Paternidad con delay. Así como uno puede indignarse ante las groseras diferencias entre el trailer y la película concreta, como espectadores nunca debemos ignorar que luego del estreno aquel avance -tal crucial al momento de decidir el visionado de turno- queda relegado progresivamente al olvido, ocupando su lugar la alegría o sinsabores que despierta la obra final. Pensemos por ejemplo en el “corto publicitario” con el que se promocionaba en los cines Ismael (2013), el regreso a la pantalla grande de Marcelo Piñeyro tras cuatro años de silencio: cualquiera diría que estamos ante un producto cursi y lacrimógeno orientado al sector más cándido del público femenino. Por suerte la distancia entre la promesa y la realidad es bastante holgada. En esencia hablamos de un melodrama familiar de cadencia naturalista y tono sosegado, con una estructura propia del Hollywood clásico y algunos detalles aislados de “tragedia a la italiana” (más homenajes implícitos que columnas vertebrales del relato en cuestión). El convite comienza cuando Ismael (Larsson do Amaral), un niño de 8 años, se escapa de su hogar en Madrid y toma un tren hacia Barcelona para conocer a su padre Félix (Mario Casas), encontrando en primera instancia a su abuela Nora (Belén Rueda). Sin ser del todo consciente de la situación que desencadenó, termina obligando a su madre Alika (Ella Kweku) y su pareja Luis (Juan Diego Botto) a viajar y enfrentar las “cuentas pendientes”. Toda la historia se desarrolla a lo largo de un par de días, con un inicio vinculado a una suerte de paternidad con delay y una progresión posterior centrada en el reencuentro entre Félix y Alika, a lo que se suma los “intentos” amorosos de Jordi (Sergi López), amigo de Félix y dueño de una hostería, para con Nora. Puede resultar extraño viniendo de Piñeyro pero debemos aclarar que el señor en todo momento mantiene un ritmo ameno, entre despojado y sensible, que no cae en golpes bajos ni salidas verborrágicas patéticas. A pesar de que algunos diálogos de Ismael suenan un tanto forzados en boca de un niño, en un error lamentablemente muy común cuando se trabaja con pequeños, el elenco lo sabe disimular. Como era de esperar, aquí se destaca en especial la labor de Sergi López y Belén Rueda, dos veteranos que aportan oficio al correcto guión de Verónica Fernández, Marcelo Figueras y el realizador. Ahora bien, casi todos los films de Piñeyro tuvieron un prólogo prometedor y poco más, cayendo rápidamente en los clichés más burdos del mainstream “versión argentina”; hablamos de Tango Feroz (1993), Caballos Salvajes (1995) y Plata Quemada (2000). Superando el desastre de Las Viudas de los Jueves (2009) y con reminiscencias a Kamchatka (2002), Ismael es su opus más intimista y coherente, muy por encima de propuestas “pasables” como Cenizas del Paraíso (1997) y El Método (2005)…
Buen reparto, intermitente desarrollo Belén Rueda y Mario Casas se ponen el “equipo al hombro” para remar y sacar a flote a Ismael, este film de tranco lento dirigido por Marcelo Piñeyro (Las viudas de los jueves). Irreprochable desde los planos (abiertos, cerrados, con enfoques hacia las expresiones de los rostros), el director de El método se inmiscuye en el terreno emocional, al abordar una historia que, en su intento de no recaer en sensiblerías típicas, pierde fuerza y regularidad. Ismael es un niño mulato de 8 años que emprende viaje hacia Barcelona con el fin de conocer a su padre siguiendo la pista escrita en una carta con la dirección de un departamento. Allí se topa con quien sería su abuela. A ella le solicita ayuda para encontrar a su progenitor. En ese camino, el pequeño, entre obsecuente y carismático, comienza a ganarse la confianza de quienes lo acompañan. Los problemas o puntos de contrapartida tienen lugar en el criterio o en la opinión de su madre, y en cómo Félix (Mario Casas) vaya a recibirlo. La película refleja problemas familiares y destapa viejos resquemores de la infancia en ese tipo de lazos. La ausencia, ya sea absoluta o simplemente para escuchar, de la figura paterna/materna es una de las temáticas que expone en pantalla, a través de reproches, miradas o percepciones de sus personajes. Todo transcurre muy mansamente, con melodías del mismo tenor durante la mayor parte del metraje, cooperando con el tono dramático que opera y prima de principio a fin. El reparto cumple aportándole credibilidad a las situaciones, principalmente y como se destacó con anterioridad, desde el solvente trabajo actoral de Mario Casas y de Belén Rueda. El aspecto menos positivo del relato, quizás, radique en la dificultad para el cambio de matiz; entre la huida del factor sorpresa y la falta de tensión emotiva, Ismael se torna de a ratos poco profunda y hasta algo intermitente. Sergi López es el único responsable de aportarle algo de chispa y dispersión al asunto partir de su caracterización como el personaje más pícaro de la cinta. La proyección, agrada y es amena en sus pasajes, es cierto, pero no enlaza o conecta lo necesario como para que el espectador no tienda a despistarse en determinadas secuencias. El énfasis en la incertidumbre, en el desconcierto o en el miedo hacia lo nuevo, en este caso la aparición de un hijo, no está mal exhibido pero tampoco conmueve a grandes escalas. Ismael da la sensación de desaprovechar lo que tiene por contar, con una previsibilidad que amenaza en cada momento con hacerse manifiesta. LO MEJOR: actuaciones. Afable de ver. LO PEOR: sin cambios de acentuación. Previsible. PUNTAJE: 5
Repitiendo Fórmulas Alejado ya de Argentina y con la intención de seguir fortaleciendo su carrera en España, Marcelo Piñeyro arma en “Ismael” (España, 2013) un fresco de ese país en el que actualmente convergen el multiculturalismo con la crisis financiera más profunda. La excusa del encuentro de Ismael (Larsson do Amaral) con Félix, su padre (Mario Casas), quien desconocía la existencia del niño hasta que se le aparece a su madre (interpretada por Belén Rueda), es el vehículo para generar una película que en los espacios cerrados verá el hermetismo ideal para propiciar los enredos y contrastes que, al parecer, Piñeyro creía necesarios para enmarcar la historia. El choque entre Nora (Rueda) y el niño (con un discurso un tanto añejado sobre la discriminación) se convertirá en la manera en que todos se relacionarán dentro de la película, a excepción del personaje interpretado por Sergi López, dueño de una inhabitada posada a la que todos acudirán para decidir el futuro del niño y con quien el personaje de Rueda luego tendrá un acercamiento. Félix insistirá en tratar de relacionarse con Ismael muy a pesar de su madre (Ella Kweku), quien logró rehacer su vida con Eduardo (Juan Diego Botto), pero que al primer contacto con su ex amor dudará sobre qué hacer con su vida. Película que trabaja muy libremente sobre el concepto de identidad (aunque era el disparador inicial) y llena de frases y refranes que llegan a molestar, al igual que la música que de tan fuerte que está incluida, distrae de la acción. Piñeyro juega a ser Adolfo Aristarain, pero se pierde en el intento, no porque no cuente con grandes actores y un disparador inicial interesante, sino porque a la hora de intentar crear diálogos a la altura de la situación, sólo repita fórmulas sonando a viejo y sin aportar nada nuevo (“Las películas tienen la culpa por haberle hecho tan mal al amor”). Hay además un intento de armar una película familiar, reflejando varios rangos etarios en la misma, algo que se nota que fue puesto por exigencia de la producción y que resulta inconexo con el resto del filme. “Ismael” podría haber sido algo diferente, pero lamentablemente en el intento de emular a otro director Piñeyro termina por construir un filme aburrido desde el minuto cero. PUNTAJE: 5/10
“¡Las películas tienen la culpa!, el amor no es esa cosa sensiblera y pegajosa que acaba con un beso estúpido y violines de fondo.” Se escucha decir a uno de los personajes de Ismael en uno de sus tantos diálogos; y deberíamos tomarlo como una confesión de parte, o una (tardía) advertencia. Estamos frente a la octava película del argentino, radicado hace unos años en España, Mercelo Piñeyro; director que fue construyendo una sólida carrera desde principios de los ’90, apoyado en buenas guionistas; y capaz de crear productos de impecable factura técnica, algún vuelo artístico, y siempre buena llegada al público; casi un pionero del esquema de nuestro cine industrial actual. Ese contacto e identificación con el espectador siempre se logró a través de historias cercanas, conocidas, y sobre todo, que fueran del entendimiento y conocimiento popular; aspecto que en Ismael vuelve a estar presente, pretendidamente, casi como nunca antes. Se vende como simples historias de vidas, ni más ni menos que eso. Ismael (Larsson do Amaral) es un nene de ocho años que viaja sólo de Madrid a Barcelona para conocer a su padre biológico, Felix (Mario Casas) a urtadillas de su madre Akila y su padrastro Luis (Ella KWebu y Juan Diego Botto, respectivamente). Al llegar a la dirección que tiene, Ismael conocerá a Nora (Belén Rueda), su abuela y madre de Felix que lo llevará a conocerlo pese a que hace mucho no visita a su hijo. Falta un solo personaje, Jordi (Sergi Lopez), dueño de un hotel costero y amigo de Felix; es entre estos personajes (y alguna participación de los alumnos de Luis que enseña arte en un colegio marginal) que se desarrolla toda la historia. Verónica Fernandez (guionista mayoritariamente de TV), Marcelo Figueras (colaborardor recurrente de Piñeyro), y el propio director crearon un guión que parte de una premisa prometedora, pero a su vez no lograron desplazarse mucho más allá de ella. Ismael es un film parsimonioso, en el que no sucede demasiado, y lo que se cuenta pasa en un momento, demasiado rápido tal vez, a ser una anécdota. Los seis personajes están delineados en brocha gorda, sin demasiados matices, y aunque en príncipe se los muestre como arquetípicos de clichés, más temprano o tarde caerán todos en el almíbar general que impregna el asunto. Es más, algunos de los que parecían conflictos paralelos, se desvanecen con el correr sin resolución. Ismael, como no podía ser de otra manera, tiene ocho años pero actúa y habla con frases adultas y de una inteligencia superior a la de los mayores. Nora es una mujer estructurada, de trajecito y peinado de peluquería, aparentemente impenetrable… claro, salvo por el pequeño y por Jordi, músico bohemio cuya única función en el film es liberar a la mujer. Felix es un joven arrepentido, todo corazón, que lucha por ideales y quiere redimir sus errores del pasado, incluyendo a Akila, la típica mujer que se debate entre el matrimonio estable y el amor del pasado; y Luis, con pocas escenas, es el hombre que se ve en un baile que no quiso jugar. Todo se desarrolla en base a estos simples lineamientos, remarcados en los diálogos en busca de una sensibilidad permanente que, de a ratos, choca con la poca ductilidad para transmitir emociones de alguno de los intépretes (en especial Casas y Rueda). Piñeyro se encarga de otorgar la calidez necesaria, hace uso de una banda sonora oportuna, una fotografía no tan paisajista como sí precisa, y una edición que, salvando algunos bruscos cortes en negro, aporta a la suavidad del conjunto. Todo está a la orden de pasar un momento placentero. Como en un film de Teresa Constantini (por nombrar un ejemplo), todo avanza a pulsión del amor, estableciendo la idea de que es este condimento sumado a otros como la compasión y la comprensión lo que salvará al mundo; no hay penas mayores. Ismael es un film correcto, agradable a la vista y para un público masivo. Pero quienes busquen algo de sustento, giros, o peso dramático real, deberán buscarlo en otro lado, acá los conflictos se solucionan con una sonrisa y unas palabras de aliento.
Marcelo Piñeyro tiene una larga trayectoria como realizador, con películas como “Tango Feroz”, “Cenizas del Paraíso”, “Plata Quemada” y “La Viuda de los Jueves”, sólo por mencionar algunas de ellas. Y tras algunos años sin estrenar ninguna película, regresa con esta producción española protagonizada por Mario Casas, Belén Rueda y el debutante Larsson do Amaral como el niño que le da título a la película. Más allá de su variada filmografía, esta vez el director se decide por contar una historia pequeña, basada más que nada en personajes de fácil identificación y en lo que ellos sienten. Ismael es un niño que se escapa de su casa para ir a buscar a su padre, pero al llegar se encuentra con quien sería su abuela, interpretada con mucha naturalidad por Belén Rueda, y es esta mujer con la que tiene el primero de esos lazos familiares que estaba buscando. No es que no quiera a su madre, pero no acepta que no le permita conocer a su verdadero padre, no aquel que lo cría como tal, y esta necesidad lo lleva a viajar hasta Barcelona solo. Pero esta señora, Nora, no sólo se encuentra sorprendida porque nunca supo de su existencia, sino que hace años que no ve a su hijo, por lo que llevar al niño hasta él conlleva un mayor esfuerzo de su parte, uno por intentar entender en qué momento se distanciaron tanto y otro por no saber si la relación seguirá siempre así de distante o se podrá volver a remendar. El padre en cuestión, aquel que en realidad no quiso ser padre y pensó que podía escapar de ese rol, es Félix, interpretado con mucha solvencia por el actor Mario Casas. Su personaje vive sobre la playa, en un lugar al que se llega a pie y superando algunas zonas rocosas, y es profesor de muchachos con problemas, en otras palabras, delincuentes. Es interesante este paralelismo, cómo este personaje se interesa por estos chicos, quiere ayudarlos, pero en su momento nunca quiso asumir la responsabilidad de padre. El encuentro entre padre e hijo es nervioso." Ismael" dice las cosas como las piensa, pero Félix no puede siquiera mirarlo a los ojos. Mientras tanto, su madre, una mujer dedicada siempre al trabajo y a quien se la percibe sola, entabla una conexión con el amigo de Félix, dueño de un hotel cerrado donde todos los personajes van a confluir, interpretado por Sergi López. A grandes rasgos,"Ismael es un relato sobre las relaciones humanas, sobre los lazos que entablamos y las responsabilidades que conlleva mantenerlos. Pero lo cierto es que sorprende que con esta película minimalista, Piñeyro parece un director menos experimentado de lo que es. No puede evitar caer en el tono de culebrón y en algunas escenas un poco forzadas. Parecería que esta nueva búsqueda es casi como un volver a empezar para él. Y quizás sea por esto también, que se percibe que es un film con mucho corazón.
¿Momento de ternura? El director argentino Marcelo Piñeyro (Tango feroz, la leyenda de Tanguito) realiza su primer film rodado íntegramente con producción española. A diferencia de otras películas más “cerebrales” del director de Las viudas de los jueves (2009), Ismael (2013) apunta a la sensibilidad del espectador, a trasmitir emociones, aunque no siempre logradas debido a un planteo demasiado explícito. Ismael narra la historia de un niño (Larsson do Amaral) que se escapa de su madre (Ella Kweku) y padre adoptivo (Juan Diego Botto) hacia otra ciudad, con fin de conocer a su padre biológico Félix (Mario Casas). Su abuela Nora (Belén Rueda) lo recibe y viajan a la localidad balnearia donde su padre trabaja de profesor en una escuela de re inserción. Cuando se encuentren descubrirán que todos tienen algo que cerrar de su pasado. El mayor problema de Ismael está en lo dicho. El drama que la película intenta trasmitir con ternura es completamente explícito: todo está mostrado y nada queda a la interpretación del espectador. Si recordamos Kamchatka (2002), otro film dirigido por Piñeyro con Ricardo Darín y Cecilia Roth, las metáforas aunque obvias en algunos momentos, estaban a la orden del día y permitían al espectador construir la trama en su cabeza. Diametralmente opuesta es Ismael, que se esboza como una sucesión de diálogos excesivos de carga dramática cuan novela mexicana. En esa reiteración del recurso aparece el oficio del elenco del film: Casas, Rueda, Botto, Sergi López. Por un lado el equipo actoral sostiene diálogos y situaciones que rozan lo inverosímil, y mantienen el vilo dramático de la historia. Por el otro, la película pareciera tener la necesidad de crear un momento de lucimiento para cada figura, imponiendo líneas narrativas que en algunos casos no aportan demasiado a la historia principal (la relación entre los personajes de Belén Rueda y Sergi López, por ejemplo). Por tales motivos, Ismael tiene todos los elementos para ser el film conmovedor que pretende ser, pero desperdicia la ocasión abusando de sentimentalismos y golpes bajos, volviéndose una película lacrimógena que no capitaliza de la mejor manera su potencial artístico.
Marcelo Piñeyro, el director más exitoso del cine argentino de los años 90 con films como Tango feroz, Caballos salvajes y Cenizas del paraíso, desarrolló en la última década una carrera que penduló entre proyectos locales (Kamchatka, La viuda de los jueves) e incursiones en España. Allí, donde en 2005 ya había rodado El método, regresó para concretar Ismael, película que coescribió con su habitual guionista Marcelo Figueras. El film arranca con Ismael (Larsson do Amaral), un niño negro de ocho años, abordando solo en Madrid un tren rumbo a Barcelona. Tras múltiples promesas incumplidas por su madre Alika (Ella Kweku), de origen nigeriano, él ha decidido escaparse del hogar que comparte con ella y con su padrastro Eduardo (Juan Diego Botto) para ir en busca de su padre de sangre, Félix (Mario Casas), un maestro de escuela secundaria al que nunca conoció. Con una carta como única pista, se topará en un departamento con Nora (Belén Rueda), que no es otra que su abuela y dueña de un distinguido restaurante. Más allá de la sorpresa (incredulidad) inicial, ella recibirá y ayudará al pequeño. Las cosas, por supuesto, no serán sencillas para ninguno de los personajes (todos cargan traumas, sentimientos de culpa, rencores, secretos y torpezas varias) en un film coral que habla de los prejuicios, pero también de la posibilidad de la redención. Historia sobre una España multicultural y multirracial castigada por la crisis y la represión, sobre familias desmembradas y personas heridas en más de un sentido, Ismael es una película hecha a corazón abierto. Por momentos, resulta demasiado recargada, morosa y explícita en algunos diálogos confesionales. Allí está, por ejemplo, un niño protagonista que parece mucho más maduro que los adultos, viñetas superficiales sobre la dura convivencia en un colegio secundario o el personaje de un amigo de Félix interpretado por Sergi López, que se convierte en el comic-relief del relato mientras trata de seducir a Nora en una subtrama que termina por eclipsar al que aparecía como principal eje dramático del largometraje. Con una sobria puesta en escena que elude los golpes bajos y el aporte de sólidas actuaciones, Piñeyro consigue un film honesto y sensible -tiene algo de Martín (Hache), de Adolfo Aristarain-, que describe desde muy diversos puntos de vista las muchas veces conflictivas relaciones entre padres e hijos. De lo macro a lo micro, de lo social a lo íntimo, resulta una película que invita tanto a la reflexión como a la emoción.
Relaciones en permanente mutación La historia de un niño afroespañol, que parte solo en busca de su padre desconocido, está apuntada a derretir corazones, pero el realizador de Plata quemada sofoca todo asomo de sensiblería y golpe bajo. Además, abre el drama a la comedia, la picardía y la tensión erótica. Las dos películas previas de Marcelo Piñeyro, El método (2005) y Las viudas de los jueves (2008), eran máquinas. Máquinas que funcionaban al servicio de un texto previo una obra de teatro en el caso de la primera, una novela la segunda, con eficacia... maquinal. El realizador de Tango feroz y Plata quemada parece haber advertido esa deriva indeseada de su cine, que con Ismael vuelve a cobrar cuerpo. Un cuerpo que, en verdad, en su obra tiende a servir siempre a una arquitectura muy pensada, muy calibrada, muy planificada. Sin dejar de responder a esos patrones, un poco por riqueza del guión y otro poco gracias a un elenco que late, Ismael es, de los films del autor, seguramente el más cálido, el más relajado, el más comprometido con sus actores y personajes. El menos deshumanizado, por oposición exacta a sus dos films previos. No es que Ismael sea una película desprovista de cálculo, sino que logra dotar de vida y verdad a esa ingeniería previa, de modo de disolverla a ojos del espectador. ¿Puede concebirse algo más apuntado a derretir corazones que un niño afroespañol que parte solo en busca de su padre, a quien jamás conoció, recorriendo cientos de kilómetros hasta dar con él? El tema es qué se hace con eso. Y lo que hace Piñeyro (que contó con el argentino Marcelo Figueras y la española Verónica Fernández como coguionistas) es limar, atenuar, sofocar todo asomo de sensiblería y golpe bajo. Aquí aparece una virtud del realizador de casi toda su carrera (desde Plata quemada, al menos), que a veces (en El método y Las viudas de los jueves) le juega en contra: la contención emocional. También ayuda que el guión no apunte como un cañón sobre ese eje central, sino que por el contrario orqueste a su alrededor una polifonía de personajes y relaciones que hacen de Ismael un inesperado film coral. A diferencia de tantos films corales, Ismael no usa a sus personajes como fichas en un tablero. Por el contrario, se interesa en ellos, investiga, observa con atención sus lados más luminosos y los que no. Este sistema coral funciona como esos jueguitos de pelotitas de acero que se mantienen en movimiento incesante gracias al golpeteo de unas contra otras. El pequeño Ismael, de 8 años (el rizado Larsson do Amaral), se presenta en un piso de Barcelona, tras haber recorrido solo, en tren, la distancia que lo separa de Madrid. Lo atiende una señora que primero le cierra la puerta, antes de convencerse de que ese niño es hijo de su hijo. Nora (Belén Rueda, la “mala” de Séptimo) suspende por unas horas sus actividades (es dueña de un lujoso restorán) y acompaña al niño en busca del padre, que vive en Girona. Con bastón y renqueando como consecuencia de un accidente, Félix (Mario Casas, uno de los guapetones más hot del actual cine español) trabaja con chicos desfavorecidos, con quienes en ese momento lleva adelante un proyecto de “autofilmación”. A Félix lo sume en la melancolía reencontrar al hijo de una mujer a la que amó, pero de la que debió separarse. Y en el resentimiento, reencontrar a su madre, de la que está distanciado y a la que reprocha haberse ocupado siempre más del negocio familiar que de él. Mientras tanto, la mamá del niño, Alika (la top model Ella Kweku, excelente en su debut), ya se enteró del paradero de Ismael y parte en su busca junto a su pareja, Luis (Juan Diego Botto, único argentino del elenco). Y Jordi (Sergi López, nunca tan simpático), amigo de Félix y dueño de un hostal frente al mar, ofrece alojamiento a todos... particularmente interesado en tener de huésped a la atractiva Nora. La red de relaciones cruzadas ha terminado de anudarse. De ahí en más se multiplicarán las historias de a dos (Ismael y Félix, Alika y Luis, Nora y Jordi, Félix y Nora), todas las cuales implican por lo menos un tercero en discordia y repercuten sobre el resto, en lo que representa un caso ejemplar de construcción dramática. Ismael no se empantana en el drama: se abre a la comedia, la picardía y la tensión erótica, saltando eventualmente al melodrama (el amor perdido de Félix y Alika, del que quedan rescoldos). Las relaciones están en permanente estado de mutación: ver de qué modo Luis es llevado a cuestionarse su rol de padre o el coqueto balanceo emocional de Nora ante los avances de Jordi (notable, por su gracia, justeza y fluidez, toda la secuencia del intento de seducción nocturna). Este postre no se remata, por suerte, con baño de caramelo. Está, sí, el viejo truco de que cuando parece que se pudre todo surge una última oportunidad de salvar algo. Pero sólo algo. Félix y Alika no vuelven a vivir juntos, llevándose con ellos a Ismael. Nora no se queda en el hostel de Jordi ni se reconcilia a toda orquesta con Félix. Luis, finalmente, tampoco conoce a un joven y atractivo pescador de Girona, con el que entretejer redes que no serían, en ese caso, figuradas.
Una comedia sentimental de noble cuño La trama es sencilla, y la puesta en escena también aparenta sencillez. Pero igual provoca expectativas e inquietudes, entretiene sin pausa, estimula reflexiones y se hace disfrutable a todo lo largo. Un negrito se ha escapado de su casa y toma el tren de Madrid a Barcelona para conocer a su padre blanco, que hasta ese día ignoraba su existencia. Como la ignoraba, y se desayuna de golpe, la abuela, una señora rubia, fina, elegante, pequeña empresaria del rubro gastronómico. Pobre mujer, cuando encima, buscando al hijo, deba tratar con un señor de pelo negro, medio grasa, pequeñísimo pero feliz empresario del rubro hotelero, que le hace un lindo trabajito de seducción. Pobre, también, la mamá del nene, que viaja desesperada a buscarlo. Y más pobre todavía, su nuevo novio, que se hizo cargo del chico y ahora arriesga perderlo todo frente al viejo amor de la morocha, que ahí está, con cara de "yo no sabía nada, pero qué linda te veo". Encima es un profe fachero que vive en una casita a orillas del mar, en las afueras de un hermoso pueblito de la Costa Brava. Pobre también él. Ocho años sin saber que tenía un hijo y que la negrita seguía tan divina como antes. Pero así son las cosas, la gente tiene sus pesares (los errores, la lucha cotidiana, una renguera, el miedo a quemarse nuevamente, etc.), pero también tiene su segunda oportunidad. O su consuelo. La película expone esto y otras cosas de interés, y pone para nuestro disfrute un elenco sin fallas: Mario Casas, Ella Kweku y Botto jugando el conflicto dramático, Rueda y López luciéndose con un momento distendido a gusto del público de la segunda edad (digamos, segunda y media), el nene Larsson do Amaral y el flaco Mikel Iglesias en representación de las nuevas generaciones que juzgan (y aprecian) a las anteriores, cada cual luciéndose como corresponde, todo en un tono amable, con hermosa música de fondo a cargo de Javier Limón, rodaje en Atocha, Sitges, Palamós, Llafranc, Terrassa, Lloret de Mar, Mataró, Vilassar y El Prat. En alguno de estos últimos están la casita y el hotel fuera de temporada donde transcurre la historia. Hay que ver bien dónde quedan, y sacar pasaje.
Road movie emocional de Piñeyro El director argentino de películas de ruta como Caballos salvajes y otros éxitos de taquilla como Plata quemada y Tango Feroz, ahora incursiona en la historia de un niño que en España decide ir a buscar a su padre biológico Ismael (el joven actor Larsson do Amaral) tiene diez años y un día decide que es hora de saber quién es su padre. Con una vieja carta donde figura la única pista que tiene sobre su paradero, se toma un tren desde Madrid a donde vive hasta Barcelona, en donde se supone que reside Felix, su papá biológico. En la dirección de la capital catalana encuentra a Nora (Belén Rueda), que resulta ser su abuela y que le informa que su padre se mudó a un pequeño pueblo. Mientras Ismael comienza a entablar una relación con la mujer que lo lleva a encontrase con Felix, su mamá Alika (Ella Kweku) y su esposo Eduardo (Juan Diego Botto) también se dirigen al pueblo para reencontrase con el niño. Road movie emocional, ensayo sobre la identidad, fresco sobre las familias rearmadas y multirraciales –Ismael y su madre son negros–, toda la historia apunta al encuentro de todos los personajes, que estarán prolijamente perfilados y que así, dan cuenta de sus acciones pasadas y el camino que tomarán en el futuro, donde amores contrariados, segundas oportunidades y la posibilidad de una familia ampliada se abren al debate. Cinco años después de Las viudas de los jueves, su última película, Marcelo Piñeyro presenta su primer trabajo enteramente español, más allá que varios de sus films habían sido coproducciones. Como uno de los directores que sin llegar a ser parte del llamado Nuevo Cine Argentino pero que tampoco puede considerarse de la vieja guardia, sin lugar a dudas es uno de los realizadores imprescindibles a la hora de repasar el cine industrial de calidad, como Plata quemada, Cenizas del paraíso, Caballos salvajes y Tango feroz: La leyenda de Tanguito, títulos que dan cuenta de un afinado olfato para lo popular. Sin embargo, parece que filmar en tierras extrañas hizo que su probada intuición mostrara grietas, en un relato que pretende funcionar en varios niveles (por supuesto que la cuestión racial forma parte del menú y la cuestión social también) pero en realidad cierra en muy pocos, con mucho cálculo y un cuidado extremo porque nada altere la exposición civilizada de los conflictos, que se resuelven de manera amable, en un mismo tono apagado, dando como resultado un film chato, sin demasiada vida, salvo cuando entra en escena el formidable Sergi López, algo así como un seductor bon vivant de provincias, un personaje menor pero definitivamente interesante, sobre todo cuando el estudiado guión le permite jugar al romance con Belén Rueda.
En ISMAEL un niño de 10 años de madre africana, se fuga de su casa de Madrid a Barcelona con la intención de encontrar a Félix su papa al que nunca conoció. Un elenco conformado por un verdadero dream team del cine español, con una BELÉN RUEDA impagable, un SERGI LÓPEZ contundente y sobre todo un MARIO CASAS en su adultez interpretativa, se da cita en esta conmovedora cinta de MARCELO PIÑEYRO sobre la búsqueda de la identidad, que jamás cae en el melodrama barato, por el contrario profundiza en el interior de sus personajes. Una elegante y efectiva película, que logra transmitir esperanza, simpatía y emoción.
Mirá quién llegó Ismael tiene 8 años, y es tan inteligente e intrépido que se las ha arreglado para viajar solo desde Madrid hasta Barcelona. El objetivo de esa arriesgada aventura es conocer a su padre, de quien solo tiene una carta con una dirección. La primer persona con la que Ismael entra en contacto es su abuela Nora (Belén Rueda), una mujer fuerte e independiente que hasta el momento desconocía totalmente la existencia del niño, y será la encargada de acompañarlo en su aventura y presentarle a su padre Félix (Mario Casas), un joven que anda un tanto perdido y a quien la paternidad lo agarró por sorpresa. Durante la tarde en que Ismael y Félix se hablan por primera vez, se conocen y se disfrutan. La historia es simple pero al mismo tiempo compleja; parece un tanto novelesca, pero por otro lado las relaciones familiares pueden ser tan ricas y complejas como el modo en que el director y el guionista decidan encararlas. En este caso, no han sido tratadas con demasiada profundidad. Los personajes toman una actitud interesante ante un cambio abrupto en sus vidas, lo que los lleva a dejar a un lado el análisis del pasado y así encarar la vida con honestidad, y de la mejor manera posible. Algo que a simple vista podría resultar demasiado fácil, pero funciona muy bien dentro de la historia. Ismael llega en un momento complicado, su abuela y su papá nunca se han llevado bien y viven bastante alejados uno del otro; su madre lo crió lejos de él, con un pareja que para Ismael es el único padre conocido. Todos los personajes de esta historia tienen alguna herida abierta o alguna cuenta pendiente. Sin quererlo el pequeño revoluciona la vida de todos y los pone cara a cara con sus frustraciones, sus errores y su futuro. Con hermosos paisajes playeros de fondo, linda música, humor, y actores bonitos y con mucha onda, la película tiene una mirada muy positiva sobra las relaciones familiares que cada vez se alejan más de la familia tipo, con perro labrador incluído, pero se acercan más a lo que construimos, con aciertos y errores, pero con amor y buenas intenciones. Un aire un tanto meloso no arruina un sólido guión con muy buenos diálogos, y las actuaciones de Belén Rueda y Sergi López son razón más que suficiente para disfrutar de esta historia que, al final, a todos busca conformar.
Marcelo Piñeiro es uno de nuestros directores más reconocidos a nivel internacional y quien ya nos sorprendió con títulos como "Tango Feroz", "Caballos Salvajes", "Cenizas del Paraíso", "Kamchatka", "Plata Quemada" y varias más. Hoy jueves le toca el turno de debutar en la gran pantalla a "Ismael", una película tan chiquita como enorme. Digo chiquita porque la historia es simple, pero el corazón y las emociones que maneja son gigantes. Belén Rueda y Mario Casas - actores españoles - en sus personajes de madre e hijo, con poca comunicación, están excelente... El gran descubrimiento, sin dudas, es el del pequeño Larsson do Amaral (Ismael), que se devora la película con sus miradas, palabras y actitudes. Marcelo sabe muy bien como manejar los sentimientos en una historia, tarea nada fácil en esta industria... Ya sabés, una linda película para ver en cine y disfrutar de un realizador 100 % argentino.
Una historia pequeña pero que muestra la situación de los inmigrantes en Europa: Un niño (el protagonista Larsson do Amaral es un hallazgo) decide tomarse un tren solo para conocer a su padre. Tanto él como su familia ignoran su existencia. Lo demás es el lento reencuentro. Tono amable, cálida, muy de Marcelo Piñeyro.
De amor y desamores La nueva película de Marcelo PiñeyroUn niño de 10 años deja su hogar para localizar a su padre, a quien no conoce. Un importante giro ha dado Marcelo Piñeyro a su cine con Ismael, que rodó enteramente en España. No es que sea un filme sin la marca del director de Tango feroz y Caballos salvajes, porque algunas constantes están, pero hasta ahora no se había decidido a mostrar los sentimientos de sus personajes, y los propios, como en esta ocasión. La búsqueda de la identidad es troncal en Ismael, en la película, en el protagonista que le da su título al filme y en los personajes que lo rodean. Ismael es un niño de unos diez años, de color, que un día se escapa de su casa en Madrid para encontrar a su padre en Barcelona, a quien no conoce. Félix es su padre biológico, ya que dejó a la madre de Ismael cuando se enteró de que estaba embarazada. Historia de encuentros y reencuentros, Ismael va creciendo a medida de que los personajes dejan de ser rótulos, nombres y empiezan a decir sus verdades. Tal vez Piñeyro se ha ceñido en demasía a los textos, y en su afán por explicar en palabras lo que las imágenes no dan por sí mismas sobrecarga la atención dramática. Porque Ismael es un melodrama, sin que esto signifique un juicio de valor: es un género con sus propias reglas a las que Piñeyro le aporta su mirada nunca distante y sí emocionante. Y el amor y el desamor están allí presentes. A Ismael, Félix y Alika se suman la madre de Félix (Belén Rueda) y el más pintoresco de los que cruzan la pantalla, Jordi, un Sergi López que en su relación con Rueda consiguen una química tan fuerte que empañan a la central. También está Luis (Juan Diego Botto), la pareja de Alika (Ella Kweku) y el hombre que Ismael tiene como referencia paterna. El guión está planeado con enigmas planteados, todos alrededor de las relaciones interpersonales. ¿Cómo será el encuentro entre Ismael y su padre? ¿Y entre Félix y Alika? ¿Y Félix con su madre? Si a veces las miradas dicen más que las palabras, aquí Piñeyro optó por el camino inverso. Y así las cosas es en los contrapuntos donde se genera la tensión y donde debe estar centrada la atención. Mario Casas (Antonio en Las brujas, de Alex de la Iglesia, también visto aquí en Carne de neón) compone a la más jeroglífica de las criaturas de Piñeyro. Es un profesor de alumnos con problemas de conducta, y el filme pivotea en él, por su vínculo (auténtico o inexistente) con Ismael, la abuela y la madre. Búsqueda de identidad, como decíamos, genuina exploración para descubrir e integrarse al otro, no adosarlo. En eso, se ve, está el realizador.
Mis dos papás Tras cuatro años de ausencia, Ismael marca por un lado el retorno de Marcelo Piñeyro detrás de las cámaras y como guionista junto a Verónica Fernández y Marcelo Figueras para entregar un film amable e intimista que gira en torno a la búsqueda de identidad a cargo de un niño de ocho años (Larsson do Amaral), de madre nigeriana, quien escapa de su hogar de Madrid a Barcelona al encuentro de su padre biológico Félix (Mario Casas) sin que éste supiera anteriormente de su existencia. Para ello la llegada del pequeño al único lugar de referencia de una carta añeja lo conecta directamente con su abuela (Belén Rueda), quien desayunada de la nueva situación y la posible paternidad de un hijo, a quien no ve hace tiempo, decide ayudar al morenito Ismael en su empresa y además aprovechar el pretexto del viaje para recomponer tal vez algunos vínculos con Félix, dedicado al trabajo con adolescentes problemáticos en un colegio donde enseña dibujo, y así saldar cuentas pendientes. Así las cosas, la confrontación entre Ismael y su padre biológico origina también que su madre Alika (Ella Kweku), acompañada de su nueva pareja Luis (Juan Diego Botto), a quien el niño considera su verdadero padre, remueva viejos tiempos y reabra heridas que ya parecían haber cicatrizado cuando decidió marcharse con el pequeño y alejarlo del contacto con Félix. Marcelo Piñeyro conoce al dedillo los lineamientos del melodrama familiar clásico sin el chantaje emocional de golpes bajos a cuestas y sale airoso en cuanto a su performance de director atento para el lucimiento de un elenco sólido, donde la presencia de la revelación Larsson do Amaral ocupa el centro pero también el profesionalismo y ductilidad de una Belén Rueda mucho más despierta que en Séptimo, film donde se la pudo reconocer junto a Ricardo Darín, actor con el que no logró la química necesaria que sí consiguió esta vez –claro que con un personaje distinto- con Sergi Lopez en un rol secundario pero importante al fin. Ismael es un film pequeño pero noble, con corazón y despojado de toda recarga emocional extra para plantear de manera sencilla y con poca elocuencia conflictos paternales identificables y la importancia de conocer la verdad para crecer sin rencores y afrontar la vida desde otro lugar.
En el nombre del padre Nutrida de premisas y situaciones dotadas de un alto contenido emocional, Ismael vuelve a poner en vigencia la capacidad expresiva de Marcelo Piñeyro, aquí con una temática inusual en su versátil filmografía: el director de Tango feroz, Caballos salvajes y El método ha dado sobradas muestras de aportar singulares variaciones a sus trabajos fílmicos. En este caso se introduce en una trama tan distante de esos títulos como lo fue Kamchatka, su único opus con un niño protagonista. Porque aquí la problemática abordada nada tiene que ver con la opresión de la dictadura ni tampoco con nuestro país, ya que Ismael está ambientada en Barcelona y Madrid y todos los personajes son de ese origen. Todo gira alrededor de un niño de ocho años que desea con toda su pequeña humanidad conocer a su padre, un misterio que su madre nunca le aclaró del todo: por eso escapa de ella y se toma un tren en soledad en dirección a él, con los pocos datos con los que cuenta. Así arranca un verdadero remolino de sentimientos comandado inteligentemente por Piñeyro, quien logra una de sus mejores obras, tanto desde el aspecto narrativo como interpretativo, además de aportar notables imágenes en las locaciones seleccionadas. Con actuaciones intensas y verosímiles de Mario Casas, Belén Rueda, el pequeño talento de Larsson Do Amaral y el carismático Sergi López, Ismael propone una historia entrañable, desbordante de genuina emotividad.
En el nombre del hijo En una estación de Madrid, un niño negro camina como si estuviese buscando algo, mientras mira a su alrededor con los ojos de quien ve todo por primera vez. Dubitativo ante el chequeo de equipaje, sube solo a un tren con destino a Barcelona. Una vez a bordo, el pequeño saca su celular y se pone a jugar. Los primeros planos de Ismael, la nueva película de Marcelo Piñeyro (Tango feroz, Caballos salvajes), quien vuelve a filmar en tierras españolas después de El método (2005), son prosaicos pero seguros. La forma convencional de sus imágenes se mantendrá durante todo el filme. Ismael (Larsson do Amaral) tiene 8 años y lo único que quiere es conocer a su padre, a quien nunca vio. Por eso decide emprender el viaje como un adulto, sin el permiso de su madre, una española nacida en Nigeria llamada Alika (Ella Kweku), ni el de su padrastro (Juan Diego Botto). El padre biológico y ausente hasta el momento es sólo un nombre: Félix Ambrose (Mario Casas). Cuando Ismael llega a Barcelona, va a la casa de su progenitor y lo atiende Nora (Belén Rueda), la madre de Félix. Al comienzo se niega a hacerlo pasar, pero luego de leer una carta que Ismael lleva consigo, Nora le abre la puerta y decide ayudarlo. Félix es docente de secundaria y da clases a un grupo de chicos con problemas de conducta. En su vida amó a una sola mujer, la madre de Ismael. En los ocho años que transcurrieron desde el embarazo de Alika hasta el presente, Félix no dejó de pensar en ella. Después llegan los encuentros en la casa a orillas del mar donde vive Félix y en la de su amigo Jordi (Sergi López), quien pronto seducirá a Nora, que se mantiene atractiva y elegante a pesar de sus años. El problema principal de esta comedia romántica interracial es que su director cree que el único modo de contar una historia es haciendo que sus personajes expliquen ante la cámara sus pasados, que expresen sus rencores, que confiesen sus miedos. Piñeyro podría haber utilizado algunos recursos más para enriquecer la película (por ejemplo, flashbacks en los recuerdos, o elipsis que ayuden a entender situaciones y a evitar explicaciones explícitas). Pero no, Piñeyro prefiere la cámara delante de sus personajes contando cosas. La mayoría de los planos son iguales, lo cual no está mal (lo que está mal es que se tornen monótonos). Las emociones son expresadas a través de una misma forma visual, con una gramática monocorde y un vocabulario cinematográfico pobre. Piñeyro parece que se olvidó de que hay ciertas herramientas visuales que se utilizan para que un filme sea mejor.
Un niño afro español busca a su padre biológico y se ve envuelto en un torbellino de sentimientos. Una historia para reflexionar. Todo comienza con un niño de color de unos ocho años que viaja 600 kilómetros solo en un tren desde Madrid a Barcelona con una única idea, encontrar y conocer a su padre biológico; la única pista que tiene es un sobre con la dirección del departamento donde vive su padre. Cuando llega a dicho lugar lo atiende a Ismael (Larsson do Amaral), Nora (Belén Rueda) su abuela que se muestra sorprendida ya que desconocía que su hijo Félix (Mario Casas) era padre e inmediatamente intentará ayudarlo. A medida que corre la cinta descubrimos que: Félix es un maestro de escuela secundaria, y de adolescentes con problemas por los que lucha para reinsertarlos en la sociedad. Con su madre Nora no tiene muy buena relación, algo pasó entre ellos. Nora trabaja intensamente ,es dueña de un restaurant y este es único sustento, pero ambos utilizan sus trabajos como su cable a tierra; la madre de Ismael, Alika (Ella Kweku, es modelo, aquí realiza una buena interpretación), de origen nigeriano, va en busca de su hijo y la acompaña su esposo Luis (Juan Diego Botto, "Las viudas de los jueves"), juntos deberán resolver distintos problemas, el reencuentro con su antigua relación, a Luis le traerá cierto cosquilleo; Jordi (Sergi López) es el amigo incondicional de la familia, donde aquí surge una subtrama, y otros personajes también son partes de la historia. Es un film bien coral, nada será sencillo y a través de esta búsqueda comienzan a aparecer los problemas de los adultos, distintas situaciones no resueltas, rencores, culpas, secretos, miedos, prejuicios, pero también toca conflictos que aun tiene España de tipo raciales, inmigrantes sin papeles, entre otros temas. La trama habla sobre el perdón, de la paternidad a través de primeros planos de afectos, caricias, ternura, amor y de las relaciones entre padres e hijos. Contiene varios mensajes positivos, como que la vida te da una segunda oportunidad, aceptar los errores del pasado para poder a vivir el futuro y contiene una fotografía notable. El film entretiene, emociona es tierno pero tiene algunos toques melodramáticos aproximándose a una telenovela de televisión, algunos diálogos son flojos y algunas de las actuaciones son desparejas y están poco explotadas.
Nunca se termina de conocer al padre Ismael se escapa y se va solito de Madrid a Barcelona. Tiene 10 años y va en busca de su padre. En ese viaje descubrirá que el pasado de todos también pregunta y necesita limpiarse. Es un filme sobre la identidad y habla del amor, de las piruetas del destino, de las familias multirraciales, de las segundas oportunidades y de la inmigración (la mami indocumentada y el hijo sin padre). Hay una abuela que quiere pagar lo que debe como madre; un profesor solitario que no puede olvidar un lejano amor; una madre que decidió seguir adelante con un niño que una vez la obligó a romper un amor y que ahora la obliga a revivirlo. Todos se encontraran en un hostal catalán, al borde del mar. Y será Ismael (demasiado despierto, otro nene de película) el que ira logrando que los hilos se crucen y que todos comiencen a decidir que ya es hora de cambiar o de empezar a abrir los ojos. Melodrama de buena factura, con personajes inseguros y nobles, pero que tiene demasiadas palabras (y encima, a los actores se les entiende poco). Piñeyro logra darle humanidad a un relato algo forzado que orilla la calculada emoción. Todos son buenos. Y el amable “mensaje” se nota demasiado. Su historia enseña que el amor es búsqueda, pero también empeño y lealtad. Y que nunca se termina de encontrar al padre. El ruego final de Félix a su hijo (“si vas tan rápido no te podré alcanzar”) resume la realidad de un tiempo donde cuesta, no solo compartir algo, sino alcanzarse.
Las cosas sencillas de la vida El padre mira un pin que lleva el hijo en su solapa con una inscripción en latín, “¿qué quiere decir?”, le pregunta: “atrévete a saber”, responde el crío. Otro momento, otro lugar. El niño le dice al padre “yo te voy a enseñar”. Y nuevamente la pregunta: “¿a qué?”. “A ser padre”, es la respuesta. El niño es Ismael, y la película adopta su nombre. Esas dos escenas estaban en el tráiler de Ismael, y nos hacían prever lo peor: película que trata sobre un niño que busca a su padre, con musicalización sensiblera y la dirección de Marcelo Piñeyro, un tipo que si alguna vez fue mínimamente interesante, ya se olvidó. Es decir: un producto lacrimógeno, obvio, repleto de bajadas de líneas y frases new age sobre cómo ser mejores en la vida. Por suerte, Ismael es bastante mejor que eso y queda demostrado que los tráilers muchas veces le hacen mal a las películas. Tampoco es que resulte una obra maestra, pero tampoco lo busca. Es un film muy honesto, sobre gente que no sabe qué hacer con su vida y que se encuentra en una etapa de aceptación de su pasado. Precisamente en su contención y eliminación de todo exceso melodramático -sin dejar de ser melodrama- está lo mejor de este film. Claro que algunos conflictos parecieran haber salido de una telenovela, pero hay desde el guión firmado por Verónica Fernández, Marcelo Figueras y el propio Piñeyro una total asimilación de eso. Ellos saben con el material que cuentan, y en Ismael pareciera que juegan un reto: ¿y si es posible abordar estas historias del corazón sin mayores estridencias y dejando de lado el golpe bajo para la tribuna? En ese sentido habría que decir que la apuesta salió muy bien. En primera instancia Ismael se preocupa por construir personajes con dimensiones. Sus primeros minutos, donde el tablero de personajes se va desandando con calma y sin prisas da un poco la pauta de lo que puede venir. A excepción del propio Ismael, que es sí el personaje que peor sale parado porque está puesto ahí para generar reflexiones en los otros y por momentos actúa demasiado maduro para un niño de su edad, el resto es una sucesión de personajes funcionales pero efectivos. Y en segunda instancia, el film cuenta con actuaciones notables que abordan excelentemente esos roles, especialmente Belén Rueda y Sergi López que juegan una subtrama muy cálida que descomprime el drama central. Porque si la película tiene un gran acierto es que se construye sobre la búsqueda de Ismael, pero se lateraliza y elabora al menos tres subtramas atractivas: el apuntado romance entre Rueda y López; el vínculo del padre de Ismael con su madre; y lo que pasa entre la madre del niño y su marido, padre adoptivo del pequeño. Son conflictos de a dos, que nunca se amontonan y tienen especial correlación entre sí: lo que ocurre en un apartado tiene incidencia en el otro. La obra de Piñeyro luce para nada espontánea, pero su entramado de ingeniería hace gala de buenas mañas por parte del realizador y los guionistas. Si Piñeyro demuestra un talento aquí, es el de manejar con maestría a su elenco y -fundamentalmente- sacar chapa de profesional: es una película con oficio, y que se nota. Hay romances que quedaron truncos y amenazan con volver; hay hombres que ven su lugar socavado; hay madres e hijos que no terminan de cuajar un vínculo; hay adultos enamorados de forma adulta. Por suerte hay bastante en la película, y ese bastante está muy bien contado: nada resuena excesivo, nada luce antojadizo. Ismael es una obra cálida que demuestra que cualquier historia puede ser contada de la manera que a uno se le ocurra si las intenciones son positivas.
El director argentino Marcelo Piñeyro vuelve al ruedo con Ismael, un drama familiar producido íntegramente en España. Ismael es un niño de 8 años que se toma solo un tren a Barcelona para conocer a Felix, su verdadero padre. La única pista que tiene es una vieja carta que este le envió a su madre y donde figura su dirección. Una vez allí Ismael logra llegar hasta el departamento, pero se encuentra con la sofisticada Nora, la madre de Felix. Ella desconocía la existencia de Ismael y prontamente accede a llevarlo a conocer a su padre hasta Costa Brava. El perdón, la moral y todo lo demás El director Marcelo Piñeyro supo hacer la opera prima más exitosa del cine argentino con Tango Feroz. Con el pasar de los años nos fue entregando productos por demás de interesantes como Caballos Salvajes y Cenizas del Paraíso, aunque estuvo cerca de derrapar con Plata Quemada y Kamchatka. En Europa haría la co-producción argentino/española El Método , que si bien fue un éxito en dicho país, no terminó de convencer a los espectadores locales. Tampoco lo terminaría de hacer su adaptación del best-seller de Claudia Piñeiro Las Viudas de los Jueves, aunque en mi opinión es de sus mejores trabajos. De esta forma Piñeyro partió hacia España donde filmó Ismael, bancada íntegramente por inversores ibéricos. La cinta es un drama familiar visto a través de los ojos de un niño de 8 años, y que a pesar de algunos vaivenes de su relato, termina siendo una conmovedora historia sobre las segundas oportunidades. Ismael está interpretado por el pequeño Larsson do Amaral, quien debuta delante de las cámaras con esta película y lo hace de la mejor manera. A pesar de estar rodeado de un elenco de grandes actores de renombre, es el muchacho quien inevitablemente debe cargar con la cinta sobre sus hombros. Sin dudas uno de los puntos mas interesantes de esta historia es el hecho de que transcurre a lo largo de poco mas de 24 horas. Esta decisión de Piñeyro hace que el relato se mueva con una buena dinámica pero, al mismo tiempo, algunas cosas no terminen de convencernos. Principalmente el comportamiento de ciertos personajes y algunas decisiones y cuestionamientos que se sienten por demás de apresurados y hasta contradictorios por como se venían desarrollando hasta el momento. Resulta tambien algo cansador que el catalizador de casi todos los conflictos de la trama partan de Isamel escapando, algo que solo funciona la primera vez y cuando se vuelve a repetir es inevitable no sentirse algo manipulado por los realizadores. Y si de manipulación se trata no podemos dejar de referirnos al afán de Piñeyro por dejarnos en claro que prejuzgar a las personas, está mal. Por si no lo entendimos la primera vez (o no lo sabíamos ya), el director lo remarca una y otra vez y aunque sin dudas está hecho con las mejores intenciones, la necesidad de tener que subrayar esto a todo momento hace que una vez mas se note la mano del director guiándonos por donde quiere que vayamos. Mas allá de que estos inconvenientes son moneda corriente en los dramas familiares y esperables en una cinta que aprovecha y se centra en la diversidad cultural que hay en España hoy por hoy, lo cierto es que Piñeyro termina armando un convincente retrato sobre una familia dividida que se ve obligada a saldar sus diferencias gracias a la curiosidad de un niño. Esto se logra principalmente a la buena labor del anteriormente mencionado Larsson y los "grandes" del elenco: Mario Casas (Las Brujas), Belén Rueda (Séptimo), Sergi López, Juan Diego Botto (Martín Hache) y Ella Kweku, quienes en todo momento resultan honestos y creibles, incluso cuando el guión le pone traba a sus personajes. Conclusión Dicen que las buenas películas son aquellas que logran producirnos emociones sin que notemos la presencia de alguien guiándonos. Y aunque siempre sentí presente la mano de Piñeyro en Ismael, mi impresión final fue de que se trata de un film bien intencionado y hasta emotivo sobre la moral y las segundas oportunidades en la vida, no solo las que le damos a otras personas, si no que tambien las que nos damos a nosotros mismos.
Marcelo Piñeyro, director de taquillas comerciales como ''Caballos salvajes'', ''Cenizas Del Paraíso'', ''Plata quemada'' o ''Tango Feroz - La Leyenda De Tanguito'' (cuya versión remasterizada será reestrenada en cines en septiembre), estrena su última película, que fue rodada en España y con un notable reparto de actores españoles. Ismael, quien da nombre al film, es un niño mulato de 10 años que se escapa de su casa en Barcelona y viaja solo a Madrid en tren para buscar a su desconocido padre biológico. Quien recibe la visita inesperada del niño es su supuesta abuela, que lo ayudará a cumplir su cometido reuniéndolo con su hijo. Tras un interesante comienzo, planteado cuasi como una road movie con buen ritmo y una cámara que aprovecha al máximo (cual institucional turístico) las bellas locaciones de la ciudad Española, la acción se traslada en la segunda parte de la película a un pequeño hotel de una localidad costera catalana, donde se reunirán de forma inevitable y ante la ilusión e inocencia de un niño que espera las respuestas de su padre, todos los personajes involucrados en la vida de Ismael. Lugar donde surgirán y resurgirán antiguas emociones del pasado y donde también tratarán de recomponerse ciertas diferencias familiares en la relación madre hijo. El film se cimenta fundamentalmente en las actuaciones tanto de Belén Rueda, haciendo de esa joven abuela distinguida, cálida y distante a la vez que alterna el drama y la comedia de forma excepcional, como por el niño Larsson do Amaral, bastante natural y desenvuelto cuya mirada transmite ternura. Mario Casas, en el papel del padre, brilla en el comienzo pero la falta de matices en su personaje (tiene la misma expresión para transmitir alegría o pena) lo diluyen. La química entre Belén Rueda y el consagrado comediante español Sergi López, que interpreta con naturalidad y simpatía un personaje poco aprovechado, le aportan aún en situaciones poco verosímiles la dosis de humor y distención al film. Pero salvo Ismael y Belen Rueda en determinados momentos, el resto de los personajes van conformando estereotipos y no consiguen emocionar al espectador. A partir de la mitad del film la historia se vuelve pretenciosa, intenta abordar diferentes temas como la ruptura familiar, la paternidad y el amor, la amistad, las segundas oportunidades y hasta una crítica social sobre el actual estado de la sociedad europea frente a la educación y la inmigración ilegal, sin profundizar en ninguna. La película busca en todo momento aludir a las emociones del espectador, ya sea a través de banda sonora, reforzando situaciones sensibleras que por sí solas no provocan el efecto buscado, o haciendo que los personajes expliquen lo que están viviendo. Ciertos diálogos forzados, algunas situaciones superficiales donde nada sucede (como la huida nocturna por la playa del niño) y un par de momentos inconclusos e inexplicables que rozan la inverosimilitud (como el cambio de registro y puesta en escena propia del género de suspenso o thriller para la escena de la caldera, en la que finalmente no pasa nada), hacen que en la parte final vaya decayendo el interés y a medida que se acerca el desenlace nos quede un film que prometía más de lo que deja.
Piñeyro shows trivial take on serious matters Argentine Marcelo Piñeyro is a curious case of a filmmaker: half of his films are downright forgettable and simplistic — even for feel-good mainstream cinema. But the other half includes accomplished and somewhat inspired works. His debut film, Tango Feroz (1994), was an unprecedented success: 1,500,000 youngsters flocked to see the mythical story of legendary national rock star Tanguito. It’s true that Piñeyro’s overly sentimental and one-dimensional story has undesirable differences with the life of the real Tanguito. Yet, since it’s unabashedly easy to like and never pretentious, it works out in its own right. On the contrary, Caballos salvajes (1995) and Cenizas del paraíso (1997) are very disappointing. They have lofty ambitions and seek to insightfully explore existential matters. But trite dialogue, poorly developed characters, and corny dramatic situations don’t go far at all. But his following movie, Plata quemada (2000, an adaptation of Argentine writer Ricardo Piglia’s eponymous novel), is quite well filmed and much credible. It features fleshed-out characters, the action sequences are convincing, and the homoeroticism is ever present in a seductive manner. And the spirit of the novel is well preserved. Then came Kamchatka (2002), which subtly and skillfully portrays the struggle of an Argentine family to hide from the military police during the 1976-1983 dictatorship. Very good acting, a seemingly simple story very well told, great insights, and an appropriately intimate tone do make a difference. But it all went downhill once again with El método (2005), based on a play about the recruitment of a top executive from seven ferocious applicants. Shot with little visual imagination, too talky and poorly acted, El método is simply unmemorable. With Las viudas de los jueves (2009), which deals with the unhappy lives of unhappy people living in gated communities, things get much, much worse. Awful acting, contrived dialogue, a poorly narrated storyline, an unnecessary slow pace — and the list goes on. And now there’s Ismael, Piñeyro’s first Spanish production, which tells the story of an 8-year-old mulatto kid who travels from Madrid to Barcelona hoping to meet his biological father, come what may. Once in Barcelona, some other stories begin to take shape around his own: one involves the relationship between Ismael’s father and his own mother; another one is about a friend who lives with Ismael; the third focuses on Ismael and his mother; then yet another one involves Ismael and his grandmother. Of course, there’s the relationship between Ismael and his absent father, which started the whole affair. So now you have too many stories for one film — unless, of course, there’s a strong narrative focus and a good deal of depth to get to their very essence. But that’s not the case here. The narrative moves along a rather superfluous and imprecise path that doesn’t do justice to the complexities and subjectivities of the material. As in some of his previous films, Piñeyro’s new opus simplifies serious matters in order to render them more accessible — and in a bad way. It’s also sentimental, but in the wrong parts, that is to say, when a degree of emotional restraint was called for. This is not the grand story of a mythical and legendary rock star, but a character study that’s meant to be serious and perceptive. And it’s not. And when some big meanings are spelled out for viewers, the dialogue becomes lethal, if not risible. And to think that during the film’s first half the conflict is properly set up, all the events make sense and are somewhat gripping; a couple of possible subplots are introduced promptly, and so you are eager to see how they will unfold; the overall pace is accurate, for it’s neither hectic nor languid; the characters get some appealing nuances, and thus they start to have personalities of their own. But you’ll be watching a film that goes somewhere. It’s clear it’s not going to be a groundbreaking work, but it seems it will pay off. Not too long afterwards, you realize you were dead wrong: throughout the rest of the film, Piñeyro barely scratches the surface of the heart of Ismael. This story has enough potential to make two movies. Too bad not nearly half of that potential is fulfilled. The more the film progresses, the flatter it becomes. Granted, in formal terms Ismael is accomplished — the attractive cinematography, the fine editing, or the successful art direction. No doubt that when it comes to production values, Piñeyro’s new work is well done. But perhaps the most annoying problem is that Ismael is too talky, which turns out quite unfortunate here. In real life, people don’t utter perfect dramatic lines that sum up their dilemmas and show discerning opinions of every issue around them. Likewise, the performances begin to lose momentum as the film becomes more and more flimsy and artificial. Ismael himself, played by Larson do Amaral, is too smart (as was to be expected) and too mature. Since the kid’s performance is akin to the character, don’t expect a confused and worried real life boy: this Ismael is a boy made for the movies.
Marcelo Piñeyro retoma, en “Ismael”, el relato centrado en la mirada de un niño. En su filme anterior “Kamchatka” (2002), Harry, descubre el mundo a través de juegos que practica con su familia exiliada en algún punto del gran Buenos Aires. Ismael, en cambio, ve el mundo a través de una realidad más tangible, como la de subirse a un tren en Madrid y viajar a Barcelona. Harry no busca una identidad, Ismael sí, porque su padre biológico abandonó a su madre cuando él, estaba por nacer. El protagonista, Isamel, lleva un nombre semejante al personaje (Ishmael) de la novela de Hernan Melville “Moby Dick” publicada en 1851. Aunque el de la novela es un adolescente tiene la misma imperiosa necesidad que Ismael, encontrar fuera de su ámbito natural otro espacio que lo contenga: en uno es la aventura y en el otro el afecto. Tal vez tenga también una reminiscencia con Marco, el niño del relato “De los Apeninos a los Andes”, incluido en la novela “Corazón”, de Edmundo de Amicis, publicado en 1886, que partió de Italia para llegar a la Argentina en busca de su madre, y que aporta cruda visión de la emigración. Igual que las novelas de Melville y Amicis, Piñeyro construye en su filme un universo multicultural, y no fue casualidad que decidió rodar su película íntegramente en España, y especialmente en la costa Dorada (Tarragona), que árida y cubierta de rocas en la que confluyen inmigrantes de diversas partes del mundo, especialmente del África subsahariana y madreví. “Moby Dick” es una novela épica y plagada de alegorías, en “Ismael” no existe tal recurso, pero si la épica de un niño en busca de su padre e identidad. “Ismael” es el viaje de iniciación de un chico de 10 años que debe confrontar el presente para orientar su futuro. En el camino encontrará personajes que le darán aliento para alcanzarlo: su abuela (Belén Rueda), Jordi, un amigo de su padre interpretado por un Sergi López, muy desenfadado y que junto a Rueda, y en virtud del histrionismo de ambos, brillan en una divertida subtrama que por momentos empaña los trabajos de Mario Casas (Félix) y Alika (Ella Kweku), que de supermodelo pasó a debutar en la gran pantalla con Piñeyro; Luis (Juan Diego Botto) su padre psicológico, y un alumno de su padre (Mikel Iglesias) que es el que le ayuda en última instancia a encontrar otra salida a su conflicto. El tema fundamental del filme más allá de la búsqueda de identidad es la relación paterno-filial o materno-filial y una figura parental sustituta. Aunque de soslayo Piñeyro toca una problemática muy común en la sociedad contemporánea: “el otro” o “la otra” que deben suplir el rol del padre o madre ausente. Estos dan grandes cantidades de afecto y muchas veces se ven marginados sin importar sus sentimientos. En ese sentido está muy lograda la interpretación de Juan Diego Botto, porque en todo momento mantiene esa distancia a la que fue condenado por los padres biológicos de Ismael. Marcelo Piñeyro, “Tango feroz” (1993), “Caballos salvajes” (1995) “Cenizas del paraíso” (1997) “Plata quemada” (2000), “El método” (2005)), junto con su coguionista Marcelo Figueras, trabajaron sobre la idea de un filme coral en el que se vieran reflejados traumas, culpas, secretos y mentiras de cada uno de los personajes que giran alrededor de Ismael. Es una realización que parte del universo de un niño al complejo mundo de los adultos que oscila entre: discursos sobre la moral, paternidad, abandono, amor, familia, amistad, segundas oportunidades, fidelidad y redención, que se agrega un alegato social alrededor de una juventud desorientada y marginada que a su vez busca su lugar en la sociedad. “Ismael” un es una producción pequeño, con la única pretensión de llegar al corazón del espectador para posibilitar la reflexión sobre el destino de los niños que deben vivir escindidos entre madres-padres y sustitutos, y a la vez enfrentar la realidad de pertenecer a una familia disfuncional, que no consigue hacer encajar a sus nuevas parejas, en la sociedad, para mantener estable el juego de la hipocresía familiar.
Historia de amor y otros sentimientos La primera película española de Marcelo Piñeyro invita a bucear con sencillez en las contradicciones. Saber es un acto de coraje. Para saber, hay que animarse y tomar la responsabilidad de las consecuencias que el nuevo conocimiento depara. Ismael no teme a saber. En su pecho luce un pin con la inscripción en latín "atrévete a saber" y lo pone en práctica cuando aborda un tren para atravesar los 600 kilómetros que separan a Madrid de Barcelona y conocer a su verdadero padre. Es un niño moreno, de apenas 10 años y toda la referencia que encuentra es el nombre del desconocido, Félix, y el remitente de una carga que su madre escondía. Junto con Luis, su actual pareja, Alika -inmigrante nigeriana que debió abrirse camino desde su antigua condición de indocumentada- le dio a Ismael una familia que lo ama, contiene y vela por su bienestar. Pero el chico tiene varias preguntas que nunca han sideo respondidas, y es por eso que sale a buscarlas. Cuando golpea la puerta en el piso de Barcelona, lo atiende una mujer elegante y de piel muy blanca que se asombra de que ese niño de cabellos moteados afirme ser su nieto, y mientras llama a la madre del chico para que vaya por él, se ofrece a llevarlo mientras tanto a conocer a Félix. Claro que, en esa acción, las materias ocultas comenzarán a desvelarse para todos los involucrados y de allí en más, habrá que ver cómo lidiar con lo que viene. La narración de Ismael transcurre con la cadencia y naturalidad del valsesito que se escucha durante gran parte del relato, una melodía que trastoca en canción de cuna cuando el tono lo precisa. Tiene el trazo de las historias que dicen mucho más de lo que refieren en líneas expresas y abarcan temas sociales y emociones profundas al unísono y sin trauma alguno. El pequeño Larsson do Amaral es toda una revelación .
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