Quién dijo que todo está perdido La lucha estudiantil chilena es llevada al cine por Edison Cájas en El vals de los inútiles (2013), increíble documental atravesado por el arco de dos historias similares separadas por casi cuarenta años de distancia. Una ocurrida en 1979 durante la dictadura de Pinochet y la otra en 2011, cuando miles de estudiantes salieron a las calles de Santiago a pedir por educación pública y gratuita. Darío, es un estudiante de cuarto año que participa de la toma de un colegio en reclamo de educación pública y gratuita. Miguel Ángel es un empresario y tenista que en plena dictadura pinochetista fue secuestrado y torturado. Durante la lucha estudiantil de 2011 ambos deciden participar de la maratónica carrera de 28.000 horas alrededor del Palacio de la Moneda en repudio a las políticas neoliberales que imponía sobre la educación el gobierno del presidente Piñera. Edison Cájas toma ambas historias para trazar un paralelismo y marcar similitudes y diferencias en cuarenta años de historia reciente. La rutina de ambos personajes es seguida por la cámara de Cájas, pero desde la acción diaria que los acompaña para así hablar a través de las imágenes sobre las secuelas de la dictadura a través del tiempo y de cómo está aún persiste en las políticas económicas del gobierno actual y en la mente de gran parte de la sociedad. Entre Darío y Miguel Ángel hay más similitudes que diferencias a pesar de que entre ambos haya media vida de distancia. Los dos viven la lucha, desde el pasado y el presente, para cambiar las políticas de exclusión que los gobiernos imponen. A su manera y dentro del contexto social que les toca vivir, pero con las mismas ganas y convicciones. La virtud de Cájas es el de hacer un film político desde la rutina diaria de dos seres anónimos y de cómo a través de ese compromiso sus vidas y la de un país se modifican. Lo que se muestra a medida de que los minutos avanzan es el crecimiento personal que adquiere Darío para cruzarlo con la experiencia vivida por Miguel Ángel, y así llegar a la conclusión que a pesar de todo nada está perdido.
Interesante documental chileno que refleja la toma de colegios y las protestas estudiantiles por tener una educación accesible a todos en Chile, con dos protagonistas anónimos que cuentan sus historias, sin testimonios ni lugares comunes.Pero que exige de parte del espectador tener información previa de los sucedido.
Dos generaciones, un mismo fin. Darío y Miguel Ángel, dos épocas, dos mundos, una misma idea: salir a la calle para reclamar por una educación pública en el Chile del ex presidente Piñera. Los estudiantes y su toma de escuelas junto a las llagas y heridas de la dictadura de Pinochet en un paisaje que estalla a la búsqueda de un objetivo. El cine también es azar (no confundir con improvisación), ya que Edison Cájas y su equipo de trabajo descubren la película allí mismo, en las marchas de esos jóvenes que durante meses de 2011 no pudieron contener ni la represión policial ni las directivas de un gobierno decidido a seguir con la historia de siempre: educación cara y posible para pocos, y el que la acepte, que se las arregle y endeude de por vida. El azar va construyendo los dos relatos paralelos, el arco empieza desde el secuestro de Miguel Ángel y las torturas que le inflige el régimen que parecía eterno, y sigue, con el joven Darío, quien perdió el año escolar debido a una toma estudiantil. La cámara recorre lo público y lo privado, jamás omitiendo al contexto de entonces, con esas calles pobladas de gente que desea cambiar aquello que ya no parece imposible. Pero más que nada, ausculta las intimidades de los dos protagonistas, bucea en sus rutinas, invade como un ojo que espía las mínimas acciones, que hasta pueden parecer poco importantes, pero que van conformando el propósito del film: comprender que Darío y Miguel Ángel son sujetos actuantes de un país que desea una educación accesible. Los recuerdos de la cruel dictadura se fusionan al deporte adictivo del hombre que ya padeció el horror, aferrado ahora a la raqueta de tenis como enseñanza. El presente de Darío, tal como se observa, requiere de mirar antes de opinar, hacer antes que reclamar a viva voz, estar allí en el momento que los hechos se producen. "El baile de los que sobran", el excelente tema de Los Prisioneros, será útil como desenlace para intuir un futuro mejor. Valió la pena estar ahí junto a Darío y Miguel Ángel, dos épocas, dos mundos unidos por un mismo propósito. Vale la pena, entonces, seguir conociendo las noticias sobre el tema, en una actualidad en permanente movimiento, como la misma historia que narra El vals de los inútiles, documental ficción (o viceversa) surgido del azar, a pura garra política y cinematográfica.
Crónica de una gran conquista social Justo cuando acaba de aprobarse en el Congreso del país vecino el proyecto de ley de educación gratuita, llega este valioso documental de observación que da cuenta del proceso de movilización estudiantil que fue esencial para esta victoria. “La gratuidad atenta contra la calidad y la libertad educativa”, afirma por televisión Sebastián Piñera, sin que le tiemble la voz. Corre el año 2011 y el gobierno chileno afronta las movilizaciones más grandes de la posdictadura, en reclamo de educación gratuita, laica y de calidad. Cuatro años más tarde, en el Congreso del país vecino acaba de aprobarse un proyecto de ley que promueve la gratuidad educativa, presentado por la presidenta Michelle Bachelet meses después de asumir su segundo mandato. Crónica de aquellos días de movilización, el reclamo social que la coproducción chileno-argentina El vals de los inútiles toma como eje acaba de ser saldado.La clase de documental que por su calidad técnica, precisión visual e ilación narrativa “parece ficción”, la ópera prima de Edison Cájas –presentada en los festivales de Locarno, Mar del Plata y DocBsAs, entre muchos otros– ajusta el foco sobre dos personajes, que ni siquiera se pretenden “representativos”. Darío Díaz es un chico de clase media que estudia en el Instituto Nacional, colegio secundario de alto nivel de Santiago. Miguel Miranda, a su turno, tiene una vinculación apenas indirecta con la ebullición de alrededor. A los sesenta y pico se gana la vida como profesor de tenis. A fines de los ’70 se vio obligado a interrumpir sus estudios universitarios, tras haber sido secuestrado y detenido, junto a miembros de su familia, en un campo de concentración del pinochetismo, sufriendo torturas. Ahora, la vuelta a la movilización callejera lo hace regresar también a él a una idea de colectivo que parecía tan truncada como sus estudios.Darío participa de la toma de su colegio y de la singular forma de protesta adoptada por los manifestantes, consistente en correr alrededor del Palacio de La Moneda durante 1800 horas, alternándose cada tanto mediante un sistema de postas. Pero no es activista o militante, por lo cual no debe esperarse aquí un ajetreo de asambleas, oratoria y discusiones. Chico callado, Darío habla poco y nada durante la hora y media de película. Manuel, por el contrario, habla mucho, con entusiasmo contagioso e ininterrumpido, sin guardarse nada. Avanzado el metraje, le cuenta a su hija las circunstancias de su secuestro, detención y tortura, con la misma naturalidad con que pelotea contra un muro de club.Evidentemente, la política se vive distinto en Chile que en Argentina. Haciendo suya una melodía típica de los actos de aquí, los manifestantes reemplazan el “hay que poner un poco más de huevos” por “hay que poner un poco más de empeño”. Autor del guión, director de fotografía y coeditor de la película, Cájas sigue a Darío y Manuel en paralelo (la expresión es puramente convencional, ya que las paralelas no suelen converger). Las (falsas) paralelas son aquí tan matemáticas que la presentación de ambos es en espejo, con Darío y Miguel cepillándose los dientes por la mañana. Documental de observación asimilable a la crónica literaria –un abordaje personal de los hechos, más dado al detalle de primera mano que a la totalización generalizadora–, El vals de los inútiles es tan sistemática visual y narrativamente como en la consecución de su propuesta.Nada parece escapar al control del encuadre y el montaje por parte del realizador. Sin embargo y fiel al modelo de observación, Cájas se limita a seguir a sus personajes, sin forzar nada en términos dramáticos. No necesita explicitar la línea histórica que va del sistema pinochetista a la educación paga que defiende (defendía) el presidente Piñera: basta ver a Miguel Miranda sumarse al trote alrededor de La Moneda para que las imágenes expresen, por sí solas, la continuidad entre una lucha y otra. “Ya va a caer/ya va a caer/la educación de Pinochet”, cantan los estudiantes. Desde anteayer nomás, ya cayó. 7-EL VALS DE LOS INUTILES Chile/Argentina, 2013.Dirección, guión y fotografía: Edison Cájas.Montaje: Edison Cájas y Melisa Miranda.Música: Pablo Grinjot.Duración: 80 minutos.Estreno exclusivamente en el cine BAMA.
Tomando la posta Darío Díaz, estudiante del Instituto Nacional (un secundario de renombre en Chile), y Miguel Angel Miranda, empresario y profesor de tenis, con un pasado que lo vuelve un sobreviviente (perseguido y torturado) de la dictadura pinochetista, se cruzan en El vals de los inútiles, esta especie de docuficción que retrata las recientes luchas estudiantiles de los jóvenes chilenos por lograr una educación gratuita y pública. Estas movilizaciones multitudinarias, que se dieron en el 2011, aglutinaron a amplios sectores de la sociedad y pusieron en jaque al gobierno de Sebastián Piñera. Aunque no consiguieron hacer realidad sus pedidos, los jóvenes recuperaron la calle y la idea de exigir que se escuchen todas las voces. Mientras se suceden las cotidianeidades coyunturales del curso lectivo y la misma toma del colegio y el testimonio de los tormentos de los detenidos de los ’70, miles de personas se pasan la posta en la original forma de protesta que idearon los estudiantes: un maratón de 1800 horas exigiendo cambios en la educación. Y nosotros vivimos esa efervescencia política y social a través del seguimiento del día a día de estos dos protagonistas que, sin ser especiales ni representativos, devienen representantes posibles de esa sociedad en marcha. Filmada con la urgencia y la contundencia del hoy y demostrando -sin recurrir a las explicitaciones-, cómo el pasado irresuelto continúa en el presente, hay una emoción viva y latente que conmueve sin manipulaciones ni subrayados gracias a la mirada de su director y guionista Edison Cájas, en esta, su opera prima.
Notable documental sobre el movimiento estudiantil chileno. Goza de un título atractivo e irónico, esta serie de viñetas de Edison Cájas sobre el movimiento estudiantil chileno de 2011-12. A lo largo del film aparecen como hilo conductor un chico de último año del Instituto Nacional y un profesor de tenis. Contra lo que podría pensarse, el chico no es un entusiasta de barricada (más bien participa casi por inercia), y el profe, Miguel Angel Miranda Brossard, aunque fachero y bien establecido, no es reaccionario. Bajo el gobierno militar, él y su madre sufrieron detención y tortura. En cierto momento surge el recuerdo de un olor. El olor del miedo, ese efecto de las apocrinas y otras glándulas en determinadas situaciones límite de la vida. Por ahí quiere ir la trama. La diferencia entre la generación que vivió con miedo y la generación de los libres, que exige lo suyo con manifestaciones ingeniosas, de disfraces, bailes y hasta una carrera de postas de 1.800 horas alrededor del Palacio de la Moneda. Mil ochocientas horas, la misma cantidad de millones que, según cálculos, se necesitan para brindar una educación gratuita y de calidad a todos los chilenos en edad escolar. Los profesores corren junto a sus alumnos. Los policías los miran con indiferencia. Pero la película también registra una toma estudiantil y una represión nocturna, con los tradicionales gases e insultos. Y la música es casi siempre triste, culminando con el "Baile de los que sobran", a cargo de Los Prisioneros. Es que esa larga lucha quedó en la nada. Pero fue una expresión de libertad, algo nuevo en las calles santiaguinas, de edificios mayormente grises. Detalles curiosos, el profesor de historia que cuenta la versión progre de la Revolución Francesa intercalando una anécdota inventada por un film de Hollywood (quizás él no sepa ese origen), el de tenis señalando la capacidad de los chicos humildes que juegan al frontón con la mano dura y callosa, sin necesidad de paleta, el perro tullido que acompaña a los corredores en la noche (hay varios callejeros a todo lo largo), y la canción de Sergio Denis "Hoy, querida mía", que allá cantan los manifestantes con otra letra, y acá se canta en los estadios, también con otra letra. No recuerdan a Denis en los créditos finales. Qué poca educación. Para memoriosos. En la Argentina, donde la escuela es libre, gratuita y obligatoria (y mixta) gracias a la Ley 1420 del gobierno del general Roca, hubo entre 1958-62 una larga lucha estudiantil en defensa de la Universidad pública contra el favoritismo del gobierno hacia las universidades privadas. El lema era "Laica o Libre", y algo de esa lucha puede verse en la película "Dar la cara", del maestro Martínez Suárez. Pero ésa es otra historia.
Esperanza y dolor en un retrato del pasado Premiado en los festivales de Valdivia y Mar del Plata, este primer largometraje documental de Edison Cájas se acerca al movimiento social que sacudió a Chile en los últimos años con sus demandas de una educación pública accesible y de calidad desde una perspectiva bastante novedosa: si bien las imágenes de las multitudinarias marchas (y las constantes represiones de los carabineros) o las voces de los funcionarios y políticos están presentes, el director las deja siempre en un segundo plano, como marco y contexto de lo que es el verdadero eje del relato: las historias de vida de dos personajes opuestos entre sí, pero cuya participación en las protestas les cambia (y de alguna manera les da significado a) sus vidas. Por un lado, un adolescente llamado Darío, que participa en una larga toma del Instituto Nacional, uno de los colegios más tradicionales de Santiago; y, por el otro, Miguel Ángel, un sexagenario ligado al tenis y con un buen pasar, pero que aún carga con las heridas del secuestro y las torturas sufridas en 1979, en plena dictadura de Augusto Pinochet. Así, pasado y presente, bronca y lucha, dolor y esperanza, se encuentran en un retrato que va de lo íntimo a lo político y alcanza algunos momentos de genuina emoción.
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Educación libre en carrera Una simbólica forma de protesta impulsada desde las inquietudes de los estudiantes chilenos en 2011, la cual consistió en correr con una bandera durante 1800 horas alrededor del palacio de La moneda para exigir una educación gratuita y de calidad a las autoridades del gobierno de Piñera, se transformó por siete meses en un puente de acceso para escuchar a viva voz una serie de medidas propuestas desde los centros de estudiantes y así lograr con más fuerza y énfasis el reclamo de una reforma educativa y estructural tras décadas de oscurantismo provenientes de la dictadura Pinochetista. El registro con un fuerte distanciamiento de lo discursivo forma el corazón de este documental, opera prima del realizador chileno Edison Cajas, quien durante dos años se adentró con una cámara y un equipo entusiasta en el clima de efervescencia social y política generada a partir del movimiento estudiantil y sus ramificaciones, que llegó hasta las calles chilenas con un apoyo popular interesante y la fuerte respuesta de violencia por parte del gobierno que rechazaba cualquier diálogo en defensa de las políticas neoliberales. La intensidad de El vals de los inútiles la marca por un lado la decisión del propio realizador de concentrarse en un hilo conductor por el que se unen dos historias paralelas, la de Darío que es un estudiante del Instituto Nacional y que se involucra junto a sus compañeros en la toma del establecimiento en solidaridad con los demás centros de estudiantes, y por otro lado la de Miguel Ángel, ex preso político en la época de Pinochet como tantos jóvenes de aquellos años de dictadura militar, quien se une desde su convicción política al avance estudiantil como parte del legado que tal vez desde su acción de juventud -tras pasar por torturas y miedo- intentó dejar a las generaciones siguientes. La ausencia de voces representantes de lo institucional y con el murmullo de las transmisiones de radio y televisión que funcionan como marco referencial y contextual del acontecimiento hacen de este debut cinematográfico de Edison Cajas una propuesta que gana riqueza por sus méritos visuales, donde se equilibra la contundencia de las imágenes con la búsqueda poética que intenta trazar paralelismos dialécticos entre pasado y presente de cara al futuro, sin subrayados textuales o meta discursivos detrás. El contrapeso entre los registros de la intimidad de los gestores del movimiento estudiantil y las salidas al escenario en el que se desarrollaron las marchas y manifestaciones, que fueron reprimidas por los carabineros, alcanza para configurar la tensión que significa una lucha desigual entre un Estado sordo y las voces anónimas de las semillas de cambio que empiezan a germinar en una sociedad cansada de un status quo capaz de adormecer cualquier inquietud de cambio y más aún si se trata de la libertad de elegir cómo educarse.
La primera imagen se centra en un grupo de siluetas blureadas bailando un vals. No vemos los rostros de los bailarines ni el espacio en que se encuadra la acción. Solo percibimos un movimiento lento, acompasado, persistente y sutil. Así comienza la historia. Este baile se nos devela íntegramente nítido más adelante en la trama, en medio de las manifestaciones por una educación pública en Chile. La multitud de personas caminando y observando alrededor, las banderas, pancartas, los cantos y el ruido sordo de la calle no logran romper con la armonía de estos bailarines amateurs. Más bien se podría decir que el entorno se fusiona con ellos. El ritmo de los pasos y de la música se extiende más allá del baile hacia el acontecimiento total. Es la expresión de una lucha que, como una orquesta, va desplegando su música de forma casi natural. Una lucha que, aunque sea origen y resultado de infinitos debates, tiene un recorrido inevitable, como un río que se desplaza por su cauce. El vals de los inútiles es un documental que por momentos se confunde con la ficción, y esto se debe al modo de construcción de sus protagonistas: Darío, un estudiante del Instituto Nacional, colegio de la elite de Santiago, y José Miguel, un veterano profesor de tenis. La pantalla intercala imágenes de ambos despertando, lavándose la cara y los dientes, desayunando y preparándose para un nuevo día. Edison Cajas concibe estas identidades, distantes en apariencia (en términos generacionales e ideológicos), a partir de un pulso interno afín. La cámara se encarga de hacer visible ese pulso a medida que se acerca y se aleja sin invadir, como si fuese invisible y a su vez pudiese captar lo esencial. Darío y sus compañeros practican en su clase de música el himno casi retrógrado del Instituto. José Miguel alecciona a sus pequeños alumnos sobre el sacrificio que implica querer ser mejor tanto en el tenis como en la vida. Detrás de la rutina de estos personajes está la manifestación en las calles. Ese aparente contraste entre la responsabilidad y la sumisión, por un lado, y la libertad que conlleva la lucha y el reclamo, por el otro, se va borrando poco a poco. El relato adquiere mayor intensidad a partir de la inclusión paulatina y creciente de un tercer personaje, omnipresente y simbólico: la protesta. Cajas elige, por sobre la multitud, a los corredores, un grupo que da vueltas alrededor de la Casa de la Moneda con el objetivo de completar las 1800 horas, que equivalen a los 1800 millones de pesos necesarios para garantizar una educación pública, laica y gratuita. La maratón casi infinita también es lenta, acompasada, persistente y sutil. Como el vals. Poco a poco Darío y José Miguel se van a animando a lanzarse a la carrera, primero como observadores, luego como participantes activos. Darío decide, junto a sus compañeros, tomar el colegio y resignar el año lectivo. José Miguel revela, a través de viejas fotos, un pasado como estudiante universitario secuestrado y torturado por la dictadura. Sin embargo, a pesar de que las acciones van tomando formas más concretas, el relato nunca abandona ese tono intimista y sensorial. Como en todo documental, el director elige contar aquello que está ahí, que es real e indiscutible, a través de su propia mirada. En El vals de los inútiles, salvo en contados casos en los que una frase resume todo (“Estatizar la educación es un atentado a la libertad”, escupe Piñera a la cara de miles de estudiantes), lo que más sobresale son las imágenes y los sonidos, más que los diálogos. De los hechos concretos nos podemos enterar por los diarios o internet. Cajas logra así despojar a las manifestaciones de esa teatralidad elocuente y las transforma en acontecimientos absolutamente honestos dotados de un sentimiento de unión por una causa común, tan personal y emotiva a la vez.
Además de lo atractivo del título, “El vals de los inútiles” tiene como propuesta fundamental la reflexión sobre los tiempos que corren en materia de política educativa, a través de conocer dos historias separadas por muchos años pero que deben confluir en el mismo espacio y tiempo. El documental de Edison Cájas comienza con un vals borroso, casi quejumbroso, por el hecho de tener que estar sucediendo. Darío y Miguel Ángel tienen orígenes distintos, pensamientos distintos, y están separados por una considerable cantidad de años. El primero es estudiante, el otro un adulto. Ambos son presentados ante cámara en un montaje paralelo en el cual los vemos asearse, acicalarse y vestirse, con un discurso sobre la educación y su necesaria reforma. A partir de allí iremos conociendo a estos dos habitantes de Santiago de Chile que si bien provienen de historias distintas, ambos confluirán en una protesta por la mejora en las condiciones y el presupuesto de la educación estatal. El hecho de que Miguel Ángel haya vivido el mismo tipo de reclamos durante la dictadura de Pinochet, es el catalizador ideal para que el director haga su irrefutable conclusión: la cosa no cambió mucho en materia de educación. Este y otro tipo de reflexiones hacen que “El vals de los inútiles” resulte ser una obra necesaria que debería funcionar como una suerte de nueva piedra basal para contrastar historias y realidades de los últimos 40 años. Lamentablemente, propuestas como ésta suelen sufrir la falta de difusión. Para aquellos que puedan ir tendrán un valioso documento para hacer surgir el mismo tipo de cuestiones. El documental político está vivo.
En “El vals de los inútiles” (Chile, 2013) de Edison Cajas se conjuga la documentación concreta de un hecho social a través de la participación del film en el mismo acontecimiento que narra, y esto es lo que enriquece la propuesta. ¿Es la película un documental? ¿Es el filme una ficción? ¿Cómo se cataloga esta propuesta? ¿O es necesario rearmar las mismas para poder comprender su verdadera impronta y mecanismo de producción? En “El vals de los inútiles” el tema principal es la educación y se lo trabaja con una particular mirada y narración. La problemática fue noticia de las agendas de los medios de comunicación durante largo tiempo y aún no encuentra en el país vecino una solución. El reclamo educacional que revolucionó a Chile hace unos años es aprovechado no solo para mostrar el estado de la problemática, sino que además posibilita realizar una lectura sobre la última dictadura y los vestigios y estructuras anquilosadas que aún imposibilitan el diálogo y la comprensión entre los chilenos. Una parte de la población exige la educación pública y gratuita, otra quiere mantener todo como hasta ahora y fortalecer los excesos que por parte de la institución educativa se permiten y que película hay dos protagonistas excluyentes que lo representan. Por un lado se narra la rutina de un joven y su participación activa en el último intento de democratizar la educación con toma de establecimientos y una fuerte adhesión por parte de la ciudadanía. Por el otro la vida de un profesor de tenis con una activa militancia durante la dictadura y alguien que al igual que el joven tomó como bandera la imperiosa necesidad de abrir la enseñanza pero que en la actualidad se ubica en la misma sociedad que él rechazaba. Entre ambos se hilará la problemática con potentes imágenes desde dentro del conflicto, para el contemporáneo, e imágenes de archivo que no hacen otra cosa que marcar un paralelo entre ambas historias. La comunión que consigue reflejar Cajas entre las dos generaciones sólo es comprendida al finalizar la proyección, porque su empuje y fuerza termina de cerrarse cuando comprendemos que a pesar de la distancia temporal, el reclamo es el mismo. El punto final a “El vals de los inútiles” es la suma de frases dichas por el ex presidente Piñera, que cada vez que aparece en pantalla termina por afirmar la continuidad de un discurso que exige en su urgencia y en la de sus protagonistas una inmediata solución y que impone una vez más la revisión de algunas cuestiones que aún duelen.
Pateando piedras. El avance del neoliberalismo construyó un consenso alrededor de la necesidad de considerar todos los servicios públicos como un negocio, instalando el miedo a la inflación y la pérdida del poder adquisitivo, y anclándolo a una sensación de inestabilidad política, social, económica y a un fantasma que la prensa denominó “inseguridad”. Chile no fue la excepción, o más bien, fue uno de principales referentes de esta política tras el golpe de estado que derrocó al gobierno democrático de Salvador Allende, colocando a Augusto Pinochet en el poder. Si la situación social ya era apremiante en aquella época, la dictadura de Pinochet, en contubernio con organismos internacionales y agencias de inteligencia norteamericanas, instalaron una base de operaciones para poner en práctica las políticas neoliberales que los economistas de la Escuela de Chicago venían pregonando. El resultado fue el empobrecimiento de la clase media chilena y la apertura de una brecha social impresionante. Una de las consecuencias de esta política fue la privatización de la educación basada en el principio de la constitución sancionada en 1980, que cambiaba el derecho a la educación para todos por el derecho de las familias a educar a sus hijos. Al igual que en Argentina, la protesta estudiantil marcó para Chile el comienzo de un cambio de mentalidad y el fin del miedo a protestar. Una nueva generación de líderes que desafiaron al aparato represivo no totalmente desmantelado surgió a partir de estas luchas durante el primer gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010). El documental que nos convoca, El Vals de los Inútiles, se centra en la agudización del conflicto a partir de la organización de los estudiantes durante el gobierno liberal de Sebastián Piñera (2010-2014), quien sostuvo política e ideológicamente la educación como negocio a pesar de que la opinión pública se inclinaba cada vez más del lado de la lucha estudiantil por una educación gratuita y pública. El documental de Edison Cájas traza en este contexto un paralelismo entre la generación que puso a Allende en el poder y el movimiento estudiantil, situando la cámara en medio de las asambleas, las tomas, los debates y las entrevistas a un profesor de tenis que relata episodios de su época de militancia, y la de un estudiante del instituto Nacional que participa del movimiento que finalmente consiguió que se sancione la gratuidad de la educación en 2014, tras la reelección de Michelle Bachelet para un segundo mandato. La obra destaca por su calidad estética a través de la fotografía y de los encuadres que acentúan conceptualmente la profundidad del campo como distinción entre la forma y el fondo, contraponiendo a los estudiantes con los carabineros y a los líderes de las asambleas. Al colocar la cámara en la lucha misma y en el presente, dejando la contextualización a los relatos del profesor de tenis sobre la historia del movimiento estudiantil truncado por la represión tras el golpe de estado de 1973, el documental crea una sensación de estar dentro de una lucha vertiginosa, de la toma de decisiones que rompen una barrera, lo que impulsa a buscar información sobre el derrotero de la educación en Chile a partir del conocimiento de un proceso social que implica la voluntad de sus protagonistas de cambiar su vida con coraje y gran conciencia política y social, a pesar de su corta edad. El Vals de los Inútiles se convierte no solo en la crónica de una lucha pacífica e ingeniosa que marca el camino de una de las victorias más significativas contra las diferencias sociales en Chile, sino también en una memoria política que hasta incluye las canciones de rock de protesta que entonaba la mítica banda Los Prisioneros en los años 80, cuyo emblema fue El baile de los que sobran.
La ópera prima del chileno Edison Cájas muestra el conflicto estudiantil de Chile de 2011 a través de dos generaciones. Todos a correr Darío es un joven de 17 años y estudia en el Instituto Nacional de Chile, uno de los colegios más prestigiosos del país. Miguel Ángel tiene 60 años, es profesor de tenis y fue secuestrado durante la dictadura de Pinochet. Es el año 2011 y comienzan las movilizaciones estudiantiles en reclamo de una educación pública gratuita y de calidad. Como parte del reclamo, se organizan las “1800 horas por la Educación”, una maratón continua alrededor del Palacio de la Moneda de la que participaron miles de personas alzando una bandera negra. Observamos las movilizaciones, marchas, tomas de escuelas y hasta se baila el vals, ha llegado el momento de salir a las calles. La lucha continuó El documental pone de relieve las similitudes entre los hechos sucedidos en la dictadura militar chilena y la opresión del modelo neoliberal actual, a través de sus protagonistas. Su vida cotidiana se va empapando con los hechos históricos de la movilización, hasta comprometerla con la lucha. Los testimonios de Miguel Ángel me pusieron la piel de gallina, como también la emocionante maratón. Es realmente conmovedor ver cómo Darío y Miguel Ángel se relacionan con el reclamo estudiantil y hasta se apropian de él. A su vez, se los ve muy cómodos en la pantalla, teniendo en cuenta de que las cámaras los siguieron durante varias semanas. Hay un registro documental minucioso y completo, que va desde las marchas, la maratón, la represión de los carabineros hasta la vida cotidiana en en el Instituto Nacional. Conclusión El vals de los inútiles es un documental profundo y emocionante, que aporta una mirada fresca sobre el conflicto estudiantil en Chile. A través de la vida cotidiana de sus protagonistas nos adentramos en la situación política de Chile, que lamentablemente conserva elementos de la dictadura militar. El documental muestra que las heridas de la dictadura aún no cerraron, pero que existe una esperanza y es hora de salir a correr y a bailar por las calles.
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