajes se traduce a través de una cámara en mano que acompaña el transitar de un estado a otro. Hay un seguimiento cercano y hasta ininterrumpido sobre las acciones mínimas de Rodrigo y Juan, en ese deambular buscando sentido a sus vidas. Escasos diálogos, planos fijos, silencios que traducen lo latente y lo no dicho, se completan con la mirada activa del espectador. En medio de esa relación, aparecerá un tercer personaje, una joven turista interpretada por Malena Villa (también protagonista de Puentes, como Ciancio) que se aloja allí por unos días. Atravesando un conflicto familiar, se acerca a Juan con quien tendrán una aventura de verano. Al igual que en Puentes, lo disfuncional como tema, en relación a la familia y al crecimiento, se vuelve a hacer presente. Si, en la primera película eran menores atravesando distintas etapas de rebeldía, los personajes de El otro verano lidian entre la maduración y la responsabilidad, el asumir roles o escaparse de las obligaciones. Todo el tiempo se intenta hallar en el otro una empatía en relación a la insatisfacción, y este no saber “qué lugar se ocupa para el otro”. Producida por Juan Villegas y Paola Suárez, la película trata una temática muy abordada dentro del cine nacional, que no se aleja mucho de esos tópicos relacionados al “coming of age films”. Giulianelli logra correctamente reflejar la parsimonia del ritmo pueblerino, en ese transcurrir de tiempos lentos y escenas anodinas, donde la armonía del paisaje contrasta con la subjetividad de esos seres en conflicto, que buscan hallar su equilibrio interior. EL OTRO VERANO El otro verano. Argentina, 2018. Dirección y Guion: Julián Giulianelli. Intérpretes: Guillermo Pfening, Malena Villa, Juan Ciancio, Mara Santucho. Productores: Juan Villegas / Paola Suarez. Fotografía: Gustavo Biazzi- Montaje: Santiago Esteves. Sonido: Federico Esquero. Música: Sebastian Felisiak /Luciano Gagliesi. Duración: 72 minutos.
Hay historias que, si bien cuentan un argumento profundo, su fuerte no está solamente en la trama, sino que están relatadas con una crudeza que nos llama la atención y condimenta la narración, dándole mucha fuerza. Logran retratar una forma de vida que caracteriza a los personajes. En “El otro verano” sucede esto. El largometraje cuenta una historia profunda en poco tiempo y se destaca por cómo nos la presenta en cuanto a su contexto. Los personajes transmiten una realidad que mezcla un pueblo de mala muerte cordobés con una estética que tenemos asociada al conurbano bonaerense. Rodrigo administra unas cabañas en un pueblo cordobés bastante despoblado. Él es oriundo de allí y a sus 40 años no tiene familia más que su padre, es alcohólico y lleva un estilo de vida que está en el límite entre el de un hippie y el de un desdichado. Mientras está comenzando a arreglar las viviendas para la próxima temporada; aparece Juan, un adolescente de 17 años, que se está escapando de su vida en el Gran Buenos Aires buscando a su padre, de quien solo sabe que vive allí. Casualmente, se encuentran en la ruta y el chico empieza a trabajar en el arreglo de las cabañas, viviendo también en dicho lugar. Centrando la narración en los conflictos internos del chico en su búsqueda; la película nos cuenta a la vez la relación de padrinazgo entre ambos hombres, donde el joven aprende de Rodrigo un estilo de vida y le enseña su pueblo, con distintos choques con los vecinos por la actitud del adolescente. A su vez, llega una familia de clase media alta a hospedarse en las cabañas. Juan se interesa por la hija única de la famila y comienza a establecer un vínculo romántico con ella. La dirección de arte está muy bien lograda, componiendo de gran manera un escenario muy realista y crudo a la vez. Filmada en San Marcos Sierra, el film cuenta con unos paisajes y una ambientación muy interesantes. Los personajes están construidos también muy bien y sus interpretaciones son sorpresivas, principalmente la de Juan Ciancio, el protagonista. En conclusión, “El otro verano” es un largometraje que está muy bien narrado, desde lo técnico, artístico y un guion interesante. Su fuerte está en contar con notable crudeza una historia profunda que mezcla diversos mundos sociales.
Las películas sobre madurez (conocidas como coming of age) constituyen un subgénero que puede ser explorado de diferentes maneras y en cualquier latitud. Argentina suele dar una buena cantidad de ejemplos, y con personalidad propia, lejos de las estridencias de los exponentes anglosajones. El otro verano sigue esa línea. Rodrigo (Guillermo Pfening) está a cargo de un complejo de cabañas de las sierras de Córdoba. Es un hombre parco, que pasa sus ratos libres bebiendo, como tratando de olvidar tormentos del pasado. Juan (Juan Ciancio) es un adolescente de Buenos Aires que llega al pueblo en busca de una parte de sus raíces familiares. Ambos se conocen, y Rodrigo lo ofrece techo y comida a cambio de que lo ayude a refaccionar cabañas para la temporada de verano. En esos días calurosos, a la sombra de la arboleda, y durante noches de cerveza y guitarras, empezarán a conocerse cada vez más, entablando una relación afectiva digna de padre e hijo. El director Julián Giulianelli ya había mostrado presentado un coming of age en Puentes, de 2009. Su segundo film no se aparta de esa idea, pero su mayor mérito reside su estilo despojado, carente de explicaciones y de trazos gruesos. Este recurso también se aplica a la historia de amor entre Juan y la hija de una familia de clientes de Rodrigo, interpretada por Malena Villa. La cámara sigue a los personajes sin emitir juicio, mostrando sus virtudes y hasta sus miserias. La trama incluye una intriga que hace partícipe al espectador sin darle información predigerida. Giulianelli se acerca al sabor de la obra de los hermanos Dardenne, principalmente El hijo, aunque sin llegar a niveles de extremo dramatismo sino apostando a una ternura implícita, no olvidando las partes oscuras. Guillermo Pfening vuelve a demostrar su capacidad para encarnar a individuos atormentados, que deben decidir qué rumbo tomar, y lo expresa con los recursos justos, al margen de cualquier floritura. Juan Ciancio, de amplia trayectoria en producciones televisivas de Disney, resulta convincente como un joven preocupado por sus orígenes y abierto a nuevas vivencias. La química entre los dos actores, más la frescura de Malena Villa, constituyen el núcleo del film. El otro verano es una propuesta intimista, sencilla, con un corazón que va apareciendo con el correr de las escenas. Es adentrarse en las vivencias de seres tan complejos como nosotros, en constante aprendizaje sobre sí mismos y sobre la vida.
Película de vínculos que no logran establecerse, de relaciones conflictivas que estallan ante el mínimo desacuerdo, Julian Giulianelli aprovecha la naturaleza para enmarcar una historia filial inesperada. Protagonizada por Guillermo Pfening, en uno de sus roles más logrados, la película pierde fuerza cuando subtramas dispersan la mirada sobre el encuentro de dos extraños, que en el fondo, esconden algo más que extrañamiento.
No hace falta contar una historia grandilocuente para hacer una buena película, pero a las historias mínimas hay que acompañarlas de intensidad. Es lo que le falta a El otro verano, que muestra la relación entre un hombre a la deriva y un joven que tal vez haya aparecido en su camino para cambiarle la vida. Entre el hippismo y la desidia, Rodrigo (Guillermo Pfening) administra unas cabañas en San Marcos Sierras. Por casualidad conoce a un adolescente que llegó desde Buenos Aires y no tiene dónde quedarse. En ese marco idílico, bellamente retratado por la fotografía de Gustavo Biazzi, forjan un vínculo casi sin quererlo. Pero cuando los personajes empiezan a tener desarrollo y sus andanzas, a cobrar espesor dramático, la película se termina y nos deja con la sensación de ser un trabajo en construcción.
En un pueblo de Córdoba vive Rodrigo, un silencioso muchacho que repara las cabañas para los visitantes. El verano está por comenzar y llega al lugar Juan, quien a sus 17 años dejó Buenos Aires para redimirse de su opaca vida. Cuando ambos se conocen Juan intenta un acercamiento afectivo con Rodrigo, pero este se halla sumido en sus tareas y acepta de no muy buen grado la ayuda que le propone ese joven quien, lentamente, va incorporándose a la existencia rural de Rodrigo. El director Julián Giulianelli se propuso aquí mostrar una historia aparentemente simple que pone su foco en el valor de la amistad entre ambos, lo que cambiará definitivamente sus vidas. Guillermo Pfening y Juan Ciancio aportaron calidad a sus taciturnos personajes.
El tema de los afectos y la imposibilidad de expresar sentimientos. Para el director y guionista Julián Giulianelli, en esas relaciones que sobreviven con dificultades, está la clave del ritmo de su película. Alrededor de su protagonista, un entregado Guilermo Pfening, en un pueblito de San Marcos Sierra. Un adulto hosco, que tiene la dificultad de demostrar lo que siente hacia sus amigos, su pareja abierta, su padre. Un solitario, un sobreviviente que deberá, dificultosamente, reconstruir vínculos. La llegada de un adolescente será el catalizador de una verdadera revolución interna, pero que exteriormente se mostrará solo a través de indicios, sutilezas, comprensiones silenciosas. Esta bien logrado el contrapunto entre esa naturaleza amigable y los humanos que la transitan sin fluidez, atascados en sus mundos. Pfening se adentra en su protagónico y esta muy bien acompañado en un elenco empeñoso.
Rodrigo vive en las sierras cordobesas. Ahora administra unas cabañas para turistas que construyó su padre. Eso lo sabemos cuando Rodrigo comienza a abrirse con Juan, un adolescente que cayó en las sierras con su mochila y se quedó. Claro que antes hubo un pequeño incidente que cargó de culpas a Rodrigo y que luego lo llevó a aceptar que lo ayudara a mejorar las cabañas. De Juan sólo sabremos que vive con la abuela, a quien llama desde ese lugar diciéndole que ya llegó. En los primeros días las relaciones serán distantes. Tampoco Rodrigo, cuarentón solitario, es dado a las palabras. Pero el hecho de compartir momentos y trabajo predispone a hablar un poco de cada uno. FILME LINEAL Clásico filme en que se asiste al crecimiento psicológico y moral del protagonista, "El otro verano" está dirigida por un joven egresado de la Universidad del Cine que decidió filmar en Córdoba y ser acompañado por dos de sus intérpretes en "Puentes", su película anterior, Malena Villa y Juan Ciancio. En "El otro verano" no habrá sobresaltos ni sucesos fuera de lo común. Sí reuniones en algún boliche de las sierras, alguna chica que atrae a Juan y con la que inicia algo así como un romance y cierto final intempestivo del que Rodrigo no es ajeno. Algunos paseos por la zona, la inquietud de un partido de fútbol con otros conocidos de Rodrigo y también la pesca. Cosas pequeñas que a veces pueden volverse tediosas. Casi pareciera que no pasó nada. Que todo sigue igual, pero los sentimientos serán distintos y la vida se prepara para algún asalto mayor. Buen nivel formal y un reparto en el que se destaca Guillermo Pfening.
En la profundidad de las serranías cordobesas se encuentra un pueblo, San Marcos Sierras. En el que vive poca gente, las calles son de tierra, la tranquilidad es absoluta, y allí regentea un complejo de cabañas turísticas Rodrigo (Guillermo Pfening), un ser hosco, ensimismado y apático. Tiene una novia, Marina (Mara Santucho), o eso es lo que piensa, porque ella lo esquiva constantemente. A esa localidad llega con una pequeña mochila desde Buenos Aires, Juan (Juan Ciancio), un adolescente de 17 años, en busca de alguien. Él es decidido, aparenta seguridad en sí mismo. El encuentro casual con Rodrigo hace que él lo lleve a refaccionar las cabañas a cambio de casa y comida. Ambos comparten una manera de ser, son callados, hablan lo justo y necesario, pero no por timidez sino porque no tienen mucho para contar, aunque eso no significa que sean inexpresivos, porque lo manifiestan de otro modo. La película de Julián Giulianelli se sumerge en la relación que hay entre ellos. Mientras trabajan y también en los momentos libres. A cuenta gotas se revelan sutilmente cuestiones importantes del pasado de los protagonistas. Hay algo que podemos sospechar, pero no confirmar. Este punto es fundamental a lo largo del film, porque nunca se dice todo abiertamente. Jamás sabremos por qué Marina rechaza a Rodrigo. Tampoco él le consulta a Juan que lo motivó, siendo un menor de edad, a viajar a ese lugar. Sobran los silencios y faltan las preguntas justas para que la historia pueda avanzar inexorablemente. Hay muchas incógnitas que no se develan, ninguno quiere o se atreve a tomar la iniciativa. Los días transcurren plácidamente, salvo algún altercado, guiados por el modo de vida local. Mucha calma y parsimonia. La música está presente a lo largo del relato utilizándola como un elemento importante, tanto la instrumental como la cantada. Rompe con la monotonía y altera un poco la dinámica perezosa con la que se desarrollan las situaciones. Lo más rescatable de la realización son los climas creados en cada escena. Los vínculos, producidos por gestos y acciones, no por los diálogos que son escuetos,, pero junto con la gran fotografía, es lo más logrado. Por otro lado la falta de profundidad y evolución de los conflictos perjudican notablemente el desarrollo de la histotia. No hay puntos de giro lo suficientemente fuertes como para que hagan variar la postura inicial de Rodrigo o de Juan, y con esta tesitura la narración podría continuar así, eternamente.
Julián Giulianelli escribe y dirige esta historia chiquita sobre un verano que será igual al resto, en el que dos personajes se encuentran de un modo inesperado. Rodrigo (Guillermo Pfening) tiene a su cargo un conjunto de cabañas que se alquilan con fines turísticos en las Sierras de Córdoba. Cabañas que en realidad le pertenecen a su padre pero él las trabaja. Poco antes de que se acerque la temporada, Rodrigo tiene que asegurarse de que se arreglen y se pinten, de que estén presentables y listas para recibir clientes. Mientras maneja su auto, solo, en medio de la ruta, distraído probablemente por la relación rara que tiene con su novia (una lugareña que trabaja en un bar), atropella a un joven recién llegado de Buenos Aires, Juan (Juan Ciancio). En realidad el incidente es menor y no deja secuelas pero sí les permite a ellos dos conocerse. Si bien el muchacho no deja en claro qué está haciendo ahí (por qué llegaría de Buenos Aires sin alguna razón importante ni conocer a nadie del lugar), lo cierto es que Juan busca un trabajo y Rodrigo ve la oportunidad que necesitaba para poner en condiciones sus cabañas. Este segundo largometraje de Giulianelli, luego de Puentes, es una película chiquita y con la trama sucede lo mismo. El director y guionista retrata a estos dos personajes interactuando entre sí, pero también con su alrededor. Rodrigo tiene una novia pero la relación no parece ir del todo bien y él termina prefiriendo ahogar sus penas en alcohol, lo que luego lo hace reaccionar de maneras poco agradables. Juan es adolescente y cuando ve a una linda muchacha llegar para hospedarse junto a su familia la busca hasta que de a poco se permiten ir conociéndose. En el medio, la relación entre Rodrigo y Juan se va afianzando entre cervezas, guitarreadas y el trabajo con las remodelaciones. Hasta que cerca del final sucede algo que lleva al espectador a indagar un poco más en ciertos indicios y se podrá entender un poco mejor ciertas motivaciones.
La trama se desarrolla bajo un paisaje paradisiaco que aporta la fotografía de Gustavo Biazzi (“La patota”; “Los dueños”) y en el medio del cual vamos observando la relación entre un hombre ermitaño, solitario, dueño de unas cabañas en San Marcos Sierra (Córdoba) y un adolescente llamado Juan (Juan Ciancio) que se instala en el lugar para conocer a ese hombre, acercarse a él y estrechar cierto vinculo con su padre, este último no lo sabe, pero no tardará en descubrirlo. Bajo ese paisaje entre lo rural y lo turístico, estos seres intentan vincularse, el paisaje influye entre los personajes, entre silencios y distintas actividades, también van surgiendo cuestiones del pasado y en ese lugar Juan encontrará el amor (Malena Villa). Esta es una historia intimista y con varios conflictos a resolver.
RENACER VERANIEGO El otro verano, segunda película de Julián Giulianelli, indaga con un tono intimista sobre las vicisitudes de la paternidad, los desencuentros y la naturaleza de este vínculo, aun cuando parece encontrarse ausente. La forma en que construye esa tensión, de forma silenciosa, es la principal virtud de este film que, sin embargo, también encuentra elementos que aparecen irresueltos y situaciones un tanto forzadas. Sin embargo es el trabajo y la dinámica entre Guillermo Pfening y Juan Ciancio lo que termina cerrando con solidez este drama, que a pesar de su previsible estructura de coming-of-age contiene algunas secuencias trazadas con una mirada genuina que invita a perderse en este film que apenas supera la hora. Rodrigo (Pfening), un hombre cuarentón que vive en soledad en un pueblo de las sierras de Córdoba, encuentra su vida conmovida a inicios del verano por un encuentro accidentado con Juan (Ciancio). Esto que ocurre de una forma un tanto torpe en una de las pocas secuencias desprolijas del film, lleva al origen de este vínculo tosco que inicialmente tendrá una finalidad laboral para luego ir encontrando que tienen en común una relación que ambos desconocen. En la forma en que esto se resuelve progresivamente radica el poder del film, que tiene además una subtrama romántica algo endeble con una chica “de la ciudad” interpretada por Malena Villa. El asunto es que más allá de que se trata de un personaje delineado sutilmente en el guión, alejado de estereotipos siempre tentadores, su desarrollo queda truncado y apenas desarrollado. Cuando empezamos a ver una evolución, finaliza abruptamente a pesar de su buen trabajo. No es así la dinámica paterno filial, que astutamente apenas aparece delineada entre Rodrigo y su padre (del cual cuida sus cabañas), pero se profundiza como un espejo en el vínculo que crece entre Rodrigo y Juan. A pesar de ser un film estructurado clínicamente, se aprecia más por sus momentos aislados, aquellos construidos desde la intimidad entre Juan y Rodrigo o Juan y su interés amoroso. Un partido de fútbol, los silencios y las miradas evasivas, incluso un travelling lateral de una salida romántica en bicicleta o un encuentro a la vera de un río con el sonido de las voces en off, son algunos de los puntos más sólidos de esta apuesta que parece incompleta o desprolija cuando se piensa en la integridad del relato, pero que sin embargo entrega momentos memorables. En definitiva, El otro verano consigue transitar una fórmula recorrida numerosas veces evitando clichés y, a pesar de sus irregularidades, rescatando momentos memorables que se sostienen en actuaciones sólidas y diálogos que ganan tanto en lo dicho como lo no dicho.
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Delicada película sobre el vínculo que nace entre dos hombres, uno ya de vuelta, otro joven, que todavía no empezó a vivir. Delicada película sobre el vínculo que nace entre dos hombres, uno ya de vuelta (Pfening), otro joven, que todavía no empezó a vivir (Ciancio). El film es sutil, se construye de gestos cotidianos sin por eso dejar a la deriva a sus personajes y retrata el momento y las razones (interiores, sin palabras que las traduzcan) que hace aparecer un vínculo entre las personas. Ambos actores parecen seres humanos de verdad a quienes acompañamos como si la pantalla no existiera. Pura sutileza en las sierras cordobesas.
El realizador bonaerense Julián Giulianelli retorna a la gran pantalla con “El Otro Verano”, apostando a revisionar temas ya transitados en su anterior largometraje, “Puentes” estrenado en 2009. El director aborda con interés los vínculos de amistad y la evolución de las relaciones que suceden entre los personajes que interpretan Guillermo Pfening y Juan Ciancio (antiguo protagonista del film citado). “El Otro Verano” se posiciona como un relato cuyo eje es el vínculo entre dos hombres que podrían ser padre e hijo, quienes pondrán a prueba las reglas de la convivencia en una relación que muta de lo meramente laboral a lo afectivo. La tensión creciente entre los personajes protagonistas dotará a la historia de la impronta necesaria para construir dicha relación con gran sutileza, en base a gestos, miradas y silencios. La cámara de Giulianelli acompaña los pasajes de un modo contemplativo, con las sierras cordobesas como marco de los mismos, recordando a films recientes de factura similar como “Instrucciones para Flotar un Muerto” y “La Casa del Eco”. Sin grandilocuencias y mediante el uso de tiempos muertos que reflejan la vida pausada pueblerina y sus costumbres, el relato prefiere hacer foco (no siempre con sostenida homogeneidad) en estos personajes que atraviesan profundos cambios interiores. Por un lado, tenemos a un hombre (Pfening) recluido del mundo en su páramo idílico, cuyos modos y tonos de voz muestran la cara huraña – y a veces descortés- de un ser solitario. Por otro lado, observamos a un adolescente (Ciancio) en pleno salto a la madurez, que vivirá una suerte de despertar sexual cuando entable un romance con la joven muchacha del pueblo, interpretada por Malena Villa. De esta forma, la película se plantea como una potencial exploración sobre las familias disfuncionales, una mirada sobre la paternidad y el acento puesto en dos personajes con realidades espejadas; acompañados por una música irregular que se repite como leitmotiv. Haciendo hincapié en el mencionado tono intimista, el director elige un notable despojo estético para su propuesta, interesado en retratar los días al aire libre y las noches de bohemia que se suceden en este transitar de los vínculos y sus matices. Gracias a la sensibilidad de su elenco interpretativo, la película resulta un digno fresco acerca de la búsqueda del sentido de la vida, el perseguir un destino y la construcción de los afectos. Producida por Juan Villegas y Paola Suárez, “El Otro Verano” constituye una válida propuesta de cine nacional independiente, fiel a su idea de recurrir a la sobriedad y sin golpes bajo efectistas, para plantear interrogantes que nos identifican y movilizan.
En películas intimistas que niegan el hermetismo, el balance se transforma en un misterio. Hay en estas obras una tensión entre prosa y poesía pocas veces resuelta con dignidad. A este desafío se enfrenta de manera paradigmática El otro verano, la película de Julián Giulianelli, un vaivén de hallazgos y desavenencias entre estas dos dimensiones. Atmosférica a fuerza de montaje aletargado; exaltada por ataques epilépticos de guión. Lo primero que se impone en el filme y será decisivo para su contención dramática es el paisaje: una localidad serrana de Córdoba (San Marcos Sierra) fotografiada bajo dos criterios: con decadencia para los microespacios que habitan los personajes y con majestuosidad cuando se trata de contemplar la naturaleza. En este contraste se comenten algunos excesos, una furia turística de planos panorámicos sin más función narrativa que dividir escenas. No obstante, cuando estos encuadres acompañan las acciones y dilatan la percepción de los personajes, descomprimen la amargura del relato. Porque El otro verano es una historia tan simple como adusta: Rodrigo, un hombre de mediana edad deprimido, administra unas cabañas y se topa con Juan, un adolescente irascible que está de paso por el pueblo. Entre ambos se empieza a tejer un vínculo con secretos predecibles pero alejados del melodrama gracias a las sobrias actuaciones de Guillermo Pfening y Juan Ciancio, dos rostros de una fotogenia abrumadora, bellos, imperfectos, sumamente compatibles para los planos y contraplanos. Giulianelli decide poner el acento en la progresiva camaradería de ambos aunque sin arrojar pinceladas cordiales. De hecho, un problema tonal es el empecinamiento del director por mantener esta sequedad, impidiendo que los personajes se expandan y enriquezcan. Hay un solo momento en el cual ambos hombres ríen y están cómodos, pero parece una concesión hecha a desgano, casi un azar de rodaje. Otro recurso equivocado para eliminar el pesimismo que buscó Giulianelli es la musicalización, más acorde para una comedia americana indie. Sin embargo estos detalles no logran desestabilizar la identidad del filme. Sí serán reprochables ciertos timonazos de guión que desdicen la atmósfera planteada. Es aquí donde las frecuencias entre prosa y poesía se distancian y la conducta del personaje de Rodrigo para llegar al clímax carece de sustento psicológico. Mínima y modesta a conciencia, pese a sus imperfecciones formales indaga en la sensibilidad masculina con agudeza. He aquí un retrato de dos hombres que se estiman en silencio.