Un homenaje necesario y único sobre uno de los personajes claves de la historia del cine, acaso el musicalizador más emblemático, que supo ponerle sonido a imágenes icónicas y que Giuseppe Tornatore trae de manera sublime en su documental.
Este documental es una joya que no hay que dejar de ver. Dirige y escribe el guión Giuseppe Tornatore y todos sus esfuerzos están destinados a deslumbrarnos con la fuerza creativa de Ennio Morricone, un músico de formación clásica que fue ganado por el cine, donde compuso más de 500 partituras geniales e inolvidables. Un largo reportaje al viejo músico explicando cómo trabajó para sus creaciones, como se inspiraba, cuáles eran sus exigencias, la originalidad de cada concepto, es un arribo fascinante a su cabeza creadora. Una investigación de puertas abiertas a su genialidad inagotable. Ni más ni menos. Sus explicaciones nos llevan de la emoción de la música de “La Mision” a la “ imitación “ del grito de un coyote marca de fábrica de un western spaghetti inolvidable. El espectador tendrá ganas de ver todas esas maravillosas películas de nuevo, sabedor de estos secretos. Con testimonios de grandes como Bernardo Bertolucci, Oliver Stone, Quentin Tarantino, Bruce Springsteen,Clint Eastwood. Con un material de archivo impresionante, Tornatore homenajea a su admirado maestro, a su Ennio como lo define, ese socio creativo que desde Cinema Paradiso siempre estuvo en su obra. Y lo que nos regala es pura emoción, recuerdo y sorpresa.
El músico es autor de más de 500 bandas sonoras emblemáticas del cine. Su música consiguió introducirse de lleno en el Interior de cada uno de los espectadores conmoviendo con un sonido tan original como personal. Además, supo destacarse por su enorme versatilidad. Creó entre otras, la música para el spaghetti western de Sergio Leone y ese silbido característico en “El bueno, el malo y el feo” que se sigue identificando aún hoy, con solo escuchar sus primeras notas, como el sonido de pistoleros a caballo. Compuso también una maravillosa pieza de gran elegancia para el género gánster, convocado por Brian de Palma, en “Los intocables de Elliot Ness”. Así como lo hizo en la obra maestra “Cinema Paradiso” de su amigo Tornatore, donde las imágenes se aferran a cada nota musical, inseparables las una de las otras, convirtiendo a la melodía en protagonista principal del film.
Esta es una de esas películas que la critica debería decir: “NO TE LA PIERDAS” y nada más. Un documental realizado en vida del personaje, que realiza una recorrida por su vida, sobre todo profesional. En su estreno en países de habla inglesa, el subtitulo del mismo es “La mirada de la Música”, en realidad se podría pensar así, aunque es un gran homenaje al compositor por parte del director del filme. En su esqueleto narrativo, el filme es una larga entrevista que Giusseppe Tornatore le realiza al maestro, contada con cortes para darle lugar a escenas de algunas películas y a las entrevistas realizadas a personajes famosos y no tanto hablando del personaje. Durante 60 años y más de 500 partituras,
Documental sobre el legendario compositor cinematográfico Ennio Morricone El filme se estrenó dentro de la 8º edición de la Semana de Cine Italiano en Buenos Aires, y está dirigido por Giuseppe Tornatore. El documental sobre Ennio Morricone titulado Ennio, el maestro (Ennio, 2021) es dirigido por Guiseppe Tornatore (Cinema Paradiso, La leyenda del 1900, Malena, La mejor oferta) lo cual es doblemente significativo puesto que han trabajado juntos en reiteradas ocasiones a lo largo de 25 años, formando una sólida amistad. Este largometraje estrenado en nuestro país a dos años de su muerte, se presenta como un digno homenaje que recorre la vida y la obra del talentoso y prolífico músico y compositor cinematográfico Ennio Morricone (1928-2020). Es impresionante el solo recordar que Morricone compuso más de 500 bandas sonoras y cada una de ellas es inolvidable, con sus singulares leitmotiv, que lograron trascender por sí mismas más allá de cada película. El documental alterna entre imágenes de archivo, fragmentos de filmes, el testimonio del propio Morricone, sus composiciones musicales y entrevistas a numerosos artistas tales como Clint Eastwood, Bernardo Bertolucci, Quentin Tarantino, Dario Argento, Hans Zimmer, John Williams, Wong Kar Wai, Terrence Malick, Lina Wertmüller, Quincy Jones, Bruce Springsteen, Vittorio y Paolo Taviani, Marco Bellochio, Barry Levinston, Gianni Morandi, Gillo Pontecorvo, y mismísimo director. Al respecto, hay que reconocer que es un homenaje realizado con humildad porque Tornatore se limita a dar un breve testimonio (a pesar de haber realizado todas sus películas con la participación de Ennio) para dar lugar a otras obras y testimonios. El relato comienza de forma crónica, narrando sus inicios, su vocación temprana claramente influenciada por su padre, que era trompetista e incentivó sus estudios en el conservatorio. También se menciona la importancia del aporte de su maestro Goffredo Petrassi y su admiración por la música de Igor Stravinsky, Johann Sebastian Bach hasta John Cage. Al respecto, se destaca la capacidad rupturista de Morricone como integrante del grupo de improvisación, a través de la música concreta y la música disonante (que apela a los distintos sentidos). Es decir, que el artista no temía al mezclar lo popular con lo clásico. Sin embargo, a pesar de su notable talento debió atravesar varias dificultades como los avatares de la guerra, y cuánto le costó abrirse camino y ganarse la admiración de sus pares. Puesto que, los compositores tradicionales no consideraban respetable realizar música para películas. Según Ennio, “Las notas no son lo importante, lo importante es lo que el compositor hace con ellas”. Asimismo, el documental expone la tardía falta de reconocimiento por parte de la Academia y sus premios Oscars. La obra repasa gran parte de su extensa filmografía, como por ejemplo sus originales trabajos compositivos en largometrajes como El Federal (1961), Por un puñado de dólares (1964), El bueno, el malo y el feo (1966), La batalla de Argelia (1966), El gran silencio (1968), Érase una vez en el Oeste (1968), Allonsanfàn (1974), Érase una vez en América (1984), La misión (1986), Los Intocables (1987), Cinema Paradiso (1988) y Los 8 más odiados (2015), entre tantas otras. Por trabajos notables e innovadores como estos, algunos “recuerdan más la música que la película” y otros lo consideran el inventor de la música cinematográfica. Sin dudas, Ennio, el maestro representa muy bien la esencia del artista y deja en claro que era un GENIO, en el sentido más tradicional y aurático del término. Poseedor de una mente brillante que parecía tener una relación mágica y por qué no, mística con sus creaciones, como si sus composiciones fueran dictadas desde otro plano celestial. En conclusión, a pesar de su extensa duración, se celebra este emotivo y merecido agasajo a uno de los hombres más importantes en la historia del cine, y de la cultura mundial. Su música es inmediatamente reconocible por sus estilemas y porque logra estremecernos la piel. La obra de Ennio Morricone resulta una influencia cultural clave, que con su innovación atravesó el siglo XX, y seguramente seguirá repercutiendo intertextualmente a lo largo del tiempo, volviéndolo inmortal.
Un anciano pasa por un elegante y clásico salón correteando vestido con un conjunto deportivo y luego lo vemos haciendo gimnasia. La fisonomía tarda unos segundos en devolver el semblante del gran compositor Ennio Morricone sin sus clásicos anteojos. La gimnasia alterna el ensayo orquestal en su estudio, atiborrado de papeles, mientras la cámara sigue al detalle la dirección a una orquesta invisible que luego se materializa en escena. De allí el recorrido se instala en la cronología que el mismo Ennio Morricone desarrolla desde los primeros contactos con la música de la mano de su padre trompetista. Pero los recuerdos se unen a la historia de la Italia de posguerra y la dura vida para una familia de artistas hasta que la figura del compositor Goffredo Petrassi se erige para el joven tanto como maestro como horizonte en el universo de la composición y también en una marca, a veces difícil, para toda la vida. Pero la larga vida de Morricone, fallecido el 6 de julio de 2020 a los 91 años, permite asimismo a través de su figura realizar un racconto de la cultura italiana, en la cual el director de esta película -celebrado mundialmente por Cinema Paradiso- consigue nuevamente como en aquella ficción narrada en un cine de pueblo convocar la memoria sensible del espectador. Aquí lo hace desde un perfil documental que descubre a uno de los más grandes compositores de la historia del cine pero también uno de los más misteriosos en relación con su vida y a sus obsesiones como artista. El numeroso, y por momentos sorprendente, material audiovisual logra omitir la reiteración de las clásicas “voces aclamatorias” que existen en todo documental que busca exaltar las virtudes del biografiado. La mirada iluminada de Morricone al referirse a la estructura musical de sus composiciones (sus inspiraciones en Bach para Por un puñado de dólares o en el compositor del barroco italiano Girolamo Frescobaldi para La batalla de Argelia); su emoción ante los recuerdos de la larga vida vivida y, un poco, ese perfil entre tímido y cascarrabias que devuelve en el momento de confesar sus pensamientos son un gran documento cinematográfico que, junto al manantial musical plenamente identificable de su usina creativa, constituyen un disfrute cinéfilo que se convierte de la mano de Tornatore en el reverso certero de aquella fábula que construyó hace más de tres décadas donde la fantasía creaba el homenaje al cine. Aquí, el testimonio de la realidad de quien construyó parte de la memoria del cine italiano y su legado sonoro, sirven para que a través de infinitos testimonios de gran relevancia el cine brinde homenaje a Morricone. En definitiva, otro trabajador del cine como Alfredo (aquel operador de ilusión de Cinema Paradiso que delineó Philippe Noiret), pero que gracias a un talento único emergió de la larga lista de créditos de un film como una figura insoslayable y de existencia propia pero también como poderosa síntesis de aquella candorosa palabra que define y es definida como “cinefilia”.
¿Cómo abordar la vida de un compositor cuya obra atraviesa 60 años durante los que escribió las partituras de las bandas sonoras de más de 500 películas y series? ¿Y si entre ellas hay varias extraordinarias, de esas que conocen hasta quienes no ven películas? El mítico realizador Giuseppe Tornatore debió pensar estas y otras tantas pregunta ante el desafío que implicaba la realización de un documental biográfico sobre Ennio Morricone. Y su respuesta es ir a lo seguro, un palo y a la bolsa que, en este caso, significa recorrer, mediante el clásico formato de cabezas parlantes intercaladas con escenas de archivo, la obra del responsable de las partituras de la trilogía del dólar de Sergio Leone, Novecento, Cinema Paradiso y Los intocables, entre otras tantas, deteniéndose y profundizando en cada una de ellas a través del testimonio de los involucrados directos y de músicos de la talla de Bruce Springsteen. Dado que Morricone trabajó con casi todos los realizadores contemporáneos más importantes, las fuentes son impecables y construyen, además de la biografía del artista italiano, una radiografía de la historia grande del cine del último medio siglo. No por nada aparecen en escena, entre otros, Clint Eastwood, Quentin Tarantino, Oliver Stone, Hans Zimmer, Terrence Malick, John Williams, Wong Kar-wai, Dario Argento y Bernardo Bertolucci. Pero Ennio, el maestro va más allá de acumular testimonios y datos, pues complementa esa faceta enciclopédica (las imposiciones de su padre trompetista, la obligación de mantener a la familia luego de su muerte, su ingreso al universo musical) con la riqueza de ideas del romano, las mismas que lo llevaron, por ejemplo, a revolucionar el western introduciendo una faceta operística en las melodías. El resultado es un film de enorme valía tanto artística como testimonial. Una película que, tras la muerte de Morricone en julio de 2020, funciona como legado, como el testamento de un hombre cuya huella será imborrable.
"Ennio", la música como invitación. En un documental de formato clásico, la figura del maestro Morricone se sintetiza de un modo que, inevitablemente, lleva al deseo de volver a ver varios títulos históricos. profesional con el célebre compositor y director de orquesta comenzó con la exitosa Cinema Paradiso, opta por la transparencia de los datos duros, las anécdotas y la celebración. Pat Metheny, Clint Eastwood, Quincy Jones, Dario Argento, Bernardo Bertolucci, Quentin Tarantino, John Williams, Wong Kar-wai. Apenas algunos de los nombres que participan del proyecto con recuerdos personales y apreciaciones musicales. Pero todo comienza con Ennio, haciendo un poco de ejercicio físico en su piso romano antes de sentarse frente a la cámara de Tornatore. ¿Por dónde comenzar? Por el comienzo, con el niño Morricone aprendiendo a tocar la trompeta junto a su padre músico de jazz; y un poco después, cuando ingresó a la prestigiosa Academia Nacional de Santa Cecilia a estudiar composición musical bajo el tutelaje de Goffredo Petrassi. El hecho de que Morricone abandonara en gran medida la música “seria” por las bandas de sonido cinematográficas –territorio en el cual rápidamente se transformaría en uno de los nombres más solicitados de la industria– atraviesa los 156 minutos de metraje y ofrece indirectamente un ejemplo de la eterna dicotomía entre el arte alto y el bajo. Cerca del final, el protagonista admite que le llevó décadas aceptar su lugar en la historia de la música y olvidar lo que durante bastante tiempo consideró como una suerte de parricidio, de la mano de un pulsante complejo de inferioridad. De sus primeros esfuerzos como arreglista en la discográfica RCA a los inicios como compositor para la pantalla grande. Y el salto cualitativo y de popularidad con la banda sonora de Por un puñado de dólares, de Sergio Leone, ejemplo de esa originalidad y excentricidad sonora que lo seguiría acompañando en una parte importante de su obra. Proteico y singular, otras zonas creativas correrían por carriles más sinfónicos, por un lado, y experimentales por el otro, como lo demuestran sus primeros trabajos junto a cineastas como Elio Petri, Dario Argento y Bertolucci (verbigracia: las composiciones para I pugni in tasca). La gran pregunta que se hace el espectador, y también varios de los participantes del documental, gira alrededor de la cuestión de si muchas de esas películas –de Érase una vez en el Oeste a Investigación de un ciudadano sobre toda sospecha; de Cinema Paradiso a La misión– serían las mismas sin sus aportes musicales. La respuesta no sorprenderá a nadie con algo de sentido común. Además de ser un festín para los oídos y ofrecer una gran cantidad de información general y particular, Ennio, el maestro tiene otra virtud elocuente: abrir de inmediato el apetito cinéfilo. Es imposible salir de la sala sin el deseo irrefrenable de querer (re)ver todas las películas visitadas.
Ennio Morricone es uno de los músicos más celebrados de la industria del cine mundial, y el encargado de realizar un documental a la altura de su figura es el aclamado cineasta Giuseppe Tornatore. El guionista y director de especialmente «Cinema Paradiso», galardonado entre otros en los Oscars, Globos de Oro, BAFTAs y Cannes, es también el director con el que más veces trabajó Morricone. Se trata de una obra documental con la intención de celebrar, introducir y profundizar en el legado de una de las figuras más queridas del séptimo arte. El mismo propone un repaso detallado de su carrera con el enfoque que el mismo Ennio prefería: la música. Cómo llegó a cada proyecto, lo que le pidieron que componga y cómo surgieron las composiciones que terminó entregando. Es palpable no solo el respeto de Tornatore hacia Morricone sino también su admiración cariñosa hacia una figura que mejoró con su genio cada proyecto con el que interactúo. Da la impresión que, tras el fallecimiento del maestro durante 2020, Tornatore comprendió que lo que quedaba del documental debía enfocarse en transformar el todo no solo en un vestigio de su obra sino en un resumen de su espíritu que transmita con fidelidad lo que lo hacía especial; este es un destilado de su legado lleno de una pasión que eriza la piel. El inicio nos acomoda en un relato mucho más corriente del que continuará el resto de la cinta, con algunos condimentos que dan cuenta de lo especial de su sujeto central como por ejemplo cómo el padre de Ennio lo obligó a dejar sus sueños de convertirse en médico para que se dedique a estudiar seriamente para alimentar a su familia siendo músico. Tras sus desventuras académicas acabaría revolucionando la industria musical italiana, una etapa de lo más interesante por lo poco familiar que su obra no cinematográfica resulta a audiencias fuera de Italia, además de que sirve como base fundamental para entender cómo operaba la mente de este genio tan particular. Por otra parte, en los últimos minutos vuelve a abandonar el nivel de excelencia que Tornatore mantuvo exitosamente durante las más de dos horas previas para entregar una suerte de ensayo audiovisual en la que se intenta resumir el legado de Morricone. Es un cierre que evidencia que la tragedia de haber perdido al protagonista del documental y a uno de los genios musicales que más marcaron al cine también sirve como oportunidad de celebrar una obra tan inmortal como su figura. Esta película podría valer la pena verla solo por ser un documental de Giuseppe Tornatore, y un trabajo de menor nivel centrado en Ennio Morricone también merecería la pena ser visto, pero en conjunto estos dos aspectos tan evocativos por igual terminan por crear una experiencia que exige una pantalla grande como pocos documentales lo hacen. No por lo explosivo de sus visuales, sino por una visión al nivel de Tornatore y un genio interminable como supo ser Morricone. Que su larga duración no asuste, no hay mejor inversión que comprar una entrada para escuchar más de dos horas de las mejores piezas del maestro de la banda sonora por excelencia. Ennio está muerto, que viva Morricone.
THE SOUND OF MUSIC Empieza una nueva Semana de Cine Italiano, y las mejores películas son dos documentales, uno filmado por un gigante, Bellocchio, y otro dedicado a un gigante, Ennio Morricone. Hay que decirlo sin temor al efecto deformante de la nostalgia: lo mejor del cine italiano quedó muy detrás suyo (aunque lo mismo seguramente pueda decirse de casi todas las cinematografías del planeta). Porque el documental dedicado a Morricone produce un disfrute secundario, tal vez involuntario pero no por eso menos poderoso: la revisión de la carrera del compositor termina teniendo por objeto también el propio cine italiano. A diferencia de otros músicos que trabajaron en películas, Morricone nunca trazó para sí nada parecido a un cantón o un safe space, sino que se movió por cuanto género, registro o tema hubiera, siempre dispuesto a medirse con materiales desconocidos con los que pudiera poner a prueba su música. Si las bandas sonoras de Morricone son inmediatamente reconocibles, eso es porque el hombre supo ceñirse a toda clase de límites y requerimientos, llevando una concepción personal de la música que debía poder reunirse con la historia de ocasión y realzarla, sin dejar de recordarle al espectador que el cine es también música y que las películas se escuchan. Esa idea del oficio de compositor, cuenta Tornatore en Ennio, el maestro, le valió a Morricone un conflicto de origen: observado con desprecio por sus compañeros de conservatorio (que no creían que una banda sonora fuera una obra musical), Morricone se va a trabajar en cine y, casi sin darse cuenta, quema las naves de su carrera académica. Con el paso de las décadas, sin embargo, sus antiguos compañeros y maestros realizan desagravios públicos y reciben nuevamente al hijo pródigo, que los acepta más que satisfecho, como quien puede finalmente volver al hogar perdido. Para ese momento, Morricone escribió ya de todo, desde banda sonoras hasta arreglos para cantantes italianos que se beneficiaron de su técnica aparentemente inimitable, un misterio que solo el músico parecía conocer, aunque no dejara de desparramarlo por cuanta canción y película hubiera. Resulta inevitable el paso por la sociedad que Morricone mantuvo con Sergio Leone, buscada y sostenida siempre a expensas del segundo, que no parecía imaginar ya no sus westerns sino el cine sin su música. Algunos de los compositores más importantes del cine crecieron aliándose con directores: Herrmann con Hitchcock, John Williams con Spielberg, Badalamenti con Lynch, Simonetti con Argento. Morricone no sentía que tuviera que aliarse con nadie; iba y venía aceptando encargos que podían oscilar entre un spaguetti western, un drama histórico, un cuento nostálgico o un giallo. Ningún género o director le resultaba esquivo, cualquier historia podía proveer el desafío necesario de encontrar nuevas melodías y sonidos, desde la América aborigen de La misión hasta Investigación sobre ciudadano libre de toda sospecha, de Elio Petri, que tiene una de las melodías más pegadizas que yo recuerde. Por eso, la sociedad Morricone-Leone tuvo como accionista mayoritario al primero, que dejó su sello indeleble en las historias y las imágenes del socio. Tornatore no sabe bien a dónde ir con Morricone: la estatura del músico, su escala bigger than life lo desborda y no deja elegir un eje, un ángulo desde el cual entrarle. En consecuencia, Tornatore quiere contarlo todo, aunque sepa que no puede, que las casi tres horas de duración no le van a alcanzar, pero igual trata, como si la desmesura de la personalidad forzara a la película a adaptarse a ella y no al revés. El director se mete con todo: la infancia y la imposición de la trompeta por parte del padre, el ingreso a la academia, el paso por la música pop, las primeras películas, la maduración de un estilo, el momento del reconocimiento, el salto a Estados Unidos, los Oscars perdidos, etc. Todo esto Tornatore lo reconstruye con una cantidad impresionante de entrevistados, varios de los cuales murieron hace poco: además del propio Morricone, salen Bertolucci y Lina Wertmüller. Después hay de todo, desde gente del cine hasta cantantes, críticos, músicos y académicos. El tamaño del homenajeado pareciera demandar ese coro interminable de testimoniantes. Aunque el principal atractivo del documental sea que se puede ver y escuchar extensamente al propio Morricone, que habla de su trabajo con una distancia justa, que sugiere el orgullo del artista pero sin ostentarlo. Hay una generosidad extraña en la pedagogía de Morricone, que tararea sus melodías o las toca en el piano, explica sus procedimientos compositivos y hasta sus fuentes de inspiración, muchas veces canciones tradicionales de diferentes regiones, como si el reconocimiento de la apropiación, lejos de menoscabar la obra, le confiriera un valor adicional o la alimentara con el espesor de la Historia. Tornatore no habrá pensado que Morricone iba a morir antes de estrenarse el documental: así las cosas, tal vez gracias a ese error de cálculo, la película elude cualquier posible tentación funeraria y se dedica durante casi tres horas a realizar un retrato infatigable y vital.
Catedrales de la música No alcanza con decir que Ennio Morricone (1928-2020) fue el mejor compositor de música para cine de la historia porque el aporte del italiano va incluso más allá gracias al hecho de que sus trabajos, de unas belleza y complejidad dignas de una ópera, son prácticamente los únicos que resisten ser escuchados de manera independiente con respecto a las imágenes de las películas de turno, sean éstas las que sean, para colmo en muchísimas ocasiones sus catedrales de la música sobrepasan de tal manera a los films que las inspiraron que toda la experiencia puede resultar sutilmente -o muy- vergonzosa debido a directores y propuestas narrativas que no estuvieron a la altura de aquello que el maestro podía ofrecer en términos artísticos para el “acompañamiento” sonoro en cuestión. Responsable de los que quizás sean los cuatro mejores soundtracks del séptimo arte, los correspondientes a La Misión (The Mission, 1986), opus de Roland Joffé, y El Bueno, el Malo y el Feo (Il Buono, il Brutto, il Cattivo, 1966), Érase una vez en el Oeste (C’era una volta il West, 1968) y Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984), todas de Sergio Leone, Morricone fue un compositor muy prolífico que trabajó para una catarata de luminarias que asimismo incluye a Giuseppe Tornatore, Gillo Pontecorvo, Roman Polanski, Pier Paolo Pasolini, Don Siegel, Sergio Corbucci, Henri Verneuil, Brian De Palma, Mauro Bolognini, Lucio Fulci, Warren Beatty, Lina Wertmüller, Pedro Almodóvar, Édouard Molinaro, Tinto Brass, Marco Bellocchio, Giuliano Montaldo, John Carpenter, Oliver Stone, Dario Argento, Bernardo Bertolucci, Quentin Tarantino, Damiano Damiani, Barry Levinson, Sergio Sollima, Mario Bava, Aldo Lado, John Boorman, Massimo Dallamano, Terrence Malick, Franco Zeffirelli, William Friedkin, Phil Joanou y los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, entre muchos otros. Morricone gozó de homenajes y premios de la más variada naturaleza aunque sinceramente faltaba un documental específico a toda pompa que cubriese su derrotero profesional de principio a fin, por ello mismo la llegada de Ennio (2021), de su amigo Tornatore, para quien musicalizó todos sus films entre Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988) y Te Amaré Eternamente (La Corrispondenza, 2016), tiene un gusto innegable de justicia artística porque Giuseppe no se contiene para nada a escala pasional y/ o en materia de la profundidad del análisis histórico ofrecido y se aparece con un documental de 156 minutos fascinantes basados no sólo en toneladas de material de archivo y una edición prodigiosa sino también en una serie de entrevistas que el director realizó al compositor en la etapa final de su vida, por cierto optando por obviar cualquier referencia a su reciente muerte a la edad de 91 años con el objetivo implícito de reforzar esta idea que recorre por completo la propuesta biográfica, hablamos de la celebración de la obra del romano en su conjunto y de su carácter eminentemente eterno, de allí la ausencia de ese tono nostálgico/ melancólico/ necrológico de tantos convites semejantes y especialmente cuando aún está muy fresca la memoria de la desaparición física del honrado. Tornatore, por el contrario, edifica un retrato dinámico, arrebatador y muy efervescente que todo el tiempo pone en primer plano primero la facilidad del señor para la rauda composición de bandas sonoras, talento crucial para entregar sus más de 500 trabajos para el medio audiovisual en su trayectoria de seis décadas, y segundo la unificación en su persona y en su producción musical de las facetas experimental y tradicional en lo que hace a la composición y ejecución en sí, por un lado, y las consabidas música absoluta o pura y música programática o aplicada, por el otro lado. Ennio es una faena exhaustiva a más no poder y no deja tema/ tópico sin tocar, pensemos en su infancia durante el fascismo, la influencia de su padre trompetista, Mario Morricone, su seguidilla estudiantil de títulos vinculados a la trompeta, la armonía, la instrumentación y la composición, su apego hacia Goffredo Petrassi durante su etapa en el conservatorio y el resto de su vida, sus primeros pasos en la industria cultural como compositor y arreglador fantasma en radio, teatro y televisión, su poco conocida labor -por fuera de Italia- como un extraordinario arreglador para canciones pop sesentosas en la RCA Victor, sus comienzos en el cine bajo seudónimos como Dan Savio y Leo Nichols, su debut con su nombre real en El Federal (Il Federale, 1961), film de Luciano Salce, su reencuentro con un Leone que fue compañero de colegio suyo durante aquella infancia en ocasión de la revolucionaria Por un Puñado de Dólares (Per un Pugno di Dollari, 1964), catalizadora de la llamada Trilogía del Dólar o del Hombre sin Nombre de El Bueno, el Malo y el Feo y Por unos Dólares más (Per Qualche Dollaro in più, 1965), su encasillamiento fugaz en el spaghetti western de los años 60 y 70, su vuelco sutil hacia el giallo y esa apertura internacional de las propuestas por venir, aquella participación entre 1964 y 1980 en el Grupo de Improvisación de Nueva Consonancia (Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza), un colectivo avant-garde de músicos italianos inspirado en Karlheinz Stockhausen y John Cage, su “casi participación” como compositor en La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), del gran Stanley Kubrick, única película en la que le hubiese gustado intervenir aunque no pudo darse por su trabajo en Los Héroes de Mesa Verde (Giù la Testa, 1971), también del querido Leone, y por supuesto sus múltiples colaboraciones/ asociaciones con los realizadores mencionados. Tomando como pivotes a películas adicionales como por ejemplo Pajarracos y Pajaritos (Uccellacci e Uccellini, 1966), de Pasolini, El Clan de los Sicilianos (Le Clan des Siciliens, 1969), de Verneuil, Queimada (1969), de Pontecorvo, Los Caníbales (I Cannibali, 1970), de Liliana Cavani, Investigación sobre un Ciudadano Libre de Toda Sospecha (Indagine su un Cittadino al di Sopra di Ogni Sospetto, 1970), de Elio Petri, El Pájaro de las Plumas de Cristal (L’Uccello dalle Piume di Cristallo, 1970), de Argento, Sacco & Vanzetti (1971), de Montaldo, Allonsanfàn (1974), de los hermanos Taviani, Novecento (1976), de Bertolucci, El Desierto de los Tártaros (Il Deserto dei Tartari, 1976), joya de Valerio Zurlini, Días de Gloria (Days of Heaven, 1978), de Malick, Los Intocables (The Untouchables, 1987), de De Palma, Camino sin Retorno (U Turn, 1997), de Stone, Sostiene Pereira (1995), opus de Roberto Faenza, La Leyenda de 1900 (La Leggenda del Pianista sull’Oceano, 1998), del propio Tornatore, y Los 8 más Odiados (The Hateful Eight, 2015), de Tarantino, el film sopesa también la importancia de su afición por el ajedrez, constante analogía para con la férrea estructuración lógica de la música, y de sus colaboraciones con diversas orquestas y cantantes femeninas como Joan Baez o Dulce Pontes, en esencia exitosas actuaciones en vivo que compensaron el ninguneo conjunto de los barones de la “música culta” europea y de los Oscars, una estatuilla ya muy tardía de por medio por Los 8 más Odiados y un Oscar honorífico en 2007. Como aseverábamos con anterioridad, Ennio viene a corregir el faltante en el terreno de los homenajes cinematográficos hiper ambiciosos a la altura del legendario Morricone, aquí enaltecido por colegas como John Williams y Hans Zimmer y entronizado en general como una figura inmortal que ha llevado a las lágrimas a legiones de cinéfilos…
Genio Morricone. El documental de Tornatore es una sinfonía de emociones alla italiana. Como ocurre con Cinema Paradiso, el relato emotivo y melodramático de Tornatore, constituye también aquí un homenaje no sólo al Morricone, sino al cine, al que el celebrado compositor ha aportado significativamente con su arte musical. Como en aquel film de 1988, en este documental se relata la historia de un niño de familia humilde que hace carrera en la actividad cinematográfica; y como el adulto de la película, invitado a revisar la historia de su infancia por la noticia inesperada de una muerte y por la demolición de la sala de cine de su pueblo, Morricone es invitado, y nosotros con él, a reconstruir aquella historia, una vez que el compositor ya ha fallecido hace 2 años. La historia de Morricone como compositor, la consagración magnífica que alcanza con su obra es casi una metáfora de la consagración misma del espectáculo cinematográfico en el sistema de las artes. Como sucede con el cine, la fama inicial y el reconocimiento popular del músico italiano no le deparó el reconocimiento de la academia ni de sus pares, que despreciaban el cine como una manifestación bastarda del arte moderno. Uno de sus colegas reconoce en el documental, que ni su maestro ni él mismo pudieron entender al comienzo el valor del trabajo de Morricone. Para valorar esa música hay que ponerla en diálogo con las imágenes, pero no en el sentido de una actitud servicial, donde la música acompaña educadamente, sin molestar, a la imagen, sino en el sentido del contrapunto. La composición de Morricone es un contrapunto entre imagen y sonido, de modo tal que el temperamento propio de la imagen es revelado, casi violentamente, por la música. Como si la partitura de Morricone tuviese la capacidad de revelar psicológicamente elementos que la imagen se obstina en ocultar. Sus primeras composiciones en el western son sintomáticas en este sentido: en Per un pugno di dollari (1964), por ejemplo, presenta un motivo musical que tiene la impronta de un carácter: se trata de un silbido sobre un fondo de rasgueos de guitarra. El silbido traza, con ojos de impresionista, los atardeceres desolados. Y aunque aquí no se encarna el motivo en ninguna aparición diegética, en los westerns subsiguientes, los elementos musicales empiezan a participar gradualmente de la diégesis hasta constituirse en parte de la personalidad del protagonista: en Per qualche dollaro in più, el motivo musical, los sonidos quebrados de un acorde menor, es activado por Indio ante cada enfrentamiento; y en Once upon a time in the west, el motivo musical (un glissando de armónica) es la carta de presentación del personaje encarnado por Charles Bronson, quien toca más de lo que habla. Pero precisamente por esta misma capacidad de anonadarse en la imagen y renacer con ella en un constructo complejo, su trabajo no podía ser valorado con los parámetros de una concepción propia de la música absoluta del siglo XIX. No creo que a Petrassi le gustara el trabajo que hacía. Tampoco me gustó mucho. Una vez me llamó, cuando él era joven, de una manera bastante conmovedora. Dijo que yo era un purista y él había traicionado. Ennio, a su manera, sufría algún complejo de inferioridad por abandonar la pureza del compositor, a la imagen petrassiana, pero Petrassi traicionó esa pureza más de una vez. Petrassi no podía entender… ¿Qué tenía de especial Ennio? Su capacidad de identificarse con la situación, con la escena. (Boris Borena, compositor). Periodista: -¿Qué opinas de la colaboración… entre el compositor y el director en la música de cine? –Creo que es totalmente antiartístico… (Giovani Petrassi, compositor) Petrassi también hizo bandas sonoras. Aunque Petrassi nunca pensó que la música de cine era música, Ennio lo consideraba así. (Roberto Faenza, Director) La música de Morricone armonizaba mejor con los criterios estéticos del montaje y el contrapunto industrial del arte del siglo XX. Como sucede con los homenajes sinceros y entusiastas, que contagian a otros de su sinceridad y entusiasmo por lo celebrado, lo mejor del homenaje al hombre, es la voracidad in crescendo que se aloja en nosotros por el conocimiento de su obra. Yo mismo, que conocía superficialmente, y una parte muy exigua, del trabajo de Morricone, he comenzado un peregrinaje fascinante por el laberinto de sus paisajes sonoros. No se le puede pedir más a un homenaje, que el hecho de ser transformado uno mismo en el homenajeador. Y Tornatore puede quedarse tranquilo de que, al menos conmigo, lo ha logrado.
Una excelente propuesta que explora en detalle la vida y obra del compositor Ennio Morricone, quien falleció a los 91 años en julio de 2020, un tiempo después de completar la entrevista que brindó en este film. El director de Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, le rinde un emotivo homenaje con un documental muy completo que analiza en profundidad el proceso creativo que dio origen a melodías icónicas de la producción cinematográfica del siglo 20. El extenso testimonio de Morricone se complementa con la participación de numerosos artistas que trabajaron con él o cuyos trabajos tomaron una influencia de sus obras. Entre elllos sobresalen las presencias de Quincy Jones, Bernardo Betolucci, Dario Argento, Quentin Tarantino, Clint Eastwood, Bruce Springsteen, James Hetfield de Metallica, Pat Metheny, Oliver Stone, Hans Zimmer y John Williams. Uno de los aspectos que más me impresionó de la historia y desconocía es el enorme rechazo que despertó Ennio entre sus colegas en los comienzos de su carrera, ya que para el ambiente de los compositores la música de películas no era considerada una rama artística. Todos esos elementos innovadores que le aportó a las melodías populares que conocemos, como el uso de las guitarras eléctricas o los gritos guturales, en su momento fueron tomados como una aberración y pasaron muchas décadas hasta que obtuvo el reconocimiento de sus pares. Hoy toda esta cuestión parece un delirio pero resulta interesante ver en su contexto histórico los motivos que generaban tanto rechazo en los círculos académicos de la música. La película de Tornatore, que cuenta con una duración de dos horas y media, repasa la cronología de la carrera de Ennio y lo largo de su relato el artista aporta numerosas curiosidades detrás de sus trabajos más famosos. Una que me impactó en particular fue el hecho que él detestó la composición final de Los Intocables y le pidió a Brian De Palma que utilizara cualquier pieza del material que entregó menos esa. El film también aborda su relación conflictiva con la Academia de Hollywood y el escándalo de la ceremonia de 1987, cuando perdió el Oscar por la banda sonora de La misión que en la actualidad es considerada una de sus obras maestras. Me cuesta creer que alguien que sienta una pasión genuina por el cine no disfrute de esta gran labor de Tornatore, quien fusionó de un modo original el tributo con el estudio analítico de la obra del maestro italiano. Pese a su extensa duración el relato que se presenta es tan apasionante que te olvidás por completo del paso del tiempo. Para quienes disfrutan de estos temas es un material de visionado obligatorio.
Sería injusto decir que el cine no sería el que es sin las melodías irónicas y cultas de Ennio Morricone. Más justo sería decir que el mundo no sería el que es sin las melodías irónicas y cultas de Ennio Morricone. Este documental, no demasiado creativo en lo formal pero lleno de anécdotas y detalles, deja bien claro por qué el galardonado compositor es parte de nuestro paisaje cultural más allá de cualquier frontera.
Atesoramos en nuestra memoria musical la imborrable melodía de bandas sonoras que nos transportan a mundos cuyas fronteras han sido tan diversas como el imaginario de los compositores encargados de plasmar las ideas estéticas de grandes directores de la cinematografía mundial. ¿Cómo dimensionar de la forma más justa el lugar ponderable que ocupan estas piezas en la historia del séptimo arte? Universos sentimentales, violenta emotividad, paradigmas oníricos o irrefrenables pasiones. Evocando proyecciones del espíritu de todo cinéfilo y melómano, podemos recordar de cada película su primer fotograma, también el primer acorde de una banda sonora que nos maravilla. A curiosos y ardientes navegantes de los más variados géneros cinematográficos y su profusa historia, nos maravilla adentrarnos en la vida y obra de cada autor que dejó su sello en films y partituras inolvidables. Entre algunos de los maestros de orquesta unánimemente reconocidos como tradicionales autores de bandas sonoras del cine mundial, a lo largo del último siglo de vida del arte audiovisual, destaca un exquisito intérprete nacido en Italia, que ha sabido sincronizar en imágenes un hilo musical de absoluta personalidad estética. Capaz de crear instantes que perduran vivos en nuestro recuerdo, intentando expresar la equilibrada relación entre forma y contenido que establecen, de modo simbiótico y mimético, el arte musical y el ejercicio cinematográfico. Sus obras nos brindan el encanto de intuitivas sinfonías que capturan atmósferas y sensaciones en estímulos estéticos entrelazados que pesan su valor en más que mil palabras. El cine, ahora que el maestro ha partido, le debía su personal homenaje. De longeva carrera, Ennio Morricone compuso la banda sonora de más de quinientas películas y series de televisión. Recibió un Oscar Honorífico en 2006 y, una década más tarde, un tardío galardón máximo a Mejor Banda Sonora Original por la película “Los Odiosos Ocho” (2015), de Quentin Tarantino, autor gracias a quien viviera una segunda juventud profesional. Antes de vender más de setenta millones de discos, este maestro romano fue un especialista en realizar piezas sinfónicas y corales. Epítome del spaghetti western, colocó melodías a inolvidables imágenes de films de Sergio Leone, desde la “Trilogía del Dólar” en los años ’60 a “Érase una Vez en América” (1984). Prolífico en géneros tan diversos como el giallo italiano y la comedia, se recuerdan sus partituras para “Días de Cielo” (1978, Terrence Malick), “La Misión” (1986, Roland Joffé) o “Cinema Paradiso” (1989, Giuseppe Tornatore). Su magna figura es rescatada, con gran sensibilidad, por el documental de flamante estreno, dirigido por el citado Tornatore. Con intervenciones del propio Morricone, una cadena de testimonios prefigura una suerte de olimpo cinematográfico: Quentin Tarantino, Clint Eastwood, Oliver Stone, Hans Zimmer, Terrence Malick, John Williams, Wong Kar-Wai, Barry Levinson, Dario Argento, Bernardo Bertolucci, Quincy Jones, Giuseppe Tornatore, Bruce Springsteen, James Hetfield, Roland Joffé, Marco Bellocchio y Lina Wertmuller, entre otros, aportan lucidez al retrato del compositor de cine más prolífico del siglo XX. Recurriendo a música del maestro y a profuso material de archivo, posee la significancia de toda gran pieza del género: develar el costado menos conocido de aquel objeto de estudio. De tal manera, indaga en su método compositivo y en el enigmático vínculo que Morricone trazara con algunas de sus musas inspiradoras. Ennio es aquel que confronta a su propio oficio, antes de embeberse en sus mieles. El tiempo le dio la razón, afortunadamente. Apasionado, se transformó en el propio lenguaje que indagó y en cada fibra de su cuerpo sonó la melodía. Así se hizo himno.
Piezas de la vida y obra de un maestro. No hay una única fórmula para emplear la música en el cine: hay maravillosos films sin un segundo de música, o con música únicamente diegética, o con leves melodías incidentales, y podrían seguir enumerándose posibilidades sin agotarse. Están también los que recurren a un autor que lo complete, con una banda sonora especialmente compuesta para la ocasión. De estos últimos ha habido muchos; maestros como Ennio Morricone, muy pocos. El documental de Tornatore destinado a recorrer la vida y obra del tenaz artista italiano es convencional en su estructura, recordando a cierto tipo de producciones que se estrenaron con éxito en los años ’70 y ‘80 (That’s Entertainment!, That’s Dancing!), que interesaban no porque exploraran el material abordado sino por su valor de divulgación y por recopilar grandes momentos de la historia del cine, rescatándolos del olvido y devolviéndoles el esplendor del color y el sonido en pantalla grande. Como en esos ejemplos, en Ennio, el maestro aparecen numerosos entrevistados (de Bernardo Bertolucci y los hermanos Taviani a Darío Argento, de Bruce Spreengsten a Wong Kar-wai y Terrence Malick, de quien solo se escucha la voz), constantes comentarios elogiosos, fotografías de archivo y un criterio informativo casi televisivo, sino fuera que todos y cada uno de los fragmentos de películas que van asomando (después de una primera media hora centrada en la familia, los estudios del joven Ennio y su incondicional amor a su mujer María) ofrecen un continuado de placer para el espectador cinéfilo, como si ingresara en una montaña rusa atravesada todo el tiempo por los recuerdos, las revelaciones, la sorpresa y la emoción. Ver una escena de Érase una vez en América (1984, Sergio Leone), escuchando de fondo la conmovedora música que el maestro compuso e interpretó para la misma, podría resolverse más o menos fácilmente con una búsqueda en la web: en este caso, el disfrute está en verla y escucharla en óptima calidad en una sala cinematográfica. Gracias a esa sucesión de movilizadores momentos, los 156 minutos de Ennio, el maestro se convierten en una suerte de viaje por el cine (no solo italiano) de los últimos setenta años. El trabajo de Tornatore es riguroso y serio, aunque no exento de efectismos, por ejemplo al editar secuencias de muchas películas para activar la adrenalina, o al cargar de euforia el tramo final. Otras críticas que pueden hacérsele tal vez dependan de las expectativas personales: es una lástima que la versión original de Dulce Pontes de A brisa da coraçao de Sostiene Pereira (1995, Roberto Faenza) sea reemplazada por una más estridente en un concierto, y si bien resulta inevitable que varias bandas sonoras no figuren, hubiera sido un acierto que no faltara la de Tiro de gracia (1990, State of grace, Phil Joanou), probablemente una de las mejores, aunque menos emotiva y popular que las de La misión (1986, Roland Joffé) y Cinema Paradiso (1988, Tornatore). Mientras tanto, el film rebosa de anécdotas, algunas especialmente satisfactorias para quienes gustan de los secretos de la realización cinematográfica y la composición musical. Además de ese tipo de explicaciones minuciosas, a veces simpáticas e incluso brillantes, el itinerario pasa por diversos géneros cinematográficos y experiencias musicales: provechosos tanteos sonoros para un cine más audaz (I pugni in tasca), una pegadiza canción para un film de Pasolini (Pajaritos y pajarracos) o una balada pop devenida himno (H’ere’s to you, interpretada por Joan Báez para Sacco y Vanzetti), sin dejar de lado las búsquedas para westerns de Leone, Corbucci y otros. En los intersticios de Ennio, el maestro aflora también la denodada lucha de Morricone en búsqueda de reconocimiento, superando el desdén de los académicos y hasta la humillación de retaceársele un premio Oscar. El Ennio inseguro, sensible, entrañable, se impone en esos breves momentos por sobre el artista talentoso y la aplaudida figura pública. Por Fernando G. Varea
Este largo y exhaustivo documental recorre la carrera del inolvidable compositor italiano de música para cine –entre otras cosas– fallecido en 2020. Pocos compositores para cine en todo el mundo son tan claramente reconocibles como Ennio Morricone. Su música es tan única, ambiciosa y llena de matices, se impone de manera tan marcada en los films en la que aparece, que es difícil no notarla, sentirla y, muchas veces emocionarse con ella. Uno de los tantos entrevistados de “Ennio, el maestro”, exhaustivo repaso de su carrera, lo dice de entrada: uno escucha apenas unas notas, quizás solo una y ya sabe que la música de esa película es de Morricone. Sin embargo, su carrera es bastante más amplia y tiene algunos giros que sorprenderán a los que conocen por encima solo los grandes éxitos de su obra cinematográfica. Este tradicional documental de Giuseppe Tornatore –para quien hizo la recordada música de “Cinema Paradiso”, entre muchas otras– funciona de manera cronológica, sin muchas vueltas y se destaca más que nada por el nivel de detalle con el que recorre su carrera y analiza su música a partir de los comentarios del propio compositor, que falleció en 2020, y de decenas de entrevistados, amigos, músicos, compositores, cineastas y personajes que lo rodearon, lo conocieron o fueron influenciados por su obra. Dicho de otro modo: “Ennio, el maestro” no es una película para el curioso casual que quiera husmear un poco acerca de sus temas para los spaghetti western de Sergio Leone y algunos otros clásicos sino una que, por ejemplo, dedica sus largos minutos a analizar las distintas ideas musicales que tuvo para “Investigación de un ciudadano sobre toda sospecha”, de Elio Petri, hasta llegar a la definitiva. La película –cuyas entrevistas fueron, claramente hechas a lo largo de muchos años y en algunos casos hace bastante tiempo, ya que algunos de los analistas han fallecido ya y otros lucen muy jóvenes– empieza con su infancia, sus inicios musicales, su relación con su padre y con sus primeros maestros. Su carrera cinematográfica recién aparecerá bien entrada la película, ya en 1961, cuando era un artista que había logrado pasar de hacer música experimental (algo que continuó haciendo a lo largo de su vida, pero especialmente en los ‘60, junto al Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza) a melodías para artistas populares y obras sinfónicas. Quizás el eje de esa primera etapa de este film de dos horas y media pasa por su inicial “vergüenza” en hacer música para películas, especialmente porque sabía que sus maestros lo veían como un género menor, impropio de un verdadero compositor. Luego llegarán los éxitos, empezando por la más famosa de sus colaboraciones, la que tuvo con el realizador Sergio Leone a partir de los célebres westerns de los ‘60 (“Por un puñado de dólares”, “Por unos dólares más”, “Lo bueno, lo malo y lo feo”, “Erase una vez en el Oeste”, tales sus títulos en castellano con los que se estrenaron en Argentina, distintos a los que salen en la película) para expandirse desde allí a otros realizadores italianos y a otros géneros, pasando de Bernardo Bertolucci (para quien hizo “Antes de la revolución” y “Novecento”), el citado Pietri, Pier Paolo Pasolini, Lina Wertmüller, Liliana Cavani, Gillo Pontecorvo (“La batalla de Argelia”), Marco Bellocchio, los hermanos Taviani, Sergio Corbucci (“El gran silencio”) y Dario Argento, cuyas colaboraciones tienen, llamativamente, poco espacio y desarrollo aquí. Más adelante (su carrera abarca casi 500 bandas sonoras) vendrá su internacionalización, su cambio a otros registros tratando de alejarse de lo que hizo en los ‘60, y la película irá avanzando década a década, mostrando sus grandes éxitos (volverá con Leone para la inolvidable “Erase una vez en América”, hará “Días de gloria”, “La misión” y “Los intocables”, entre muchas otras bandas sonoras clásicas) pero también poniendo mucho detalle en sus cambios estilísticos, en su trabajo con los sonidos “naturales”, su predilección por los coros, los vientos, la manera de usar las guitarras, su forma de trabajo, su facilidad para las melodías y las formas en las que su música excede el habitual espacio y formato que habitualmente tienen las composiciones cinematográficas. Muchos interpretan que sus composiciones arman casi otras películas en paralelo a las que musicalizan, cambiándolas por completo y dándole una forma tan propia que por momentos bien podría ser un codirector de algunas de ellas. Algunos ejemplos de escenas con o sin su música (o con otra música que no es la suya) lo dejan en evidencia. Sobre el final, mientras se muestran imágenes de sus conciertos multitudinarios y las películas en las que trabajó en las últimas décadas, el documental mostrará a los artistas que influenció (Quentin Tarantino es su fan número uno y logró hacerle ganar su único Oscar, además del honorario que le dieron en 2006, por “Los ocho más odiados”) y hasta a los músicos de rock que lo homenajean o citan en sus canciones. Entre las entrevistas hechas a lo largo de los años están los citados Argento, Bertolucci, Tarantino, Bellocchio, Pietri, Cavani, Wertmüller y Pontecorvo, –curiosamente no hay declaraciones de Leone, aunque sí imágenes de ambos– junto a Quincy Jones, Clint Eastwood, John Williams, Pat Metheny, Bruce Springsteen, Joan Baez, Wong Kar-wai, Hans Zimmer, Roland Joffe, Nicola Piovani, decenas de músicos y artistas italianos y hasta el propio Tornatore, que se entrevista a sí mismo. Quizás no sea la más elegante ni creativa de las películas, pero “Ennio, el maestro” bien funciona como el tipo de sobrio y detallado homenaje que un artista como Morricone merece.
Morricone, una marca de música de películas Para comprender la grandeza de un compositor como Ennio Morricone basta este dato. Generalmente, los directores hacen una película y, en ese proceso, le acercan al compositor unas imágenes para que el músico tome las ideas suficientes para idear la banda sonora. Eso, en la generalidad. Con Ennio Morricone llegó a pasar todo lo contrario. Y lo cuenta la hija de Sergio Leone, el gran creador del género spaghetti con “Lo bueno, lo malo y lo feo” a la cabeza (otra composición magistral de Ennio), en este excelente documental titulado “Ennio, el maestro”. Leone llegó a pedirle a Morricone que hiciera una música para que a él le dé una idea para hacer su película. Le contó algo, una aproximación sobre de qué se trataba el guión, pero no le mostró ninguna imagen, simplemente porque no la tenía. Y la película se hizo, pero fue la música la que inspiró al director. Así, de esa manera trabajaba Ennio Morricone (Roma,1928-2020), considerado por cineastas, actores, músicos y compositores como una celebridad. O más, alguno lo consideró una deidad. Y estamos hablando de artistas de la talla de Quincy Jones, Oliver Stone, Quentin Tarantino, Bruce Springsteen y Giuseppe Tornatore, quien también participa con sus testimonios en un documental imperdible. Es que el realizador de “Cinema Paradiso”, también musicalizada por Tornatore, hizo un retrato minucioso de uno de los músicos más populares y prolíficos del siglo XX, considerado el más querido por el público internacional, dos veces ganador del Premio de la Academia -aunque el Oscar a su trabajo de “Los ocho más odiados” de Tarantino le llegó en la sexta nominación-, y autor de más de 500 bandas sonoras inolvidables. No sólo contó el vínculo de Morricone con su padre, la admiración por su maestro de música y sus inicios con la trompeta sino que también expuso su perfil creativo y su vocación por la búsqueda, por correrse de los cánones naturales y hasta cómo se las ingenió para adaptar la música experimental en sus composiciones. Todo esto contado desde el lugar que mejor juega y que más le gusta, como cantaría Serrat, que es desde las películas. Y ahí se toma la verdadera dimensión del trabajo de Morricone. Al ver escenas seleccionadas por Tornatore, donde la música es determinante para la tensión dramática o para los giros emocionales de la historia. Basta ver momentos de un western de Leone como “Por un puñado de dólares”; “Novecento”, de Bertolucci; o a Joan Báez cantando “Sacco y Vanzetti”; o cómo lo amaron voces populares de la canción italiana como Mina o Gianni Morandi. O también su trabajo en “La misión”, “Los intocables”, “Erase una vez en América”, y la lista sería interminable. La dinámica que le imprime Tornatore hace que los 156 minutos que dura esta película se disfruten tanto que no da ganas de que termine. Sobre todo en los momentos en que se ve el Ennio Morricone creando, íntimo, escribiendo, pensando, tarareando una melodía. Porque todo, absolutamente todo lo que compuso lo hizo desde la pasión. Y es desde ese lugar que lo toma la cámara sensible de un director que conoce de sensibilidades como Giuseppe Tornatore. Así, en esa multiplicación de emociones, “Ennio, el maestro” se ve, se oye, pero sobre todo, se siente.
Ennio es un documental imprescindible para el cinéfilo, y es recomenado para el público en general para conocer la obra del Maestro Ennio Morricone. En el link la crítica escrita completa y la crítica radial, más informal, en versión de audio o de video. Ennio es un documental muy bien realizado por el director del clásico Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore; es un filme qué está basado principalmente en una entrevista a este gran maestro de la música de cine, y también se matiza con entrevistas a otros expertos en la materia. Cuenta la historia de su vida de manera completa, y cómo logró transformarse en uno de los más grandes exponentes de su profesión, componiendo algunas de las más notables músicas para cine de la historia; entre ellas, la música de La Misión, Lo bueno lo malo lo feo, Los 8 más odiados, y muchas más. El documental muestra los datos sobre su vida, pero a la vez emociona en varias partes, sobre todo cuando se refiere la película de La Misión, por ejemplo, y muestra de manera justa la grandeza de su obra. Es un documental muy clásico, y es un poquito largo, pero para el cinéfilo verdadero, es una obra imprescindible de ver para conocer todas las genialidades que hizo este maestro, y cuál fue su camino. Para el público en general es interesante, pero quizás no tenga tanto Impacto como cuando uno ha disfrutado en numerosas oportunidades la obra de este genio del séptimo arte y de la música. Para los cinéfilos avanzados es absolutamente obligatorio de verla. Es notable que esté documental se haya estrenado en el cine, muy recomendada. Cristian Olcina
El abordaje es convencional y casi televisivo: una infinidad de entrevistas, fragmentos fílmicos, montañas de material de archivo se suceden, con un formato de cabezas parlantes, imágenes remasterizadas y voces en off. Como Morricone musicalizó cerca de 500 películas, la galería de personajes célebres que trabajaron junto con él es interminable, y todos sin excepción parecen venerarlo como a un dios.