Recientemente galardonada en el FIDBA el filme que documenta el impeachment que destituyó a Dilma Rousseff es un titánico film de visión imprescindible para comprender los avances de la derecha extrema en la región. María Augusta Ramos posa su cámara en lugares claves, a la vez que resemantiza materiales televisivos que a la distancia sirven para comprender lo incomprensible. Potente y necesaria.
Aunque parezca un exceso, nada sobra de los 139 minutos que se toma la documentalista María Augusta Ramos para narrar lo más crudo del proceso que durante meses denunció, atacó y socavó el gobierno de Dilma Rousseff y que finalmente logró su destitución el 31 de agosto del 2016. - Publicidad - En Brasilia, el palacio Legislativo de la República de Brasil se convierte en el espacio real y concreto, el único donde se desarrolla este trabajo de observación que con un riguroso montaje alterna planos solitarios del edificio de Niemeyer con las manifestaciones que en el exterior realizan tanto de los seguidores del PT como los opositores. A los primeros momentos tomados con un dron que sobrevuela los parques aledaños le siguen otros, en el interior, también con planos cenitales que registran las discusiones cuerpo a cuerpo en la cámara baja. “No habrá golpe, pelearemos”; “Fora Dilma”; “Que salte el que quiera a Lula en la cárcel”; ” Dilma Guerrera de la patria brasilera” el conjunto de cánticos de uno y otro lado volverán a aparecer a lo largo de todo el filme. El documental es febril en las tomas de las actividades de palacio con plena conciencia que están transcurriendo momentos históricos. Referendum, plebiscito, impeachment o golpe de estado legislativo y mediático de las nuevas democracias latinoamericanas, hechas en nombre de la única sagrada escritura que es la Constitución. Allí emerge con una presencia arrolladora la figura de la abogada Janaina Concepcion Paschoal, una desorbitada y apasionada opositora que es la primera en denunciar las irregularidades del gobierno de Dilma y que se lleva las estrellas del ataque de la ultraderecha brasileña. Vale la pena ver el estilo pastoral de sus discursos y la intensa relación entre el lenguaje político y el lenguaje de la oratoria de iglesia. A dos años de comenzar su segundo mandato (octubre de 2014) Dilma Roussef recibe varias acusaciones en torno a la ejecución del presupuesto y la confección de tres decretos. Unos meses antes había comenzado la investigación de lo que sería la mayor red de corrupcion de la historia de Brasil: la operación Lava Jato (autolavado) en la que terminaría implicado Temer, entonces vicepresidente de Roussef y el vocero de los diputados, Eduardo Cunha. El circo político a pleno, cámaras de televisión, selfies entre los legisladores, celulares alzados sobre las cabezas, conferencias de prensa, reuniones en los gabinetes; a los 17 minutos Dilma aparece en contacto con su pueblo que la recibe con flores y de allí en más lo hara algunas veces más hasta el discurso final. Alli aparece tambien Lula o Chico Buarque, ministro de Cultura, pero la gran ausencia de Temer en el documental es un vacío que puede llegar a decir más que mil palabras. Seguramente habrá temas, detalles y hasta algunos argumentos que podrán escapar a la comprensión del público argentino, pero el entramado de la fascinante política latinoamericana es revisada por Ramos con la intensidad de los debates de estos tiempos y eso sí que no es difícil de entender. A pocos días de elecciones que pueden cambiar el rumbo del país, resulta significativo por partida doble el estreno de O processo. No se la pierdan. Formó parte de la competencia oficial del FIDBA 2018 y se estrena este jueves 4 de octubre en Salas ARTEPLEX BELGRANO, BAMA, Cosmos Cine Uba
La cineasta brasilera María Augusta Ramos nos ofrece un potente documental que observa el proceso de impeachment que terminó destituyendo a la presidente Dilma Rousseff. Una película que es necesaria por los tiempos que corren. La información circula muy rápido y no hay forma de chequear todas las fuentes. Lo que pretende Ramos es procesar este entramado político a través de dos temáticas fuertes: lo urgente y la información falsa. En estas claves vemos muchísimos minutos de material de archivo, que contrasta muy bien con lo que se decía en ese momento. Ramos, en cuya filmografía anterior ya trabajó sobre cuestiones políticas-judiciales de su país, se centra en los días previos y posteriores del impeachment del día 31 de agosto de 2016. Los medios y las campañas políticas en muchos momentos ponen el foco en cuestiones que no son relevantes a la situación político-social de algún país en particular. Aquí se busca filmar los hechos y mostrar todo lo que los canales de difusión evitaron o tergiversaron de acuerdo a los intereses personales de cada uno. En “O Processo”, el principal atractivo es darle al espectador la sensación de ser testigo de los entretelones de un acontecimiento histórico. Para que nosotros saquemos nuestras propias conclusiones, pero a partir de estar informados. Esa es la premisa del documental, más allá del contexto brasilero acerca de Dilma, la información como fuente valiosa para la opinión. La cinta ilustra cómo se desempeñó el equipo que defendió a Rousseff, acusada de alterar cuentas públicas. Su estrategia y su lucha, frente a una derrota casi inevitable. Sin voz en off ni entrevistas, la cinta de más de dos horas de duración muestra los cruces entre los políticos participantes y la grieta social en torno a este caso. Parece mucho, pero nada sobra en este documental. Los que aparecen, se vuelven personajes poderosos y adictivos para seguir sus andanzas. Circo político, cámaras de televisión, selfies, marchas, conferencias de prensa y reuniones en los gabinetes. El clamor de un pueblo por una representante política en tela de juicio. Es normal que muchos detalles se nos escapen por no entender la cotidianidad de una sociedad ajena pero la peripecia de estos sujetos es fascinante. Documental intenso, rabioso e imprescindible, donde el contenido le gana a la forma de narrar.
Con visos de nulidad. El juicio político a Dilma Rousseff en el 2016, mantuvo en vilo a la sociedad brasilera y a la prensa mundial por los distintos acontecimientos acaecidos durante un proceso tildado por los defensores de Dilma y del PT como un golpe de Estado para encontrar una forma de instalar en el poder al hoy presidente Temer y su reforma feroz en el sistema laboral. Las protagonistas de este documental que se instala en la comidilla política, en las bambalinas de un juicio polémico son mujeres: Dilma en el banquillo de los acusados, acusada por la oposición de haber violado la Constitución y por otro una Senadora de fuerte extracción católica que acusa. En el medio la directora María Augusta Ramos con una cámara testigo dentro del Congreso como en las calles por manifestaciones a favor y en contra de la ex presidenta.
El proceso es de esos documentales que, a partir de su clara postura política, generará admiración desde un lado de la tan mentada grieta e inevitable rechazo desde el otro. Es que este minucioso y descarnado retrato del proceso de impeachment que el 31 de agosto de 2016 terminó con la segunda presidencia de Dilma Rousseff apunta a demostrar las incongruencias y las componendas entre los poderes políticos, económicos y judiciales para concretar lo que para la directora Maria Augusta Ramos fue un claro golpe institucional que llevó al no menos controvertido Michel Temer al poder. El lanzamiento de la película -estrenada este año en la Berlinale y premiada en festivales como Visions du Réel, Documenta Madrid, IndieLisboa y Fidba- adquiere una inusitada relevancia porque se produce a muy pocas horas de las elecciones presidenciales en Brasil, donde el PT (que tuvo a Dilma destituida y tiene a su líder, Lula, encarcelado) intentará reconquistar la presidencia. No casualmente, durante la votación final se ve al otro gran aspirante, el derechista Jair Bolsonaro, dedicar su voto a favor de la remoción de Rousseff a un coronel que la torturó a principios de la década de 1970, durante la última dictadura militar. El proceso es un film que puede resultar algo farragoso para los no iniciados en la política brasileña, pero también fascinante para quienes quieran conocer en profundidad la trastienda, la contracara y las miserias de un sistema y una clase dirigencial dominada por una corrupción generalizada. Ramos tuvo un acceso privilegiado a cada una de las reuniones y sesiones (algunas públicas, otras privadas) en el Congreso en Brasilia y el resultado es un documental valioso, controvertido y al mismo tiempo esclarecedor.
Ya desde el título (a El proceso se le adosa Historia de un golpe) queda claro que este valioso documental toma una posición definida sobre el impeachment a Dilma Rousseff, ex presidenta del Brasil. El documental se ocupa precisamente del proceso de destitución de la presidenta Rousseff. Comienza cuando la Cámara de Diputados vota para iniciarlo, en abril de 2016, y termina el 31 de agosto de ese año, con la aprobación del Senado y la destitución de la dirigente del PT. Rousseff fue acusada de “maquillar” ciertos números de las cuentas públicas para “esconder” el déficit fiscal, con seis decretos y un retraso del pago de subsidios agrícolas por el Banco de Brasil. Y a lo largo de -largos- 140 minutos se escuchan y esgrimen argumentos a favor y en contra en las maratónicas sesiones en el comité creado en el Senado. La directora Maria Augusta Ramos coloca sus cámaras allí, en medio de las discusiones, y más aún dentro de las reuniones de los senadores del oficialismo. Las estrategias ante lo que entendían iba a ser una batalla perdida, con ataques solapados y virulentos. En fin, con las armas con que se maneja la política en todas las latitudes. No es necesario conocer a los senadores brasileños, aunque a veces la información es tanta que puede enmarañarse. Desde el abogado José Eduardo Cardozo, junto a los senadores del PT, Gleisi Hoffmann y Lindbergh Farias, que demuestran un tesón envidiable en una causa que presentían perdida. Y que así fue, por abrumadora mayoría. Los contrapuntos son lo mejor. Las chicanas, apremios y hostigamientos en pleno debate, que sorprenden por lo virulento, sí, pero también por la altura con que los senadores se expresan. Si bien es la crónica de una destitución anunciada, el entramado que se desmenuza es rico.
Esto si es un golpe En El Proceso, historia de un golpe (O Processo, 2018), estrenada en la 68 Berlinale y ganadora del FIDBA, la cineasta brasileña Maria Augusta Ramos, ofrece un potente documental observacional sobre el proceso de impeachment que terminó destituyendo a la presidenta Dilma Rousseff. Un entramado que de apariencia legal concluyó con un golpe de Estado, no militar sino del Poder Legislativo. Ramos (Brasília, Um Dia em Fevereiro, 1995), en cuya filmografía anterior ya trabajó sobre cuestiones políticas-judiciales de su país, se centra en en el proceso de impeachment que terminó con la destitución a la presidenta de Brasil Dilma Rousseff el 31 de agosto de 2016. Hay dos palabras que podrían definir a El Proceso, historia de un golpe, la urgencia y la contra información. Filmar en el mismo momento en el que ocurren los hechos y mostrar todo aquello que los medios evitaron o tergiversaron de acuerdo a sus intereses. El recorte de El Proceso, historia de un golpe comienza con la sesión de la Cámara en que el alejamiento de Rousseff fue aceptada por una mayoría exaltada y emocionada, que a menudo recordó en sus votos favorables a Dios, la familia e incluso figuras siniestras de la historia brasileña, como dictadores y torturadores. Ramos filma la monotonía del juicio a la ex presidenta de abril a agosto, solo entrecortado por imágenes tras bambalinas, que se alternan entre reuniones de la defensa - con la presencia constante de los senadores Lindbergh Farias y Gleisi Hoffmann, además de José Eduardo Cardozo, entonces abogado general de la Unión -, y momentos de descentración, como la imagen de la abogada de la parte acusatoria Janaína Paschoal, tomando una chocolatada o relajada entre un debate y otro, siempre evitando interferir, mostrando lo que sucede en ambos lados, sin entrevistas a cámara, ni una voz narradora que sirva de guía ni conduzca el relato con tendenciosidad, solamente utilizando intertítulos para ubicar al espectador en cada uno de los espacios temporales. Tampoco se nutre de material de archivo, ni del emitido por los medios, exceptuando algunas tomas registradas por las cámaras del canal de televisión del senado. Y en ese sentido se diferencia de otros documentales que trabajan la contra información pero funcionando como una forma contestaría a lo que muestran los medios. En El Proceso, historia de un golpe hay una estética de la ética, y eso es lo que lo vuelve un trabajo valioso, sin maniqueos, cuyo principal atractivo es darle al espectador la sensación de ser testigo de los entretelones de un acontecimiento histórico. Y que sea el propio receptor del mensaje quien saque sus propias conclusiones a partir de lo que se muestra. Que no es más que como sucedieron los hechos. Algo que el periodismo televisivo debería aprender.
“Esto es El proceso de (Franz) Kafka y Dilma (Rousseff) es Josef K” protestó el senador Lindbergh Farias en una de las sesiones de la comisión del Senado de Brasil que llevó adelante el juicio político contra la entonces Primera Mandataria de ese país. La referencia literaria parece haber inspirado el título del imperdible documental que desembarcará mañana en tres salas porteñas, y que muestra detalles de la farsa legislativa que entre diciembre de 2015 y agosto de 2016 consumó la destitución presidencial. A años luz del estadounidense Orson Welles y del inglés David Jones, la brasileña Maria Augusta Ramos le rinde un atípico tributo cinematográfico a la novela póstuma del escritor checo. O processo constituye un homenaje sui generis porque, a contramano de las películas de 1962 y de 1993, se limita a retomar aquella mención del título traducido y del protagonista de Der Prozess. Por lo demás, el mayor desafío que enfrentaron Ramos y su equipo consiste en denunciar con contundencia kafkiana la naturaleza arbitraria, absurda, perversa del impeachment que habilitó la asunción presidencial de Michel Temer. En las antípodas de Welles y Jones que adaptaron Der Prozess en tanto ficción, la realizadora brasileña documentó el aquí-y-ahora de un momento histórico crucial. Lo hizo a partir de más de 450 horas de material filmado por sus cámaras, por aquéllas que integran el circuito cerrado del Congreso Nacional de Brasil, por medios de comunicación locales y extranjeros. La capacidad para captar momentos únicos y para luego articularlos con imágenes de terceros es uno de los principales aciertos del trabajo de Ramos. En este punto corresponde aclarar que la también autora de Futuro Junho, Seca, Morro dos prazeres no entrevista ni monta escenas: sólo registra (intercambios de palabras, silencios, miradas y otros gestos en distintas salas del edificio parlamentario y manifestaciones populares en los alrededores). La atención acordada a las intervenciones ciudadanas le impone un límite a la comparación con la novela de Kafka. A diferencia de Josef, Dilma es un personaje público y como tal abre una grieta en la arena estrictamente política y en la calle. Con tino, Ramos elige retratar a admiradores y detractores de la Jefa de Estado suspendida en uno y otro espacio. A contramano de los reparos que las películas largas provocan en algunos espectadores, las dos horas y veinte minutos que dura O processo distan de resultar excesivas. En todo caso, la extensión ilustra la dimensión de la puesta en escena donde descolla la denunciante Janaina Paschoal, que en julio pasado declaró su apoyo a la candidatura presidencial del fascista Jair Bolsonaro, y la agonía que la democracia brasileña sufre desde la reelección de Dilma, cuando los poderes fácticos instalaron la sospecha de fraude. El documental de Ramos se estrena en nuestra ciudad semanas después de haberse consagrado como la mejor película de la competencia internacional del sexto Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires, y tres días antes de los comicios presidenciales en Brasil. El inmejorable contexto aumenta el interés de este testimonio histórico de indudable alcance regional y –por qué no– mundial… igual que la obra de Kafka.
El valor del punto de vista En El proceso, historia de un golpe la directora María Augusta Ramos se apoya en la cronología de la destitución de Dilma Rousseff, pero lejos de pretender un relato objetivo del impeachment toma posición en el “cuartel” senatorial y jurídico del PT. “Cuanto mejor es el villano, mejor la película.” Lo dijo Alfred Hitchcock y es verificable: por aquello de la fascinación del mal, el héroe puede ser más o menos, pero el villano no. Tiene que dar miedo, asco, indignación. ¿A qué vienen héroes y villanos, propios de un western o de un thriller, a la hora de hablar de El proceso, documental que testimonia los poco menos de once meses del proceso de destitución de Dilma Rousseff por parte del Senado brasileño? En primer lugar, como se sabe desde hace rato, todo documental es una narración que pone en juego, algunas veces más que otras, mecanismos propios de la ficción. En el caso de El proceso, un relativo suspenso, derivado de la sucesión de presentaciones y votaciones y morigerado por el hecho de que, salvo que se habite en una burbuja, se conoce el final. Lo que tracciona muy fuertemente la dramaturgia del documental dirigido por la nativa de Brasilia Maria Augusta Ramos son los héroes, que están todos de un lado, y los villanos, que están del otro. ¿Maniqueísmo, parcialidad? No, punto de vista. El proceso no está narrada desde ambos lados –los que propician la destitución de Dilma y los que están por su absolución– sino únicamente desde el “cuartel” senatorial y jurídico del PT. Presentado en la sección Panorama de la Berlinale y ganador en el Festival de Documentales de Madrid y en el reciente Fidba porteño, el noveno documental de Ramos es pura cronología. Se inicia en octubre de 2014, cuando Rousseff es reelecta, y de allí en más se sumerge primero en la votación por el impeachment (3-12-2015) y luego en las reuniones de las principales “lanzas” del PT en la Cámara y del equipo de defensores de la Presidenta, así como en las sucesivas sesiones y votaciones senatoriales. Hasta llegar a la votación final, el 31 de agosto de 2016, con el posterior discurso final de Dilma, fusión perfecta de músculo, corazón y cerebro político (pero sin permitir que se derrame una lágrima, ni que se pierda la sonrisa), hasta alcanzar una coda, a mediados de 2017, cuando el Presidente Temer es acusado de corrupción y sin embargo no es llevado a juicio –la inversa exacta de su antecesora, juzgada sin que hubiera una acusación clara–, mientras su gobierno lleva adelante un cruento programa de restauración liberal, que no se diferencia demasiado del de Mauricio Macri en la Argentina. Cada tanto, sintéticos carteles informativos van marcando los hitos más importantes, de modo de poner en contexto lo que se ve. Lo que se ve son los senadores del oficialismo y la oposición, tanto los “del llano” como los que presiden la comisión por la destitución, que son todos opositores. Aparece allí un hombre algo encorvado, de aspecto reptiliano, como de Sr. Burns, que más tarde, cuando la Corte Suprema lo remueva de su cargo de Presidente de la Cámara, como consecuencia de las investigaciones del Lava Jato, dirá “Yo no pienso renunciar, ni a este ni a ningún otro cargo”. Es Eduardo Cunha, uno de los promotores del impeachment presidencial: Villano Nº 1. En su primera aparición, una senadora elonga en medio del recinto, como una María Amuchástegui del Senado brasileño. Es la abogada y Profesora de Derecho Penal Janaina Paschoal, que después de hacer su acusación a la Presidenta “confesará” que al verla por televisión lloró (contraplano perfecto a una senadora oficialista que contiene una sonrisa sarcástica) y luego termina levantando de un manotazo violento una Constitución (en una edición como de colegio secundario), diciendo, con ojos húmedos, que ése es su libro sagrado. Villana Nº 2, rubro culebrón de la tarde. En su alocución final, Janaina volverá a llorar, y el defensor oficial (Héroe Nº 1) va a desenmascarar admirablemente esa representación circense. Entre una cosa y otra, un periodista la entrevistará, presentándola como “la gran Janaina” y refiriéndose a Dilma y los suyos como “todos esos criminales”. Finalizada la entrevista, abrazo y beso. Y después está la reunión de Janaina con un pastor y una fiel antiabortistas: los cultos suelen volcar la balanza electoral en Brasil. El contraplano previo vinculó a villana Nº 2 con heroína Nº 2. Se trata de la senadora del PT Gleisi Hoffman, rubio timonel en medio de la tormenta, que parecería capaz de no perder la calma ni aunque pusieran en prisión a un ser querido. Es lo que sucede, de hecho, cuando como parte del Lava Jato arrestan al marido, sin haberlo citado antes. El juez que lo hace es discípulo de… Janaina Paschoal. Decíamos que el Héroe Nº 1 es el Defensor Oficial, un tipo alto y apuesto llamado José Eduardo Cardozo, uno de esos abogados de thriller judicial de Hollywood, capaces de tomar el argumento más brillante del rival, retorcerlo como el cuello de un pato y devolverlo convertido en un espantajo. No se citará ninguno de sus dichos, porque todos ellos están entre los momentos más imperdibles de El proceso y deben presenciarse en vivo. ¿Pero esto es sólo un enfrentamiento entre héroes y villanos? Desde ya que no. Cada uno tiene sus argumentos, y por allí pasa la dialéctica que el espectador deberá navegar. Dialéctica de espacios, también: entre el ajetreo de las reuniones, debates, discusiones y disputas, Ramos fotografía en planos fijos los inmensos espacios vacíos y aislados monumentos del poder brasileño, en la futurológica o lunar Brasilia. Estos espacios y monumentos recuerdan los de una película llamada The Parallax View, aquí conocida como Asesinos S. A. (1974). En ella, un periodista investigaba una muerte ocurrida en Washington, que conducía a una vasta conspiración global encabezada por una compañía multinacional de alcance impreciso. Esa película fue dirigida por Alan J. Pakula, que también dirigió La elección de Sophie. Film que se menciona aquí, parecería que no por casualidad.
Es un trabajo minucioso de la documentalista premiada y reconocida María Augusta Ramos, holandesa brasileña, donde sin narraciones, pero con un claro punto de vista ideológico muestra el detrás de escena del “impeachment” a Dilma Rousseff, el juicio en la Casa de Representantes, y luego en el Senado. Focaliza especialmente en el equipo que conforma la defensa de la presidenta, su abogado, José Eduardo Cardozo y dos senadores que luchan para probar su inocencia, contra un voto mayoritario del congreso, poblado de acuerdos políticos con muchos que fueron ex aliados de la mandataria. Además la película cuenta la historia personal de Dilma, su encarcelamiento y la tortura que padeció. Y se muestra como principal arquitecto de este juicio a Michel Temer. La directora se ubica como observadora, sin entrevistas ni voces en off, con captura de conversaciones y material periodístico conocido.
La reciente ganadora del FIDBA, "El proceso", de María Augusta Ramos, sigue con nervio y precisión el paso a paso de la puesta legislativa – judicial que terminó con la destitución de la presidenta brasileña Dilma Rouseff. En 2016, una palabra resonó fuerte en la región, “Impeachment”. El 31 de agosto de ese año, Dilma Rouseff, hasta entonces, presidenta de Brasil, era destituida de su cargo a través de este procedimiento equivalente a nuestro Juicio Político, pero con mayor ribetes judiciales. Hace ya muchos años que, no sólo en Argentina, sino en toda Latinoamérica, se acuñó la palabra “Grieta”, para definir esa brecha “de opinión” que divide a dos sectores bien diferenciados de la sociedad. En Brasil también existe la grieta, quizás aún más marcada que en Argentina, y este proceso dejó todo expuesto. De un lado o del otro, se la defendía, o se la condenaba públicamente. Lo cierto es que, hay algo sobre lo que no quedaron demasiadas dudas. El impeachment estuvo cargado de una serie de sospechas e irregularidades, que dan a pensar que esto fue algo más. Es entonces, que la grita no es sólo sobre cuestiones de opinión, es una grita de clase y de posición, que, como todos sabemos, existe desde hace muchísimas décadas antes de que a algún marketinero formador de opinión se le ocurra otorgarle ese título. Dilma Rouseff fue destituida, y asumió su vice Michel Temer, que ya para ese entonces era un ferviente opositor; e inmediatamente se dedicó a tirar por la borda las políticas sociales aplicadas durante los gobiernos de Rouseff y Da Silva. Otro que participó activamente en el impechment moviendo las aguas acusatorias fue Jair Bolsanaro, justamente el candidato a la presidencia por el Partido Social Liberal (conservadores/derecha) en las elecciones de este domingo próximo. "El proceso" cae en una fecha que la vuelve necesaria para saber qué y cómo se juega. María Augusta Ramos, documentalista de larga trayectoria en el país vecino, con un estilo siempre cercano a las temáticas sociales de coyuntura de su país, retrata ni más ni menos que lo que expresa el título, el proceso; la rutina del impeachment. n efecto, "El proceso" es un documental observacional, Ramos posa su cámara y actúa como un testigo o espectador más; pero como un testigo muy sagaz. Aquí lo que importa no son tanto las palabras, como las formas, los gestos, y los detalles. La propia Ramos fue descubriendo el tono a medida que iba filmando. De un modo similar a lo que sucedió con la reciente "El camino de Santiago", "El proceso" es un documental de urgencia, que se fue rodando a medida que ocurrieron los hechos. En el caso del trabajo de Tristán Bauer fue a partir de las primeras comunicaciones de desaparición de un joven manifestante en el Sur, bastante antes de la trágica noticia de la aparición sin vida. En "El proceso", será desde los primeros pasos de formación de este impeachment, sin saber cuál sería su resolución. El documental comienza en abril de 2016 con la primera reunión de la Cámara, en la que se decide apartar a Rouseff de su cargo hasta que se resuelva si seguirá o no en su cargo, y culmina en agosto, con la resolución final. A modo de crónica o diario, Ramos prescinde de entrevistas, voz en off, archivo(casi), o cualquier otro recurso que no sea el registro de lo que sucede ahí dentro. Apenas si se nos ubica en fecha mediante placas. Esta metodología de ir rodando mientras sucede, sin saber cómo terminaría, hace que "El proceso" vaya cambiando su tono, que cada vez sea más premuroso. A su vez, Ramos actúa en consecuencia de lo que los medios (des)informan, queriendo contradecir con lo que ella ve; como si lo que filmase fuese visto en vivo y en directo por el público, como un grito desesperado sobre lo que vendría. Despojado, el documental se centra en el juicio, y en lo que sucede detrás de la Cámara, en los pasillos, en las reuniones de un lado y del otro; de un modo que no pareciera tendencioso, aunque claramente hay una idea detrás. no sólo está bien que así sea, así debe ser, desmitificando las falsas objetividades. A la defensa y a la parte acusatoria se los ve en la rutina, que no siempre tiene que ver con cuestiones litigiosas legislativas, también en los momentos de descanso; marcando quienes están más seguros de antemano del resultado. En los discursos, los alegatos, los gestos, y las palabras utilizadas, es donde Ramos va armando su propio discurso. Alcanza con ver a quienes se refiere e invoca cada uno. La documentalista le contesta a quienes esparcían la información en ese momento, apenas utiliza algunos momentos del propio canal de TV del Senado, para exponer qué era lo que mostraba. Pero no funciona a modo de prueba y respuesta, no, ella se asegura de dejar en claro que en lo que muestra hay verdad, que sólo posó la cámara y dejó fluir. "El proceso", en definitiva, es un documental riguroso, pero también fervoroso. Un retrato cabal de un hecho que marcó a fuego (¿el fin?) de un momento histórico en la región. Su peso no es sólo fílmico – que lo tiene y es enorme – también es el de un documento para la posteridad.
“El proceso, historia de un golpe”, de Maria Augusta Ramos. Por Gustavo Castagna Dos horas veinte que se pasan rápido, que molestan e incomodan, que provocan indignación y malestar. La condena a la presidenta Dilma Rousseff, a su partido, a su líder Lila da Silva y a una muy buena parte del pueblo, el verdadero pueblo brasileño, son narradas de manera eficaz por la directora Maria Augusta Ramos. El bunker de la derrota dirán muchos, los mismos que aplauden la victoria parlamentaria no fundamentada con argumentos sólidos, a través de discursos que causan mínimamente cierto estupor de solo escucharlos. Se dirá, también, que la política brasileña, sus virtudes y defectos, sus zonas transparentes pero también sus miserias cotidianas, solo merece ser analizada desde el conocimiento del que nació y vive en Brasil, de aquel que conoce el paño porque está allá y sabe sobre el tema y no a miles de kilómetros. Una estupidez suprema, una falsedad casi oscurantista. Con ese pensamiento apriorístico se despolitiza y no podría opinarse sobre nada, por ejemplo, en relación a aquel documental concebido por dos cineastas irlandeses: sí, me estoy refiriendo a La revolución no será televisada, el germen del movimiento bolivariano de Venezuela y la entronización de su líder Hugo Chávez. El documental de Ramos es diferente, lejos del registro alocado y de comedieta inconsciente que gobernaban las imágenes de ese golpe de estado frustrante sobre la figura de Chávez y de aquel liderazgo. El “derrocamiento” de Dilma está trabajado desde el encierro, la estrategia, la reunión de funcionarios, las fotos para la ocasión, la sonrisa para el afuera, el voto dudoso y el voto certero, el discurso creíble y el discurso falso, la creencia por los valores democráticos y la des-confianza por esos mismos valores. O, para que se entienda, la palabra democracia expresada con fundamento o, por lo contrario, dicha desde la más absoluta superficialidad. El crescendo dramático del documental se aferra a esos ítems estéticos y narrativos, no necesitando de la voz en off ni del subrayado pletórico que apunta pura y exclusivamente a la emoción. El trabajo de cámara, en ese punto, es certero y minucioso: basta con ver los rostros tristes y desencajados en contraste con aquellos que festejan la expulsión del poder de un gobierno popular elegido por las urnas. Las últimas imágenes, locuaces por sí solas, describan la represión policial del gobierno de Temer a los manifestantes pacíficos que detestan y rechazan sus decisiones. Un humo oscuro, negro, denso y árido gobierna el último plano. Este domingo, en solo cuarenta y ocho horas, se vota en Brasil. Mucho más que un candidato u otro. EL PROCESO, HISTORIA DE UN GOLPE O processo. Brasil/Alemania/Holanda, 2018. Dirección: Maria Augusta Ramos. Fotografía: Alan Schvarsberg. Sonido Marta Lopes. Edición: Karen Akerman. Productores: Maria Augusta Ramos, Gudula Meinzolt, Paulo de Carvalho y Wout Conijn. Con Gleisi Hoffmann, José Eduardo Cardozo, Janaína Paschoal, Dilma Rousseff, Michel Temer, Hélio Bicudo, Miguel Reale Júnior, Eduardo Cunha, Romero Jucá, Sergio Machado, Raimundo Lira y Antônio Anastasia. Duración: 139 minutos.
Estrenado en mayo último en Brasil, llega ahora a nosotros este valioso documental brasileño sobre el proceso de destitución de Dilma Roussef. Paso a paso, vemos bien sintetizadas las discusiones en el Senado, y también entre los defensores de la entonces presidente, todo ello matizado por breves notas de color antes o después de cada sesión. Como introducción, un buen muestreo de las dos masas de manifestantes separadas por las vallas y la policía frente al Congreso. Como epílogo, la policía gaseando a una de esas masas. Cierto, el documental favorece al PT, pero también registra algunas de sus autocríticas sobre el desmanejo de la cosa pública y la mala relación con la prensa ("Lula cerró más radios comunitarias que nadie", cuenta alguien, lamentando las grandes sumas dedicadas a los multimedios). De todos modos, aunque el trabajo fuera 100% objetivo y equilibrado, cualquier espectador se pondría de parte de los dilmistas con sólo ver los rostros secos, desdeñosos, llenos de odio, de los viejos senadores, frente a los rostros jóvenes y hasta bonitos de los otros, sobre todo la senadora Gleisi Helena Hoffman (Gleisi porque de niña la asociaban con la princesa Grace Kelly; hoy varios la asocian con Penelope Glamour). Lo mismo, con solo atender las notables, precisas y elevadas exposiciones de J. E. Martins Cardoso, hoy profesor de la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo, y escuchar la voz chillona de la opositora Janaina Paschoal, que encima se va por las ramas, o su compañero de bancada, el famoso Jair Bolsonaro, votando por la destitución "en homenajem ao coronel Brilhante Ustra, o pavor de Dilma Roussef". Ese coronel la torturó personalmente cuando ella era apenas una muchachita. Y Bolsonaro es el favorito en las elecciones del domingo.
UN FILME FALADO El proceso, historia de un golpe es un vendaval verbal, un huracán dialéctico de dos horas veinte, producto de una envidiable selección. Entre sus varios méritos se encuentra la capacidad de registro en la arena caliente de una trama política siniestra, el poder de observación de los actores que entran en juego como si fuera un teatro de máscaras. Por eso, independientemente de la evaluación ideológica que cada espectador haga, es destacable la pericia de la directora María Augusta Ramos por incorporar todas las voces en conflicto, inmersas en una sociedad de espectáculo donde el concepto de verdad queda pulverizado. Las imágenes iniciales confirman el movimiento anterior. Una mirada barrida hacia los bordes del interior del recinto capta las reacciones de los manifestantes. Alejados de la performance de los involucrados, cada facción representa los lados en que se encuentra dividido el país a partir del pedido de destitución de Dilma Rousseff, una perversa maniobra de la derecha a juzgar por los argumentos esgrimidos y en consonancia con los azotes que vive la región en esta parte del continente. A través de un hábil montaje, Ramos nos pasea por diversas exposiciones, gestos, actitudes (incluidos golpes bajos patéticos de la fiscal) y discusiones que confirman una vez más la brecha ideológica que se agiganta entre los habitantes, promovida y potenciada por la perversidad de los medios de comunicación y las corporaciones. Al mismo tiempo, se introducen respiros en los que la cámara se entromete como mosca en la pared en los descansos de los políticos, en los tiempos muertos de la actividad parlamentaria, de manera tal que los propios espectadores saquen sus propias conclusiones. Este registro del acontecimiento en todas sus aristas da cuenta de un proyecto ambicioso que sale muy bien parado, pero además, confirma la naturaleza urgente del documental como testimonio de una época de crisis, abierta a un abismo cuyo horizonte incierto abruma por los reiterados actos visibles en Latinoamérica. No hay una voz en off que guíe o se imponga sobre lo mostrado. Menos aún didactismo. Sí un muestrario de múltiples contrapuntos, abrazos falsos, lágrimas de cocodrilo, en medio de una farsa jurídica orquestada con el apoyo de EE.UU. Y no es que la realizadora lo grite a los cuatro vientos; el punto es ver y escuchar las razones ridículas que dan los rostros de plomo de un bloque unido para provocar el golpe institucional que inevitablemente ocurrió. Al final, los contrastes vuelven a dominar la escena: un festejo más parecido a tribuna de fútbol y el rostro de la derrota, de la desazón por lo que vendrá.
María Augusta Ramos, una directora con una vasta experiencia en el campo de los documentales (“Justicia” “Seca” “Futuro Junio”) aborda en su nuevo trabajo el “impeachment” a Dilma Rousseff, registrando en forma pormenorizada todo el proceso judicial que –en unos pocos meses- desembocó en la destitución de la ex presidente y la asunción de su entonces vicepresidente, Michel Temer, al poder. La acusación contra la líder del Partido de los Trabajadores que ya llevaba varias reelecciones en Brasil (era justamente la segunda presidencia de Rousseff después de los dos periodos de Lula) fue la operación LAVA JATO en donde se descubrió a una red de corrupción que generó abiertas denuncias contra empresarios y políticos en donde quedó involucrado el Estado y la firma Petrobras por el lavado de activos. En el contexto de este operativo, Petrobras licitaba sus obras a grandes empresas de ingeniería y construcción de Brasil, como parte de un programa impulsado por el presidente Lula y su entonces ministra de Energía, Dilma Rousseff, para estimular la creación de empleos en el país. Durante el proceso quedó en evidencia que para favorecer la contratación de ciertas empresas, PETROBRAS pedía sobornos que rondaban el 3% del presupuesto generando sumas que luego eran repartidas entre políticos y empresarios y que se reintroducían al sistema a través de negocios de hoteles, lavaderos y estaciones de combustibles para ser blanqueado y luego transferido al extranjero. Ramos acierta como directora pone la mirada en el proceso en sí mismo, narrándolo en forma detallada y accediendo al registro de sesiones (algunas que han sido públicas y otras en privado) en el Congreso que va develando el entramado de los sucesos. Tras la acusación de “maquillar” las cuentas públicas para esconder el déficit gubernamental, se pueden ver las estrategias y los movimientos de cada uno de los bloques para ejecutar lo que se presupone que fue una venganza contra el PT que estaba investigando casos de corrupción. Es así como el entonces presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha considerado como el principal artífice de la destitución de Dilma, lleva adelante las acusaciones contra Dilma mientras que, por otra parte, la defensa de Rousseff fue llevada a cabo por el ex ministro y abogado Cardozo, junto con otros senadores del PT como Hoffmann y Lindbergh Farías. Estas maratónicas sesiones con argumentos a favor y en contra de la figura de Rousseff fueron filmadas por la cámara de Ramos de forma tal de poder zambullirnos dentro de las mismas y vivenciar, de esta forma, todos los pormenores y los detalles de una situación política tan compleja. De esta forma, se intenta mostrar lo más neutralmente posible lo sucedido en el recinto y Ramos pretende en todo momento, alejarse y despegarse del panfleto político y de que se genere un film tendencioso. Esto es asumido por la directora aún cuando por supuesto se sabe que siempre existe cierta subjetividad en toda obra artística en donde es imposible mantenerse completamente por fuera de los acontecimientos. Premiado en el ultimo FIDBA, “EL PROCESO, historia de un golpe” –subtítulo agregado en la distribución local- se estrena en el marco de unas controvertidas elecciones en Brasil en los próximos días. Ofrece otra visión, claramente su fuerza testimonial presenta una caja de resonancia para entender el actual conflicto y surgimiento de una figura como la de Jair Bolsonaro (hoy liderando las encuestas para las elecciones del próximo domingo) a quien se lo ve en el film dedicando su voto a favor de la remoción de Rousseff al coronel que la torturó durante la última dictadura militar. La cámara implacable de María Augusta Ramos nos mostrará con gran nivel de detalle el circo político montado alrededor de este tema. Televisión, medios, teléfonos celulares grabando cada movimiento, conferencias de prensa, cada uno de los detalles será registrado para que el espectador –aunque quizás con una información sobreabundante y difícil de procesar para alguien que no está perfectamente al tanto de todos los hechos- pueda sentirse inmerso en las maniobras políticas que tanto daño hacen a los procesos democráticos. Y muestra una vez más como las venas de America latina siguen abiertas, y muchas veces, sangrantes.
“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo” El proceso, Franz Kafka El 26 de octubre de 2014, Dilma Rousseff gana las elecciones con un 51,6% de los votos. La democracia se festeja una vez más en Brasil, el Partido de los Trabajadores es reelegido y se mantiene en el poder. Pero no todos están contentos. Una sensación de incomodidad comienza a gestarse de manera invisible, cobrando diferentes formas pero donde la desestabilización parece ser un objetivo compartido. Este es el punto de partida de El proceso. Historia de un golpe (O Processo), el documental dirigido por María Augusta Ramos acerca de la destitución de Rousseff.
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Hay películas documentales cuya temática las transforma en imprescindibles, urgentes. Con el tiempo quizás recordemos lo que nos querían informar, servirán como documento de época, pero probablemente no las recordemos como acontecimientos estéticos. El contenido, en estos casos, abruma a la forma. Dicho esto, trataré que el análisis no se vuelva puramente argumental (y hasta político) pues esta es una reseña cinematográfica al fin y al cabo. Pero vamos a empezar con el contenido para luego reflexionar de qué manera se plasmó en la pantalla. Los documentales que tratan problemáticas políticas y sociales siempre son leídos de distinta manera según el lugar que nos cabe en el mundo como espectadores. De esta manera, estoy seguro que la lectura que se nos impone como habitantes de Argentina es harto particular respecto al europeo, por ejemplo, e incluso a otros latinoamericanos. El comienzo (como el final) son casi los únicos momentos en los que vemos al pueblo en las calles, pero con pocos planos la directora nos deja bien claro cuál es el país que está observando. Un drone avanza por un amplio sendero yermo con el Congreso al final y dos grupos de personas separados por vallas y ese vacío. Un país divido, mirando a sus gobernantes desde veredas opuestas y una amplia grieta entre ellos. Nos suena, ¿no? A partir de allí comenzamos a informarnos sobre el proceso de destitución que es llevado a cabo por el Congreso contra Dilma Rousseff y asistimos a los argumentos principales, superficiales, básicos de ambas partes en disputa. Las razones de uno y otro lado son tan comparables con la realidad Argentina a partir del caso CFK que por momentos parece una farsa de la historia que comienza como tragedia para convertirse en aquella: de un lado, el populismo levantando la bandera de los humildes y de la militancia sesentista/setentista, transgrediendo (supuestamente) normas burocráticas en pos del bienestar general acusando a la oposición de golpe institucional; del otro, la derecha neoliberal tildando de ladrones a los populistas, de chavistas y de no respetar las normas republicanas. El gran ausente en el debate: una tercera posición, una izquierda real. El documental es de género netamente político en el sentido institucional del término. Casi no aparece la calle, muy pocas veces aparecen las voces populares y siempre cuando están en las cercanías de ese poder burocrático. La intriga palaciega desplaza la situación real, el pueblo se vuelve un número (o varios números) y no tenemos la chance de confirmar empíricamente los argumentos de ambos bandos. Es un relato de la post-verdad, lo que importa es cómo cada uno pueda imponer su posición. Con una producción de gran escala y una cámara que se introduce en lugares privilegiados, O Processo muestra, a fin de cuentas, no el juicio político contra Dilma sino el proceso por el cual el neoliberalismo trata de instalarse en un país gobernado por el populismo. La narración es clara, vasta y no intenta ahorrar tiempo en detrimento de la profundidad. Se sabe y pretende la minuciosidad del documento. Los pocos momentos en que se corre de su lugar informativo son de los mejores del filme: el planteo como personaje de la opositora Janaina Paschoal. En ella se detiene para raspar la superficie y encontrar momentos sublimes como el trato hasta cholulo con un periodista o cierta inocencia infantil cuando se la ve con papeles en la mano tomando una chocolatada. La narradora trata de hacerse invisible pero está bien presente en el montaje, quedando muy clara su posición sin siquiera rozar lo panfletario, lo que es un logro mayor. De esta manera asistimos a un ensayo sobre “la grieta” como estrategia regional (esta lectura quizás sólo nosotros podamos hacerla) y las propias limitaciones de un populismo que no puede dejarle al futuro menos de 11 millones de desocupados con una de las peores distribuciones de la riqueza de la región. Esa autocrítica está presente entre los defensores de Dilma, dato diametralmente opuesto a la situación vernácula, pero pensando estratégicamente podría ser hasta su debilidad. Entre dos posiciones encontradas sin que ninguna pueda dar soluciones reales, prefiriendo cada quien “el mal menor”, hay un intersticio esperando a ser ocupado, esa posición intermedia que, más allá de esta cualidad, no podrá ser menos radical, pues para vencer las limitaciones del populismo y enfrentarse a la derecha deberá romper con todos los poderes conocidos, en última instancia, con EL poder. Por Martín Miguel Pereira