Perdido en una sección paralela de la muestra suiza de Locarno, este extraño y fascinante film del realizador catalán fue ganando adeptos hasta convertirse -con su apuesta inicial por un registro observacional que progresivamente va dejándole lugar a lo ficcional- en uno de los títulos más elogiados de los últimos dos años. El director de En construcción y Tren de sombras consigue, así, una película que crece a medida que avanza para transformarse en una absoluta sopresa. Su demorado (pero bienvenido) estreno comercial en cinco salas de Argentina constituye entonces un evento cinéfilo para celebrar. Los primeros minutos de La academia de las musas hacen pensar lo peor. Guerín filma de manera casi amateur (feos planos, fea luz) unas clases del filólogo italiano Rafaelle Pinto en la Universidad de Barcelona y el intercambio con sus alumnos (mayoría de mujeres) resulta medianamente interesante para quienes no son expertos en la evolución de la lengua y los escritos, en los mitos y las musas. Pero cuando parecía que Guerin iba a hacer un documental “de taquito”, la película comienza a derivar hacia algo muy diferente. La ficción le va ganando terreno y termina desplazando al supuesto “registro puro”; la intimidad de los personajes arrasa con las poses intelectuales y la comedia cede terreno y el tono se torna bastante más melodramático, denso y desgarrador. Es que Pinto, un seductor con las palabras, que está casado con una veterana mujer con la que discute a puro cinismo (hilarantes escenas), mantiene de forma paralela intensas relaciones con cada una de sus alumnas/musas. En algunos casos, incluso, realiza con ellas viajes “de estudio” (a Cerdeña, a Nápoles) donde el lenguaje se mixtura con el puro deseo. Guerin, Pinto y las musas van construyendo un universo cada vez más tenso y contradictorio, lleno de matices, de miserias, de pequeñas rivalidades y celos, de secretos y mentiras, de sueños, fantasías y frustraciones. Así, lo que parecía un film menor e intrascendente del creador de Innisfree y En la ciudad de Sylvia termina convirtiéndose en una experiencia fascinante, con toques morbosos, cual culebrón televisivo, pero en el ámbito académico. Perdida en la sección Signs of Life del Festival de Locarno de 2015, La academia de las musas se convirtió en una de las auténticas y raras perlas de los últimos tiempos.
La Prisión del Lenguaje Un profesor de filología es interrogado por su mujer, quien desconfía del enfoque pedagógico de un proyecto educativo en el que el hombre debate sobre literatura con sus alumnas. Poco a poco, la teoría del profesor va pasando a la práctica hasta convertirse en un ejercicio de seducción, pretexto ideal para que el prestigioso José Luis Guerín saque a relucir toda su habilidad de gran observador en este extraño documental fronterizo con la ficción que se pregunta por los alcances del lenguaje y sus multiplicidades expresivas e interpretativas. Es evidente que para el realizador José Luis Guerín la vida y el arte no pueden separarse, y en este caso tampoco el hombre y la mujer de la prisión de las palabras. Praxis y teoría entonces son los ejes que dividen el film en dos dimensiones. Por un lado las clases de un profesor de filología tratando de afirmar su tesis sobre las musas y la pérdida de esa figura de inspiración artística a partir de la materialización, en donde la mujer cobra un rol importante, y por el otro las confrontaciones de su esposa al advertir en el juego de seducción maestro-alumnas todas las máscaras que ocultan el deseo. Cuando Guerín penetra en la intimidad de las charlas de las alumnas, La Academia de las Musas encuentra zonas grises entre el documental y la ficción, lejos de separarse una de otra se fusionan buscando siempre la complicidad con el espectador. También son importantes los idiomas que atraviesan este universo de palabras y retórica fluida tanto en el claustro como fuera de éste: el catalán, el italiano y el español acompañados de otro idioma que requiere una sensibilidad especial, la poesía. Tener otra película de José Luis Guerín a disposición es un remanso que se debe valorar y agradecer en estos momentos cooptados con tanta oferta cinematográfica de baja calidad, aunque es de reconocer que el público al que aspira no es masivo. Por fortuna hay inmensas minorías que rompen los moldes de lo establecido, gozan con lo incierto y creen en la potencia de la poesía para contar las mismas historias pero mucho mejor.
EL SABER Y LAS PALABRAS Bienvenido el nuevo opus de José Luis Guerín, el cineasta de Innesfree y Tren de sombras, aun cuando la experiencia se efectúe dos años luego del estreno en festivales. Bienvenida esta fusión, otra vez, entre opuestos y complementarios como son el documental y la ficción, tal como el realizador lo había conformado en la extraordinaria En construcción. Bienvenidos esos primeros planos de mujeres, descriptos desde un sujeto observador, como ocurría en En la ciudad de Silvya, aquella búsqueda de ese rostro en medio de un montón de rostros de otras mujeres. La academia de las musas contempla nuevamente la mirada de propios y extraños, pero en este caso, también a través de las palabras, de la confluencia de lo público con lo privado tomando con centro del relato al filólogo Rafaelle Pinto junto a su esposa y al grupo de musas inspiradores que interactúa junto a él como complemento (al estilo de un coro subterráneo) y luego como motivación principal. Palabras, clases, preguntas, conceptos, respuestas, cruces de miradas y la Divina Comedia y sus aspectos poéticos invaden la primera parte del film de Guerín, acaso las menos estimulantes desde la construcción de un relato. Las idas y vueltas verbales anuncian un próximo cambio de tono y de estilo, además de los dos encuentros que Pinto tiene con su mujer, que por momentos parecen inclinarse hacia una zona de comedia verborrágica plena de simpatía. Pero el desplazamiento definitivo del punto de vista –en principio transparente desde la perspectiva del filólogo-, ocasionalmente insinuado en charlas iniciales, se produce en la segunda mitad del film. Allí La academia de las musas es invadida por la ficción, o por la representación de la ficción, a través de las presencias de las tres musas principales: Emanuela, Mireia y Carolina. Las tres, cada una con diferentes opiniones, convergen a la construcción de un solo personaje (acaso como en aquella Persona de Bergman pero con una criatura más). Las musas ahora se corporizan en tres mujeres filmadas como aquella Silvya de En la ciudad de Silvya, registradas ahora por una cámara a través de vidrios, espejos esmerilados, trastiendas estéticas y formales en donde a Guerín se lo nota más que cómodo pero al borde de caer en un preciosismo injustificado. Pero las musas están, como el viaje a Cerdeña del filólogo con una de ellas, como aquellas preguntas que no encuentran respuestas contundentes y sí descansan en la práctica (verbal) del amor y al infidelidad, alejándose de la oratoria verbal y teórica del comienzo. Como si aquel rayo verde de Eric Rohmer de hace tres décadas resucitara en otra geografía y en otros planteos, ahora, con las musas muy cerca de un profesor, atentas y con una serie de preguntas y comentarios que debería responder (o no) el experimentado filólogo. LA ACADEMIA DE LAS MUSAS La academia de las musas. España, 2015. Dirección: guión, edición y fotografía: José Luis Guerín. Intérpretes: Rosa Delor, Emanuela Forgetta, Carolina Llacher Patricia Gil, Raffaelle Pinto, Mireia Iniesta. Duración: 92 minutos.
Se ve como un fascinante experimento fílmico, que es una ficción pero que tiene la “verdad” de un documental. Un profesor italiano en Barcelona en una clase de posgrado de filología, que habla de su teoría sobre las musas en especial sobre “La divina comedia”. Y la película se extiende en inspiraciones, interpretaciones, en deseos reprimidos y resueltos, en creaciones literarias, en juzgamientos. Se teoriza sobre los “inventos” humanos sobre el amor. Se discute con seriedad y mucho. Pero también la verdad esta en las miradas, los gestos, todo el lenguaje corporal. Y teorías que se adaptan o no a la realidad. Hasta que algunas protagonistas pasan a la a acción. Interesante, trasgresora, inteligente.
Una experiencia pedagógica picante. El autor de En construcción propone una comedia sexual y dialéctica travestida de documental sobre la erótica patriarcal. “Una experiencia pedagógica del profesor Raffaele Pinto filmada por José Luis Guerín”, dice el cartel inicial de La academia de las musas, y debe ser uno de los comienzos más engañosos, desde los trueques ficción por “realidad” de Doble de cuerpo o Hable con ella. Tal vez el proyecto de La academia de las musas haya empezado como eso –y aun así es difícil, ya que el realizador de En construcción (2001) y Tren de sombras (1997) no filma documentales “puros”–, pero claramente terminó siendo otra cosa, y esa otra cosa es lo que da su identidad al opus 10 del realizador catalán (contando largos y mediometrajes). Si ése fue el proceso de construcción de La academia de las musas, la película misma duplica ese proceso, describiendo lo que va de la experiencia pedagógica representada por un curso o seminario de Filología dictado en la Universidad de Barcelona por un profesor italiano, especialista en cultura clásica, hasta la erótica patriarcal que circula entre bambalinas, entre il professore Pinto y varias de sus alumnas. Algo así como una comedia sexual (y dialéctica) travestida de documental neutro. Un film con grandes volúmenes de diálogo que resultó, inesperadamente, la película más popular de su autor en España. El curso que el professore Pinto da en la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona es sobre el lugar que ocupan las musas en la poesía, tomando como eje La divina comedia. El público de graduadas en Letras es mayoritariamente femenino, y los pocos varones prácticamente no intervienen. ¿Signo tal vez de que las clases están vistas desde el punto de vista del docente? El profesor domina su tema, es erudito y, aunque pasó la cincuentena y no es un galán, podría pensarse que la seguridad con la que expone y se planta sobre ese escenario que es la tarima podría ser seductora. En los contraplanos, los rostros de las alumnas se ven atentos, subyugados, pendientes de lo que dice (los de los varones, en cambio, lucen semiausentes). Una de las educandas que más interviene es una alumna italiana que, sin ser exuberante, responde al tipo físico que el cine italiano nos habituó a pensar como atractivo, en términos peninsulares. Curiosamente, sus intervenciones son en italiano, aunque habla castellano a la perfección. ¿Por qué lo hace, dejando fuera de la conversación a muchas de sus compañeras? ¿Es una forma de establecer un vínculo privado con el professore? En tal caso, una forma de establecer un vínculo de a tres: hay otra alumna italiana, como se verá sobre el final, y una española que habla italiano fluidamente. Vínculo de a tres o las tres en un vínculo, simultáneo o sucesivo, con el profesor Pinto, que así como predica la necesidad de las musas para la poesía, y la necesidad de la poesía para la vida, con innegable coherencia gestiona sus propias musas secretas para su vida privada. En una de las clases, el profesor hace un llamado a las mujeres para que hagan de musas para los hombres. Llamado ante el cual algunas de las alumnas reaccionan airadamente, acusándolo de patriarcalismo. Uno de los ítems del patriarcalismo es, como se sabe, engañar a la esposa con una o más amantes. Es lo que hace el profesor Pinto con Rosa Delor (su esposa en la vida real), tal vez el gran personaje de la película, por el modo en que liga lucidez descarnada, acidez y frontalidad. Desde la primera escena en que aparece, en el living de su casa junto a su marido, afirmando que “el amor es un invento de la literatura”, Rosa concentra todo el interés, hasta una escena cargada de veneno en la que se las ve de frente con su máxima rival (ambas parecen escenas de literatura inglesa, más que española). Esta es la segunda ocasión en que José Luis Guerín aborda el tema de la musa. En En la ciudad de Sylvia (2007), un artista plástico perseguía a una mujer hermosa a través del laberinto urbano, como quien persigue el ideal platónico de la belleza. Guerín rodó La academia de las musas por su exclusiva cuenta, con un presupuesto mínimo y haciéndose cargo él mismo de la fotografía y el montaje, filma las escenas de clases con preeminencia de planos americanos y clásicos planos-contraplanos. Separa bloques con notaciones temporales (la película transcurre entre un mes de noviembre y el marzo siguiente) y espaciales (la Universidad, el bar, un viaje a Nápoles, etc.) y recurre a varios planos en negro para separar escenas. Todas, o casi todas las escenas de exteriores, están filmadas a través de cristales y con mucho sol, de modo de generar fuertes reflejos sobre los cristales. Como si el realizador quisiera recordar, a través de las imágenes, que ninguna cosa real puede verse de modo límpido e impoluto. Que toda superficie refleja, refracta, llama a confusión.
La invención del amor El catalán José Luis Guerín, que en su anterior película de ficción, En la ciudad de Sylvia (2007), apenas permitía que sus actores dijeran “esta boca es mía”, parece compensar aquella sequía de diálogos yéndose al polo opuesto con su nueva película: La academia de las musas (2015). Un profesor habla y sus alumnos –mayoritariamente mujeres– le escuchan para, a continuación, reflexionar en voz alta y discutir sus argumentos. Estamos en un aula de la Universidad de Barcelona, en un seminario sobre poesía donde la sombra de la Divina comedia de Dante es alargada. Los espectadores nos convertimos en un alumno más, silente, que observa lo que parece un documental, como lo era el magnífico En construcción (2001). Pero cuando, después de la clase, el profesor, en su casa, mantiene una charla tensa con su mujer, con la sombra de la sospecha y el escepticismo muy presentes, empezamos a adentrarnos en un diluido campo ficcional. La cámara entonces empieza a asentarse detrás de un cristal –la ventana de un piso o un coche– dejando a sus personajes encerrados en peceras en las que se refleja el mundo exterior, al que nosotros pertenecemos y ellos parecen esquivar. Se produce así un curioso juego de espejos que irá salpicando un discurso que desgrana, entre otros temas intelectuales, el papel que juegan las musas en la vida de un artista, teoriza sobre la invención literaria del amor y cuestiona el (¿noble?) poder seductor de la docencia. Y todo ello hablando sin cesar: charlas entre el profesor y alguna alumna, entre él y su esposa o entre las participantes en el seminario, que discuten –en italiano, catalán y español– aspectos abordados en el aula; y en una cafetería, un vehículo o un parque, donde asistimos a la transmisión del legado cultural (y sentimental) de generación en generación cuando una mujer relata a su hija la leyenda de Dafne, Apolo y Cupido. Guerín ha empleado una pequeña cámara y la ayuda de un equipo mínimo para rodar, entre Nápoles, Cerdeña y la Ciudad Condal, La academia de las musas para fascinar a los amantes del cine de Guerín e irritar a sus detractores.
La academia de las musas es original y bella como sus ideas Siempre conviene estar atento al estreno de una película de José Luis Guerín. Cineasta culto, elegante y curioso, este catalán de 56 años viene construyendo un notable cuerpo de obra desde mediados de los años 80, borrando fronteras entre ficción y documental, apuntando siempre a la originalidad y planteando constantes desafíos para el espectador, una decisión que revela más consideración y respeto por el otro que vanidad. En este caso, la historia gira alrededor de un filólogo devoto de la poesía, y particularmente de la obra de Dante Alighieri, que proclama la enseñanza como forma de seducción, sostiene contra viento y marea el valor de la palabra y termina enredándose en una compleja trama amorosa con un grupo de mujeres que vislumbra como sus propias musas. Protagonizada por actores no profesionales que intercalan conversaciones en catalán, italiano, castellano y sardo, la película se va cargando de tensión a medida que avanza, hasta desembocar en una especie de melodrama académico que cruza con gran eficacia la angustia con el humor. La realidad y la ficción como propulsores complementarios en el cine, la sensorialidad y el intelecto como vías de aprehensión de la belleza y la distancia entre el mundo de las ideas y la crudeza de la realidad son algunos de los temas que desarrolla este film singular e inteligente, producido sólo con una cámara doméstica y una capacidad de invención que no garantiza ningún presupuesto millonario.
La clase del seductor Con estilo documental, el español José Luis Guerín muestra el resbaladizo vínculo entre un profesor y sus alumnas. Hay que tenerle paciencia a La academia de las musas. La película empieza como un árido documental sobre las clases universitarias de literatura de un profesor, Raffaele Pinto, que analiza el rol de las musas en la obra de Dante. La palabra tiene un rol fundamental: todo ocurre en las conversaciones del profesor con sus alumnas y de ellas entre sí. Primeros planos, diálogos registrados desde detrás de vidrios: la sensación de que estamos espiando algo. No se sabe muy bien hacia dónde va todo esto, hasta que toma un rol protagónico la esposa de Pinto, que permanentemente lo confronta y pone en duda sus argumentos. “Tú no eres Sócrates y tus clases no son El banquete”, le espeta en uno de los momentos de mayor tensión, cuando descubrimos que todo ese florido discurso sobre el lenguaje, el amor y el deseo enmascara lo fundamental: la seducción o los “muslitos” que Gombrowicz señalaba como la motivación última de todo.
Experimento con las musas Antes del título del film hay otro crédito que asegura que este es un "experimento pedagógico". También es un experimento filmico, a partir de un formato de documental creíble, aunque luego se vaya diversificando en varias direcciones. Todo surge de la cátedra de un profesor de filología que diserta sobre la interacción entre las musas literarias, básicamente la Beatrice del Dante y otros ejemplos clásicos, con la vida real y el mundo en que vivimos. La película comienza en el ámbito universitario enfocando los rostros de los estudiantes, las mujeres en especial, que parecen especialmente interesadas en saber si son o no musas, si eso está bien o mal aplicado a su vida romántica, y que también intentan aplicar las insistentes disquisiciones de su profesor a distintos aspectos de su propia experiencia, como la muerte de un ser querido. Inclusive una de las discípulas da como ejemplo la leyenda sobre los pastores de Cerdeña, que con sus cantos supuestamente pueden hablar con la naturaleza, por lo que parte del equipo académico entrevista pastores sardos, que cantan sus poemas e inclusive, tal vez, enamoren a una de las estudiantes. Estas escenas, promediando la proyección, son casi las únicas que ofrecen algo más que primeros planos de gente hablando, lo que obviamente no es muy cinematográfico. "La academia de las musas" vale por su búsqueda de un tema y un formato originales, pero es un poco obvia y limitada en su progresión dramática.
EL CINE COMO BELLA PREGUNTA Siempre que he visto películas de José Luis Guerín ha surgido la misma pregunta: ¿cómo demonios filma lo que filma? Después de unos cuantos años, en La academia de las musas me cruzo nuevamente con el cine del realizador catalán y otra vez la experiencia es enriquecedora, aunque difícil de abarcar y definir. Pero esta dificultad no implica que estemos ante una película “difícil”, “complicada” o “pesada”. No, Guerín sigue fiel a sí mismo y entrega otro relato de tono ligero, juguetón y divertido, y que en base a esa ligereza escapa a definiciones apresuradas o fáciles. El realizador utiliza la cámara como un instrumento vital, que propone una búsqueda casi inagotable, capturando la atención del espectador, proponiéndole nuevas lecturas e interpretaciones en cada nueva secuencia. En La academia de las musas se habla muchísimo sobre el amor, la poesía, las concepciones del romanticismo, el papel de la mujer en la inspiración, el arte y la docencia, y a pesar de las palabras importantes a las que recurren los personajes, de los diálogos rebuscados, nunca entra en un tono o dinámica pedante. Al contrario, hay una profunda humildad y coherencia en la manera en que Guerín observa a los protagonistas, en cómo les permite decidir sus destinos, aún cuando no queden precisamente bien parados. Esa libertad se traslada a una puesta en escena donde lo ficcional y lo documental se fusionan, poniéndose en crisis mutuamente, evidenciando el artificio cinematográfico, exponiéndolo, problematizándolo pero también abrazándolo. Guerín ya es un experto en esto, pero por suerte no se regodea en sus capacidades y sigue encontrando pequeños desvíos para renovarse. La academia de las musas es un film que le huye a la pereza, que no se conforma con las respuestas fáciles y que aún en sus pequeños pozos narrativos, muestra a un realizador capaz de crear universos propios, tangibles y apasionantes.
Su desarrollo tiene buenos planos, diálogos, y roza algunos toques con el documental. Habla del amor, el deseo y la seducción. Guerrín buena estética, buenos planos y nos deja buenas enseñanzas.
Dante y Beatriz en Barcelona En La academia de las musas, José Luis Guerín vuelve a valerse de elementos del documental, para contar la relación de un profesor con sus alumnas. Cuando empiezo a dar clases, suelo abrir la charla preguntando “¿qué es el cine?”. Los alumnos en general se sorprenden porque creen que la respuesta es evidente. Después digo: “si yo grabo esta clase con una cámara y la proyecto en una sala, ¿es cine?”. Así empezamos a hablar de montaje, planos, puesta en escena, porque de eso se trata el cine. La academia de las musas empieza justamente con el registro de una clase. El profesor Raffaele Pinto habla sobre la figura de la musa en la obra de Dante Alighieri ante un auditorio compuesto por mayoría de alumnas mujeres en la Universidad de Barcelona. La cámara de Guerín alterna entre planos del profesor, muy aplomado explicando algo que seguramente ya explicó muchas veces, y sus alumnas. Va descubriendo personajes. La alumna algo inexperta, la que habla en italiano (quizás en un intento de destacarse ante el resto), la feminista, y así el tema de la clase va pasando a invadir lo personal. Debaten sobre la importancia del amor y la cámara pareciera intentar contarnos que no están hablando solo de Dante, sino más bien de ellas. Esto que podría ser una interpretación algo forzada de esa primera escena (bastante larga, dura más de 7 minutos), a medida que avanza la película se transforma en la interpretación obvia. Si bien estéticamente la película nunca abandona el registro símil documental (desprolijo con la cámara, natural con los diálogos), Guerín introduce elementos que uno imagina que son de ficción: la relación virtual de una alumna con un enamorado a quien no conoce, el matrimonio del profesor que no anda demasiado bien, e incluso la relación de este hombre con sus alumnas, que pronto vemos que va más allá de las clases. Digo que uno imagina que estos elementos son de ficción, pero esto no significa estrictamente que sean “falsos”. Más allá de que la mujer de Raffaele sea o no su mujer (no quise googlearlo, prefiero no saberlo), más allá de que lo que vemos sea reflejo fiel o no de esa relación, los diálogos que mantiene con ella estan en tensión con las escenas previas o posteriores con todas las reglas de la ficción y de la fábula. Raffaele y su mujer hablan del papel de la mujer en la literatura, y es evidente que no solo están hablando del papel de ella en el matrimonio, sino que además ella está mortificada por la relación que intuye tiene su marido con las alumnas. Tanta cantidad de información, tan compleja y precisa, en apenas un plano de dos personas hablando detrás de un vidrio en el que se reflejan los árboles, solo puede existir gracias al lenguaje cinematográfico al que Guerín maneja a la perfección. La academia de las musas, entonces, es varias películas. Por un lado, la historia de la relación de un profesor con sus alumnas y el efecto en su matrimonio. Por el otro, en el plano de las ideas, una reflexión acerca del papel de la musa hoy en día, de cómo sería una Beatriz de hoy y cómo la sensibilidad de este siglo entra en conflicto (o no) con esa idea. Pero también, y quizás sobre todo, es una película que nos hace cuestionarnos constantemente de qué hablamos cuando hablamos de cine. Y en eso reside gran parte de su encanto.
Las musas, material de discusión. Obra singular la de José Luis Guerín (1960, Barcelona, España): Innisfree (1990), Tren de sombras (1997), la admirable En construcción (2001) y En la ciudad de Sylvia (2007) –todas de esquivo paso por las carteleras argentinas– son experiencias que juegan sutilmente con las fronteras entre el documental y la ficción, el pasado y el presente, lo sensible y lo imaginado. Los resultados son siempre tan discutibles como estimulantes, como lo es también La academia de las musas, con la que el director vuelve a solazarse observando y escuchando. En este caso, el centro de atención está puesto en un profesor universitario, su mujer, algunas de sus alumnas y algún personaje ocasional que sirve como objeto de estudio (por ejemplo, un grupo de jóvenes integrantes de un coro que intentan emular el berrido de las ovejas). Todos ellos discuten, dentro o fuera de las clases, en torno a lo que puede servir de inspiración para la poesía. La Beatriz del Dante, el amor en tiempos de internet, la idea machista-patriarcal que anida en el concepto de musa, la importancia o no de la sexualidad en el amor y de la naturaleza como fuente inspiradora, entre otras cuestiones, van surgiendo de las sobreabundantes conversaciones (en dos o tres idiomas al mismo tiempo) registradas con criterio documental, aunque por momentos la imagen se enrarece, camuflándose con los reflejos de las ramas de los árboles en las ventanas o las luces de la ciudad interfiriendo en los primeros planos. Está claro que La academia de las musas no procura ser un divertimento con sentido narrativo (de hecho, aparece fragmentado en pequeños capítulos y muchas secuencias son brevemente interrumpidas por cortes a negro), sino un provocador ensayo sobre la iluminación que lleva a los textos poéticos. En algún momento, las alumnas parecen musas reaccionando ante las reflexiones que se hacen sobre ellas; en otros –como cuando un pastor trae a la memoria un recuerdo familiar, o una de las chicas relata la importancia que tuvo para ella chatear con un desconocido mientras atravesaba una difícil situación familiar– asoma algo de emoción auténtica en medio de esa suerte de competencia intelectual, en la que todos se esmeran en llegar a conclusiones brillantes. Sin música y prácticamente sin situaciones que desvíen el debate, uno de los motivos por los que La academia de las musas se salva de convertirse en una mera clase sobre literatura es la presencia de Rosa, la mujer del profesor. Desde el comienzo, cuando afirma que “El amor es un invento de los poetas”, sus intervenciones empiezan a hacerse deseables: transitando el film (y quizás la vida) con cierta pesadumbre pero también sabiduría, Rosa le imprime una carga dramática que parece necesaria y suma, al encanto de las distintas alumnas, la gracia de sus palabras a veces filosas y la humanidad de su mirada.
El director de “Tren de sombras” regresa con otra original combinación de ficción y documental, en este caso centrado en las enseñanzas y en la complicada vida personal de un profesor universitario italiano que da clases en Cataluña y que tiene fascinadas a un grupo de alumnas. LA ACADEMIA DE LAS MUSAS es el primer filme de ficción de José Luis Guerin desde EN LA CIUDAD DE SYLVIA, ocho años atrás. Pero como en esa película –y en prácticamente toda su filmografía– los límites entre la ficción y la realidad son bastante porosos por lo que se podría hablar tranquilamente de un “híbrido”, una película con momentos documentales y con otros aparentemente ficcionalizados por parte de las personas reales que lo interpretan. Como cierto cine iraní –o algunas películas del portugués Miguel Gomes–, Guerin juega de manera extraordinaria en esos márgenes, llevando a la película de a poco de lo que parece ser un documental hecho y derecho a una trama romántica y de relaciones que, en otras manos, bien podría ser un melodrama. El protagonista del filme es el profesor y filólogo Raffaele Pinto que da clases en la Universidad de Barcelona en lo que parece ser un proyecto que algunos denominan “la academia de las musas”. Pinto habla del Dante, de la Divina Comedia, de la poesía canónica de esa época y debate con sus alumnos (en su mayoría mujeres) conceptos literarios tradicionales sobre el rol de la poesía y el lenguaje en la vida, la muerte y, sobre todo, la pasión, el amor y la inspiración que surgen del propio concepto de las musas. Para Pinto, que se autoproclama feminista, las “musas” no son un objeto para la creatividad del poeta (tradicionalmente, hombre) sino que son las voces cantantes y activas de esa relación. De a poco, en los debates que surgen en sus clases, empezamos a identificar a algunas de sus alumnas. Guerin va marcando el paso de las escenas con las fechas en las que fueron filmadas (la película está presentada como si el director solo filmara las clases de Pinto para registrar esa “experiencia pedagógica”), pero los personajes de manera más tradicional van apareciendo, o siendo recortados por el montaje. El filme va, también, con mucha naturalidad del español al italiano y, un poco menos, al catalán. Emanuela (Emanuela Forgetta) es la más participativa de las alumnas. Una italiana –como el profesor– que aporta sus ideas sobre los temas que surgen: si la poesía es una forma de diálogo con los muertos, si el “amor” es un invento de los poetas que luego es imposible de sostener en la vida real y así. A la que más le cuesta manejarse en estos terrenos es a Mireia (Mireia Iniesta), una española que trae a clase lo que, luego veremos, son varios de sus dilemas y problemas románticos personales. Y está la más descreída Carolina (Carolina Llacher), una bella catalana de pelo corto que rechaza alguna de las limitaciones impuestas por Pinto, en especial las ligadas a los formatos de rima clásicos que impone el profesor. En paralelo, y cuando el filme se va paulatinamente alejando de las clases para ir a los pasillos de la Universidad y de ahí a los bares y a las casas de los protagonistas, veremos conversaciones entre el profesor y las chicas, entre ellas mismas y la relación entre Pinto y su esposa española, Rosa (Rosa Delor Muns). Es Rosa la que empieza a abrir las puertas a lo que uno ya supone que está pasando. Como da la impresión por el tono de las conversaciones entre el profesor y sus alumnas hay una relación entre ellos que siempre parece estar a punto de quebrar la formalmente apropiada. Y Pinto se hace cargo de que “enseñar es seducir” pero tal vez no lo suficiente como para tranquilizar a su esposa, también una intelectual que se da cuenta que hay algo más que juego en el ir y venir de Pinto y en su discurso sobre la fidelidad. Un viaje de fin de semana del profesor pone las cosas aún más en zona de dudas para la mujer. Pero el filme no solo busca descubrir si el veterano y seductor profesor italiano es un “chanta” que utiliza sus clases para levantarse jovencitas fascinadas con su presencia (uno podría decir, en ese aspecto, que lo es y no lo es a la vez, y que Guerin no lo juzga… demasiado) sino que buena parte del tiempo –cuando el filme va dejando el marco teórico de las clases para centrarse en las vidas personales de los protagonistas– son las cuatro mujeres las que conversan entre sí acerca de su relación con la clase en particular, con el concepto de “musa” y como todo se refleja en sus vidas cotidianas, incluyendo sus diversas relaciones con el profesor y a la vez otras relaciones que las mujeres –todas muy lúcidas e inteligentes en sus planteos teóricos pero un tanto confundidas sentimentalmente– tienen. Con estos materiales, Guerin crea un fascinante retrato de un grupo humano –que puede extenderse tranquilamente a muchos otros– que lucha entre la aparente claridad conceptual y la fragilidad emocional. Desde el personaje que teóricamente no cree en los celos o en la fidelidad pero que luego los sufre en carne propia y se desarma, hasta las discusiones sobre el deseo que pasan de las clases a las conversaciones privadas, siempre en algún tipo de límite, entre el profesor y sus “musas”. Muchas de estas conversaciones individuales Guerín las filma desde afuera –de un bar, de una casa, de un auto– generando planos cargados de reflejos y ecos visuales, además de una potente belleza que contrasta con el registro mas tradicional de las clases. Así, LA ACADEMIA DE LAS MUSAS va pasando de la interesante pero teórica etapa del aula a la zona donde esos conceptos se ponen en juego de otra manera, afectando directamente la vida de las personas que participan de esa “academia”. En ese sentido me hizo recordar a las películas de Matías Piñeiro, por esa manera de conectar textos tradicionales (en este caso, en lugar de Shakespeare, son la Divina Comedia y el Dante, núcleos centrales de las clases de Pinto) con las vidas sentimentales y las relaciones de sus protagonistas, especialmente mujeres. Son personajes que, finalmente, terminan lidiando con los placeres, los beneficios pero también con algunos “peligros” de dejar que sus vidas sean gobernadas por conceptos teóricos creados por hombres que, en el fondo, tal vez no sean tan “feministas” como dicen serlo…
El centro de la escena sería Dante. En su lugar está el profesor Raffaele Pinto, director de una escuela de filólogos dedicada a estudiar el rol de las musas en la poesía –y el pequeño rol que también les caben a las ninfas, los faunos y el dios Pan–. Están el cielo y el infierno, el compromiso amoroso y el deseo carnal, Dante hablando con los muertos y enamorado de Beatriz y, en un apartado, horas más tarde, ya en casa, la mujer de Raffaele, que le dice a su marido: “el invento del amor es una de las cosas más terribles y dañosas que ha hecho la poesía.” Pinto lo niega, está rodeado de amor: sus alumnas bilingües (hablan con fluidez español e italiano, y no se sabe de qué origen son) son sus musas, que debaten acaloradamente, con él y entre ellas, y llega un punto en el que uno no sabe si este registro del catalán José Luis Guerín, de cuño experimental, es un registro documental o algo más que un documental bien plantado. Hay una parte brillante. Pinto y una de sus musas (o alumnas) se internan en Cerdeña, graban poesías melodiosas de bocas de pastores de ovejas para demostrar que en esencia música y poesía son la misma persona. Pero el trabajo etnográfico va más allá: la musa (o alumna) los graba en cantos armónicos que imitan a los balidos de ovejas (un documento de alto valor musical por sí solo). Hay momentos de gran poesía cinematográfica, como cuando uno de los pastores (del cual ella, platónicamente –porque claro, es una intelectual de ciudad–, se enamorará) le enseña a escuchar el viento bajo los árboles, o a distinguir por los golpes de un cencerro que él diseñó cuando la oveja está pastando, cuando corre y cuando se acerca o aleja el rebaño. “¡Es un filósofo!”, exclama la musa (o alumna), pero pronto el film decae en una inocultable ficción, donde Raffaele aparece como el lobo que acorrala a su rebaño de discípulas. Junto a esto, la tesitura del registro, la falta de relajación de sus actores (¿actores no profesionales?) conspiran para lo que de otro modo hubiera sido un atractivo experimento.
Brillante documental de José Luis Guerín “La Academia de las Musas” (2015), una película en la que se bucea y reflexiona sobre la idea del amor en todas sus variantes. Con la excusa de registrar el trabajo de un profesor, Raffaele Pinto, en un grupo cerrado de estudio sobre Dante, el director propone un juego en el que la expectación es tan sólo el punto de partida para configurar sentido. Técnica y visualmente rústica, con algunos audios y tomas bastante precarias, “La Academia de las Musas” no está tanto en la forma del documental, al contrario, su verdadero y mejor hallazgo, es en transitar cómo los personajes rodean al profesor mientras avanza en algunas definiciones potentes y lúcidas sobre el amor y otras cuestiones. Pinto es un seductor nato, y a pesar de su calvicie y edad, consigue que cada una de sus alumnas quiera estar con él, es un poco eso de la proyección y del saber que suman, y esto aún sabiendo que está casado y comprometido con una mujer que triplica en edad a cada una de ellas. Pinto debate con los alumnos, los llena de conceptos para que, de alguna manera, en ese ofrecer puedan construirse ideas sólidas no sólo sobre Dante, sino que el material de estudio, es sólo el impulsor de reflexiones y conceptos para que saquen sus propias conclusiones sobre la literatura, el romance, la pasión, etc. Guerin se corre del virtuosismo que en otras oportunidades ha demostrado, para ofrecer un registro duro de las charlas, de los viajes, y principalmente de las confrontaciones que Pinto tiene con el mundo. En ese choque, en ese debatir, “La Academia de las Musas” va construyendo un camino en el que la empatía con los personajes es inevitable, y en el que además somos invitados como testigos de aquello que tal vez no querríamos saber. Y tras una discusión con su mujer, Pinto avanza en una aventura con una alumna, y entre esa primera impresión del docente, y luego su resurgimiento como Casanova, la construcción narrativa permite que se diluyan ciertas incomodidades. La docencia, las musas, la inspiración, todo dispara puntos hacia lugares insospechados, todo es fuente de documento y de debate, en la intimidad en la Universidad, en la montaña, en el campo, la cámara acompaña a Pinto y sus musas. La habilidad de Guerín es la de poder luego, dar sentido a las imágenes, escogiendo escenas claves que terminan por configurarlo a Pinto como el gran pensador que es, más allá de cualquier capricho que tenga. “La Academia de las Musas” es una película que envuelve, que suma, que interpela, que se arriesga y que trabaja por zonas que rozan el límite entre la ficción y el documental, haciendo justamente de esto, su principal virtud.
Cuando las clases universitarias entre un profesor y sus alumnas se vuelven más estrechas que lo aconsejable, donde además se habla de literatura, con el agregado de que el poder de la palabra es un arma de seducción que envuelve los sentidos y pensamientos del otro, que incluso se puede también apoderar de su vida, convirtiéndose en un arma de dominio y manipulación, el director José Luis Guerin aborda la temática de la enseñanza de filología en la Universidad de Barcelona, cuyo profesor (Raffaele Pinto) tiene la idea de crear una academia de las musas para transformar el mundo a través de la poesía. La película está narrada como si fuera un documental, con muchos cortes y empalmes en una misma escena, utilizando varios primeros planos, haciéndonos sentir y oír muy de cerca a las personas, además de colocar la cámara a través de una ventana, o de la ventanilla de un auto, en repetidas ocasiones, a manera de un espía. Son todos recursos valederos para poder llevar a cabo este film que se centra en discusiones filosóficas sobre lo que tiene que ser una musa en la actualidad, y lo que era en el pasado. El amor, el deseo, las pulsiones, son los temas básicos que charlan constantemente el profesor con sus alumnos en clase, y luego con sus alumnas en forma particular, y entre ellas también. Con el correr del relato afloran los problemas personales de él con su mujer, y de él con 4 de sus musas, planteando reflexiones continuas y disquisiciones que van más allá de lo que un aula puede albergar, pero resulta el espacio contenedor para que la vida de estos personajes no se desmadre. Es decir que, de algún modo, utilizan este recinto para tratar de encauzar, replantear y modificar su existencia sentimental, con una base literaria que los apasiona. Cuando el profesor dice que su propósito es sembrar la duda, no enseñar de forma tradicional, lo cumple, porque al alumnado con su provocación, le afloran los sentimientos más íntimos, y la mayoría termina confundida, incluso él mismo.
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El invento literario llamado amor Un ensayo formal que confunde ficción y documental. La musa aparece como figura mítica, poética, casi real. Como si fuese un paréntesis en la vida de sus personajes, el film del catalán José Luis Guerín se adentra en un tramo decisivo que encuentra en la musa su figura central. La musa es temática de cátedra, nudo poético, recurso mítico, alusión literaria, referencia vital. En estas disquisiciones se atreve la prédica del profesor Raffaele Pinto, quien asume el personaje que realmente es: un actor que hace de sí mismo, o el personaje que se asume como actor, que habla de lo que sabe, para el auditorio y/o para la cámara. Dónde está el límite no es algo que importe, antes bien, mejor pensar en cómo esa separación no es tal, en cómo la literatura, la poesía, habitan en la vida cotidiana sin distinción. Pero esto es algo que trae aparejado consecuencias, como la relación que el profesor establece con sus alumnas y su esposa, en un equilibrio que fricciona necesariamente, por poner en cuestión ese mismo orden social del que forma parte. De esta manera, el aula universitaria no es (nunca) algo desgajado de su entorno, sino el ámbito donde se transgrede el devenir habitual, cuando el pensamiento cobra un protagonismo que despierta transformaciones. Vicisitudes, al fin y al cabo, que habrán de ser dolorosas o por lo menos nada fáciles. Puesto que los personajes se animan a vivir lo que las letras poéticas señalan, con Dante como referente, la crisis no tardará en suceder. Es tal asunción vivificante la que culmina por distinguir como crítica la situación que se vive. Un tembladeral en el que los personajes están inmersos, con el lenguaje como herramienta esencial. "Estamos presos en él, dice el profesor. El lenguaje es el que transforma la naturaleza y su decrepitud, es el recurso que transmuta a los cerdos en seres humanos: "Sin la poesía que nos salva seríamos muertos ambulantes", explica. Esto es lo que le dice a una de sus alumnas, desencantada con la devolución que su poesía tiene en la expresión del profesor. Ella no es, parece, la encarnación de la musa que él espera. Pero sí lo serán otras, de distintas maneras, atravesadas ‑él también‑ por la mixtura idiomática que suponen el español y el italiano. De diferentes maneras, a veces desde la sexualidad, el deseo, la amistad, o un abanico de posibilidades diversas. Algo que no es meramente lúdico o carente de daños. Estas musas pueden serlo algunas de sus alumnas, pero también ‑tal vez‑ su esposa. Porque, ¿hasta dónde puede sostenerse la vida poética? Más aún cuando la convivencia con el entorno no la admite fácilmente, cuando al amor sus propios protagonistas lo denuncian en tanto ardid poético y le reconocen como invención literaria; esto es, una fabulación dedicada a despertar la admiración femenina. En este punto, el profesor Pinto es tajante, y pide por la mujer que advierta tal cuestión, que traicione el lugar preestablecido y asuma, finalmente, el rol de la musa. Es así que escribe sonetos como declaraciones amorosas. ¿Pero es la literatura suficiente? ¿Puede vivirse con/sin ella? De la misma manera, ¿cuántas musas? ¿Sólo una? ¿Así como Beatriz con Dante? ¿Beatriz? ¿Qué Beatriz? Las preguntas asoman y cunden la duda allí donde tocan. El profesor tampoco es inmune a lo que despierta, y es en él donde también el desconcierto asoma. Entre tantos libros que le contienen, que él desordena y reordena como pulsiones que le carcomen, un pastor es capaz de enamorar a una de sus musas‑alumnas con el tañir de cencerros, a través de sonidos heredados de generaciones previas. Un sentir armónico que en nada se distingue de la vida usual, del trabajo, mientras ellos, tras lecturas y discusiones sin término, procuran aunque más no sea un atisbo de tamaña sabiduría. Ella, la musa seducida, dice estar subyugada por él, pero gracias a la literatura. ¿Dónde está el paso primero, verdadero? La palabra posee una fuerza extraordinaria ‑como la metáfora con la que el cartero de Neruda lograba enamorar en ese film querido. Pero también la imagen cinematográfica, y es esto lo que finalmente asoma en La academia de las musas: la construcción de un interrogante que no quiere respuestas, que superpone capas lumínicas y reflejos a los diálogos que retrata, a través de destellos y siluetas que dificultan lo visto, mientras privilegia el uso de encuadres cerrados, casi angustiantes, con los personajes sumidos en ellos mismos.
La nueva película del director catalán José Luis Guerín (En construcción, En la ciudad de Sylvia), es una de esas inusuales odiseas cinematográficas que van de lo irritante a lo fascinante. Con un arranque algo tedioso, situado en una clase en la Universidad de Barcelona, donde el filólogo Rafaelle Pinto debate con sus alumnos sobre el frondoso mundo de Dante Alighieri y su Divina Comedia. Tanto en esa clase, como en los sucesivos encuentros dentro y fuera del aula, la película formula y reformula conceptos tan enormes como el del amor y la inspiración. El lenguaje formal al que apuesta oscila entre el documental y la ficción, sacando partido de una estructura de producción mínima y del trabajo de un puñado de protagonistas sin preparación actoral. Para todo espectador ávido de un cine que sólo se resuelva a partir de la acción de los personajes, vale decir que en esta propuesta lo que prima es una frondosa confrontación de ideas. Es la lucidez del intercambio de opiniones lo que le da a esta experiencia su carácter cautivante. Si bien es el profesor quien tensa los hilos y genera en los estudiantes, sobre todo en sus alumnas, una mixtura que fluctúa entre la admiración y el cuestionamiento; cada voz tiene su peso específico en el relato. Cuando el film sale del aula, Guerín observa distintas instancias cotidianas de unos personajes que más allá de su elevado plano de pensamiento, pueden a duras penas sobrellevar sus conflictos personales. La cámara casi siempre se emplaza detrás de alguna ventana, ensamblando unos reflejos que tiñen de cierto extrañamiento a estos seres en permanente abstracción reflexiva. Mientras tanto, ahí afuera en las calles; el mundo se mueve a su paso. La academia de las musas navega sobre las estimulantes, y a veces turbulentas aguas del aprendizaje; postulando a la enseñanza como el territorio de la seducción. Obviamente, hay una fuerte necesidad del filólogo de vampirizar la belleza y juventud de las estudiantes/musas que lo rodean, mientras en la intimidad hogareña su mujer le espeta dardos como: "El amor es un invento de los poetas", o "Tú no eres Sócrates". En clave de tour de force dialéctico, en el que se intercalan con fluidez textos en italiano, castellano, catalán y sardo; La academia de las musas paulatinamente va desplazándose de lo intelectual a lo visceral. Y así el debate sobre sobre tópicos como el amor o la inspiración, cede frente a temas más carnales como los de la fidelidad y la posesión. En esos permanentes giros conceptuales, la película jamás pierde su pequeña proeza, esa que reside en no traicionar al espectador con un discurso concluyente; sino más bien la de invitarlo a una experiencia que bajo su aparente fachada de quietud, solapa los más movedizos bordes del pensamiento. La academia de las musas / España / 2015 / 92 minutos / Apta para todo público / Dirección: José Luis Guerín / Con: Raffaele Pinto, Emanuela Forgetta, Rosa Delors Muns, Mireia Iniesta, Patricia Gil y Carolina Llacher / Funciones en Cine Universidad, Nave Universitaria (Maza 250, Ciudad).
Atrapados por palabras Continúa en la Sala Azul del Cine Universidad esta compleja película del español José Luis Guerín, que nos muestra las complejas relaciones entre un profesor de filología y sus alumnas. "La academia de las musas” es densa y tiene muchas palabras. Casi como un tratado filosófico: puntualmente, casi como un tratado de estética, porque los temas que se mantienen a flote en esta extensa batalla dialéctica son el arte, la relación del hombre con la belleza y, fundamentalmente, el amor. De entrada, el filme se presenta como la “experiencia pedagógica del profesor Raffaele Pinto”, filmada por el español José Luis Guerín (“En construcción”, “En la ciudad de Sylvia”). Pero, aunque nos sea vendido como un documental, eso no es más que un rótulo, cuyo propósito es persuadirnos: Guerín quiere que miremos estos 92 minutos con ojo voyeur. ¿Y qué es lo que vemos? En principio, las clases de un filólogo italiano en la Universidad de Barcelona. Él, sin dudas erudito y a la vez magnético en su forma de explicar, toma como punto de partida “La divina commedia” para repasar la relación del hombre con sus musas. Del otro lado de la tarima, vemos a sus alumnas (porque los pocos alumnos están como ausentes) atrapadas, cautivas de las lacciones de Pinto, pero a la vez activas para discutirle. Hasta aquí, vemos una inteligente red de alusiones filosóficas, literarias, históricas, mitológicas, pero a medida que avanza la película el espectador entra en calor, porque a esa red se suma otra: la que Pinto teje con algunas de sus alumnas y, finalmente, la que se empezará a formar entre ellas mismas. Alguna le pedirá una opinión sobre un poema, otra sobre la posibilidad de volver a la belleza más orgánica y primitiva (la “Arcadia” de Sannazaro). Pero, sin dudas, el personaje que robará toda la atención al espectador (y le dará ese necesario remanso de carcajadas entre tanta espesura) es el de la esposa del profesor, en el filme y en la vida real, Rosa Delor i Muns. Ella toma el lugar de la musa entrada en años; ella es quien pone la observación filosa. Es directa: “El amor es un invento de la literatura”, dice. Es ácida: “Tú no eres Sócrates y tus clases no son El banquete”, le critica. Es cínica: Se vanagloria de que será la editora de los sonetos que su marido le compone a otra de sus musas. Los diálogos más contundentes de la película están filmados a través de cristales, que reflejan los ambientes exteriores. Probablemente Guerín acudió a este recurso para dejar en evidencia al espectador: podemos mirar, pero no tanto; podemos creer que sabemos, pero todo acceso a la realidad está mediado por artefactos (el lenguaje es uno más). “La academia de las musas” (España, 2015, 92 minutos). Apta para todo público. Dirección de José Luis Guerín. Actúan Raffaele Pinto, Emanuela Forgetta, Rosa Delor i Muns, Mireia Iniesta, Patricia Gil y Carolina Llacher. A sala llena, lleva varios sábados en cartel en el Cine Universidad.
“Una experiencia pedagógica del profesor Raffaele Pinto filmada por J.L. Guerín”. Esta es la carta de presentación mientras observamos la fachada de la Universidad de Barcelona e ingresamos inmediatamente a una sobre música, literatura y musas. Los planos confirman cierta admiración por las explicaciones y por la pasión que entra en juego en el flujo verbal, mientras que los contraplanos exploran las reacciones de alumnos que asienten, piensan, discuten o permanecen indiferentes. La cuestión se dirime en la palabra como motor dialéctico y contrapunto, como si existiera la necesidad de dejar en claro que aún en un mundo regido por la presión mediática de las imágenes, existieran intersticios donde el lenguaje verbal sigue atravesando toda forma de comunicación humana. Pero hay otra cuestión, la más interesante: la repercusión que la discusión académica alcanza a otros recovecos cotidianos tales como los descansos y la misma casa familiar del profesor. Temas que son planteados desde una óptica que puede hacer cierto ruido a pedantería, enseguida son bajados a marcos, que no por ser informales, dejan de ser jugosos y atractivos. En esta dirección, la mujer del profesor es un hallazgo ya que pone en jaque desde su lugar todos los paradigmas posibles. Se la escucha decir entre otras cosas geniales que “el amor es un invento de la literatura, terrible y engañoso que ha hecho la poesía porque ha creado unas pobres expectativas a las pobres mujeres a quienes se dirige este anzuelo del amor que no se cumple jamás.” Este nivel de charlas cotidianas es el que se impone tanto verbal como visualmente, captado desde contornos borrosos y reflejos a fin de que no se pierda el desarrollo hilarante del intercambio. Es un eje cómico en la medida en que los dos son una pareja que parece sostenerse en la disidencia, una forma de prolongación del aula que alcanza ribetes pesadillescos. No obstante, la sardónica risa deviene en nubarrones cuando aparecen los temas relacionados con el matrimonio. Basta una pregunta de la mujer para poner hacer tambalear la estantería patriarcal elegantemente sostenida por Raffaele ante las incisivas y justas cuestiones planteadas por su esposa, el gran personaje del film. “No eres Sócrates” le dice, “mientes”, ante las dudas acerca de su fidelidad. El encuentro con una de las alumnas es antológico, aún en ese terreno tenso donde la ficción y la realidad son monedas de intercambio permanente. Sin embargo, y pese a la naturaleza aparentemente documental del film, el montaje deja traslucir cierto dramatismo argumental a partir de las intervenciones que cuestionan con diverso tenor el análisis que Pinto hace de las figuras femeninas, provengan de sus alumnos o de su propia mujer. Dramatismo que, además, está sostenido con breves fundidos con intertítulos temporales. De manera tal que la supuesta admiración hacia su despliegue intelectual queda (irónicamente) suspendida en un charco de dudas que inteligentemente Guerín conduce como si fuera un juego. “Somos prisioneros del lenguaje” dice Raffaele y paradójicamente es él quien cae en su propia cárcel verbal ante los reparos que le hacen. Las charlas con alumnas confirman que el lenguaje, del mismo modo que se erige como instrumento de seducción, puede generar su contracara, una red de la que difícilmente se pueda escapar. Al mismo tiempo, asoma un espíritu donjuanesco que se constituye como otro signo juguetón para descontracturar la pesadez de los temas abordados. Pero no todo es filosofía y literatura conversada con pasión. Está la cámara de Guerín que capta cierta idea del transcurrir cotidiano, sin perder de vista que son las imágenes la materia prima de todo cineasta, ese gran explorador, cazador de planos y capaz de enrarecer una simple charla en un café o en un auto a través de reflejos que interceden sobre cualquier ilusión de transparencia. Por otro lado, un segmento medio en el que el profesor recorre aldeas junto con una alumna para interrogar a los lugareños sobre la poesía y poner en escena la riqueza de la oralidad, deviene en una práctica autorrefrencial sobre el documental y su capacidad de registro. Es otra de las capas de la película que se añade a una transparencia que nunca es concebida como definitiva. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
En un aula universitaria de Barcelona, un profesor de unos sesenta años, pelado y panzón, con anteojos y barbita, expone delante de un alumnado compuesto mayormente por mujeres una serie de conceptos relacionados con la poesía de Dante Alighieri, la idea de belleza y el papel de la musa en el arte. Las alumnas escuchan atentas, levantan la mano y comentan, critican, discuten con Dante y con el profesor, pero la relación es desigual y así se plantea desde un principio en La academia de las musas (2015), de José Luis Guerín, sin comentarlo: ¿qué otra cosa es la musa más que una figura femenina inventada por un hombre? ¿Y qué pasa con estas alumnas que rodean al profesor, ya sea para consultarlo o discutirlo acaloradamente, pero siempre zumbando alrededor de las ideas, el programa, las lecturas elegidas por él? Fascinado por la figura de Raffaele Pinto, el filólogo en cuestión, a quien Guerín conoció cuando estaba filmando En la ciudad de Sylvia (2007), el director puso una cámara en el aula donde Pinto dictaba clases sobre La divina comedia y en el transcurso del experimento descubrió que una película estaba tomando forma ante sus ojos. Esta ficción, surgida del registro documental y protagonizada por actores no profesionales, fue finalmente La academia de las musas, a la que Guerín presenta al comienzo de la película como “Una experiencia pedagógica del profesor Raffaele Pinto filmada por José Luis Guerín”. Pero nada es tan simple, y hay una pizca de humor y hasta de maldad en esa idea de pedagogía porque al ver La academia de las musas, una no deja de preguntarse todo el tiempo quién es el que aprende. En principio, por una circunstancia que conforma un extraño anacronismo: a pesar de que las clases versan sobre ideas gestadas desde la antiguedad griega hasta el renacimiento italiano, las alumnas y el profesor no dejan de comentar el sistema de creencias de Dante trasladándolo a la actualidad casi sin contemplaciones. Pero ellas, al mismo tiempo, tienen esa consciencia sobre la desigualdad de género que las lleva a preguntarse por el rol pasivo de las mujeres en esa tradición poética. Y por otra parte, en tensión con esa actitud, no dejan de constituir al profesor en una figura autorizada para todo tipo de consultas sobre situaciones amorosas, calidad de los textos creativos que producen, inquietudes académicas y demás. Entre el psicoanalista y el padre confesor, el varón funciona como el centro alrededor del cual ellas organizan sus experiencias, su escritura y aprendizaje. La película es compleja porque todo está ahí, desplegado y nunca vuelto a reunir en algún tipo de conclusión o toma de partido, dispuesto en imágenes que casi siempre son primeros planos y muchas veces muestran a los personajes detrás de vidrios, ventanas o parabrisas de autos en los que a las caras se superponen otras imágenes, fantasmas, reflejos. Guerín parece entender el material con el que trabaja y el público al que se dirige, por eso en lugar de reflexiones abstractas sobre arte, poesía, musas y sentimientos, lo que ofrece es una ficción en la que un protagonista, casado con una mujer de su misma edad que ya tiene el pelo blanco, se rodea de mujeres más jóvenes y bellas con las que esa esposa establece una amarga competencia. La cuestión, entonces, es cómo circulan ahí, entre esos cuerpos concretos que tienen cierta edad y cierto peso específico según su posición y género, ciertas ideas sobre el amor y la creación que se plantean como universales y se alimentan del prestigio de la tradición, pero también, según adónde caiga el reflejo, pueden dar forma a la vieja y conocida comedia sexual del hombre maduro que se acuesta con chicas más jóvenes mientras conforma a su esposa con la idea de que le dedicará muchos versos.