Los fitzcarraldos argentos La singularidad de este documental dirigido colectivamente por los integrantes del Colectivo Cultural Estrella del Oriente, integrado por Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro, Juan Tata Cedrón, Pedro Roth y Marcelo Céspedes es exponer bajo el artificio del documental las riquezas y contradicciones de todo proceso artístico antes de concretarse la obra en sí. Pero esa sustancia cinematográfica atractiva se nutre de un proyecto mucho más ambicioso en relación a los alcances de su búsqueda y que se remonta a un fuerte debate sobre la conceptualización de lo que es o no una obra de arte por un lado y por otro de la manifiesta crítica a la institucionalización de lo artístico y a la mercantilización de la obra de arte que involucra políticas culturales o en su defecto la falta de criterio en materia de cultura que demuestra signos preocupantes de decadencia en las principales ciudades del mundo. Así como el protagonista de Fitzcarraldo (1982) soñaba con montar una ópera y su perseverancia lo llevó a concretar la imposible empresa de subir un barco por una montaña, los cinco artistas llegan a concretar la utopía del arte al servicio del hombre y de las causas sociales como la migración a partir de la concepción de un proyecto de enorme impacto político que se resume en la idea de transformar al hombre en obra de arte para ser exhibida como tal en los principales museos o exhibiciones. Para ello, el proceso de transformación se resume en diferentes etapas a bordo de un crucero de titanio con forma de ballena, que albergaría a todo aquel migrante que sueñe con su arribo a Europa sin riesgo de deportación por las autoridades y sometido a una transformación espiritual a cargo de curadores y maestros que forman parte de esa metamorfosis casi alquímica y también de la tripulación de esta nave. L as peleas entre los involucrados, el derrotero de su gesta por Europa o sencillamente en las infructuosas charlas telefónicas con una fundación española a la que presentaron la aplicación para una beca como parte de su estrategia contracultural para correr el velo de la hipocresía europea forman parte de los hallazgos de La ballena va llena que para aquellos cinéfilos traerá el recuerdo de los falsos documentales como La era del ñandú de Carlos Sorín y para quienes no sepan sobre la existencia de este modelo de cine simplemente aportará una manera inteligente y creativa de denotar y connotar discursos y pensamientos sin bajadas de línea o declamaciones grandilocuentes.
Y la ballena va… El colectivo de artistas Estrella del Oriente, que viene trabajando desde el año 2007 en distintos proyectos artísticos, concibió en 2009 un proyecto a simple vista inviable para las posibilidades de un grupo artístico con pocos recursos. Este propósito era utópico, genial y hermoso a la vez, y pretendía cambiar el estado del mundo introduciendo una contradicción, una espina en la lógica cultural de la explotación. Para realizar este ideal concibieron un dispositivo de “transmutación de los hombres” en obras artísticas. Este plan se debía al resultado de sus investigaciones. En los países del denominado “Primer Mundo” y en casi todo el mundo hay leyes que protegen de manera notoria a las obras artísticas pero faltan leyes que protejan a la inmigración. De esta manera, Juan Carlos Capurro, Juan Carlos Cedrón, Marcelo Céspedes, Pedro Roth y Daniel Santoro realizaron el bosquejo de un barco en forma de ballena que transforme a los inmigrantes en obras de arte para que los susodichos puedan ingresar a los países vedados. Para realizar este fin, el grupo Estrella del Oriente solicitó una beca a la Fundación Botín de España, una institución patrocinada por el Banco Santander, para la construcción de la embarcación con forma de ballena. Así comienza la aventura de planificar y diseñar la construcción de un museo dentro del barco creando dispositivos estéticos relacionados con obras de diversos artistas, como el famoso mingitorio dadaísta de Marcel Duchamp. La idea del grupo es ridiculizar el sistema inmigratorio del Primer Mundo y cuestionar la irracionalidad de la desprotección a la que son sometidos los inmigrantes. El documental relata el surgimiento y la puesta en práctica de esta idea en reuniones de amigos y colegas y sus consecuencias, con una presentación del proyecto en un museo de Budapest, en Hungría, representando a la Argentina en el Bicentenario, y el “acoso” a los encargados de la Fundación Botín para conseguir la millonaria financiación con el fin de recoger individuos desempleados, descontentos y/ o deseosos de un cambio en sus vidas en los países periféricos para llegar a cualquier destino en los países centrales, aunque convertidos en obras de arte. Con el diseño aprobado y llevado a un astillero para la construcción, el proyecto de la ballena solo necesita de la financiación económica y allí comienzan los problemas, o mejor dicho, la vuelta de tuerca artística que desata las contradicciones y el sinsentido surrealista. La Ballena va Llena nos demuestra que una pequeña idea dadaísta puede introducir una dosis de caos tan extrema como para alterar a los guardianes de las finanzas en este mundo tan opaco, y merece ser analizada, estudiada, para cambiar unas leyes injustas que protegen intereses nacionales mezquinos que se niegan a comprender que todos los seres humanos somos migrantes.
Epopeya artística El colectivo Estrella del Oriente propone su proyecto más ambicioso, quizás el plan artístico más monumental jamás realizado: hacer un barco con forma de ballena que traslade inmigrantes convertidos en obras de arte al viejo continente. Este documental es el registro fílmico de dicha odisea que replantea el concepto de arte. Los muchachos (Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro, Juan "Tata" Cedrón, Pedro Roth y Marcelo Céspedes) se juntan en un café para debatir ideas acerca de la renovación que necesita el arte. El arte contemporáneo implica evidenciar el proceso de transformación y la experimentación con el cuerpo para realizar una obra de arte. La obra está en el proceso y no en el producto terminado. Por tales motivos el documental tiene la forma de un Making Off, mostrando a los camarógrafos y sonidistas en más de una oportunidad. La nave como ellos la llaman, albergaría personas del Tercer Mundo que quieren ir Europa en busca de trabajo y no les permiten el ingreso por su condición. Sin embargo y paradójicamente, los museos del viejo continente albergan obras de arte de todo el mundo. El barco ballena solucionaría dos problemas: lograría la movilidad de ciudadanos de países emergentes en busca de un mejor futuro, y brindaría obras de arte contemporáneo a los museos más reconocidos. El “gran” problema es la financiación del proyecto. La construcción de la nave costaría algo así como unos 300 millones de euros, una cifra similar al último salvataje del banco mundial para amortiguar la crisis financiera, dice uno de los auspiciantes interesados. La hipocrecía de los grandes referentes de arte del mundo se muestra en el interés en el proyecto pero en su negativa a materializarlo. Y no tanto por su elevado costo, sino por los problemas sociales que pone de manifiesto. Ahí entran en escena los cuatro locos (uno de los cinco integrantes del grupo se baja a mitad de camino) llevando la propuesta a los epicentros artísticos de Europa y haciendo presentaciones que provocan risas. En las conversaciones telefónicas, que recuerdan al doctor Tangalanga, está lo mejor del film que sabe tomarse irónicamente todo el asunto. La Ballena va llena (2014) (la película no el proyecto) termina siendo la obra de arte contemporánea en sí misma. Mostrando el proceso, las contradicciones y la mutación de la realización de la obra artística. Y más allá del resultado, pone la discusión artística en primer plano, incomodando como cualquier otra reflexión artística contemporánea.
Los inmigrantes como una obra de arte La propuesta del colectivo artístico Estrella del Oriente se traduce en un film que es una invitación a dejarse llevar por el juego y el delirio controlado: un grupo de artistas que busca saltar las fronteras construyendo una ballena-transatlántico. No hay forma de no ver, en La ballena va llena, la continuación de una saga iniciada con la extraordinaria Pulqui, un instante en la patria de la felicidad, que hace siete años tuvo menos repercusión de la que merecía. Allí, Daniel Santoro, maestro del arte argentino contemporáneo, se proponía reconstruir a escala el Pulqui, avión peronista de los ’50. Aquí Santoro no mira ya hacia atrás, pero vuelve a intentar fabricar un artefacto que materialice sueños. Sueños imposibles, claro, qué gracia tendrían si no. Santoro integra desde 2009 el colectivo artístico Estrella del Oriente, que completan el cineasta Marcelo Céspedes, los artistas plásticos Pedro Roth y Juan Carlos Capurro, un insospechado Tata Cedrón y, hasta su fallecimiento, el legendario musicólogo Nano Herrera. En lugar de avión hay ahora un barco, a construirse en escala 1 a 1, con la misión de “meter” en Europa y EE.UU. miles de inmigrantes. Inmigrantes que bajen a puerto convertidos en obra de arte. El razonamiento es sencillo y Capurro lo formula en cámara: los países ricos aceptan inmigrantes a regañadientes, pero no tienen reparos al auspiciar proyectos artísticos. La revista digital estrelladeloriente.com había desarrollado la idea de un barco que, dado el carácter mítico del más grande mamífero, tendrá forma de ballena. Con las dimensiones de un transatlántico, La Ballena llevará en su vientre millares de pasajeros en busca de una vida mejor, “levantados” desde las provincias argentinas hasta las zonas más pobres de Asia y Africa. Ingresan como personas, salen convertidos en obra de arte. ¿Cómo? Atravesando una “zona de pasaje” en la parte superior, entendiendo pasaje no en sentido turístico, sino mítico-hermético. Para poder “ser” arte, esa zona será una reproducción agigantada del Mingitorio de Duchamp. Primera ocasión en la historia en que lo meramente utilitario cobró dimensión artística. Allí se celebrará un ritual, del que los desheredados de la tierra saldrán hechos obra. Basta que aparezca una beca ofrecida por la fundación española Botín (créase o no, existe) para que estos quijotes levanten el teléfono y gestionen una subvención para el proyecto. ¿Costo estimado? Trescientos millones de euros. Trescientos millones se llamaba una obra de teatro de Roberto Arlt y hay algo o mucho de arltiano en estos conspiradores nacional-duchampianos, en busca de fabricar sus propias medias antirrasguido. Como en Pulqui, todo es un juego y de allí que, al tiempo que inventa un nuevo género (la performance fílmica-artística en forma de largometraje), La ballena sea la comedia más inteligente y desternillante que el cine argentino haya dado después del inmenso Carlos Schlieper (1902/1957). Inteligente, porque se sabe política. Desternillante, porque el juego secuestra en su delirio controlado al espectador, convirtiéndolo en séptimo a la mesa en las reuniones que un grupo de conjurados celebra en el Café Lorea. En esas reuniones lo disparatado se toma tan en serio que Céspedes, único capaz de filmarlas, “abandona” el proyecto en cámara, por considerar que sus compañeros de mesa vuelan en medio de una nube de... citas que van de Kafka a Sófocles y de Sófocles a Paolo Conte, Baruch Spinoza, Hegel y, cómo no, Marx, arman una red de sentidos cuyo tejido queda en manos del espectador. De allí el carácter de obra maestra, que jamás presume de tal y se entrega a un humor keatoniano, hierático y dadaísta. No por nada La ballena... se cierra con el Tata cantando una conmovedora, hondísima versión de “Lejos”, que lleva letra del extrañadísimo Federico Peralta Ramos, Gran Maestre de la Orden del Dadaísmo Criollo.
Por amor al arte Integrado por los artistas plásticos Juan Carlos Capurro, Pedro Roth y Daniel Santoro, el músico Juan Carlos "Tata" Cedrón, el cineasta Marcelo Céspedes y el periodista -hoy fallecido- Nano Herrera, el Círculo Social Artístico Deportivo y Cultural Estrella del Oriente viene trabajando desde 2007 en indagaciones en torno al mundo del arte. En este caso, el grupo intenta desarrollar un curioso y provocador proyecto: un barco gigante con forma de ballena que podría trasladar a cientos de voluntarios de distintos países del Tercer Mundo hasta prestigiosos museos de los naciones más poderosas. Para financiarlo intentan conseguir el apoyo de una institución europea que no parece especialmente interesada. El grupo cumple con los requisitos necesarios para participar por los fondos, pero nunca recibe una respuesta formal. Y cuando empieza a buscarla con denuedo se desata la parte más divertida de la historia, una comedia de enredos telefónicos que de algún modo simboliza esa actitud que pendula entre el paternalismo y la arbitariedad, que es casi moneda corriente en el universo de los benefactores del arte. Con humor y constancia, los integrantes de Estrella de Oriente pugnan por ensanchar las fronteras de lo que comúnmente se entiende por obra artística y de paso reflexionan y hacen entrar por la ventana a la política, telón de fondo de todo el asunto.
El arca del arte A través de un proyecto casi inconcebible por su ambiciosa connotación, La ballena va llena narra las vicisitudes de un grupo de artistas que no permiten que nada ni nadie –ninguna crisis ni impedimento– les arrebate un sueño loco y aparentemente irrealizable. El colectivo de artistas Estrella del Oriente, integrado por reconocidos nombres –Juan “Tata” Cedrón, Marcelo Céspedes, Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro y Pedro Roth, los realizadores del film–, están en principio persuadidos de que el concepto y el alcance de lo que normalmente se define como obra de arte se puede ampliar y redefinir. En la concepción de un proyecto de enorme envergadura artística que se mixtura con un intento solidario de una magnitud semejante, el film combina documental con situaciones recreadas ficcionalmente al narrar la excéntrica pretensión de un grupo incondicionalmente creativo. Ellos advierten que en Europa las leyes destinan importantes sumas de dinero a las obras de arte; entonces sostienen con legitimidad que se podría convertir a los migrantes en algo equivalente, para que no sean perseguidos ni deportados. Para lograr ese objetivo se proyecta la construcción de una suerte de crucero en forma de ballena que los contendría a la vez que sería la meca del arte mundial. Con casi imperceptible ironía y picardía y una gran perseverancia conceptual, el film analiza los sinuosos destinos de fondos y becas, entre la realidad y una virtuosa y reconfortante irrealidad.
Viñetas de un simpático proyecto Las inquietudes que profesan los miembros del Círculo Social, Artístico, Deportivo y Cultural Estrella del Oriente son muy loables. Reunidos en una mesa de café (un café de los de antes, no cualquier cosa), ellos elucubran con feliz entusiasmo (salvo uno) un proyecto que permita crear un concepto artístico simultáneamente útil a la sociedad, a los museos europeos, y a los pobres del mundo, que esta vez se pondrán de pie en un viaje transatlántico. Entre algunas de las muchas apoyaturas teóricas que elucubran los miembros del Estrella del Oriente, podemos anotar el mito mediterráneo de la ballena portadora de profetas, carpinteros y muñecos de madera, el principio de las dosis homeopáticas oportunamente expuesto por el coctor Samuel Hahnemann, el concepto extendido de la obra de arte, proclamado por Marcel Duchamp (que, dicho sea de paso, allá por 1918 vivió en un conventillo de calle Alsina al 1700, según consta en placa todavía libre de ladrones), y la provocadora exposición "La familia obrera", de Oscar Bony en el Di Tella, temporada 1968. Dicha obra consistía simplemente en una tarima sobre la cual pasaban el rato un señor con su señora e hijo, mientras el público pasaba frente a ellos y se agachaba a leer la siguiente nota explicativa: "Luis Ricardo Rodríguez, matricero de profesión, percibe el doble de lo que gana en su oficio por permanecer en exhibición con su mujer y su hijo durante la muestra". Pues bien, los miembros del Estrella planean crear un enorme barco con forma de ballena (hasta piden el asesoramiento de un ingeniero naval), lanzarlo a los mares, recorrer los puertos, cargarlo de pobres, y descargarlos en Europa, convertidos en piezas artísticas móviles, o vivientes, o como quiera llamárseles, según sea el museo o la fundación que los acoja. No se trata de simples inmigrantes. Esto es arte. Y chantada nacional. Por ahora, y mientras espera el aporte de diversos organismos como la Fundación Marcelino Botin (que existe de veras y debe tener una santa paciencia), el proyecto ha fecundado en una linda exposición, con la maqueta y los planos del barco-ballena, que se exhibió en el C.C. Recoleta durante el Bafici, y es una lástima que no se exhiba junto al estreno de la película. La misma se apoya en la simpatía del artista plástico Daniel Santoro y otros artistas y pensadores nacionales, el entusiasmo y los conocimientos que demuestran haciéndose los serios, la gracia de algunas escenas (la mejor, la del especialista de un museo neoyorquino que se toma la broma en serio), y la experiencia previa de otra película con Santoro a la cabeza, "Pulqui, un instante en la patria de la felicidad", que era más linda, quizá porque tenía menos charlas de café. Igual se aprecia. Hay hallazgos inesperados, como el fragmento de unos nativos de Nueva Guinea cantando como suizos, y otros menos felices. No predispone bien escuchar con pantalla en negro todo el cuento de Kafka "Ante la ley" cuando ya se lo escuchó en la voz de Orson Welles frente a las ilustraciones de Alexeieff en "El proceso", pero la ficha cae cuando más adelante alguien comenta sobre los norafricanos que impiden el paso a Europa de los subsaharianos, como fieros porteros de la ley que impiden cruzar la puerta del paraíso. Así las cosas.
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Películas que parecen no serlo Una extraña particularidad recorre todo el metraje de La ballena va llena: la sensación de que esa película no puede ser aquello que dice ser. Hay allí, en el secreto trabajo de esta suerte de logia artística, la intención subversiva de pretender hacer arte para transformar la vida de las personas, utilizando las actuales condiciones de producción y circulación de la obra. Estas están basadas en un modelo económico dominado por la (re)organización financiera de las relaciones globales, que son aquellas que someten a las mayorías mundiales a condiciones de pobreza y marginalidad. Como si fuera una paradoja, circula la idea de utilizar las mismas fuerzas que promueven la concentración del capital y la desigualdad, a partir de los recursos que estos circuitos financieros derivan en su caritativa función de mecenas al arte, para reparar aquel daño que ellos mismos promueven. Claro que esto es solamente posible en una película de ficción. O no es posible. O no es una ficción. He ahí uno de los valores principales de La ballena va llena: sostener un espacio de duda permanente y permitir entonces innumerables líneas de sentido. La anécdota va apareciendo en medio de una serie de escenas por momentos solemnes, por momentos desopilantes. Como en una epifanía, el grupo de artistas que conforman el colectivo “La estrella de Oriente” descubren que si las personas fueran exhibidas como obras de arte, podrían generar una corriente migratoria desde países pobres hacia los países centrales, pasarían a ser estar incluidos en un régimen legal que les permitiría ingresar a países ricos, a los cuales no pueden llegar por las leyes migratorias que lo impiden. Un pobre en una barcaza a la deriva es un inmigrante ilegal. Si es llevado como parte de un proyecto artístico (convertido él mismo en una obra de arte), sería comprendido por un marco legal, leyes de intercambio, protecciones impositivas e incluso se podría conseguir financiación para que ese proyecto artístico viaje por el mundo y además cobre por hacerlo. La película comienza con la discusión teórica entre los artistas a propósito de la pertinencia de transformar a una persona de sujeto en objeto, de individuo en obra de arte. ¿Qué dispositivo requiere, qué conjunto de operaciones teóricas, cuáles procesos de exhibición y cuáles mecanismos de consumo? En un segundo momento, consolidado el proyecto artístico, el grupo se aboca a la obtención de los recursos necesarios para llevarlo a cabo. Esta tarea ocupará gran parte del resto del metraje de la película. Lo central, claro está, es desentramar lo que se debate al interior de esta notable película. Se advierte un planteo crítico a propósito del modo en que el sistema de financiamiento de las obras ha establecido una relación casi perversa entre el artista y los grupos patrocinantes. Proyectos, modo de aplicación a becas, decisores, financistas, todos participan de un entramado que no se discute, que está dado y sólo puede ser tomado o dejado. Procedimientos, terminología, circulación financiera, actores económicos, todo ello constituye en el presente la centralidad de las condiciones de posibilidad del arte. La ballena va llena juega con ironía a develar esta realidad material. Las notables conversaciones telefónicas que sostiene Pedro Roth ponen en jaque el lenguaje oficial del arte en el presente: de qué hablar, cómo hablar, cuándo hablar, con quién hablar. Porque uno de los temas claves del arte en el presente es analizar el proceso de producción, circulación, exhibición y consumo de la obra. Asoman además las tensiones sobre el lugar del artista, las pretensiones de vanguardia y el espacio social en el que se (auto)inscribe. De este modo hay una reflexión en la misma obra (la película) sobre la propia obra (el proyecto artístico) que supera el texto dicho por los participantes. ¿Es acaso la película la obra que se proponen hacer los artistas o es una película sobre la obra que funciona como reflexión sobre el arte? Finalmente, para no agregar planos de análisis, hay sin dudas un trabajo sobre el cine, la puesta en escena, el artista convertido en un objeto y lo que se puede y no filmar. La construcción de las escenas no es simplista, sino una deliberada manera de poner en cuestión el estatuto presente de los debates y del cine mismo. Toda la construcción permite sostener en el espectador la duda legítima entre la mirada documental y la desaforada falsedad. Cada discusión, cada plano, cada llamada telefónica, enmarcada en esta duda inevitable, permite ironizar sobre los temas, los actores, pero también sobre ciertas verdades supuestas del modo de representación cinematográfico. Pero La ballena va llena nos interroga finalmente sobre aquellas personas ausentes en el plano, las dichas, las supuestas, las negadas. Aquellas cientos de millones que no navegarán como piezas de arte hacia los mejores museos del mundo, mantenidos por extasiados financistas de los países centrales, sino que seguirán muriendo en sus lugares por causas evitables, o en el mejor de los casos, llegando a las costas europeas en barcazas destruidas para ser explotados en su destino glorioso. Y muchos artistas consagrados, probablemente, seguirán brindando con los mecenas cada vez que consigan una beca interesante.
Muchos diálogos y poco cine Hay un momento en La ballena va llena, cuando va aproximadamente media hora de película, donde se registra una conversación en un café entre un grupo de personas, en el que la charla gira alrededor de categorías como la obra de arte, la museización, la inmigración e incluso la persona como potencial obra de arte, que dura unos ocho minutos. Hay otro donde se registra una conversación telefónica que dura alrededor de quince minutos. Y hay varias conversaciones de café y charlas telefónicas en este documental, lo cual en sí no significa algo malo: muchísimas grandes obras cinematográficas -también en el género documental- se han cimentado a partir de escenas similares. Pero claro, para eso tiene que haber un lenguaje emparentado con el cine que respalde estos momentos, lo cual debe nacer de un trabajo aceitado en la puesta en escena y el montaje con las variables espacio-temporales y los cuerpos que las habitan. Si eso no hace acto de presencia, lo que tenemos es simplemente a gente charlando mientras toma un café o realizando llamadas telefónicas. Lamentablemente, esto último es lo que sucede en la película. Las intenciones por parte de Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro, Pedro Roth, Tata Cedrón y Marcelo Céspedes, realizadores de La ballena va llena, son bastante claras e implican una apuesta riesgosa: contar el proceso por el cual el colectivo de artistas Estrella del Oriente, preocupado tanto por extender el concepto de la obra de arte y contribuir a encontrar una salida a los múltiples problemas que atraviesan los migrantes en el llamado “Primer Mundo”, busca llevar a cabo una idea que fusione ambos propósitos. Esta consiste en convertir a los migrantes en obras de arte, que están muy protegidas por las leyes de los países más poderosos. El vehículo para hacerlo sería un gran barco, al cual llamarían “La Ballena”, que sería una especie de gran máquina destinada a transformar a los migrantes que transportará al Primer Mundo en obras artísticas. Aunque hay un problema: para construir el barco se necesita dinero, con lo que el colectivo de artistas deberá atravesar un complicado laberinto de fundaciones, museos e instituciones para concretar su proyecto. En todo esto que se narra hay un tono paródico sobre las instituciones artísticas y sus procesos burocráticos, casi eternos y capaces de vencer hasta a los espíritus más insistentes. Pero no hay una mirada a fondo sobre cómo se piensa lo artístico desde los países “centrales” y cómo colisiona esa visión con la planteada por los de la “periferia”, ni tampoco sobre la migración, básicamente porque el dispositivo cinematográfico no potencia a través de la imagen o el sonido el discurso hablado por las diferentes personalidades que van circulando. Es cierto que pasada su primera mitad, La ballena va llena amaga con brindarle un rostro a la migración, o más bien a los migrantes, a las personas en busca de un nuevo hogar, abriendo el debate sobre cómo puede hacerse para que las personas adquieran un estatus artístico sin perder su calidad e identidad individual. Y es ahí donde alcanza sus mejores momentos, pero se queda ahí, en el amague, con lo que en cierto modo termina compartiendo defectos con otros dos documentales estrenados este año: Cómo llegar a Piedra Buena tomaba como centro a un barrio, a cuyos habitantes les negaba la posibilidad de expresarse; y Mujeres con pelotas hablaba un montón sobre el fútbol femenino, pero nunca lo mostraba en su plenitud; La ballena va llena tiene como premisa el arte y la migración, pero en muy pocas ocasiones les da voz y cuerpo a través del cine.
Recuerdo una definición sobre obra de arte que indicaba que una obra artística como tal es aquella que deja en el individuo alguna sensación luego de verla, aun transcurrido un lapso prolongado de tiempo. En el caso de "La ballena va llena" (Argentina, 2013) del colectivo Estrella del Oriente, esta definición se aplica y ajusta operando de una doble manera, ya que si bien el filme es parte de otro objeto artístico (la ballena que transformará a migrantes en objetos de arte), su sola existencia la afirma como la voluntad de algo que nunca será. En la difícil tarea de recaudar fondos para concretar y materializar el proyecto, con alguna intención ingenua de parte de algunos de los integrantes del colectivo y hasta alguna baja en el camino, se va presentando un discurso sobre la imposibilidad de concretar los deseos y anhelos de los protagonistas. El proyecto de la ballena, un enorme crucero con la forma del inmenso animal, tiene en su idea germinal la posibilidad de, a través de un mecanismo de exposición a una gigantesca réplica del migitorio de Duchamp, la transformación de sujetos en objetos de arte que luego serían colocados en países del primer mundo. Es decir que mientras en países dominantes se expulsa a los inmigrantes y cada día aumenta más la xenofobia, con este mecanismo de "transformación", esos sujetos (antes migrantes) podrían ingresar a esos países en forma de mercancía artística. En lo arriesgado de la idea y en la defensa exacerbada del proyecto, que llevó al grupo hasta lugares inimaginados en la difícil tarea de conseguir fondos, es en donde "La Ballena..." muestra su verdadero potencial y verosímil. El grupo intenta validar la narración con imágenes de especialistas hablando de la posibilidad o no de viabilidad del proyecto, pero es cuando no muestran a los personajes cuando más aciertan. Una tal Begonia de una Fundacion española con la que intentaran contactarse en repetidas oportunidades (a veces con suerte y otras no) resume la principal característica de un filme testigo sobre la lucha por concretar los sueños a pesar de los obstáculos que en el camino se presenten. Los miembros del grupo (Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro, Pedro Roth, Juan Cedrón y Marcelo Céspedes) son carismáticos y potencian la linealidad del no relato hasta límites insospechados. Ya no importa si la Ballena finalmente se construye, y si la narración posee baches y saltos de eje y hasta cierto artificio en la puesta en escena, la sola expectación de aquellos impedimentos y la presentación de cada una de las personalidades de los artistas, construyen un relato testigo de algo que en celuloide terminara afirmándose como una obra de arte sin su correlato material. Arriesgada pero fructífera propuesta.
Recuerdo claramente cuando ví este documental en el último BAFICI. Me reí mucho, como pocas veces y terminé aplaudiendo a rabiar al terminar la función. Es más, al salir, estuve en la sala donde estaba el material y las maquetas que el Colectivo Artístico Estrella del Oriente y continué con una amplia sonrisa, leyendo las especificaciones del proyecto en cuestión. ¿Qué es "La ballena va llena"? Difícil de definir. Si vas a la sinopsis de la película, te dirá que es el registro del proceso que realiza un grupo de intelectuales y artistas que proponen crear una embarcación para transportar al Primer Mundo a quienes no logran ingresar en ese territorio. ¿La forma? Mutados en "obras de arte vivientes". La única manera que parece que los europeos aceptan algo que no provenga de su comunidad. Pero entonces... Hay en ellos una intencionalidad de fusionar arte y denuncia social? Si! Por supuesto! Gran idea, temeraria y absolutamente lógica (si, escuchen los planteos y terminarán aceptando la validez de sus preceptos). La cuestión es, cómo obtener los fondos para armar la nave (con forma de ballena) que transportará a los individuos hacia su destino final, como objetos en los más cotizados museos del mundo. Lo que verán en esta cinta, es la génesis del proyecto y la búsqueda de financiamiento para concretar el barco y cumplimentar su idea. Ahora, claro, la siguiente pregunta es... ¿Cuántos costaría ponerla en el mar, lista para realizar esos viajes? Mucho, pero mucho dinero ¿no?. Millones de euros. ¿Y quiénes financiarían semejante empresa? Ahí está la cuestión: habrá que encontrar entidades de bien público y fundaciones europeas que se hagan cargo de tamaño costo, sin casi contrapartida "real", más que la promesa de recibir en su tierra a tercemundistas dispuestos a integrarse a espacios de cultura como si fueran obras de arte. Delirante. O no. Quien sabe. Daniel Santoro, Juan Capurro, Tata Cedrón, Marcelo Céspedes y Pedro Roth, como cabezas del Colectivo, deslumbran con sus planteos y debates teóricos a cada momento, pero lo más jugoso es la manera en que explican a los posibles aportantes, colegas y público en general (aquí y en exhibiciones en el Viejo Continente), los principios de su idea...y el costo de llevarla a cabo. Las charlas telefónicas para conseguir fondos son... increíbles. Seguramente debe ser el más entretenido y simpático documental del año. No se dejen amedrentar por el nombre o lo extraño que parezca la información que lean sobre él. Debe ser el mejor estreno de la semana y sí, es una cinta documental.
Un documental sobre cómo no sucedió algo, una idea disparatada para aniquilar la pobreza y salvar el arte, utópico proyecto absurdo de cinco artistas en estado de comediantes geniales, que en realidad -como todas las bromas- va en serio. El film desnuda además las miserias burocráticas del negocio que rodea a la creación y, por qué no, los discursos falsos de muchos artistas con ínfulas. ¿Ficción o realidad? Ahí están Daniel Santoro, el Tata Cedrón, Juan Capurro, Pedro Roth y Marcelo Céspedes discutiendo la posibilidad de “la Ballena”: una embarcación que se llenaría con miles de pobres a quienes luego habrían de transformar en obras de arte para renovar los museos (y sí, tiene algo de la “modesta proposición” de Johnathan Swift, por qué no). Hay diseños, hay discusiones, y hay también búsqueda de apoyos oficiosos u oficiales para hacer realidad la utopía estética del grupo Estrella del Oriente, estos buenos muchachos. Una película que demuestra que el espectáculo es lupa de la realidad y no velo que la oculta.