Un ex matrimonio se reencuentra tras la pérdida de su hijo. Ambos se desconocen y reviven sus peores momentos juntos mientras intentan cumplir con la última voluntad de éste. Reunirse en un valle turístico en el que, “supuestamente” se verán nuevamente. Lo sobrenatural se introduce en la trama, algo que viene interesando, aparentemente, al último cine europeo (Oliver Assayas lo ha hecho con “Personal Shopper”) trabaja de manera intensa con este cariz generando productos que profundizan sobre el tema. La ex pareja se cela, se rechaza, se insulta, se reúne, y el misterio del hijo que los visita por última vez, configuran la ecléctica propuesta, un duelo entre Isabelle Huppert y Gerard Depardieu que no termina de estar a la altura de sus protagonistas.
LO “TRASCENDENTE” Una de las peores cosas que le pueden llegar a suceder a un ser humano es sobrellevar la muerte de un hijo. Quizás el hecho que sea algo poco habitual (lo “establecido” es que el padre muera primero), lo transforma en una experiencia muy traumática y difícil de tolerar. Intentando exhibir esta situación, El valle del amor narra la historia de Isabelle y Gérard, una ex pareja de actores que después de años separados y sin verse, reciben una carta de su hijo Michael, quien se suicidó hace seis meses. En ella, su hijo los cita en El Valle de la Muerte, en pleno corazón de los Estados Unidos. A pesar de lo absurdo de la situación, el padre y la madre deciden ir, provocando que los fantasmas de su pasado común aparezcan a lo largo de la búsqueda del fantasma de este hijo que los ha enviado al umbral de la muerte en California. De corte clásico y con un trabajo de puesta en escena que sólo se dedica a exhibir los diferentes momentos de la travesía de este dúo, el film transcurre entre diálogos y situaciones que apuntan a la simbología y lo espiritual de la muerte, como también a los recuerdos de esa pareja divorciada hace años. A pesar del talento de Isabelle Huppert y Gérard Depardieu, que abordan sus personajes con maestría y gran destreza, la película nunca llega a despegar, resultando monótona, sin sobresaltos, sin instantes que emocionen o estremezcan. Todo ocurre en forma irresoluta y con demasiados “símbolos” que nunca se terminan de entender claramente, agregando aún más imprecisión al relato. Una bella fotografía y una dupla que sigue demostrando su talento actoral no alcanzan para hacer que El valle del amor resulte un producto atractivo. Es de esos trabajos que pretenden ser trascendentes y -a su vez- “premiables”, pero que nunca logran transmitir emoción al espectador ni presentar una historia significativa para el universo cinematográfico que represente la cruel vivencia de la muerte de un hijo.
En el Valle de la Muerte en los Estados Unidos, Gérard Depardieu e Isabelle Huppert, haciendo un poco de ellos mismos, pero con las variaciones que impone la ficción, van en búsqueda del fantasma de su hijo, quien se suicidó (había olvidado decir que en Youth también había un suicidio, un poco siguiendo la onda de Ida: saltar por la venta como si se fuera de paseo). En su carta póstuma, el hijo le pide a sus padres que vayan a los Estados Unidos en su recuerdo. Él, desde el más allá, promete ir enviando señales desde el otro mundo y anuncia una aparición física. Los progenitores no se ven desde hace años, pero aceptan el pedido, escépticos frente al motivo del encuentro, pero demasiado culposos para fallarle una vez más a su hijo. No han sido buenos padres y el pasado les pesa. La redención cuesta.
Entre el abandono y la culpa Debe haber pocas situaciones más dolorosas en el ámbito cinematográfico que ver cómo se desperdicia a dos actores de la talla de Gérard Depardieu e Isabelle Huppert: esto es precisamente lo que ocurre en El Valle del Amor, una película que gira sobre sí misma sin agregar nada novedoso a la vieja temática del duelo ante la muerte de un ser querido… Siempre que parece que por fin quedó superado -léase completamente en el pasado- ese cine arty de eterno destino festivalero y pocas o nulas ambiciones comerciales, luego de un tiempo de letargo termina asomando la cabeza una vez más desde los recovecos menos pensados de la industria. Hablamos de esa típica dialéctica formal centrada en tomas fijas, tiempos muertos, diálogos lacónicos, algo de improvisación, locaciones desérticas, poca información general sobre el devenir de la trama, etc. Lo curioso del caso es que los propios festivales paulatinamente incluyen más y más propuestas de género y obras alternativas a los representantes de este combo, el cual por cierto en otras épocas fue sinónimo de contracultura y hoy, luego de décadas de estandarización, está homologado a una doctrina del shock que -de manera bastante trasnochada- pretende causar un “impacto publicitario”. Lejos de tales golpes de efecto pero bien cerca del resto de los ingredientes del cine arty, El Valle del Amor (Valley of Love, 2015) es en esencia el tercer bodrio seguido de Guillaume Nicloux, un realizador que pareciera intentar recuperar compulsivamente ciertos detalles de Michelangelo Antonioni y Robert Bresson. Al igual que La Religiosa (La Religieuse, 2013) y El Secuestro de Michel Houellebecq (L’Enlèvement de Michel Houellebecq, 2014), el film en cuestión no llega al desastre absoluto aunque falla en su pretensión de construir un “discurso inteligente” sobre el tema de turno, derivando de inmediato hacia el campo de la desidia narrativa, el aburrimiento y la ausencia de ideas valiosas a nivel visual. A pesar de que la película baja retóricamente unos cuantos cambios con respecto a aquellas (es mucho más moderada en función del tópico tratado), aun así desaprovecha a sus dos protagonistas. Nicloux no tuvo mejor idea que reunir a dos bestias sagradas del cine francés como Gérard Depardieu e Isabelle Huppert en otro de sus pantallazos sobre la nada misma: el dúo interpreta a una ex pareja de actores que se dan cita en el parque nacional del Valle de la Muerte, en California, para acatar al pie de la letra las instrucciones que les dejó su hijo antes de suicidarse, a quien ambos abandonaron de pequeño para seguir con sus respectivas vidas/ carreras. El joven les envió cartas a ambos en las que afirma que si respetan un itinerario de horarios y lugares precisos dentro del parque eventualmente podrán volver a verlo, ya que se les aparecerá una última vez de forma física cual fantasma torturado. Muy a su pesar, la dupla deberá convivir a lo largo de una semana en la que evocarán parte de su tiempo juntos y tratarán de entender todo el asunto desde distintas perspectivas de análisis. Lamentablemente ni siquiera la presencia de Depardieu y Huppert alcanza para levantar el guión escuálido y redundante del propio director, un trabajo en el que la mayoría de las escenas agregan poco y nada al desarrollo de personajes. Nicloux coquetea con la culpa de los protagonistas por haberse desentendido de su vástago pero jamás profundiza del todo el sustrato dramático y cuando -llegando el desenlace- por fin se decide a acentuar la tragedia mediante un intento de redención, ya el cansancio del espectador está instalado y el tiempo propicio para tales menesteres quedó en el pasado. De hecho, por momentos se siente que los intérpretes están a la buena de Dios y la tendencia a improvisar del realizador no genera frutos porque la historia de base no aporta ni un gramo de originalidad a esa larga tradición de “relatos de duelo”: sólo la profesionalidad de los actores nos rescata del colapso total…
Gerard Depardieu ( Gerard ) e Isabelle Huppert ( Isabelle ) son una pareja de esposos separados hace mucho tiempo, que se reúnen en un hotel para leer las cartas que les dejo su hijo con la intención de que se reencuentren. El hijo, que vivía en San Francisco, se suicidó y su último deseo quedo escrito en esas cartas. Pide a sus padres que se dirijan a distintos puntos del Valle de la Muerte, para reencontrarse con él en uno de ellos, y así formar el Valle del amor. Es bien sabido que estos dos grandes actores pueden ponerse a sus espaldas este relato que con gran profesionalismo llevan adelante. Lo que no se entiende es el sentido que le quiere poner el director, ya que en el transcurso del film uno siente que el misticismo y la espiritualidad están más que presentes, en esa culpa que encuentran estos padres por no haber tenido mucho contacto con su hijo. Una historia que por la primera toma, una caminata muy larga de la actriz desde atrás recorriendo las pasarelas y pasillos de un hotel en medio de las montañas, ya se presagia como un relato lento de lo que allí ocurra. Y es que no pasa nada. El planteamiento de la historia no termina de concretarse e intenta que el espectador encuentre una forma a este film que no la tiene. Solidas actuaciones en un lugar muy árido y sofocante, donde hace mucho calor y se hace difícil encontrar un lugar con sombra. Por momentos recurre a situaciones paranormales como explicación de algo que no lo tiene.
Dos monstruos sagrados de la pantalla francesa son aquí dos personas que alguna vez fueron un matrimonio. Su hijo se ha suicidado: seis meses después, los padres reciben ciertas instrucciones por correo y deben recorrer juntos el desierto estadounidense. Lo que aparenta ser una “lección de vida” trivial va generando, a medida que las imágenes se hacen cargo del drama una emoción sincera, y demuestra, además, por qué Depardieu y Huppert merecen su lugar en el cine.
Una historia del más allá… en el más acá. Gerard e Isabelle son una pareja de actores franceses que se reúnen en el Valle de la Muerte (California, Estados Unidos). La razón se debe a que su hijo, recientemente fallecido, les mandó una carta pidiéndoles de reunirse con él en dicho lugar. Mientras esperan ese momento, ambos discuten y debaten sobre la naturaleza de su relación, qué ocurrió con cada uno tras su separación, la relación que ambos tenían con su hijo y lo complejo de sopesar la posibilidad de que él pueda venir del más allá. El Valle del Amor parte de un objetivo claro, y se adentra en la compleja relación entre dos seres humanos. Cada escena es una oportunidad en la que el espectador conoce como son, como opinan de ciertas cosas y sus actitudes. Hay reflexiones de índole filosófica y discusiones que pocas veces llevan a un avance concreto de la narración. Casi todas las discusiones tienen a la culpa, como ancla temática principal; mayoritariamente por cómo era la relación que tenía cada uno con su hijo, y no pocas veces por cómo eran las cosas entre ellos. A pesar de su naturaleza, a menudo contemplativa, donde la película gana algo de puntos es en como flirtea con lo sobrenatural sin la necesidad de ser efectista. Es solo un indicio que termina de aclararse con la sutileza de las reacciones de los personajes ante dichos eventos y saber cuándo cortar a otra escena; es decir, saber qué mostrarle al espectador y qué no. Todo descansa íntegramente en los hombros de Gerard Depardieu e Isabelle Huppert. La manera en la que sortean el modo particular que tiene esta historia de ser contada, con sus expresiones y rango emocional, es lo que consigue que sea disfrutable. No me tiembla el pulso en decir que no se hubieran producido el mismo resultado con otros actores. La película se vale de logradas composiciones de cuadro en Cinemascope, que no solo produce muy buenos resultados en los paisajes montañosos, sino también en las escenas dialogadas. Con una enorme paciencia a la hora de determinar cuándo moverse y cuando cortar, aunque a menudo se excedan con ello y algunas escenas se vuelvan un poco lentas. Conclusión: El Valle del Amor es una película clara en lo que quiere contar y cómo. La clave es tenerle mucha paciencia y prestarle atención. Aquellos acostumbrados a una narración más clásica la pueden encontrar un poco densa, desafiante a la paciencia incluso, pero la brillante labor de sus protagonistas, sumado a la solidez de su propuesta visual la pueden volver disfrutable.
Seguramente, su principal gran atractivo y carta de presentación, es la de contar entre sus protagonistas con dos excelsos, prestigiosos y experimentados actores como lo son Gérard Depardieu e Isabelle Huppert. Este será el aspecto fundamental que impregna de una primorosa belleza espiritual al entramado simple y preciso que nos propone el film, ya que toda la historia que se nos presenta se abraza fuertemente al vínculo y relación que existe entre estos dos personajes. Una historia de amor y desamor, más bien cerca de un atractivo místico que de uno basado en los efectos, las explosiones y otros grandes sacudones típicos en otro tipo de cine. Con marcado ritmo y tonalidad narrativa habituales en el cine francés, la película nos introduce en una posición privilegiada e intimista de la historia, ya que prácticamente nos transforma en un invisible tercero en discordia que tranquilamente podría estar en el mundo ficticio que se nos propone. Además, su construcción es curiosamente naturalista y paranormal, con una profundidad conflictiva muy compleja de tratar si se la traslada a nuestra realidad, ya que la historia se sitúa en torno a una ex pareja que ha perdido un hijo, y que éste le ha dejado una carta de puño y letra, con indicaciones precisas de dónde y cuándo se tienen que encontrar, juntos, si es que pretenden volver a verlo. Sin lugar a dudas es una película que eriza y atrapa al espectador paciente, al curioso, al que interpreta en cada encuadre una poesía propia sobre lo simple y compleja que resulta para todos la vida. Ideal también para quien guste masticar un entramado atractivo y enigmático, impregnado de diálogos y gestos profundamente humanos. Su director, Guillaume Nicloux, apuesta a lo que para mí es un acierto dramático en esta historia, y es que evita el uso de flashbacks (que por momentos nuestra curiosidad los pide a gritos), y huye a la sobrexplicación de los hechos. Este quizá sea el punto que traiga cierto disconformismo en el espectador, ya que la película deja bastante lugar a la libre interpretación, sobretodo en momentos claves que voy a evitar mencionar, pero que quizá este aspecto, que por un lado puede generar cierta controversia, por otro le invita al espectador a desplegar sus propias alas de la imaginación y raciocinio. Puntaje: 3,5/5
El reencuentro entre dos leyendas actorales del cine francés es el mayor placer que regala esta tragicomedia. Pasaron 35 años desde que Isabelle Huppert y Gérard Depardieu filmaron la notable Loulou, de Maurice Pialat, pero nunca es tarde para el reencuentro en pantalla de dos figuras insoslayables de la mejor historia del cine francés. El responsable de semejante proeza fue el guionista y director Guillaume Nicloux, quien construyó en El valle del amor una película a la medida de ambos intérpretes. Tal es así que Huppert y Depardieu son -en la ficción- Isabelle y Gérard, dos estrellas que alguna vez estuvieron casados y se reúnen en el Death Valley de California (la zona desértica donde Michelangelo Antonioni rodó Zabriskie Point) a pedido de su hijo Michael, un fotógrafo gay que se ha quitado la vida seis meses antes y les ha dejado una carta para que ambos acudan a una cita en la que -asegura el suicida- él miso aparecerá. Así de absurda, incómoda, metafísica y existencial es la propuesta del prolífico realizador de La religiosa y El secuestro de Michel Houellebecq. A pesar de ser una película sobre el dolor, la culpa, la decadencia y la pérdida, El valle del amor también es sobre el amor, el reencuentro, la espiritualidad y la redención, en la que tanto Depardieu como Huppert se permiten varios momentos de humor bastante logrado y, sobre todo, de autoparodia respecto de sus propias carreras y de su lugar como intérpretes (sobre todo cuando son abordados por turistas estadounidenses en las instalaciones del resort donde se instalan). Si bien está lejos de ser una película del todo convincente (la puesta en escena y varias situaciones de Nicloux son más bien torpes), la imponente presencia de la dupla Depardieu-Huppert hace de esta tragicomedia un film digno y entrañable.
(También emitida en AM 910, Radio La Red y en www.partedelshow.com.ar) Isabelle Huppert y Gerard Depardieu, dos de los máximos actores franceses de nuestro tiempo, son los protagonistas de este drama con ribetes cómicos y místicos, dirigido por Guillaume Nicloux ("La religiosa"). Narra la historia de una pareja separada hace largo tiempo que se reencuentra seis meses después del suicidio del hijo que tuvieron, a partir de una carta en la que el difunto promete volver para reencontrarlos. Pese a que el guión tiene aciertos que le permiten lucimiento a estos inmensos intérpretes, también hay algunos momentos en los cuales la trama flaquea o parece perder el rumbo. Sin embargo, la potencia de estos dos titanes y la reflexión sobre la muerte y los hijos tienen también su atractivo.
Una película hecha para el lucimiento de Isabelle Huppet y Gerard Depardieu que vuelven a estar juntos después de 35 años, cuando trabajaron en “Loulou” de Maurice Pialat. A tal punto es así que los personajes son Isabelle y Gerard dos actores que alguna vez fueron matrimonio y tuvieron un hijo que se suicidó hace seis meses. En su despedida, ese hijo los “cita” en el Valle de la Muerte en EEUU para que estén presentes en determinados días y determinados lugares, porque el así los volverá a encontrar. Escépticos, intolerantes, culposos, los dos adultos se reencuentran. El director y guionista Guillome Nicloux (“La religiosa”) los pone en escenarios distintos. En el motel modesto del lugar, en la ironía con que manejan a sus fans ocasionales. Y en los paisajes increíbles y desolados donde deben cumplir su rito. Ellos se enfrentaran así a un pasado doloroso, a las cosas que no supieron darle a su hijo, a los reproches interminables de una relación perdida, a los dolores insoportables que de a poco encuentran un poquito de consuelo en esa convivencia obligada. Pero además con un toque esotérico y misterioso. Lo cierto es que el film no esta del todo bien resuelto, pero ver en acción a estos dos grandes actores es un verdadero deleite que le otorga a la película una dignidad y trascendencia.
El valle del amor: olvidable duelo de dos eternos Isabelle y Gérard, actriz y actor franceses divorciados y distanciados, se juntan por pedido epistolar de su hijo en común, suicidado unos meses atrás. El muerto ordena el lugar de la cita: el Valle de la Muerte, en California. ¿El mandato fantasmal es un plan de unión, de duelo, de conexión? La película, que junta a Huppert y a Depardieu por tercera vez, es, aunque sea sólo por esto, un acontecimiento. Claro, los films anteriores (1974 y 1980) fueron de Bertrand Blier y Maurice Pialat, nada menos. Aquí no estamos en esas alturas, y lo que hay en este desierto son algunos matices autobiográficos (el lugar de nacimiento de Depardieu, la muerte de un hijo), algo de misterio y juego con la posibilidad de lo sobrenatural, apuntes sueltos lyncheanos en el hotel patético y la presencia de la chica deforme en la noche, y la propia animalidad sufriente y deseante de Depardieu, más algunos comentarios sobre lo ramplones que pueden ser ciertos norteamericanos, charlas sobre comida, diversas catarsis y una fotografía diurna cortante, deslumbrante. Huppert, por su parte, no brilla como en los dos estrenos de este año, El porvenir y Elle. Si a estas alturas de un texto corto se escribe sobre fotografía y actuaciones es probable que no estemos ante una película consistente, sino más bien ante una propuesta de tono fallido (tanto que por momentos parece que va a dar lugar a la farsa), pero no: es un duelo olvidable que junta a dos figuras eternas.
Dos íconos franceses enfrentados Isabelle Huppert y Gérard Depardieu son los padres divorciados que se encuentran tras el suicidio de su hijo. Desde Loulou (1981), de Maurice Pialat, que Isabelle Huppert y Gérard Depardieu no aparecían juntos en una misma película. Son casi dos monumentos del cine francés, y son el principal atractivo de esta tragicomedia que los tiene como protagonistas. El filme de Guillaume Nicloux (El secuestro de Michel Houellebecq, La religiosa) abre con un extensísimo plano secuencia siguiendo de espaldas a Isabelle (los personajes se llaman como los actores) caminando por un motel, un resort polvoriento de California. Allí ha ido Isabelle, y también su ex marido, Gérard, por expreso pedido del hijo que tuvieron juntos, y que se ha suicidado. Y allí están, en pleno Valle de la muerte -donde Michelangelo Antonioni filmó Zabriskie Point-, con un calor insoportable, cumpliendo la promesa. Seis meses atrás, Michael, que era un fotógrafo gay, les dejó una carta a cada uno, tal vez cuestionando que lo hayan abandonado un tanto siendo niño. Y a la vez que les sugiere lugares, puntos de visita estratégicos en el Valle, les asegura que se aparecerá allí, ante ellos en pleno desierto. La trama entra como a una batidora en la que se entremezclan la culpa, lo metafísico y el dolor, pero también el humor y ese solazo intolerable que hace transpirar como nunca al obeso Depardieu, y deja marcas en ellos. Bien dicen que a veces hay que creer o reventar, y en El valle del amor ocurren cosas extrañas. ¿Acaso Michael ingenió esa idea de que sus padres se reúnan para que hagan una catarsis que se deben desde hace muchos años? ¿En verdad puede aparecerse ante ellos, o será sólo una cuestión de venganza? ¿Están acaso drogados? Sí, definitivamente hay algo de David Lynch merodeando -sólo merodeando-, con una Huppert con carita de asco, desaprobándolo todo, y un Depardieu que parece ganarle la pulseada esta vez a la estrella femenina. Porque El valle del amor es –son- ellos dos. El hecho de que los personajes se llamen como los intérpretes, y que también sean actores de renombre en la ficción, no hace más que demostrar que es un filme hecho para ellos. Magistral el gag en el que un turista estadounidense reconoce a Depardieu, pero no recuerda su nombre, y hay qué ver cómo firma su autógrafo el actor de Cyrano de Bergerac.
Misticismo en el desierto. El núcleo de Valley of Love, filmada íntegramente en el Valle de la Muerte de California –no muy lejos de donde Michelangelo Antonioni rodó su mítica Zabriskie Point (1970)– es la idea del duelo, de cómo enfrentar la muerte de un ser querido. ¿Y qué es lo que hacen Gérard Depardieu y la Huppert tan lejos de casa, en medio de ese tremendo desierto californiano, una gigantesca olla seca, a cincuenta metros por debajo del nivel del mar y con más de 40 grados de temperatura a la sombra, si es que la encuentran? Sucede que el hijo de esta pareja de actores, que vivía en San Francisco, se suicidó. Y no tuvo mejor idea que dejarle una nota a cada uno de ellos –que hace tiempo están separados– para que se reúnan en el Valle de la Muerte y lo conviertan en el Valle del Amor del título de la película. Para convencerlos, les ha escrito que, desde el más allá, él volverá para un último adiós, para una postrera reconciliación entre los tres, que nunca se conocieron a fondo ni se llevaron muy bien. Primero suspicaces y descreídos, pero movidos por el remordimiento y la culpa, Gérard e Isabelle –sus personajes son actores y se llaman como ellos mismos, quizás para generar empatía al espectador– paulatinamente se van dejando imbuir por la desolación del paisaje y comienzan a recibir unas extrañas “señales”, que se manifiestan físicamente incluso (a la manera del cine de Shyamalan), y que les proporcionan la esperanza y la redención que quizás no se atrevían a pedir en voz alta. Hay algo resueltamente forzado, incongruente en el film de Guillaume Nicloux, un director que ya había demostrado tendencias místicas en La religiosa, su adaptación de la novela de Diderot, donde también contaba en el elenco con Isabelle Huppert. Se diría que todo lo que tiene que ver con el guion es desafortunado, empezando por ese golpe bajo, en forma de confesión, que hace Gérard, cuando le cuenta a Isabelle que le acaban de diagnosticar un cáncer de próstata.
Dos pesos pesados del cine francés, Huppert y Dépardieu, vuelven a unirse después de muchos años en este film sobre una pareja separada que va al valle de la muerte californiano siguiendo las instrucciones de la carta de suicidio de su hijo. La película coquetea con lo sobrenatural pero hace pie en el drama de padres absorbiendo la muerte del hijo, sin la profundidad esperable. Los intérpretes, creciendo en sus personajes en el desierto, son lo mejor del film.
Pocos actores tienen tanto talento y prestigio como Gérard Depardieu e Isabelle Huppert. Ambos intérpretes multipremiados con una larga historia en el cine europeo (han trabajado en más de 100 películas cada uno) que cruzaron sus caminos en el excelente film Loulou (1980) de Maurice Pialat. Sus carreras siguieron con grandes éxitos como El Porvenir (L’avenir, 2016) y la brillante Elle (2016) por el lado de Huppert, mientras que Depardieu protagonizó la inolvidable Cyrano de Bergerac (1990) y tuvo el papel de Obélix en la tetralogía de películas de Astérix. Isabelle y Gérard —sí, así se llaman sus personajes en el film— son una ex-pareja de actores muy famosos que llevan muchos años divorciados. Ambos siguieron con sus vidas y armaron otra familia, pero su hijo Michael fue el que se llevó la peor parte tras la separación. Ignorado y no querido por sus padres vivió su vida solo, viendo esporádicamente a sus progenitores hasta el día de su suicidio. Seis meses después de su muerte sus padres reciben sendas cartas escritas por Michael antes de su muerte. En ellas los insta a viajar al Valle de la Muerte en California para reencontrarse. Juntos deberán visitar ciertos lugares específicos a una hora exacta, ya que así ellos “podrán verlo” una última vez para despedirse de él. El Valle del Amor es una historia profundamente dramática que en un principio se plantea como un ejercicio de culpa y dolor (los padres negligentes accediendo al último deseo de un hijo al que siempre ignoraron) pero que en el fondo esconde un relato muy humano de reencuentro y auto-descubrimiento. Los personajes desnudan sus miedos, sus inseguridades y revelan la verdad sobre sus sentimientos (para con el otro, con su hijo muerto, con ellos mismos). El film coquetea con su aspecto más sobrenatural pero sin terminar de abrazarlo en su totalidad (algo que ya se vio este año en Personal Shopper de Olivier Assayas), sino que lo utiliza para potenciar su lado humano y, a lo sumo, para reforzar su faceta espiritual sin dejar de tener los pies en la tierra. Pese que desde lo temático la película se destaca mucho, narrativamente deja mucho que desear. Ciertos tramos del film se sienten lentos y pesados; algunas tomas se extienden más de lo necesario y eso no ayuda a que la historia fluya de la mejor manera. Nicloux juega con la auto-referencialidad (que va más allá de los nombres de los protagonistas), apuesta a una bella fotografía que explota al máximo los paisajes naturales y se permite un par de momentos graciosos entre tanto drama intimista. El resto de la película descansa en los hombros y el talento de dos enormes actores que hacen el trabajo más destacado del film.
El amor deja marcas, indescifrables, intensas. “No se puede dejar de amar a una persona” se escucha en una de las conversaciones que mantienen los personajes de Gérard Depardieu e Isabelle Huppert. Valley of Love no habla sobre el amor romántico sino sobre estas huellas, que no se buscan y aparecen. Guillaume Nicloux es el responsable de este film que habla del sufrimiento de un ex matrimonio, que pierde a un hijo decidido a embarcar a sus padres en el camino doloroso y complejo de las relaciones filiales.
Una ex pareja se reencuentra en un lugar clave a pedido de unas cartas que dejó su hijo antes de suicidarse.Ya pasaron seis meses y ellos elaborarán el duelo juntos. Para cualquier padre es difícil sobrellevar la muerte de un hijo sea cual fuera la causa, ya de por sí para la mayoría de los seres humanos nos cuesta tolerar la muerte. Aquí la cámara sigue muy bien a cada uno de los protagonistas, bajo un paisaje imponente, con un calor intolerante al igual que la situación que intentan soportar. Se encuentra llena de: símbolos, buenos diálogos, silencios y allí no reciben señal en sus celulares por lo tanto se encuentran hasta incomunicados con el resto de la gente. Las actuaciones de Huppert y Depardieu son muy buenas pero resultan un poco monótonas, no emociona, sin sorpresas. Este film estuvo nominado a la palma de oro, en la selección oficial de la competición del Festival de Cannes.
El valle del amor es un drama que apuesta a sus grandes intérpretes pero pierde su rumbo. Un hijo que se suicidó ha dejado cartas a sus padres, que estaban separados. En ellas les indica que si siguen itinerarios e instrucciones, podrán volver a verlo. Todo en el marco del Valle de la Muerte. La pareja de progenitores, que son actores, deberá tener una forzada convivencia a lo largo de una semana, en la que aflorarán toda clase de sentimientos para afrontar el duelo. Dos baluartes del cine francés como lo son Gerard Depardieu e Isabelle Huppert cargan sobre sus hombros el peso de la película que, por momentos, es de un derrotero errático: con su carga de drama real, a veces onírico, en terrenos áridos, como si el paisaje se les impregnara en el alma. El valle del amor parece por momentos una extraña mezcla de remordimiento, curiosidad y venganza malsana. Elementos con los que el director Guillaume Nicloux, juega y confunde, como si a veces ni él mismo supiera por qué decantarse, dejando a los enormes intérpretes franceses librados al azar. Como si el peso de sus carreras bastara para llenar la pantalla. Un ensayo sobre las relaciones humanas al que ni el escenario caliente en el que se lleva a cabo la acción, logra insuflarle un aire de calidez a la tragedia extrema de la pérdida de un hijo. El valle del amor no logra conmover, sino que desconcierta por la poca claridad del rumbo que nunca termina de tomar.
Isabelle Huppert y Gerard Depardieu son una extraña pareja de franceses que recorre hoteles y rutas del Valle de la Muerte en California. Qué hacen allí, es una pregunta que parecen hacérsela también ellos, cansados del calor intenso y en una búsqueda mística, inexplicable. Huppert y Depardieu se interpretan a sí mismos, como si hubieran sido pareja, muchos años atrás. En la actualidad, cada uno armó una nueva familia, pero el hijo único de ambos, Michael, acaba de suicidarse, y en una misteriosa carta dirigida a padre y madre les pide que se unan en el Valle de la Muerte para una última despedida. Al principio escépticos acerca de la naturaleza sobrenatural de la carta, Isabelle y Gerard (ese es el nombre con que los alude el film) tienen tiempo de sobra para ponerse al día con la realidad del otro, con los recuerdos que cada uno tiene de la relación, y para hacer un mea culpa respecto al vínculo distante, casi el olvido, que tuvieron con Michael. En la superficie, la película es acerca del entendimiento y el cierre definitivo de algo, pero a medida que avanza, El valle del amor revela simbolismos, temores, fragilidades. Mostrando su obesidad al desnudo en algunas escenas, a causa del calor, Depardieu, por primera vez en años torna su bizarra apariencia en pura humanidad, con su aspecto aludiendo al resultado de una enfermedad física. Huppert, por su parte, contrastando los roles distantes o retorcidos que suelen tocarle, representa a la madre dolorida, que busca desesperadamente señales de su hijo, superando su escepticismo respecto a lo paranormal. Gillaume Nicloux (La monja, El secuestro de Michel Houellebecq) dota de un clima sobrecogedor al film, balanceando el acento puesto en la actuación que cabría esperar del calibre de la pareja. Música de Charles Ives, con largos travellings de espalda de Depardieu o Huppert, son la antesala para una segunda parte mucho más volada, de tonos casi lyncheanos. Las actuaciones del dúo son potentes pero sobrias, y calzan como un guante a las situaciones imaginadas por el director.
Redención en el desierto En este drama, Isabelle Huppert y Gérard Depardieu interpretan a una ex-pareja que se reencuentra tras muchos años para hacer el duelo de la muerte de su propio hijo. Está en cartelera del Cine Universidad hasta el miércoles. Ambos estaban distanciados de él, principalmente ella, y aunque no lograremos sabemos mucho más sobre el hijo (solo que era gay y fotógrafo) quedará en relieve la inmensa culpa que atraviesa a ambos padres. ¿Será que lograrán redimirse en ese paisaje polvoriento y caliente, a 50 metros bajo el nivel del mar? Y aunque por momento parezca un infierno, ellos esperan ahí una revelación más cercana al cielo: antes de morir, su hijo les prometió que ahí se reencontrarían una vez más. Pronto empezarán a aparecer “señales”... El guión puede parecer por momentos inconsistente: por ejemplo, situaciones cómicas que sacan de clima, sobre todo derivadas del hecho de que ambos personajes también se llaman Isabelle y Gérard, y además ¡son actores! Por otra parte, es mejor evitar este filme si lo que se busca es una historia cerrada y feliz. Porque aquí Nicloux (“La religiosa”) tiene aciertos que van en otras direcciones: además del elenco, hay buena fotografía (planos panorámicos y casi siempre buscando la simetría) y, sobre todo, una banda de sonido orgánica con la imagen: ¡los jadeos interminables de Depardieu, cuya obesidad tiene proporciones marinas, pueden llegar a hacernos sufrir! Porque el calor está en todas partes... Y por otro lado asistimos a una Huppert (que vimos en un mismo año en “Elle” y “El porvenir”, aunque esta película sea anterior) llena de caras de asco a la cultura yanqui y siempre pedante, aunque aquí la muerte de un hijo le permite mayor extroversión (llanto, mucho llanto). La música merece párrafo aparte, porque no solo es buena, sino que nos permite entender la película: ya en los primeros segundos (con un plano secuencia donde la cámara sigue por detrás a la actriz mientras camina) escuchamos acordes lentos y agudos de un conjunto de cuerdas. Son místicos, lejanos, flotantes... Es “The Unanswered Question” (“La pregunta sin respuesta”), de Charles Ives, una de las piezas más inquietantes compuestas en el siglo XX en la música clásica. Aquí escuchamos cómo, sobre un fondo de cuerdas lentas y tenues, surge y desaparece una melodía solitaria e incómoda de trompeta, y después unas intervenciones disonantes y espasmódicas de instrumentos de madera. Para muchos, en ese ejercicio de contrastes musicales Ives quiso manifestar una pregunta de corte existencial: en “El valle del amor” Guillaume Nicloux hace lo mismo. Porque aquí también hay de fondo una evolución psicológica lenta y dolorosa, con momentos donde el duelo se interrumpe por “señales” perturbadoras (hay un sabor a David Lynch en ellas). Como la música elegida, hacia el final nos damos cuenta que esta película tampoco nos dará respuestas. Y, si la tuviera, será una hipótesis del espectador: ¿Vencerá la muerte o el amor en ese valle? ¿Volverán a ver a su hijo? Pistas hay, al menos.
Isabelle (Isabelle Huppert) y Gérard (Gérard Depardieu) se reencuentran después de varios años, a miles de kilómetros de Francia: el país que los unió y también los separó. Ya cada uno rehizo su vida, pero al verse, el pasado se vuelve a hacer presente. Ahora, en Estados Unidos, se unen por un motivo: antes de suicidarse en el mes de marzo, su hijo Michael escribió una carta para cada uno pidiéndoles que el 12 de noviembre de ese mismo año se junten en el punto que él propone y sigan a rajatabla el itinerario que les armó, con el objetivo de que lo puedan ver por última vez para despedirse.