A rodar mi vida Gabor (2013) es un documental sobre un director de fotografía ciego, pero también es una película que bordea constantemente la autoreflexión sobre el cine, sobre cómo se debe hacer y sobre cómo se hace cine, y también es un film sobre la visión, un sentido que pareciera estar exageradamente sobrevalorado en la vida y, especialmente, al momento de rodar. A Sebastián Alfie, realizador del film, le encargan rodar un cortometraje en Bolivia sobre una Organización que ayuda a la gente no vidente a recuperar la vista. Al momento de alquilar una cámara conoce a Gabor Bene, un director de fotografía húngaro que quedó ciego hace diez años. Sorprendido y curioso por este personaje tan extraño, Alfie propone a Gabor viajar a Bolivia para hacer la fotografía del corto. A pesar de las dudas sobre su decisión Alfie y Gabor se embarcan en el proyecto, casi como si fuera una decisión del destino. Encontrar un personaje que reúna las suficientes características para convertirse en alguien posible de protagonizar un film es un desafío en sí mismo pero no deja de ser un tópico ya recorrido por unos cuantos documentales. Entonces claramente no es allí de donde conviene abordar la película, sino del conflicto que hallar a este personaje le representa al director. Gabor es la persona que él necesita, pero su imposibilidad de ver ¿no contradice las bases del arte cinematográfico? Del griego kinema: movimiento; y grafía: grabar, la palabra cinematografía no contiene en sí misma al verbo ver ni al sustantivo luz. Si de descomponer y poner en crisis el cine se trata, Alfie consigue dar en el blanco. Y con algo tan simple como ese conflicto que recorre todo el documental construye un film sólido, interesante, humano, raro y hasta con cierto humor. Y si de repensar los sentidos se trata, allí está Gabor para confirmar que el cine es movimiento: consigue un carro de travelling sencillo y liviano para el rodaje, se mueve en las locaciones como pez en el agua, reafirma una y otra vez sus puntos de vista sin dudarlo, y todos son aciertos. La empresa del director no parece real, incluso él mismo afirma que el rodaje de este cortometraje ya tenía la palabra catástrofe escrita desde el inicio. No parece sin embargo esto detener su seguridad en un proyecto en el que evidentemente él cree, aunque claramente lo asuma como catastrófico. Entonces aparecen nuevas preguntas: ¿qué hace del realizador cinematográfico un arte sino justamente lo inasible de lo que el destino puede poner en el camino? ¿Cuál es el verdadero sentido de la palabra ver si una persona que no ve sabe exactamente cómo armonizar la luz de un set? Al momento de ver Gabor, el espectador no hará más que sorprenderse y encariñarse con este personaje (e incluso con el mismo Alfie). Es cierto que algunas escenas parecen demasiado armadas y cerradas para los sentidos finales del film, pero aún así convence y presenta una interesante y novedosa historia.
Ver sin mirar A veces los insondables caminos del documental confluyen en insospechadas relaciones entre las personas pero existe una energía que emana de la capacidad de proyectar los sueños que hace que las fronteras de lo imposible acorten esa distancia infinita, siempre que la pasión y las ganas de superarse permanezcan intactas. Si ese espíritu, que hace de la incerteza un camino más que una meta a conseguir, es el motor de un proyecto, por más descabellado que resulte su planteo el primer objetivo ya está cumplido: concebir algo que en apariencia resulta irrealizable y llevarlo a la práctica para hacerlo posible. Podría decirse que el azar en el caso particular de este documental facilitó la unión entre el realizador argentino, radicado desde el 2001 en España, Sebastián Alfie y el director de fotografía húngaro -también radicado en España- Gabor Bene, pero en realidad fue el cine y la pasión –además de su condición de expatriados- lo que hizo factible un encuentro entre ambos. El pretexto –siempre hay uno- fue el alquiler de equipos para filmar en el altiplano un cortometraje institucional de una organización que ayuda a personas que han perdido la vista a recuperarla con operaciones de alto costo pero financiados desde la organización. Para Alfie entonces contar con la colaboración de un director de fotografía, quien hace diez años dejó de ver producto de un glaucoma avanzado y que contrajo mientras trabajaba en el Amazonas, implicó por un lado el desafío de preguntarse si se puede filmar sin ver y por otro el aprendizaje a partir del particular modo de trabajar junto a una persona no vidente en un escenario desconocido y a contrarreloj. La particularidad del documental Gabor, ya desde el título es palpable sobre quién gira la película y desde quién se proyectan las preguntas o reflexiones, consiste en el despojo de la mirada a partir del preconcepto sobre la discapacidad o esa idiosincrasia institucional que invisibiliza al discapacitado dentro de la sociedad bajo eufemismos como personas con capacidades diferentes. Esa confrontación o choque conceptual permite al director cruzar la primera barrera para aproximarse desde la honestidad, la intuición y la experiencia a una realidad mucho más rica y compleja como la que atraviesa Gabor Bene, quien por ejemplo se atreve a preguntar cuál sería el salario para un director de fotografía ciego y responde irónicamente la mitad o el doble. Sin embargo, más allá de la historia de auto superación del húngaro que forma parte de una de las líneas narrativas de este relato en primera persona existen otras aristas más interesantes que hacen al enriquecimiento de la mirada y corresponden a los modos de representación y en un segundo plano al propio abordaje de la realidad desde la subjetividad del cine y de una cámara. Ese proceso, que atraviesa Sebastián Alfie en una dicotomía entre sujeto y objeto de estudio en el mejor sentido del término, también se traduce en el propio rodaje del cortometraje cuando confrontan enfoques sobre una misma realidad: la ceguera y sus limitaciones. Gabor es un film que tiene el mérito de condensar la idea de pequeña familia que se construye en un proyecto cinematográfico al mostrar todos los procesos positivos y negativos de un rodaje junto a la irracionalidad que conlleva dejarse guiar por un deseo siempre que esa pasión no se disfrace de auto compasión o algo similar, credenciales lo suficientemente atractivas para convocar al público a una experiencia cinematográfica conmovedora que nos enseña que se puede ver sin mirar.
Tan falso y tan auténtico como la vida La premisa de la película suena a humorada: un director de fotografía que se quedó ciego y planea volver a la actividad. Pero lo del director radicado en España no es sólo un chiste, sino el libre ejercicio de un género que sigue dando nuevas facetas. ¿Una película sobre un director de fotografía ciego que tal vez vuelva a la actividad? ¿Una película dentro de otra? ¿Una película de viaje, sobre encuentros de distintos? ¿El relato de un director de cine al que le encargan un film imposible, un documental en primera persona, una de aventuras del otro lado del océano y a 4000 metros de altura? Desde hace rato que el documental es el lugar sin límites del cine. El lugar donde todo puede suceder, donde ya no hay fronteras. Fronteras genéricas, estéticas, tonales, de registro y –sobre todo, tal vez– de estatus de lo que es real, lo verdadero, lo que puede y no puede hacerse en un documental. En el cine en general, bah. Titulada en base a uno de sus elementos constitutivos, dirigida por un argentino residente en España, premiada en los festivales de Málaga y Documenta Madrid y presentada en la última edición del de Mar del Plata, Gabor no es una de las películas mencionadas más arriba, sino todas. Por inaudita que parezca más de una de todas esas películas que Gabor, ópera prima de Sebastián Alfie en el largometraje, es. “¿Qué hago aquí sentado, en la recepción de un hotel en Bolivia?”, pregunta retóricamente Sebastián Alfie en el primer plano de Gabor. Sentado y provisto de una máscara, conectada a un tubo de oxígeno. Una de las fronteras que el campo del documental saltó hace rato es la que prescribía que las técnicas narrativas, el tener en cuenta al espectador e intentar seducirlo, eran propiedad exclusiva del cine de ficción. Otra de esas fronteras es, claro, la de la presunta “objetividad”, la sacrosanta tercera persona: cada vez se hacen más documentales en primera, y Gabor es ejemplo de ello. Planteada la incógnita, tirado el gancho, los títulos de inicio. Después el cartel que indica que ahora estamos en Barcelona, un mes antes. Rotura de la cronología bien subrayada, propia también del cine de ficción. Y un personaje que sólo la ficción podría concebir. Que la ficción concibió, de hecho. En La mirada de los otros (2002), Woody Allen subió la apuesta del disparate, encarnando a un director de cine que de tan hipocondríaco “se queda” ciego. ¿Y si no fuera histeria, sino pérdida definitiva de la visión? ¿Si en vez de un director fuera un director de fotografía? Pues entonces sería Gabor Bene, nacido en Budapest y emigrado tras la invasión soviética, quien durante un rodaje en el Amazonas empezó con pérdida de visión parcial, ocasionada por una infección, y terminó ciego. Desde ese momento, menos de una década atrás, Gabor, radicado en España, se dedica a la venta de elementos ópticos. Así lo conoce Alfie, que anda necesitando una cámara que en todo Madrid sólo él vende. ¿Para qué necesita Alfie esa Viper, que filma planos-detalle con una definición única? Para cumplir el encargo (pago, desde ya) que la Asociación Ojos del Mundo acaba de hacerle. Tiene que rodar un institucional de tres minutos sobre el combate contra la ceguera en Bolivia. Producto de su largo oficio, Gabor es capaz de “ver” sin ver. Hasta el punto de que en un momento se corre de lugar en el encuadre, porque puede imaginar cómo se distribuyen luces y sombras en el plano. Por otra parte, su memoria visual es tan asombrosa que es capaz de describir, plano a plano, el comienzo entero de Tierra en trance, de Glauber Rocha. ¿Y si Gabor hiciera la fotografía de ese cortito de tres minutitos? ¿Si Gabor se convirtiera, a partir de ese momento, en un documental herzoguiano, donde lo imposible puede hacerse posible, por pura locura y en un paisaje exótico? Con el director de fotografía ciego discutiendo con el director cómo iluminar un plano en plena montaña del Alto, entre pobladores aymaras vestidos a la usanza tradicional. A diferencia del muy germánico realizador de Tierra del silencio y la oscuridad, que en lo insólito busca una otredad de orden casi místico, Gabor es un documental lúdico. Casi tarantiniano si se quiere, por el modo en que Alfie juega con tiempos, geografías, personajes (su mamá, indicándole por teléfono cómo filmar la película, tiene casi la estatura ficcional del propio Gabor), montones de subtramas y subtramitas, recursos formales (pone en escena la historia de su protagonista mediante una “línea de tiempo” ilustrada, recurre a caricaturas), exposición de los mecanismos de producción del propio film, un yo narrativo omnipresente y una duda permanente sobre la idea de autenticidad y falsificación, tanto ética como estética. No por nada en un momento director y director de fotografía discuten el final ostentosamente falso, que, por razones de promoción institucional, Alfie quiere darle a su corto de encargo. Todo puede ser falso o auténtico en Gabor. Tal vez todo sea tan falso como auténtico. “Como en la vida”, remata ese autohumorista zen llamado Gabor, y el espectador se queda pensando.
“Gabor” devuelve el placer del cine He aquí una de esos pequeños placeres que justifican la existencia del cine y el precio de la entrada. Injustamente, no se da todos los días. Hay que aprovechar la oportunidad, como viene enseñando el cine de Sebastián Alfie, un joven profesional surgido del taller de Martínez Suárez y ahora instalado en España, donde tiene una pequeña empresa de cine publicitario. Antes de irse, el muchacho había dejado el buen recuerdo de un cortito delicioso, "Abrázame así, donde su abuelo contaba cómo conquistó a la abuela. Un compendio de originalidad, gracia, homenaje a los mayores y habilidad narrativa. Ahora volvió, con un "making off" también delicioso y de similares méritos, donde un veterano cuenta, o más bien muestra, cómo conquista a la vida aún en medio de su desgracia. Ocurre que Ojos del Mundo (Ulls del Món), una Ong catalana dedicada a prevenir la ceguera, y eliminarla si es posible, le había pedido a Sebastián Alfie un corto relativo a operaciones de la vista en un hospital boliviano. Para rodarlo, fue a alquilarle equipos a un técnico húngaro de nombre Gabor Bene, un trotamundos lleno de experiencias no siempre recomendables pero generalmente disfrutables, que llegó a ser un calificado director de fotografía. El hombre ya tenía su lugar conquistado, y su hogar, hasta que una repentina ceguera, de la que nunca pudo recuperarse, lo obligó a dejar la profesión, hace de esto ya diez años largos. Ahora Gabor alquila equipos, ejercita la memoria, hace chistes, pasea con su perro, y de vez en cuando comenta, sin darse lástima, "A veces sueño que todavía ilumino". ¿Adivina el lector a quién contrató Alfie para que haga la fotografía de una película sobre ciegos que recuperan (o no) la vista? Increíblemente, el corto se hizo. Y también el film que muestra cómo se hizo. La aventura del rodaje, los desafíos cotidianos, los otros ciegos a la espera, la joven doctora en cuyas manos está la posible solución, como en las manos del viejo operador está la posibilidad de mostrar al mundo esa operación. Lo que pudo ser simple disparate, locura irresponsable, ha fructificado en una hermosa obra, pintoresca, divertida, y finalmente emotiva, sobre la capacidad humana de aceptar desgracias, superar limitaciones, mantener la alegría. Y ahora el espectador va con esta gente por el altiplano, de sorpresa en sorpresa, admirado y regocijado, aprende unas cuantas cosas, y termina agradecido. Vale la pena.
Pasión por el cine Fue el cine el que llevó hace muchos años al director de fotografía Gabor Bene a rodar una película en el Amazonas, y allí fue donde contrajo una infección en los ojos que le disparó un glaucoma que lo dejó ciego. Fue el cine, o mejor, una idea sobre el cine, la que el realizador argentino radicado en España, Sebastián Alfie, hizo conocer al húngaro ciego para que le alquile una sofisticada cámara. Y fue el cine, la pasión por el cine, la que unió a ambos personajes para que juntos se embarcaran en la aventura de trabajar en el altiplano boliviano para filmar un corto por encargo para una institución que ayuda a personas de bajos recursos que perdieron la vista. Documental moderno que interpela al espectador, que hace las preguntas necesarias delante de la cámara y desde lo personal y hasta afectivo (la relación entre los protagonistas del film va creciendo a la par del relato en plan buddy movie) se permite reflexionar sobre el objeto de su búsqueda, Gabor transita el camino del aprendizaje de dos personajes radicados fuera de su país por distintas razones, desplazados que tal vez por esa condición están dispuestos a avanzar sobre territorios desconocidos y nutrirse mutuamente. Los prejuicios sobre la discapacidad y la manera de tener otro abordaje están presentes desde el comienzo, entonces el tono de la película es liviano, coloquial (a veces demasiado), alejado de la solemnidad. La película levanta vuelo cuando Alfie permite que su fascinación por el protagonista se filtre en la pantalla, en los momentos donde Gabor recuerda películas plano por plano, cuando habla de la luz, cuando muestra la pasión, la de ambos, por el cine.
Eso que nos une Sebastián Alfie, un director publicitario, tiene que hacer un corto por encargo para una clínica de ojos en Bolivia. Para ello debe alquilar unos equipos en España, donde se encuentra con un reconocido director de fotografía húngaro (Gabor Bene) que ha quedado ciego, a causa de un glaucoma. Al encontrarse con este personaje y su historia tan particular, en una jugada de riesgo, decide además contratarlo como su DF para el proyecto, lo que da inicio al muy interesante y sorprendente documental Gabor. Hay que reconocer que si bien la premisa en sí misma resultaba muy interesante, al mismo tiempo generaba un poco de temor porque transitaba territorios un poco peligrosos: había, a partir de la enfermedad de Bene, un temor porque el film abordara un tono aleccionador, sensiblero, a la manera de una mala película televisiva. Pero afortunadamente evita Alfie caer en esos lugares comunes, principalmente gracias al propio Gabor, su carácter, y el amor por su oficio. Es así como el director logra construir un film sincero, sobre la amistad, el profesionalismo y las relaciones de amor-odio que se suceden dentro de un rodaje eludiendo el lado paternalista, condescendiente para con su personaje, incluso con algo de humor. Gabor -la película- sorprende porque logra distanciarse de la condescendencia para mostrar todo de la manera más honesta posible.
Detrás de cámara Girando alrededor de un personaje singular y querible, Gabor combina documental con toques de ficción y propone diferentes vertientes, que quizá lo diversifiquen demasiado. De todas maneras, este film del cineasta argentino radicado en Madrid Sebastián Alfie logra con cierto encanto aunar sus distintas intenciones expresivas y atraer al espectador, más allá de que no todo esté bien amalgamado. Gabor parte de un trabajo por encargo: un corto que iba a referirse a un caso de recuperación de no videntes en Bolivia, y lentamente se transforma en otra cosa, pero sin embargo, y paralelamente, logra conectarse con la misma temática. Esto se produce gracias a la integración al proyecto de Gabor Bene, un húngaro ex director de fotografía que insólitamente sigue viviendo de alguna manera de su oficio, en este caso alquilando cámaras y lentes. Pero este hombre es también un buscavidas que atravesó por diferentes experiencias en su vida, no todas legales, y el director tiene la inconcebible idea de que lo acompañe en su tarea y vuelva a ponerse detrás de las cámaras, con toda la incertidumbre que eso conlleva. Desde España, el equipo de filmación llegará a Bolivia y algunas preguntas se irán develando en ese trabajo en el que la ceguera será también el tópico esencial. A pesar de no internarse a fondo en ese mundo, Gabor, fundamentalmente a través del hombre que le da título al film, logra interesar en todo momento.
La mirada es un elemento clave cuando se trabaja en el campo audiovisual. Pero, ¿y si quien debe encargarse de una imagen es alguien que en realidad no puede hacer uso de su vista? La respuesta, en Gabor. Todo empieza con Sebastián Alfie, director argentino residente en España, que recibe el encargo de ir a Bolivia para hacer un documental sobre personas ciegas que serán operadas para que recuperen la vista. El gran desafío es contar la ceguera de manera distinta, evitando los clichés más sensibleros. “Cómo mostrar la diferencia entre ver y no ver”. Nota que para este trabajo necesitará una cámara Viper. El único que la tiene en España es Gabor Bene. Oriundo de Hungría, Gabor es un director de fotografía que vive del alquiler de equipos de filmación. Pero hay otra particularidad: casualmente, este profesional de la imagen es ciego. El joven cineasta descubrirá que es un hombre afable, de buen humor, al que la invidencia no le impide seguir siendo un maestro con la luz y las lentes (“El cerebro suplantando la información que falta”). Aún cuando no puede ver lo que sucede delante de cámara, gracias a su amplia experiencia sabe precisar cuándo una imagen está desenfocada. Y si bien tampoco puede sentarse a ver una película, logra recordar cada plano. De ahí en más, Gabor se volverá crucial para que el director pueda encontrar la manera más anticonvencional de retratar la ceguera. Evitando golpes bajos y otros clichés de intenciones lacrimógenas (tal como se proponía desde el principio con el encargo), Alfie crea un documental dinámico, atractivo, simpático, honesto, humano, narrado por él mismo, con voz en off. Incluye charlas con el mismísimo Gabor, quien relata su experiencia, cómo empezó a dejar de ver, en el Amazonas, y cómo esa condición no le impidió seguir trabajando. Además encontramos entrevistas a directores de fotografía y otros profesionales del medio audiovisual que compartieron experiencias con él, y a Alicia, madre del director, profesora que trabaja con ciegos y mejor concejera de su hijo. El film nos muestra a Sebastián y a Gabor cuando se están conociendo -con todos los detalles a tener en cuenta cuando se convive con una persona que padece una discapacidad- y en pleno proceso laboral, y como al principio el director no puede anunciar que su nuevo compañero de aventuras carece de la capacidad de ver (“No lo entenderían”). La acción comienza en España y luego se traslada a tierras bolivianas, donde se lleva a cabo el rodaje y donde también conoceremos a las personas que, tras una operación, podrán ver nuevamente. Gabor, un director de fotografía, una película, un ejemplo de que es posible hacer cine sin mirar, la prueba de que la pasión no se detiene ante nada.
Pasión sin límites Tradicionalmente se pensaba que los cinco sentidos (tacto, olfato, oído, gusto y vista) eran los únicos modos de percibir nuestro alrededor, y nuestro mundo. Sí bien eso es verdad, también es un hecho que quien carece de alguno de estos sentidos, tiene otros mecanismos o modalidades para suplir de alguna manera, esa falta, y así seguir percibiendo. Ahora bien ¿que ocurre cuando alguien cuya profesión o campo de trabajo tienen como requisito prácticamente excluyente, la utilización de uno de estos sentidos, y dicho sentido, es, justamente el ausente? Gabor nos orientará en el camino para poder responder a este interrogante. El film comienza presentandonos a Sebastián Alfie, director argentino residente en España, quien recibe el encargo de ir a Bolivia a filmar un documental sobre personas ciegas que serán operadas para revertir su situación. De esta forma, la premisa que guá a Alfie es contar y mostrar este proceso sin caer en los lugares comunes y edulcorados; sino centrándose en la diferencia entre quienes pueden ver y quienes no. Para realizar dicha filmación, necesita una cámara especial (Viper), por lo que se entera que Gabor Bene, un director de fotografía húngaro es el único que posee esta cámara en toda España. Gabor vive justamente de alquilar sus equipos de filmación, pero se destaca por una particularidad: este director de fotografía es ciego. Poco a poco Alfie y Bene entablan una amistad, por la que el argentino descubre que a pesar de la deficiencia visual del húngaro, aún mantiene el sentido del humor, y sobre todo gracias a su gran experiencia, puede seguir reconociendo cuando las imágenes están desenfocadas, así como también recordar planos. Sin embargo, Alfie no puede anunciar que su colaborador es ciego, ya que no cree que quienes lo rodean, puedan entender como un director de fotografía puede desempeñarse exitosamente padeciendo dicha particularidad. De esta manera, Gabor y su enorme experiencia audiovisual, serán cruciales para que Alfie pueda encontrar la manera más anticonvencional de retratar la ceguera; y a la vez evitar caer en típicos clichés sentimentaloides. ¿El resultado? Un documental honesto, dinámico y sobre todo muy original al evitar el tono solemne que solemos ver en producciones de temática similar. Además se presentan entrevistas a directores de fotografía y otros profesionales del medio audiovisual que compartieron experiencias con el propio Gabor, así como también el testimonio de Alicia, madre del director, quien además es profesora que trabaja con ciegos y puede aportar su punto de vista al respecto. Una verdade prueba y ejemplo de que si bien una deficiencia (en este caso visual) puede determinar un momento particular, no necesariamente determinará la vida total de quien la padece; Gabor funciona además como recordatorio que las personas son personas y no etiquetas, no discapacidades, ni enfermedades, ni deficiencias. Este documental demuestra (al igual que ocurría en Caito de Guillermo Pfening) que la pasión, la vocación y la vitalidad, si son verdaderas, no conocen límites, y de eso Gabor puede dar fe.
Gabor tiene forma de diario (personal y de rodaje) y comienza cuando el cineasta Sebastián Alfie recibe el encargo de realizar un cortometraje que refleje el trabajo de una fundación catalana que ayuda a que personas recuperen la vista en los sectores más pobres de Bolivia. Buscando equipos para el rodaje Sebastián conoce al protagonista excluyente de este filme, Gabor, un director de fotografía húngaro retirado que perdió la vista hace diez años. Con los temores lógicos del caso Sebastián le propone a Gabor que vuelva al ruedo y oficie de director de fotografía del documental que realizará en Bolivia. A partir de allí el filme reflejará la relación entre el realizador y su protagonista, las dudas, las discusiones vinculadas al trabajo y la cotidianidad. Alfie demuestra su sensibilidad al correr el riesgo de confiar en Gabor mientras que este pone de manifiesto su talento y personalidad. Impresiona ver la perfección de los planos que consigue. Lo más significativo de este filme es su capacidad para modificar la realidad de las personas, por un lado Gabor vuelve a trabajar después de muchos años, por otro lado él convence a un panadero ciego de que vuelva a hacer pan para el cortometraje. Y ese no será el único aporte del protagonista que también discute tanto cuestiones técnicas como éticas. Seguramente durante el largo proceso de montaje (llevó más de un año) Sebastián Alfie tuvo que dejar en el camino algún momento tan bello como los que hay dentro del corte final, administra muy bien los recursos para ofrecer un relato impecable. Por Fausto Nicolás Balbi redaccion@cineramaplus.com.ar
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No soy fan de los documentales. En general los encuentro televisivos en un formato de entrevista donde tendenciosamente te llevan hacia lo que el director quiere exponer sin vueltas ni demasiado énfasis en el relato. A veces los llenan de recursos para distraerte y a veces ni siquiera tienen esa gentileza. Gabor demostró que todavía queda mucho de ese género por elevar. Esta historia empieza desde lo más profundo del director, como un recuerdo que quiere ser atesorado por siempre. A la memoria no le pedimos que sea objetiva, con lo cual el relato se pierde en la nostalgia y en la admiración que claramente él siente por lo que está contando. Como punto de partida tenemos el conocerlo a él y de qué vive y cuál es su próximo proyecto: “Ojos del mundo” le ha pedido un corto contando sus obras en Bolivia brindando controles y operaciones en aldeas del interior del país, a personas que no tienen otra forma de acceder a estos servicios médicos. Buscando inspiración de cómo hablar de la ceguera, se encuentra con Gabor. Gabor es un ex director de fotografía que ha perdido la vista hace una década y que hoy vive de alquilar equipos para filmación. El director de la película lo encuentra cuando renta una cámara que necesita para filmar y Gabor es un excelente medidor de cómo contar el tema que necesita contar. Claro que sé que es una persona de carne y hueso, pero creo que lo interesante del relato es que, además, se lo convierte en un gran personaje. Por un lado con su amor desmedido al cine y su noción en la composición de cuadro, en la búsqueda de ambientes y de luz y por otro de este hombre que tuvo que resignar la vida que conocía para abrirse a una nueva. Si a esto sumamos animaciones, una narración con mucha simpleza y sentido del humor y una fotografía muy destacable, bueno, entenderán por qué disfruté tanto esta película. Es inevitable conmoverse frente a esto, frente a los éxitos que se cosechan y a los fracasos, frente a la necesidad de seguir adelante e intentar hacerlo de la manera más digna posible. Uno de los médicos dice que aprendió mediante una experiencia en la que estuvo con los ojos vendados por tres días que uno puede estar ciego para el resto, pero nunca para uno mismo, que uno empieza a distinguir cada textura y sonido. Y mientras pasa la película uno realmente se rehúsa a creer que Gabor no ve. Pero sí ve: cine. Aunque nada más en el relato te guste, cosa que dudo dada su simpleza y calidez, verlo a él y su expertise pintando cada frame, es para deleitarse una y otra vez. Muy recomendable.
Gabor, the Spanish documenttary by Argentine-born Sebastián Alfie is a most unusual work: you could say it’s a film about a director of photography who lost his eyesight 10 years ago. But actually it’s not. Or at least that’s not all of it. Everything began when Sebastián Alfie travelled to Bolivia to fulfil a very specific assignment: to shoot a short film in the first person singular, with a personal viewpoint, about an organization that works for the recovery of eyesight in blind people. So he rents a camera for the short film, and in so doing he meets Gabor, a blind Hungarian DP. Of all things, Sebastián asks Gabor to go with him to Bolivia to help him with the cinematography. You’d think that Gabor should be able to see to do that, wouldn’t you? Yet he can. Because he has a great photographic memory, he can recall a scene of a given film shot by shot, as though he were actually watching it. He can also “feel” the right framing, the appropriate exposure, the way lights and shadows have to interact as to draw the best possible shapes. Of course, he can also discuss with the director how he “sees” the film has to be photographed. So in no time, Gabor, the film, becomes a film about Gabor, the person. And just when you thought you knew what Gabor is all about, you realize it’s also a film about how the many elements the language of cinema can be put to play with when a creative mind is behind the camera. Sebastián Alfie resorts to many smart ways to narrate this singular story. There are cartoons, a disruption of chronological time, a film within a film, his voice-over letting viewers know how subjectively this story is being narrated, camera movements such as travellings which are shot in the simplest ways, Alfie himself is seen both in front and behind the camera, and the story of Gabor is narrated in a most clever way. It’s all done with a firm, yet gentle hand, that of a sensitive filmmaker who’s met another equally sensitive filmmaker in a very unexpected and rewarding manner. It has nothing to do with the original assignment, which Alfie believes was a cinematic disaster from the get go. It wouldn’t be fair to tell viewers much more about the film, since a lot of the fun has to do with the discovery. Let’s just say that Gabor is filled with surprises, not only because it’s quite creative and inspired in cinematic terms, but above all because it casts an understanding, easygoing but also profound gaze on a complex issue in all its nuances.
A Sebastián Alfie, argentino, en estos momentos viviendo en España, le encargaron la difícil tarea de filmar el antes y después de una persona no vidente de manera diferente y novedosa. Para la tarea decide utilizar una cámara Viper, que le otorgaría más posibilidades en cuanto a colores y granulados y encuentra que en Hungría una persona la tiene: Gabor Bene. En el medio no sabe cómo innovar en el trabajo encargado y es por eso que acepta que Gabor, un otrora director de fotografía no vidente ahora merchand de útiles para filmaciones, integre el rodaje con su viejo cargo. “Gabor”(Argentina/España, 2013) es un doble relato de cine dentro del cine y de los desafíos de intentar ponerse en la piel del otro cuando un “impedimento” marca a fuego la existencia. Tanto Alfie como Bene poseen personalidades fuertes, y si bien en algún momento chocan por decisiones laborales, a nivel personal el vínculo que inician es tan fuerte que supera la mera realización del documental. Alfie ve en Gabor la posibilidad de representar todo aquello que quiere contar en imágenes y no puede, para el caso le pide ayuda a su madre, quien a larga distancia asistirá al joven director con decisiones que van más allá de meros consejos y que intentan ubicarlo dentro de las posibilidades que Gabor transitará en esta aventura. De España a Bolivia. De la urbe a El Alto, una población indígena Aymará en la cima de una montaña que complicará la realización y exigirá que los cuerpos de los actores se acondicionen para conseguir el objetivo. En el medio del proceso de filmación del trabajo por encargo algunas trabas, de los tres casos de personas que recibirán tratamiento y operación para volver a ver, sólo una podrá finalmente tener una resolución óptima y consecuentemente completar el proceso ante cámaras. Y ahí el planteo filosófico sobre la condición del director y del no vidente, uno se cuestiona al otro, ¿sirve generar una mentira para cumplir con el objetivo? ¿o simplemente hay que permitir que la realidad se plasme en la pantalla?. “Gabor” es un filme que reflexiona sobre el encuentro de dos personas con ganas de seguir contando historias y hacer cine, pero también sobre la fuerza que mueve a los seres humanos a pesar de sus limitaciones. Con trazos gráficos, una banda sonora estimulante y la presentación del personaje principal como un imán, Alfie evita que el documental caiga en lugares comunes, todo lo contrario. El filme analiza las más profundas sensaciones de Gabor y pone en pantalla su punto, vaya ironía, de vista, que a medida que avanza el metraje se va mostrando y potenciando en cada jornada de rodaje. Una película optimista, que permite conocer más de ciertas limitaciones incluyendo, en un juego osado y arriesgado, pero con buen resultado, a un miembro de la comunidad no vidente como productor del discurso. Emotiva.