Una nueva adaptación de Nicholas Sparks llega al cine, esta vez se trata de su novela homónima publicada en 2007: The Choise (En nombre del amor).amor 2 Con romanticismo por doquier, The Choise se centra en Travis -Benjamin Walker-, quien es un veterinario, amante de las fiestas y que le escapa al compromiso. Las cosas se le dan vuelta cuando se muda su vecina, Gabby -Teresa Palmer-, junto a su novio Ryan -Tom Welling-. Desde ahí ambos vecinos se amorsentirán atraídos y por primera vez el amor surgirá en Travis. Hasta la primera hora se respeta este argumento, ya que luego, la segunda hora el conflicto es diferente y parece que estamos hablando de una miniserie que se ve de corrida. La escenografía cuidada y los tiempos van demasiado despacio, con respecto a la primera hora, y tal vez el film podría haberse resuelto en una hora y media. Besos que van, besos que vienen, escenas de sexo y dudas del personaje ralentizan el film y lo hacen demasiado empalagoso. Pero de todos modos no existe una película mala del todo y cabe destacar la química entre Walker y Palmer. Con Walker, podría objetarse la economía de gestos expresivos. En cuanto a Palmer, ella sí logró un personaje más atractivo, desde una mujer provocadora hasta la novia que todos quisieran tener. Pero también tiene un defecto y es lo que ocurre con ella en el primer acto. Mención aparte para los personajes de Alexandra Daddario, Maggie Grace y Tom Welling, este último, parece que poco a poco va desprendiéndose del Clark Kent en la serie Smallville. Los tres logran acompañar muy bien a los personajes y sus pocas apariciones aportan muchísimo valor a las decisiones de los protagonistas. Realmente no se entiende qué le paso a los guionistas, es de reconocer que algunos aspectos en el libro suelen quedar bastante mal a la hora de pasar a la gran pantalla, y eso ocurre hacia el clímax. Ahí, se ve que el personaje parpadea amor 3cuando está en coma pese a que los pronósticos no son los mejores. Pero luego ¿qué pasó? Un milagro y con un elemento totalmente fuera de la novela, que parece sacado de una historia de ciencia ficción. Como si nunca hubiese pasado nada. Así de simple: el film del novato Ross Katz finaliza con extraño coctel, donde todo parece demasiado fácil, previsible y el conflicto en sí no queda del todo definido.
Pocas películas resultan favorecidas con el nombre que les colocan las distribuidoras locales respecto su título original. No es la excepción The choice, cuya traducción exacta es La decisión pero que en nuestro país fue rebautizada con el insípido En nombre del amor. Esta modificación le resta fuerza a la idea central del film basado en el best seller homónimo de Nicholas Ssparks: qué determinación tomar cuando un ser querido se encuentra ante un cuadro de muerte irreversible, conflicto que la película de Ross Katz desarrolla de un modo edulcorado. Pero antes de bucear en la bioética En nombre del amor transcurre en gran parte como una comedia romántica. A Travis Shaw (Benjamin Walker) no parece faltarle nada: tiene pinta, amigos, una "amigovia", un descansado trabajo de veterinario en el consultorio de su padre y una bucólica casa frente al río. Al lado se muda Gabby Holland (Teresa Palmer), una estudiante de medicina en pareja con un médico del hospital donde hace prácticas. Un pequeño incidente respecto a sus respectivos perros dará paso a un largo flirteo entre Travis y Gabby que acabará en romance. Habrá complicaciones, claro (el novio de ella, el "filito" de él), pero la piezas encajarán milimétricamente como lo dictan los cánones hollywoodenses. El giro al melodrama es tan previsible como la lluvia que lo antecede. No conviene adelantar demasiado, solo que uno de ellos se verá obligado a optar por una resolución drástica o guiarse por su fe. Si la película se dividiera salomónicamente en dos mitades, hay que decir que la primera, amén de sus cursilerías y obviedades, exhibe mejor sus méritos (la innegable química entre Palmer y Walker, el gran trabajo del prestigioso DF Alar Kivilo). ¿El resto? Un tímido intento de poner en el tapete el debate sobre la muerte digna pero que termina siendo moralina para la tribuna.
¡Basta Nicholas Sparks! ¡Basta! Y por favor basta Hollywood de llevar a la pantalla todas las bazofias que este tipo ha escrito.No puede ser que todos los años nos encontremos con su redundante trabajo que todos saben que es malísimo pero que sin embargo le dan luz verde a la espera que sea otra The Notebook (2004) o A walk to remeber (2002), y nadie tiene en cuenta que esas fueron sus únicas buenas obras.Luego vino la seguidilla de películas con una misma estructura argumental sobre un amor imposible atravesado por una muerte hacia el final. Palabras más, palabras menos pero así se pueden resumir todas esas historias solo con algunas variantes.En esta oportunidad nos encontramos con En nombre del amor cuyo título original (The choice = La decisión) alberga la vuelta de tuerca (pequeña) que le da Sparks a este relato para no repetirse una vez más hasta el hartazgo.El director Ross Katz se pone al mando de lo que es un gran sinfín de lugares comunes que intentan ser película y no consigue sacar absolutamente nada bueno, tanto desde lo cinematográfico como lo actoral.El dúo protagónico es muy malo pese a que poseen química, la cual no basta solventar los diálogos de un guión que no tiene razón de ser.Por culpa de ese guión vergonzoso tanto Teresa Palmer como Benjamin Walker tendrán que disculparse por el resto de sus carreras y rezar para que no les afecte en futuras selecciones de elenco.No hay absolutamente nada para destacar sobre En nombre del amor, porque incluso el público al cual está apuntado tiene que reconocer que el film es malo por propia comparación dentro del género y con las otras obras del autor.La buena noticia es que -por el momento- esta es la última novela de Sparks que quedaba por adaptarse al cine. Pasarán un par de años hasta que el flagelo nos vuelva a azotar.
El nombre de Nicholas Spark se hizo fuerte en el mundo de Hollywood cuando la adaptación de su novela The Notebook se convirtió en un sorpresivo éxito y referencia romántica imbatible, aún entre ambos sexos. De eso hace ya doce años, anteriormente se habían llevado al cine otras dos de sus novelas, y desde 2008 es una suerte de clásico esperar una película de una novela suya por año, como el Woody Allen anual, o la de Disney para las vacaciones de invierno. El asunto es que Allen y Disney renuevan esas esperanzas cada año superándose o manteniéndose, el caso de Nicholas Spark es extraño porque desde aquel taquillazo de 2004, ninguna de esas películas estuvieron a nivel, pero ni cerca. Todo esto a cuenta de que se acerca San Valentín y ya tenemos nuestro Spark de 2016, en este caso, En nombre del amor, dirigida por un tal Ross Katz, algo más conocido como productor. Adentrémonos en el manual básico de película romántica. Travis y Gabby (Benjamin Walker y Teresa Palmer, respectivamente) son vecinos, él es veterinario, ella pediatra. Supuestamente son opuestos, aunque la atracción es inmediata. Él es alocado y quiere seguir siéndolo, ella es algo más centrada aunque tampoco se compromete demasiado. Ah, el amor, el amor, cuando toque a sus puertas querrán cambiarlo todo, pero como esto es un drama, y si ya vieron o leyeron algo de Spark al hombre le gusta ser un poco tortuoso, nada les será tan sencillo, infortunios varios, personajes en el medio, decisiones erróneas, de todo deberán atravesar para lograr estar juntos. Dejemos un poco de intriga, aunque si ya vieron el muy revelador tráiler, nada queda por decir. En nombre del amor no presenta sorpresas, se le puede criticar todo tipo de asuntos, que hay personajes que hablan con un muy recalcado acento sureño y otros de la misma sangre no; que todos son unidimensionales, que la química entre Walker y Palmer no es abundante, que los secundarios no terminan de explotar, que se puede adivinar cada una de las escenas, y como consecuente es un cúmulo de clichés. Por otro lado es innegable que estas películas tienen un público fiel, que caen bien en estrenarse cerca de estas fechas de romances y parejas florecientes, y que, en definitiva, no es peor que las anteriores películas alla Spark (quizás, sí podríamos decir que no tiene demasiado para narrar, ni en lo emocional). Un público que difícilmente ahonde en los detalles a corregir, y que espere el beso de los protagonistas para repetir con quien tenga en la butaca de al lado. The Notebook se convirtió en lo que es porque abundaban las buenas labores, tanto delante como detrás de cámara, algo que en En el nombre del amor no se vislumbra más allá de aparecer algún actor de renombre como Tom Wilkinson, en total piloto automático. Pareciera que no lo necesita, que puede conformarse con ser una más de las románticas de temporada, una tarea que cumple sin sobrarle nada.
Otra película de amor Escritor de best sellers románticos, Nicholas Sparks dio pie para que los productores estadounidenses llevasen a la pantalla algunos de sus títulos, entre ellos Mensaje de amor, Un amor para recordar y Diario de una pasión. The Choice, su undécimo relato adaptado al cine, que aquí se da a conocer como En nombre del amor, no escapa a las variables de su autor: un romance juvenil, aventuras y desventuras de la pareja protagónica, situaciones edulcoradas y un final feliz. Esta vez la trama se centra en Travis, un joven que lo tiene todo: un muy buen trabajo, amigos y una casa frente al mar. Lo que no tiene es novia ya que, según él, tener una relación podría tirar abajo su buen estilo de vida. Pero Cupido se encargará de hacerlo cambiar de opinión cuando en su casa vecina se instale Gabby, una simpática muchacha que no tardará en darse cuenta de que Travis, a pesar de él mismo, tiene puestos sus ojos en ella. Los cotidianos encuentros de ambos harán que el amor comience a despertar. Pero Gabby está de novia con un muchacho que insiste en proponerle matrimonio. La receta no varía ni un ápice de lo que la cinematografía norteamericana viene mostrando desde siempre dentro de esta temática. Poco hay, pues, de original en este film, pero el director Ross Katz lo manejó con destreza.
Otra de enamorados Basada en una novela de Nicholas Sparks, cuenta una historia simplota y llena de lecciones huecas. Peligro: Nicholas Sparks ataca de nuevo. El exitoso (en términos de ventas) escritor de best sellers nos trae, esta vez como productor, otra adaptación -nada menos que la undécima- de una novela de su autoría. Que no se aparta de su probada fórmula: dramones románticos que buscan tanto emocionar como dejar enseñanzas de vida. Ese cóctel alcanzó su cúspide de taquilla -y, a juzgar por lo que vino después, también de calidad- en 2004 con The Notebook, la película con Ryan Gosling y Rachel McAdams que aquí se llamó Diario de una pasión. Esta es otra historia de amor entre dos jóvenes bellos (y, en este caso, también ricos). El es un seductor empedernido, alérgico al compromiso, pero tierno: así lo demuestra su pasión por los animales (es veterinario). Ella, estudiante avanzada de medicina, es su nueva vecina, y lo atraerá desafiándolo y resistiendo, al menos al principio, sus habilidades de Don Juan. El flechazo es instantáneo, pero hay un pequeño inconveniente: ella está en pareja. En realidad, seamos sinceros: no hay mayor conflicto. Todo transcurre bastante apaciblemente, y la mayor parte de la película se parece a uno de esos irritantes muros de Facebook de gente que se muestra feliz a más no poder, rodeada de hermosos niños y mascotas irresistibles, en lugares paradisíacos. Esto último es lo más rescatable del conjunto: las tomas de la ribera de Wilmington (Carolina del Norte) son un remanso. Un remanso entre tanta historia simplota, tantos deliberados intentos por hacernos lagrimear y tantas lecciones huecas: el guión abunda en frases de sobrecito de azúcar, del estilo de “la vida es una sucesión de pequeñas decisiones”. También hay cierta espiritualidad berreta flotando por ahí, una discutible moraleja provida y antieutanasia y un protagonista (Benjamin Walker) al que hay que agradecerle por los involuntarios momentos cómicos que nos regala en sus infructuosos intentos por llorar.
Baño de almíbar para no ver en parejaAmor, cuántas macanas se cometen en tu nombre. Con ese mismo título, "En nombre del amor", ya hay una película muda, un policial retorcido, una novela mexicana, un film cinta israelí, un corto canadiense, un videofilm nigeriano, una de infiltrados comunistas, otra de bailarines y quién sabe cuántas cosas más, que por suerte ignoramos. Y también novelas, claro. Como la edición castellana de "The Choice", muy originalmente rebautizada "En nombre del amor". Consecuencia: la adaptación cinematográfica pasa a estrenarse con ese mismo título. En fin. "The Choice" es la duodécima novela de Nicholas Sparks, uno que escribe, por ejemplo: "En aquel momento, el sol estaba iniciando su trayectoria descendente, con rayos dorados reflejándose en el agua de la bahía" y cosas por el estilo, tipo composición escolar o folleto turístico, y con eso llega cómodamente a fin de mes, haciendo unas novelas románticas muy fáciles de leer y de ser confundidas, porque son todas bastante similares. Sus personajes son siempre gente linda que vive en lindos lugares, como la costa de Carolina del Norte. Al comienzo la parejita se enfrenta, luego se enamora, despeja noviazgos anteriores, lima diferencias, su amor es para siempre, luego pasa el tiempo y la vida la pone a prueba (el Alzheimer, un asesino suelto, un tortazo, una disfunción eréctil, etc.), pero, ya está dicho, su amor es para siempre. Y la pantalla ilustra esas historias con un casting de artistas carilindos, todos en pose, vestuario, ambientación y fotografía de cine publicitario, música cargosa y situaciones empalagosas. Para unos, un plomo bañado en azúcar. Para otras, la historia más dulce y emotiva que hayan conocido esa semana. Ver juntos una de esas películas es una prueba que la cartelera les impone a los enamorados. Muchos noviazgos se han destruído a la salida. Encima, en este caso la adaptación está por debajo de la novela, lo que ya es decir. Desaprovecha incluso algunas páginas buenas, como la situación de comedia donde los personajes se conocen (ella se acerca a su vecino en son de pelea y el tipo sabe esquivarla haciéndose el tonto). En síntesis, de positivo hay un boxer y una collie, cachorritos, paisajes, no mucho más. Intérpretes, Teresa Palmer y Benjamin Walker actuando como dos de segunda. Director, Ross Katz, como si no existiera. Productor, el mismísimo Nicholas Sparks.
Para las delicias de Virginia Lago En nombre del amor (The choice, 2015) amplía el universo del escritor de best sellers Nicholas Sparks (aquí también productor). Una variable más en la larga lista de dramas del tipo “chico conoce chica”. El responsable de la también transpuesta al cine Diarios de una pasión es uno de esos autores que están siempre en la lista de los más leídos. Sus libros se venden hasta en los supermercados, y es muy frecuente toparse con lectores (lectoras, por lo general) sumergidos en sus relatos almibarados. En En nombre del amor (título elegido para estas latitudes; no muy inspirado, por cierto) la fórmula del amor fast food consiste en un veterinario carilindo, Travis, que tiene amigos, un yate, una casa hermosa con vista al río, una hermana compinche, una amiga algo más que amiga pero… pero le falta novia. A cumplir ese rol viene la bonita médica Gabby, la vecina recién llegada. Un día, el perro de Travis preña a la perra de Gabby (la perra propiedad de Gabby, claro), y ella, enfurecida, le echa la culpa por dejar que el perro vaya por ahí, como si nada. Ella misma no tardará en celebrar la llegada de los cachorros, como tampoco tardará en caer rendida a sus pies aunque tenga novio (para más datos: un médico con cara de bonachón y deseoso por casarse). En esta película todo va por el camino de la previsibilidad, y un brusco punto de giro resultará apenas una excusa para elevar la endeble tensión dramática. El director es el ignoto Ross Katz, quien apenas logra plasmar con corrección aquello que ya estaba en el papel. Algunas escenas (esa fascinación por filmar la luna…) dan un poco de pena, como también el ralenti con los que apunta a impactarnos. Las escenas de sexo, imaginarán, son menos inspiradas que las que alguna vez filmó Nicolás Del Boca para las novelas de su hija. El film reclama a gritos la reposición de Tardes con Virginia Lago, en donde seguramente será programada una y otra vez.
En el filme “En nombre del amor” hay mucha ridiculez y falta de talento. El argumento se podría repetir de memoria. Los best sellers románticos de Nicholas Sparks llevados a la pantalla grande ya constituyen una especie de género aparte. La intención de En nombre del amor es clara: fomentar el traspaso y la reproducción del habitus de la clase social a la que está dirigida (si papá es médico, el hijo también tiene que serlo). La película cuenta la historia de dos jóvenes que viven solos en casas de campo, ubicadas en la zona del Sur de Carolina, a la orilla del mar. Travis Parker (Benjamin Walker) es un médico veterinario que vive la vida como un bon vivant. Trabaja con su padre, quien también es veterinario, y en sus tiempos libres sale con amigos y amigas (todos de una belleza inverosímil) a pasear en lancha. Lo que Travis no sabe es que tiene una nueva vecina de la que se va a enamorar al toque: Gabby (Teresa Palmer), una asistente pediátrica y estudiante de medicina que vive con su perra. Una noche, Travis se encuentra afuera de su casa escuchando música y Gabby sale a pedirle que baje el volumen porque está estudiando. Lo que sigue ya lo conocen de memoria. Hay un tercero (el novio de Gabby), hay cenas románticas, diálogos vergonzantes, perros que llevan cartas (como si fueran palomas mensajeras), personajes que desaparecen como por arte de magia y luego vuelven a aparecer (la novia de Travis, por ejemplo). En el filme hay mucha ridiculez y falta de talento (los perros actúan mejor que los actores). La música entra siempre a destiempo, como si al realizador le resultase imposible pensar la imagen y el sonido como dos elementos con funciones propias pero a la vez complementarias. La puesta en escena es de revista religiosa, de esas que nos alertan del apocalipsis y a cambio nos venden un mundo en familia, feliz, rodeado de hijos y sonrisas resplandecientes. Todo está dotado de un tono coelhista, de autoayuda, como si se pretendiera dar lecciones de vida.
El nombre de Nicholas Spark se hizo fuerte en el mundo de Hollywood cuando la adaptación de su novela The Notebook se convirtió en un sorpresivo éxito y referencia romántica imbatible, aún entre ambos sexos. De eso hace ya doce años, anteriormente se habían llevado al cine otras dos de sus novelas, y desde 2008 es una suerte de clásico esperar una película de una novela suya por año, como el Woody Allen anual, o la de Disney para las vacaciones de invierno. El asunto es que Allen y Disney renuevan esas esperanzas cada año superándose o manteniéndose, el caso de Nicholas Spark es extraño porque desde aquel taquillazo de 2004, ninguna de esas películas estuvieron a nivel, pero ni cerca. Todo esto a cuenta de que se acerca San Valentín y ya tenemos nuestro Spark de 2016, en este caso, En nombre del amor, dirigida por un tal Ross Katz, algo más conocido como productor. Adentrémonos en el manual básico de película romántica. Travis y Gabby (Benjamin Walker y Teresa Palmer, respectivamente) son vecinos, él es veterinario, ella pediatra. Supuestamente son opuestos, aunque la atracción es inmediata. Él es alocado y quiere seguir siéndolo, ella es algo más centrada aunque tampoco se compromete demasiado. Ah, el amor, el amor, cuando toque a sus puertas querrán cambiarlo todo, pero como esto es un drama, y si ya vieron o leyeron algo de Spark al hombre le gusta ser un poco tortuoso, nada les será tan sencillo, infortunios varios, personajes en el medio, decisiones erróneas, de todo deberán atravesar para lograr estar juntos. Dejemos un poco de intriga, aunque si ya vieron el muy revelador tráiler, nada queda por decir. En nombre del amor no presenta sorpresas, se le puede criticar todo tipo de asuntos, que hay personajes que hablan con un muy recalcado acento sureño y otros de la misma sangre no; que todos son unidimensionales, que la química entre Walker y Palmer no es abundante, que los secundarios no terminan de explotar, que se puede adivinar cada una de las escenas, y como consecuente es un cúmulo de clichés. Por otro lado es innegable que estas películas tienen un público fiel, que caen bien en estrenarse cerca de estas fechas de romances y parejas florecientes, y que, en definitiva, no es peor que las anteriores películas alla Spark (quizás, sí podríamos decir que no tiene demasiado para narrar, ni en lo emocional). Un público que difícilmente ahonde en los detalles a corregir, y que espere el beso de los protagonistas para repetir con quien tenga en la butaca de al lado. The Notebook se convirtió en lo que es porque abundaban las buenas labores, tanto delante como detrás de cámara, algo que en En el nombre del amor no se vislumbra más allá de aparecer algún actor de renombre como Tom Wilkinson, en total piloto automático. Pareciera que no lo necesita, que puede conformarse con ser una más de las románticas de temporada, una tarea que cumple sin sobrarle nada.
En nombre del amor, una nueva adaptación de un libro de Nicholas Sparks. Las películas basadas en novelas de Nicholas Sparks (Querido John, Un lugar donde refugiarse, Lo mejor de mi, El viaje más largo, Diario de una pasión -¡y no me vengan con que esa sí es una película rescatable!-) ya son un subgénero en sí. Que no le aportan nada al cine y tampoco, en su origen, tienen nada que ver con la literatura. Vendedor de best sellers que pretende hablar de temas importantes a través de tramas románticas, Sparks se lanza a producir estos filmes que son una pura fórmula con la única intención de seguir haciendo más dinero. En nombre del amor une a Travis (Benjamin Walker, algo así como el hijo no reconocido de Arjona), un joven ganador y canchero que no desperdicia una sola oportunidad con las chicas pero simplemente por que no ha encontrado aún a su media naranja, con Gabby (Teresa Palmer, portadora de unas ojeras que delatan lo que se le viene como personaje), una joven estudiante de medicina con un novio amable, profesional y bien parecido que la ama y al que ama (al menos hasta ese momento). El cruce y la unión posterior de ambos se da a partir de que son vecinos en un lugar paradisíaco, porque hay un perro dando vueltas por allí y porque el novio amable debe viajar un tiempo por negocios familiares. Los protagonistas discuten desde que se ven y uno ya sabe que terminarán juntos y que aún nos esperan larguísimos 110 minutos para que toda esta pesadilla insoportable y poco creíble termine. El tema importante acá versa sobre la eutanasia pero sólo para sumar más lágrimas a una soap opera (lo que los yanquis han hecho con la noble telenovela) lacrimógena, cursi y berreta. Sentimientos de cartón pintado esbozados por actores de madera terciada (salvo Tom Wilkinson que sale airoso de lo que le hacen hacer), vínculos que se esfuman según las conveniencias y convenciones del guión, cuerpos jóvenes desnudos (dentro de lo que la pacatería nos permite) e iluminados como publicidades, bellos paisajes y moralina barata que se quiere hacer pasar por iluminados e imprescindibles consejos para un mundo que adopta la new age como filosofía de vida. En En nombre del amor se cometen infinidad de tropelías y se perpetran estos esperpentos que dan vergüenza ajena. Menos a los que se llenan de plata con ellos.
En nombre del amor (The Choice) es la nueva película basada en un libro de Nicholas Sparks, el autor estadounidense que alcanzó la fama internacional por las adaptaciones de sus novelas románticas. La película que mejor ejemplifica el fenómeno Sparks es Diario de una pasión (The Notebook), que 12 años después de su estreno su popularidad parece no decrecer. Rachel McAdams y Ryan Gosling demostraron tener química en la pantalla y fuera de ella. También el romance de Liam Hemsworth y Miley Cyrus comenzó por otra historia de Sparks, en el set de La última canción (The Last Song). La fórmula es casi siempre la misma: chico y chica se enamoran pero no pueden estar juntos. Entonces ¿qué tiene para ofrecer En nombre del amor que no hayamos visto antes? No mucho. La chica bella e inteligente se enamora de un muchacho trabajador que está dispuesto a dar todo por estar con ella. Teresa Palmer (Mi novio es un zombie) interpreta a Gabby, una bella estudiante de medicina que está en pareja con un médico (Tom Welling, el Clark Kent de Smalville) con quien tiene mucho en común, incluso su trabajo.
Los protagonistas tienen cero carisma, el ritmo es bastante denso, el argumento es predecible hasta la médula, los diálogos son bastante vacíos, y así podría seguir un rato largo protestando contra todas sus cualidades, pero es que...
“En la vida todo se trata de elegir. Cada elección que hacés va a tener un impacto directo e inimaginable sobre vos y otras personas. Y vaya si ahora me tocaba tener que elegir”. La película se llama “En nombre del amor”, y mientras vemos a Travis (Benjamin Walker) ingresar al hospital con un ramo de flores preguntando por Gabby (Teresa Palmer), escuchamos (aproximadamente) esas palabras dichas en off por él mismo. Imaginamos la obviedad de una trama que luego el guión de Bryan Sipe se encargará de confirmar diálogo a diálogo. Esta es la onceava producción que Hollywood produce basándose en una novela de Nicholas Sparks, el Corín Tellado moderno. Hay un flashback (como siempre) para que el espectador entienda porqué Travis entró al hospital. Una de esas tramas de chico lindo con plata-conoce a chica linda con plata, en las cuales chorrea miel de la pantalla. Es más. No hay mala gente en esta historia. Todos son buenos, comprensivos, sin conflictos, saludan, hacen bromas, los viejos no se quejan, los perros casi no ladran. ¡NO LADRAN!, los perros! ¿Se da cuenta? Mi abuelo tenía un ovejero alemán en el campo que andaba disfónico de tanto gritarle a cuanta cosa olía por ahí. Acá no. Ni el viento jode al olfato. Curioso, porque además son dos perros los que hacen que Travis y Gabby se conozcan, se miren, se gusten, pero tarden cuarenta minutos de película para besarse. Por supuesto, lo hacen tirando todo lo que hay en la mesa de una cocina, y luego despiertan satisfechos a la mañana sin que el peinado se haya corrido ni un milímetro de donde lo haya dejado la maquilladora en la escena anterior. Por supuesto que la vida transcurre entre paseos en bote, atardeceres sonrosados, todos los planos que se puedan afanar de la publicidad del chocolate Tofi están acá. El montaje es una catarsis de elipsis, a cual más innecesaria. Pero no importa porque acá lo que se tiene que entender es que ellos están bien hasta que pasa algo. Eso que toda la platea imaginó cuando Travis hablaba de las elecciones. Aburre tanto la trama que, por ejemplo, hacia los 65 minutos conté 19 cambios de vestuario de él y 17 de ella. Luego me aburrí pero que ropero debe tener cada uno. Y ya que hablamos de posesiones, le aviso que en este pueblo los veterinarios recién recibidos que trabajan en un local chiquito, que encima comparten con el padre, ganan re-bien. Lo suficiente como para tener barco, cabaña al borde del río, auto, etc. etc. Algunos diálogos dan un poco de vergüenza ajen, y por momentos hay tantos cambios de temas musicales que uno tiene la sensación de que alguien de la producción rompió un botón del control remoto del equipo reproductor de CD y ahora no sabe cómo pararlo. Ella es simpática. Linda sonrisa de dentífrico. Él es perfecto. Buena mirada, nariz respingada, pared abdominal de publicidad de calzoncillos. Todo es así. Todo lindo, todo bien empalagoso para que se convierta en la película romántica de la temporada, pese a la dirección de Ross Katz, quien se apoya en el mundo publicitario para darle forma a una historia que por inverosímil se alarg, y para colmo justifica las acciones contradiciendo los discursos de los protagonistas. Es demasiado.
Del autor de “Notebook”, “Querido John” y tantas otras, esta es la undécima película que se basa en sus historias donde mezcla amor, tragedia y destino. Pero aquí solo quedan las vueltas de tuerca conocidas, chica con novio que casualmente conoce a un vecino veterinario cuyo perro embaraza a su mascota. Amor inevitable, en lugar encantador, pero…Una mas romántica que busca la lagrima. Romántica y lacrimógena.