Los sonidos del silencio Ganadora del premio a la Mejor Dirección en el Festival de Mar del Plata y al Mejor Documental en el de Cosquín, esta ópera prima de la cordobesa Frontini es un austero y riguroso registro sobre el denodado y conmovedor trabajo que realiza Alejandra Agüero, fundadora e impulsora de la escuela a la que alude el título en la localidad de Bell Ville. Con el cine del mítico Frederick Wiseman (experto en retratar instituciones) como modelo, la directora muestra en este delicado documental observacional la tarea de “Ale”, como la llaman todos, quien está a cargo de casos muy complejos con niños, adolescentes y jóvenes, así como una larga e inteligente charla (con la Lengua de Señas, por supuesto, debidamente subtitulada) con su amigo Juan, un referente internacional a la hora de pensar y visibilizar este tema. Más allá de su inevitable costado políticamente correcto, se trata de un meticuloso y emotivo retrato humano sobre una de esas épicas cotidianas de las que muy poco se conoce. Para no dejar pasar.
Con vocación de comunicarse Escuela de sordos (2013) es un documental que sigue de cerca la ardua pero satisfactoria labor de una maestra llamada Alejandra, que enseña a chicos sordos. Por otro lado se nos presenta la dificultad de la comunicación de una forma muy particular, quizás lo mejor del film. Ella habla un lenguaje y ellos otros. Ella es Alejandra, maestra enérgica y paciente, pedagógicamente hablando, que se dedica a enseñar a leer y escribir a chicos que no pueden escuchar. Ellos hablan otro idioma, el de las señas, el LSA (Lenguaje de Señas de Argentina). Entre ellos se entienden, dialogan y se ríen. Ella debe enseñarles desde sus códigos pero con su pedagogía. Lo más interesante del documental de Ada Frontini es el tercer factor en esta cadena de comunicación: el espectador. La película es “hablada” en lenguaje de señas prácticamente en su totalidad y subtitulada para el espectador, que es el incomunicado en cuestión, vivenciando la habitual percepción cinematográfica de un sordomudo. Por su parte el film sigue las formas de un documental de observación, mostrando el trabajo diario de la incansable docente y, justo cuando parece adentrarse en su persona, abre el abanico comunicacional con sus aprendices, estableciendo el juego de lenguajes con el espectador. Escuela de sordos propone una interesante idea que se va diluyendo en el transcurso del metraje con la reiteración de escenas, que hubiesen tenido un sentido más compacto en una película de menor duración.
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La lucha por la integración El documental de Ada Frontini toma la historia de un amaestra especial y sus alumnos, en Córdoba. Hace 25 años nacía en Bell Ville, Córdoba, una escuela particular. Nacía es un decir, ya que Alejandra, su actual directora y docente, la fundó a pulmón en el garaje de su casa. Escuela de sordos, el documental de Ada Frontini, cuenta esa historia, pero sin fechas, datos duros ni registros lacrimógenos. Lo hace a través de la cotidianeidad de sus protagonistas, la maestra, sus alumnos y Juan, un referente de la comunidad sorda. Sin ser un registro de denuncia, la película expone la lucha diaria por la integración de los sordos. Las charlas en lenguaje de señas (en la ficha técnica, la película dice idioma español y Lengua de Señas Argentina) apuntan a contar, nombrar, adjetivizar. Un alumno aprende a leer, otro a enviar mensajitos por celular. Y Alejandra, heroína silenciosa, apuntala aquí y allá, con los recursos que tiene. Al mismo tiempo hay discusiones sobre los beneficios de los implantes y debates sobre si existe o no la tonada en el lenguaje de señas. Alejandra admite que muchas veces tiene que inventar señas para palabras que desconoce, y que así los lenguajes se diferencian de un lugar a otro. No es una proclama, pero pide una ley que unifique y dignifique el Lenguaje de señas en la Argentina. El relato de Frontini es austero y bien personal, como la vida misma de sus protagonistas. Impacta y moviliza desde su atmósfera. Podría apostar a los golpes bajos, en cambio elige contar y exprimir a fondo el código cinematográfico. De manera contextual, elíptica, construye un camino profundo desde las escenas del silencio, un desafío perfectamente interpretado por Martín Sappia, sonidista del filme. Con todo, el mayor mérito de Frontini es universalizar una historia desde su experiencia, su mirada. Tender puentes entre los mundos de Alejandra, sus alumnos, ella misma y los espectadores. Buen augurio para su primer largometraje documental. Y una buena historia mínima la de esta maestra seguida en sus rutinas silenciosas, con palabras no dichas sobre la sensibilidad humana, sobre lo que significa ser sordo en un pueblo y acceder a esos diálogos que abren mundos.
Testimonio de un modelo a imitar Surgida de la Escuela Spilimbergo de Artes Aplicadas, y el Departamento de Cine de la Universidad Nacional de Córdoba, discípula de José María Hermo, Ada Frontini viene trabajando desde hace ya varios años como colorista, camarógrafa, directora de fotografía. Puntal de equipo de variadas experiencias, ha rodado en Formosa, su provincia (la primera comedia de Néstor Montalbano, los policiales de Ezio Massa y Atilio Perin), las Malvinas (el relevante "Locos de la bandera", de Julio Cardoso), y se ha lucido particularmente en los documentales de Matilde Michanié "Licencia número 1", sobre la Tigresa Acuña en sus variadas luchas, y "Judíos por elección". Ahora eligió hacer con tranquila sencillez su primera película, dedicada al particular trabajo de una amiga y compañera de la secundaria. Para dejar de quejarnos por nimiedades, esta película es lo que se llama un documental de observación, el registro a cámara tranquila de una maestra en actividad, además especializada en algo muy difícil: ella es maestra de sordos y sordomudos. Así vemos su paciente diálogo con cada chico, el modo en que le enseña a cada uno según su edad y capacidad, las salidas al aire libre, el seguimiento a los mayores que quieren estudiar alguna carrera o conseguir trabajo, los traslados en un viejo autito por el campo cuando el chico está más lejos, las entusiastas charlas a pura seña con un docente de mayor nivel, que la ayuda a perfeccionarse (escenas subtituladas, por supuesto). Así, viéndolos conversar animadamente con las manos, aprendemos sobre la conveniencia o no de los implantes cocleares, los alcances fonéticos de quien se empeña, y también ciertos detalles de la Lengua de Señas Argentina, LSA, que ya lleva más de un siglo y hasta tiene sus variaciones y "tonadas" de acuerdo a cada provincia, amén de sus continuas actualizaciones, como toda lengua. Si observamos atentamente, capaz que hasta aprendemos a decir alguna mala palabra, que también las dicen. Pero hay que estar atento. Eso permite comprender que el sordo no es tonto, sólo tiene que desarrollar una forma de comunicación para no quedarse ensimismado, como le pasaría a cualquier persona en circunstancias parecidas. Película pequeña, agradable y además muy necesaria, rodada en Bell Ville, vale la pena conocerla, y conocer el esfuerzo de esa maestra y tantas otras como ella. Su nombre es Alejandra Agüero, su guía es Juan Druetta, reconocido entre los principales docentes argentinos en la materia y desconocido por el resto del magisterio, la escuelita fue creada por ella misma junto a un grupo de padres, y, según ha trascendido, ya va para 25 años que espera el necesario reconocimiento oficial. Como en todo, hay gente sorda y otra que se hace la sorda. Conviene escuchar lo que nos dicen Agüero y Frontini.
El documental de Ada Frontini muestra la vida cotidiana de una escuela de sordos en Bell Ville (Córdoba), de la mano de Alejandra, una de las maestras de la institución. Una lección de Lenguaje de Señas Alejandra es una maestra muy apasionada por lo que hace y muy preocupada por la inclusión de sus alumnos. Observamos cómo enseña a leer y escribir a un alumno, a uno más pequeño le relata una historia con imágenes y a otro le enseña a mandar un mensaje de texto con su nuevo celular. También la vemos conversar con Juan, un amigo sordo sobre el lenguaje de señas y la conveniencia o no de realizar implantes cocleares a los niños, etc. Además de las clases, Alejandra organiza asados con los alumnos, festejan sus cumpleaños bajo los árboles cordobeses. Se generan vínculos muy profundos y conmovedores, Alejandra los ayuda hasta en la inserción laboral. Una maestra por la inclusión Al principio cuesta mucho acostumbrarse al lenguaje de señas, hay que ejercitar la paciencia, pero de eso se trata la película, de meternos en este mundo y comprenderlo. Incluso hay momentos en los que no hay subtítulos, y no son necesarios, me parece un gran acierto de la directora. No obstante, me hubiera gustado ver más de la escuela en sí, el título me hizo suponer que se trataba más de la institución, pero se trata más que nada de Alejandra, la maestra. Es un ejercicio interesante ver Escuela de sordos porque de repente a nosotros nos faltan elementos para entender los diálogos y dependemos enteramente de los subtítulos y el lenguaje corporal de los protagonistas. La fotografía es preciosa, la cámara se planta paciente a encontrar momentos, se puede percibir el ojo fotógrafo de Ada Frontini. El problema para mí está en que es una película básicamente de diálogos y pocas acciones, y me cansó un poco, y la segunda parte se me hizo un poco monótona. Conclusión Escuela de sordos es una propuesta con elementos rescatables y valiosos, pero por momentos se vuelve un poco monótona. La idea es muy interesante, se nota que busca la inclusión de la comunidad sorda, mediante nuestra comprensión. Es un ejercicio para nuestra paciencia, para detenerse y escuchar al otro. Parte de una idea muy buena, pero se estanca en algunas situaciones.
Excelente documental de Ada Frontini centrado en el trabajo que una maestra hace con sus alumnos hipoacúsicos y sordos en un pequeño pueblo de Córdoba. Casi todo el filme transcurre en su estudio y sigue sus trabajos específicos con cada uno de sus alumnos (muchos de los cuales son brillantes, elocuentes y emocionantes), lo que se complementa con una charla/debate con un colega especialista en el tema y, sobre el final, con una reunión en una casa de campo de buena parte del grupo de alumnos en una “silenciosa” y por momentos conmovedora escena que funciona como resumen no solo del extraordinario trabajo de la maestra sino de la sutil y discreta belleza de esta gran película. Escuela-de-Sordos-800x360Con elementos mínimos, Frontini estructura una narración que emociona desde la simpleza: cada personaje es una historia, cada lección un pequeño drama, cada avance una emoción. Nada sobra en el filme y hasta el debate un poco más convencional que la maestra tiene con su colega aporta mucho porque apuesta por el lado humano de la ecuación. La larga secuencia final es, sencillamente, un prodigio de belleza. Ese lugar que remeda a un territorio fuera del tiempo, entre lo convencional de los ritos (el asado, el mate, etc) y la extrañeza que provoca el silencio en el que se producen las conversaciones, dan a la secuencia un tono elegíaco, de paraíso perdido, uno en el que todos logramos comunicarnos y conectarnos con la naturaleza sin violentarla.
Cuando la escuela es comunicación El film puede entenderse como un documento acerca de Alejandra, una maestra para chicos sordos e hipoacúsicos, o como un relato para imaginar cómo sería el mundo si se tuviera que prescindir de un concepto fundamental de la construcción humana, como es el sonido. No es necesaria una epifanía para saber que uno de los valores agregados más grandes que tiene el cine es la capacidad de permitirle al público el acceso a otras realidades. Esto vale tanto para el documental como para la ficción, porque ambas categorías nunca se cierran sobre sí mismas. Entonces, así como es posible encontrar realidades en potencia dentro de la ficción, también es lícito pararse (aunque sentarse es más apropiado cuando se habla de cine) frente al documental como ante un relato cualquiera, sin la conciencia permanente de estar frente a un avatar de lo verdadero. En ambos casos, sea como retrato o como hipótesis, el cine amplía en el espectador el espectro de lo real. Ciertamente, Escuela de sordos, documental de la cordobesa Ada Frontini, puede ser abordado de ambas maneras, para entenderlo o bien como un documento acerca de las experiencias de Alejandra, una maestra para chicos sordos e hipoacúsicos, o bien como un relato que permite imaginar –de modo muy tangencial– cómo sería el mundo si se tuviera que prescindir de un concepto fundamental de la construcción humana, como es el sonido. Y eso sólo para empezar a hablar. El relato de Frontini tiene en Alejandra a su protagonista excluyente. Ella forma parte del 99 por ciento de las escenas en las que hay personas integrando la composición de los planos y es evidente que no habría película sin su figura. No al menos con el enfoque que Frontini ha elegido para llevarla adelante. Porque no se trata de un ensayo acerca de la sordera o de la integración de aquellos que sufren de esta discapacidad a una sociedad que sigue sin estar preparada para aceptarlos, aunque ambas cuestiones formen parte de la estructura de la película. Ya desde antes de entrar a la sala de proyecciones, desde el afiche mismo se anuncia que habrá que prestar atención a dos variables: por un lado, a los sordos, claro, pero también a la escuela. Pero no sólo a la acepción primaria de la palabra, al desarrollo del vínculo escolar entre Alejandra y sus alumnos, sino también a sus connotaciones más amplias. Vale la pena atender al detalle etimológico de la palabra “escuela”: la misma tiene un doble origen y mientras para el latín significaba “lección”, para el griego está vinculada con el concepto de “tiempo libre”. Con ambas cosas tiene que ver Escuela de sordos, en tanto lo que se retrata es un espacio de aprendizaje que va mucho más allá de los límites arquitectónicos del edificio en donde funciona la institución en la que trabaja la protagonista. Para Alejandra, el aprendizaje trasciende lo estrictamente escolar, llevando su esfuerzo por mejorar las condiciones de comunicación de sus alumnos a paseos por la plaza, días de campo, asados los fines de semana y otros proyectos paralelos que vinculan el acto educativo con la vida cotidiana. La idea que subyace en los métodos de Alejandra es que todo espacio es una oportunidad para aprender, incluso cuando se trata de su propio aprendizaje como profesional. El momento en que cena en su casa con un amigo sordo es muy ilustrativa respecto de sus deseos y de la necesidad de no encasillarse en el rol de quien enseña, sino de mantenerse abierta a la experiencia de seguir aprendiendo. Porque lo que Frontini parece proponerse es llevar el concepto de “escuela” más allá de su definición clásica, para llegar hasta la idea de comunicación, centro esencial de la cuestión humana. Si la posibilidad de comunicarse tiene que ver con la dignidad de las personas, el trabajo de Alejandra consiste en dignificar a sus alumnos, aportándoles más y mejores herramientas para la comunicación, incluso ante la imposibilidad de la palabra. Por eso la larga escena final en la que ella enseña a uno de sus alumnos adultos a mandar mensajes con su celular resulta un broche perfecto para Escuela de sordos. Una alegoría muy sencilla (y por eso tan despojadamente poderosa) que cierra a la película con una circularidad bellísima, como afirmando: “Sí: al fin hemos establecido contacto”. Pero sin palabras, por medio de un silencio confortable en el que el lenguaje no necesita pronunciarse para ser tan efectivo como siempre a la hora de representar una realidad posible.
Otra película que se puede ver porque hay Malba. Aquï se trata de un documental que muestra el trabajo cotidiano de Alejandra, una mujer con muchas ganas de ayudar al prójimo que se ha convertido en maestra de sordos. El film no solo registra con precisión su trabajo sino que abre un campo fascinante: el de la comunicación puramente visual. Así, todo es imagen porque todo debe serlo para convertirse en palabra, y es mérito de la realizadora Ada Frontini haber comprendido ese tema y plasmarlo.
Ada Frontini debuta detrás de las cámaras con un documental que rebosa ritmo de pueblo, relajado y emocionante. El foco de trabajo es la labor que realiza una docente muy especial, coterránea de Bell Ville, Córdoba. Amiga y ex compañera del secundario de la directora, Alejandra Aguero, es el motor emotivo y ejecutor detrás de la Escuela Municipal para Discapacitados Auditivos "León Luis Pellegrino" y este registro, busca hacer conocer su trabajo, profundizar en las temáticas relativas a la inclusión y mostrar el compromiso con la profesión de una mujer comprometida con su comunidad. Es común que el cineasta registre aquello que lo moviliza y que en ese registro, se juegue el afecto y la curiosidad por indagar críticamente un suceso o proceso. Frontini homenajea a Alejandra mostrándonos cómo se realiza su actividad, la pasión que pone para el contacto espontáneo con sus alumnos y cómo vive, una docente entregada a su actividad por completo. El documental tiene momentos de comunión y relax (el asado, por ejemplo) y otros donde hay un interesante debate con Juan, especialista en el tema y amigo de Alejandra, sobre el rol de las familias de los chicos sordos y los pro y contras del implante coclear. Hay riqueza en el acercamiento que atrae (sobresalen los momentos en que ella enseña, son casi mágicos), pero la austeridad en la toma del material (no hay música de fondo) y el diálogo como referente neurálgico, a veces lleva al film a producir cierta sensación de letanía hacia la segunda parte del recorrido. Frontini registra con una gran fotografía y logra una llamativa ópera prima, con sabor a tierra adentro. Se agradece el abordaje de la temática (cuántos hay que hacen actividades similares sin reconocimiento ni ayuda oficial?) y esperamos que abra un campo para más miradas críticas y cooperativas.
La minuciosidad, el amor, la pasión y el detalle con el que Ada Frontini encara la propuesta de “Escuela de Sordos” (Argentina, 2013) excede el análisis de si estamos frente a un filme documental o a una docuficción profunda y sentida. Alejandra, protagonista de la historia, es alguien que en la dedicación y el esfuerzo trabaja con jóvenes y niños sordomudos para intentar armarlos a que se relacionen con el entorno hostil. Ella es profesora de lenguaje de señas y reeducadora, pero sus alumnos saben que tiene algo que va más allá que la mera descripción y enseñanza, ella puede comprometerse hasta el punto de enseñarles cómo utilizar, por ejemplo, un teléfono móvil. Alejandra recorre caminos de tierra y va de un lado al otro del pueblo llena de conocimiento y ganas de empujar e impulsar las vidas de aquellos que por cuestiones ajenas a su voluntad se encuentran con el impedimento de escuchar y poder expresarse correctamente. Los debates nocturnos con su hermano, en el que un disparador como la viabilidad de un implante coclear o las diferencias entre las señas utilizadas en determinada provincia y localidad, enriquecen un relato estático y tradicional. Ada Frontini no destaca la puesta en escena, siempre el mismo encuadre, la misma luz, la misma dirección de la cámara, para mostrar la reiteración de algunas acciones por parte de la maestra en su cotidianeidad. Alejandra sube a su viejo Citroën destartalado y va a la escuela, trabaja con alguno de los alumnos, se relaciona con ellos profundamente fuera de la misma, cena con su familia y debate sobre su profesión. Ama profundamente su actividad, sino no se creería la impronta con la que asume sus responsabilidades y la paciencia y el esfuerzo que en cada fotograma Frontini puede desplegar la vocación y la pasión de la docente. Es interesante el juego que la directora realiza en varios momentos del filme de incorporarnos en la película hasta el punto de dejar de dialogar con palabras y colocar subtítulos para entender las señas y sólo exhibir charlas en las que las manos se apuran para formar frases y diálogos. En ese punto del filme sabemos todo sobre Alejandra y sus alumnos y queremos conocer más, o sino ¿por qué nos quedamos con la duda final sobre el envío correcto o no de un mensaje de texto al celular de la maestra?. Otro personaje quizás no llegaría tan directo como el de Alejandra y eso Frontini lo sabe y es la razón por la cual más que la Escuela (que brinda el nombre al filme) asistimos a una puesta en escena donde el recinto educativo queda en un segundo plano. En las manos, en los gestos, en cada detalle de las largas y extenuantes clases de apoyo y enseñanza, y también en la resistencia de los alumnos es en donde “Escuela de Sordos” marca una diferencia sobre otras películas de la misma línea y temática. Entrañable.
“Alejandra is a friend of mine from high school. She wanted to teach the blind, but the school for teachers of the blind shut down, so she became a teacher of Sign Language instead. She just wanted to teach and help. She’s a teacher, a friend, a mother... You could say she’s the one who protects the deaf in Bell Ville, the city in the Córdoba Province where I was born and raised. Showing her work, her commitment, her devotion is what I’m trying to do with this documentary. Among other things, I hope this film can be useful to grant official recognition to the school she founded with a group of parents some twenty years ago,” says Argentine filmmaker Ada Frontini about Escuela de sordos, her sensitive, truly emotive yet never sentimental opera prima that received the Best Director award at the Argentine competition of the last Mar del Plata International Film Festival. Apart from a valuable document, Escuela de sordos is a smart film. There are so many things that could have gone wrong in this delicate enterprise, and yet there’s not a single misstep. To begin with, most documentaries that portray people with disabilities tend to be so politically correct that little is said apart from the official discourse we all know. They don’t address their singularities, they don’t see them as individuals. Most documentaries treat people with disabilities as though they were utterly needy and fragile by definition, and so they demand that a stronger voice speak out for them. Sometimes they even picture them as though they were babies in need of overprotective mothers. Fortunately, you won’t find any of this in Ada Frontini’s respectable and respectful film. What you have here is a detailed account of some of the many steps involved in teaching the deaf, as though you were watching a class. Energetic and tireless, Alejandra, the teacher, the friend, and also the mother, dedicates her time to show others how to send a text message, how to improve their Sign Language skills, how to start from scratch, and, most importantly, how to have fun while learning. Very lucidly, there’s no room for solemnity here. That’s why there’s plenty of smiles and laughs instead. There’s love, affection, understanding and communication. That’s exactly what happens when what matters most are the bonds between people. In a sense, this is also a film about fighting loneliness. In cinematic terms, it’s equally interesting. Spoken and subtitled in Spanish, and also spoken in Sign Language, Escuela de sordos explores the very nature of language. Viewers get to witness entire conversations where not a single word is spoken, and yet it’s impossible not to feel they are conversations just like the ones you see or overhear in your daily life. It’s quite a surprise: a film about teaching deaf people that is most talkative, and in a very good way. You will surely get to know a lot more about a world that surrounds you and yet you almost never see. PRODUCTION NOTES Escuela de sordos (Argentina, 2013). Directed by Ada Frontini. Written by Pablo Checchi and Ada Frontini. With Alejandra Agüero, Juan Druetta, Joaquín Ferrari, Ivo Palacios, Juan Pablo Maidana. Cinematography: Ada Frontini. Editing Lorena Moriconi, Pablo Checchi, Ada Frontini. Running time: 72 minutes. At Malba, Figueroa Alcorta 3415. Sundays at 6pm. @pablsuarez
EL SILENCIO DE LO DIFERENTE Un encuentro entre amigos al aire libre: comida, sol, charlas de sobremesa, picadito y la foto grupal. Pero, en este caso, las charlas son diferentes: no hay palabras ni sonidos sino que se efectúan por señas en el lenguaje de los sordomudos. Escuela de sordos es la primera película de la cordobesa Ada Frontini, quien ganó el premio como mejor directora de largometraje argentino en el Festival de Mar del Plata. Alejandra Agüero, “Ale” como se la llama durante la película, es maestra y responsable de la Escuela Municipal de Discapacitados Auditivos “León Luis Pellegrino”, ubicada en la localidad cordobesa de Bell Ville. Allí, como profesora, enseña a niños y jóvenes no sólo a leer y a escribir sino también los guía para el desenvolvimiento futuro en la vida. Como directora, Ale recibe a personas sordomudas e hipoacúsicas de diferentes edades (en tanto descubren que tienen problemas auditivos) no sólo de Bell Ville sino de varias zonas de los alrededores. Más allá de la cantidad de alumnos del establecimiento, Frontini toma como ejes del relato, por un lado, a tres chicos (un niño y dos adolescentes) y, por otro, a Juan Druetta, un referente internacional de la comunidad sorda argentina. Estas guías afirman el desdoblamiento de Ale. En el primer caso, por ejemplo, cuando ayuda a un joven a aprender a enviar mensajes de texto con el celular o cuando le enseña a otro las partes del cuerpo. Pero, al mismo tiempo, Ale aboga por el futuro de sus alumnos. Intenta aconsejarles para que estudien en la facultad o que encuentren trabajo y, además, procura alentarlos para que consigan los certificados correspondientes por discapacidad. En el segundo caso, Druetta podría figurarse como la representación “autorizada” externa e institucional. Con él Ale puede hablar no sólo acerca del LSA (Lenguaje de Señas de Argentina) sino acerca del desarrollo de nuevas tecnologías. También se pone el acento en los dos grupos de hablantes del LSA: por un lado, aquellas personas que nacieron sordas y lo aprenden; por otro, quienes son oyentes (o lo fueron) y lo practican. Dentro de este grupo surge el problema, expuesto por Druetta, de la invención de palabras que impide una completa universalización del LSA. Frontini apuesta a planos fijos y largos y a la cotidianidad. De esa manera, acerca al espectador a una realidad de experiencias diferentes de forma natural. Para afianzar esa naturalidad se apostó por un extenso proceso de rodaje en el que a lo largo de más de un año, la directora y un reducido equipo técnico realizaron viajes frecuentes a la zona con el fin de lograr imágenes espontáneas sin las contaminación, inevitable, de la presencia del equipo. Además durante todo el filme aparecen subtítulos tanto de sonido ambiente como de los diálogos en la escuela o en otros espacios. Recurso que a pesar de habilitar una esfera de armonía presenta algunas dificultades para los espectadores quienes, al no estar familiarizados con el LSA (y tampoco con todas las personas del documental) deben optar entre leer los diálogos o mirar las acciones y a sus protagonistas. Las decisiones de la directora de Escuela de sordos se alejan de miradas crudas o efectistas a la hora de mostrar el trabajo de Ale. Al contrario, apelan a conocer otras realidades desde la propia experiencia y a tratar de insertarlas dentro de nuevas lecturas y aproximaciones del espectador. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
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