Dubitaciones culinarias. Confirmando ese viejo adagio que ratifica el sex appeal universal del drama y la dificultad que suele arrastrar la comedia a la hora de “congeniar” con públicos segmentados o de orígenes diversos, casi todos los intentos bufonescos provenientes de Francia han caído en el olvido o la incomprensión cuando pretendieron cruzar las fronteras, a diferencia de las tragedias y su semblante taciturno. Si bien en el pasado hubo períodos de mayor esplendor, la llegada comercial de las comedias galas históricamente ha dejado mucho que desear y en ello jugó un papel fundamental la obsesión para con la duplicación de los engranajes hollywoodenses, los cuales una y otra vez aparecen trastocados hacia el tono costumbrista. Si por un lado esa misma inflexión localista construyó muros alrededor de un género que ha sabido entregar joyas de distinta índole, también resulta innegable que el éxito autóctono de los convites en cuestión ha permitido el surgimiento de un gran número de films que vistos desde afuera hasta pueden llegar a molestar en su limitación populista bobalicona. De hecho, esto nos encauza a la calificación por antonomasia del popurrí cómico francés: más allá de los híbridos y sus variantes, en primera instancia tenemos películas increíblemente simplonas que se guían mediante premisas narrativas tan antiguas como el cine, y luego están los ejemplos semi intelectuales que rapiñan opus de la independencia estadounidense. Hoy nos topamos con un representante del segundo grupo, específicamente focalizado en su vertiente coral y una polvorienta “relación entre amigos”: Entre Tragos y Amigos (Barbecue, 2014) hace eje en una cofradía de cincuentones, sus encuentros culinarios, dubitaciones, experiencias de vida y vaivenes amorosos. Como si se tratase de una relectura extremadamente light de la recordada La Decadencia del Imperio Americano (Le Déclin de l’Empire Américain, 1986), la trama gira en torno al “destape” de Antoine Chevalier (Lambert Wilson) a partir de que el susodicho sufre un infarto a pesar de haber llevado una existencia saludable, lo que por supuesto modifica su ideario y repercute en su predisposición hacia el resto de los mortales. Así las cosas, el protagonista aprovecha una salida vacacional conjunta para desparramar confesiones que bordean el sincericidio, le ganan fama de “áspero” y abren un proceso de incertidumbre en lo referido a la definición concreta de la amistad y sus implicaciones. Dejando de lado el carisma de Wilson y las buenas actuaciones del elenco en general, la propuesta no logra superar una medianía por momentos muy frustrante, ya que el guión de Héctor Cabello Reyes y Eric Lavaine (éste último también director) muestra señales irrevocables de potencialidad desperdiciada. La acumulación de estereotipos y la torpeza en las resoluciones vinculares terminan dilapidando la enorme química entre los intérpretes…
Embolia vacacional. Entre Tragos y Amigos (Barbecue, 2014), la quinta película del director francés Eric Lavaine, es una comedia de enredos vacacionales -alrededor de un grupo de parejas adultas con hijos adolescentes- que busca encontrar situaciones de humor ligero a partir de disrupciones de la tranquilidad ociosa del entorno vacacional de las clases profesionales francesas. Tras una experiencia cercana a la muerte debido a un infarto, Antoine (Lambert Wilson), un empresario de cincuenta años que trabaja con su padre y sus hermanos en la firma familiar, abandona algunas de sus prácticas saludables y comienza a “disfrutar de la vida”. Ante la revelación de una existencia sin sentido que solo le causaba aburrimiento, Antoine comienza a tomar decisiones soberanas y a manifestar todas sus críticas a sus amigos confrontándolos en sus decisiones personales y sus temperamentos. Muy lejos de obras como Amici Miei, (Mario Monicelli, 1975) y La Grande Bouffe (Marco Ferreri, 1973), la película es un producto auténtico pero demasiado exclusivo de la idiosincrasia cómica francesa, fallando precisamente en este punto: los pequeños gags no siempre funcionan y hay más interés por las situaciones conflictivas y los problemas de las parejas que por la comedia en sí. A nivel argumental tanto la revelación de Antoine como su posterior comportamiento son más confusos que interesantes, lo cual se debe a esta ambivalencia fallida entre la comedia y las situaciones dramáticas. Aunque simpática y por pasajes hasta graciosa, Entre Tragos y Amigos se extravía a la hora de posicionarse como una propuesta de valor debido a su falta de carácter al momento de construir las escenas clave y de llevar la narración hacia una interpelación de la clase media o media alta francesa. Como corolario de todo esto, cabe mencionar que tampoco hay una gran indagación sobre los problemas de los personajes, salvo a nivel muy superficial. El opus de Lavaine se presenta de esta manera como una propuesta inocua de la que no se pueden esperar excesos ni análisis, tan solo algo de maquillaje y perfume francés industrial pasteurizado para todo público.
“LES AVANT-PREMIÈRES 2015”: “ENTRE TRAGOS Y AMIGOS” DE ERIC LAVAINE (2014) Antoine (Lambert Wilson) es el maestro de ceremonias de un grupo de amigos de toda la vida que atraviesan una crisis de la mediana edad. Después de haber llevado una vida sana por cincuenta años, sufre ni más ni menos que un ataque al corazón y esto lo lleva a ver las cosas de otra manera. Decide dejar su trabajo en la empresa de su padre, viajar, fumar, comer y beber sin culpa y también encontrar nuevos amigos. Comienza a vivir su vida sin preocuparse tanto por ella. Cuando empieza a divertirse también es que se da cuenta cuánto le aburre la rutina de su grupo de amigos, dando inicio a la practica de una honestidad brutal. Unas vacaciones todos juntos, sin hijos y en un lugar aislado serán el momento perfecto para que la gran bocota de Antoine desestabilice una amistad cuyos engranajes funcionan igual desde hace mucho tiempo. Con él como disparador, no es el único al que le pega la crisis del medio siglo. Tenemos, por ejemplo, a Baptiste (Franck Dubosc) y Olive (Florence Foresti), que acaban de divorciarse pero comparten los mismos amigos. Y así cada uno tiene su rol, el típico de los problemas financieros que le oculta a su esposa, la pareja que nunca se calla, o el que no le fue tan bien en la vida ni tiene tantas luces. De este modo, aunque Antoine es el director, todos funcionan como una orquesta cuyo objetivo es retratar la crisis de los cincuenta. Aunque las situaciones que relata la película pueden ser trilladas, funciona correctamente. El espectador puede sentirse identificado y reírse tanto de los personajes como de sí mismo, a veces con un pelín de incomodidad. Aunque tiene algunos momentos de drama, afortunadamente quedan oxigenados por la risa. Es para destacar que esto proviene del sentido de la narración de reírse de la desgracia ajena (y propia). Contado de otro modo podría haber sido un drama lacrimógeno y a nadie le parecería extraño. Lo único que no está aprovechado al máximo es el escaso protagonismo que tienen los hijos en las crisis de sus padres, despertándonos una curiosidad por saber más de ellos. La dificultad de la película es el poco atrevimiento que tiene para salirse de los estereotipos de los personajes. Es un grupo de amigos desintegrado por la fricción, con un personaje destacado elegido para revitalizar esa amistad. Habrá por supuesto un momento inevitable de explosión de las verdades, con una resolución agradable pero que se siente un poco forzada. Los chistes no son muy sofisticados pero tampoco de un humor simple y tonto. Destaca la cercanía, la complicidad y la empatía con cualquier espectador que disfrute la compañía de un grupo de amigos de muchos años; con el extra de provocar unas cuantas carcajadas descontracturadas. Agustina Tajtelbaum
Antoine (Lambert Wilson), cincuenta años, salud cuidada al extremo, sufre un ataque cardíaco en plena maratón amateur. Este hecho se convierte en una bisagra en su vida, que sufre replanteos y cambios en cuanto a la manera de relacionarse con los demás y consigo mismo. Aunque esta no es solo la historia de Antoine, sino también de su grupo de amigos. El filme coral de Eric Lavaine pretende hacer un retrato de personas de mediana edad, con sus vicisitudes, devaneos amorosos y relaciones familiares. La primera mitad de la película promete más de lo que entrega. El guión propone un prólogo, narrado en off por Antoine, para luego realizar un flashback que lo muestra en acción antes del accidente cardíaco. Inútil ida atrás en el tiempo, que no hace sino lentificar el desarrollo de la trama. Finalizado el flashback, volvemos al tiempo presente y la historia sigue sin arrancar. Descriptiva más que narrativa, en el peor de los sentidos, situaciones trilladas y de poco vuelo humorístico se suceden, con alguna que otra salida de alguno de los personajes que nos hace esbozar una sonrisa cómplice. No hay un peso dramático o sustancia para poder ver lo que realmente ocurre con los personajes. Algunos, como sucede con la pareja de separados que inevitablemente se encuentran en cada reunión grupal, cansan con sus actitudes y repeticiones. Recién en la segunda mitad del filme, sentí que el avión, que comenzaba por fin a volar -aunque muy cerca del ras del suelo- había despertado en algo mi interés. Las piezas, llegado el final del filme, no se modifican significativamente. Cada cosa vuelve a su sitio. Quizás el protagonista, Antoine, sea el que sufre realmente un cambio. Hay buenas actuaciones, pero no alcanza y queda gusto a poco. Recomiendo ver (o volver a ver) Intocable (de Eric Toledano y Olivier Nakache), película que habla de la relación y los lazos de amistad entre un personaje tetrapléjico y su asistente. Dos personajes que nos hablan más de lo que les pasa, cómo es su situación personal y social, y nos hacen reír abiertamente, sin sentir lástima por ninguno de ellos.
La vida te da sorpresas Curiosamente a Antoine (Lambert Wilson), el más sano del grupo de amigos del film Entre tragos y amigos (Barbecue, 2014) que dirige Eric Lavaine, es al que más cosas física y mentalmente le pasan. Corriendo una maratón sufre un infarto y mientras está internado y en el camino de la recuperación decide cambiar su vida. Para él, esto que le pasó es una señal que debe dejar de cuidarse y romper con los moldes que hasta el momento lo tenían atado de pies y manos a sus rutinas porque, habiéndose dedicado a su cuerpo durante 50 años y brindarse a los otros sin ninguna condición, no obtuvo buenos resultados. Cansado de su matrimonio, de sus amigos, trabajo y la vida en general, decide encontrar un vuelco a su vida para así cambiar y dejar de hacer cosas que ya no quiere ni desea hacer. En esta película de tinte autobiográfico, Eric Lavaine construye con gran habilidad un fresco generacional que bucea en la irracional explicación de lo que le pasa al protagonista después de sufrir el infarto y de cómo la postergación de objetivos de vida se termina. La enfermedad será el punto de partida para transformar sus rutinas para buscar solamente actividades gratificantes que lo alejen de un karma negativo que lo pueda afectar nuevamente. Entre tragos y amigos es una ágil y entretenida comedia dramática, que habla de como muchas veces nos imponemos obligaciones que nada tienen que ver con lo que realmente queremos hacer y que potencian el malestar general de una persona que intenta dejar de rodearse de gente tóxica y alimentar su espíritu de otra manera para poder seguir viviendo, apostando a lo nuevo pero sin dejar de ser, en esencia, fiel a sí mismo.
Gente de buen vivir, pegoteados, amigos desde hace mucho tiempo que están en las buenas y en las malas: la bancarrota de uno, las infidelidades de dos, las reconciliaciones y los enojos siempre en un tono amabla de gente que está un poco de vuelta de todo. Simpática.
Una comedia de enredos de manual Los francófilos tuvieron un mes inolvidable. Todo comenzó a fines de marzo, cuando el Bafici anunció que el país invitado de la edición que se extenderá hasta el próximo sábado sería Francia, con madame Isabelle Huppert como invitada de fuste y varias decenas de films distribuidos en todas las secciones. Después fue el turno de los preestrenos de Les AvantPremières, que proyectó, entre otros, los últimos trabajos de Michel Gondry (La espuma de los días), Benoît Jacquot (3 corazones), Mia HansenLove (Eden), François Ozon (Une nouvelle amie), los hermanos Dardenne (Dos días, una noche), Roman Polanski (La Venus de las pieles) y Bertrand Bonello (Saint Laurent). La fiesta gala cierra este jueves con el estreno comercial ya no de una sino de ¡dos! películas provenientes de la tierra de Jean-Luc Godard y también vistas en el ciclo. Una de ellas es El cuarto azul, una historia de amour fou contada con la brevedad y la solvencia propia de un director con oficio y conocimiento como el también actor Mathieu Amalric. La otra es Entre tragos y amigos, sobre la cual sólo puede rescatarse la decencia de la distribuidora de omitir la referencia al asado en el título original, ya que llamar así a una somera cocción de churrasquitos y salchichas podría considerarse un agravio a ésta, la tierra de la tira, el vacío y las achuras bien crocantes.El opus seis de Eric Lavaine se presume un retrato y relato generacional sobre un grupete de cincuentones y sus consecuentes vaivenes amorosos y complicaciones emocionales, que inicia cuando uno de ellos, picaflor y cultor de la vida saludable, sufre un infarto en medio de una maratón. La consecuencia es un “ma’ sí” general traducido en el retiro grupal a una casona en las afueras de la ciudad, donde saldrán a la luz algunos secretos guardados y se pasarán factura de lo lindo. Pero Lavaine no busca un drama intimista ni mucho menos un estudio sociocultural de la clase media francesa, sino una comedia de enredos de manual, con chistes en el mejor de los casos mediocres y, en el peor, malos y recontragastados. Como uno con un papagallo en el hospital u otro que dura como dos minutos y surge a raíz del pasado de uno de ellos como estudiante de política en la universidad de la ciudad de Pau. Abréviese política como “po”, pronúnciense la segunda como “po” y dígase todo junto. Comiquísimo, ¿no?
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Nueva vida luego de los 50 El disparador argumental es la contracara de un lugar común, ya que al inicio de Entre tragos y amigos, el cincuentón de vida saludable Antoine Chevalier (Lambert Wilson) sufre un infarto y preocupa a todos. Contra todos los pronósticos, decide no respetar las recomendaciones de los médicos, se va de vacaciones con sus amigos y empieza a hacer cosas impensadas para él, novedosas y originales en alguien que trató a su cuerpo de manera obsesiva. En 1975 el gran John Cassavetes dirigió (también actuó) en Maridos, uno de sus films autodestructivos en donde tres amigos de más de cuarenta años (él más Ben Gazzara y Peter Falk), con la aceptación de sus parejas y novias, tienen unos días libres luego de la inesperada muerte de un cuarto compañero de toda la vida. Sí, el director y también actor Eric Lavaine no pretende (por suerte) acercarse a la genealogía de personajes de Cassavetes, pero el pretexto argumental tiene parentescos: afrontar la muerte, esquivarla, ridiculizarla. El film francés elige un terreno espinoso: el del humor liviano, sin demasiadas pretensiones, leve en sus objetivos y funcional a través de algunos diálogos, que cuenta con un plus importante: la presencia de un excelente intérprete como Lambert Wilson, ya canoso y lejos de las ochentosas películas que hiciera para André Techiné y Andrzej Zulawski (Apasionados; La mujer poseída). Entre tragos y amigos parte de una premisa (pequeña) y jamás la traiciona: coquetear entre el drama superficial y la comedia sin riesgos para describir a un grupo de personajes de más de cincuenta años que quieren divertirse un rato como si fueran adolescentes que cargan con inestabilidades emocionales y hormonales. En un año donde los distribuidores locales adquirieron títulos franceses de carácter industrial (van seis estrenos con el film de Levaine), omitiendo por ahora una mirada de autor que propone mayores riesgos, estos tragos, amigos y motivaciones grupales e individuales de los personajes encabezados por el ciclotímico André Chevalier, poco y nada puede sumar a la gran tradición de la comedia clásica con herencias del vodevil más simple y eficaz.
Entretenimiento sin pretensión Entretenimiento sin pretensión. Celebración de la amistad en clave de comedia, sin excesivo gasto de ingenio, pero con el suficiente dinamismo en diálogos bien escritos y mejor expresados por un grupo de actores tan fogueados como amables, Entre tragos y amigos es un relato que, a contramano de la agresividad y la negatividad que suelen prevalecer en los retratos que el cine actual -en cuanto reflejo de la realidad-, dedica a las relaciones humanas, prefiere prestar atención a las pequeñas felicidades cotidianas y apostar por los valores que las sustentan, de la comprensión, el altruismo y la generosidad hasta la aceptación de las diferencias y la indulgencia ante los defectos o las pequeñeces ajenas. La intención no es otra que pasar un buen rato sin preocuparse demasiado por la verosimilitud. Quien pone en marcha la sencilla historia es Antoine (Lambert Wilson), un flamante cincuentón padre de familia, que hasta este último cumpleaños ha cumplido con todos los requisitos de una vida sana: frecuente actividad física, controlada mesura en el consumo de alcohol, de grasas, de azúcares, además, claro, de prestar la debida atención a su trabajo y a los suyos, amigos incluidos. Así y todo, no ha podido evitar un infarto que le hace recibir los 50 depositado en una cama de sanatorio. Como respuesta, se promete un cambio radical. Ahora pensará menos en cuidarse y más en disfrutar de las buenas cosas de la vida, entre ellas, claro, del grupo de amigos aparentemente todos hinchas del Lyon, a los que convocará no sólo para el asado del título original, sino para pasar una temporada de vacaciones en la montaña, más precisamente en una mansión de las Cevenas, en el centro-sur de Francia. Habrá diversión, discusiones, fiesta, malentendidos, alguna peleíta, las clásicas situaciones que se producen en estos casos y que Eric Lavaine sabe distribuir equitativamente entre tantos personajes, todos bastante arquetípicos, pero también todos suficientemente simpáticos como para que resulte grato compartir con ellos una hora y media de película. Cine pasatista, por cierto, pero agradable, con un muy desenvuelto Wilson (frecuente intérprete de Resnais), al frente de un elenco impecable.
Para entretenerse amablemente. Algunos suponen que todo empezó con la inglesa "Los amigos de Peter" (Kenneth Branagh,1992), pero en Francia las películas de amigos que acostumbran reunirse a comer y en algún momento se pasan la factura son muy anteriores, y abundantes. Las hay risueñas, de situaciones variadas y final feliz, siguiendo al maestro Yves Robert ("Les copains", "Un elefante con una trompa enooorme", "Todos iremos al paraíso"), hay melancólicas y reflexivas, estilo "Vincent, Francois, Paul y los otros", de Claude Sautet, y hasta una medio amarga, la extensa "Les petits mouchoirs", de Guillaume Canet, donde alguien tiene un accidente y los demás lo dejan y se van de vacaciones como todos los años (se consigue por ahí bajo el título "Pequeñas mentiras sin importancia"). Eric Lavaine, autor de comedias livianas, hace su aporte con la obra que ahora vemos, donde toma algunas cositas de Sautet y Canet y, coherente con su estilo, las aliviana. Por ejemplo, una discusión intempestiva, o la tradición de irse todos juntos de vacaciones con los problemas de financiación y sinceramiento que esto acarrea para algunos, etc. El agrega también lo suyo: una mujer dentro del grupo en igualdad de condiciones (no va como "mujer de", aunque el asunto tiene sus bemoles). Incluso es futbolera y va con los demás a la cancha. Pero ése es apenas un dato de color, o de género. La moraleja de esta película es que los amigos enferman. Vemos al comienzo cómo el personaje protagónico hace vida sana, se cuida en las comidas, etc. y sin embargo tiene un síncope. Ergo, tira todos los remedios y abandona la vida sana. Se va a las sierras con sus amigos. Y tiene otro síncope, el vasovagal, que le dicen. Ergo, debería tirar a los amigos. Soportarlos, es la causa de sus males. Para llegar a ese punto asistimos a una buena cantidad de comidas, festejos, tonterías, etc. y también vamos de vacaciones (lástima que sólo virtualmente) a una regia casona en un lugar precioso, tipo Traslasierra, o afueras de Merlo, allá por Cevennes. Y después que la gente se saca el entripado más o menos como corresponde, cada uno soluciona sus problemas y seguimos comiendo juntos. ¿Para qué amargarse? Es una comedia liviana. A registrar, la escena donde uno hace sangría con un vino carísimo, otro se ofende y se escandaliza, y el más lúcido saca una excelente conclusión para disfrutar mejor de la vida sin atenerse a las pautas de cómo vivirla (sobre todo, sin atenerse a las pautas de los comentaristas de vinos). Muy bien, el personaje del gordo buenazo a cargo de Jérome Commandeur. Muy desaprovechada, la aparición de Nabiha Akkari, cantante y comediante de origen tunecino más que agradable. Curioso, ver a Lambert Wilson más o menos distendido al frente de este elenco, después de protagonizar dramas como "La princesa de Montpelier" y "De dioses y hombres".
No está lograda esta comedia francesa sobre la crisis de un cincuentón, que vive de las apariencias. Ni reflexiva ni cómica, Entre tragos y amigos, la película del francés Eric Lavaine, queda tan lejos de la historia que intenta contar como su título original (Barbecue) de un buen asado argentino. Enrolada en las decenas de películas que retratan la crisis de los 50, ya sea en tono pasatista o dramático, apuesta por una historia mínima, la de Antoine, un coqueto cincuentón que vive en el mundo de las apariencias, las físicas, las laborales, las familiares. Un tipo patético oculto detrás de una mesura naturalizada. Las máscaras de esta sociedad. No toma, no fuma, persigue amantes extranjeras y practica running con sus amigos. Bien por Antoine. La película comienza justamente en un maratón definitivo, en el que este modelo de hombre sufre un infarto. Entonces pasamos a un breve flashback que nos muestra lo superficial que era su vida hasta allí. Nos presentan a su grupo de amigos, bien etiquetados por el guión. El hablador insoportable, el tonto sensible, la pareja separada que se reencuentra con el grupo y el tipo reservado afectado por una crisis económica que jamás comentará. Ahí ya tenemos un problema, porque la simpatía del filme no alcanza ribetes suficientes como para tapar la pobreza de estos desempeños. Aunque las actuaciones están bien, el guión es pobre, sin matices y absurdamente previsible. Pero volvamos al cuentito. Antoi- ne regresa de su enfermedad convertido en otro. Se hartó de disimular, de aparentar y de quedar bien con todos. Como es de esperar, su reacción produce un vendaval en el grupo, un vendaval muy francés. Y ése es otro problema. Porque la película funciona. Está bien filmada, bien actuada, los diálogos son creíbles y la conjugación de estos factores ofrece un resultado hasta agradable. Pero detrás no hay nada. Ni un chiste para comentar, ni un motivo para empezar o dejar de beber, según el cincuentón de quién se trate. Pobre Jacques Tati, que con el ruido de una puerta te hacía reír y pensar. El rumbo de la comedia francesa, tema para charlar entre tragos y amigos.
Un asado francés entre amigos, bastante indigesto A pesar de la vida sana que lleva, Antoine (Lambert Wilson) sufre de un infarto a los cincuenta años. Haber estado al borde de la muerte lo empuja obviamente a replantear todo y empezar a disfrutar “realmente” de la vida. El problema es que, alto ejecutivo de la empresa paternal, marido infiel, ya parecía disfrutar bastante de ella. Sin embargo, redobla la apuesta y ¡se jubila! Pero, sobre todo, se pelea con la banda de amigos que había conocido durante sus estudios en la escuela de negocios de Lyon. Después de treinta años de amistad, se da cuenta de que se volvieron aburridos. En eso, tiene razón. El problema es que si él necesitó treinta años para darse cuenta de eso, nosotros necesitamos algunos minutos… Financiada por los principales canales de televisión franceses (TF1, Canal Plus), Entre tragos y amigos pretende ubicarse en el segmento de la comedia popular, el género más seguro para maximizar las ganancias. Por lo tanto, aplica a la letra el lema según el cual, para abrazar al público más amplio posible, hay que ser lo más consensual posible. Ese programa parece implicar en la mente de los que concibieron este film un relato sin asperezas, apenas algunos sobresaltos muy convencionales, unos personajes apenas bosquejados y unos diálogos bastante planos. En fin, lo más consensual que se pueda en todos los niveles, a no ser que sea simplemente el resultado de una gran pereza. En todo caso, en la pantalla, eso se traduce en un relato aburrido con un final feliz muy forzado y… aburrido, pero muy aburrido, unos personajes aburridos y unos diálogos, bueno, también bastante aburridos. El resultado final es una película sin sabor, casi sin comedia y casi sin cine. Eso sí, la casa de verano donde se junta la banda de amigos es preciosa y la vista panorámica sobre el sur de Francia que ofrece aún más. Es casi lo que más disfrutamos de esa película. Es muy poco, demasiado poco.
Crisis grupal Antoine tiene cincuenta años, luce bien, peina canas, es delgado, hace ejercicios, se cuida en las comidas y, aunque está casado, no se priva de seducir jovencitas, acción que lleva adelante con éxito. En el día de su cumpleaños, mientras corría una maratón, Antoine sufre un infarto. Toda una vida de cuidado, alimentándose de forma saludable, sin fumar, ni beber alcohol, ni drogarse, y Antoine termina infartado a los cincuenta años. Esto lo lleva a replantearse la forma en la que va a vivir en adelante. Decide que va a fumar, tomar y comer como no lo hizo antes, algo que sus amigos verán con sorpresa, además de ser testigos de cómo, por este cambio de actitud, cambia también su relación con ellos. La comedia francesa presenta desde hace tiempo historias de grupos de amigos que, a raíz de un conflicto que funciona como disparador, descubren secretos guardados entre ellos, relaciones pasadas, y replanteos de sus propias vidas. No es original la propuesta, pero está bien actuada y dirigida sin estridencias.
Algo está sucediendo en la producción cinematográfica francesa, y no es auspicioso. Si alguna vez se podría haber dicho el cine es francés, o identificar una producción como francesa por su desarrollo argumental, su diversidad y riqueza dialógica, o su creatividad, eso se esta perdiendo. Espero que no sea de manera indeclinable. Hace unos meses se estrenaba en las carteleras porteñas “¡Dios mío! ¿pero qué te hemos hecho?”, filme fallido por donde se lo mire, pero que todavía guardaba en su interior algo de la impronta francesa en las comedias, una idea un tanto original, personajes muy identificables, pero una muy mala construcción de la historia, con repetición de elementos de manera constante, lo que le quitaba espontaneidad al relato y lo transformaba en algo previsible y aburrido. Pero se seguía respirando aroma francés. Con esta nueva producción, hasta esto mínimo se ha perdido. La relación con otras producciones de otras latitudes es directamente proporcional, léase, “La decadencia del imperio americano” (1986), no sólo desde la idea, sino desde la construcción y desarrollo de los personajes, situaciones, conflictos, y un cierre hollywodense en el sentido más peyorativo del termino. Esto no implica a toda la producción de la meca del cine, sino a las malas realizaciones. Las de formula, las que recurren a lugares comunes ya transitados miles de veces, y por tal razón pierden el poco efecto que les resta, construidas bajo proposiciones narrativas perimidas, agregándoles aires de intelectualidad que nunca profundizan ni desarrollan. La historia de “Entre tragos y amigos” se centra en un grupo de cincuentones, amigos desde el siglo pasado, pero el disparador es el infarto de uno de ellos. Antoine Chevalier (Lambert Wilson, quien hasta ese momento parecía tomar a su cuerpo a modo de templo, cual monje budista, sufre el infarto mientras participa de una maratón como todos los años, junto a sus amigos. Contra todas las profecías, la cercanía de la muerte produce un cambio radical en su escala de valores, lo que repercute en todos sus ámbitos, laboral, familiar, económico, y social. Las recomendaciones de los médicos no son tenidas en cuenta, deja la empresa familiar y decide darse los gustos en vida. Las vacaciones entre amigos es la oportunidad de mostrar su nuevo yo, lo que le permitirá eliminar los filtros de la censura sobre qué decir y qué callar, destapemos las ollas. Lo más rescatable de ésta producción se encuentra en las actuaciones, a pesar del guión, atravesando ese rejunte de personajes de manera inverosímil, sólo para producir un resultado que nunca logra. Lo único que consigue es que nos enfrentemos a un producto plagado de lugares comunes, extraídos del manual de comedias americanas paupérrimas, sin el ritmo ni la parafernalia de estas, flirteando con ideas dramáticas de manera exageradamente superficial, y si para muestra basta un botón, el titulo original del filme es “Barbacue”, la típica forma de cocinar carne en el gran país del norte, lejos, muy lejos de la envidiable “Cuisine traditionnelle francaise”.
Imagínese que usted la ha pasado bomba durante toda su vida y, de golpe y con riesgo de muerte, le dicen que debe parar. Y usted decide irse por otro lado. Pues bien, de eso trata esta comedia amable a la francesa que celebra la vida sin estridencias pero con un transcurrir terso que acerca al espectador a los protagonistas. Una comida compartida, ni más ni menos, y de las buenas.
Desde hace un mes, por razones estacionales y festivales, me tocó ver mucho cine francés (algo no tan habitual) y por esas casualidades, los conflictos que esos títulos presentaban, se instalaban en el empleo del tiempo libre de la clase media europea. Vidas confortables, universos refinados, sociedades frías. Sí, los latinos tenemos corazones que ostentan otra temperatura y quizás por ello, (digamos, una cuestión de idiosincrasia) muchos de estos films parecen distantes, aunque sus conflictos parezcan superficialmente universales. Hablamos de “Barbecue”, quinto opus para la pantalla grande de Eric Lavaigne, director de comedias apenas simpáticas que nunca descolló ni acertó pleno alguno en la taquilla. Su trayectoria deja sólo alguna nota interesante en “Incógnito” (2009) y no mucho más. Aquí, escribe y se pone al frente de una historia más bien tradicional de crisis y replanteos. Antoine (Lambert Wilson) vive bien, trabaja en la empresa de su padre, está casado y se mantiene en buena forma. Eventualmente tiene algún breve amorío pero nada que altere su rutina, cierto día en una carrera sufre un infarto que lo llevará a replantearse algunas cuestiones de su vida. Es real, el hecho de tener una existencia ordenada, probablemente brinde posibilidades de vivir más años. La cuestión es qué tipo de vida estás viviendo. O mejor dicho, si vale la pena postergar algunos deseos, prohibir algunas conductas y evitar las transgresiones por incómodas, o peligrosas… Digamos que Antoine resuelve esta cuestión, al salir del sanatorio, con un cambio de rumbo. Dejar de lado la estructura y lo políticamente correcto y mostrarse natural, despreocupado y sincero. Claro, para una persona de 50 años, no es un tema menor. El es parte de un grupo de amigos acomodados (excepto uno) y lentamente las actividades que compartan comenzarán a volverse ásperas e incómodas (también con su esposa, con quien hay cuestiones por resolver) a tal punto que el grupo sentirá que su viejo amigo, ya no disfruta de las cosas que los unieron. Lavaigne nos ofrece un film que no alcanza la categoría de simpático, donde no hay risas ni abundan las sonrisas. Las ideas que presenta son esquemáticas (todo lo que me hacía bien ahora me hace mal) y sin gracia. El ritmo de la historia no aporta emoción y sólo podemos destacar los esfuerzos que hace Wilson para mantener a sus colegas cohesionados para hacer funcionar el relato. El resultado está lejos de lo esperado. “Barbecue” es una comedia lavada, donde un grupo de burgueses francesas discuten demasiado las facturas que pagan en sus salidas. Lo central (la cuestión de una crisis que obliga a un replanteo honesto de vida), queda desdibujado entre croissants y cenas regadas con buenos (en apariencia) vinos. Discretísima.