La reconstrucción. Como en otros relatos, a veces la muerte puede ser un punto de partida. Por lo menos esa parece la propuesta madre de Karakol, opus de Saula Benavente (ver entrevista) que cuenta entre otros con la presencia de Luis Brandoni, Soledad Silveyra y la francesa Dominique Sanda, quienes además acompañan a la joven Agustina Muñoz. Ella transita por un lado con una búsqueda interior y por otro con la del viaje externo al encontrar indicios de aspectos desconocidos acerca de su recientemente fallecido padre. Procura separarse de las ideas familiares; de las historias contadas una y otra vez por su madre o su tía, para salir a la intemperie de la memoria y partir hacia un inhóspito refugio en Europa. Karakol, más que un lago que existe geográficamente hablando, es ese famoso “no lugar” en el que cada detalle organiza una posible raíz de un nuevo árbol genealógico, más personal, más íntimo y en el cual la protagonista del film se ve sumamente involucrada. Sin apelar a la retórica y a clichés surrealistas, la directora reconstruye ausencias desde la propia ficción y la metaficción, desde un punto de vista absolutamente original y arriesgado a la vez. Para ello, depende enteramente de la buena predisposición de Agustina Muñoz, su amplia paleta de emociones, y de un elenco sólido que sabe acompañar.
Es algo exótica la propuesta de Karakol, cuyo título poco indica a priori. El algo misterioso nombre de este film argentino puede inducir a sospechas con tantas “k”. Alguno puede imaginar que se refiere a un animal que se pronuncia idénticamente. Habrá otros que lo asocien por la peculiar escritura del título a nuestro país. Pero lo que pocos imaginarán es que más de la mitad de su metraje transcurre a más de diez mil kilómetros de distancia. El lago Karakul, tal su forma correcta de redactarlo pues normalmente se lo escribe así aunque en cirílico, se encuentra en la república de Tajikistán. Esta limita al sur con Afghanistan y al norte con otras ex repúblicas soviéticas (Uzbekistán y Kirguistán). El lago es veinte veces menor que el Titicaca, pero es el más profundo y alto del mundo (3.900 metros), superando al que separa a Bolivia de Perú en apenas cien metros. Alrededor de Clara (Agustina Muñoz) gira toda la historia, que más se parece a un par de mediometrajes, donde el primero transcurre en Buenos Aires y el restante casi totalmente en el lejano país asiático. La primera parte tiene como atractivo la presencia de dos actrices de muy diversa procedencia. Es un gusto volver a ver a Dominique Sanda, que hacía muchos años que no tenía un rol relevante en el cine. Ella es Mercedes, mujer cuyo marido acaba de morir, siendo el encuentro con sus tres hijos la trama “local”. Pero es su hija Clara la que domina la intriga ya que desde la escena inicial con su compañero nos genera cierta duda sobre la estabilidad de la pareja. Una vez en la casa de su madre, toma protagonismo la tía (Soledad Silveyra), quien debe escuchar los lamentos de Mercedes al afirmar que “me invaden constantemente”, en referencia a sus hijos. La locuacidad de la hermana de su marido fallecido contrasta con cierta parquedad de Mercedes, aunque entre ambos personajes se percibe una buena química personal. Conociéndola personalmente a Dominique, que hace muchos años vive alternativamente en Buenos Aires y José Ignacio, uno adivina que esa buena relación humana no solo se da en la ficción sino también probablemente en la vida real. La actriz de El jardín de los Finzini Contini se ha adaptado muy bien al Río de la Plata y es feliz con el cambio geográfico y de vida, incluso alimentario (vegetariana). El acento francés ha quedado, pero sin dudas sigue siendo una gran actriz, con un digno castellano. Con la excusa de un viaje a Estambul para asistir junto a algunas amigas al casamiento de otra de ellas, Clara emprende en verdad otra travesía. Y luego de un corto pasaje por Turquía (Mezquita azul incluida), la vemos llegar al aeropuerto de Bushanbe (capital de Tajikistán) y de allí al pueblo de Karakul. Vivirá en una casa privada y visitará el lago con la ayuda de un guía, quien le comentará sobre la cercanía de la frontera china y que existeuna zona “de nadie” (buffer) que separa a ambos países. Durante su residencia en un país cuyos habitantes prefieren hablar el ruso y no su propia lengua (algo similar a lo que este cronista comprobó en Odessa, la cuna del Potemkin), encontrará la respuesta a dudas que tenía de su familia y de su fallecido padre en particular. Y además tendrá un reencuentro con el “primo” Matías (no queda muy claro el parentesco), que viaja especialmente desde París para verla. Cierto convencionalismo en este segmento, cercano al final del film, y una especie de epílogo a su regreso a la Argentina no aportan mucho al conjunto. En el balance, se trata de un film ameno donde sobresalen algunas actuaciones como la de la protagonista central, no así el cameo de Luis Brandoni que en nada suma. Hasta podría calificarse de algo pretencioso al conjunto, que al pretender abarcar demasiadas temáticas, deja un sabor a poco. La realizadora debutante Saula Benavente tuvo sí el acierto de contar con la participación de Fernando Lockett, tanto en cámara como en fotografía.
Las arenas movedizas de la muerte que hacen girar a todos a su alrededor. Crítica de “Karakol” La cineasta Saula Benavente expone cómo el fallecimiento cambia el eje de las familias, los nuevos roles y asigna nuevas experiencias La actriz Agustina Muñoz con la realizadora Saula Benavente desarrollan un thriller dramático donde la intérprete deja ver su mutación interpretativa y la directora incrementa las sensaciones con un guión metafórico y poético. Por. Florencia Fico. El argumento de la película argentina “Karakol” es sobre Clara (Agustina Muñoz) quien no asume el fallecimiento de su padre, piensa que puede continuar en algo más. En su estudio halla unos papeles curiosos y encuentra signos que la trasportan a Tajikistán, lugar donde su papá podría tener una doble vida. La directora Saula Benavente recrea un filme con tintes de suspenso y toques filosóficos sobre la pérdida y la búsqueda. El replanteo de la vida de Clara y su familia. La capacidad de mover el eje de los seres queridos tras la muerte de uno. Cómo los interpela, la resignificación de la vida y las maneras de transitar el duelo en diferentes etapas etarias. Karakol» (Estreno en línea: 3 de septiembre) – GPS Audiovisual El guión de Benavente apela a la memoria emotiva con diferentes maneras de representación ya sea desde: los relatos orales de los familiares y en anécdotas como lo hizo en su ópera prima “El Cajón”. Además en fotografías desconocidas trae a la vida de otra forma al padre de Clara y lo expande. Jueves de estreno: Experiencia cumbre y Karakol - El Sureño Asimismo cartas archivadas y esos elementos secretos generan una presencia enigmática e intrigante en la ausencia física. Ese lugar apartado donde va Clara se vincula con un espacio donde ella puede canalizar su duelo. En una zona llena de paisajes interminables; y eso evoca la infinidad de indicadores que pueden aparecer en una región inhóspita, como vestigios de su papá. Y su poder movilizante para el imaginario de Clara. Benavente exprime el caudal informativo de los lugares ya desde su filme “Gule gule, crónicas de un viaje”. Jueves de estreno: Experiencia cumbre y Karakol - El Sureño La fotografía de Fernando Lockett emplea planos panorámicos y traveling en áreas de Tajikistan lo que siembra un efecto visual placentero. Con la proyección de cordilleras, sierras, valles cubiertos de glaciares, los ríos y lagos. La iluminación opaca en momentos de tristeza, angustia y desorientación de Clara; y cálida cuando está acompañada y la luz natural traduce su estado de ánimo. El encargado de musicalizacion Gabriel Chwojnik utiliza pianos para reforzar la tensión que vive Clara, ritmos con instrumentos de cuerda y más vibrantes para generar intriga o recreación. Soy un ser del mundo, no tengo fronteras" | Perfil El reparto estuvo compuesto por la protagonista Clara compuesta por la actriz Agustina Muñoz quien tamizó el trauma que provoca la muerte de su padre, el desgarro emocional, la ansiedad por volverlo a encontrar y cómo aflora en ella una nueva personalidad. La artista Soledad Silveyra interpretó a una tía cómica y muy atrayente.La mamá de Clara fue interpretada por la actríz francesa Dominique Sanda lo que dio un estilo distintivo y atípico.
Una búsqueda demasiado confortable. Ficciones que hayan tenido como eje a una joven de privilegiada posición económica decidida a salir tras las huellas de un secreto familiar ha habido muchas: el hecho de que una historia de ese tipo transcurra dentro del universo de una familia pudiente no sólo es válido sino también oportuno, por las zonas oscuras que puede haber detrás de la armónica apariencia y los modales amables. El caso de Karakol, sin embargo, es problemático, ya que nada demasiado turbio parece empañar el periplo de la protagonista. El film de Saula Benavente (productora de Secuestro y muerte y, junto a Albertina Carri y Diego Schipani, de Bernarda es la Patria) comienza con la aparición de Mercedes (Dominique Sanda, que ya registra trabajos previos en el cine argentino, como Yo, la peor de todas y Garage Olimpo) conversando con sus hijos en su luminosa casona de paredes blancas, seguida del despliegue histriónico de Soledad Silveyra –a un paso de la sobreactuación– encarnando a una tía efusiva que, en determinado momento, le regala a la sirvienta un prendedor como si estuviera dándole un vuelto. Ese gesto y alguna referencia aislada a un portero y a una mujer paraguaya son los únicos atisbos de la indiferencia hacia los personajes de otra clase social con otras preocupaciones en el transcurso de Karakol, en la que se habla todo el tiempo de viajes, aviones, vestidos y preparativos para una boda. Está claro que en el seno de esa familia puede anidar una doble vida o una traición y que esto genera dudas en Clara (Agostina Muñoz, actriz de varias películas de Marcelo Piñeyro e Inés de Oliveira Cézar), pero hasta cuando visita una biblioteca o una librería en busca de información todo luce demasiado impostado, demasiado elegante. El viaje la lleva a territorios majestuosamente desolados –el título de la película, con resonancias a marca de ropa o a glamoroso bar, resulta ser precisamente el nombre de una ciudad–, donde tendrá oportunidad de reencontrarse con cierta persona que se traslada hasta allí sin sobresaltos, para luego dialogar ambos serenamente, entre tazas de té finamente decoradas y almohadones refinados. ¿De qué sirve develar el secreto profundo de quien uno ama? es una de las inquietudes que plantea la promoción de Karakol, pero el film no genera el desasosiego o melancolía que tal interrogante despierta. La búsqueda no crece en tensión y el film avanza con más vocación turística que agitación dramática. De hecho, tras compartir algunas cavilaciones con el confidente en cuestión en una esplendorosa Estambul, la angustia de Clara se convierte en preocupación por comprar perfumes y recuerdos de su viaje.
En los habituales estrenos del jueves Cine.Ar TV y en su plataforma streaming a partir del viernes, se proyectará la película que narra la búsqueda de una hija de un secreto paterno en un lejano país asiático. Por Bruno Calabrese. Clara (Agustina Muñoz) es una joven que acaba de perder a su padre. Junto con su hermano tratan de contener a su madre (Dominique Sanda) y sus hermanos tratan de llevar adelante la dolorosa pérdida del progenitor. Pero revisando las cosas del padre encuentra que el guarda un secreto en un lejano país llamado Tayikistán, ubicado al este de China. Con la excusa de el casamiento de una amiga en Estámbul, la joven decide escaparse hacia ese recóndito lugar para descubrir el secreto y reencontrarse con el pasado oculto de su padre. El paisaje montañoso de Asia Central es el telón de fondo para contar una historia sobre un duelo, sobre secretos que atesoramos y que no nos animamos a contar. Clara inicia un viaje que, no solo le servirá como ventana para conocer a su padre, también será un viaje introspectivo para indagar sobre ella. El lago al que alude el título, es profundo y difícil de bucear, encima el pueblo queda en el punta más alto, lo complica más buscar ese secreto, pero Clara lo hace. Un secreto escondido e inalcanzable como Karakol y Tayikistán, pero que Clara está decidida a encontrar sin importar las consecuencias. La participación de Soledad Silveyra como la hermana del padre y tía de Clara, de Dominic Sanda como la madre, le dan al relato madurez y naturalidad, con charlas sencillas y cotidianas. Agustina Muñoz atrapa en el rol de esa hija que, en el medio del duelo, descubre algo que estaba oculto sobre su padre y le despierta curiosidad. Junto con el resto de la familia, que acompaña en segundo plano todo el proceso de duelo paterno de Clara. Con paso lento, como la vida misma, Karakol hace foco en una hija a la que le cuesta aceptar la pérdida paterna y decide descubrir si hay algo más que pueda atesorar para siempre, pero que sean exclusivas de ella y de nadie más. Una mirada inteligente del duelo y los secretos, que nos dejará reflexionando en que momento algunos secretos se transforman en traición. Puntaje: 70/100. Actuación Fotografía Arte Guión Música Con paso lento, como la vida misma, Karakol hace foco en una hija a la que le cuesta aceptar la pérdida paterna y decide descubrir si hay algo más que pueda atesorar para siempre, pero que sean exclusivas de ella y de nadie más. Una mirada inteligente del duelo y los secretos, que nos dejará reflexionando en que momento algunos secretos se transforman en traición.
Saula Benavente explora el universo femenino y el peso del pasado en un relato donde el personaje protagónico (Agustina Muñoz) debe sortear sus propios miedos para encontrar respuestas. El duelo por la pérdida de un ser querido, pero también el amor como vector de la vida, son sólo dos de los temas de una historia en la que participan Soledad Silveyra, Dominique Sanda (en un contrapunto único) y Juan Barberini, entre otros.
Se estrena en Cine.Ar TV el jueves 3 de septiembre a las 22 y repite el sábado 5 en el mismo horario. A partir del 4 de septiembre disponible en la plataforma Cine.Ar Hay diferentes maneras de atravesar un duelo. Clara (Agustina Muñoz) acaba de perder a su padre y ese trabajo (como así lo calificaba Freud) se le está haciendo muy difícil, componiendo una máscara de compostura ante su familia, principalmente su madre y hermanos, que se quiebra en la intimidad y solo se permite revelar ante su pareja. Este tránsito que, aun particular, tiene características bastante comunes se ve perturbado por una revelación inesperada. Clara descubre entre los papeles y cajones de su padre cartas y fotos que sugieren que este tenía otra vida, otra familia quizás, una vida que mantenía en celoso secreto de su esposa e hijos y que, para añadir una cuota importante de enigma, se emplazaba en un lugar tan remoto como Tayikistán. El duelo para Clara ahora adquiere ahora otra faceta muy diferente, la del descubrimiento. Sin decir nada a su familia ni a su pareja, guardándose el secreto para sí, aprovecha un viaje con sus amigas a Estambul para escabullirse y viajar a la misteriosa locación. Allí tratará de rastrear los pasos de su padre para encontrarse frente a frente con este mundo paralelo que se abre ante ella. Y si hay maneras diferentes de atravesarlo también hay diferentes maneras de representar el duelo. En Karakol se trata de un duelo que incluye inevitablemente la vertiente del dolor pero también introduce la del misterio, el descubrimiento de un secreto hasta ahora celosamente mantenido que de repente se despliega en aristas inesperadas y empuja el duelo, y también el relato, hacia adelante. No solo la nostalgia, aferrarse al recuerdo y lo compartido en el pasado, sino también salir a encontrarse con lo extraño que se revela en aquella persona que se suponía conocida, como una manera de aferrarse a aquel que ya no está y que a su vez se transforma en otro, en alguien nuevo que permite relacionarse con el de otra manera. Tayikistán cumple su rol como lugar de absoluta otredad. Una de las ex repúblicas soviéticas emplazada en Asia Central, una zona de la que nada sabemos y que aún hoy, en plena globalización, permanece remota e inaccesible. Para Clara ir hasta allí es como perderse, introducirse en otra dimensión. Se trata de un lugar diferente, fuera de tiempo o de tiempo suspendido, una suerte de refugio secreto donde a la vez ser otro. Si esto fue así para su padre también lo es para la protagonista, para quien este descubrimiento es también la oportunidad de encontrar un lugar propio, único e íntimo. Y es también un lugar donde elaborar su dolor sin interferencias. Estas decisiones tienen derivaciones éticas y el film no las elude. Para Clara hacer propio el secreto de su padre y descubrir quién (otro) era, es también una forma de preservarlo, de retenerlo. Pero esto hace surgir la pregunta de si no se trata también de una forma de egoísmo. Al apoderarse completamente de este nuevo aspecto de su padre, deja afuera a su madre y sus hermanos, lo atesora sólo para sí. Ella no es ingenua acerca de estas elecciones y se pregunta por el sentido de lo que está haciendo, si ese aferrarse hasta de los objetos que pasaron por él no es una tontería pero a la vez algo a lo que no puede ni quiere renunciar. Karakol es el segundo largometraje en solitario de Saula Benavente (co-dirigió en 2015 el documental Gule Gule, crónicas de un viaje junto a Inés de Oliveira Cézar). En su ópera prima de 2011 El Cajón, la larga espera de la llegada del cajón del finado padre es la excusa para que una familia se reencuentre y reflexione sobre la vida y la muerte. De algún modo hay aquí un interés recurrente. Es también el segundo estreno de la productora El Borde, que Benavente integra junto a Albertina Carri y Diego Schipani, de la cual también puede verse el reciente y recomendable documental Bernarda es la Patria, dirigido por Schipani. Siendo un film que lidia con sentimientos a veces intensos, donde hay dolor, incertidumbre y más de una vez llanto e impotencia, Banavente no se entrega al desborde y prefiere más bien la sutileza en su representación. Los personajes mantienen su dolor para sí mismos y en el único personaje en donde ese desborde se manifiesta en forma expansiva y ruidosa, el de la tía interpretada por Soledad Silveyra, es donde se intuye cierta impostura y falsedad. Y se trata también de un film de reflexión. Sus personajes se hacen preguntas sobre la vida, la muerte, los sentimientos, que quedan planteadas y no tienen aquí respuestas claras o universales. El film balancea con naturalidad esos dos mundos que su protagonista transita, desde esa cotidianeidad un tanto prosaica que por momentos se acerca a una suerte de costumbrismo de clase alta, a esa otra vertiente que adquiere los caracteres del misterio y la aventura. KARAKOL Karakol. Argentina. 2020 Dirección: Saula Benavente. Elenco: Agustina Muñóz, Dominique Sanda, Soledad Silveyra, Santiago Fondevila, Guido Losantos, Pablo Lapadula, Juan Barberini, Mia Iglesias. Guión: Saula Benavente. Fotografía: Fernando Lockett. Música: Gabriel Chwojnik. Montaje: Marco Furnari. Sonido: Juan Molteni. Dirección de Arte: Graciela Galán. Dirección de Producción: Eva Padró. Producción: Albertina Carri, Diego Schipáni, Saula Benavente. Duración: 93 minutos.
Clara acaba de perder a su padre y está trabajando en procesar esa pérdida. En su desesperación y dolor, intenta encontrar algunas pistas que hacen pensar en que su padre tenía una vida paralela. Descubrimiento que la lleva a través de un viaje físico y emocional. En la travesía de encontrarse a sí misma y reconocerse como tal, emprende un camino doble, empatía con el espectador que despierta toda pérdida de una figura de cabal referencia. El quiebre en su vida y la escritura propia de la existencia se tornan un punto de giro vital, en este drama protagonizado por Agustina Muñoz, Dominique Sanda y Soledad Silveyra, junto a la participación especial de Luis Brandoni y Gabriel Corrado. Allí, la trama de “Karakol” indaga en el tránsito hacia un viaje espiritual, directamente exponiendo la experiencia troncal de un dolor que convierte a la protagonista en una suerte de detective que busca recomponer esa figura secreta y blindada, develando ese interior secreto que estaba alejado de la mirada de su hija. Atravesar un duelo en estado de suspensión y descubrir respuestas a interrogantes acerca de lo que fue, amó y deseó su padre, se convierte en el leitmotiv de Clara. La extrañeza real acerca del indicio de la doble vida de su progenitor cobrará mayor magnitud en aquel lugar remotamente alejado, inspirado -según palabras de la directora- en las crónicas de Marco Polo; un paraíso perdido y desolado, donde la búsqueda se llevará a cabo.
El pater familias ha muerto días atrás. Los hijos visitan a la madre para acompañarla en su dolor. No hay explosiones de llanto, la pena se va aquietando. De pronto irrumpe con su estridencia y sus historias la cuñada. Una de esas historias puede ser espejo de otra, y alienta una sospecha. ¿Y si el hombre cuya pérdida hoy todos lamentan tuvo una doble vida? ¿Será que en algún otro lugar “había tanto de él que no era nuestro”, como dice la hija al final de su búsqueda? El caracol es un animal que lleva su propia casa a cuestas, aunque viva con otros. Karakol, o mejor dicho Karakul, o Quarokul, es un lago de la cordillera de Pamir en un país perdido cerca de China, el Tayikistán, a 3.900 metros de altura sobre el nivel del mar y a 16.617 kilómetros de Buenos Aires. En una casa sencilla cerca del lago, alguien dejó una campera vieja y una bufanda colgadas de un clavo. En un cajón de la casa porteña puede haber algo que reúna ambos hogares. Saber qué es todo eso, conocer ese posible secreto de su padre, es “una forma muy tonta que encontré para retenerlo”. El amor, el dolor de la ausencia, cometen tonterías como esa. Delicada, sugestiva, bien actuada, con diálogos literarios a veces memorables (como el de Luis Brandoni con unas chicas en una brevísima participación), ésta es la primera película enteramente propia de Saula Benavente. Parece mentira que recién sea la primera. Agustina Muñoz, Dominique Sanda, Soledad Silveyra, la música de Gabriel Chwojnik, el ojo de Fernando Lockett, el cuidado y el buen gusto de Graciela Galán en todo lo que vemos, apuntalan debidamente la obra.
Un lugar en el mundo Es normal el proceso del duelo después de la muerte de un ser querido, y con cada persona es diferente, pero ¿Qué implica hacer duelo? ¿Qué significa que un ser querido ya no esté entre nosotros? Algunas heridas no siempre sanan. Clara (Agustina Muñoz) no acepta la reciente muerte de su padre: tiene que haber algo más. Así, revolviendo papeles encuentra señales que la llevan a un lago remoto en Tajikistán donde cree que su padre tenía otra vida. Pero una vez allá, ¿de qué sirve develar el secreto profundo de quien uno ama? ¿Qué sentido tiene revelarlo? ¿Acaso empeñarse a descubrirlo no responde solo a sus propias mezquindades? Sin darse cuenta, construyendo su propio secreto, Clara comprenderá que existe en todos un lugar bien hondo, sólo para uno mismo. Karakol (2020), film escrito y dirigido por la experimentada Saula Benavente, nos ubica en dos locaciones completamente opuestas; por un lado Buenos Aires donde conocemos a Clara, la protagonista, y su adinerada familia, todos cariñosos pero ninguno tan verborrágico como la tía (Soledad Silveyra); y por otro Tajikistán, lugar lejano, desolado, sin nada ni nadie conocido para la protagonista, ideal para la meditación. Todos estos elementos son indispensables para entender la situación familiar y personal de Clara, que desde el comienzo del film queda mas que despejado. Si bien algunos temas de conversación resultan forzados, los diálogos son naturales y realistas, permitiendo que los personajes que rodean a Clara resulten transparentes, no obstante, pasa lo contrario con ella, quien cada vez es más distante perdiéndose la empatía. Desde el inicio, el film presenta buenos ritmos con un montaje algunas veces brusco y una música sutil pero melancólica y por momentos inconexa, además de buenos climas proporcionados por una hermosa fotografía. Pero hacia el final tiende a aplanarse, resultando en un estancamiento, quizá porque el espectador reciba mas información que la protagonista. "Karakol es un film que invita a redescubrirse a uno mismo y a replantearse las relaciones personales."
Un llamado telefónico en medio de la noche y un hombre que se levanta de la cama para atenderlo; Clara se despierta y, sigilosamente, va tras sus pasos. Es un inicio que se postula ya envuelto en una sospecha, ambos mantienen un diálogo frío y distante que marca un tono general de allí en más. También podría leere como cuidada en sus diálogos. Image for post Saula Benavente, realizadora de la sugestiva Karakol, que se estrenó ayer en Cine.ar había escrito y dirigido en 2010 El cajón, una película muy poco vista que resultaba al menos curiosa (y que vi en un dvd!), luego codirigió con Inés de Oliveira Cézar, el documental Gule gule, crónicas de un viaje (2015) rodada en Francia y Estonia. Antecedente de viaje tal vez. Productora de películas de la directora de la excelente Baldío, Benavente participó este año de la producción de Bernarda es la patria, estrenada hace un tiempo también por streaming y comentada aquí. Toda una serie de films que dan garantía de calidad técnica y de guión Karakol, que resulta su tercer film como directora es una película sobre un mapa poco frecuentado últimamente en el cine argentino: el de las familias adineradas que viven en enormes y ricas casonas. En medio de un cine argentino que desde hace décadas está más atento a problemáticas de la clases media y baja, Karakol se presenta como una rara avis, no por eso menos atendible. El padre acaba de fallecer, la madre (la francesa Dominique Sanda) y los tres hijos reciben la visita circunstancial de la tía (Soledad Silveyra) y comienzan a transcurrir un luto por esa muerte fundante: “hace tres semanas que no paro de llorar” dice Clara (Agustina Muñoz). Ella hará un pequeño descubrimiento en uno de los cajones del escritorio de su padre, y emprende un viaje primero interno, luego real por otro mapa, un territorio de algún país remoto, lindante con la frontera china. Parece obligada a descubrir algún secreto al que se resiste, pero le atrae, pero forma parte del duelo. Toda esa primera parte en Buenos Aires supone una pintura de personajes muy concreta que el guión plantea con claridad y sin dejar puntas abiertas. Se anuncia incluso la presencia de ese “sobrino” que vive en Paris y que llama todos los dias. Clara se pondrá a investigar por alguna razón que se irá develando luego dónde queda un lago llamado Karakul, también Kara-Kul o Qarokul y la excusa de un casamiento en Estambul (bello plano general con Hagia Sophia logra la siempre inteligente fotografia de Fernando Lockett) le hace hacer ese viaje hasta la cordillera del Pamir en Tayikistán, un lugar a 3.900 metros sobre el nivel del mar. Allí transcurre la segunda parte del film. Image for post Cerca de este lago, en un paisaje muy parecido a la Patagonia, Clara resolverá o intentará contestar la pregunta que se hace al inicio: ¿cuándo un secreto se convierte en traición?, pero también reconstruirá parte de la historia de vida d su padre y la película hará ahí un giro previsible pero bien resuelto. Atención a la música de Gabriel Chwojnik que acompaña ese universo de Clara con un diseño realmente notable. ¿Cuántas películas argentinas están filmadas en países tan lejanos, con la libertad y justeza en el guión como Karakol? sabemos del un enorme esfuerzo de producción que supone. Me acuerdo de Venezia, del cordobés Rodrigo Guerrero, filmada íntegramente en la ciudad italiana; o las películas de Pablo César, con sus películas africanas. Aquí se suma la pelicula de Benavente, que produce aquí con Albertina Carri y Diego Schipani. Un film de factura milimétricamente cuidada desarrolla dignamente las preocupaciones centrales de la dignitas humana: la muerte, el dolor y el viaje como temas transformadores.
El duelo como inicio Un duelo es un proceso complejo, tan inabarcable como la posibilidad de entenderlo si no es propio y tan inentendible como los más secretos misterios del universo, y de eso, entre otros temas, trata Karakol, la película de Saula Benavente, estreno de esta semana en Cine.ar. Porque cuando se pierde a una persona se pierde no solamente la existencia, se pierden los momentos, los recuerdos, las risas, y tal vez hasta algún momento triste. Y es en ese proceso que nos perdemos y nos sentimos mareados y confundidos. En Clara Agustina Muñoz recae el papel de una hija que acaba de perder a su padre y de algún modo queda así, perdida en sus sentimientos y en el diálogo que ya no será posible. Nunca se sabe hacia dónde puede llevar la búsqueda, y en el caso de la protagonista, es hacia un viaje de rastreo de una probable historia paralela de su padre. Las historias de los países que rodean el punto exacto del viaje que será el destino. Y será ese viaje a un casamiento la excusa para ver esos lugares y descubrir el misterio que se cree existe. Una road movie cuyo recorrido es más un laberinto interno que un viaje por rutas inhóspitas en busca de desentrañar el pasado. El reconocimiento del otro (ese otro con el que ya no es posible hablar, con el que ya no se puede entablar ningún intercambio), en el que se puede ver el espejo propio, transforma, de todos modos, a quien ha quedado de este lado del espejo, cual una Alicia posmoderna, peleando por ver qué es real y qué no lo es. Y así, con todo lo aprendido y recibido de su familia de buen pasar Clara (en que tiene un peso la medre y en una muy buena interpretación de Soledad Silveyra) prefiere abrirse y dejar de lado la mirada partida respecto de la realidad. Guardar la basura debajo de la alfombra ya no es una opción. La producción tiene excelente forma y un muy buen trabajo de imagen en los paisajes que retratan, de algún modo, cierta desesperanza y tristeza del personaje principal, que es pintado sin evitar mostrar esos sentimientos, atravesando así la búsqueda que todos sentimos alguna vez en lo profundo.
El padre de Clara falleció recientemente y ella se encuentra profundamente afectada. Mientras sus familiares van saliendo de la angustia, ella necesita hacer un proceso distinto. Revisando las cosas de su padre, encuentra pistas que indican que había en él un secreto que la lleva a un lejano pueblo en Tajikistán. ¿Valdrá la pena ir hasta allá para averiguar algo más? ¿Será una manera de hacer un duelo definitivo o se abrirán nuevas heridas? La película se divide en dos partes. Toda la historia familiar en Buenos Aires, con las interacciones entre las diferentes personalidades que componen la familia y el descubrimiento de un misterio ocupa la primera sección del largometraje, teñido de un naturalismo de cine argentino con algunas presencias actorales de gran nombre, como Dominique Sanda, Soledad Silveyra y Luis Brandoni. La segunda parte es el viaje, donde todo cambia, la protagonista está alejada de todo, los espacios abiertos parecen a la vez claustrofóbicos. No hay aire, le dice el guía a Clara, y aunque se refiere a la altura, también puede que le hable de sus angustias. Un cierto desvío hacia textos más literarios que cinematográficos, le saca a la película lo que debería ser un tono pausado pero auténtico. También hace un poco de ruido el estilo de la primera parte, muy estándar para el cine argentino, y que tal vez no permita que el espectador conecte con el viaje posterior, que tiene algunos de los mejores momentos de la película.
SECRETOS DE FAMILIA ¿Hasta dónde podemos realmente conocer a una persona? Aun cuando sea un familiar muy cercano, ¿podemos estar seguros que conocemos todas las aristas que conforman a un ser humano? La respuesta es clara, nunca vamos a terminar de conocer en su totalidad a nadie, ni siquiera lo podemos hacer con nosotros mismos, por lo que cae entonces la expectativa de hacerlo con el otro. De cualquier manera, intentar conocer y saber más de alguien, ante la pérdida física de esa persona siempre es un aliciente, una caricia a un dolor que necesita evaporarse, una aventura. Ese viaje de reconstrucción es el que realiza Clara, la protagonista de Karakol, ante el fallecimiento de su padre, al no poder soltar esa tristeza que la embarga. Clara da con un secreto familiar que la embarca en un viaje para acercarse de alguna manera a su padre ausente. Agustina Muñoz compone a Clara con una delicadeza y un tiempo propio exquisito, aun cuando sabemos de la crisis interna que atraviesa, en sus formas, en sus diálogos, la actriz denota una paz y cierta pasividad que contagia el ritmo narrativo, no por ello haciéndolo menos interesante. La película podría dividirse en dos partes: la primera con la familia encarando la muerte del padre, el duelo, la reunión entre hermanos, una tía que sin ser consciente está en el lugar y momento justo diciendo palabras que, aunque no están destinadas al protagonista y su conflicto, tienen mucho peso en la escena en que Clara descubre que hay algo oculto en la vida de su padre, un secreto que será el nexo para la segunda parte. En busca de resolver parte de ese secreto, de ir tras un padre que no está pero que vive en aquello que dejó del otro lado del mundo, Clara viaja, con la excusa de la boda de una amiga, hacia Estambul, y luego allí llega hasta un lugar muy remoto llamada Karacul (Karacol), dotado de un paisaje casi desterrado. Será allí donde Clara finalmente pueda hacer el duelo de la muerte de su padre, y encontrar las respuestas que está buscando. Una gran película que habla de cosas enormes como la muerte, la familia, los secretos, la manera en que encaramos las pérdidas, las relaciones que construimos a lo largo de nuestra vida, y las personas que a veces por un período de tiempo bastante breve se nos vuelven esenciales. Esto último sucede con la aparición de un primo que ayuda a Clara a transitar ese viaje interno y externo de una mejor manera. Algunos planos son de belleza poética, al igual que la música de Gabriel Chwojnik, la cual acompaña el viaje de Clara con una delicadeza perfecta. Salua Benavente, directora del film, logra un film intimista en el cual resulta difícil no sumergirse, y lo hace con una gran calidad técnica y un guion acertado. Otra muestra de un gran cine argentino que se corre de las superproducciones y apuesta a un guión sólido y cuidado, actuaciones excelentes, destacando la de su protagonista, quien realmente lleva la película de manera impecable. Una historia sencilla de gran profundidad.
Una muerte empuja al reencuentro a parte de una cosmopolita familia de clase alta, normalmente desparramada por el mundo pero que aparenta mantener cierto nivel de relación afectuosa. Las mujeres más adultas sobrellevan la situación aprovechando para reconectar entre sí, ponerse al día y compartir alguna historia de otras épocas. La muerte es casi como una excusa, algo de lo que nadie tiene muchas ganas de hablar por más que flota en el centro de la habitación como un elefante rosado. Pero Clara (Agustina Muñoz) aún se niega a aceptar la ausencia de su padre. En secreto explora los rincones de su estudio buscando pequeños recuerdos perdidos de los que apropiarse. Es así que encuentra algunos objetos extraños que no cuadran con la imagen que ella tiene del padre y se convence de que hay suficientes indicios como para creer que tuvo una doble vida del otro lado del globo. Seguir esos fragmentos de evidencias hasta Karakol, un pueblo perdido en Tayikistán donde espera seguir descubriendo cosas nuevas sobre él, será su forma de procesar el duelo. Karakol, entre China y la URSS La primera parte de Karakol es algo engañosa, cuenta una historia con un ritmo y una propuesta que en algún punto va a desaparecer y dejar el espacio a una película bastante diferente y un poco menos clásica. Durante esta etapa abundan los diálogos y cierta alegría melancólica, empujada sobre todo por la locuaz tía de Clara, quien irrumpe como un huracán en una lógica familiar que busca recomponerse después del funeral. Dando poca información de contexto, arma a grandes trazos el árbol genealógico que va a rodear a Clara, la verdadera protagonista del resto de la historia que permanece escondida durante estos minutos introductorios. Nadie está al tanto de las investigaciones de Clara, Karakol no existe ni en los mapas para ellos porque nunca nadie nombró ese lugar. Y tiene mucho sentido: no hay nada allí que podría interesar a gente como ellos. O a gente de cualquier tipo que viva a miles de kilómetros de ese pequeño pueblo rural, en las montañas de lo que supo ser la frontera entre la Unión Soviética y China. No hay interés turístico, histórico o económico en Karakol, pero Clara está convencida de que su padre viajaba hasta allí en secreto y está decidida a aprender algo nuevo de él. Mientras tenga algo nuevo para sumar a esa imagen que tiene de él, es como si siguiera vivo. El viaje de descubrimiento y el duelo por su padre se entremezclan en una sola cosa; el silencio de Karakol y la soledad de estar en un lugar donde sus pocos habitantes no hablan su idioma la obligan a una introspección que puede ser demasiado para soportar sola. La propuesta de Karakol es atípica en más de un sentido, con un corte tajante que separa dos partes de lo que podrían ser películas diferentes, con protagonistas y ritmos propios. De un momento a otro desaparece la teatralidad y energía de una primera parte donde Soledad Silveyra se roba toda la atención, mientras con un par de cameos justifican poner nombres famosos en el poster. Luego, Clara ocupa el centro y le imprime un tono contemplativo e introspectivo a una trama donde los hechos pasan a segundo plano. Ya no importa tanto lo que pueda o no descubrir en Karakol sobre su padre, sino para qué necesita tanto encontrar algo. El silencio y los pasajes desolados de Karakol son el acompañante justo para esta etapa, la cual cierra tan rápido como llegó y sin sentir la obligación de dar muchos detalles.
Ante lo inapelable de la muerte una hija no se resigna al dolor de la pérdida de su padre. No quiere llorar junto a familia, ni escuchar las versiones que cuenta su madre, su tía o sus hermanos. Busca y encuentra la punta del iceberg de un secreto y parte a lo desconocido, a un país exótico, tan distinto como fascinante, tan remoto como viajar a otro planeta. Y allí hurga huellas de otra existencia de un ser que ya no está. Pero también se pregunta sobre el derecho a revelar lo que estuvo oculto y privado. Filmada en nuestro país y en un lago que le da el titulo al filme, en Tajikistán, este bello film, con espléndida fotografía, bien dirigido por Saula Benavente, que también escribió el guion y coproduce. Con la sensible y justa actuación de Agustina Muñoz, la inspiración del film surgió a través de conversaciones entre la protagonista y la directora. Tiene otros lujos de actuación, ver a la exquisita Domenique Sandá, con muy buena química con Soledad Silveyra, y un elenco lujoso que incluye actuaciones breves y especiales de Luis Brandoni y Gabriel Corrado. Una interesante indagación sobre los destrozos de dolor y las mezquinas necesidades de uno, entre las ausencias inaceptables y la invasión a una privacidad entre imaginada y real.
Un mundo propio El nuevo largometraje de Saula Benavente, producida por El Borde - la productora que fundó con Albertina Carri - se estrena por Cine.Ar. Siguiendo el esquema clásico del road movie donde la protagonista viaja lejos para encontrarse mejor con ella misma, Karakol (2020) constituye una interesante propuesta sobre la construcción de la identidad, aunque se extravía un poco entre sus distintos caminos. Clara (Agustina Muñoz) acaba de perder a su padre. Su familia, muy unida, inicia el laborioso y largo proceso de duelo. Un día, inspeccionando las cosas dejadas por su padre, Clara piensa descubrir un secreto: pasaportes, algunos billetes extranjeros, unas cartas. ¿Una vida paralela? Esto es lo que quiere descubrir cuando toma la decisión de ir hasta el lago Karakol, del otro lado del mundo, en Tadzhikistán. En esta familia de la alta sociedad, que parece regida por deberes y obligaciones sociales que no dejan mucho lugar a las identidades propias, este hallazgo va a constituir para Clara una salida. Bajo la excusa de un viaje entre amigas a Turquía (del cual se escapará), se va. Hermética para su entorno, la protagonista lo es también para el/la espectador/a, lo cual se puede volver problemático a la hora de identificarse con la protagonista. Además, su pertenencia a cierta clase social refuerza ese sentimiento de distancia y la difícil comprensión de sus decisiones y acciones. El carácter elíptico de la película también es quizás responsable de esta lejanía con la intriga: unos personajes entran y salen sin que sepamos bien por qué, como la tía de la protagonista (Soledad Silveyra), que se va del escenario tal como apareció. A la vez, la multitud de estos papeles secundarios demuestran las infinitas maneras de relacionarse con la muerte. Por caso, el personaje de Matias (Santiago Fondevilla, excelente), que llega de manera abrupta en la intriga, da un giro a la película y será clave en la exploración y travesía de la identidad de nuestra protagonista. La película podría verse entonces como un cuento de hadas donde la heroína, después de un largo camino - verdadero rito de aprendizaje - vuelve transformada a su casa y lista para enfrentarse con la vida. A pesar de un guión desigual, lo destacable de Karakol es la reflexión que insinúa en cada espectador/a sobre el sentido la muerte de un ser querido para los y las que quedan. Poco a poco, más allá de la posibilidad de una vida secreta de su padre, es en realidad su propia vida lo que Clara va a intentar construir: en la inmensidad del desierto donde aterrizó, árido y sublime, se tiene que enfrentar a ella misma.
Clara no logra aceptar la reciente muerte de su padre: tiene que haber algo más. Así, revolviendo papeles encuentra señales que la llevan a un lago remoto en Tajikistán donde cree que su padre tenía otra vida. Tras la muerte de su padre, Clara (Agustina Muñoz) comienza junto a su familia de la alta sociedad el largo proceso de duelo. Con sus hermanos tratan de contener a su madre (Dominique Sanda) ante la dolorosa pérdida del progenitor, visitándola a diario. Pero revisando las cosas del padre descubre pequeños indicios sobre un pasado oculto, relacionado a un remoto país de Asia. A medida que esto comienza a carcomer su curiosidad y aprovechando el casamiento de una amiga en Turquía, se vale del viaje para escaparse hacia ese recóndito lugar y descubrir el secreto. Un paisaje montañoso y desértico de fondo es testigo de la segunda mitad de la trama, centrado en aquello que una persona puede llegar a atesorar y no animarse a contar. Clara comenzará un viaje en el que no solo descubrirá una historia desconocida sobre su padre, sino también sobre las propias intenciones de ella misma. Con un proyecto tradicional de proceso de autodescubrimiento, el film de la debutante Saula Benavente está claramente dividido en dos partes. El duelo y el descubrimiento. El primero transcurre en Buenos Aires en una familia de cómoda posición, lo cual -a excepción de los diálogos entre la madre y la tía de Clara- pareciera que no termina de conectar con el espectador. De carácter cerrado, la misma protagonista se suma también a esta falta de identificación con el público. El descubrimiento, por su parte, se remonta a más de 10 mil kilómetros de distancia, en la aletargada comunidad que reside a orillas del lago Karakul; el más profundo y de mayor altura en el mundo, por lo que también uno de los más difíciles de alcanzar. Y en similitud con la dificultad para arribar a este paraje, nuestra protagonista también tendrá impedimentos a la hora de averiguar aquellos ecos paternos en este sitio en medio de la nada. Karakol, Agustina Muñóz, Saula Benavente La película se destaca con actuaciones sólidas y bien logradas, particularmente las de Sanda y Soledad Silveyra, quienes interpretan a la madre y tía respectivamente. Las conversaciones entre ambas aportan un salvavidas de rutinaria calidez a un guion que por momentos pareciera abarcar varios géneros en uno solo. Una pretenciosa intención en la que también figuran los disfrutables cameos de Luis Brandoni y Gabriel Corrado, pero que nada suman y terminan dejando más preguntas que respuestas. Un propósito admirable pero que trastabilla y se pierde por varios lugares. Benavente nos deja preguntándonos si cuando parte un ser querido se termina todo. Hay veces que nos animamos a indagar sobre su pasado con tal de retener a esa persona un poco más. De aún no dejarla ir. Pero llega un momento en el que aparecen las consecuencias, y es que esos secretos se transforman en traición. Traición de una identidad construida por nuestros recuerdos. Por lo tanto, ¿vale la pena escarbar aquellos secretos que nos definen? ¿Son realmente necesarios para cerrar un duelo? Pues para aquellos que quieran saber la respuesta, se estrena este jueves 3 de septiembre a las 22hs, en la pantalla de CINE.AR.