DE CUANDO INDIANA PERDIÓ Y NO ESPECÍFICAMENTE EL SOMBRERO La muy esperada quinta entrega de Indiana Jones generó una importante expectativa como para convertirse en el gran film que clausure la saga protagonizada por Harrison Ford, hoy actor octogenario que describió el “ser evidente” por qué no continuará con el personaje luego de este film, también está James Mangold en la dirección, el elegido para suplantar a no menos que Steven Spielberg en la única película de la saga que no lo tiene como director. Como si no fuese suficiente, el elenco está conformado por Phoebe Waller-Bridge (exitosa tras la serie Fleabag), quien interpreta a una arqueóloga recién recibida que tiene una misión personal, Toby Jones como un entrañable amigo de Indy, Mads Mikkelsen (Jürgen Voller) como el villano nazi de turno y los apenas utilizados Antonio Banderas o el querible John Rhys-Davies con un regreso escueto. ¿Qué ocurrió entonces? El film comienza muy bien, con una escena de acción en la que Indiana, con técnicas de-aged mediante, se reencuentra con nuevos enemigos nazis que están cargando un tren con todo vestigio valioso de la Segunda Guerra Mundial ante su inminente culminación. Excusa por la cual se genera la búsqueda del objeto punzante con el que se clavó a Jesús en la cruz y de paso la de un artefacto fantástico denominado Antikythera, con el cual se podría viajar a través del tiempo, diseñado por el mismísimo Arquímedes. Indiana zafa del estar colgado de una soga al cuello y continúa su viaje con Basil Shaw (Toby Jones), el amigo británico de turno, rol que en otras se ha reservado para Denholm Elliot, John Rhys-Davies, Ray Winstone o su propio padre en la ficción, Sean Connery. La persecución termina en el interior y luego exterior de un tren a toda marcha, primer duelo entre Jürgen e Indiana a lo largo del film. Ya a partir de esta primera escena vertiginosa nos damos cuenta que el exceso de CGI vertido da una sensación alejada de las primeras Indiana en las que los efectos eran producidos de manera más artesanal, contando con miniaturas, dobles de acción mate paintings, algo que el mismo Spielberg clausuró o extinguió con su Jurassic Park. En Indiana Jones y el dial del destino, surgen dos temas principales, un de ellos incluído en el propio título del film: el “destino” y otro que es el “tiempo. A medida que transcurre el film son dos nociones que se van fortaleciendo en el personaje de Indiana. Harrison Ford de hecho mencionó que uno de sus pocos requerimientos para el volver al rol de Indy eran el de hacer una buena película y que se entienda que ya su personaje tiene su edad, y que tenga un cierre. Por lo cual, Indy se jubila en NY, deja de ser profesor universitario y no encuentra sentido alguno o pertenencia a su vida, hasta Marion (Karen Allen) le pide el divorcio. Indy ya no encuadra en la NY de 1969, en cierta manera se quedó sin aventuras que lo mantengan vivo, tampoco cuenta con la agilidad que solía tener. Esto es algo que se planteaba en la serie de El joven Indiana Jones, con un anciano Indy que se encargaba de contar sus historias de joven. El despliegue audiovisual de Indiana no sorprende, están los habituales viajes a lo largo del continente para ir resolviendo la caja de Pandora que se va abriendo, cuando se resuelve algo de la trama, instantáneamente aparece otro desafío a emprender, si al artefacto le falta una parte, es trucho o lo que sea. Así nos encontraremos a Indiana y troupe viajando por Tánger, Grecia y Siracusa (Sicilia). Es en cierta manera el cuento de la buena pipa otra vez que planteaba Faretta en su texto sobre Avengers, a diferencia que acá algo se perdió. El espectador que creció con el personaje de Indiana Jones en su adolescencia hoy busca nostalgia y diversión, por el contrario se encuentra con un fallido producto de Disney que tiene el objeto de llevar el personaje a nuevas generaciones y olvidarse del pasado. Los realizadores no necesitaban el Antikythera como para viajar en el tiempo y revisionar lo que significa y significó Cazadores del Arca perdida para varias generaciones.
¿Qué pasaría si una pieza valiosa permitiría conectar diferentes tiempos históricos? Y ¿Qué pasaría si esa pieza caería en las manos equivocadas? Algunas respuestas las encontrarán en la nueva aventura de nuestro arqueólogo favorito, que vuelve a la acción tras quince años de paréntesis. Una trepidante escena inicial con un joven Jones luchando contra los nazis para proteger una pieza arqueológica clave permite avanzar en el tiempo para encontrarnos con este mismo hombre ya cansado, sin ser respetado, que deberá atender el pedido de su sobrina (una increíble, cuando no, Phoebe Waller-Bridge) de encontrar esa pieza que podría alterar el curso de la historia. Villanos, persecuciones, gloriosas escenas como una huida en caballo dentro del subte, y muchas sorpresas, terminan por dar un broche de oro a esta saga que supo entretener, y sigue entreteniendo a varias generaciones. Si bien por momentos el ritmo vertiginoso inicial decae, y se explicitan en palabras muchas cuestiones, que podrían haberse graficado con acciones, Indiana Jones y el dial del destino se potencia con su espíritu y estructura clásica, necesaria, en películas de este tipo, para revalidar el disfrute. Harrison Ford vuelve a ponerse en la piel de Jones, uno de sus personajes más icónicos, y logra transmitir la urgencia de su presente al rol, sin negar el paso del tiempo en la piel y cuerpo del ídolo, sumando así dentro de la trama, la vejez como tema. En tiempos en donde la cultura de lo joven prevalece, que Indiana Jones y el dial del destino subraye el paso del tiempo como parte constitutiva de su historia, es un avance para que los algoritmos tengan en cuenta otros relatos, alejados de colegios secundarios, modas y el culto a la belleza.
Para la nueva versión de “Indiana Jones”, George Lucas y Steven Spielberg se apartan completamente del proyecto, este último resguardando únicamente labores de productor ejecutivo, habiendo dirigido todas las películas anteriores de la saga. El reto principal se instituye en encontrar a un nuevo hombre al comando detrás de cámaras, y, finalmente, el elegido resulta el experimentadísimo James Mangold. Una apuesta a lo seguro, conocido por haber dirigido con buena mano películas como “Logan”, “Le Mans 66” o “En la Cuerda Floja”. Mangold trae consigo una reputación estable y una paciencia moldeada bajo presión. El film terminó de rodarse en febrero de 2022, y de allí en más, la crew se sumió en horas y horas de posproducción. A primera vista, Mangold, un director de estable carrera y fiable rédito en taquilla, parece erigirse como el indicado: un artesano del género, al servicio de los estudios. Poco más podría pedírsele para dotar de encanto a una saga que ha hecho, a lo largo de su historia, un culto a la adoración por un pasado que no necesariamente refleja las mieles en el presente. Durante los años ochenta, y desde entonces a esta parte, “Indiana Jones” colonizó el inconsciente cultural de una generación entera de cinéfilos, a lo largo y anchoe de una saga que se expandió más allá de lo esperado, incluso renovando su interés en 2008, con “Indiana Jones y la Calavera de Cristal”. Transcurrida década y media, la pregunta se tornaba inevitable: ¿cómo se enfrenta a este regreso a las fuente un público joven que se ha criado con films hiperrealistas de superhéroes marca siglo XXI? Apoyándose en una narrativa de corte clásico, un sentido eminentemente retro se amolda al vértigo imperante del presente, dando como resultado «Indiana Jones y la Llamada Final». La mixtura podría no obtener los réditos deseados, a medio paso del fracaso absoluto. Tomando considerables riesgos, la producción se inclina por mantener el sentido de la nostálgica aventura por encima de la desaforada acción. El enésimo guiño lo aporta la sensacional banda sonora que firma el veteranísimo John Williams, quizás su canto de cisne cine cinematográfico. El golpe emocional no se hace esperar desde los primeros instantes del trailer: un joven Indiana Jones nos lleva directo al pasado. La cara de Harrison Ford muta con algo de extrañeza, digitalmente rejuvenecida. El danés Mads Mikkelsen se adivina como un probable antagonista. Con gran despliegue escenográfico, el film nos sorprende por una variedad de localizaciones que aggiorna la propuesta. Efectos analógicos, a lo “The Mandalorian” se diseminan a lo largo de persecuciones por cielo y tierra, y esto es solo el comienzo. Cosechando los réditos de tan ilustre insignia, Indiana Jones fuerza la mirada, apenas un poco más de la cuenta, hacia un pasado vetusto que se niega a morir.
Los cazadores del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981) es una de las películas más influyentes de la historia del cine mundial. Su peso en la cultura popular excede por mucho al cine de aventuras y alcanza a la televisión, los videojuegos, la música, los cómics e incluso la literatura. Hace tiempo que pasó a la categoría de película citada e imitada incluso por aquellos que jamás la han visto. Pero para esa inmensidad de espectadores que han podido disfrutarla, Los cazadores del arca perdida es el nacimiento de uno de los más grandes héroes de todos los tiempos: Indiana Jones. Nos encontramos ahora en el año 2023, frente a su última aventura tal cual hemos conocido al personaje, es decir interpretado por Harrison Ford. Es el fin de una era el estreno de esta quinta película, pero el imaginario de este largometraje no morirá nunca. Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones & The Dial of Destiny, 2023) tiene muy presente el lugar que ocupa y su director, James Mangold, sabe perfectamente que no puede competir contra el realizador de los cuatro primeros largometrajes, Steven Spielberg. Los guionistas toman la historia escrita originalmente por George Lucas y Philip Kaufman y hacen una recreación respetuosa e inteligente de los cuatro films anteriores. El propio director James Mangold participó del guión, así como también David Koepp (Jurassic Park, Carlito´s Way, Misión: Imposible, Ojos de serpiente, Guerra de los mundos) y finalmente los dos guionistas principales Jez Butterworth y John-Henry Butterworth, autores previamente de Ford vs Ferrari y Edge of Tomorrow. El equipo hizo lo mejor que se puede hacer hoy en día con un personaje así y es estar a su servicio. Claro que ha cambiado con el paso de las décadas, pero desde el punto de vista cinematográfico es impecable como se ha encontrado la forma de darle lógica y continuidad. El personaje de Indiana Jones tiene su primera aventura en el año 1936 en Los cazadores del arca perdida y 1935 en Indiana Jones y el templo de la perdición. En Indiana Jones y la última cruzada la historia central está ubicada en 1938 y el prólogo de su adolescencia en 1912. Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal transcurre en 1957 y finalmente Indiana Jones y el dial del destino en 1944 y 1969. Cuarenta y dos años de historia del cine en los cuales su actor y varios secundarios envejecieron a la par del personaje. Pero dentro de los largometrajes el tiempo transcurrido es menor, de tan solo treinta y tres años desde que lo conocimos hasta hoy. Por suerte las últimas dos películas han puesto esto como parte de la trama, asumiendo la vejez del Dr. Jones en lugar de intentar disimularla. Es sabido que Harrison Ford pidió expresamente, y con mucho sentido común, que su vejez fuera parte de la trama. Indiana Jones y el dial del destino tiene un espectacular prólogo en 1944, donde el protagonista pelea contra los nazis junto con la ayuda de su amigo Basil Shaw (Toby Jones) y encuentran el artefacto que será el MacGuffin de la trama, como antes lo fueron otros objetos. Es decir un objeto que dispara la búsqueda y la aventura, que hace avanzar la trama. Es verdad que en este caso esta excusa tiene una fuerza extra que la conecta con todo el espíritu de la película. Pero siempre es un punto de partida para lanzarse de lleno al entretenimiento. Allí, en ese gran prólogo, se presenta al villano, el científico nazi Jürgen Voller (Mads Mikkelsen), quien disputará ese trofeo cuyo valor puede definir la historia de la humanidad. La acción principal transcurrirá en 1969. Un Indiana Jones viejo, aturdido por la música de The Beatles a todo volumen –Magical Mistery Tour, nada menos- y en el día de su jubilación como profesor. A nadie le importa la arqueología y el pasado, el mundo se rinde a los pies de la llegada del hombre a la Luna y la era espacial. Las alumnas ya no están enamoradas del profesor y no hay interés en sus clases. La única excepción a esta falta de amor por la historia es una joven desconocida, que resultará ser Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge) la hija de Basil, ahijada de Indy, tan conocedora de la historia como él. Ella renovará el espíritu de aventuras del héroe y lo lanzará a una nueva y final búsqueda del tesoro. Indiana Jones y el dial del destino encierra en estas primeras secuencias dos elementos fundamentales de su ética y su mirada del mundo. Por un lado los nazis son siempre nazis y se los combate, en cualquier época y lugar, aunque el propio gobierno de Estados Unidos les haya dado un espacio para ganar la carrera espacial (Jürgen Voller es la versión de ficción de Wernher von Braun, el científico nazi que fue reclutado por la NASA). Y por otro lado, hay una declaración de principios con respecto al cine. Indiana Jones es una aventura de la vieja escuela, no sólo por un personaje de otra época, sino por la limitación a los disparates propios del cine actual que arrasan (o arrasaban hasta un par de años) en la taquilla. La película se ve de otra época no sólo por lo que hace sino por lo que evita hacer. No es un largometraje barroco, excesivo ni confuso. Todo está concentrado -en el guión y la puesta en escena- en sus personajes centrales, sin estar perdiendo el tiempo con una multiplicación de sub historias o detalles visuales inútiles. Aunque es una fantasía, transcurre en un mundo cinematográficamente real. Indiana Jones y el dial del destino debería servir también para explicar porqué fue tan injustamente maltratada Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Luego de una trilogía perfecta cuyo legado es inmortal, pasaron muchos años y la revolución digital en el medio. En el 2008 fue demasiado impactante ver ese cambio. La forma condiciona el contenido, pero el contenido no era malo en ese caso, simplemente había cambiado el mundo, el del cine y el de Indiana. Del imaginario del cine de aventuras al de la Guerra fría y la ciencia ficción. Fue demasiado para aceptar en aquel momento. Ahora se lo puede aceptar y sumarle este quinto film, que busca no chocar contra los límites ni pedirle al espectador un giro tan violento de paradigma como lo había el cuarto título de la serie. Digamos que la cuarta película pagó el precio del cambio de época y ahora ya no es un problema. Indiana Jones es Harrison Ford y él se siente tan a gusto con el papel como cualquiera pueda imaginar. Es el personaje de su vida y el éxito de la película se debe en gran parte a él. Lo mismo que se podría decir de la música de John Williams, hoy tan identificada con la historia como el propio Ford. Pero ninguno de ellos habría alcanzado sin las ideas de George Lucas y su deseo de homenajear al cine de las primeras décadas del siglo XX y su pasión por el folletín decimonónico. Aquella creación no pudo encontrar mejor director que Steven Spielberg. En la cumbre de su energía el realizador puso todo en Los cazadores del Arca perdida (hoy llamada Indiana Jones y los cazadores del Arca perdida) y eso fue la que la convirtió en el clásico absoluto de la historia del cine. En este, el primer film de Indiana Jones sin él, su ausencia intenta pasar desapercibida al no imitar su estilo. James Mangold es un buen director, pero no es Spielberg y, por suerte, no intenta serlo. La chispa de la perfección juguetona que Spielberg utilizó en sus películas de Indiana Jones es incomparable. Tampoco Phedon Papamichael, sin duda un gran director de fotografía, tiene el talento de Douglas Slocombe, el responsable de la luz en los primeros tres films. Cuando Spielberg dirigió la cuarta, no le quedó otra elección que trabajar con otro fotógrafo, pero eligió al enorme Janusz Kamiński quien ha sido su mano derecha durante décadas. Kamiński sí imitó al estilo Slocombe de forma asombrosa, pero esto tenía lógica al conocer a fondo a Spielberg. Acá la estética tiene mucho en común, pero es otro rumbo. Y, por supuesto, tampoco está Michael Kahn, el gran montajista de Spielberg. Sin embargo, gran parte del equipo que trabaja en Indiana Jones y el dial del destino es el de Ford vs Ferrari, una gran película de sensibilidad clásica ambientada también en la década del sesenta. Le llamamos narración clásica a las películas que están bien filmadas, cosa que hoy en día ocurre cada vez menos. Los tiempos cambian y, como el Dr. Jones, también debemos aceptar que cambia la forma de contar. El clasicismo ha evolucionado. Lo que hace ochenta años conocíamos como narración clásica hoy sería llamativamente moderno por la diferencia con el resto del cine. En esta quinta entrega simplemente se disfruta de una historia bien contada, un relato sobre el paso del tiempo y también un renunciamiento al espíritu trágico. Indiana Jones tuvo, desde siempre, un gran corazón por las personas más que por los objetos que buscaba. Siempre era más importante rescatar a alguien o salvarle la vida que conseguir un logro para la posteridad. En eso también consiste su ligereza y su falta de solemnidad, incluso al tratar temas importantes o sucesos terribles de la historia. Indiana Jones es la única saga que hace chistes contra los nazis, siempre los hizo y hoy parece más osado que nunca. El humor también está presente aquí y responde a la misma sensibilidad que los títulos anteriores. Tal vez sea incomprensible para las nuevas generaciones o tal vez no, pero los seguidores originales de la saga reconocerán absolutamente todo, incluyendo uno de los finales más bellos que se hayan podido escribir para el personaje. La búsqueda del Grial era la búsqueda final de la mitología artúrica y así se cerraba la trilogía inicial. Acá el tiempo es la pieza clave y el mencionado final alude justamente a eso. Indiana Jones y el dial del destino es una gran película que no intenta superar a las películas de Spielberg, sino tomar la posta para acompañar al personaje. En ese aspecto es humilde y muy noble, pero también inteligente, porque eso la eleva. Tiene todo aquello que buscamos y también han usado todos luego de la aparición del personaje en la historia del cine. La nostalgia puede afectarnos a los que nos hemos sentido parte de esta historia cinematográfica de cuarenta y dos años. Pero nuestro amor por estas películas no es nostálgico, es auténtico. Nos enamoramos del cine y permitimos que nos cambie la vida por películas así. Yo no nací en el siglo XIX pero amo las novelas de aventura que se publicaban en esa época. Tampoco había nacido cuando el cine de Fritz Lang o el Hollywood clásico nos mostraba la versión audiovisual de esas historias. Hay que pensar que una nueva generación entenderá y disfrutará de Indiana Jones como ya lo está haciendo desde hace años. También es un sincero y contundente relato sobre un héroe viejo y cansado, pero peleando por encontrar el rumbo. Una última aventura es la mejor manera de mantenerse en carrera y los nuevos personajes traen esa energía en forma renovación generacional pero de forma más armónica que en la entrega anterior. Cuesta despedirse, pero la tarea está cumplida. Sólo resta sentirse agradecidos por haber sido contemporáneos de estas cinco películas a las que podemos volver una y mil veces por el resto del tiempo que nos quede por delante.
ACERCAR Y TIRAR Desde el rotundo triunfo comercial de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal siempre se mantuvo la promesa de una quinta aventura del arqueólogo más icónico del cine. Con la compra de Lucasfilm en 2012 por parte de la compañía más robusta en los procesos convergentes de concentración de propiedad de medios, las noticias sobre una nueva secuela estelarizada por Harrison Ford menguaron, con el foco absoluto en los lanzamientos de desprendimientos vinculados a la opera espacial que volvió famoso al actor en cuestión. El primer estreno oficial había sido pautado para julio de 2019, hasta que el mismo se postergó indefinidamente, siendo esa fecha ocupada por ese proyecto insustancial -aunque billonario- que fue el live action de El rey león. Recién para finales de febrero de 2020 se confirmaba que la quinta Indiana Jones sería la primera que Steven Spielberg no dirigiría, que ese lugar lo ocuparía James Mangold y que sería la aventura final protagonizada por Ford. De Mangold es sobradamente sabido que dispone de una versatilidad similar a la de Spielberg a la hora de dominar y combinar diversos géneros cinematográficos, pero si hay un primer atisbo de comparación entre ambos realizadores establecido por Kathleen Kennedy –presidenta actual de Lucasfilm y productora asociada de las cuatro películas predecesoras- es por la dirección actoral de Christian Bale en Ford v. Ferrari, dirección que a ella le recordó al debut hollywoodense del galés: El imperio del sol. Así se le abren las puertas a Mangold, quien no solo trae a Jez y John-Henry Butterworth para tomar riendas en el libreto que ya estaba puliendo David Koepp, sino que también le ceden su acreditación como guionista, algo que él había comentado en entrevistas de su largometraje anterior, constatando que “no solo dirijo mis películas, también las escribo, aunque no aparezca en los créditos”. Pandemia de por medio, su doceava película tuvo que esperar año y medio para su rodaje y dos años más para estrenarse. Indiana Jones y el dial del destino comienza en la Alemania de 1944 con una secuencia de 25 minutos en la que Harrison Ford es rejuvenecido digitalmente. Nadie que esté a la espera de la película desconoce esto. En la conferencia de Cannes, Kennedy aseguró que la aplicación de dicha técnica es cosa de una vez porque solo la harían con la presencia del actor original y descarta por completo la posibilidad de precuelas con el rostro del actor a la edad que la cronología del relato lo precise. Claramente esa declaración, por parte de quien a la larga es la empleada de una corporación, no garantiza nada. Sin embargo, Ford y Mangold han sido más tajantes en entrevistas consecuentes. Emplear esta tecnología sin el consentimiento de personas que ya no habitan este mundo, o incluso no son consultadas estando vivas, no les parece ético en absoluto. Siempre fue notorio que, cuanta menos luz disponga el plano, menos se distingue el artificio. No obstante, Mangold y compañía no titubean en presentarnos al protagonista con su cara iluminada por una linterna, exponiendo la artificialidad de la técnica sin ningún filtro. Pero, como todo buen director, sus películas nunca se reducen a las técnicas. Con y sin doble de riesgo, a lo largo de esta primera y extensa secuencia se agotan todos los recursos posibles para acercarnos al Indiana Jones de la trilogía inicial a las pantallas de los cines actuales. Desde locaciones reales, hasta las más imposibles acrobacias impulsadas por efectos computarizados. Con la infaltable presencia sonora de John Williams y una sinfonía que es novedosa y a la vez un remix de pistas puntuales de todas las entregas anteriores. Todo aquello sostenido por -y al servicio de- la introducción del dispositivo que da título a esta quinta aventura. Dispositivo del que no especificaremos su nombre real, pese a que el marketing de la película propiamente dicha ha cedido oficialmente a la anulación del secretismo, a través de spots televisivos y multimodales. Aunque sí destacaremos de este inicio extenso su plano final, en el cual un tren, con vagones repletos de reliquias nazis, es tomado por la bandera de Gran Bretaña, mientras que, por debajo de eso, un norteamericano le pasa a su aliado británico el verdadero tesoro de aquel supuesto motín. Ese gesto de convertir a la toma de la hegemonía cultural en un susurro -que ocurre a expensas de una potencia que expande sus horizontes al reconquistar su invención ferroviaria- es uno bien característico en la filmografía del director que viene de hacer una película de carreras… que nunca es solamente una película de carreras. El dial del destino consta de un Harrison Ford que encarna inicialmente al doctor Henry Jones. Nada de “Indiana”, ni de “Junior”, ya ocupa temporalmente el lugar de su padre. Ya no trabaja para la Universidad de New Haven Connecticut, lo hace en la Hunter College, en Manhattan, con alumnos a los que les sirve su material de estudio “masticado”. Está perdido en la urbanización, es uno en la multitud. Paralelamente, su doble opuesto (Mads Mikkelsen), con el seudónimo de Schimdt (o, en inglés, Smith, el apellido que a Spielberg no le gustaba hasta que George Lucas lo cambió por el que ya conocemos) trabaja para el progreso científico, en proyectos espaciales. Es Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge), su ahijada, quien lo reencauza con el enigmático artefacto, dividido en dos mitades. Los personajes, divididos en dos bandos opuestos, recorrerán el mundo en busca de reunirlas para poner el aparato en funcionamiento, venderlo por beneficios particulares o destinarlo a un museo. En el medio estarán las persecuciones a las que nos tienen acostumbrados, de las que sobresale la de los tuk tuk en Tánger. Tan ambiciosa como la de la jungla en la entrega anterior, con coreografías y puesta de cámaras impecables, salvo por la diferencia de que esta vez no se vieron en la necesidad de incorporar obstáculos e iluminaciones computarizados, lo cual le da lugar al director que representó la Le Mans ’66 para lucirse en todo su esplendor y ajustar cuentas con su predecesora. Así como Laura en Logan se ve en la hazaña de unir el revólver –símbolo fálico por antonomasia del western- a la bala con la que su padre pensaba suicidarse para arrojarla y volarle los sesos al doble de este, así como el buzo rengo de esta película enseña que nadar es una cuestión de acercar y tirar (“enclose and pull”), Mangold espeja simétricamente las circunstancias de la primera secuencia con las del clímax. Más que a la manera de invertir roles, lo hace a través de un ciclo constante de rescates mutuos. El factor nostálgico está, pero puesto de soslayo. El Indiana de 1969 apenas tiene una oportunidad de utilizar su emblemático látigo. La película se ocupa de acercar elementos conocidos de la saga para arrojarlos hacia acciones progresivas que conducen a resoluciones y problemas concatenados. Ni es la película de un anciano gruñón de camino al geriátrico, ni es la película de una mujer pudiente que busca robarle protagonismo y ponerlo en ridículo. Es una película de Indiana Jones. Aunque, lamentablemente, hace meses se ha filtrado información correcta sobre las últimas escenas y hay quienes niegan todo esto sin haberla visto y probablemente nunca lo hagan. Como si el cine pudiera valorarse sin la necesidad de comprender la puesta en escena, solo valiéndose de data. Harrison Ford y James Mangold, con la presencia de Steven Spielberg en la sala de edición (según lo confirma el director actual), tomaron la responsabilidad de darnos un final, el más bello posible, aplicando, de por medio, materiales históricos de gran trascendencia y con sus licencias ficticias pertinentes. Todo intento de revivir a la franquicia, a partir de acá, es una estafa.
Indiana Jones y el Dial del Destino es una película que rinde homenaje al icónico personaje del arqueólogo interpretado por Harrison Ford y que nos maravilló desde el comienzo. Aquí no van a encontrar nada novedoso pero es una justa despedida. Es notable y válido que Ford haya retomado el papel, este que junto a la saga de Star Wars lo convirtió en uno de los actores más populares de todos los tiempos. Esta quinta entrega, dirigida por James Mangold, en lugar del esperado Steven Spielberg (te extrañamos), nos transporta a diferentes décadas y lugares como Grecia e Italia. En la primera parte vemos a un Indy mucho más joven gracias a la tecnología, ayudando a su amigo Basil Shaw (Tobey Jones) en un tren lleno de objetos robados a frustrar un plan de los nazis. Su objetivo es la búsqueda del Antikythera, un objeto dividido en dos partes que funciona al juntarse. El Dial fue creado por Arquímedes hace miles de años y este es el objeto que tanto Indy como Helena Shaw (Phoebe Waller- Bridge) hija de Basil y ahijada de Indy como el nazi Juller Voller (Mads Mikkelsen) van a disputarse durante todo el film. Ya en 1969, Indy está cansado, jubilado y separado de Mario (Karen Allen) pero su vida da un vuelco cuando Helena le pide que la ayude en la búsqueda del Antikythera. El Villano Jurgen cree que el Dial va a devolverle la gloria a su partido, con lo cual todos se verán envueltos en peligrosas aventuras, escenas repletas de acción y viajes en el tiempo que nos recuerdan por qué la saga se volvió tan memorable. El guion se centra en el paso del tiempo y que podría suceder cuando el poder cae en manos equivocadas. Las escenas de acción son entretenidas y hay humor (no tanto como otras veces), pero el elenco es excelente, el diseño de producción de cada época, vestuario y la memorable música de John Eilliams son dignas de ser destacadas. En conclusión: la película no es innovadora pero la saga es inolvidable y merecía una despedida emotiva. Lo consigue…
Después de finalizada la proyección, la pregunta que surge es si hacia falta este final, que parecía haber ocurrido con la fallida cuarta entrega de la saga. Si bien esta última no repite los errores de la anterior, tampoco llega a ser un honorable cierre de las tres primeras. Esto dicho en sentido de producción, en narrativa, no en relación al personaje central recuperado ni a los “nuevos” viejos personajes que participan del entramado. Intentando darle fluidez al relato, sin conseguirlo de manera efectiva. Esta se presenta como una película ostentosa, artificiosa por lo tanto pretenciosa.
Una fisura en el tiempo La saga centrada en el arqueólogo más famoso de la historia del cine siempre fue pensada como una pentalogía que cubriese buena parte de su vida y carrera pero el cuarto eslabón, a posteriori de la aparición con regularidad de las geniales Los Cazadores del Arca Perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), Indiana Jones y el Templo de la Perdición (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984) e Indiana Jones y la Última Cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989), se hizo esperar casi veinte años debido al exceso de trabajo de Steven Spielberg y a la vagancia, los caprichos y las ideas en extremo idiotas de George Lucas, esas que eventualmente fueron a parar a Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull, 2008), trabajo entre desparejo y lamentable con una primera mitad amena y una segunda parte repleta de imprecisiones históricas, escenas ridículas y una catarata de CGI, el gran estrago del cine mainstream del Siglo XXI. La quinta parte continuó la maldición y una vez más no pudo llegar en lo pronto debido a tres razones cruciales, primero la recepción de “mixta a negativa” de esa última aventura, en muchas ocasiones masacrada por público y prensa a raíz de la intentona apenas camuflada de pasarle la antorcha al hijo de Indiana Jones (Harrison Ford), Mutt Williams (Shia LaBeouf), segundo el semi retiro de un Lucas tendiente al típico autosabotaje de viejo gagá que en 2012 vendió su empresa de siempre, Lucasfilm, a The Walt Disney Company, una jugada que esta última complementó adquiriendo en 2013 de Paramount Pictures los derechos de distribución y marketing de la franquicia, y tercero el progresivo desinterés de un Spielberg que terminó espantado ante las ideas de los ejecutivos de Disney para el nuevo guión y que en suma optó por privilegiar proyectos propios que sí le interesaban y sobre los que sí tendría un control creativo total como Amor sin Barreras (West Side Story, 2021), la remake del clásico homónimo de 1961 de Robert Wise y Jerome Robbins, y Los Fabelman (The Fabelmans, 2022), una epopeya autobiográfica astuta sobre su niñez y adolescencia. Contra todo pronóstico la compañía siempre caníbal y desalmada de Mickey Mouse decidió no pasarle el proyecto a un director cualquiera de entre la legión de cineastas anodinos del nuevo milenio, sino entregarle el “paquete” a un realizador con personalidad propia criado bajo los criterios del cine masivo, para adultos y de calidad de antaño, hablamos de James Mangold, un señor en esencia errático aunque sin que se pueda afirmar que haya hecho películas malas o esos bodrios insoportables de la industria lela y globalizada de hoy en día, pensemos que entre su producción artística hay obras flojas como Inocencia Interrumpida (Girl, Interrupted, 1999), Kate & Leopold (2001) y Encuentro Explosivo (Knight and Day, 2010), otras apenas potables en sintonía con su ópera prima En Otro Mundo (Heavy, 1995), El Tren de las 3:10 a Yuma (3:10 to Yuma, 2007) y Wolverine: Inmortal (The Wolverine, 2013) y unas cuantas faenas interesantes que incluyen a Tierra de Policías (Cop Land, 1997), Identidad (Identity, 2003), Johnny & June: Pasión y Locura (Walk the Line, 2005), Logan (2017) y Contra lo Imposible (Ford v Ferrari, 2019). Mangold reescribió un guión previo de David Koepp, artesano de larga data que ayudó a pulir el film del 2008, con los hermanos ingleses Jez y John-Henry Butterworth, equipo responsable de obras atractivas como la citada Contra lo Imposible, Get on Up (2014), opus de Tate Taylor sobre la figura de James Brown (Chadwick Boseman), y dos convites de Doug Liman, Poder que Mata (Fair Game, 2010) y Al Filo del Mañana (Edge of Tomorrow, 2014), generando así lo que con el tiempo mutaría en Indiana Jones y el Dial del Destino (Indiana Jones and the Dial of Destiny, 2023), odisea que nos obliga a ponernos en la paradójica situación de tener que reconocer que es la mejor versión posible de las correrías del Doctor Jones, considerando la pobreza cualitativa del cine actual y el fetiche nostálgico e infantiloide de toda la cultura mainstream, y en simultáneo un producto prolijo y vacío que pretende bombardearnos con un falso frenesí o una vitalidad artificial/ zombificada para compensar su alma inexistente. Dicho de otro modo, Mangold hace relativamente bien lo que a él le compete pero no puede evitar sucumbir ante las exigencias de los tanques planetarios del nuevo milenio en materia de otra catarata de CGIs que trabajan sobre diseños, tramas y latiguillos cómicos hoy ultra quemados y redundantes, movidos más por automatismos y refrito de clichés del pasado que por verdadera inspiración o alguna novedad en el rubro que sea. El MacGuffin es el Dial de Arquímedes, un aparatejo ficcional inspirado en el Mecanismo de Anticitera, una computadora analógica de la Antigua Grecia que en la praxis histórica servía para predecir posiciones astronómicas y en el relato determina la ubicación de “fisuras en el tiempo” que se asemejan a agujeros negros que permiten viajar al pasado, por ello luego de un prólogo aventurero clasicista símil folletín, ese de 1944 en el que Indiana y su compinche británico Basil Shaw (Toby Jones) le roban la mitad del objeto a los nazis, la crónica salta a 1969 para que el protagonista siga deprimiéndose frente al rumbo de los Estados Unidos, Guerra de Vietnam, llegada a la Luna y Operación Paperclip de por medio, siendo esta última la importación de científicos nazis a yanquilandia para controlar y exprimir los conocimientos acumulados por los alemanes, estrategia espejo con respecto a la Operación Osoaviajim de aquella Unión Soviética. Mangold no se anda con sutilezas y revienta en las luchas bélicas al vástago de Jones, lo deja al borde del divorcio de Marion Ravenwood (Karen Allen) y suplanta a esta última con Helena (Phoebe Waller-Bridge), la hija del ya fallecido Shaw y ahijada de Indy, una señorita que celebra la muerte del heroísmo maniqueo de antaño y se dedica al robo de artefactos arqueológicos para su subasta en el mercado negro de grandes ricachones, eventualmente arrastrando a su padrino a Marruecos, Grecia y Sicilia bajo la idea de buscar una tableta con instrucciones sobre dónde hallar la otra mitad del mentado dial, todo mientras el villano les pisa los talones, Jürgen Voller (Mads Mikkelsen), un genio astrofísico y ex nazi que trabaja para la NASA y pretende asesinar en 1939 a Adolf Hitler. Como aseverábamos con anterioridad, el realizador y guionista demuestra oficio al volcar hacia la seriedad y sensatez aquella noción apenas esbozada en Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal sobre la vejez o decadencia o desfasaje temporal del protagonista en una Guerra Fría que elimina los conflictos abiertos porque la gama de grises éticos está a la orden del día, además Ford cumple dignamente a sus largos 80 años de edad, el personaje femenino no incluye las estupideces woke baratas del Hollywood contemporáneo, Antonio Banderas no pasa vergüenza como Renaldo, español experto en buceo, no se siente forzada la vuelta de Sallah (John Rhys-Davies), el egipcio de Los Cazadores del Arca Perdida e Indiana Jones y la Última Cruzada, y algunas de las escenas de mayor incidencia por parte del artificio digital -el prólogo ferroviario, la secuencia en las cuevas y aquella otra de los aviones- son nocturnas para maquillar con mayor facilidad el carácter espurio de un aparato visual multimillonario que rejuvenece a la perfección rostros pero mantiene intacta una voz ajada de anciano. Indiana Jones y el Dial del Destino no logra levantar cabeza en comarcas verdaderamente cruciales como por ejemplo la originalidad del convite en su conjunto, el desarrollo identitario de nuestro arqueólogo y su peso en relación al villano, pensemos en este sentido que Voller opaca a Jones porque este último parece un carcamal intercambiable con cualquier otro carcamal y el personaje del estupendo Mikkelsen sí entusiasma ya que utiliza a la lacra de la NASA y la CIA para encarar su propia agenda, la de evitar la derrota germana en la Segunda Guerra Mundial eliminando al lunático/ psicópata al frente del país, algo que por cierto la epopeya exacerba por su nula capacidad de inventiva en lo que atañe a situaciones -todas conducen a un déjà vu- y personajes secundarios, incluso incorporando a un niño a lo Indiana Jones y el Templo de la Perdición, el crío de cotillón Teddy (Ethann Isidore). Mangold hace lo que puede aunque no consigue retrotraernos como desea a los 80 porque esta fisura en el tiempo es tan quimérica y baladí como aquella que retrata el film…
Es difícil encontrar una saga de aventuras tan épica como la de Indiana Jones. Desde El Arca Perdida, pasando por El Templo de la Perdición y La Última Cruzada -con la participación de Sean Connery-, Harrison Ford ha sabido darle vida a este maravilloso personaje que siempre ha despertado al arqueólogo e historiador que reside en cada uno de nosotros. Pero toda historia tiene su fin y este jueves 29 de junio llega a los cines su última hazaña, Indiana Jones y el Dial del Destino, dirigida por James Mangold (Logan, Ford vs. Ferrari).
¿Cuál es el sentido de una nueva entrega de Indiana Jones a más de cuarenta años de su estreno? Los intentos de respuesta pueden ser sencillos. En primer lugar, el atractivo que en este tiempo tienen las sagas para el mainstream, en tanto son la perfecta amalgama entre un universo ya digerido y el goce de la nostalgia. Pero siempre hay algo más, quizás la convicción de que aquel cine nacido en los tempranos 80 tenía un aire genuino, un ímpetu de renacimiento para una industria aguijoneada por los cines europeos modernos, una originalidad propia de lo analógico que hoy es difícil de producir pero fácil de reinventar. En esa línea, Steven Spielberg –artífice de toda esta historia junto a George Lucas- deja su lugar a James Mangold, aplicado alumno de aquella generación que dio nuevos aires al cine de aventuras y nueva hegemonía a Hollywood. Ahora bien, reverdecer la saga también implica rejuvenecer a su héroe, un Harrison Ford a quien conocimos en la piel del joven Indiana Jones en Los cazadores del arca perdida (1981), explorando las maquinaciones del nazismo en el mundo de entreguerras. Aquel era el año 1936, y ahora en 1944 los nazis siguen siendo los villanos, en este caso tras la pista de una misteriosa daga con la que Hitler espera detener su caída. El Harrison Ford que asoma al comienzo de Indiana Jones y el dial del destino, en esos días de rapiña desesperada, es una versión rejuvenecida digitalmente, diseñada con capturas del rostro del actor en sus años mozos, que nunca reniega de su condición de artificio. Puede ser una prueba de fuego para los ya maduros fans de los 80 –que deberán ensayar cierto reajuste en la mirada- y una constatación para los jóvenes espectadores que ya saben que el cine de hoy le debe más a la técnica que a la magia. El preámbulo de la película es un honesto punto de partida: una escena a pura adrenalina en un tren que es escenario del escape de la dirigencia nazi con un suculento botín de objetos de arte, de la amistad entre el doctor Jones y su colega de Oxford, Basil Shaw (Tobi Jones), y de la presentación de la Anticitera de Arquímedes, el McGuffin de turno, una creación del matemático griego que parece ser la piedra angular para posibles viajes temporales. Con las coordenadas establecidas, Mangold nos traslada a la Nueva York de 1969, en plena euforia por el alunizaje, cuando los nazis ya camuflados como activos de la carrera espacial para los Estados Unidos deciden reavivar su agenda conquistadora del pasado. Por entonces, el profesor Henry Jones -próximo a su retiro académico del Hunter College, propenso a la bebida y amargado por su inminente divorcio- recibe la visita de su ahijada Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge), quien tras la pesquisa de la Anticitera desata un vendaval de intrigas y ambiciones para hacerse con el legado triunfal de Arquímedes. Lo que sigue puede parecer previsible pero ello no lo hace menos entretenido. Y el mayor mérito de Indiana Jones y el dial del destino consiste en despojarse del coqueteo sci-fi de la última entrega, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), para hundir nuevamente sus raíces en la Antigüedad. El universo de Arquímedes y el sitio de Siracusa, hitos que tiñen el relato con más mitología que rigor histórico, le permiten a Mangold recrear el espíritu de la primera trilogía, quizás con menos oscuridad que en Indiana Jones y el templo de la perdición (1984), pero con clara conciencia de lo que se necesita para un espectáculo contemporáneo: persecuciones rocambolescas, un villano de gran talla (muy buen aporte de Mads Mikkelsen), despliegue geográfico y la idea tan difundida de que el destino del mundo está en pocas manos. Tiempos de narcisismo y tecnología que se cristalizan en un derrotero vertiginoso y divertido, en el que nuestros personajes no admiten la periferia de la Historia. Una de las más originales incorporaciones de esta entrega es la de Phoebe Waller-Bridge, actriz y guionista que sacudió a la comedia británica en la pasada década y que ahora parece destinada a desempolvar a las viejas franquicias de los rastros de sexismo. No es la chica rubia y linda que grita ante un sobresalto, sino una mujer adulta e independiente, ambiciosa y algo cínica, que esquiva en su periplo toda condición de accesorio. Una especie de Katharine Hepburn inglesa, eso sí, con pocos aires de Connecticut y evidentes anticipos del feminismo de los 70, quizás demasiado tentada por el individualismo del nuevo milenio. Aun así, logra impulsar la película hacia adelante, su dinámica con Ford es orgánica para la historia y nunca deja de ser un activo para el rumbo de la acción. Si en una película como Logan, Mangold había demostrado su oficio para moverse dentro de los límites y exigencias del cine de superhéroes, aquí se pone al servicio de una franquicia modelada en los 80, hoy venerados sin demasiados reparos. Una ventana al pasado, a una era analógica que necesita de lo digital para concretar la nostalgia. Una alquimia efectiva, sin hallazgos ni estridencias, pero muy, muy disfrutable.
¿Qué nos preparó el nuevo, pero viejo, amigo Indiana Jones en la quinta y presumiblemente última película con Harrison Ford interpretando al arqueólogo de sonrisa torcida, sombrero y látigo siempre a mano? Indiana Jones y el dial del destino es tan entretenida como por momentos ridícula, y los puristas que disfrutamos Los cazadores del arca perdida en un cine hace casi 42 años, volvemos a divertirnos. Ya no está Steven Spielberg detrás de las cámaras (junto a George Lucas, creadores de Indy, sí figuran como productores ejecutivos). Por un lado, mejor, porque la cuarta de Indy (El reino de la calavera de cristal, 2008) no había estado a la altura de las anteriores. Ahora es James Mangold (Logan, ¿la mejor de las películas de los X-Men?) quien le pone brío, pero lo que no logra es un filme personal, como los tres primeros que tenían la firma, la marca de Spielberg. Los cazadores del arca perdida marcó un antes y un después en el cine de aventuras, creando esas “set pieces” o escenas de alto impacto que uno podría “cortar” y ver independientemente, pero que se unían una tras otra en perfecta conjunción. Los guionistas de Hollywood vienen copiando el estilo desde hace cuatro décadas. Si es hora de una renovación, Indiana Jones y el dial del destino no se propone hacerlo. En el prólogo Indiana es joven -hablamos de 1944, se viene la caída del Tercer Reich- y parece más un muñeco de cera con efectos CGI, al estilo De Niro y Pacino en El irlandés, de Martin Scorsese-, y está tras la Lanza de Longino, el cuchillo usado para extraer la sangre de Cristo. Pero, oh, sorpresa, es falso, y en el tren donde los nazis llevan centenares de tesoros robados está la mitad de la Anticitera, el engranaje creado por el matemático griego Arquímedes en el siglo III antes de Cristo. El que lo obtenga, se dice más adelante, será más poderoso que un rey, un emperador o el mismísimo Führer: será un dios, ya que el aparatejo permite a quien lo posea controlar las fuerzas del espacio y el tiempo. Un villano nazi Allí, en 1944, Indy pelea con un nazi, Jürgen Voller (Mads Mikkelsen). El prólogo dura 22 minutos, y falta aún más de dos horas de persecuciones, explosiones, muertes y menos humor que el de otras aventuras de Indiana. Luego nos encontramos en el “presente”: es 1969, en Nueva York, y lo despierta en su departamento Magical Mistery Tour, de los Beatles. Mira la demanda de divorcio que le pide Marion, le pone whisky a su café y se marcha. Indiana se ha jubilado (¡!), pero da clases en el Hunter College. Allí llega a visitarlo Helena (Phoebe Waller-Bridge, de Fleabag), que en otras películas anteriores hubiera sido el interés romántico de Indy, y no su ahijada. Hace 18 años que no la veía: Helena -hija del profesor Basil Shaw (Toby Jones), que lo acompañaba en la aventura en 1944-, le dice que también es arqueóloga y quiere acompañarlo a buscar la otra mitad del artefacto de Arquímedes. Por supuesto que Voller no murió, sino que es el científico que ahora con el apellido Schmidt la NASA contrató para llevar al hombre a la luna. En medio del desfile en Nueva York, pasará de todo. Y así como en 1944 hubo persecuciones en moto con sidecar (¿les suena de El templo de la perdición?), ahora las habrá a caballo en Manhattan. Y habrá muchas más a lo largo del filme, que va de Tánger a Italia, y tiene reservadas sorpresas que emparentan, para mal o para bien, a Indiana Jones con los superhéroes de Marvel. No por superpoderes. Guiños para los fans hay a montones, sobre todo a Los cazadores del arca perdida, desde aquellos animales a los que Indy teme hasta esos besos para dar donde a uno no le duele. En fin, después de casi 42 años Indiana Jones sigue vivito y coleando, y golpeando y disparando. Podrá tener muchos más años (Ford ya tiene 80), pero si lo que aprendimos es que lo que importa es el kilometraje, bueno, Indiana no va a dejar colgado el sombrero jamás.
«Héroes eran los de antes» podríamos decir al ver la quinta película protagonizada por el personaje pergeñado por George Lucas e inmortalizado por Harrison Ford. De hecho, tan distorsionado y explotado está el modelo del héroe moderno con la pasada década dominada por los superhéroes y los personajes de los comics, que se perdió un poco el interés por el clásico llamado a la aventura. Quizás sea por la escala que llevan estos relatos y la enormidad que plantean los conflictos que estos individuos deben enfrentar, pero también hay algo con la familiaridad de lo que vemos, los lugares comunes que se atraviesan y la falta de originalidad en el ámbito del mainstream actual. George Lucas había escrito en los ’70, un personaje y una aventura clásica que buscaba emular los seriales que se exhibían en los cines, en los años ’30 y ’40, llevando el concepto a la modernidad y creando un héroe mítico que no dudaba ni un segundo a la hora de encarar una nueva búsqueda. Básicamente, Lucas buscaría repetir lo mismo que había conseguido con «Star Wars» (1977), aunque con un héroe más terrenal si se quiere. El bueno de George comenzó a desarrollar el concepto con Philip Kaufman y decidieron encarar el relato con el Arca de la Alianza como el primer gran tesoro a descubrir por el protagonista. Luego por diversos motivos (entre ellos, Kaufman se fue a escribir otra película), Lucas terminó comentándole sobre el nuevo proyecto a su amigo Steven Spielberg, quien amó inmediatamente la idea y se sumó como director a la propuesta. El resto es historia. «Indiana Jones» se convirtió en una de las películas de aventuras más icónicas de los ’80, y por qué no de todos los tiempos, comprendiendo un éxito tanto en lo comercial como en lo referente a la crítica. El concepto no era nada que no hayamos visto antes, un claro ejemplo de El viaje del Héroe, aquel esquema narrativo popularizado por Joseph Campbell, que describió muy acertadamente en su libro «El Héroe de las Mil Caras». No obstante, la fuerza del personaje protagónico, la frescura del guion de Lawrence Kasdan en aquella primera película, un impecable trabajo de dirección de Spielberg, así como también una de las melodías más recordadas de John Williams, hicieron que todo se sienta como algo novedoso y sumamente entretenido. En las secuelas se siguió con la tendencia de la implementación del MacGuffin de turno para que Indy siguiera aceptando el llamado a la aventura, llevándolo por destinos exóticos y descubriendo tanto nuevos adversarios como ayudantes. Los 12 principales pasos del camino del héroe seguían vigentes. Probablemente, la cuarta entrega del profesor de historia y arqueólogo más famoso del mundo, haya sido la menos estimada por los fans por ser la menos estilizada y la más inverosímil de todas, pero eso no quitó que no se hablará de una quinta entrega que tardó varios años en materializarse. 2023 fue finalmente el año en donde «Indiana Jones and the Dial of Destiny» llegó a la pantalla grande con un Harrison Ford octogenario y con lo que parece ser hasta el momento la despedida definitiva del personaje (al menos de momento hasta que el estudio seguramente designe un sucesor). Ya sin Spielberg tras las cámaras, James Mangold («Ford vs Ferrari», «Logan») fue el director encargado de continuar con el legado del Dr. Jones quien también participó de la escritura del guion junto a Jez Butterworth y John-Henry Butterworth, la dupla con la que ya había trabajado en la película sobre la mítica carrera de Lemans. En esta oportunidad, nuestro héroe deberá emprender otra aventura a contrarreloj para recuperar un legendario Dial creado por Arquímedes que parece poseer la capacidad de que su usuario viaje en el tiempo. Obviamente, la tarea no será para nada sencilla y deberá enfrentarse contra Jürgen Voller (Mads Mikkelsen), un ex oficial nazi que busca alterar el curso de la historia y prevenir la caída del tercer Reich. Indy estará acompañado por su ahijada, Helena (Phoebe Waller-Bridge), quien servirá como su principal ayudante en esta ocasión. Nuevamente la historia emplea el uso del MacGuffin del título para hacer avanzar la trama y llevar al personaje de Indiana a su última aventura. El film busca explotar la nostalgia, muy habitual en estos últimos tiempos de revivals y reboots, pero sin ser algo realmente fastidioso sino rindiéndole homenaje a la saga creada por Lucas y Spielberg. No obstante, puede que esta entrega se sienta como algo más convencional y genérica, siguiendo la fórmula de principio a fin. El largometraje es entretenido y posee algunas secuencias bastante ingeniosas que resguardan muy bien a Ford de su escasa movilidad, apoyándose en persecuciones en vehículos, caballos, aviones, trenes. Mangold hace un buen trabajo en ese sentido, pero obviamente está muy lejos de lograr ese sello autoral que tiene Spielberg, que dejó marcado a fuego en la saga del arqueólogo más famoso del mundo. Quizás lo que le falta a la película es ese plus o esa magia que justamente tenía la trilogía original y que estaba dado en la puesta de cámara de Spielberg, en su forma de presentar a los personajes y de yuxtaponer las secuencias de acción con momentos realmente cómicos y coreografías bastante originales. Aún así la película logra entretener a lo largo de sus extensos 154 minutos de duración, honrando el legado mediante la búsqueda de un artefacto novedoso, un villano despiadado muy bien interpretado por Mikkelsen y una excelente ayudante con Waller-Bridge que derrocha simpatía y carisma. Asimismo, el prólogo inicial en el pasado con un Indiana Jones rejuvenecido por CGI, que por momentos se ve un poco polémico, pero sale airoso, resulta ser lo bastante interesante como atrapar desde el comienzo y sumergirte de lleno en este regreso. Mangold en definitiva es un buen narrador y consigue que el espectador se compenetre con lo que está viendo, el único problema es que no posee la maestría de Spielberg, y el guion tampoco parece ser lo suficientemente inteligente como para no caer en algunos traspiés que pudimos ver en «La Calavera de Cristal». Aun así, los amantes de esta saga podrán presenciar un cierre digno para este querido personaje.
“Indiana Jones y la Taquilla Perdida”. “Es hora que Indy cuelgue el sombrero”. “Son los años… y también el kilometraje”. “Después de esto, La Calavera de Cristal no se ve tan mala”. Yo no tengo problemas con los héroes gerontes, siempre que se vean creíbles. Digo: Arnold y Sylvester Stallone son tipos de 80 que son capaces de pulverizarte ya que conservan físicos enormes. Liam Neeson es un gigante que te puede moler a trompadas. Hasta Sean Connery podía lanzar piñas con convicción a sus 73 años en La Liga Extraordinaria. Quizás Denzel Washington me genere mis dudas con El Equalizador; no se ve viejo (black don’t crack) pero sí algo panzón y lento como para despachar 20 monos en menos de 1 minuto sin armas y solo un sacacorchos. Toda esta gente anda bien para lo que sea trompear, disparar y conducir autos como el demonio. Ahora, para saltar de trenes en movimiento, quedar colgados de aviones o caer de varios pisos sin un rasguño no son creíbles. Más allá del cinismo de saber que lo que vemos es un doble con la cara del actor sobreimpresa digitalmente, se trata más que nada de la actitud. Connery rebosaba rabia; Neeson es despiadado, Arnie y Stallone tienen físicos cuadrados como armarios… Pero Harrison Ford a los 80 años se ve como un viejito. Y eso es un drama cuando su personaje se caracteriza por hacer acrobacias diabólicas a lo Tom Cruise. Ford ha perdido su mojo con la vejez y eso se nota. Aún en El Reino de la Calavera de Cristal (con 65 pirulos) tenía esa mirada de loco que lo caracterizaba cuando sabía que tenía que hacer algo físicamente imposible para salvar una situación de peligro. Acá la mirada está perdida y, en momentos de mucha acción, hasta parece asustado. El tipo camina lento y no le da para correr con lo cual cuando empieza a saltar entre tuk-tuks – esas moto-taxis típicas de la India – sabés que no es él. Intenta subir un precipicio y se queda por la mitad. Los grupos de matones lo amedrentan cuando antes se los podía cargar él solito. Considerando la cronología de la saga, si suponemos que en El Templo de la Perdición (que hace de precuela de la serie) tenía unos 30 años en 1935, en El Dial del Destino (ambientada en 1969) debería tener 64… pero se notan las 8 décadas que realmente tiene. Para colmo el director James Mangold pone una escena con Ford semidesnudo y en calzoncillos donde tiene un físico muy avejentado que está ok para un tipo de 80 (ojalá yo llegara así a esa edad) pero no para la edad que figura que tiene en el filme. Ford se ve como un bulldog con los dientes limados; ladra pero no muerde. Lo que ocurre es que toda esta idea está mal parida desde el vamos, porque Indiana Jones 5 no debería existir. Si no rodaron una secuela al toque hace 15 años cuando Ford aún se veía fresco y creíble como héroe de acción, ¿cómo pensaban hacer un taquillazo con un tipo que se ve – y se siente – tan geronte en este momento en donde el box office es una ruleta rusa?. Es la locura de Disney (y no es el único estudio) en exprimir propiedades intelectuales hasta la última gota: si compramos LucasFilms, ¿cómo no vamos a hacer una de Indy?. ¿Nadie pensó que gastar 300 millones de dólares en una aventura protagonizada por un tipo de 80 años (que se ve de 80 años) y que, para colmo, es una aventura de super acción es una pésima idea?. Al menos el Batman de Michael Keaton en The Flash se ve badass; en cambio acá a Ford lo tiene que estar rescatando Phoebe Waller-Bridge a cada rato… Depende de cómo lo mires, la película tiene sus ratos entretenidos. Los primeros 20 minutos son bárbaros y tienen el sabor del viejo Indiana Jones. Claro es un flashback situado al final de la Segunda Guerra Mundial, Ford está rejuvenecido digitalmente (de a ratos se ve genial y otras veces… ugh), hay uso y abuso de dobles y la acción es frenética. Luego la acción se traslada a 1969… y el filme se va en picada. Indy se jubila, está super viejo, y le aparece la ahijada, hija de un amigo arqueólogo (Toby Jones) con el que vivió la aventura del teaser. La ahijada en cuestión (Phoebe Waller-Bridge) puede tener chispa pero es una contradicción ambulante, más un invento del libreto que una persona real con conducta coherente: por un lado es una mercenaria que quiere vender reliquias en el mercado negro al mejor postor (incluyendo el McGuffin del título) y por el otro lado quiere honrar la memoria de su padre descifrando los secretos del Dial del Destino – un reloj inventado por Arquímedes que puede predecir la aparición de portales para saltar en el tiempo -. Un ex nazi, suerte de Werner von Braun reencarnado en Mads Mikkelsen, desea apoderarse de él desde hace décadas. El tipo ha blanqueado su prontuario gracias a la Operación Paperclip y es otro de esos nazis no tan malos reclutados por los yanquis con el propósito estratégico de ganar la carrera espacial construyendo cohetes sobre la base de las bombas voladoras V1 y V2. Así que el ex nazi no sólo puede andar campante por las calles de Nueva York sino que incluso tiene gente de la CIA trabajando con él para satisfacer sus caprichos (una desubicada inclusión de la morena Shaunette Renée Wilson, que parece salida de Shaft y que históricamente es inexacto ya que la CIA solo comenzó a contratar afroamericanos en la década del 70). Así que la Waller-Bridge le saca a Indy la mitad del Dial, va a buscar la parte restante, Indy la sigue y los nazis van a la cola. Hay algunas persecuciones bien filmadas, no memorables, pero al menos tienen pulso. Pero a medida que avanza la historia, la cosa tiene menos y menos sentido. Como ir a buscar un naufragio griego en el Mediterráneo en una época que no existía el GPS, o pibes que saben volar aviones porque aprendieron jugando… y no con el Microsoft Flight Simulator. A Ford la Waller-Bridge lo arrastra a todos lados y se ve menos activo y despierto que nunca. La mitad de las acrobacias las hace la inglesa, que tiene su propia versión marroquí de Short Round, y funciona más como un Deus Ex Machina ambulante que otra cosa. Al menos el final da un giro sorpresivo que, aunque no tenga mucho sentido, es de festejar. El cómo solucionan la chifladura del clímax es otro tema. Indiana Jones y el Dial del Destino es lo que debería haber sido El Reino de la Calavera de Cristal, pero rodada 15 años antes. La historia es levemente mejor, y cambien a la Waller-Bridge por Marion Ravenwood (Karen Allen) y hubiera funcionado mucho mejor. Pero Ford está demasiado viejo para esta m… (diría Danny Glover) y se nota. En vez de temerario se ve temeroso y toda la hermosa locura del personaje (que primero hacía y después pensaba) se ha esfumado. Tampoco hubiera funcionado la aventura con un reemplazo más joven (¿Chris Pratt?) porque esta serie viene a los tumbos de hace rato: demoran 15 / 20 años entre secuelas, recaudan poco y ninguna hace historia – no es como James Bond que tienen una maquinaria aceitada de libretistas generando ideas todo el tiempo para hornear entregas cada 3-4 años -. Indy 5 no era necesaria e incluso los cabos sueltos – la suerte de Marion o de su hijo Mutt Williams – se sienten descolgadas. Hasta que no saquen a Kathleen Kennedy de la presidencia de LucasFilms, la subsidiaria de Disney va a seguir a los tumbos artística y financieramente. Hay que dejar de apoyarse en la nostalgia y sacar personajes frescos y nuevas aventuras porque sino van a seguir como hasta ahora: reciclando franquicias a un costo millonario, con resultados magrisimos de crítica y taquilla. Y ésta no era la despedida que se merecía uno de los más grandes íconos de acción del cine de aventuras.
Reseña emitida al aire en la radio.
Indiana Jones y el Dial del Destino logra avanzar gracias al talento del director y a la impecable presencia física de Harrison Ford. Entiende cual es su “destino”, el mismo de las anteriores entregas: provocar añoranza en el espectador veterano (como quien escribe) de las aventuras cinematográficas de los 80 que solo podrían ser disfrutadas en pantalla grande. La misma sensación que provocaron las primeras aventuras de Indy al amante del viejo cine de aventuras de los 50 de John Huston.