Mucho más que un juego de niños. En este debut del director Papu Curotto coexisten dos películas, por un lado la que desarrolla la historia de amor entre Matías y Jerónimo, quienes se reencuentran tras varios años de ausencia en Paso de los Libres, y por otro un film sobre las amistades devenidas despertares sexuales, con diferencias de contextos y realidades. Para quienes estén familiarizados con el cortometraje de 2014, Matías y Jerónimo, la premisa que gira en torno a la propuesta de Esteros toma como punto de partida aquella historia de verano entre amigos como un fuera de campo para avanzar en el tiempo y volver a los mismos personajes con los mismos juegos ya no inocentes, a los roces del pasado pero en otro tipo de escenario tanto a nivel familiar como social. Matías llega al reencuentro con su amigo completamente adaptado a la vida de novio y a la dinámica de un país diferente como Brasil donde trabaja para una empresa en el desarrollo de un proyecto relacionado con la soja, algo que tiene ribetes comerciales más que científicos desde su rol de biólogo. Jerónimo en cambio se quedó en el lugar, se relacionó con el cine y los efectos especiales y parece no haber cambiado demasiado en cuanto a sus expectativas y defensa a ultranza de su libertad sexual e individual. Sin embargo, luego de los recuerdos y anécdotas de aquella infancia en donde los sutiles juegos de amigos venían acompañados de otras intenciones y exploraciones, siempre en secreto, no tardan en llegar reclamos y reproches desde ambos aunque siempre en un clima de camaradería y tensión en constante aumento. Los terceros dentro de este acercamiento entre Matías y Jerónimo no representan un obstáculo en sí mismos, sino un reflejo distorsionado de aquello que ninguno de los dos está dispuesto a modificar sin el sacrificio requerido. En constante lucha entre el deseo y el deber, la balanza para Matías arrastra el mayor peso, dado que su presente se encuentra afuera y no adentro. En el eterno dilema entre querer lo que no se tiene y tener lo que no se quiere transita Esteros, con sutileza en el tono elegido por su director pero con la idea de asumir desde la propuesta que se trata de una película que más allá de proponer una historia de amor entre dos hombres no escapa a los lugares comunes del cine gay, con sus conflictos y limitaciones en términos narrativos. Las actuaciones de Ignacio Rogers y Esteban Masturini son el punto clave para que la historia funcione.
Amores como el nuestro. En los últimos años, el cine de temática LGBT tuvo una apertura cuantitativa, de la mano de directores que hoy son insignia como Marco Berger, Martín Farina, o Albertina Carri; hasta se logró la creación de un festival propio como el Asterisco, de reconocimiento internacional. Pero no solo se creció en la cantidad de películas, también se evolucionó respecto a los tratamientos. Si uno analiza, hasta comienzos del Siglo XXI, historias de amor homosexuales en el cine argentino eran las ochentosas, pudorosas y telenovelescas, Adios, Roberto y Otra Historia de Amor; o en todo caso, algún melodrama cuya historia oculta podría dejar entrever que se trataba de personajes del mismo sexo, como el mito detrás de Safo, historia de una pasión. Pero desde el arribo de obras como Plan B o Solos; pareciera que se está escribiendo una nueva página en nuestra filmografía respecto a este tema; y en este contexto es estrenada Esteros, que tuvo durante 2016 un interesante recorrido por festivales, alzándose con los premios del público y mejor director en Gramado, y mejor montaje en Tres Fronteras. La historia de Esteros es sencilla. Narrada en dos planos temporales, Matías y Jerónimo (Joaquin Parada, y Blas Finardi Niz, respectivamente) se conocen de chicos, como los hijos de dos familias amigas que viven los Esteros del Iberá en Corrientes. Entre ellos hay una profunda amistad, y también la sensación de qué, aunque chicos, puede evolucionar en algo más. Algo sucedió, la familia de Matías emigró a Brasil en épocas en las que el país vecino parecía el paraíso para quienes buscaban aprovechamiento económico; y los chicos no volvieron a verse; hasta ahora. Matías (Ignacio Rogers) regresa al país, y a Iberá; no está solo, lo acompaña su novia Rochi (Renata Calmon), brasilera. Querrá el destino, o las casualidades del guion, que Rochi conoce a Jerónimo (Esteban Masturini), que ahora trabaja haciendo efectos de maquillaje artístico, y solicita de su ayuda para una fiesta de disfraces. Matías y Jerónimo se cruzarán y nacerá la posibilidad, o no, de continuar con aquello que quedó (re)frenado. Es imposible no ver Esteros y recordar el cine de Marco Berger, en especial Hawaii, posiblemente la mejor de sus películas. Pero a diferencia de aquel, Curotto, y el guionista Andi Nachon, nos hablan más del amor eterno que de las pulsiones sexuales. En los diálogos se dejan ver claramente frases que podrían enmarcarse y utilizarse como regalo para el Día de San Valentín; hay un juego de tensión constante entre ambos, pensado en un plano de formalización de la pareja. Por supuesto, el hecho de que Matías tenga pareja heterosexual servirá para hablar de lo reprimido, de aquello que no queremos asumir; de mismo modo funciona la línea argumental entre los niños y la mirada de los amiguitos de Matías. No habrá tantas lecturas sociales como en el cine subcutáneo del director de Taekwondo. Los Esteros del Iberá serán un marco ideal para esta historia, y la fotografía a cargo de Eric Elizondo la aprovecha al máximo, con planos abiertos, de contrastes claros. Uno se imagina que, de transcurrir en una ciudad, la historia sería otra. Rogers y Masturini exponen buena química mutua, pero quienes reamente sorprenden son Parada y Finardi Niz, gestuales y demostrativos a lo que propone el juego. Roles secundarios a cargo de María Merlino y Marcelo Subiotto, acompañan correctamente. Un apartado para la banda sonora compuesta casi por una sola canción, clásico de Los Charros, que servirá como leit motiv y hasta escucharemos una reversión final a cargo de Leo García; un condimento más que adecuado para esta película que más que de una cuestión de géneros, habla del deseo de querer pasar la eternidad con ese ser especial. Conclusión: Esteros es un producto digno de una época en que nuestro cine muestra una apertura sin tapujos y que se permite tratar una historia homosexual lejos del taboó. Para nuestra satisfacción lo hace con correctos rubros técnicos, y una delicadeza tal que nos convence de estar viendo algo más que un buen film.
La ley de deseo En 2014 Papu Curotto realiza el cortometraje Matías y Jerónimo, cuya trama versaba sobre la amistad entre dos chicos, amigos desde la infancia, que habían creado una alianza donde el juego inocente se mezclaba con el deseo homoerótico del despertar sexual, pero que ante una circunstancia particular esa relación se verá interrumpida. Años después volverán a encontrarse en Esteros (2016). Corría el fin del milenio cuando Matías (Joaquín Parada) y Jerónimo (Blas Finardi Niz) eran dos pre adolescentes que disfrutaban de la vida en Paso de los Libres. La amistad entre sus padres los había llevado a crear un fuerte lazo que a medida que crecían se iría convirtiendo en un deseo sexual explicito imposible de reprimir. Entrados en la adolescencia, la vida los llevaría por caminos diferentes cuando los padres de Matías se vayan a vivir de a Brasil y la ambigua relación se vea interrumpida. Mas de 10 años después Matías (Ignacio Rogers) regresa en medio del carnaval. Él con novia y con un presente exitoso en el ámbito de la biología, parece ser otro. Mientras Jerónimo (Esteban Masturini), gay asumido, no ha podido olvidarse de ese pasado idílico. Curotto retoma la idea del corto para ahondar en lo que pasó con esos personajes durante el tiempo que no se vieron y como funcionaron interiormente frente a la sociedad. Jerónimo, que se quedó en el pueblo, no tuvo problemas en asumir su verdadera identidad y vivirla libremente. Mientras Matías, que se fue a un país donde lo sexual no es tabú toma una postura heterosexual. En ese sentido, el director trabaja la historia desde un punto de vista opuesto al lugar común en el que podría haber caído. Si el que se queda reprime y el que se va asume lo que sucede en Esteros pasa todo lo contrario. En ese sentido también hay una decisión particular de cómo mostrar a las actitudes de los lugareños frente a esa elección y como fue mutando con lo que sucedía hace algunos años atrás. Curotto no solo cuenta una historia de amor entre dos chicos sino que también de manera subyacente aborda como una serie de decisiones políticas influyeron en ese cambio de paradigma de la sociedad frente a lo gay. Otra decisión del director es qué y cómo mostrar un espacio que de que por sí posee una belleza natural ideal para el relleno de cualquier historia. Pero Curotto lo utiliza siempre como un acompañante de la historia y no como un protagonista más. La cámara está siempre en los personajes. Los sigue, los indaga, los muestra en sus más íntimos detalles, en cada gesto, cada mirada, cada roce. Aun cuando abre el plano lo principal son ellos y no el paisaje circundante. Hasta rehúsa aprovechar el colorido del carnaval y lo muestra como un hecho más y sin la importancia real de lo que significa para el lugar. Lo trascendental es que les pasa a los personajes y el punto de vista estará sobre ellos y no sobre que los rodea. Esto hace que todo el peso recaiga en los actores que logran salir airosos ante tal reto. Ambas parejas (niños y adultos) logran no solo una credibilidad natural sino también hacernos creer que bien podrían haber sido las mismas personas. Esteros es una película de amores reprimidos que fueron y volverán para hacerse carne. Pero no solo eso. También habla de contextos sociales y cambios de épocas. Aunque solo sea implícito y el eje esté puesto en el deseo terminará siendo tan importante como la trama central.
Una historia de atracción y deseo postergados en el tiempo es el puntapié de este cálido relato que cuenta una historia de amor entre dos amigos de la infancia. Basada en su cortometraje Matías y Jerónimo, el director Papu Curotto salta al largometraje con la misma temática: la búsqueda de la identidad sexual a través de una historia de deseos postergados a lo largo del tiempo. Esteros cuenta la historia de dos niños que pasan sus vacaciones familiares en Pasos de los Libres, Matías y Jerónimo, a quienes el destino separa porque el padre del primero se debe instalar en Brasil por cuestiones laborales. Los chicos crecen entre bailes, baños y películas, y el deseo no tarda en aparecer. El relato, cruzado por los prejuicios familiares y alimentado por miradas cómplices y silencios, encuentra a estos personajes diez años más tarde, encarnados por Ignacio Rogers y Esteban Masturini, pero la situación es distinta: Matías está en pareja con una brasilera y trabaja como biólogo, mientras que Jerónimo, declarado homosexual, se dedica al mundo del cine. Ellos son adultos pero el paréntesis que atravesaron no cambió sus sentimientos. En un escenario natural pantanoso donde las lluvias repentinas no parecen lavar el deseo contenido, Esteros juega con la idea del reencuentro y de las relaciones postergadas por diferentes motivos en una película que también se codea con el cine de temática gay desarrollado por el realizador Marco Berger. Sin otras intenciones que las de entregar un relato sencillo, sin estridencias y con una cámara que está siempre cerca de sus protagonistas, la propuesta se muestra complaciente en su desenlace, alternando pasado y presente, y en medio de aguas tranquilas que se siguen agitando debajo de la superficie.
La opera prima de Papu Curotto, con guión de Andi Nachón refleja una delicada e intensa historia de amor que queda trunca por miedos y prejuicios familiares. La relación de Matías y Jerónimo comienza desde que son chicos y hasta la adolescencia donde nace el deseo entre ellos. Luego se separan. Uno queda en el lugar, asume su preferencia sexual gay y el otro regresa después de diez años casado con una bella heredera, transformado en un ejecutivo exitoso en Brasil. Pero en Paso de los Libres se produce en reencuentro con ese amigo tan querido y el descubrimiento de la posibilidad de una segunda y liberadora oportunidad. Bien actuado por Ignacio Rogers y Esteban Masturini, con Esteban Subiotto en un papel secundario. La historia posee frescura, sensibilidad y potencial. Como esos sentimientos, que liberados, se abren paso.
“Un amor como el nuestro, no debe morir jamás”, dice el estribillo de la emblemática cumbia de Los Charros que suena en un par de escenas de Esteros (2016). Y mucho menos si ese amor data de la preadolescencia, en plena etapa del despertar sexual. Esa intensa experiencia vivieron Matías (Ignacio Rogers) y Jerónimo (Esteban Masturini), la cual fue abortada por designios patriarcales y capitalista. Matías se muda a Brasil con su familia; allá crece, estudia, desarrolla una carrera y se pone en pareja con una mujer. Matías se queda en su pueblo Paso de los Libres, con una identidad sexual asumida y tratando de sobrevivir de lo que le gusta. La adultez los vuelve a cruzar para un carnaval. Uno mantiene la frescura de la infancia, el otro parece que la perdió completamente. La historia se va desarrollando en dos tiempos (la niñez y la actualidad), pero como todo lo que ocurre en los primeros años de vida, no desaparece por completo, se quedó dando vueltas por algún lado. La tensión sexual vuelve a aflorar entre ambos. La cámara juega con esta química y en relato se va volviendo hipnótico, sobre todo cuando nos lleva a ese mágico lugar en el mundo llamado Esteros del Iberá. Los planos juegan con el paisaje y la libertad en la que viven “los bichos” en ese sitio y el deseo contenido de sus personajes, que solo se animan a revivir situaciones lúdicas de la infancia y hacerse algún que otro reclamo de épocas remotas. Una sólida construcción del relato que carece de roles estereotipados con relación a la orientación sexual de los personajes. El conflicto de Matías no es en relación a su sexualidad, sino a Jerónimo, como aquella primera experiencia sexual y amorosa de la cual no tuvo la posibilidad de elegir por mandato de su padre. Pero como dicen Los Charros, por más que la heteronormatividad imponga lo suyo, hay amores que no deben morir jamás.
La vuelta al lugar feliz La juventud, el despertar de la vida. Muchas de las cosas que pasan allí nos marcarán por el resto de la adultez. Para bien, para mal, la forma de percibir el mundo comienza allí y si bien no es absolutamente determinante, sí entrega el marco para continuar. Para Esteros, su director Papu Corotto decidió continuar el camino del cortometraje “Matías y Jerónimo”(2015). Los personajes se llaman igual pero la idea de la amistad de infancia se expande a algo más concreto que lo que el corto muestra. Este trabajo se intercala entre el pasado y el presente, y ahí hay una distancia marcada por el paso del tiempo y por la radicación de Matías (Ignacio Rogers) en Brasil. Más allá de los deseos, las personalidades están muy claras. Uno lleva su vida como quiere; Jeronimo (Esteban Masturini) hace muñecos para locales, escribe guiones y es abiertamente gay en Paso de los Libres. Mientras tanto, Matías vive en Brasil con su novia, trabajando en un proyecto relacionado con la soja puramente por plata y no por la vocación. El bello paisaje de Los Esteros es un protagonista más. Es el escenario en el cual la infancia de Matías (interpretada por Joaquin Parada) y Jerónimo (Blas Finardi Niz), muestran sus inocentes juegos que irán tomando otro color. Ahí, en ese lugar, tomando en cuenta lo técnico y lo narrativo, el film brilla. También en la dirección y en elección de los planos, para fortalecer el eje de la corporalidad de los actores. La continuidad y la química entre las dos parejas de actores es uno de los puntos fuertes, aunque la incomodidad de esos silencios claves se expresa demasiado tosca. Se trata de una historia de amor sin sorpresa, es una película que muestra el camino y no se desvía, por eso puede funcionar demasiado tanto para el cine gay, o para el género romántico y no para los de afuera. La musicalización (con el tema de los Charros como central) fue acertada para mostrar su objetivo. Esteros se encuentra llena de simbolismos para los protagonistas, se centra en ellos y más en su sentir. Nada de lo que interponga entre los protagonistas y el paisaje, tiene sentido en la película. Mucho de ese juego que suele tener el cine gay de los últimos años, marcado en directores como Marco Berger, se hace más que elocuente. De alguna forma, Esteros suena a algo muy familiar y por eso resta. Sin embargo, lo simbólico del trabajo lo hace redondo y eso juega a favor. El guión no hace agua en su objetivo central, y si bien parece un poco brusco el desarrollo de la escena más importante, también muestra que el deseo explota aunque el consciente no quiera. Es impulsivo y contradictorio. Esteros es un trabajo simple pero necesario para entender, que a veces,en la vida, no hay dar tantas vueltas cuando algo está ahí. Y menos con el amor. Pero, lo hemos visto tanto y el mundo es tan raro que el cinismo quizás nos venció.
Esteros, la película de Papu Curotto, es una historia sobre el primer amor y la presencia infalible que éste marca en la vida de dos jóvenes que se reencuentran en su Corrientes natal. Matías y Jerónimo eran mejores amigos durante la infancia y en el inicio del pasaje a la adolescencia, en el pueblo de Paso de los Libres, Corrientes. Jugaban, reían, se entendían sin hablarse siquiera. Hoy ya son dos adultos y viven alejados, no volvieron a verse. Pero cuando uno llega de Brasil para el carnaval junto a su novia y la promesa de un trabajo importante esperándolo allá a su regreso, se reencuentra con el joven que ahora hace maquillaje, fx y algunas cositas más relacionadas a lo que le gusta, el cine. Curotto relata esta historia de amor (“amores como el nuestro quedan ya muy pocos”, como canta la canción que suena y se resignifica a medida que vuelve a sonar) a través de dos tiempos paralelos: el que los tiene a ellos como pre-adolescentes, y el que los reencuentra ahora como dos adultos. El guión juega entre estos dos tiempos intercalándolos y así, a medida que reconstruye esa historia de su pasado, también va construyendo esta nueva, irremediablemente marcada una por la otra. Al comienzo del film y de las escenas que los muestran en aquel verano idílico para ellos, todo indicaría que Esteros iba a ser un film que respirara mucho del cine de Marco Berger. No obstante, a medida que éste se va sucediendo y las historias comienzan a delinearse, se deja en claro que lo de Curotto no es un histeriqueo constante, una seducción sutil entre ellos, sino que son dos personajes simplemente siendo, que cada vez se encontraron más cerca entre sí. El despertar sexual los encontró juntos, pero esa adultez semiarmada de repente también. Interpretada desde una naturalidad y frescura que la hacen percibir muy auténtica, el film además aprovecha las bellas locaciones de los Esteros del Iberá para terminar de construir esta historia de amor y deseo.
Retrato de mesura y sensibilidad Papu Curotto define con sencillez y autoridad su primer largo. Y también con la cordura y la sensibilidad que no suelen abundar en films que apuntan a los sentimientos que animan las relaciones homosexuales. "Más allá de ser una película gay -dice-, Esteros es una historia de amor. No de cualquier amor, sino de ese que nos marcó porque quedó pendiente y retumbando en algún lugar de nuestra cabeza. Y también la historia de un despertar a la sexualidad, una sexualidad sin prejuicios, porque el deseo existe incluso antes que la noción del sexo." Como la que viven Matías y Jerónimo, que empezó de chicos cuando disfrutaban de su mutua compañía, que por algún motivo siempre era preferible a la de los otros chicos, sin que hubiera en ello explicación clara, por lo menos no en esos tempranos tiempos, en especial los veranos correntinos que pasaban juntos, uno invitado infaltable en la casa de la familia del otro en Paso de los Libres, cerca de los esteros, repetido escenario de sus juegos, formas de manifestarse mutuamente el cariño que los unía. Aunque no se lo subraye, algo del prejuicio (una mudanza) ayuda a interrumpir la relación, y cuando años después los dos se reencuentran en los esteros, uno tiene novia y el otro ha asumido su sexualidad, pero el afecto y la atracción perduran. La historia no innova demasiado, pero la mesura y la sensibilidad de guion y dirección y la química que aportan los actores enriquecen el film, que no carece de atractivo visual.
CORRIENTES DE AMOR Esteros viene de recorrer el circuito de festivales LGBT, lo cual movería a priori a calificarla como una película gay como si de la adscripción a un género se tratara. Y si bien es cierto que lo que está en el centro de su trama es una relación homosexual, la historia de la película intenta, y en cierta medida logra, trascender la temática gay y abordar en su transcurso temas más universales. Se trata de la historia de Matías (Ignacio Rogers) y Jerónimo (Esteban Masturini), amigos de la infancia en la ciudad de Paso de los Libres, Corrientes, que en la pubertad, ese momento bisagra de irrupción del deseo, empiezan a sentir que su amistad parece ir virando hacia otra cosa que todavía no saben bien qué es, hasta que su relación se ve truncada por la decisión de los padres de Matías de mudarse a Brasil. Así pasan los años separados y sin contacto alguno hasta que, ya adulto, Matías vuelve de visita a Paso de los Libres durante el carnaval junto a su esposa y allí se reencuentra con Jerónimo, despertándose entonces los recuerdos, las dudas, y la tensión amorosa y sexual que habían quedado pendientes y se revelan como todavía presentes y actuales. Ambos personajes ya habían hecho una primera aparición en el cortometraje de 2015 del mismo director, Papu Curotto (aquí la entrevista), llamado precisamente Matías y Jerónimo, quienes en su versión pre-púber presenciaban, durante el carnaval en la misma ciudad, la paliza que una patota le propinaba a un joven homosexual. En aquel corto era más pesada la problemática de la homofobia, que no es el tema de Esteros donde esta no se percibe de manera evidente salvo por las miradas desaprobatorias del padre de Matías al presenciar los juegos demasiado cercanos y ambiguos de su hijo con su amigo. En realidad aquí el conflicto con la homosexualidad es más bien un proceso interno de Matías, en su miedo y su dificultad de asumirse, en el intento de huida de sí mismo y de su propio deseo. Pero el de la sexualidad no es el único conflicto que el personaje enfrenta, ya que el mismo estudio Biología con la intención de trabajar en los esteros de su infancia y terminó utilizando su título y su conocimiento para trabajar en investigación de soja transgénica en la empresa de su suegro. Es por eso que además tiene que vérselas con el malestar ante la renuncia a su vocación y a su lugar en el mundo. Todo eso es lo que va a entrar en crisis con el encuentro con su viejo amigo. Contada desde el presente adulto y con continuos flashbacks a los días del fin de la infancia previos a su separación, lo más logrado que el film ofrece es retratar y transmitir la tensión entre los personajes. En los chicos una tensión en medio de juegos presuntamente infantiles que se cargan de un elemento que todavía no logran comprender pero que se vuelve cada vez más innegable e incontenible. En los adultos una tensión amorosa y sexual, ciertamente, pero también en el caso de Jerónimo, quien asumió libremente su sexualidad pero nunca pudo formar una pareja estable, el resentimiento por sentirse abandonado y traicionado, y en el caso de Matías la tensión ante su propio deseo y la culpa y el miedo a abandonar su estado de seguridad. Esteros es una película sin estridencias, con una puesta sobria, sin música que remarque salvo la que los propios personajes escuchan y con pocos movimientos de cámara. Hay si un trabajo más notorio en la fotografía en lo que hace al paisaje de los esteros, el marco de lo que fue y ahora vuelve a ser la historia de estos personajes y que adquiere entonces particular protagonismo. Por su planteo, el mayor peso de la película recae en los actores tanto los chicos como los adultos. Es notable el trabajo en ambos casos ya que logran transmitir con empatía y verosimilitud ese universo interno que no alcanza a expresarse en palabras, esa tensión todo el tiempo contenida y a punto de estallar. El tema de la película es la identidad en una acepción que no se aplica solamente a la sexualidad. Es cierto que hay algo de un romanticismo un poco naif en esa propuesta de seguir los sueños, pero esta se presenta a través de personajes creíbles y desde una intención que se percibe honesta y sensible. ESTEROS Esteros. Argentina. 2016. Dirección: Papu Curotto. Intérpretes: Ignacio Rogers, Esteban Masturini, Joaquín Parada, Blas Finardi Niz, Renata Calmon. Guión: Andi Nachon. Fotografía:Eric Elizondo. Edición: Luz López Mañe. Duración: 83 minutos.
Cuando una noche tibia nos conocimos. Una historia de amor y erotismo precoz que ha quedado trunca conforma la espina dorsal del film, nueva demostración de la vitalidad del cine con temática GLBT en nuestro país. Las cosas nunca dichas resultan tan relevantes como aquello que es explicitado. Rodada íntegramente en la localidad correntina de Paso de los Libres, la ópera prima en el largometraje de Papu Carotto retoma algunas ideas de un cortometraje previo (Matías y Gerónimo) para narrar el reencuentro de dos amigos de la infancia, distanciados durante algo más de una década. Esteros comienza con la visita de Matías (Ignacio Rogers, el protagonista de El pasante) a su pueblo natal, acompañado de su pareja, una chica brasileña con la cual parece mantener una relación estable y duradera. El azar define que Matías se encuentre con Jerónimo (Esteban Masturini) luego de todos esos años de alejamiento y el film acompaña la inesperada situación con el primero de una serie de flashbacks hacia un verano que se revelará inolvidable, por razones muy diversas e incluso contradictorias. La profunda amistad de los chicos, a punto de terminar sus estudios primarios, comienza a evolucionar hacia algo distinto a medida que la atracción física entre ambos se hace cada vez más evidente, ante la mirada de algunos de los adultos que los acompañan en esa chacra cercana a los esteros. Esa historia de amor/erotismo precoz que ha quedado trunca, por razones que el film dará a conocer más temprano que tarde, conforma la espina dorsal del film, nueva demostración de la vitalidad del cine con temática GLBT en nuestro país. Pero Curotto no parece estar interesado en bajar línea, sino en enfrentar a sus personajes a ciertas decisiones del pasado y del presente que, más allá de sus particularidades, no dejan de ser universales. En ese sentido, Esteros es tanto un coming-of-age (en este caso, un relato sobre el paso de la infancia a la juventud) como un posible coming-out-of-the-closet: si Jerónimo, que se dedica sin demasiado éxito a los efectos especiales para el cine, ha asumido su condición homosexual abiertamente y ante todo el mundo, la situación de Matías es muy diferente. Un imprevisto viaje a ese lugar en el mundo donde, una década atrás, surgió la atracción, permitirá que ambos jóvenes vuelvan a verse ante la necesidad de tomar decisiones que afectarán tanto el presente como el futuro. El realizador establece y sostiene durante gran parte del metraje un acercamiento intimista al derrotero del dúo, a partir de una narración convencional pero atenta a los detalles: si bien los diálogos tienen una importancia esencial, las miradas, los roces y las cosas nunca dichas resultan tan relevantes como aquello que es explicitado. La tensión narrativa (y también la emocional y física) entre los protagonistas va en aumento a medida que la posibilidad cierta de un segundo capítulo de la historia comienza a tomar forma, y Curotto encuentra la manera de transmitir la compleja relación entre ambos de manera sutil, pero, al mismo tiempo, evita cualquier clase de eufemismo o ambigüedad. La sociedad ha cambiado y también lo ha hecho el cine: estamos a años luz de aquellas “otras historias de amor” de hace apenas tres décadas. Si el deliberado apuro en el cambio de tono de las escenas finales de Esteros inhabilita o no sus logros previos, dependerá de la sensibilidad de cada espectador.
Sensible y puntillosa, esta película retoma personajes de un corto previo del director, Papu Curotto. Son dos amigos de Paso de los Libres, Matías y Jerónimo, entre los que surge el deseo mientras juegan y participan de carnavales, con la naturalidad con la que la orientación sexual incipiente asoma en la infancia. La mirada prejuiciosa de los adultos a cargo y luego el paso del tiempo, que los distancia -la familia de uno se va a vivir a Brasil-, hace que el reencuentro tiempo después esté cargado de incertidumbre. Sin grandes ambiciones ni virtuosismo, que mira desde el cariño a sus personajes.
Los nuevos lugares comunes Esta película del debutante Papu Carotto transcurre entre la Reserva Natural Laguna Brava y Paso de los Libres, la tierra que vio cruzar a los 108 valientes, la que presenció la batalla de Arroyo Yatay (hasta allí habían llegado los paraguayos), la patria chica de Ernesto Montiel y del doctor Frondizi, la de los primeros carnavales a la brasileña que hubo en Argentina. Todavía se mantiene la tradición de esos carnavales. En esta película se ve un poco de la laguna, dos planitos de la fiesta y nada del resto. Además, los esteros del Iberá quedan a 238 kilómetros, pero en cambio hay una chacra llamada "Los esteros", donde pasan sus vacaciones dos amigos inseparables, que experimentan ciertas inquietudes sexuales. El padre de uno los mira con desconfianza homófoba, los del otro sonríen con afecto (¿hacía falta pintar que el homófobo encima es privatizador y que los otros aman su terruño? ¿Este detalle habrá contribuido a la obtención del premio Raymundo Gleyzer que ostenta la película?). Ahora uno de los chicos es un flaco caracúlico que vuelve con su novia, o tiene esa cara porque vuelve con su novia, que es una flaca inocente, paciente y cariñosa. Y el otro se ha vuelto maquillador. Se encuentran y reinician las inquietudes. Hay una hora de amagues indirectos, diálogos tiesos y ritmo plano, y de pronto llega la resolución entre penumbras. Luego el enojado vuelve donde está la novia, la escucha llorar detrás de la puerta, y en vez de entrar le pregunta: "¿Estás ahí?" En otro momento daría gracia, pero a esa altura el espectador ya ha de estar durmiendo.
Esteros: algo entre dos La película nacional más destacada de la semana se adentra en un tierno romance gay que no fue pero protagonistas tienen una nueva oportunidad. El cine nacional continúa dándonos películas para reflexionar sobre el amor. En este caso, llega a las pantallas argentinas “Esteros”, una película de Gerardo “Papu” Curotto, que hace dos años estrenó “Matías y Jerónimo”, un cortometraje que ya tocaba la temática gay con personajes que tenían nombres e historias similares a los de este film. La historia de “Esteros” transcurre en dos tiempos, que el director va utilizando sabiamente para darle mayor profundidad al relato. Matías regresa junto a su novia brasilera a Santiago del Estero tras una década afuera del país y se reencuentra con Jerónimo, su gran amigo de la infancia con quien siempre hubo una cierta tensión sexual, que él aduce a su condición de adolescente. Pero lo que Matías niega, Jerónimo lo tiene muy asumido y por eso buscará retomar esa relación aunque más no sea en el plano de la amistad con tal de seguir viendo a Matías. En el medio, se entremezclan historias de las dos familias de origen de los jóvenes en el que se deja entrever el ámbito socio político en el que se desarrolló su amistad. El film, a pesar de estar narrado en dos tiempos, utiliza una estructura sencilla para contar este romance, que visto desde ambos puntos de vista está rodeado por un halo propio de las telenovelas, aunque despierta la ternura el espectador en ocasiones. A diferencia de lo visto el año pasado en “La Noche del lobo”, este film, que aborda abiertamente la temática gay, sí puede ser visto por todo tipo de públicos sin más prejuicio que el de ver una buena historia muy bien contada.
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Tras muchos, muchos años sin verse, un día, en medio de una fiesta, Matías (Ignacio Rogers) y Jerónimo (Esteban Masturini) se reencuentran. Disfrazados se sorprenden de verse, porque en el fondo saben que su historia fue cercenada por el entorno y nunca pudieron hablar del tema. Ha pasado mucho tiempo desde que el último juego, la última palabra reconfortante, el último acercamiento entre ellos pasó. Ha corrido mucha agua bajo el puente, como suelen decir y la nueva y sorpresiva reunión es tan inesperada, disruptiva, chocante, pero también, en lo más profundo de cada uno, deseada. Ese encuentro los acercará, una vez más, a debatirse sobre su identidad sexual y, principalmente, sobre cómo avanzar con decisiones que impactan a algunos en un pequeño pueblo en la frontera con Brasil, que nada entiende de amores, y mucho menos de aquello que siempre estuvo entre ellos y que nunca los abandonó. "Esteros" (2016) de Papu Curotto, es una historia sentida y profunda sobre cómo la mirada de otro termina estableciendo un camino de inconformidad en el que, el destino, inevitablemente volverá a tomar partido y a inclinar el tablero para que esta amistad, que devino en tardes de descubrimientos, juzgamientos familiares y negativa a comprender que siempre el camino correcto deba ser seguido, se revele como aquello que nunca debieron negar. Matías llega con su novia al Paso de los Libres, con el recelo de la oportunidad de participar en una fiesta, sabiendo que en cualquier momento el pasado lo sorprenderá para que tome una decisión, aquella que no se animó a defender hace tiempo, tal vez obligado por la decisión de sus familias de apartarlos. Curotto construye este relato, basado en su propio cortometraje “Matías y Jerónimo”, en el que dos niños entre juegos, verano y carnaval, se asomaban a su identidad sexual, pero en esta oportunidad, la necesidad de avanzar con los personajes para saber qué pasó con ellos explorará a través de flashbacks el pasado, para sumarlo al presente de ambos. La cámara como testigo, buceará en los niños y en los adultos, uno gay, el otro con dudas, para construir una narración tradicional en la que el conflicto latente sobre la asunción no de la sexualidad marcará el ritmo digresivo del relato. El director logra climas íntimos, atmósferas nostálgicas que evocan a la infancia, al momento del receso escolar, al río y las tardes eternas con amigos, pero además utiliza ese tratamiento para poder, además introducir al espectador en la relación de Matías y Jerónimo, guía de la historia. La decisión de evitar quedarse con la postal por parte de Curotto, para siempre acompañar a sus personajes, rodearlos, mostrarlos, detenerse en los pequeños detalles que realizan, en sus rostros, miradas, acercamientos, es tal vez uno de los hallazgos más importantes de la película. Pero si hay que criticar algo al director, es el pudor con el que trata algunas escenas de encuentros íntimos, reflejadas con una mirada que tal vez atrase en cuanto al avance que en el último tiempo se realizó en el cine LGBT, más allá que sería un error tomar este film como una película gay, porque realmente de lo que habla “Esteros” es de decisiones, de personas, del amor entendido como la entrega al otro y de una pasión que nunca se apagó.