Cama de tres La segunda película del cordobés Rodrigo Guerrero (El invierno de los raros, 2010) explora sobre el mundo de las fantasías sexuales y su concreción en un interesante ejercicio cinematográfico. Una pareja gay ya establecida conoce en una sección de chat a un joven muchacho al que invitarán a la casa para tener sexo entre los tres. A simple vista estamos frente a una historia más de un clásico ménage à trois en donde la fantasía no se condecirá con lo que pasé en la realidad, que seguramente devendrá en una crisis con tintes de thriller sexual. Pero no. Estamos frente a un caso adverso donde la realidad será mucho más superadora que la propia fantasía. El tercero (2014) tiene un planteamiento interesante sobre las fantasías y que pasa con éstas cuando dejan de serlo para pasar a hechos concretos. Fede, un joven universitario, utiliza el chat para hacer uso de su histérica sexualidad. Aunque no lo parezca es un tanto tímido e introvertido. Por eso la webcam le brinda cierta protección que ante el contacto real perdería. Entre sección y sección conocerá a una pareja gay mayor que él con la que mantendrá un jueguito entre histérico y "pajero" que terminará en una invitación a cenar. Fede se anima y va. Una cena, vino y una cama de tres harán que Fede descubra que en el amor no siempre tres son multitud. Dividida en tres partes y realizada en unos pocos planos, El tercero se filmó en seis días en un departamento de la ciudad de Córdoba con solo tres actores (Carlos Echevarría, Nicolas Armengol, Emiliano Dionisi). La primera parte corresponde a la sección de chat donde la pantalla será el monitor de la PC y el espectador observará los diálogos que los internautas mantendrán en ese primer contacto. El segundo tramo será el encuentro con una cena de por medio filmado en dos planos secuencia. En el primero la acción la llevará la pareja quienes contarán su historia, mientras que Fede estará de espaldas a la cámara. El segundo, que corresponderá al punto de vista de Fede, se invertirá la cámara para poner de frente a éste y de espalda a los otros. Así se logrará darle protagonismo a ambas historias por igual y mostrar como a medida que pasan los minutos la tensión se va aflojando y todo empieza a fluir con naturalidad. Sin duda, por los diálogos que se manejan y el juego de los tres actores estas dos escenas son los momentos más logrados de un film que tendrá una tercera parte de fuerte contenido sexual. Al igual que lo hacía Abdellatif Kechiche en La vida de Adele (2013) el sexo será casi explícito y que por la duración de la escena en plano secuencia hace que funcione más como una provocación efectista que por lo que pueda aportarle a la historia. Más allá de esta apreciación, lo interesante de El tercero y lo que lo vuelve atractivo es como Guerrero trabaja la historia estéticamente y los planteos que realiza sobre las fantasías y las realidades, y de cuanto pueden aportar cuando estas dejan de serlo para convertirse en hechos concretos.
Las pasiones triangulares. El concepto de relación amorosa y sexual siempre es esquivo porque implica el encuentro entre seres humanos que se abren a la pasión, colisionando y destruyéndose en el proceso para encontrarse transfigurados. La pasión abre un tiempo excepcional que nos trasporta hacia otro espacio, sentimental y físico, que representa más un encuentro visceral consigo mismo que con el cuerpo de un otro. En nuestra cultura mediatizada la seducción es una construcción individual y colectiva inconsciente que representa el nacimiento de los sentimientos inconmensurables e inabordables que denominamos “amor”. El Tercero es el segundo largometraje de Rodrigo Guerrero y narra el encuentro de una consolidada pareja homosexual de clase media con un joven desinhibido que busca expandir su experiencia sexual. Después de un preámbulo por chat, Fede, un joven universitario que vive con su padre y cuya madre se suicidó hace unos años, va a la casa de una pareja a cenar y a compartir una noche de sexo casual que se torna en algo más (¿tal vez amor en nuestra sociedad de las pasiones digitales?). La película es una indagación sobre la intimidad, el goce y las formas contemporáneas de experimentar los placeres corporales y procesar los sentimientos, siempre con una preponderancia de la sexualidad. Los personajes cenan o toman vino mientras las conversaciones casuales costumbristas van abriendo el camino de lo previsible. Con excelentes actuaciones y un guión muy bien trabajado que logra construir una atmosfera de intimidad en ambientes cerrados, El Tercero se atreve a colocar la cámara en la confusión de los cuerpos sin recurrir a la pornografía ni a la genitalidad como forma de representar el placer y las relaciones humanas. El film deconstruye los estereotipos homosexuales para ofrecer personajes espontáneos que interactúan en un espacio real, con detalles de decoración y amueblado de diseño que remiten a la construcción de un estilo de vida perteneciente a una clase media profesional que se permite algunos lujos e invierte en mejoras en su entorno y su calidad de vida. La película además está musicalizada por Daniel Melero, el músico argentino conocido por sus arreglos electrónicos y sus melodías pop, que en esta oportunidad busca simbolizar musicalmente los sentimientos y el proceso mental de la experiencia del joven tras su encuentro con la pareja. Con gran atrevimiento, Guerrero consigue significar este encuentro sexual como una verdadera unión de seres humanos -en nuestra cultura de lo casual y lo efímero- en pos de enfrentar las profundidades del cuerpo, sus deseos carnales y las nuevas convenciones culturales que lo atraviesan.
El tercero raises the stakes on Argentine homoeroticism on film but fails to deliver El tercero, the debut film of Rodrigo Guerrero, tackles a topic that could have given way to a good story (perhaps even more so because it’s a first in Argentine cinema). In fact, it does well in a couple of parts, but its screenplay largely rings false and the ending is too easy to imagine. After contacting a gay couple via web cam at a gay chat room, Fede (Emiliano Dionisi), a young man in his mid-twenties, arrives to the couple’s apartment for a threesome. Enter Hernán (Carlos Echevarría) and Franco (Nicolás Armengol), both in their mid-thirties and partners of eight years. Face to face, Fede likes them and viceversa. So it should be party time, right? Not so fast. In El tercero, the threesome finally takes place after a ludicrously long verbal foreplay that exists only on the big screen. Of course, fiction and reality are two different things. But if a movie goes for realism, then its fiction must be built realistically. Otherwise, the singularities of the characters and situations should be noted. Yet when a couple has a threesome with someone they’ve only met in a chat room, it’s very unlikely that they would prepare a full course dinner to break the ice. The usual scenario would run more along the lines of having something to drink, maybe playing some music, lowering the lights, and having small talk. And that would lead to the sex — the one and only reason for the gathering. And afterwards, maybe, just maybe, a more interesting conversation will arise by itself. But in Guerrero’s film, the trio talk endlessly during their long dinner. Hernán and Franco tell Fede how they met and what they feel for each other, what they like and dislike, how they relate to each other’s families, how their families relate to them, whether they go out or stay at home, and so forth. As for Fede, he’s more of a listener, but he talks a bit about his dad and the traits he’s inherited from his parents. Also, he unexpectedly tells the couple that his mum killed herself by swallowing pills — the couple hold hands gently as to cope with the news. Not a smart, dramatic move. Had the characters been off-beat, emotionally repressed, incomprehensible, illogical, or slightly psychotic, then they could rightfully behave in unpredictable, unusual, illogical ways. But these characters are run-off-the-mill — even uninteresting stereotypes, if you will. So why have such a contrived endless dinner sequence? Perhaps because it’s necessary to show some seduction among the characters to justify the predictable ending: the morning after, Fede feels something has changed inside of him following the encounter with the couple (or, better said, with Franco). But not everything is a mess: the sex scenes are believable, engaging. Finally there’s some real action as the three young men kiss, caress, touch and devour one another. There’s tenderness, but also a wild, carnal side. Most important: the actors look comfortable in their roles, as they did in most of the previous scenes. At times, the viewer can really feel the heat. In comparison to the first two thirds of the movie, this tiny last third is some kind of a triumph — and the introductory chat session is true to life as well.
La ley del deseo El primer plano de El tercero muestra a dos jóvenes chateando. Hablan del tamaño de sus miembros, de qué le haría uno al otro, de sus preferencias sexuales. Tratan, en fin, de calentarse. Claro que uno de ellos está en pareja. Pareja que, ante la viabilidad de un encuentro, se sumará al chat para dar el beneplácito. Así, el adolescente terminará en la casa de los otros con la excusa de una cena. El punto de partida del segundo largometraje del cordobés Rodrigo Guerrero (El invierno de los raros) amenaza con convertirse en uno de esos thrillers eróticos menores, un acto de representación de fantasías antes que una película. Pero aquí hay bastante más. Filmada en una serie de largos planos-secuencia, El tercero retratará con naturalidad un encuentro bautismal, aprehendiendo el arco de las vibraciones que van del nerviosismo inicial a los diálogos mucho más descontracturados del final de la noche, cuya culminación inevitable será un largo ménage à trois retratado con una crudeza más provocadora que funcional al desarrollo psicológico de los personajes. Más allá de eso, Guerrero ensaya una buena aproximación al deseo masculino, articulándolo con un coming-of-age acerca de la maduración y la construcción de una identidad y mostrando que los vínculos emocionales van mucho más allá de los imperativos sociales.
Entre el chat y la cama La seducción, el deseo, el juego con la web cam, la exposición del cuerpo y el posible encuentro sexual con desconocidos es el motor del segundo largometraj del realizador cordobés Rodrigo Guerrero después de El invierno de los raros. Muy acorde a los tiempos que corren, donde las relaciones son fugaces y los encuentros se dan sin compromisos, Fede (Emiliano Dionisi) chatea durante los primeros minutos de la película para concretar sus fantasías con una pareja (Nicolás Armengol y Carlos Echevarría) de ocho años de convivencia. El departamento se convierte en el escenario donde transcurre la acciòn, contada en muy pocas tomas, con un clima casi teatral y de aparente improvisación en los diálogos. Allí los tres personajes cenan, seducen y encienden la sexualidad quizás como una manera de escapar a la rutina. En el transcurso de la noche, Fede vive una experiencia intensa y reveladora que le muestra una nueva forma de amar. El tercero no pretende contar una gran historia, sólo expone y no juzga las acciones de los personajes. La inocencia y la experimentación en un terreno que desconoce pone al joven en un juego que lo atrae y asusta, entre miradas y charlas que preparan el clima íntimo que los acerca. Sin un gran conflicto que explotar y sin llegar a las escenas de sexo explícito vistas en la reciente El desconocido del lago, el film muestra pero juega con el off mientras explora la noche afiebrada del trío en cuestión.
Mucho con poco Todo comienza con un chat por MSN, en el que directamente lo que se ve (y lee) es sexo virtual. Y luego con una cita: Fede (Emiliano Dionisi), un pibe bastante joven, acuerda encontrarse con Hernán (Carlos Echeverría) y Franco (Nicolás Armengol), una pareja gay mayor que él, en el departamento que comparten los dos últimos. Allí va Fede, a cenar con Hernán y Franco, y todo terminará en una noche de sexo entre los tres. El día después, se despiertan juntos, Fede se ducha, se cambia, sale del departamento junto a Hernán y Franco, se despiden y Fede va a la facultad. Pero hay algo que evidentemente cambió para él, para bien, en el mejor sentido. Lo que se cuenta es la totalidad del relato que desarrolla El tercero, pero eso, contrariamente a lo que el lector y/o potencial espectador creería, no le va a restar disfrute. Es que lo que importa en El tercero es tomar esa porción de espacio-tiempo y los tres cuerpos que lo habitan para contar una historia de descubrimiento, de exploración propia y del otro. Lo primero que hay que reconocerle a Rodrigo Guerrero, en su segunda película luego de El invierno de los raros, es que se nota desde un comienzo que tiene en claro lo que quiere contar y los medios para hacerlo. Es notoria en El tercero la interacción entre la configuración del guión, situado casi en su totalidad el departamento de Hernán y Franco, y el presupuesto, indudablemente pequeño y acotado. Pero el realizador tiene la inteligencia para que eso se convierta en una virtud en vez de un defecto, para que sume y no reste. En el film se nota una depuración con los diálogos, que comienzan en un tono casi intrascendente, tímido, típico de las personas que se están conociendo, para ir adquiriendo profundidad y estableciendo las tensiones de forma directa pero sin perder consistencia, acrecentando la solidez de los personajes, que van estableciendo un vínculo con el espectador. Lo segundo que se le debe reconocer al realizador es que va cimentando con precisión una poética propia de la sexualidad, que termina de concretarse en el encuentro sexual, que dura unos quince minutos y está resuelto con sólo un puñado de tomas, en las que el montaje se da en el plano, apostando no tanto a la exhibición de los cuerpos, sino al placer generado en los protagonistas por el contacto entre ellos. En el cine argentino hay talento para filmar, pero muchas veces, a la hora de poner el sexo en la pantalla, hay poco hincapié en el disfrute, en la celebración de los cuerpos encontrándose. Ahí es donde El tercero surge como un soplo de aire fresco, ya que además evita la lectura política burda: no se reivindica la homosexualidad, sino la sexualidad y el deseo, que en este caso es entre tres hombres. Eso, por ende, termina convirtiendo al film en político. El tercero tiene poco para contar, pero ese poco es importante. Dura algo más de sesenta minutos, que sin embargo pesan tanto en los protagonistas como en el espectador. Para muestra de esto vale el plano final, que le da el tiempo justo al rostro de Fede para que transmita lo que sintió, siente y espera sentir. Esa satisfacción y ansiedad se proyectan con potencia inusual, dejando con ganas de más. Que quede la necesidad de conocer más sobre tres personas de las cuales se recortó apenas un pedazo de sus existencias es otro mérito de El tercero, y no viene mal reconocérselo a Guerrero.
Tres personajes en un plan minimalista La economía narrativa y de situaciones no le quita atractivo a una película que retrata a una pareja gay y el tercero del título, una suerte de crónica de un levante gay en tres movimientos, relatada en un tono medido y sin excesivos subrayados. Otra muestra del fenómeno conocido como “nuevo cine cordobés”, que invadió el último Bafici, El tercero es la segunda película de Rodrigo Guerrero, de quien un par de años atrás se estrenó su ópera prima, El invierno de los raros. En términos estéticos, la película de ese origen de la cual El tercero parece más próxima es Salsipuedes (Mariano Luque, 2011), por la adhesión de ambas al minimalismo. Escasos actores (tres, aquí, y ni uno más), un único decorado (un camping, allí; un departamento urbano, aquí), cero música incidental y un número contado de planos fijos. La diferencia es que mientras en el film de Luque los encuadres reproducen, en su encierro y fragmentación, la situación en la que se halla la protagonista, en El tercero responden a una simple cuestión de economía narrativa: si un único encuadre muestra lo que se quiere mostrar, para qué cortar o mover la cámara. Todo transcurre en un único ambiente, con personajes de los que ni se revela su nombre. Es absolutamente coherente que el tema de cierre, que se escucha sobre los créditos finales, sea de Daniel Melero, él también un notorio minimalista pop. De pop tiene mucho el opus 2 de Rodrigo Guerrero, aunque más no sea por los colores del departamento de los innominados protagonistas, pareja gay de treinta y largos y con seis años de convivencia. La fotografía de Gustavo Tejeda, de tonos brillantes, se acopla al estilo de ese interior, por lo demás prolijísimo y de tonos tan cuidados, que hasta una colección de libros en la biblioteca presenta colores en degradé. ¿Será que los personajes de Carlos Echevarría (recordado por sus trabajos en Garage Olimpo, Como un avión estrellado y, más recientemente, Ausente) y Nicolás Armengol (recordado por haber sido... pareja de Pampita en Bailando por un sueño 2008) compran libros por una cuestión estética, más que literaria? No se sabe, y está bien que así sea. Es que el minimalismo es una estética del rigor, y parte del rigor tiene que ver con no “meter” datos de afuera: ocurre lo que se ve, y lo que no se ve no entra. Una forma de materialismo, entonces, manifestada en el apego por los puros hechos. “Ya no me importan las cosas del sentido”, dice Melero en el tema del final, y la letra parece escrita por Guerrero. El tercero se desentiende por completo de metáforas, subtextos o indicaciones de sentido. Va “a los bifes”, tanto como lo hacen los tres protagonistas, al principio y al final de la película. “Crónica de un levante gay en tres movimientos”, podría subtitularse el film de Guerrero. El comienzo es allegro molto, con una escena de webcam en la que Fede se muestra ante al personaje de Armengol, hasta quedar en calzoncillos. Guerrero reproduce el chat entre ambos en tiempo real, característica de cada uno de los movimientos del film. Como en todo chateo de levante, el lenguaje no se caracteriza por lo alusivo. “Tocate un huevo”, le pide Armengol a Fede. “¿Te gusta la pija?”, indaga. Quedan en cenar en lo de Armengol y su pareja, el personaje de Echevarría. Allí la cosa se pone moderata, consecuencia de la timidez de Fede y cierta mala onda de parte del personaje de Echevarría (qué incómodo es esto de que los personajes no tengan nombre...), que el vino blanco ayuda a disipar. Los tres son burguesitos, aunque no se sepa a qué se dedican (sólo la coda mostrará que Fede estudia arquitectura). Guerrero incluye un diálogo que revela esa condición. Echevarría le reprocha a Armengol que haya cocinado remolacha, que nadie come, y el otro contesta que la tiran y listo. “No me vas a venir ahora con que en Somalia los chicos no tienen para comer.” “Hay chicos en Argentina que tampoco”, lo pone su novio en su lugar. La circulación etílica vuelve vivace el previsible final, con los protagonistas probando en la cama, durante más de quince minutos, todas las combinaciones posibles de tres en tres. Que haya varios orgasmos y terminen con un enérgico “trencito” no quiere decir que de la cintura para abajo se vea algo. ¿Autocensura? No, lógica de la puesta en escena, que en toda la película jamás corrige el encuadre y no incluye un solo insert. Happy end mañanero, promesas de reencuentro y la pregunta que algún espectador se hará: ¿qué cuenta El tercero, más allá de esos ratos escasos, esos diálogos sobre nimiedades, cuya única función es hacer tiempo hasta llegar a la cama? Responde Melero (o Guerrero): “No hay historia, apenas gestos”. Gestos y fugacidad. Se sabe lo que pasa en 65 minutos, el resto no.
Publicada en la edición impresa.
Una historia de amor de a tres, entre una pareja gay adulta y un muchacho. Hay tiempo de conocimiento y ternura y de sexo. Interesante.
Rodrigo Guerrero y un interesante ejercicio de contemplación Después de conocerse por chat, Fede llega a un edificio céntrico de la ciudad para tener un encuentro intimo con una pareja gay mayor que él. En el devenir paulatino de esa noche, Fede vive una experiencia intensa y reveladora. La mañana siguiente lo descubre diferente, como si de repente hubiera descubierto una nueva forma posible de amar. El momento de tu vida Lo nuevo de Rodrigo Guerrero definitivamente no es para todo el mundo. No por su temática gay, la cual en pleno 2014 no debería espantar a nadie y mucho menos “herir susceptibilidades” como alguien escribió por ahí. Si no mas bien su simpleza y monotonía, ya que el relato está construido a base de un puñado de planos. Me arriesgaría a decir que Psicosis, en solo los 4 minutos que dura la famosa escena de la ducha, tiene mas planos que El Tercero en todo su metraje. Esto, en una época donde muchos directores cortan y pegan al mejor estilo video-clip, ya es motivo suficiente para alejar a muchos espectadores de la sala. Pero quienes decidan arriesgarse y darle una oportunidad a la película, tendrán su recompensa. El Tercero es una obra contemplativa de una situación. Hay una historia, pero no lo que solemos llamar una trama. La cinta, a primera vista, bien podría servir como un manual audio-visual sobre como concretar un trió. Pero la verdadera belleza de El Tercero está en lo que no se dice. Escondido en el subtexto de algunos diálogos banales que se van dando y que sirven para “ablandar” Fede, el “tercero” en cuestión al que hace referencia al título. Al mismo tiempo estos diálogos nos van diciendo mucho sobre la pareja que invita al joven a su casa para concretar esta fantasía. De mas está decir que el cumplimiento de esta fantasía no termina significando lo mismo para todos. Mientras que para la pareja es un juego de seducción más, es un hecho importante en la vida de Fede que lo ayuda a seguir moldeando su identidad. Con una duración por pocos minutos superior a la hora de película y dividida en tres claros episodios, El Tercero es una película sobre la pasión, el sexo y el amor que inesperadamente termina resultando hasta tierna. Conclusión Cortita y al pie, El Tercero es una obra cuasi voyeurista que espía por una noche la vida de una pareja que concreta un trió. Mucho dialogo y pocos cortes de montaje ayudan a construir un relato donde no siempre lo que se habla es lo que realmente se quiere decir. Aunque definitivamente no es un film para todos los gustos, Guerrero se las ingenio para contar una pequeña historia de una forma poco tradicional, algo que por lo menos desde mi punto de vista es siempre digno de ser festejado.
Adiviná quién viene a cenar En este segundo opus del cordobés Rodrigo Guerrero (El invierno de los raros) salta a la vista la capacidad del realizador para construir con economía de recursos y algunos planos una historia de intensidad importante y riqueza estética en cuanto a la puesta en escena y las ideas de encuadre con fines narrativos, conceptuales y cinematográficos. Estructurada en tres actos que pueden ser autónomos entre sí sin respetar siquiera un orden cronológico, el denominador común de estas tres instancias no es otro que el sexo y las relaciones humanas devenidas del sexo. Tampoco puede soslayarse el juego rupturista con la idea conservadora y tradicional de pareja –pese a que los involucrados son una pareja gay que lleva ocho años de relación- para agregar un tercero y hacer de la suma de las partes mucho más que un todo. Apenas transcurren horas de este encuentro entre un joven universitario, Fede (Emiliano Dionisi), quien tras picantes y sugestivas charlas por chat con una pareja gay (Carlos Echevarría y Nicolás Armengol) decide aceptar la invitación de ellos para conocerse en un departamento céntrico y tener un encuentro sexual. Ese cruce de lo virtual a lo real se produce en el segundo acto y se define desde su costado más humano con sus dobleces emocionales en una cena introductoria en la que cada personaje desnuda por decirlo de algún modo parte de su alma y marca un espacio y lugar en el triángulo amoroso sexual que terminará por concretarse en el tercer y último acto. Sin sorpresas pero consciente del valor de los buenos diálogos y la tensión en el juego de miradas cómplices y silencios con una cámara como testigo que encuentra la distancia justa en el encuadre y también en el espacio vertical u horizontal, El tercero es un film que trasciende por méritos propios la temática gay porque se permite abordar con libertad y sin tapujos las aristas del amor entre hombres, despojado del estereotipo publicitario y gracias a la entrega de tres buenos actores que entendieron a la perfección su rol dentro de esta pequeña historia de encuentros, revelaciones, exploraciones, iniciaciones, miedos y sobre todas las cosas emociones. Con la aclaración pertinente que puede haber espectadores que sientan rechazo por la propuesta de Guerrero o para los cuales algunas escenas puedan herir su susceptibilidad.
Amor o acuerdo Dos muchachos chatean por una webcam hasta que en la pantallita de uno aparece otro, su pareja. El tercero es más joven, supuestamente está solo pero de todos modos se acopla al nuevo panorama. La invitación ya no es conocer a alguien sino participar de una fiesta con una pareja. Y el tercero, “el pendejo” (ninguno tiene nombre), con inocultable temor, se anima al departamento de estos treintañeros. En esta suerte de comedia erótica gay, el cordobés Rodrigo Guerrero no sólo consigue una escena particularmente divertida, previa al ménage à trois, sino que muestra la evolución del extraño (Emiliano Dionisi) desde su tímido ingreso hasta su integración de un modo natural, fresco, real. Del mismo modo, Guerrero plasma muy bien la relación de la pareja que componen Nicolás Armengol, como el más jovial y abierto, en contraste con el inicialmente reacio (y recio) personaje que compone el rosarino Carlos Echevarría (el más fogueado de los actores, con un CV que se remonta a la esencial Garage Olimpo de Marco Bechis). El manejo de los tiempos, la tensión y la descompresión hacen de El tercero una pequeña demostración de maestría cinéfila.
Hay realizadores preocupados por contar una buena historia, atrapante, fresca y original; y hay otros que ponen el argumento en segundo plano para centrarse en la estética de sus films, hacen una búsqueda y hallazgo de planos e imágenes cautivantes, diferentes a lo que se ve normalmente. Este último parece ser el camino de Rodrigo Guerrero, quien tras El invierno de los raros, vuelve a entregarnos un film diferente a lo habitual, aun diferente a aquella ópera prima. No importa aquí el argumento, al que podríamos catalogar simplemente como la típica historia de film de LGBTIQ. Un joven se conecta por chat, en donde puede expresar su sexualidad abiertamente, conoce a una pareja gay mayor que él; luego de varios juegos de cámara concretan un encuentro en casa de la pareja, cada uno cuenta sus historias, se conectan, y terminan cumpliendo al sueño del trío o más sensualmente llamado ménage à trois; poco más es lo que hay para contar. No habrá posteriores consecuencias que puedan pensar en la peligrosidad de estos juegos en donde impera más la carne que el amor; no habrá una historia de amor o seducción con demasiado desarrollo (salvo los detalles durante la cena y los juegos previos vía webcam); hasta un ojo prejuicioso podría decir que su argumento podría dar pie tranquilamente a un film porno, sin más… y viendo los resultados no estaría tan alejado. "El Tercero" se maneja como una pieza de reloj, todo está estructurado, para nada librado al azar pese a la simpleza de su propuesta. Esto se debe al esquema narrativo que presenta en base a la impronta de diferentes planos en cada acto. En un principio seremos espectadores en primera persona de los chat, la cámara de Guerrero es la de la webcam y por lo tanto, la pantalla es el monitor, vemos lo que ven los personajes; por lo tanto, tendríamos que sentir lo que van sintiendo los personajes (aun desde el alejamiento de la tercer persona, el voyeurista al que se le permite un acercamiento especial). Más tarde, el segundo acto se desarrollará durante la cena en el que la visión se dividirá en dos. Primero, acompañaremos al Joven en su visión de escuchar a la pareja hablar y contar su historia (y por qué no, hacer sus avances en el juego previo). Luego, sí, adivinaron, la visión nuestra será la de la pareja que observa al joven hablando, contando, y haciendo “lo suyo”, “su parte y movimientos” del juego. Finalmente, la acción se desarrollará en el plano sexual en donde los juegos del chichoneo darán lugar a la pura concreción explícita que ubicará a la película a un paso de la reciente El hombre del lago; y al igual que sucedía en aquella habrá una sensación de provocación excesiva, de cierto maniqueísmo para ver hasta dónde soporta el espectador. Ahí, el voyeurismo quedará bien expuesto. Planos secuencias (con más cortes de los que parece), planos contraplanos, estáticos, acercados, alejados, todo nos invita a un juego en el que la cámara más que el ojo del personajes es un tercero que lo acompaña desde al lado, un invitado especial. El trío formado por Emiliano Dionisi, Carlos Echevarría (de la superadora Ausente), y Nicolás Armengol se nota sólido y ahí también influye otra pata fuerte de Guerrero, la dirección de actores, precisa, marcada, aun durante la tercera parte. "El Tercero" gana en naturalismo, su argumento es extremadamente simple pero real (aquí es donde decimos, no es una porno); pero también se demarca desde este costado el público al que va dirigida; la linealidad del asunto lleva al interés de quienes quieran observar de cerca esta “relación”. Austera, correcta, estéticamente formal, este es un film distinto a otros de la cartelera, pero igual a muchos sucesos que ocurren en la vida corriente, depende quién sea el protagonista de la historia.
Apuesta interesante la del realizador cordobés Rodrigo Guerrero, quien en “El tercero” (Argentina, 2013), desarrolla una compleja puesta en escena, a partir de una idea simple. El director buscará y profundizará en la realidad de aquellas personas que desean y deciden relacionarse con el otro, más allá de estar en pareja, para así poder avanzar en el conocimiento de su sexualidad, evitando cualquier tipo de etiquetas y rótulos. Todo comienza cuando una pareja establecida (Carlos Echevarría y Nicolás Armengol), plagada de rutinas y de esquemas internos, y de aburrirse en la cama, deciden incorporar a su relación a “el tercero” del título (Emiliano Dionisi). Con un planteo que se inicia en un fugaz y explosivo chateo (el que Guerrero decide incorporar en toda la pantalla) y varias posteriores comunicaciones, orientadas a dejar bien en claro la naturaleza del próximo encuentro, el director va desnudando las particularidades del trío y generando cierta empatía con ellos. Y si bien Guerrero podría haber decidido que posterior a la citación todo sea una vorágine sexual y explícita, para que luego de la presentación de Fede (Dionisi) la pareja decida llevarlo rápidamente a la cama, la astucia del guión se encuentra en la elección de narrar una noche previa a todo llena de reflexiones que apuntan a generar el clima proclive al encuentro amoroso. La cena está filmada desde afuera, estática, nada se mueve, somos vouyeres de una intimidad exacerbada en la que sólo los cuerpos expectantes van mitigando la profunda sensación de su atracción con alcohol y comida, sin siquiera, aún, pensar en lo que vendrá. Y así es como la tensión y la atención hacia la pantalla se va generando y multiplicando, hasta el punto que esa relación vincular poliamorosa, que se va desplegando sobre la pantalla, avanzará sobre la acción hasta que los tres decidan encontrarse. Minimalismo a la enésima potencia y una búsqueda de naturalidad, apoyada en las buenas interpretaciones de Carlos Echevarría, Emiliano Dionisi y Nicolás Armengol (una de las claves del filme, la otra, claro está, es la dirección) es lo que permiten que la digresión sea disfrutada por el espectador. Obviamente el encuentro llegará, y el otro hallazgo de “El Tercero”, y sin contar mucho, es la verticalidad de la imagen, que será uno de las principales virtudes de una película que no intenta con grandilocuencia construir EL discurso sobre la homosexualidad y la apertura mental de algunas parejas, pero que acepta dentro de un contexto específico, una realidad diferente en la manera de amar y acercarse al otro. Película pequeña pero que se anima a gritar a los cuatro vientos una bocanada de libertad en todo sentido, “El Tercero” es una buena opción que además afianza a Rodrigo Guerrero como un gran narrador argentino. Córdoba lo hace de nuevo.
Segundo largometraje de Rodrigo Guerrero ("El invierno de lo raros", 2011), integrante destacado del pujante cine hecho en la provincia de Córdoba, "El tercero" cuenta con los protagónicos de Carlos Echevarría, Emiliano Dionisi y Nicolas Armengol y se centra en un encuentro. Después de conocerse por chat, Fede llega a un edificio céntrico de la ciudad para tener un encuentro intimo con una pareja gay mayor que él. En el devenir paulatino de esa noche, Fede vive una experiencia intensa y reveladora. La mañana siguiente lo descubre diferente, como si de repente hubiera descubierto una nueva forma posible de amar. Un filme que parte a partir de una premisa simple (¿Y si lo mejor de una noche de sexo es el día después?), la película explora el derecho a la exploración del deseo y de la libertad.
Ternura inusual El tercero, la nueva película de Rodrigo Guerrero, cuenta la historia de un “ménage à trois” homosexual, con discreción y sensibilidad. Los primeros minutos de La invención de los raros, la ópera prima del joven director Rodrigo Guerrero, dejaban en claro que el realizador debutante tenía una mirada propia. En aquel filme los dictámenes de un guion demasiado demandante exigían su ilustración; la película no respiraba bien y sus planos corrían de aquí para allá disolviendo el misterioso ritmo inicial. En su segunda película, Guerrero encuentra equilibrio, elegancia y precisión: El tercero, una discreta película de cámara, funciona de principio a fin. En menos de 20 planos, en los que la composición de cada uno nunca está librada a la casualidad, Guerrero cuenta una historia menor que unos años atrás hubiera resultado un escándalo. Constatación involuntaria del progreso moral de una sociedad: un ménage à trois homosexual ya no levanta revuelo alguno; más todavía cuando Guerrero disloca el costado voyerista del erotismo y lo dosifica con una dosis de ternura impensable para un encuentro ocasional arreglado entre una pareja y un tercero a través de un sala de chat en la web para pasar una noche de sexo grupal. El tagline que acompaña la promoción dice: "¿Y si lo mejor de una noche de sexo es el día después?" Definitivamente, el lema no coincide con la amabilidad del filme. Desde la charla inicial por webcam hasta la despedida que tiene lugar a la mañana siguiente después de haberse consumado el encuentro erótico, los tres personajes la han pasado muy bien en todo momento. Es cierto que la posterior satisfacción silenciosa de Fede, que estudia en la universidad y recién empieza a sus 22 años a tomar envío en sus búsquedas amorosas, es ostensible en su expresividad facial una vez que llega al claustro universitario, pero ese mismo sentido de plenitud se puede verificar en la hermosa conversación durante la cena que antecede al paso hacia la cama. El flujo del diálogo es notable, y la geometría de la puesta en escena también. En dos planos medios simétricos, Fede contará algunas cosas de su vida que no son anecdóticas, y Hernán y Franco, mayores que Fede y juntos por ocho años, escucharán con respeto y atención. Se podrá objetar cierto pudor a la hora de filmar los cuerpos en acción. Si bien los encuadres son ingeniosos y los muchachos se comportan a la altura de las circunstancias, el desnudo frontal completo brilla por su ausencia. El pene en fuera de campo es una regla perteneciente a otro filme, incompatible con el espíritu de libertad y cuidado que sobrevuela el relato. Guerrero ha dado un buen paso con El tercero. Hay aquí una idea de puesta en escena, tres actores que responden con ductilidad al requerimiento del director y una intención de explorar el deseo (homosexual) que encuentra a su vez un costado íntimo y sensible poco frecuente. Como sucede con el joven Fede, Guerrero tiene una carrera abierta por delante. Si confía en su sensibilidad y convicciones, la tercera película que vendrá después de El tercero será un filme de madurez.