¿Qué sabe usted sobre el malambo, sobre los argentinos dedicados a mantener viva esta danza derivada del canario español, sobre la competencia nacional que tiene lugar hace más de medio siglo en la localidad cordobesa de Laborde? Quienes respondan Poco o Nada encontrarán en Guerrero de Norte y Sur una buena oportunidad para sacudirse el desconocimiento, y de paso descubrir a un bailarín con características de héroe clásico. El documental de Mauricio Halek y Germán Touza gira en torno a Facundo Arteaga, pampeano de 35 años que dedica su vida al cuidado de sus hijos, al trabajo rural, al malambo que enseña y baila con el corazón y con profesionalismo. Los realizadores lo presentan concentrado en una meta primordial: ganar un premio mayor que, a diferencia de gran parte de los galardones deportivos y artísticos, no admite que una misma persona lo dispute más de una vez. Tal como sugiere el título, Guerrero de Norte y Sur documenta una lucha individual en una contienda multirregional. Si bien describen el entorno geográfico, familiar, laboral, artístico de Arteaga, Halek y Touza le conceden al Vasco un protagonismo más bien excluyente, montado sobre la apuesta –por un lado– a una cámara siempre atenta al rostro y pies del bailarín y –por otro lado– al doble rol de personaje y narrador. Con sus ojos color miel, su cabello ondulado, su porte erguido, Arteaga se parece a un héroe de la Antigua Grecia. Las secuencias que lo retratan mientras venda sus pies lastimados, se coloca una rodillera, ensaya –o entrena– completamente sudado lo acercan a otra mitología: aquélla que personajes como Rocky Balboa representan en Hollywood. Sin dudas, Guerrero… se apoya sobre una estructura narrativa clásica. La cámara acompaña al protagonista en el camino rumbo al torneo decisivo, final (de verdad) para quien obtenga el primer galardón. Dicho sea de paso, esta particularidad de la competencia de Laborde también alimenta la ilusión de diálogo con la mitología griega, en este punto, con aquellas fábulas que borran los límites entre recompensa y sanción. Entre las virtudes del documental de Halek y Touza, figuran la fotografía de Emanuel Cammarata y la música original de Lucio Mantel y Manuel Schaller. Gracias al trabajo de uno y otros, la región pampeana argentina se luce tanto como Arteaga y sus rivales. Resulta inevitable relacionar Guerrero de Norte y Sur con Malambo, el hombre bueno y con Una historia sencilla. Como el film de Santiago Loza que se estrenó en mayo pasado, y como el libro que Leila Guerriero publicó cinco años antes, este documental también da cuenta de un sacrificio peculiar, cuya premiación provoca orgullo y pena. Vaya manera de desarticular la ignorancia y los prejuicios que revolotean alrededor de los malambistas contemporáneos.
Frágil relato sobre la tradición del baile en el que se recae en lugares comunes sobre la construcción del protagonista como vector de una narración que se pierde entre los mismos bailes que presenta.
Facundo Arteaga es un bailarín de malambo de 35 años, que divide su tiempo entre la danza, el trabajo en el campo y el cuidado de sus hijos. Si bien ya pasó la edad ideal para estar óptimo para las competencias, decide presentarse en el Festival Nacional de Malambo más importante del país, en Laborde, Córdoba, aunque, contradictoriamente, esto signifique no poder volver a competir profesionalmente nunca más. El documental de Mauricio Halek y Germán Touza sigue a Facundo Arteaga de una manera especial. No solamente nos muestran su rutina, sus clases de malambo, sus prácticas, sus momentos como padre y sus actividades fuera de la danza, sino que existe una importante voz en off del protagonista que nos va relatando su experiencia, sus deseos y sus sentimientos. También nos explica un poco el código del malambero, los distintos estilos que existen según las zonas del país, y de qué se trata este festival tan especial que permite que una persona solo pueda ganarlo una vez en la vida y que su victoria signifique retirarse de la competencia profesional del malambo. El recurso está muy bien utilizado, ya que se logra un equilibrio de su presencia. No tenemos un abuso del mismo que consiga abrumar al espectador en su monotonía ni una intervención pequeña que nos deje faltos de información. Tanto en las imágenes como en sus palabras podemos percibir el sacrificio que implica practicar esta danza y prepararse para un torneo de tal magnitud. Los directores se detienen mucho en sus gestos cuando ensaya sus bailes, como también en el cuidado de sus pies y sus movimientos. Los primeros planos y los planos detalle son los que enriquecen la historia, son los que transmiten el significado particular del esfuerzo, el empeño, el trabajo arduo. La figura de Facundo está acompañada, muchas veces, por destacados paisajes, que prevalecen en el campo, rico en vegetación y en colores vívidos. Pero en el film no solo tiene importancia la imagen y la voz, sino que la música cumple un rol fundamental, a cargo de Manuel Schaller y Lucio Mantel. Y muchas veces es aquella que se cuela entre el relato del protagonista para otorgar una mirada más emotiva sobre el malambo. El ritmo no se puede explicar o ver, se escucha y se siente. En síntesis, “Guerrero de Norte y Sur” nos cuenta una historia particular a través de la preparación de Facundo, que sirve para comprender en detalle de qué se trata el malambo y su festival más importante. Pero también nos habla de esfuerzo y sacrificio, mediante recursos bien utilizados como la narración en off, los planos detalles y el acompañamiento de la música.
El malambo, ese baile folclórico de larga data, es la pasión de Facundo Arteaga, un pampeano que divide su existencia entre el cuidado de sus hijos y su trabajo en el campo. Con 35 años intentará por última vez ganar el premio mayor en el Festival Nacional de Malambo, que se realiza todos los años en un apartado rincón provinciano y en el que, irónicamente, quien salga campeón no podrá volver a competir nunca más. Dedicará sus días a ensayar los más difíciles pasos del malambo y a preparar sus prendas para esa ocasión. Mauricio Halek y Germán Touza lograron con esta historia un film cálido y atrayente que retrata la necesidad de triunfar a través de esa telúrica danza.
Un documental de Mauricio Halek y Germán Touza que retrata una pasión muy particular en un mundo con leyes y pasiones propias. Hablamos de la pasión por el malambo y los innumerables festivales que se realizan en todos los rincones del país. El film sigue la pasión de un bailarín talentoso como Facundo Arteaga. Especialmente su participación más esforzada en un festival de donde salen los campeones del país que de consagrarse nunca pueden volver a competir. Una valiosa capacidad de observación.
Ganar para perder El pampeano Facundo Arteaga, radicado en Intendente Alvear, aunque oriundo de General Acha, tiene un sueño y es el de consagrarse como Campeón Nacional de Malambo, una de las danzas folclóricas más llamativas y pasionales de la cultura popular argentina. Un sueño recurrente que estuvo a punto de concretar pero quedó trunco con el subcampeonato obtenido en 2014. A sus 35 años va a intentarlo una vez más. Guerrero de norte y sur (2019) sigue el derrotero personal de este bailarín de malambo en el antes, durante y después del campeonato argentino que se desarrolla en el marco del Festival Nacional de Malambo de Laborde (Córdoba), cuyo título, paradójicamente, obliga al triunfador al retiro definitivo de la competición. Entre su trabajo, la familia, el campo y su relación amor y odio con el malambo (en sus mejores años abandonó la competición) vemos transcurrir los días de Arteaga al que el binomio de directores integrado por Mauricio Halek y Germán Touza retrata con total honestidad y sin ningún tipo de regodeo de superioridad, algo frecuente en este tipo de documentales. A lo largo de casi tres cuartos de hora la observación recaerá sobre Arteaga en su rutina diaria mientras se prepara para la gran competición. En el tercer acto de la película será la competición en si misma la que domine la escena. Y es ahí donde vemos a un personaje contradictorio que busca ganar pero también perder. Sobre el final su voz en off develará el misterio de la contradicción no explícita, o la justificará. Guerrero de norte y sur es un documental retrato sin grandes pretensiones sostenido en su mayor parte en la empatía que se genera con un personaje que pone todo para ganar sabiendo que de hacerlo será su final.
Facundo Arteaga zapatea con pasión. Entre sus quehaceres cotidianos –clases de baile, atender a su familia, el trabajo en el campo-, se prepara para competir una vez más en el Festival Nacional de Laborde, el súmmum para un bailarín de malambo. Entre los ganadores de dicho evento hay una regla tácita, un código inquebrantable. Coronarse campeón implica no volver a competir en esta danza tradicional, por el resto de su vida. Una vez campeón, se es campeón por siempre. No hay que defender la corona. Llegar al olimpo es quedarse en él. La gloria supone una renuncia personal, pero una vida en el podio lo vale. Y eso lo entiende Facundo, que una vez más va por el campeonato.
En distintos pueblos de nuestro país, durante todo el año, se organizan fiestas destinadas a promover y agradecer la producción en el que trabaja la mayoría de los habitantes de ese sitio, o también dedicadas en homenajear a un vecino ilustre. Para las personas que viven en las grandes ciudades es un mundo prácticamente desconocido, pero no por ello hay que subestimarlo. Aquí interviene mucha gente que organiza y participa. En definitiva, se convierte en una movida muy importante, esperada por todos ellos. Como Facundo Arteaga, que vive con su familia en un pueblo de La Pampa, trabaja en tareas rurales y enseña bailes folclóricos. Este pampeano protagoniza el documental. La historia gira en torno a él, demostrando las ganas y la fuerza que tiene para superarse día a día. La cámara lo acompaña en cada uno de sus movimientos y actividades. Cuando ensaya, da clases, o también, durante los momentos en el que está con su mujer e hijos pequeños. Codirigida por Mauricio Halek y Germán Touza, la película toma como ejemplo a éste héroe anónimo que, gracias al apoyo familiar y de sus amigos, no baja nunca la guardia, sin resignarse y con mucho tesón, a seguir compitiendo en el festival más importante del país, el Nacional de malambo, que tiene lugar todos los años en Laborde, provincia de Córdoba. Anteriormente, estuvo en la puerta de la gloria al salir subcampeón, pero quiere seguir intentado lograr el campeonato, aunque si obtiene dicho galardón automáticamente queda excluido de por vida. Nunca más puede participar en un festival. Relatado con la voz en off de Facundo, cuenta sus vivencias, sobre las imágenes que lo retratan. Además, casi siempre las escenas van apoyadas con música autóctona. También, de vez en cuando, se escuchan los diálogos y las prácticas de los bailes con sonido directo, para provocar una cercanía mayor a los sentidos del espectador. Y así, el ritmo narrativo es guiado por las canciones, con velocidades más lentas o más rápidas, según la ocasión lo amerite. Lo atractivo del film es conocer otros ámbitos, reservados para ciertas comunidades, Observar como la pasión y el placer por lo que hacen son muy fuertes, pese a ser amateurs, y el compromiso que toman con la actividad es similar a las de un profesional, pero con menos presupuesto. Porque aquí lo importante es lograr la gloria eterna e integrar el Olimpo de unos pocos elegidos, el lugar donde quisiera estar Facundo Arteaga.
LA ÉPICA AUSENTE “Mi nombre es Facundo Arteaga, soy de La Pampa y estuve muy cerca de ser campeón”, dice la voz en off del protagonista de Guerrero de norte y sur, documental dirigido por la dupla Mauricio Halek y Germán Touza. La primera enunciación evidencia dos mecanismos: un disparador que activa la intriga y el despojo de cualquier pretensión épica. Arteaga tiene 35 años, es padre de familia y se enfrenta a un último desafío: llevarse el máximo galardón en el Festival Nacional de Malambo. Se trata de un objetivo muy difícil. Además, hay un código inquebrantable que todo aquel que participa debe aceptar, a saber, que el campeón ya no podrá competir más. Es el cierre que Arteaga desea, el broche a una carrera donde el sacrificio y el placer se conjugan para dar vida al arte del malambo. Durante la preparación vemos el registro de una vida que alterna entre el trabajo, el hogar y el entrenamiento propiamente dicho, un lapso intenso para llegar a esos cuatro minutos y pico de exhibición en el escenario. El principal inconveniente del documental es que nunca levanta vuelo más allá de los valores que trasmite, a veces, hacia el cuestionable horizonte del camino edificante. Pese a estas nobles intenciones, el tratamiento de los directores no cumple necesariamente con esas expectativas planteadas al principio. El desarrollo narrativo nunca prepara un terreno capaz de conmover o sacudir y construye un tono monocorde, una trama lineal cuya atmósfera neutra poco parece ofrecer. Facundo es un tipo común, se nota. Sin embargo, el mote de guerrero que aparece en el título juega en el campo de una épica ausente. Ni siquiera esos fragmentos donde se lo ve bailar como poseído (lo más interesante y seductor de la película) alcanzan y, por momentos, rozan el discurso publicitario. En síntesis, un intento loable perdido en la medianía.
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Facundo Arteaga baila malambo. A pesar de que tiene otras actividades, una familia, un trabajo, para él bailar el malambo es mucho más que un hobby. Su objetivo mayor es el Festival Nacional de Laborde. Pero hay una regla entre los que bailan allí: quien gana la competencia no puede volver a competir en otra competencia de malambo por el resto de su vida. El campeón se retira campeón. Ese es un código de honor. Guerrero de norte y sur es un documental que sigue a Facundo por su vida, su historia, su preparación para la competencia y el relato de como estuvo, en el pasado, muy cerca de ganar. Pero todavía no ha ganado y, luego de no competir varios años, vuelve para finalmente obtener –o no- el deseado triunfo. La cámara consigue captar con inusual autenticidad el proceso del bailarín hacia la gran competencia. Los vemos con su familia, corriendo (entrenando) por el campo, preparando cada detalle de su baile, preparando al milímetro su actuación. Un mundo poco conocido se asoma frente a los ojos de los espectadores no interiorizados con estas competencias. Nos identificamos con Facundo y deseamos su victoria, aun cuando sabemos lo que implica. La película va ganando en suspenso y nos preocupamos, como él, por los resultados. No anticiparemos que es lo que ocurre, porque aun siendo un documental, el remate le da gran parte del sentido a la película. Realmente vale la pena acompañar a Arteaga hasta la última escena.
Los cineastas Mauricio Halek y Germán Touza presentan Guerrero de norte y sur, un documental que cuenta la historia de un bailarín que busca ser el próximo campeón del Festival Nacional de Malambo. La historia se centra en Facundo Arteaga, un bailarín de 35 años con un objetivo claro entre ceja y ceja: ser el próximo campeón del Festival Nacional de Malambo. El hombre divide su tiempo entre el cuidado de sus hijos, los quehaceres en el campo, dar clases de baile y, en sus ratos libres, prepararse para la competencia. Él quiere ser campeón a toda costa, aunque eso signifique no volver a competir jamás, ya que quien gana el torneo no puede volver a inscribirse. A través del relato en off, Facundo Arteaga nos narra su historia: comenzó a bailar cuando tenía sólo 11 años de edad. Ya mayor, dejó de “zapatear” (como le gusta decir a él) durante casi seis años. Cuenta que constantemente buscaba excusas para no volver, aunque su amor por este tipo de danza folclórica y su sueño por ser el campeón pudo más. Guerrero de norte y sur cuenta con poco diálogo en general. Predomina lo relatado en off. También los largos silencios, en donde sólo se puede apreciar alguna canción extradiegética. Las conversaciones que mantiene con los otros personajes no son relevantes. Acá sólo importa su historia en cuanto al baile y su preparación (tanto física como mental) para aquella competencia. La cámara sigue constantemente al protagonista de esta historia. El foco está puesto en él y no se corre nunca de ahí. Como si no se quisiera invadir su espacio personal, se lo sigue casi siempre de espaldas (sobre todo en aquellos momentos en donde lleva a cabo su rutina). Se capta su día a día: Facundo Arteaga desayuna junto a sus hijos, lleva al mayor al colegio, de clases de baile, y luego dedica su tiempo a entrenarse para el Festival. En las ocasiones en las que se sigue la rutina de Arteaga, las tomas son más desprolijas. Están poco cuidadas y, muchas veces, no muestran nada en concreto. Parece que alguien agarró una cámara y se puso a filmar porque sí, sin querer focalizar en nada en particular. En cambio, cuando se apunta al baile del protagonista, las tomas son cuidadosas y detallistas. Se hace énfasis en los pies de éste y en su temple.