Senegal en Argentina Estoy acá (Mangi Fi) se centra en la inmigración de senegaleses en Argentina de la cual se sabe poco y nada. Este documental de Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik sigue de cerca a Ababacar y Mbaye, dos inmigrantes del país africano, amigos entre sí y con destinos opuestos: mientras uno se afianza en el país, el otro decide regresar a su tierra con su familia. A partir de ambos conocemos su cultura, sueños y motivos. Era hora que una película argentina se interese por contar los pormenores de la inmigración senegalesa. Una cultura que desconocemos y nos es ajena. Sin embargo, estas personas tienen las mismas expectativas de futuro que nosotros, retratadas a través de los dos protagonistas. El documental se plantea de manera convencional, al seguir por un lado el relato de Ababacar, desde que llega hasta su afianzamiento como “negro-blanco” (denominación senegalesa al hombre de raza negra que adopta la cultura del hombre blanco), y por otro lado el de Mbaye, quien luego de “caminar durante 5 años” vendiendo relojes y anillos en las calles de Buenos Aires decide retornar a Senegal con su familia. Ambas experiencias configuran un retrato de las experiencias de estos jóvenes que vinieron en busca de un futuro mejor, tanto para ellos como para las familias que dejaron allá. La cámara de los directores los sigue de cerca –literalmente- con la cercanía y confianza para abrirse interiormente. Puede criticársele a Estoy acá (Mangi Fi) ser demasiado convencional en su narración, e incluso por momentos un tanto reiterativa. Dicho esto, su propuesta es interesante, es la primera en abrir un panorama amplio sobre el tema, y lo hace con un registro íntimo que permite adentrarnos en sus mundos, gracias a la amistad construida en el tiempo entre los realizadores y los personajes del relato.
El precio del desarraigo Pululan por las calles céntricas, con un castellano aceptable y cierta simpatía que por momentos se torna densa al insistir en el ingrato intercambio comercial. Vienen de su Senegal natal a la Argentina para cambiar el rumbo de su presente y nada se sabe de ellos, como de tantos miles de inmigrantes provenientes de todos los continentes y que hacen de este bendito país esa calcomanía gastada del “crisol de razas”. Por eso encontrar una manera de acercarse a ellos y su historia es el principal objetivo de este documental de los directores Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia, centrado en el seguimiento permanente de dos protagonistas tanto en Argentina como en Senegal. Ababacar y Mbaye llegaron a este suelo con la misma ilusión: ganar dinero para mandarle a su familia. Sus destinos se cruzaron varias veces en las calles pero el desenlace de cada uno no fue el mismo. El primero con mucho esfuerzo decidió asentarse y olvidar -en cierta manera- la tierra y los mandatos de la tradición, mientras que el segundo no pudo adaptarse y tomó la decisión de regresar tras haber pateado durante cinco años las calles de Buenos Aires, maletín en mano para exhibir relojes, anillos y otras piezas a los transeúntes, a sabiendas de todo aquello que no se ve: convivir con la policía, dormir en la calle cuando no se puede alquilar una pieza u otras vicisitudes de la gimnasia cotidiana de sobrevivir. Para Ababacar fue un panorama distinto al integrarse a un empleo estable, donde aporta sus conocimientos del idioma para ayudar a otros senegaleses recién llegados, sin dejar de lado una rica cultura y experiencias de vida intensas. La estructura de Estoy acá se enmarca en un registro de observación, con una cámara testigo de las situaciones mundanas, reuniones con amigos o ceremonias religiosas. Otro eslabón importante que atraviesa la obra es el contraste de culturas, el precio del desarraigo y las charlas de los protagonistas en su propia lengua, para reflejar miradas y puntos de vista distintos sobre lo que significa convertirse en un “negro-blanco”, frase utilizada por los senegaleses nativos para hacer referencia a la adopción de prácticas culturales del hombre blanco en países extranjeros a los que llega la raza negra. Estoy acá es un interesante reflejo de multiculturalismo y la conflictiva de aquellos que apuestan a un mejor futuro en un país que otrora parecía tenerlo.
La presencia en Buenos Aires de gran cantidad de senegaleses en los últimos años es un fenómeno que el cine nacional todavía no había reflejado. Y esta película llega para echar cierta luz sobre el tema. A partir de seguir a dos inmigrantes de ese país que están en Argentina y viven distintas experiencias aquí, la película permite dar a conocer no sólo el fenómeno de la presencia senegalesa —que parece estar ligada a inmigrantes de una ciudad específica de aquel país, adonde viajan los realizadores siguiendo a los protagonistas— sino las particulares experiencias que ellos viven aquí y su forma de relacionarse con la Argentina. Uno de ellos se ha integrado más, planea casarse con una argentina, tiene un trabajo ayudando como traductor a otros inmigrantes a establecerse y, si bien extraña a sus familiares, parece decidido a permanecer en el país. El otro, en cambio, no termina de sentirse a gusto en Buenos Aires (“no es tan linda como la gente cree allá”) y planea seguir viajando, probablemente a Brasil. Las experiencias de estos y otros senegaleses en la ciudad permite dar a conocer ciertos hábitos culturales y religiosos, las relaciones que tienen con sus familias allí (a quienes envían dinero todo el tiempo y visitan cada varios años) y, especialmente, cómo ellos mismos atraviesan y analizan esas distintas experiencias. Los cineastas irán a Senegal y experimentarán cómo es la vida allí dejando casi siempre que los temas surjan a través de los propios diálogos entre los protagonistas y no en entrevistas tradicionales. La imagen de la dupla de amigos senegaleses (uno vestido con la camiseta de Ginóbili de los Spurs) caminando por la ciudad y hablando cruda y honestamente de sus experiencias locales –que incluye su buena dosis de racismo– será la que seguramente todo el mundo se llevará de esta amable pero a la vez reveladora película.
“Retrato de dos jóvenes senegaleses en Buenos Aires” es una síntesis correcta del documental que Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik filmaron entre 2014 y 2017 en nuestra ciudad y en Senegal. Sin embargo, Estoy acá – Mangui fi ofrece bastante más que una semblanza de Ababacar y Mbaye. Por lo pronto, una aproximación a los muchachos africanos que prueban suerte en la Argentina, un tributo a la amistad entre compatriotas en tierra extranjera, postales de una Reina del Plata reacia a esta nueva ola migratoria. Como bien sugiere el título del largometraje, los realizadores exponen el aquí y ahora de Ababacar y Mbaye. El adverbio de lugar remite a dos países y el adverbio de tiempo, a un presente severamente afectado por la incertidumbre que provoca el futuro. De esta manera, la afirmación “Estoy acá” –ya sea en Argentina o en Senegal– prevalece sobre la costumbre de (auto)definir(se) a partir del verbo Ser. Bramuglia y Tabacznik encontraron en sus protagonistas dos prototipos de migrante: aquél que aprende a sentirse cómodo en el país extranjero y que vislumbra la posibilidad de radicarse, y aquél que sufre el destierro, no consigue adaptarse y proyecta un regreso definitivo a su patria. La dupla autoral aborda este contraste desde las perspectivas de Ababacar y Mbaye, a partir de conversaciones que mantienen mientras caminan por Buenos Aires. Estos registros constituyen la parte más rica del documental, no sólo porque permiten conocer mejor a los jóvenes retratados, sino porque ofrecen muestras interesantísimas del fenómeno de asimilación que se produce más allá de consideraciones personales. Por ejemplo, el uso compulsivo de la expresión Tomátelas en medio de pronunciamientos hechos en idioma wólof. El documental exhibe otros materiales además de estas instancias de diálogo íntimo. De hecho, los realizadores entrevistaron formalmente a los protagonistas y, cámara en mano, los acompañaron en su rutina diaria (acá y allá) y en reuniones con amigos (acá) y con amigos y familiares (allá). Sin dudas, Bramuglia y Tabacznik sientan un precedente a la hora de retratar a los esbeltos senegaleses con un pie en la Argentina y otro en suelo patrio. Tres siglos nos separan de las Cartas persas que el Barón de Montesquieu publicó en Amsterdam, y sin embargo algunos espectadores recordamos aquella novela epistolar cuando en el transcurso de la película asistimos al intercambio de anécdotas y reflexiones sobre la idiosincrasia porteña. Desde este punto de vista, los testimonios de Ababacar y Mbaye revelan tanto de los argentinos como revelaron de los franceses las impresiones que el filósofo y jurista parisino puso en boca de los ficticios Rica y Usbek. Aunque no es el objetivo principal de su ópera prima, Bramuglia y Tabacznik también despliegan la mirada extranjera para poner en evidencia taras nacionales. “Allá no tenés agua y venís a malgastarla acá” repite Mbaye lo que le espetó una vecina, y con este testimonio señala el espíritu xenófobo que vaga vivito y coleando por los barrios de nuestra ciudad.
Ababacar y Mbaye son dos veinteañeros senegaleses que, sin perspectivas de un futuro promisorio y con las puertas de Europa más cerradas que nunca, decidieron probar suerte en la Argentina. Llegaron en distintos momentos con poco más que lo puesto y, ni bien se conocieron, entablaron una amistad que perdura hasta hoy. Los directores Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik retratan ese vínculo –y sus ramificaciones– en Estoy acá (Mangui Fi), un documental noble y con un profundo sentido ético a la hora de escrutar en sentimientos ajenos: la cámara está allí para ver y oír antes que para juzgar. La película los acompaña en la vida cotidiana y los escucha en entrevistas cuyos ejes son los recuerdos, el desasosiego de los primeros días en el país y la discriminación. Pero hay más que ese pasado doloroso, pues con el correr de los minutos se va desplegando un universo con usos y costumbres particulares (los rituales religiosos musulmanes, las formas de pensar, la sangre como lazo sagrado). Algunos nuevos amigos, una novia argentina y hasta algunos proyectos para dejar definitivamente atrás la venta de bijouterie en Once y Congreso componen un presente distinto, cargado de ilusiones. Con ellos el construye una interesante reflexión sobre el exilio, el compañerismo y el dolor del destierro.
El documental de Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia se concentra en la experiencia de dos jóvenes senegaleses que emigraron a la Argentina y toca grandes temas como el desarraigo, la relación con la familia y la identidad racial y religiosa. Ababacar Sow y Mbaye Seck charlan sobre estas cuestiones, analizan las diferencias entre ambos países y no están de acuerdo en casi nada, excepto en el dolor de estar lejos de sus raíces y en el valor de su amistad para sobrellevarlo. Alternando entre Buenos Aires y Senegal, la película conmueve y abre perspectivas gracias a la cercanía que logra establecer entre el espectador y los protagonistas.
“Estoy acá (Mangui fi)”, de Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia Por Ricardo Ottone Cierto lugar común de la argentinidad dice que este es un país de inmigrantes, y el argentino promedio, si es que tal cosa existe, suele reivindicar con orgullo a sus abuelos o bisabuelos italianos o españoles que vinieron “con una mano atrás y otra adelante”. A pesar de este discurso, no suele estar tan orgulloso y ni siquiera se muestra muy tolerante con las nuevas formas de inmigración (que claramente no son las mismas que las de principios del siglo XX) a las cuales percibe muchas veces detrás de un velo de desconocimiento y prejuicio. Una de estas corrientes de inmigrantes de los últimos años es la que viene de Senegal y es el objeto de Estoy acá (Mangui fi), la opera prima documental de Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia. Hay una propensión a identificar a todos los inmigrantes de un origen particular en una historia más o menos similar y repetida. Tabacznik y Bramuglia van en contra de esta tendencia y para ello eligen dos personajes que hacen de casos testigos, Ababacar y Mbaye, con situaciones muy diferentes. Ababacar tuvo sus dificultades (le robaron todo apenas llegó) pero pudo insertarse de manera más o menos exitosa en su nuevo país, con un empleo como traductor de la lengua wolof para facilitar la comunicación entre los trabajadores de migraciones y los senegaleses recién llegados, tiene una pareja argentina con la que convive y planea casarse y un nuevo grupo de pertenencia que incluye muchos amigos locales. Mbye tiene dificultades para adaptarse, se gana la vida vendiendo bijouterie en la calle como muchos de sus compatriotas, gana poco, tiene una esposa en Senegal y sueña siempre con volver. Ambos le mandan dinero a sus familias en Senegal (Ababacar tiene además una hija) pero cada uno tiene su propia relación con su país natal. Ababacar tiene una nueva familia, quiere quedarse y adoptó gran parte de los usos y costumbres argentinas. Mbye solo piensa en juntar plata para regresar, cosa que hace en determinado momento (y los realizadores lo acompañan para mostrarlo en su pueblo y junto a su familia) para luego volver a Argentina a seguir trabajando (y seguir soñando con el regreso). El pasado de ambos puede tener similitudes pero su presente es distinto como también es distinto lo que pretenden para su futuro. Y esa diferencia y la discusión entre ambos acerca de esa diferencia enriquece el film y le da un carácter distintivo. Ababacar y Mbye son amigos y dialogan acerca de sus vidas, sus visiones del mundo y sus expectativas. Y lo hacen con convicción y comprometidos con lo que desean. Difieren mucho y discuten fuerte, y esas discusiones son algunos de los momentos más interesantes. Ambos hablan entre sí en wolof, aunque a veces se provocan con un porteñísimo “tomatelas”, y la cámara los sigue, los acompaña de cerca pero también con una cierta distancia que les permita soltarse y estar cómodos. Los acompaña también por separado en sus casas, en sus trabajos, en sus ritos religiosos de fe musulmana y recoge sus testimonios. Se trata de un retrato respetuoso y emotivo de personajes queribles que, a la vez, echa una mirada reveladora y vuelve cercana a una comunidad con la que convivimos diariamente pero a la que conocemos muy poco. ESTOY ACÁ (MANGUI FI) Estoy acá (Mangui fi). Argentina, 2017. Dirección, Guión y Producción: Esteban Tabacznik, Juan Manuel Bramuglia. Intérpretes: Ababacar Sow, Mbaye Seck, Florencia Curto, Marcos Filardi. Fotografía: Juan Manuel Bramuglia. Edición: Alberto Ponce, Esteban Tabacznik, Juan Manuel Bramuglia. Duración: 77 minutos.
La ópera prima documental de Juan Manuel Bramuglia y Estebán Tabacznik, "Estoy acá (Mangi Fi)", pone el foco en dos historias similares con propósitos distintos, y una cultura que los une. Luego de su paso por el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata hace dos años, finalmente lega a las carteleras, "Estoy Acá (Mangi Fi)", un documental cuyos mayores atributos no pasan tanto por lo formal, como por cuestiones de fondo. Los vemos parados en las esquinas, en las veredas, de los centro comerciales urbanos. Allí, vendiendo relojes y alhajas en una valija, anteojos de sol sobre una plancha de Telgopor, o cualquier otro producto en la vía pública; o entre las arenas de La Costa durante épocas de vacaciones. En nuestro egocentrismo porteño o de Conurbano, no los distinguimos, somos capaces de decir “son todos iguales”, o hacer cualquier tipo de suposición. "Estoy Acá (Mangi Fi)" posa su mirada sobre ellos, inmigrantes de Senegal. Bramuglia y Tabacznik prefieren ir de los particular a lo macro. Pudieron hacer una pintura global de los inmigrantes senegaleses en Argentina; pero no, prefiere plantear dos casos particulares, acaso contrapuestos. Los puntos de partida son Ababacar, y Mbaye; dos inmigrantes senegaleses con historias iniciales similares. "Estoy acá (Mangi Fi)", los sigue desde su emigración, vamos conociendo su historia, su cultura, su anhelo, sus deseos. En este último punto es donde las aguas se dividen. Mientras que Ababacar se afianzó y adaptó las costumbres del lugar, aceptando que este será su nuevo hogar; Mabaye sigue manteniendo el deseo de regresar a Senegal a rencontrarse con sus orígenes. Ambos dejaron afectos allá en busca de un lugar mejor; pero Mbaye cree que tras cinco años ya es tiempo de querer ver a los suyos, mientras que Ababacar se siente más seguro en su nueva tierra. "Estoy Acá (Mangi Fi)" plantea cuestiones universales pertinentes al arraigo, desarraigo, a la emigración, y al auxilio, sea este voluntario u obligado. ¿Cuán voluntario es buscar un destino lejos de un territorio que nos ahoga al punto de no poder subsistir? Se muestran cuestiones culturales propias de Senegal, y su amalgama con nuestra cultura; como una puja entre el fundirse hasta desaparece, y el luchar por sobresalir. La cultura senegalesa en nuestro país no está demasiado revisada en la obra documental local, por lo cual, ya su aporte es interesante. Le otorga luz, visibilidad, a algo que pasa desapercibido, a lo que no se distingue. Pero también plantea las cuestiones universales descriptas, y ahí es cuando, más aún en la coyuntura actual, adquiere un peso fundamental. A 2019, todavía hay quienes pretenden plantear en la sociedad debates respecto a las cuestiones migratorias. Cuestionan nuestra “permisiva Constitución Nacional” que permite un supuesto irrestricto ingreso de extranjeros, y facilidades para obtener a ciudadanía. Se pone en tela de juicio cuál es el obrar de estos extranjeros, cuáles son sus fines y objetivos. Definitivamente, discusiones que atrasen tanto que ya sería hora de ir dejándolas de lado. "Estoy acá (Mangi Fi)" es un cabal testimonio de cuáles son los objetivos, y de plantearse cuán feliz es la decisión de alejarse de la tierra del origen en la que se tiene todo lo conocido. Bajo este cariz, el documental adquiere un peso político (no partidario), acaso no propuesto, pero alcanzado. Es una declaración de derechos y principios en clave de vivencias cotidianas. Los documentalistas dejan de lado cualquier armado artificioso, o una estructura narrativa pesada. "Estoy acá (Mangi Fi)" es un documental tradicional, observacional, hasta quizás demasiado básico; no encontraremos ninguna riqueza desde sus aspectos cinematográficos, que tampoco se las propone. Bramuglia y Tabacznik son conscientes de ubicar la historia, los testimonios, por delante; son la cámara y los personajes reales los que hacen el trabajo. No hay ninguna búsqueda de trascendencia estética; hasta quizás roce lo periodístico. "Estoy acá (Mangi Fi)" habla de dos personas, y a través de ellos de miles de personas; de una cultura, y de un grupo migratorio que trata de buscar su lugar; permanente o transitorio. En nosotros está el abrir las puertas y mentes.
Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia son los directores de este interesante documental que refleja la amistad de dos jóvenes inmigrantes senegaleses que se conocieron en Buenos Aires, con visiones muy distintas sobre cómo y porque se manejan frente a las tradiciones familiares y sus mandatos y como ese deber ser puede quebrarse para iniciar una búsqueda personal tan válida como necesaria. Ababacar y Nbaye llegaron sin perspectivas de un futuro, con el objetivo de ayudar a los suyos, casi sin saber el idioma, con lo puesto y se cuentan las experiencias, la discriminación, los sueños, las ganas de quedarse o el regreso, las cuitas familiares, lo que extrañan de un país donde se sintieron expulsados por la necesidad, las características de una cultura tan distinta a la nuestra. Un registro interesante, cálido, que no juzga, que nos hace comprender, necesario. Los directores fueron premiados por la DAC en el Festival Internacional de Mar del Plata, también recibieron el premio a la Mejor película Iberoamericana en el) Festival de Cine migrante. Filmada en nuestro país y en Senegal es un trabajo que alumbrar la presencia de una inmigración cada vez más numerosa. Y su registro no convencional ayuda y nos hace empatizar con sus protagonistas.
Se llaman Ababacar y Mbaye, tienen poco más de veinte años y son dos de los aproximadamente 4.500 senegaleses que desde 2006 viven en la Argentina en calidad de inmigrantes. A través de una investigación de más de tres años, Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik se meten en la intimidad de sus protagonistas fílmicos, habiendo pasado por momentos difíciles de rodaje en Senegal con la sola cámara como testigo de una realidad, ya que les era desconocido el idioma. Los amigos desde que llegaron, Ababacar y Mbaye, hablan de cuando iniciaron su vida en la Argentina, de los problemas, de discriminación, de su memoria de la tierra y sus afectos. Hablan como cualquiera de los inmigrantes que llegan al país con la intención de mejorar y lograr que también sus parientes mejoren con ellos. Coloquialmente, con espontaneidad y el ritmo de la vida, los realizadores dan un panorama de aproximación de aquellos que llegan a estos lares con las intenciones de seguir adelante y poder establecerse para tener un futuro. Con la mostración de ellos mismos, sus deseos e inquietudes, sus prácticas religiosas, los esfuerzos por integrarse al habla y al trabajo, retoman el largo camino de la inmigración, ese de todos nuestros parientes que llegaron de lugares lejanos con deseos básicos, esperanzas, sentimientos y la necesidad de trabajar y progresar en un país de libertades. INTIMISTA Con un filme pequeño, nada pretencioso, profundamente realista y sin presionar impresiones o sentimientos, Bramuglia y Tabacznik, ellos mismos con sus apellidos inmigrantes, logran un filme intimista y logrado.
Tres colectividades de inmigrantes se reflejan en otros tantos documentales estrenados esta semana. Sorprende “La experiencia judía”, donde Miguel Kohan va de la tierra de los gauchos judíos hasta Jodensavanne, en Surinam, Sin Eustatius, del archipiélago de las Barlovento, y otros lugares recónditos del continente donde nadie imaginaba que también hubiera aldeas judías, incluso judíos negros, con historias interesantísimas por todos lados. “Lo nuestro no es un árbol genealógico. Es una enredadera”, bromea el gaucho Hugo Arcusin, que también recuerda orgulloso el viejo dicho de sus paisanos: “Sembramos trigo, cosecha- mos doctores”. Otra clase de recuerdos aparece registrada por los chicos de una escuela armenia cuando preguntan, en sus hogares, de qué modo sobrevivieron los bisabuelos al genocidio. La memoria familiar se va perdiendo, y con ella también la historia de la Diáspora, observa uno de los alumnos mayores, mientras los demás juegan alegremente en el patio y la escritora Ana Arzomaunian se pregunta por el futuro del “armenio occidental”. “Acá y acullá”, es el trabajo, surgido de un taller escolar de cine a cargo de Hernán Khourian. ¿Y cuál será el futuro de los senegaleses sudamericanos? En “Estoy aquí (Mangui fi)”, de Bramuglia y Tabacznik, vemos a dos muchachos de suerte diversa. Uno patea la calle desde hace 5 años vendiendo imitaciones, y ahora piensa mudarse a Brasil. Pero antes visita unos días su tierra de gente amable, de puertas abiertas, de pobreza crónica. Otro enganchó una novia porteña y trabaja como traductor en la Defensoría del Pueblo. Hermosos, el casamiento birracial, y las ceremonias alegres, coloridas, en la mezquita de los africanos. Hay unos chiquitos motudos corriendo por ahí. Son los nuevos argentinos.
MÁS QUE AMBULANTES EXPRESS La inmigración senegalesa es uno de los fenómenos más recientes en nuestro país y poco explorado a nivel informativo por los ciudadanos argentinos. En Estoy acá (Mangui fi), Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik se revela un poco el misterio a través de la vida de dos jóvenes, Ababacar y Mbaye, que llegaron a la Argentina en diferentes momentos -hace siete años atrás- y entablaron amistad aquí. Desde dos ópticas dispares -hasta entre ellos mismos-, estos hombres cuentan cómo es vivir en el destierro para tener un futuro económico mejor y así, poder enviar dinero a sus necesitadas familias. Estoy acá (Mangui fi) registra de forma fresca y descontracturada – como si se tratase de un diario íntimo- el día a día de estos veinteañeros inmigrantes con las dificultades que implica la vorágine rutinaria de Capital Federal, las típicas ventas ambulantes de sus artículos importados, los altibajos financieros del país y una sociedad que, a veces, los discrimina pero al menos no los excluye como Europa. En cambio, en la Argentina también hay oportunidad para hacer nuevos amigos criollos, obtener mejores horizontes laborales y hasta por qué no tener una novia argentina. Con gran emotividad e indagación a esta corriente de nuevos habitantes, sus directores contraponen y recorren sin juzgar las distintas realidades nacionales a través de un viaje a Senegal. A la vez, Estoy acá (Mangui fi) pone foco en las tradiciones de rituales religiosos musulmanes, algunas cosmovisiones identitarias y un legado sanguíneo de fuerte peso que esta comunidad aún no puede olvidar en suelo argentino. De esta forma, se constituye en un material sin dudas interesante para curiosos de la temática y/o público general que buscan conocer un pueblo noble, cercano y lejano a la vez.
Los directores y guionistas Bramuglia y Tabacznik, ofrecen una interesante pintura de la forma de vida de estos dos inmigrantes que eligieron instalarse en un país tan lejano a sus orígenes senegaleses. Ellos pasaron por diferentes situaciones, nos muestran las diferencias sociales, mientras nos cuentan sus vivencias y recuerdos con un toque de nostalgia. La cámara los sigue, donde están sus encuentros con amigos y sus sueños. Uno encontró el amor de una joven argentina y el otro desea reencontrarse con la suya. Además este documental tiene la virtud de mostrarnos en cada momento: sus actividades, sus costumbres, y como se relacionan con su entorno, todo esto envuelto dentro de una carga emotiva tremenda, que nos deja como mensaje, entre otros, que el destierro casi siempre trae dolor.
La primera vez que entrevistan a Ababacar Sow, migrante senegalés en Buenos Aires, su mirada está enfocada hacia abajo. Pareciera que está a la defensa o indefenso. Estamos acostumbrados a que el entrevistado vea hacia la cámara o hacia alguno de sus lados. Pero aquí él prefiere mirar hacia abajo. Esto nos sugiere de entrada que es un hombre resignado a su presente. Sin embargo, poco basta esta conclusión cuando vemos sus ojos enormes en una fotografía de su infancia. La pureza de su mirada nos invita a seguir atentos a lo que se viene. Y una de las fotos que continúa en la selección es una de él abrazándose a sí mismo, con los ojos cerrados y la cabeza ladeada hacia la izquierda. Si esto no es una muestra fehaciente de indefensión e independencia, pocas cosas lo son. Pero no pareciera que los realizadores quieran victimizar a su personaje. Simplemente quieren asomar una particularidad que contrasta con y no opaca sus ojos bien abiertos. Con pocos recursos nos van sugiriendo que la migración es una distensión de fuerzas opuestas, nunca un estado unívoco. Este primer acercamiento fotográfico pareciera una minucia, pero está resaltado con un contraste previo a estas fotos. En la escena que Ababacar le dice unas palabras en wolof a la chica de la Defensoría que entrevista y transcribe las respuestas de inmigrantes, y ella procede a escribirlas para no equivocarse; estamos ante un gesto de identidad con el que los realizadores proceden a mostrarnos la primera foto antes mencionada. Como si esa mirada infantil de ojos atentos y el idioma fueran la primera alerta de lo que define a un ser humano y a Sow en particular. El documental va hilvanando entonces, más que un diálogo, una apelación a la mirada. La imagen atrapa las diferentes tonalidades o intenciones en la mirada del protagonista e, incluso, cuando precisamos quién es Mbaye Seck, amigo de Ababacar, nos lo presentan con una mirada de reojo luego de un movimiento hacia atrás, donde está situada la cámara. Como gesto entre espontaneidad y picardía, la mirada traza cierto vínculo cómplice entre nuestros protagonistas. Y precisamente el documental no nos quiere engañar entre miradas. Por esto, las voces de los protagonistas delatan el cansancio en medio de una ciudad ambivalente: en la venta ambulante de Mbaye, plena de rechazos, escuchamos “Hace 5 años que estoy vendiendo en Buenos Aires con el maletín. Caminé mucho. Cinco años caminando es mucho. Pude haber llegado a Senegal”. En medio de esta conclusión amarga, la película no procederá a retratarnos un calvario en las vidas de los protagonistas, sino el día a día de sus costumbres y la tensión entre el aquí y el allá. Que los realizadores incluyan hasta la postura de que África “no es tan pobre como la gente cree”, sin la necesidad de emprender una muestra fehaciente de estas palabras, habla mucho de que la búsqueda del documental es retratar de las condiciones particulares de Mbaye y de Ababacar. Poco a poco, lo que parecía una historia de inmigrante senegaleses, se convierte en el la otra cara de las decisiones que toma cada ser humano. Las migraciones pueden estar protegidas por un hálito de preconceptos a favor de un mejor nivel de vida, mayor poder adquisitivo y mejores condiciones generales. Pero con una humildad profunda y sus pies descalzos, Mbaye nos dice que estos son nada más que engaños. Cada decisión, sea la de quien migra o de quien prefiere ver en el migrante una mejoría de sus condiciones, trae consigo un revés con la que se enfrenta frecuentemente cada individuo. Finalmente, la pregunta reiterativa “¿Estás en paz?” que se dan entre coterráneos, habla de un punto de vista en tensión, mas no de lucha. Lejos de la imposición actual de bienestar y comodidad venidas de la autoayuda, es una pregunta que da cuenta no sólo de una religión, sino del giro interesante al “¿cómo estás?” de la cultura occidental. Y el título del documental es la respuesta perfecta e indirecta a ambas preguntas. ‘Estar acá’ es una medianía entre los pensamientos del país de origen del migrante (allá) y el día a día del país de llegada (acá). Aunque haya en la película asomos frecuentes de quejas, los realizadores prefieren enfocarse en las conversaciones entre Mbaye y Ababacar. Como si en estos encuentros amistosos, plenos de sonrisas y sobre todo de diferencias entre ellos, se mantuviera la ilusión de placer que les brinda a ambos poder mandarle algo de dinero a su familia, tener un trabajo que les permita mantenerse para ahorrar siquiera un poco, o cumplir con sus rituales aunque no se identifiquen plenamente con ellos. El rescate final de la película es un equilibrio dinámico entre los orígenes y el destino pasajero de sus dos protagonistas.
LA IMPORTANCIA DE PERTENECER ¿Cómo acostumbrase a vivir en un país tan alejado de las costumbres, creencias o del idioma? ¿De qué manera influye ese nuevo contexto en los pensamientos, en la personalidad y hasta en la forma de concebir al país de origen? ¿Cómo afrontar el desfasaje entre la ilusión de internet o de una idea popular y la realidad propiamente dicha? ¿Cuál es el lazo entre nacionalidad, tránsito, refugio y arraigo para un inmigrante? ¿Dónde encontrar la belleza? ¿Cómo sortear las miradas de familiares y compatriotas? Estas son algunas de las cuestiones más importantes trabajadas en Estoy acá, articuladas por las historias de vida de los senegaleses Ababacar Sow y Mbaye Seck, la memoria, las concepciones fijadas en ambas culturas, el contraste entre las tradiciones y la idea de familia y el diálogo permanente entre ellos durante largas caminatas por la ciudad. Tanto el comienzo como el final tienden a un tono poético desde las imágenes y las reflexiones. Un inicio con la cámara en contrapicado que registra a través de planos detalle y una fuerte presencia del sol el monumento al Renacimiento africano ubicado en Dakar. Luego y ya en subjetiva aparece el ex mercado de esclavos de la isla de Gorea junto a una voz en off que indica que las generaciones pasadas construyeron Europa y América y que los blancos se llevaron el dinero que ahora deben ir a buscar como inmigrantes vendiendo bijouterie, anteojos, relojes, carteras o ropa, por ejemplo. Lo que seguramente llamará la atención de los espectadores locales es la fuerte creencia de Argentina como país rico en un nivel equiparable al primer mundo y no tanto cómo dicha fantasía se hace pedazos una vez en el país. Ababacar cuenta que preguntó varias veces si estaba acá porque no concordaba con lo que pensaba y que le robaron la mochila con direcciones la primera noche mientras dormía en la calle, la sensación permanente de robo en los ciudadanos o los controles policiales donde se quedan con la mercadería, con la recaudación y los celulares. Frente a una intención de intercambio cultural con lo más sobresaliente de ambos sitios, las condiciones de vida se tornan hostiles y solitarias. Uno de los aspectos más interesantes del documental tiene que ver con el despliegue de los puntos de vista contrarios de los protagonistas, que se conocieron en una pensión y se hicieron amigos. Si bien los une la nacionalidad, las costumbres y la distancia con la familia, los diferencian los objetivos, las miradas sobre la inmigración, sobre el país y el futuro. Mbaye Seck parece sólo interesarse por ganar dinero (la reiteración excesiva se vuelve molesta) y no puede evitar comparar ambas formas de vida (una individual y otra en comunidad, con puertas y piezas abiertas) soñando con el regreso definitivo a Senegal, mientras que Ababacar se focaliza en su crecimiento personal desde el trabajo estable junto a quien fue su tutor, el estudio, la casa propia, la pareja y la belleza del paisaje y la gente. Uno no puede dejar de concebirse como extraño, el otro consigue adaptar sus raíces tomando lo mejor de ambos mundos. Además de la evidente oposición, los directores Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia contrastan las formas de habitar esos espacios y lo desafortunado de algunas nociones fundadas en ambas perspectivas. Utilizan la celebración religiosa como claro distintivo: por un lado, un acontecimiento colectivo, con discursos que apelan al mejoramiento propio y a la convivencia; por otro, diversos grupos con micrófono o música en medio de la plaza Once mencionando conceptos sueltos y la atención dispersa de los transeúntes. Por supuesto, no se trata de ritos comparables pero la intención parecería ser la de subrayar los valores de comunidad del primero y de aislamiento del segundo. Esto mismo se replica en las largas caminatas de ellos por diferentes barrios con gente que los mira con desconfianza y los desplazamientos en grupos allá, aunque teman las miradas de los demás y los consideren “toubab-wawa” (blancos- negros por haber adoptado las costumbres). También Mbaye señala lo absurdo de pensar a Argentina como símbolo de abundancia económica, a Senegal con gente que vive con los leones o África como un único y gran país. El final busca recuperar el nexo entre poética e historia del principio en una suerte de paralelismo pero no logra su cometido y las reflexiones quedan un tanto desdibujadas. Si bien la película se grabó hace unos años resulta innegable su vigencia a nivel local como en el resto del mundo tanto por la inmigración como por los pensamientos arcaicos instaurados en las sociedades y acerca en primer plano cómo los argentinos somos vistos y considerados por fuera de las burbujas personales. Por Brenda Caletti @117Brenn
En esta semana se estrenaron varios documentales disímiles entre sí, pero con un punto en común, la inmigración y la emigración, generalmente forzada por guerras, hambre, malas condiciones de vida en sus países de origen, etc., que obligan a las personas a trasladarse a otros territorios, precisamente al Continente Americano. Dentro de esta corriente migratoria se encuentran los senegaleses que han venido a la Argentina para conseguir prosperidad y algo de tranquilidad. La película codirigida por Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik trata sobre este tema. La historia transcurre en 2015, y los realizadores tomaron como caso testigo a dos hombres de Senegal para que cuenten los motivos por el cuál tomaron la decisión de cruzar el océano Atlántico y llegar a nuestro país. Ambos se hicieron amigos aquí. Ababacar Sow y Mbaye Seck son carismáticos, tienen personalidades opuestas, pero con un objetivo en común: estar mucho mejor que en el África. Ababacar prefiere el desarrollo personal, tuvo la suerte de entrar a trabajar en las oficinas del organismo que atiende a los inmigrantes refugiados y que, a raíz de ese estado, el dinero va a llegar solo. En cambio, Mbaye quiere ganar plata a toda costa como vendedor ambulante. Así transcurre el film, con ellos hablando entre sí o con otros, o, también, cuando la cámara los sigue alternadamente a uno y a otro. Hasta viaja el equipo de producción a Senegal para acompañarlo un tiempo a Mbaye, porque extrañaba mucho a su familia. No sólo el trabajo de ambos resaltan nítidamente los directores, sino que, además, la cultura, comida, idiosincrasia, etc., marcada por la religión musulmana tan diferente a la nuestra. En varias escenas podemos escuchar varias canciones étnicas, con el ritmo e instrumentos africanos que se distinguen del resto. Con una realización despareja, un tanto aburrida en algunos tramos, ya sea porque la historia no avanza o las charlas entre ellos reiteran los mismos argumentos relatados en otras ocasiones, los cineastas narraron dos casos particulares de entre miles de senegaleses que llegaron en los últimos años.
Mangui Fi (Estoy acá), el pie acá, el corazón allá por Celina Demarchi Dos jóvenes senegaleses que emigran, los deseos, las ilusiones, la lucha cotidiana por la supervivencia y el desasosiego del desarraigo. Historia de una amistad. En los últimos años muchos senegaleses se han establecido en Argentina. Poco sabemos de las razones que los trajeron y de cómo viven aquí. El cine hoy se ocupa de dilucidar algo de aquello que los movió a tomar esta decisión. Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik revelan, a través del documental Mangui Fi (Estoy acá), la vida de los inmigrantes senegaleses. La ciudad es el escenario y la cámara, silenciosa y discreta, acompaña a Ababacar y Mbaye en su recorrido por las calles y plazas. Estados Unidos y Europa cierran sus fronteras entonces ellos llegan a Buenos Aires en distintos momentos y se hacen amigos aquí. La cámara viaja con ellos retratando sus conversaciones que giran en torno a la familia, el destierro, las dificultades para adaptarse a una cultura que muchas veces es hostil, el incierto futuro y las ganas de volver. Ababacar y Mbaye son personajes contrapuestos y en eso radica la riqueza del film. Uno ya tiene un trabajo como traductor y colabora con los senegaleses que llegan y el otro es un vendedor ambulante. Uno que siempre trata de tener una mirada optimista y el otro que no logra adaptarse a una ciudad reacia a los inmigrantes africanos. Los avatares económicos y la devaluación del peso que los afecta directamente ya que tienen que mandar dinero a sus familias, el racismo, la persecución policial que, bajo el gobierno de Macri, entra directamente en sus casas , los esposa, se lleva el dinero, la mercadería, los celulares y hasta la ropa. También te puede interesar: Senegaleses en Argentina, otra historia de refugiados Los directores entrelazan la historia yendo y viniendo de Senegal a Buenos Aires, mostrando la vida en el país africano, las casas, las ceremonias religiosas, cómo comparten la comida y la manera en que se relacionan y la vida que llevan acá. Con sensibilidad y respeto, estos directores se sumergen en el mundo senegalés centrándose en la relación de estos dos hombres que, a fuerza de conversar e intercambiar ideas y sentimientos, forjan una amistad. El camino será diferente: uno desea quedarse y el otro prefiere buscar otros caminos. A través de este documental narrativo al estilo de La Bete lumineuse del franco canadiense Pierre Perrault o El Impenetrable, los documentalistas dan un testimonio vívido y sensible que nos acerca al corazón senegalés.