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Insufrible de principio a fin. Quisieron sumarle una subtrama de lo más ridícula y la resolución de las trampas no se sostiene con ningún argumento. Encima va camino a convertirse en otra de esas franquicias que lucran durante años sin aportar ideas.
Sed de salvajismo El triste cine contemporáneo, a diferencia de su homólogo de otras épocas que prefería lo prosaico o esa medianía común y corriente para generar la empatía natural del espectador, está francamente obsesionado con los opuestos retóricos sin solución negociada alguna y así como tanto el mainstream como el indie pueden aparecerse con algún concepto hiper exagerado o pomposo que destruye desde el vamos cualquier verosímil tradicional sustentado en la mundanidad, del mismo modo ambas vertientes hoy demuestran un fetiche persistente -y preocupante por lo cansador/ redundante/ estéril- con el minimalismo de premisas narrativas claustrofóbicas o ultra sencillas que permitan ahorrar presupuesto y concentrar toda la tensión del relato en pequeños detalles repetitivos que hacen más a la ambientación contextual de la acción que a la historia en sí o al suspenso, más en sintonía con los juegos de mesa y las montañas rusas que con la estructuración dramática real del séptimo arte aguerrido y mucho menos de probeta de antaño. En el terror y el thriller esto es muy evidente porque desde la aparición de neoclásicos como El Cubo (Cube, 1997), de Vincenzo Natali, y El Juego del Miedo (Saw, 2004), de James Wan, se pueden contar de a decenas los productos derivados que han venido copiando la fórmula del laberinto material o existencial y del sadismo en torno a un concepto insistente que vuelve una y otra vez con cada muerte de personaje porque lo que prima es la dinámica comercial de la colección de fallecimientos truculentos y artísticos del slasher, aunque casi siempre sin la imaginación o virulencia de aquel período de oro correspondiente a las desaparecidas décadas del 80 y 90. Escape Room: Sin Salida (Escape Room, 2019), de Adam Robitel, fue uno de los tantos exponentes del formato en cuestión y sinceramente podía englobarse dentro del grupo menos interesante o bastante rutinario tendiente a lo deslucido, ese de El Método (2005), de Marcelo Piñeyro, El Examen (Exam, 2009), de Stuart Hazeldine, La Reunión del Diablo (Devil, 2010), de John Erick Dowdle, Would You Rather (2012), de David Guy Levy, Circle (2015), de Aaron Hann y Mario Miscione, y The Belko Experiment (2016), de Greg McLean, en oposición a obras mucho más atractivas y hasta en ocasiones surrealistas como Los Cronocrímenes (2007), de Nacho Vigalondo, La Habitación de Fermat (2007), de Luis Piedrahita y Rodrigo Sopeña, Triángulo (Triangle, 2009), de Christopher Smith, Coherence (2013), de James Ward Byrkit, Time Lapse (2014), de Bradley King, y El Hoyo (2019), de Galder Gaztelu-Urrutia. La esperable secuela del opus de Robitel, Escape Room 2: Reto Mortal (Escape Room: Tournament of Champions, 2021), respeta a rajatabla lo hecho por la película original y si bien no está muy lejos de otros productos recientes del rubro que asimismo resultaron bien decepcionantes, en línea con Méandre (2020), de Mathieu Turi, Oxígeno (Oxygène, 2021), de Alexandre Aja, y Espiral (Spiral: From the Book of Saw, 2021), de Darren Lynn Bousman, lo cierto es que cae incluso por debajo de aquellas y no consigue acercarse en nada a sus obvias inspiraciones espirituales, no sólo El Cubo y El Juego del Miedo sino además Enterrado (Buried, 2010), de Rodrigo Cortés, otra joya del formato del entorno cerrado y los acertijos más o menos implícitos símil niveles lúdicos. La trama sigue el derrotero de Zoey Davis (Taylor Russell) y Ben Miller (Logan Miller), los únicos sobrevivientes de la faena anterior, en su misión por desenmascarar a Minos Corporation, una compañía con sede en Manhattan responsable de armar sucesivas y muy enrevesadas escape rooms/ salas de escape en las que encierran una vez al año a seis participantes para que resuelvan enigmas si desean continuar con vida, espectáculo para oligarcas ricachones en las sombras que apuestan en función de los posibles resultados entre las trampas, pistas y esa media docena de futuros cadáveres reunidos siempre bajo algún elemento aglutinador, en la primera película el hecho de que todos los participantes involuntarios habían sobrevivido a calamidades y ahora la condición de “campeones” en sus respectivos contingentes del pasado inmediato. Además de Zoey y Ben, los otros cuatro vencedores de salas de escape son Rachel Ellis (Holland Roden), Brianna Collier (Indya Moore), Nathan (Thomas Cocquerel) y Theo (Carlito Olivero), un pelotón anodino a más no poder y arrastrado a una nueva pesadilla cuando un junkie (Matt Esof) les roba un collar a los dos protagonistas y los conduce hacia un vagón del metro de Nueva York con el resto, catalizador para una colección de habitaciones -una más delirante y ridícula que la otra- que incluyen esa misma formación ferroviaria electrificada, un banco repleto de láseres que cortan como cuchillos, una postal playera paradisíaca cuyas arenas engullen a sus víctimas, un contexto callejero con una lluvia ácida que quema la piel y hasta un regreso de aquella Amanda Harper (Deborah Ann Woll) que parece que no vimos morir en el opus de 2019. El trabajo del reincidente Robitel, un realizador mediocre que nos entregó obras mejores y olvidables como La Posesión de Deborah Logan (The Taking of Deborah Logan, 2014) y La Noche del Demonio: La Última Llave (Insidious: The Last Key, 2018), amén de haber firmado el guión del bodrio mayúsculo Actividad Paranormal: La Dimensión Fantasma (Paranormal Activity: The Ghost Dimension, 2015), de Gregory Plotkin, podría aprovechar la potencialidad para construir suspenso que esconde la premisa pero opta en cambio, como tantos otros productos de nuestros días, por exacerbar una pose vertiginosa baladí que genera distancia en vez de complicidad, no deja tiempo para el desarrollo de personajes, se lleva puesta la lógica impuesta por el propio relato y cae, en suma, en una serie de alaridos histéricos, acertijos estúpidos y acelerados, mucha tibieza ideológica, heroísmo de cartón pintado y la paradigmática ausencia de gore, inteligencia, brío o un mínimo planteo sexual con vistas a conseguir la calificación más baja posible cortesía de las diferentes entidades de censura del globo. La estética visual general, siempre a mitad de camino entre lo retro videoclipero y la publicidad para púberes, tampoco ayuda precisamente a que uno se tome en serio las amenazas mortíferas y por consiguiente a las criaturas que las sufren, a lo que se agrega la falta del ingenio de La Habitación de Fermat, el vuelo narrativo de Triángulo y por supuesto los comentarios sociales anticapitalistas de la magnífica El Hoyo, todas aventuras del espanto y de la furia que le pasan el trapo a esta supuesta denuncia de esa “sed de salvajismo” de la sociedad contemporánea de la que nos habla el prólogo a lo montaje/ resumen del capítulo previo, una evidente estafa porque aquí el único salvajismo no es el de la pantalla, como decíamos antes bastante aniñada y castrada, sino el industrial del Hollywood aburrido y codicioso oligopólico de hoy en día que prefiere entregar una catarata de mamarrachos pasteurizados y franquicias desabridas antes que los convites más portentosos, interesantes y desproporcionados de antaño, aquellos que dejaban de lado el conservadurismo y apostaban a la imaginación y el desenfreno valioso de barricada. Quizás la mayor paradoja detrás de productos sin vida propia ni talento real como el presente se encuentre en el detalle de que estamos ante un supuesto rompecabezas cruento que ya no ofrece sangre ni misterios ni nerviosismo ni tampoco óbitos en sí porque la obsesión del mainstream con reciclar personajes, actores y caritas lo lleva a reducir significativamente el número de muertes explícitas para luego seguir justificando la reaparición de este bobo/ boba o de aquel/ aquella en una espiral perpetua de regresos y secuelas que nadie pidió…
Escape Room 2: Reto mortal (Escape Room: Tournament of Champions, 2021) es una secuela de Escape Room (2019). Como su nombre lo indica, la película es una serie de escenarios creados artificialmente para que los protagonistas escapen antes de un tiempo límite. Si no lo consiguen, mueren. Una vuelta de tuerca le da una explicación a todo pero nada evita que sea una excusa para repetir la fórmula. Imaginación en la dirección de arte, ingeniosos artefactos y enigmas imposibles que los protagonistas resuelven de forma ridícula. En Estados Unidos y otros países del mundo están de moda los juegos de escape. Aunque nunca fui a uno de ellos, la película -salvo por las muertes- parece uno de esos films basados en juegos, es decir cosas no narrativas imposibles de transformar en buenas películas. Al mismo tiempo, la película juega con el sueño de ser una franquicia de muchos films. Difícil imaginar eso, pero peores cosas han logrado sobrevivir más años. Para ver algo más interesante con elementos parecidos recomiendo la serie japonesa Alice en Borderland.
Un espectáculo pobre, delirante y absurdo Escape Room: Tournament of Champions es una secuela que carece de creatividad, pilar que hizo de su antecesora un filme decente. ¿Y si una sala de escape fuera un juego de vida o muerte? Esa idea simple logró que en 2019 Escape Room se convirtiese en un éxito para el terror. La fórmula reunía a seis desconocidos -entusiastas de los rompecabezas motivados por un premio en efectivo- que son arrojados a un laberinto sanguinario, en el que solo uno ganará. Escape Room: Tournament of Champions, la secuela que nadie pedía pero por obvias razones se hizo, no lleva a un nivel superior la saga y se estanca en una premisa increíblemente estúpida. Taylor Russell regresa como la huérfana Zoey y Logan Miller vuelve a interpretar a Ben, la parejita sobreviviente de la primera Escape Room. Unidos por el trauma, emprenden un camino hacía la boca del lobo con el único fin de destruir a la misteriosa compañía Minos (responsable de las trampas letales que casi los matan). En la travesía son engañados y terminan, una vez más, rodeados de un grupo individuos en una serie de escenarios asesinos. El principal y único cambio entre una película y otra es que ahora los todos los personajes sí tienen un nexo en común: fueron ganadores de algún certamen de las salas de escape. Perturbados por la experiencia tratan de sobrevivir como grupo. Obviamente esto no sucede, las cosas se descalabran muy rápido, empieza el griterío y los espectadores ven qué tan ingenioso es el festival de muertes que el director les armó. No hay suspenso o un desarrollo narrativo que permita empatizar con las víctimas de este juego, ni siquiera con Zoey y Ben, quienes tienen una historia afectiva que con un mejor desarrollo hubiese potenciado las secuencias dramáticas (que las hay pero quedan en la mismísima nada ante la no transformación significativa de los protagonistas) Hay un vagón de subte electrificado, arenas movedizas, un banco art-deco con rayos láser y otras sorpresas más. Cada habitación es inverosímil: ¿cómo puede montarse una playa ficticia debajo de una gran ciudad? Inexplicable. Escape Room: Tournament of Champions tiene espectáculo de sobra y situaciones absurdas por doquier. No satisface al crítico pero conforma a las masas.
Hace dos años llegó a los cines «Escape Room», una película que tomó como punto de partida los juegos de escape, en donde un grupo de personas tiene que tratar de salir de una habitación a partir de distintas pistas que va encontrando en el camino. Recurriendo al estilo de otros films como «El Juego del Miedo» o «El Cubo», en este caso nos encontramos con un juego mortal que pondrá en peligro la vida de cada uno de sus participantes. «Escape Room» no nos ofreció una trama demasiado novedosa, pero sí entretenida para todos aquellos que disfrutan de ver cómo los protagonistas deben sobrevivir en un lugar acotado con una serie de reglas propias y obstáculos. Con una puesta en escena lograda, una profundización en la historia de cada personaje y un clima a pura tensión y suspenso, el final del film perdió un poco el eje, presentándonos una resolución demasiado sobre explicativa, un tanto absurda y que abría la puerta a una continuación. Es así como mañana llega su secuela a las salas argentinas para seguir explorando este universo. La misma sigue a Zoey Davis (Taylor Russell) y a Ben Miller (Logan Miller), los únicos sobrevivientes del film anterior que, a pesar de tener una segunda oportunidad, deciden tomar cartas en el asunto y desarticular a la empresa que se encuentra detrás de esta idea macabra para que no siga lastimando a más gente. Sin embargo, se verán envueltos otra vez en el juego, con un grupo de personas que tienen varias cosas en común. Con Adam Robitel nuevamente como director, «Escape Room 2: Reto Mortal» expande el mundo de los juegos de escape para ofrecernos una historia más ambiciosa pero menos efectiva que la original. Por un lado, la trama central se mezcla con algunas cuestiones periféricas que no eran necesarias agregar y que se vuelven un tanto rebuscadas y no demasiado creíbles. Toda esta lucha entre el bien y el mal, los participantes y los creadores del juego se siente un poco forzada, a tal punto que parecería que solo sirve de excusa para seguir realizando más películas de este estilo (y que de hecho su final nos deja con esa sensación). Si nos centramos solamente en el juego en sí, nuevamente vamos a encontrarnos con un buen e ingenioso desarrollo de cada uno de los escenarios, tanto a nivel visual como narrativo. Existe una conexión algo predecible entre las salas pero que igual está bien estructurada. Además, esta parte del film logra generar tensión, desesperación y sorpresa en el espectador, a medida que los participantes van avanzando y luchando contra todos los obstáculos que se topan. En cuanto a los personajes, en este caso repetimos a dos de los protagonistas, que pasaron de ser dos desconocidos a forjar un vínculo de amistad, que por suerte (o al menos por ahora) no hicieron que cayera en una cuestión amorosa como muchas veces sucede en este tipo de films. Tanto Taylor Russell como Logan Miller logran recrear esta química en pantalla de forma honesta y creíble. Las nuevas incorporaciones también resultan atinadas. A diferencia del primer film donde teníamos un acercamiento mayor hacia cada uno de ellos a través de flashbacks (un recurso que servía para profundizar su vida pero también cortaba con el dinamismo de la historia), acá tenemos simplemente un esbozo de quiénes son, por qué están ahí y parte de su personalidad, pero todos están muy bien en sus roles. Otra vez nos encontramos con actores no muy conocidos pero que pudimos ver en otras oportunidades, como Holland Roden, Indya Moore, Thomas Cocquerel y Carlitos Olivero. En síntesis, «Escape Room 2: Reto Mortal» es una película que no resulta del todo necesaria y que busca ser más ambiciosa que su antecesora, agregando algunas líneas argumentales más osadas pero también más absurdas, inverosímiles y forzadas que se relacionan con ese final del film original. En un escalón por debajo de la historia anterior, la parte de los retos y juegos se vuelve la más entretenida, ofreciéndonos nuevamente escenarios bien desarrollados, un clima dinámico de suspenso y tensión y personajes que solo buscan sobrevivir. Su resolución deja nuevamente una puerta abierta a una continuación, a pesar de que cada vez se vuelve menos efectiva.
Salas de encierro segunda parte La secuela del film que pone toda su creatividad en imaginar salas de las cuales escaparse, se parece más a un videojuego que a una película. Lo decíamos hace dos años en el estreno de Escape Room: sin salida (Escape Room, 2019), la idea podía replicarse al infinito y daba lugar a una saga de terror al mejor estilo El juego del miedo (Saw) o Destino final (Final Destination). Bastaba imaginar nuevas salas y formas de salir resolviendo acertijos para crear una continuación. Y desgraciadamente no nos equivocamos, al ver Escape Room 2: reto mortal (Escape Room: Tournament of Champions, 2021), film que repite ideas y no agrega nada nuevo. La historia empieza bien al intentar desarrollar la vida privada de Henry (James Frain), el cerebro maléfico detrás de las salas apodado Minos como el mito griego, un ser abominable que tiene encerrada hasta a su propia hija adolescente (Isabelle Fuhrman). La película nos reencuentra con Zoe (Taylor Russell) y Ben (Logan Miller), los sobrevivientes de la película anterior que ahora buscan detener al villano Minos. Pero el tipo los encierra nuevamente con otros cuatro sobrevivientes. A partir de ahí se corta el desarrollo de personajes, motivos y dramatismo de una película que, salvo la vuelta de tuerca final, es pura acción: los personajes pasan de sala en sala como si se tratara de un nivel de videojuego. En cada sala “queda” un personaje y el resto debe ayudarse mutuamente para sobrevivir. Misma idea, misma película, salvo porque esta segunda parte cuadriplica el presupuesto de la anterior. Este dato queda volcado en el despliegue digital de los escenarios y los respectivos efectos especiales. Cada cuarto de encierro simula un subte, una playa o una calle de ciudad. La espectacularidad queda expresada en pantalla en una película cuya única idea a trasmitir es la necesidad de huir, pero de la sala de cine.
El juego el miedo más laberíntico Secuela del impensado éxito de 2019, tiene más producción aunque reitera el modelo, con ritmo frenético. Aquí, como sucede con Venganza implacable, otro estreno de esta semana en la Argentina, es mejor ir al título original para saber de qué va el asunto y dejarse de generalidades como Reto mortal. La subtitularon Torneo de campeones, así que los que vieron la película de 2019, que fue un sorprendente éxito de taquilla, y los que no, con este título ya se imaginan qué pasa. Hay una mente enferma, o tal vez son varias detrás de la corporación Minos, que hicieron “participar” a distintos personajes este juego perverso (perverso porque si no resuelven cómo escapar de diferentes situaciones, mueren, y de las maneras más horrendas que uno pueda o no imaginar). Y si se trata de un Torneo de campeones, aquí estarán reunidos los mejores de los mejores. Para los que no vieron la primera: los únicos que sobrevivieron de distintos grupos. Hay algunos rostros conocidos. El comienzo del filme es, para quien no vio el anterior, algo confuso. Vivitos y coleando Zoey (Taylor Russell) y Ben (Logan Miller) salieron más o menos ilesos, o al menos vivos, pero los esperan nuevas trampas. Zoey quiere vengarse y viaja a Nueva York con Ben: cree encontrar en ciertas coordinadas dónde queda el cuartel general de Minos. Y como si hay algo que no les falta es coraje -lo otro es imaginación para zafar de los problemas que les plantean para salir con vida-, hacia allí van. Pero no. Lo único que consiguen es que un muchacho les robe, ellos lo persigan al subte, y el vagón del subte se desacople del resto y… ¿Quiénes están a bordo? Los otros campeones. Contar cuáles son las “habitaciones” de las que deben salir antes de que se les acabe el tiempo -no la paciencia, porque la tienen, y mucha-, y los peligros que deben afrontar restarían al potencial espectador el disfrute, si vale el término. Claro que hay puntos en común con la saga de El juego del miedo, pero Escape Room es más laberíntica y quizá menos cruenta -ésta es Solo apta para mayores de 13 años, con reservas-. De todas formas, hay que tener cierta mente para pensar y luego concretar los acertijos que los personajes deberán resolver. Aquí tal vez haya más producción que en la película original. En síntesis, es la película de horror, más que de terror, que nos depara la cartelera semana tras semana. Hoy nos tocó ésta.
Texto publicado en edición impresa.
La premisa no es original, y menos tratándose de una segunda parte. Escape Room 2: Reto mortal encuentra a Zoey (Taylor Russell) y Ben (Logan Miller) -sobrevivientes de la primera entrega- decididos a exponer a la corporación Minos, responsable de crear las habitaciones de la muerte. Convencidos de lo que están haciendo, los amigos abrazan el sinsentido de enfrentase sin estrategias, armas o entusiasmo a una organización anónima todopoderosa y, como es de esperarse, a los pocos minutos se encuentran encerrados en un vagón de subte, primero de una nueva serie de cuartos letales. A partir de ahí queda claro que todo será más o menos igual al film de 2019: llamativo desde lo visual, repetitivo desde lo argumental. Con el agravante de haber perdido la sorpresa, y por ende cualquier atisbo de sobresalto. Como para disimular se suman a los protagonistas otros sobrevivientes, que describen su nuevo predicamento como un “torneo de campeones”, en una poco sutil referencia al título original de la película, por si no había quedado claro. La lucidez y experiencia del grupo a la hora de sortear cada obstáculo redunda en la apatía de la platea. Hacen todo tan rápido e inverosímil que cuesta involucrarse, tomarles cariño o lamentar sus sucesivas y originales muertes. Hay también una subtrama en torno al cerebro detrás del macabro divertimento y a su historia familiar. Más que nada un recurso que busca perpetuar una saga agotada antes de empezar.
Esta semana tenemos el estreno de Escape Room 2: Reto Mortal, secuela del film homónimo del año 2019. La cinta es dirigida por Adam Robitel y protagonizado por Taylor Rusell, Logan Miller, Thomas Cocquerel, Holland Roden e Indya Moore. Escape Room 2: Reto Mortal, sigue la historia de Zoey Davis y Ben Miller, quienes luego de sobrevivir a los macabros juegos de escape deciden investigar sobre Minos, la compañía ilegal que los obligó a jugar por sus vidas. Lo que ellos no saben es que muy pronto volverán a experimentar esos sádicos juegos. Lo primero que tenemos para decir es que la cumple, pero no sorprende. Si bien su antecesora tampoco era muy original, la idea era una especie de Saw, pero en los famosos juegos de escape que hoy en día están de moda, al menos tenía un planteo más o menos interesante y mejores actuaciones. Escape Room 2: Reto Mortal no sorprende y cuando intenta hacerlo no cae del todo bien parada. El guion tiene fallas argumentales, pero sobre todo las tiene en las decisiones de los personajes y, entiendo que estamos ante el género del terror donde el cliché no sólo es válido, también necesario, pero acá llega al absurdo. Las actuaciones no están mal, pero destacan más los secundarios que los irritantes personajes principales. La dirección de Adam Robitel tampoco destaca, cumple, pero no tiene nada que aplaudir. En fin, Escape Room 2: Reto Mortal, no es la mejor opción para ir al cine, pero si lo que buscas es un estilo de terror liviano, tal vez y sólo tal vez, la disfrutes.
La secuela de Adam Robitel de la película de acción de acertijos y trampas que, como alude el titulo oirignal, es un verdadero torneo de campeones, reunidos no tan al azar, pero con distintas motivaciones y angustias. La pareja protagónica esta formada por el regreso de Taylor Russsel, junto a su amigo Logan Miller, en realidad ella lo arrastra a él, porque está empeñada en demostrar que la organización Minos( si como el minotauro) es la que opera detrás de la tortura y muerte de muchos participantes. Todos los demás creen que se salieron del juego, menos Zoey que busca entrar para poner en evidencia a la mafia que tortura jóvenes. Subtes electrificados, sede de banco con seguridad de rayos laser, arenas movedizas, lluvia ácida son algunas de las linduras con las que debe lidiar el grupo, que en cada desafío casi siempre pierde a alguien. Cine de vértigo donde nadie explica la rapidez para resolver acertijos que dejaría a la mayoría paralizado. Aquí todos encuentran todo, menos el más lento o sacrificada. Entretenimiento sin mayor pretensión que provocar suspenso y adrenalina que se matiza con bolsa de pochoclos gigante. Vértigo, ritmo, compaginación bien hecha y buenos efectos especiales.
"Escape Room 2: Reto mortal": los desafíos continúan La película podría ser una remake de su predecesora, en tanto las situaciones que enfrentan los protagonistas son prácticamente las mismas. Lo único que cambia es la ambientación de los salones-trampa de los que deben escapar. Síntoma de los tiempos, el final de Escape Room: Sin salida (Adam Robitel, 2019), dejaba bien abierta la posibilidad de una secuela y así se lo señaló desde estas mismas páginas el día de su estreno. Dos años después, la obvia profecía se cumple con la llegada a las limitadas salas locales de una segunda parte: Escape Room 2: Reto mortal, también dirigida por Robitel, cuyo título original no hace referencia a ningún “reto mortal”, sino a un Tournament of Champions (torneo de campeones). La película de 2019 contaba la historia de un grupo de seis personas que eran invitados a participar de un escape room, un juego de ingenio en el que los jugadores son encerrados en un salón y deben encontrar dentro las pistas que les permitan salir de él. El asunto es que acá el juego se pasaba de claro a oscuro en el momento en que los participantes descubrían que se trataba de una trampa real, en la que si no eran capaces de resolver el enigma acabarían muertos, dejando un único sobreviviente: el ganador. Con similitudes a la saga de El juego del miedo, pero en una versión más lúdica que explícita (aunque no exenta de morbo y sadismo), la película terminaba con una pareja de jugadores salvando sus vidas y revelando una oscura empresa de apuestas clandestinas detrás del juego. El comienzo de esta segunda parte reúne a los sobrevivientes dispuestos a desenmascarar a esta organización y a sus responsables. Por supuesto, los dos jóvenes volverán a ser víctimas de un poder en las sombras que está más allá de su capacidad. Y una vez más acabarán encerrados con otras cuatro personas en una serie de trampas mortales de las que deberán escapar. En este caso se trata de un grupo compuesto por aquellos que alguna vez consiguieron “ganar” sus juegos, los sobrevivientes, y de ahí viene la ronda de campeones que menciona el título original. Escape Room: Reto mortal bien podría ser una remake de su predecesora, en tanto las situaciones que enfrentan los protagonistas son prácticamente las mismas. Lo único que cambia es la ambientación de los salones-trampa de los que deben escapar: en estos espacios mortales la película vuelve a poner en juego todo su ingenio. Esta vez se trata de un vagón de tren electrificado, un banco con un sistema de seguridad láser, una playa de arena movediza, un callejón donde llueve ácido y un baño sauna muy caliente. Si bien las situaciones se vuelven entretenidas a fuerza de tensión, no es menos cierto que, a diferencia de un buen policial, la resolución de cada enigma excluye casi por completo al espectador. Con pistas que casi nunca están a la vista y solo se aparecen como revelaciones ante los protagonistas, Escape Room pierde la oportunidad de convertirse también en un desafío para quienes pagaron la entrada. Y una vez más, todo queda servido para que la cosa termine en trilogía.
Los Escape Rooms o Salas de Escape son un tipo de juego que se fue popularizando en los últimos años, e incluso ya cuenta con algunos locales en nuestro país, y que consiste en un grupo de personas encerradas en una habitación en la que están plantadas ciertas pistas cuyo correspondiente resolución permite salir del lugar (o pasar a otro con un nuevo desafío) y ganar el juego si es que se logra resolver en un determinado lapso de tiempo. Este formato es el que inspiró a los creadores de la película Escape Room: Sin salida (2019) donde la premisa planteaba qué pasaría si se extreman las condiciones del juego y el premio pasa a ser la supervivencia ya que las consecuencias de perder implican la muerte del jugador como parte del mecanismo. El éxito de este primer film, que incluso sobrepasó sus expectativas tuvo como resultado esta secuela donde vuelve en su rol de director Adam Robitel (quien también ya dirigió una de las secuelas de otra serie/franquicia con La noche del Demonio: La última llave en 2018) y de los dos protagonistas Zoey (Taylor Russell) y Ben (Logan Miller). Ambos son a su vez los dos únicos sobrevivientes de aquel primer juego mortal y mientras buscan pruebas para incriminar a los miembros del grupo Minos, siniestros emprendedores responsables de armar toda la parafernalia, reclutar (secuestrar) participantes y ofrecer el espectáculo a clientes millonarios, se ven envueltos nuevamente en la misma pesadilla ya que por medio de una especie de emboscada son encerrados en un nuevo entramado de habitaciones trampa junto a otros cuatro desconocidos, compañeros de juego y víctimas potenciales. No tardan en descubrir que todos ellos ya pasaron por la experiencia y son sobrevivientes de anteriores juegos, con lo cual este nuevo desafío se convierte en una suerte de segunda ronda, o torneo de campeones como se traduciría el título original. La idea de los juegos a muerte ya tiene una larga tradición cinematográfica desde El malvado Zaroff (1932) a las películas de la saga Los juegos del Hambre, pasando por Carrera mortal 2000 (1975) o Carrera contra la muerte (1987). Escape Room se inserta en esta línea y la de películas que plantean la idea de una situación de encierro con trampas de la cual escapar como El cubo (1997) o El hoyo (2019). Y también debe un poco a las premisas de hits del terror más gráfico como El juego del miedo (personajes atrapados en un juego sádico y mortal del que deben salir si siguen determinadas reglas o perecer en el intento) y Hostel (entretenimiento clandestino para millonarios morbosos que se divierten con el sufrimiento ajeno), aunque sin las dosis de tortura y gore puro y duro ya que si bien las muertes forman parte, la gracia del asunto está en la forma en que opera el dispositivo. El relato se estructura en función de los niveles que algunos jugadores pasan mientras otros quedan en el camino y parte de la intriga está en saber quién sobrevivirá pero además, y sobre todo, quienes no van a pasar al siguiente cuarto y las maneras más o menos ingeniosas de morir que les tienen reservadas, aunque los personajes están construidos de manera tan simple que a uno no le interesa mucho lo que les pueda pasar, aun si a un par de ellos ya los conoce desde antes. Para salvarse estos tienen que descifrar pistas y adivinar acertijos que les esconden o ponen frente a sus narices, en algunos casos tan rebuscadas que los mismos personajes tienen que verbalizar todo el tiempo lo que están haciendo para que el espectador entienda lo que está pasando. De esta manera, posiblemente lo más atractivo y creativo termine siendo el diseño y estética de los diferentes cuartos más que lo que está pasando adentro. Escape Room 2: Reto mortal es una experiencia tan poco interesante como mirar jugar a otro en los fichines (perdón por el viejazo) o en un videojuego, aunque también sabemos que hay gente que efectivamente pasa el rato de esta manera. ESCAPE ROOM: RETO MORTAL Dirección: Adam Robitel. Intérpretes: Taylor Russell, Logan Miller, Indya Moore, Isabelle Fuhrman, Holland Roden, Thomas Cocquerel, Carlito Olivero, James Frain: Maria Melnik, Daniel Tuch, Will Honley. Historia: Fritz Böhm, Will Honley, Christine Lavaf. Sobre personajes creados por Bragi F. Schut. Fotografía: Marc Spicer. Música: John Carey, Brian Tyler. Edición: Steve Mirkovich, Peter Pav. Diseño de Producción: Edward Thomas. Producción: Neal H. Moritz. Producción Ejecutiva: Karina Rahardja, Adam Robitel, Philip Waley. Duración: 88 minutos.
Reseña emitida en la radio
Level champion. Los juegos de escape se han transformado en tendencia hace ya algunos años, en consecuencia, nunca más atinada una película que aborde la temática transformando lo lúdico en mortal. Así triunfaba en taquilla, en el 2019, Escape Room con un final que pedía a gritos una secuela. Después de dos años, efectivamente, habemus continuación de esta historia que dejó algún que otro cabo suelto. La premisa es sencilla y acorde con lo que se planteaba en la cinta primigenia, seis personas que se encuentran encerradas adrede en varios cuartos de escape, y tendrán que ir descifrando los enigmas para no morir. Con la salvedad que ahora quienes están atrapados tienen algo en común: son sobrevivientes de diferentes escapes rooms letales. Todo comienza con Zoey, la protagonista de la primera entrega, investigando con la necesidad de encontrar a los responsables de quienes provocan la muerte de cientos de personas en estas trampas mortales. Personas atrapadas involuntariamente. Ella sospecha, pero no lo sabe, que detrás de semejante estructura hay gente muy poderosa involucrada. La pesadilla comienza nuevamente, cuando queda atrapada en un vagón de un subterráneo en New York con otros pasajeros. A partir de aquí el ritmo frenético de la cinta nos dejará sin respiro. Las trampas son cada vez más sofisticadas, desde la complejidad de las incógnitas hasta lo tecnológico. Y nuestros chicos deberán disponer de toda su fortaleza para salir airosos (o no). La cosa se pone difícil, desde sortear arenas movedizas, a no ser atravesados por rayos laser o por lluvia ácida. Sin grandes pretensiones, Escape Room 2: Reto Mortal, entrega lo que propone a los fanáticos del subgénero, un shock de adrenalina, algo de sangre y situaciones absurdas e imposibles (a esta altura un acuerdo tácito con el espectador). También hay alguna que otra trampa emocional y una vuelta de tuerca final forzada que deja la puerta abierta para una continuación (¿será necesaria?).
BIG BROTHER IS WATCHING YOU “Desde el principio de la civilización hemos sabido que había algo cautivador en ver a los seres humanos luchando por sus vidas”. Esas son las primeras líneas de Escape Room 2: Reto mortal, secuela que continúa la pesadilla de un grupo de personas seleccionadas por la Corporación Minos con el fin de participar en un juego de escape mortal, un entretenimiento para un selecto grupo de millonarios. Escape Room 2 continúa un hilo similar a películas como Los juegos del hambre, El juego del miedo, The Truman Show, ¿por qué no? El concepto de un público cada vez más exigente al consumo, apelando al realismo, aunque este conlleve al sufrimiento de un grupo de personas. Dirigida por Adam Robitel, en esta ocasión reúne a sobrevivientes de juegos pasados para convocarlos a un verdadero desafío donde el ingenio y el trabajo en equipo serán vitales para sobrevivir ante los diversos escenarios. Introduciendo, además, una trama en paralelo referida al arquitecto del juego y su relación con su hija, a la que tiene también en cautiverio y servirá para futuras entregas. Estamos frente a una película entretenida, aspecto que no se debe tomar a la ligera, frente a un género que está padeciendo lo “discursivo y la buena fotografía” para ser tomado en serio, o simplemente aquellas obras que apelan al susto y el estímulo descartable. Aunque las falencias se encuentran en los personajes en cautiverio sin desarrollar, más si estos continuarán apareciendo en el futuro, sumado a un tercer acto corto y con un cierre escueto. El consumo irónico que abordaba Mex Faliero días atrás, también se puede relacionar a este público ávido de estímulos violentos, donde el ocio es un vacío cada vez más difícil de llenar y la autosatisfacción es lo que prima sobre lo ético del contenido.
Después de escapar de las salas de escape del «único superviviente» orquestadas por Minos Corporation, Zoey Davis y Ben Miller deciden enfrentarse a la oscura organización después de encontrar las coordenadas de su sede en la ciudad de Nueva York, pero nada sale cómo lo planearon. “Escape Room 2: Reto Mortal” es la segunda parte de la saga de películas “Escape Room” que comenzó en el 2019 con el film “Escape Room: Sin Salida”. La primera entrega tuvo un éxito inesperado llegando a recaudar más de 155 millones de dólares. Nos encontramos nuevamente dentro del juego, pero esta vez las salas son diferentes y los personajes también. Es bastante similar a la película anterior, pero hay algunos cambios de trama, especialmente en la conclusión de la cinta. El final de la película da pie a la posibilidad de una tercera parte. Si bien algunos diálogos no fueron de mi agrado, la trama es ágil y los efectos especiales son excelentes. Las distintas salas son ingeniosas y muy atractivas visualmente. Otro aspecto a destacar es que los personajes son muy diferentes entre sí y tienen características propias. Se destacan las actuaciones de Taylor Russell (Zoey Davis) y Isabelle Fuhrman (Clair).
El torneo que nadie pidió ¿De qué va?: Tras escapar de la mortal sala de escape de Minos; Zoey y Ben se dirigen en busca de sus creadores para poner un fin, pero caen en la trampa de un juego tan grande como terroríficamente infinito. Con una intro que nos cuenta lo sucedido en la primera entrega (ya que hay que justificar los 98 minutos de metraje) Adam Robitel, director de esta entrega como de la anterior, nos mete en el hueso de este esqueleto que continua las aventuras de Zoey, una Taylor Russell que tiene menos expresión que una pared, y Ben, con un Logan Miller que le pone tanta onda que ya causa indiferencia. Ya en sus zapatos, seguimos el insípido plan que tienen ambos adolescentes de ir tras los pasos de Minos, la empresa malévola encargada de armar y ejecutar las Salas de escape, para derrocarlos y terminar con la matanza indiscriminada e inútilmente justificada. Con sus prendas más facheras, sus inexpresivos sentimientos y con chistes más malos que las ganas de escribir esta película, la pareja de amigos se dirige a una posible pista, hasta que el tren que toman, en dónde se encuentran tan solo otras cuatro personas – guiño, guiño- no es más que el boleto de bienvenida a la nueva pesadilla, está vez compartida por estos campeones, también sobrevivientes de otras Salas de Escape. Sí, es lo mismo que la anterior, pero ahora los participantes saben a qué se enfrentan, por lo que su sabiduría explicativa y conveniente de estos pone en jaque la inteligencia del espectador, dejándolo a merced de que solo pueda interesarse por las intrincadas e inexplicables trampas que hay a su alrededor, y de que sus muertes sean lo más gore y satisfactorias posibles. Plot twist: no lo son. Teniendo la experiencia de haber pisado una Sala de Escape, podemos decir que las pistas que encontramos a nuestro alrededor no son más que pequeñas sogas que nos llevan a otras pistas aún más intrincadas, para así lograr abrir la puerta que nos lleva a la siguiente sala, y así hasta salir – o no –. Esta seguidilla de pasos la presenciamos durante todo el film, ya que su estructura descansa en esto, y me atrevo a decir que es hasta satisfactorio ver como nuestros aventureros escapan por segundos de los láseres o de las arenas movedizas; pero el gran problema descansa en las verdaderas intenciones de todo este plan malévolo. ¿Por qué? Cómo personas lúdicas, entramos a una Sala de Escape para “escapar” gracias a nuestro ingenio y el trabajo en equipo. Ingresamos a un laberinto de pistas y habitaciones guiados por una historia, nos compenetramos, somos los protagonistas de la narración, y los únicos capaces de hacer que la misma avance. En este film, las intenciones tanto de las cabezas malévolas como de los mismos protagonistas son tan insulsas e insuficientes que la idea de “sobrevivir” queda rebajada a un metraje que funciona como la excusa +13 para aquellos niñatos que no pudieron presenciar la saga de Saw en el pasado, ni mucho menos la más satisfactoria Cube. La idea del Puppet Master que todo lo sabe y todo lo ve es tan inconsistente y cómoda que solo se apoya en la excusa narrativa de “esto que creías que era normal, es tan solo parte del mismo juego”. La idea de superar las salas, en un momento, llega a ser tan frustrante y agobiante que ya no nos importa quien sobrevive o quién se muere o cómo – o si de verdad están muertos -, ya que los hilos quedan tan expuestos que nos hacen ver el minutero del reloj. El otro problema, y tal vez el más grave y, por ende, el que pone en jaque la mera existencia del film, es el cómo el espectador no solo no empatiza con sus personajes y su espíritu de supervivencia, sino que tampoco lo hace con todo el aparatoso artificio que se muestra en pantalla. Al contar con estos campeones, que saben casi de manual por dónde buscar las pistas que abrirán la puerta, nosotros quedamos totalmente al margen, espectando de brazos cruzados como otros resuelven la incógnita, sin poder sentirnos partícipes de la misma. No hay juegos de cámara, ni un punto de vista omnisciente que nos haga estar un paso más delante de los personajes, solo la espera por ver como el CGI llena la pantalla de muertes insulsas. Escape Room: Tournament of Champions es una excusa para poder llegar a las nuevas generaciones, pero que no logra ver a sus antecesores que dejaron una huella hace años, y se apoya en ellas, sin siquiera medir la misma talla. La pregunta que queda luego del visionado es: ¿Es necesario un film que roza insulsamente la experiencia de ser protagonista de un juego casi idéntico al que se ve en pantalla? Jugamos paintball para sentir la adrenalina del campo de batalla, pero ¿veríamos una película sobre esto?