De la tierra al trabajo La problemática de la inmigración, pero más aún las diferencias entre las distintas comunidades y su camino de construcción de identidad, formaban parte de Habitación disponible -2004-, documental de los realizadores Eva Poncet y Marcelo Burd, quienes esta vez con El tiempo encontrado -2014- optaron por retratar, desde el documental de observación, las historias de Darío Rejas, Edwin Mamani y Berta Choque. Ellos debieron dejar su tierra natal boliviana por diferentes motivos -que en el documental no se mencionan- e insertarse y adaptarse a la cultura de este país y más precisamente a su lugar en Florencio Varela, provincia de Buenos Aires. Los directores decidieron de antemano darle nombre propio a sus retratados, en primer lugar para no etiquetarlos como inmigrantes o bolivianos, sino en su esencia y particularidades con historias detrás, pérdida de la identidad por amoldarse a otra cultura, pero sobre todas las cosas eligieron acompañarnos con la distancia necesaria para reflejar los haceres de cada uno de ellos. El trabajo, tanto desde la tierra con el cultivo de alimentos orgánicos que les permite sustentarse con la venta, así como en la elaboración de ladrillos para construcción ocupan el eje temático central del que se desprenden diferentes aristas, las cuales corresponden a los vínculos entre pares, a la organización social de los trabajadores y a la intimidad en todos los ámbitos donde la cámara dice presente. Sin embargo, esa presencia casi invisible permite que re quiebre el código tácito entre aquel que observa y el observado para que en esa ruptura de orden dialéctico y además con una jerarquización de la mirada mute hacia otros espacios y mecanismos de representación. Eso lo consiguen fundamentalmente por haber construido -a fuerza de paciencia y respeto- el grado de confianza necesario para que emerjan personas y no personajes. El documental de observación como idea de enfoque objetivo es más que bienvenido para este tipo de propuestas que, desde un discurso no explícito ni afín con la bajada de línea, desestructura las maneras de mirar y crea nuevos horizontes para abarcar complejidades y resaltar singularidades como es el caso de Darío, Edwin y Berta. Todos ellos con muchas cosas para compartir.
Un lugar en el mundo El binomio de realizadores integrado por Eva Poncet y Marcelo Burd, que ya había incursionado en el tema de las migraciones con Habitación disponible (2004), codirigido también por Diego Gachassin, propone a través de un documental de observación acercarse a la vida de tres inmigrantes bolivianos y mostrar sus vidas a lo largo de un año. El tiempo encontrado (2014) retrata la vida de tres inmigrantes bolivianos que habitan una zona rural de la provincia de Buenos Aires. Así, se enfocará en una arista diferente sobre la migración reciente. No la de las grandes urbes, sino aquella que sobrevuela los pequeños poblados. La mayoría de las películas, tanto ficciones como documentales, abordan el tema de la migración pero desde la problemática atravesada en las grandes ciudades, y olvidándose de que el interior también está poblado de inmigrantes que deben enfrentarse a situaciones que rara vez se asemejan a la de los que viven en una ciudad como Buenos Aires La cámara de Eva Poncet y Marcelo Burd se posará sobre Darío, que se dedica al cultivo de tomates; Berta, que cose y teje, y Edwin, un muchacho que trabaja en una fábrica de ladrillos, para mostrar la rutina de sus trabajos, los cambios que experimentan y como en ese año de observación sus vidas como migrantes se irán transformando. A lo largo de los casi 90 minutos de metraje, el espectador, como los protagonistas, irá encontrando respuestas a diferentes preguntas que de manera tácita irán apareciendo. La adaptación en otro lugar, las nuevas relaciones, la estigmatización por ser de otro lugar y la construcción de una identidad fuera del país de origen serán algunos de los tópicos que se manifestarán y a los que cada uno de los personajes deberá enfrentarse. El logro de los directores es pasar desapercibidos y no interferir en las acciones, logrando que el relato fluya naturalmente pese a la morosidad de que por sí propone el registro de la observación.
Un documental de Eva Poncet y Marcelo Burd que acompaña el devenir de sus protagonistas con sus ocupaciones. Un quintero, una costurera y un obrero de una fábrica de ladrillos. Bien inspirada aunque con un ritmo demasiado moroso para mantener siempre la atención del espectador.
El cine social tiene un problema: mostrar circunstancias que, con el tiempo, dejan de tener peso. Pero funciona cuando apunta a algo universal. Por suerte, este film de Eva Poncet lo hace: sigue a tres inmigrantes bolivianos en la Argentina y los sigue de tal modo que “boliviano” y “Argentina” pasan a ser circunstancias de un retrato humano que vale en cualquier momento y lugar. Además de ser pudoroso y preciso.
Cada tanto está bueno salir de la gran urbe. A veces los problemas se ven desde la perspectiva donde uno está, y cobran una dimensión distinta con sólo alejarse de ellos. La problemática de la inmigración se ha tratado en muchos registros documentales, pero siempre, desde el corazón de la ciudad. Donde los extranjeros comienzan a hacer pie en un territorio nuevo, hostil muchas veces y deben adaptar su cultura para fundirse con su medio actual. Eva Poncet y Marcelo Burd (realizadores de "Habitación disponible" también en la misma línea de trabajo) entonces nos presentan esta vez un recorrido sobre los inmigrantes que han llegado de Bolivia, fijando la mirada en tres personas que han vivido ya cierta cantidad de tiempo (importante) en Argentina. Los documentalistas entienden que esa condición (la permanencia prolongada) afecta sobre la cultura originaria y propone algunas cuestiones que naturalmente, aparecen con esa inserción, además de disparar otros temas que son más específicos de cada caso. La mirada de Poncet y Burd se centra mucho en preguntarse (y observar, consecuentemente) acerca de los aspectos personales que son únicos y que surgen de vidas puntuales. En "El tiempo encontrado" entonces nos adentraremos en un clásico documental de observación que sigue la vida de tres inmigrantes en su contexto actual: Darío (cultiva tomates), Edwin (que trabaja en una fábrica que produce ladrillos) y Berta, (quien cose y teje). Nunca está de más avanzar sobre el análisis de las estrategias de adaptación de quienes eligen vivir en otro país. En una tierra como la nuestra, donde la discriminación y el bullying están a la orden del día, es una actividad que siempre debe convocar atención. Aquí, en "El tiempo encontrado", los realizadores logran adentrarse en el núcleo de confianza de sus observados. Luego de haber pasado un importante tiempo con ellos (en Florencia Varela, donde fueron registradas sus historias), las puertas se abren y esto permite registros de situaciones menos frecuentes y a la vez íntimas, de manera que al verlas cobran forma y fluyen de manera natural. A lo largo de la cinta, surgen preguntas que se desprenden de esos retratos de vida y si bien no todas serán respondidas, sí aparecerán indicios para sus desarrollos, sentido que el espectador agradece. En lo formal, quizás su duración parezca, para el público no predispuesto a adentrarse en este tipo de aventuras, extensa. La modalidad de abordaje favorece esta sensación, así que tenerlo en cuenta a la hora de planificar su visionado. "El tiempo encontrado" continúa una serie de registros que son interesantes en los contextos actuales que encuadran las relaciones con los inmigrantes y es bueno tenerlos cerca a la hora de entender ciertas situaciones sociales que nos atraviesan.
Imágenes reales de la supervivencia Tres historias de vida, tres miradas sobre el devenir cotidiano, tres observaciones de lo real. Inmigración y después ver desde la cámara. Tres historias de vida, tres miradas sobre el devenir cotidiano, tres observaciones de lo real. Inmigración y después ver desde la cámara. De eso trata El tiempo encontrado, un documental de los experimentados realizadores Eva Poncet y Marcelo Burd, quienes ya habían explorado el tema en la más que interesante Habitación disponible (2004) y en la no tan apreciada Vladimir en Buenos Aires (2002), en el territorio de la ficción. Pero si aquel sensible registro de la inmigración con ecos de pieza de hotel construía su relato a través la urgencia y de la aun letal crisis política y económica de 2001, las tres historias de El tiempo encontrado eligen la observación como fundamento dramático y la contemplación, a través de la cámara, con el fin de registrar lo real, sin invasiones didácticas ni voces en off que altere la pureza de las imágenes. Así, el devenir de Berta, expresada por medio de su labor con el tejido, el día a día de Darío y su cosecha de tomates y el paisaje que se funde al cuerpo de Edwin y su trabajo en una fábrica de ladrillos, no necesitan de una mayor explicación que las imágenes por sí mismas. Los tres nacieron en Bolivia, pero Poncet y Burd articulan un discurso donde no hay lugar para el texto de barricada ni tampoco para exhibir una pose autoritaria de los directores por encima de sus personajes. Ellos se colocan en un mismo punto de equilibrio, colectivizan su mirada sobre el mundo y escarban en las precariedades de vida de Berta, Edwin y Darío, pero apartándose de cualquier rasgo miserabilista y propicio al mensaje que se protege exclusivamente en la bajada de línea. Por eso, El tiempo encontrado halla sus virtudes no sólo por lo que muestra; también, por aquello que decide escamotear y ocultar, aferrándose a una idea original luego trasladada a las imágenes. Como si se tratara de un más que interesante ejemplo de antropología cinematográfica, este documental de observación y contemplación registra lo real sin adornos ni artilugios, confiando en la empatía de los directores hacia los personajes reales y viceversa. Y es desde allí manifiesta su innegable honestidad estética.
El tiempo observado El tiempo encontrado, es un documental que retrata y sigue la vida y las historias de Darío Rejas, Edwin Mamani y Berta Choque, tres inmigrantes bolivianos que por diferentes razones llegaron a vivir en una zona rural del conurbano bonaerense. Uno de los hombres se desempeña como quintero, cosechando alimentos que luego vende mientras que el otro es obrero en una fábrica que produce ladrillos, y la mujer trabaja como costurera. Tanto Poncet como Burd se aproximan a estas personas, no tomándolos como personajes sino limitándose a observar y compartir con nosotros su cotidianidad, a la vez que los despojan de las típicas etiquetas o significantes en torno a la inmigración. Si en La Salada (2014), Juan Martín Hsu mostraba de forma ficcional las dificultades que implica habitar y subsistir en un nuevo espacio, con otras costumbres, El tiempo encontrado va en algún sentido por la misma línea, pero lo hace en el marco del documental observacional y contemplativo. Así, los directores deciden posar la cámara y sólo retratar los distintos hechos que ocurren durante casi un año en la vida de Darío, Edwain y Berta, tiempo en el que modifican su presencia y sus vidas residiendo en Florencio Varela. Simple, sensible e inspiradora, aunque por momentos cae en un ritmo denso que puede distraer la atención del espectador, esta producción invita a corrernos de los lugares comunes, a tener una mirada más completa y compleja sobra la inmigración, y las posibles problemáticas que ésta atrae aparejadas, pensándolas más allá de lo que pueda ocurrir en cuidades capitales. Por Marianela Santillán
Bello y respetuoso El tema de la inmigración parece obsesionar a Eva Poncet y Marcelo Burd. Una década después de ese muy buen documental que fue Habitación disponible, codirigido por ellos y Diego Gachassin, profundizan en El tiempo encontrado la mirada sobre una de las comunidades anteriormente retratadas: la boliviana. Documental de observación bello y respetuoso, El tiempo encontrado retrata la cotidianeidad laboral e íntima de tres personajes: Darío Rejas (un quintero), Berta Choque (que se dedica a la costura y el tejido) y Edwin Mamani (trabajador en una fábrica de ladrillos). Es cierto que se trata de un recorte (la película informa que hay más de 200.000 bolivianos radicados en el Gran Buenos Aires, muchos de ellos afincados en la zona de Florencia Varela), pero esas tres historias de vida -abordadas con rigor, paciencia y sensibilidad-permiten conocer los sueños y frustraciones, la búsqueda (y pérdida) de identidad, las contradicciones de estos inmigrantes que se debaten entre integrarse a la sociedad argentina y mantener las costumbres e idiosincrasia de origen.
La sublime importancia del silencio En este documental sobre la comunidad boliviana en Argentina, el silencio es casi tan determinante como lo que se ve. Mirar hacia arriba permite ver que las ramas sostienen todavía algunas hojas secas, dándoles a los árboles un aspecto de semidesnudez que se recorta contra un cielo de perenne color gris. Si eso no fuera suficiente, alcanza con bajar la vista al ras del suelo para confirmar en la ropa que visten las personas (abrigos ligeros, alguna camperita, la polera de algodón que una nena usa debajo del guardapolvo escolar) que con certeza es otoño. La cámara va alternando su atención entre el tiempo (el clima) y las personas, y con esos elementos comienza a tramar un relato urdido de miradas tan elocuentes por sí mismas que casi no necesitan de palabras que las expliquen. Porque en El tiempo encontrado, clásico documental de observación de los directores Eva Poncet y Marcelo Burd, el silencio es casi tan importante como lo que se ve. Un silencio que por otra parte no es tal: una sinfonía minimalista de sonidos naturales se cuela con persistencia entre las imágenes que la película encadena. Esos sonidos hablan y con su voz completan lo que la cámara muestra: un grupo de ladrilleros abocados a los primeros pasos de su labor diaria de fabricar piezas de barro; una mujer que al mismo tiempo es madre y costurera; una cooperativa de horticultores dedicados al ciclo infinito de la siembra y la cosecha. Cada espacio tiene su propio paisaje sonoro que, al montarse unos a otros, van componiendo una banda sonora de delicada naturalidad. Esa es la música que acompaña la vida cotidiana de los protagonistas de El tiempo encontrado.Vistos por separado apenas puede decirse de todos ellos que son trabajadores, pero es probable que una mirada menos general resulte más reveladora. Cada uno de los personajes a los que la película sigue son parte de la nutrida colectividad boliviana en la Argentina, asentada sobre todo en la provincia de Buenos Aires en donde, según informa un breve texto inicial, habitan unos doscientos mil inmigrantes. En ese texto también se hace saber al espectador que la mayoría de ellos trabaja dentro de las industrias textiles y de la construcción, o como horticultores, actividad en la cual producen gran parte de las verduras y las frutas que se consumen en Buenos Aires. Es decir que su trabajo mudo e invisible no sólo es la base productiva de la vida en la ciudad y su vasto conurbano, sino que tal vez sea mucho más. Vestir al desnudo, alimentar al hambriento, darle hogar al desamparado, forman parte de las llamadas 7 Obras de la Misericordia que pregona el cristianismo, misiones que la clase política ha pretendido hacer propias, al menos desde lo discursivo. Justamente El tiempo encontrado pone en relieve la distancia que media entre la acción y la palabra, entre las intenciones expresadas en sermones y discursos y el trabajo real y silencioso de ponerse al servicio de las necesidades de los otros. Porque, ¿qué hacen Edwin y los ladrilleros, sino ocuparse de empezar el proceso de construir los hogares ajenos? ¿A qué se dedica Berta, madre y costurera, sino a vestir a los otros? ¿Qué hacen Darío y sus compañeros horticultores sino saciar el hambre de los demás? Si algo muestra la película de Burd y Poncet es que ninguno recibe por ello la gratitud que merece.Como en el film Le quattro volte, de Michelangelo Frammartino, en cuyo centro también habitaba un grupo de campesinos y ladrilleros italianos, en El tiempo encontrado la narración avanza junto al ciclo estacional, yendo del otoño al verano, un orden que es fundamental para retratar y entender la vida de sus protagonistas. Un ciclo temporal paciente y extenso que contrasta con los pocos detalles de la vida urbana que aparecen en el relato, regidos por el vértigo del día a día. Es desde ahí que el título de la película empieza a cobrar sentido: si, como en la obra de Marcel Proust, la vida en las ciudades consiste en una carrera sin fin en busca del tiempo perdido, para Edwin, Berta y Darío el tiempo es una materia continua con la que conviven en permanente encuentro. En ese choque de realidades siempre se pierde algo. Sobre el final, Edwin lo expresa cabalmente, no sin tristeza: “Acá nunca se sabe cuándo es Carnaval”.
Sinécdoque, Florencia Varela Apenas un escueto texto nos informa en el comienzo de El tiempo encontrado, típico documental de observación de Eva Poncet y Marcelo Burd, que en Argentina residen más de 200.000 bolivianos y que la mayoría lo hace en la zona de Florencio Varela, donde trabajan en industrias básicas para el sostenimiento de una sociedad como la de los alimentos (Darío Rejas es quintero), la indumentaria (Berta Choque es costurera) o la construcción (Edwin Mamani fabrica ladrillos). Ese texto es una síntesis que opera muy bien en el contexto del film, donde los tres protagonistas simbolizan una especie de resumen, una sinécdoque, de un asunto mayor: que es el de la inmigración y su integración compleja dentro de una sociedad, sus costumbres e idiosincrasias en fricción. No hay entrevistas en El tiempo encontrado, sólo una cámara que registra y exhibe instancias laborales y algún que otro momento de recreación, o un viaje a la ciudad para hacer trámites y que airea la narración centrada mayormente en lo rural o periférico. La apuesta que Poncet y Burd bordan con un nivel de extrema obsesión observacional es interesante, porque evita caer en cualquier tipo de sentencia: no hay paternalismo en su film, tampoco una mirada prejuiciosa. La elusión de la palabra impide que lo verbal justifique o ponga en crisis lo físico. El tiempo encontrado dice, también desde el silencio, que la forma más justa de hablar de la inmigración es desde la ausencia de palabras: alcanza con mirar y ver lo que esos cuerpos son capaces de hacer y expresar. Y le pone una especie de límite moral a tanto documental, ficción o informe televisivo que transita el tema con una cuota alta de manipulación y sensacionalismo. También El tiempo encontrado tiene sus límites como propuesta, porque como todo documental de observación genera la duda acerca de si lo que apreciamos es lo que el film dice o cargamos, desde nuestra subjetividad, un montón de sentido sobre esas imágenes. En todo caso, derecho del cine -ese de que cada uno complete lo que las imágenes proponen-, el documental impone a partir de su juego literario con la obra de Marcel Proust, El tiempo perdido, una ironía: ¿cuál es ese tiempo encontrado? ¿El de la repetición de un presente continuo sólo delimitado por lo estacional climático? ¿El de individuos que dejan atrás un pasado en su país para conseguir un futuro en otro lugar? Tal vez esa sea la mayor acotación consciente de los directores. Lo más potente de este documental, y de ahí el notable trabajo de edición por parte de Poncet y Burd, es esa idea de síntesis (síntesis narrativa y discursiva) que campea durante todo el relato, de cómo esos individuos simbolizan a una comunidad, y cómo esa comunidad escenifica una temática. Y sin mayores subrayados. Sólo con sus presencias, sólo con sus cuerpos. Esa es la inherente potencia de lo humano, la de saberse imperecedero y justificarse con su mera presencia.
La vida observada. Un recorrido original. Esta película no fue realizada simplemente para verse. Esta obra invita a ser observada con mucha atención y en esa intención se pone en juego mucho más que el sentido de la vista. El Tiempo Encontrado busca captar nuestra atención de un modo tan simple como bello. Mostrarnos la cotidianeidad, humildad y simpleza que tiene la vida más allá de todos los ornamentos que pueden hacerla más atractiva según los cánones del devenir actual. Simplemente ser. Esta tarea recae en las historias de Darío Rejas, Edwin Mamani y Berta Choque, los tres protagonistas de este documental en el cual notamos cómo se desarrolla la vida de gran parte de los 200.000 inmigrantes bolivianos que viven en Argentina. Es así que los vemos llevar adelante sus labores una y otra vez, como si el tiempo se repitiera en todo momento y no avanzara jamás. El hogar, la quintera y los ladrillos. Sin grandes diálogos ni escenas determinantes o enigmas por resolver, los relatos, que no están unidos entre sí, llevan la misma impronta. “-Igual tu labor no termina nunca, porque ahora estamos hablando y estás tejiendo, o sea, no podés, está en tu naturaleza… -Así nos enseñaron.” De parte del espectador se espera calma y paciencia para no caer en la exasperación o angustia que podrían desencadenar el “no avance” de la historia. No hay un principio, tampoco un nudo y mucho menos un final. El núcleo pasa por apreciar las imágenes, testimonios, colores y sonidos que en cada cuadro Eva Poncet y Marcelo Brud, los directores, buscaron dejar impregnados a través de cámaras fijas, sonidos ambientes y primeros planos sobre rostros que no tienen nada para decir. No se busca tampoco purgar emociones elementales como podrían ser la piedad y la misericordia. Por el contrario, uno hasta podría quedar con la sensación de querer saber todavía un poco más sobre las actividades y el progreso de cada uno de los protagonistas, aunque da la sensación que ni siquiera a ellos les interesa saberlo. Es ese tiempo encontrado, que está siempre allí, buscándolos y encontrándolos inevitablemente. Es el presente que fue pasado y que se repetirá en el futuro.
El tema de El tiempo encontrado documental de Eva Poncet y Marcelo Burd, que se estrenó este jueves tiene que ver con el trabajo de los migrantes bolivianos en Argentina, más precisamente en la provincia de Buenos Aires. Un gráfico inicial nos informa que son cuatro las actividades a las que principalmente se dedican los casi 200.000 bolivianos que habitan la provincia: el comercio, la actividad textil, la construcción y la horticultura. De esas actividades los realizadores se dedican a describir con sus imágenes, tres: el trabajo en una quinta de tomates, una fábrica de ladrillos y el de una costurera-tejedora. Las imágenes de una fiesta popular boliviana que sigue al texto inicial recuerda un film poco visto de Martín Rejtman Copacabana trabajado mayormente en planos fijos generales, tan pregnantes, de las festividades de la comunidad boliviana. Un barrido de la imagen con un travelling rápido rompe con ese tiempo de la fiesta inicial para ingresar al tiempo del trabajo pocos segundos después, cuando entramos al Barrio El alpino de Florencio Varela para asistir al proceso de producción en una ladrillera: desde el moldeado del ladrillo sin cocer al horneado final; de ahí al Barrio La Colonia donde los viveros de tomate nutren buena parte de los mercados centrales. Darío Rejas es el quintero, Edwin Mamani el trabajador en una fábrica de ladrillos. De los tres trabajadores, Berta Choque es la que impone el tiempo femenino, es la única mujer, la costurera, la que recupera el lugar del hogar, las tareas de la hija, la visita al médico. Hacerme feriante, de Julián D´Angolillo mixturaba imágenes y sonidos de la feria La Salada. Era coherente ese formato con ese mundo vertiginoso del comercio ilegal y la producción clandestina de una feria gigantesca donde pasan millones de personas El tiempo encontrado también usa el modo observacional, pero esos planos largos, que nunca se estiran en exceso hablan de una temporalidad distinta, más interna pero más atenta a los cambios de la naturaleza, sobre todo en los tiempos de la siembra y la cosecha referidos a un modo de trabajo tambien diferente, relacionado con la materia prima de la cadena de la producción. A lo largo de ese año que dura el registro de la vida cotidiana de estos trabajadores, los planos de los invernaderos, o de los almácigos, o el de los hornos se ajustarán al calendario de las estaciones desde un preciosos modo de trabajar las duraciones, los colores, y algún retoque musical que aparece esporádicamente. El tiempo encontrado, que bien podría haberse llamado El tiempo justo seguramente se convertirá en una película importante para pensar la migración en los tiempos del postcapitalismo.