Cuida bien al niño Los primeros seis años de vida son decisivos debido a que es la etapa de mayor aprendizaje. Es en este período cuando se forma la personalidad del individuo, que lo guiará el resto de su vida. Eduardo de la Serna sigue a dos niñas durante el último año de este proceso y entrega un registro valioso que deja entrever más de una realidad. Gabi y More son dos nenas a punto de comenzar primer grado. Mientras una vive en un pueblo de San Juan, la otra es de la ciudad de Buenos Aires. Desde el inicio del documental, De la Serna deja en claro que la cinta estará atravesada por el contraste en la vida de las dos criaturas. Los ejemplos son muchos y no vale la pena develar ninguno. El director de Reconstruyendo a Cyrano (2014) se enfrentó a una titánica tarea y, si bien a priori pareciera que se limitó a registrar lo que sucedía delante de su lente, está claro que se trata de un trabajo concienzudo. Su mayor virtud reside en haber alcanzado una invisibilidad que se manifiesta en la naturalidad con la que chicos, maestros y familiares se desenvuelven frente a una cámara. Por supuesto hay excepciones como la directora de la escuela de San Juan que en el acto de inicio del año escolar da un discurso fuera de tono ante un auditorio de menos de diez niños. Dejando de lado este exabrupto, que rompe un poco con el tono del documental, La inocencia (2015) además de mostrar un fuerte contraste económico apunta también hacia el sistema educativo y expone sus fallas. De la Serna no ahorra en minutos y a través de una edición evidente elige ciertos momentos en la vida escolar de las niñas para que las diferencias salten a la vista de los espectadores de una manera violenta. Hacia el final del documental se le podrá criticar una secuencia en cámara lenta con un piano de fondo innecesario que interrumpe el tono conseguido hasta el momento. De todas formas, esto no altera el resultado final. La inocencia es un documental preciso y aborda diferentes temas desde la naturalidad y la inocencia, valga la redundancia, de los niños. Y expone cómo muchas veces los adultos ponen sobre los hombros de los chicos problemas que ellos ven de otra forma y los solucionan, aunque parezca ingenuo, con unas disculpas y un abrazo.
El mundo de los niños. La Inocencia, galardonada como el mejor proyecto “work in progress” del Festival UNASUR 2013, es un documental que propone una mirada sobre los mundos contrapuestos que confluyen. Por un lado tenemos dos historias sobre una de las etapas más importantes en la construcción de los sujetos sociales a través del comienzo de la formación escolar. En ese mismo proceso, el film busca documentar la mirada del mundo de dos niñas de seis años, Morena Jaramillo y Gabi Oviedo, que viven en contextos absolutamente diferentes. La primera en un pueblo de la provincia de San Juan y la segunda en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ambas cuestiones son analizadas por una cámara que nos ofrece dos mundos distintos con sus miradas tamizadas por la inocencia de las niñas, que comienzan su proceso de alfabetización y de compresión del mundo adulto. Las diferencias sociales se manifiestan en los estímulos que recibe cada una. Gabi vive en un ambiente humilde, acude a una escuela rural en un paraje y juega con lo que encuentra, mientras que Morena acude a una escuela privada de la capital de la Argentina y recibe una educación más compleja acorde a las necesidades de formación de nuestra cambiante realidad. De esta manera, las situaciones de ambas niñas dan cuenta de dos realidades diametralmente opuestas dentro de un mismo territorio nacional. Ambos mundos se integran así en La Inocencia como dos facetas de las contradicciones que alimentan los problemas sociales que afronta nuestro país. El documental de Eduardo de la Serna divide el film en doce partes que comprenden los meses del calendario. En cada uno de esos meses el realizador indaga en las vidas de las pequeñas, en su proceso de socialización, adaptación y crecimiento dentro y fuera de la escuela para ofrecer un panorama completo de todo el año lectivo. La educación, el juego, la socialización con los nuevos compañeros y la vida familiar se despliegan como una extrañeza que de a poco se va convirtiendo en una cotidianeidad que se impone en el aprendizaje de las reglas y los conocimientos de ambos procesos pedagógicos. La mirada sobre la niñez -desde una observación participante- introduce la cámara en las situaciones cotidianas y logra construir una atmósfera de intimidad con las protagonistas. La película capta la inocencia como un concepto en sus manifestaciones más sinceras, a través de una visión materialista que propone una nueva idea sobre los procesos de aprendizaje de nuestro país y sus paradojas. De la Serna desarrolla desde esta perspectiva una interesante aproximación a la niñez en la que se destacan la simpleza y la calidez de la música de Franco Antognini. Abordada desde la frescura, la sensibilidad y la candidez de todos los niños, la infancia surge en la pantalla no solo como la etapa más importante de la vida sino como el período en el que el mundo es reconstruido por la mirada inocente.
Gabi y Morena son parecidas, ambas tienen 6 años, son argentinas y van a iniciar el año lectivo en primer grado. Las similitudes terminan allí. Gabi vive en La Ciénaga, San Juan y Morena en Capital Federal, una va a una escuela rural, la otra a una escuela privada. El documental de Eduardo de la Serna, nos coloca sin rodeos en el medio de la vida de las niñas con una cámara intrusa que se pone -literalmente- a la altura de los personajes que busca retratar. Como una mosca en la pared observamos a estas dos nenas enfrentar las ansiedades del inicio de su educación formal y su desarrollo social. Uno de los aciertos del film es no explicar nada, no hay cabezas parlantes, ni títulos que nos informen, sólo los meses que van pasando -de febrero a diciembre- en la vida de Gabi y Morena. Tiernas e incómodas por igual, son las escenas las que nos van informando acerca de las intenciones ideológicas del film. “La Inocencia” es mucho más que un documental de contrastes, su profundidad está cimentada en lo que muestra y como lo muestra: sin alteraciones y con cruda belleza. Y cuando el universo de sus protagonistas toma el escenario central del film, el espectador se siente interpelado sobre la educación tanto formal, como familiar. Así, los contextos y las oportunidades en una sociedad que busca hacernos creer que somos todos iguales quedan expuestos de manera clara. Quien busque razones para desmontar conceptos perversos como la -tan de moda- meritocracia encontrará en “La Inocencia” el mejor argumento, sin sermones, sin vueltas, ni maniqueísmos, simplemente dejando la cámara enfocar en lo que importa.
Corazón de tiza. Son evidentes las aristas que atraviesan el universo de La inocencia (2013), propuesta documental de Eduardo De La Serna que toma como punto de partida una idea acabada de la desigualdad social a través de la inequidad en el acceso a la educación.
EL PRIMER AÑO EN LA ESCUELA Eduardo de La Serna es sin dudas un director sensible. Es que su largo documental toma el primer año de la escuela primaria de dos nenas. Una que va a un colegio de capital, la otra a una escuela rural de San Juan. Y esta la mirada del realizador para captar detalles, juegos, angustias, miedos, descubrimientos, aprendizajes, entornos, fiestas escolares. Todo un mundo tan distinto y tan similar para estas dos chiquitas de seis años. La madre de una, el padre de la otra. La hija única, la que tiene hermanos. Para los ojos de ellas todo es maravilla y desmesura, encanto y emoción. Un verdadero hallazgo de observación y paciencia. Un deleite.
El documental de Eduardo de la Serna nos adentra en la vida escolar de dos nenas en primer grado. Mientras una vive en Capital, la otra en un pueblo de San Juan. A través del seguimiento, la película va dejando en evidencia similitudes y sobre todo diferencias entre ambas vidas. El recurso principal de la película es la del registro. El realizador observa, sigue a estas niñas en sus horas escolares, en los conflictos con sus compañeros, con las tareas, y esto, además de no apelar ni a testimonios ni leyendas (excepto una que va indicando los doce meses del año, las doce partes en las que se divide el documental), hace que la narración fluya de manera muy natural. Por suerte contó con el hecho de que los niños se dejaron ser frente a las cámaras a tal punto de sentir que éstas no están. Mientras Gabi va a una escuela rural, Morena asiste a una privada. Gabi come y se lleva lo que queda de la merienda que la escuela le ofrece a su casa; en la escuela de Morena se pelean y hasta juegan con las galletitas. Ambas aprenden a leer, matemáticas…, pero sólo Morena tiene clases de inglés, y además va al psicólogo. Si bien la idea principal de la película puede resultar demasiado evidente, subrayada, el film se destaca por estar narrado de manera sutil, sin artificios, como mencionaba anteriormente. El trabajo principal que tuvo De la Serna parece ser el de elegir qué mostrar de todas esas incontables horas que una nena pasa en la escuela a lo largo del año, es en la edición donde el realizador se hace visible. En general, somos testigos del mundo íntimo que rodea a estas niñas, no sólo a nivel social, sino educativo. Es muy efectivo el retrato que se pinta de la educación, aunque las cámaras las sigan dentro y fuera de la escuela, porque quizás hoy ya no recordamos cómo fue ese primer grado en la escuela. Esa importante etapa donde uno comienza de a poco ser más consciente del mundo que lo rodea pero todavía desde una perspectiva inocentemente intacta. A la larga, La inocencia es una pequeña película que vale la pena ser visionada porque expone de manera poco obvia pero evidente el hecho de que no somos todos iguales ante la sociedad, aunque a veces las inquietudes que nos muevan sean las mismas (“¿por qué llueve?”, se preguntan ambas en medio de ese mundo que comienzan a construirse).
El juego de las diferencias. La mayor inocencia de La inocencia es llamarse como se llama, teniendo por protagonistas a dos niñas de seis años. Un chico que llora para llamar la atención, algunos otros que juegan a pegarse, uno que inventa mentiras, celos a la hora de elegir al mejor compañero y ciertas intrigas femeninas no bastaron para modificar el título de este documental dirigido por Eduardo de la Serna, uno de los tres realizadores de El ambulante. Seguramente no es casualidad que aquel otro documental de 2009 hiciera foco en un niño grande, un hombre casi septuagenario que recorría pueblos perdidos invitando a los vecinos a filmar películas caseras, mientras dormía de prestado en edificios públicos. En este caso, De la Serna opta por comparar las infancias de una niña urbana y una del interior provinciano a lo largo de un año, haciendo hincapié en la escolaridad de ambas. Aunque toda comparación suele llevar a una conclusión, en este caso no es así en lo más mínimo, ya que el realizador se cuida muy bien de no imprimir una dirección de sentido a ese paralelismo, dejando que las paralelas corran solas. Morena es morocha y de ojos tan grandes como el cliché suele atribuirles a los chicos. Gaby no. Morena vive junto a su mamá en un departamento y no hay rastros del padre, más allá de una mención durante una reunión con una psicóloga, en la que queda claro que a ella no le resulta fácil elaborar su ausencia. ¿Quiere decir acaso que el padre falleció, que se fue lejos? Se supone que si se tratara de una simple separación el padre debería aparecer a lo largo de ese año. A menos que haya sido muy traumática. Documental de observación que lleva sus postulados de no intervención al límite, La inocencia deja este hiato gigante tal como está: intocado. Gaby vive junto a sus padres en una humildísima casita de material, en un paraje curiosamente llamado La Ciénaga, en la localidad de Jáchal, en San Juan. Cursa primer grado en una escuela rural en la que son media docena de alumnos en total, con una única maestra para todos, en una única aula, por lo que puede verse. Como es de imaginar, aprender a leer y escribir se le hará más fácil a Morena que a Gaby, producto de una mayor estimulación del ambiente y de la escuela misma. La política de observación adoptada por De la Serna es extrema, poniendo incluso en riesgo el factor comunicación. El realizador aplica un formato por el cual sigue alternativamente a ambas niñas de mes en mes, desde el comienzo del año lectivo, en febrero, hasta su finalización en noviembre. No hay otro eje, estructural, organizativo o temático, más allá de ese. Como tampoco hay un punto de vista que se desprenda del film. Queda a cargo de cada espectador hacer su propio recorrido a través del film. En tren de impresiones personales, al cronista lo tocaron distintas formas de autismo institucional, que aparecen en la película como obvio reflejo de una realidad exterior. Durante un recreo en el colegio privado de clase media al que asiste Morena, un chico se escuda detrás de una maestra, como si ésta fuera un objeto, mientras otro chico lo busca, dando vueltas alrededor del objeto-maestra. Esta mira a lo lejos, como sin registrar a ninguno de los dos, aturdida tal vez por algo que no puede controlar. Luego se quejará del “caos absoluto” que fue el recreo. Tanto las maestras como la directora tratan a los chicos de primer grado de usted. Un trato absolutamente artificioso, ostensiblemente falso. Durante la celebración del Día de la Independencia en la escuelita sanjuanina, la directora no imagina angustias patrióticas ni se excusa por su estado de agotamiento, pero se expresa ante su media docena de alumnos y una docena de padres humildísimos con un lenguaje que sólo puede calificarse de escolar, en el sentido de que es como un idioma extranjero. Idioma que ninguno de los presentes está en condiciones de entender. Sin embargo aplauden, cerrando un círculo de mentiras compartidas, en el que una hace como si la entendieran y los otros como si les interesara.
IGUALES Y DIFERENTES Qué tienen en común una niña de una escuela rural de la provincia de San Juan con otra niña de una escuela privada de Capital Federal? ¿Cómo funciona el sistema educativo en contextos sociales tan diferentes? ¿Qué marcas les dejará la infancia para siempre? Las respuestas se van gestando a lo largo del nuevo documental de Eduardo de la Serna (Reconstruyendo a Cyrano), donde aborda la infancia y las dificultades del crecimiento en una sociedad desigual. Dividido en doce secuencias -que comprenden los meses del año-, el film retrata la experiencia de dos niñas de seis años que empiezan la escuela primaria. Gaby asiste a una escuela rural de la localidad de La Ciénaga, provincia de San Juan; y Morena concurre a una escuela privada de la Capital Federal. Ambas comienzan su instancia de socialización de maneras muy distintas: mientras la primera vive en una zona humilde, con carencias económicas y rodeada de la naturaleza; la segunda está sobre estimulada, acomodada económicamente y sujeta al ritmo de la ciudad. Por ende, las demandas familiares y expectativas sociales sobre cada una de ellas, también será diferente. “La infancia y la educación son dos temas que siempre me interesaron, comenta el realizador. Los niños más pequeños suelen reflejar con transparencia la atmósfera que se respira en la sociedad en que viven, tanto sea para mostrar disvalores como la competencia, la violencia, la crueldad, como para exponer los valores; la solidaridad, la sinceridad, el afecto. Me propuse que los niños funcionaran como un espejo de la sociedad presente y la sociedad por venir, en dos ámbitos muy diferentes entre sí que de alguna manera resumieran la inequidad en que se desarrolla el mundo”. De la Serna contrapone dos realidades disímiles para enfatizar la dicotomía campo-ciudad en relación al sistema educativo y a los condicionamientos externos que pesan sobre los chicos. Cercano a las características del documental de observación, el realizador parece no intervenir sobre aquello que registra, apenas se lo escucha o participa. Enciende la cámara y capta la realidad que se desarrolla frente a ella de forma espontánea. Así, se introduce en las aulas, en sus espacios lúdicos y en sus hogares, logrando un clima de confianza con las protagonistas, quienes le brindan toda su naturalidad y frescura. El film apela a un discurso concientizador sobre el rol de la familia en el proceso primario como base constitutiva del sujeto. La función de los niños como “ese espejo”, al que apunta el realizador, se vuelve una constante a lo largo del relato. El énfasis está puesto en las paradojas de un sistema educativo con políticas muy disímiles. La inocencia, premiada como el mejor proyecto “work in progress” del Festival UNASUR 2013, brinda una mirada comprometida y sensible ante la complejidad de una etapa llena de miedos y preguntas; como la que une a Gaby y Morena al observar la lluvia sin entender por qué cae. Estreno exclusivo en el cine Gaumont Incaa Km O. LA INOCENCIA La inocencia. Argentina, 2013. Dirección y guión: Eduardo de la Serna. Intérpretes: Morena Jaramillo, Gabi Oviedo. Duración:98 minutos.
La ganas de aprender y sonreír En La Inocencia (2013), Eduardo de la Serna acompaña durante su primer año escolar a dos nenas de seis años con todo el desafío que esto significa. Sin embargo, sus contextos sociales, geográficos y políticos hacen que, a pesar de estar en sintonía con el plan educativo, cada una de ellas avance en sus vivencias y conflictos tan dispares entre sí debido a la diferencia de clases, y a la relación con sus compañeros y familia. Morena es una chica que vive junto a su madre en la Ciudad de Buenos Aires y estudia en una escuela privada. En la otra sala se encuentra Gabi, quien junto a su padre y sus dos hermanos, pasa la niñez en una casa humilde en el pueblo rural de Jachal de la Provincia de San Juan. Tanto Gabi como Morena aprenden a equivocarse, a relacionarse con sus compañeros en un ambiente totalmente nuevo y revelador como es el colegio, e incluso a veces duro y cruel. Morena, tiene un padre ausente y compañeras que se abusan de su falta contestación. A Gabi le cuesta prestar atención a la clase debido a las distracciones que le presenta el paisaje donde vive; la carencia de objetos materiales y bienes, y hasta cuidarse entre hermanos y amigos. 12066015_130248373998700_5132019274996976879_n Eduardo de la Serna toma, capta y convive con la educación argentina: en sus falencias de infraestructura como también en la energía y motivación descomunal con la que los maestros y tutores tratan de enseñar, educar y estimular a los alumnos. De la Serna nos devuelve el reflejo de una misma Argentina queen muchas ocasiones convive sin que nos demos cuenta: la de los bajos recursos, a veces torpe y sin tanta atención, pero firme y con un corazón enorme desde sus cimientos y raíces. La otra, tal vez un poco más cómoda pero igual de vulnerable a los miedos y conflictos de los niños, que son comunes a todos ellos: las peleas por ser aceptado, la discriminación y el miedo a lo desconocido. Morena cuenta con más de 20 compañeros y las cargadas por ser la novia de alguno, como también de quien es amiga y los celos por dejar relegada a otras nenas. Las clases de baile, los libros o una linda fiesta de cumpleaños son ámbitos donde se desenvuelve y comienza a sonreír. A Gabi la pasa a buscar su maestra con el auto, junto a otros cuatro chicos que serán sus únicos compañeros durante el año. En un paraje más rural y rupestre, la estimulación llega a partir de la naturaleza y el juego con ella en el barro, arando la tierra y persiguiendo sapos. Aunque parezcan tan diferentes entre sí, Gabi y Morena comparten la inocencia innata de ser chicos: los mundos por descubrir, las nuevas relaciones y todo lo que falta por aprender. Perder el miedo a lo desconocido, lo inusual y lo nuevo. Morena sumerge sus antiparras y la gorra para el pelo en la pileta de un club junto a sus amigas, compañeros y el profesor que los cuida. Gabi moja la cámara de De la Serna mientras se ríe y divierte a la par de sus tres amigos que están con ella en la pelopincho, donde el agua de color marrón les llega hasta los tobillos. Las dos igual de felices, con una sonrisa que recubre de punta a punta su rostro. La inociencia, film elegido como proyecto ganador WORK IN PROGRESS del Festival UNASUR en 2013, nos invita a pararnos a un costado de estas niñas para compartir, sentir y apreciar sus dudas, abrazos, miedos y aventuras, tan peculiares como inusuales de una nena de seis años en su primer año de escuela: sea entre los caballos, el camino y las sierras o en el gimnasio de una escuela en Agronomía mientras se elige quien es el chico más lindo del grado. A continuación les dejamos "Miedos", de Juan Carlos Occhipinti, interpretada por Agustina Keena y Daniel Russo
Así en la urbe como en la montaña Con un tono límpido y emotivo, la película narra las vidas paralelas de dos nenas: una que vive en la ciudad y la otra en la precordillera. Sin otra publicidad que un afiche medio naif, se estrena un documental lleno de ternura, que se abre al público, y le hace abrir a éste su propia caja de recuerdos y sentimientos. Y algo más: sin forzarlo para nada, también lo hace reflexionar. Sobre su vida, su país, la educación y la niñez. Y en ciertos momentos, con toda limpieza, hasta lo emociona. La obra se llama "La inocencia", y registra el primer año de escuela de dos nenas muy parecidas: una en la ciudad, otra en la precordillera. Sus primeras experiencias fuera de casa, sus primeras letras, los asombros, los juegos, la timidez y también las picardías, las peleas, en suma, ese mundo infantil que cada una vive de distinta manera. La película registra también, como es natural, los grupos familiares, los espacios, los tiempos (esos sí, bastante disímiles) y el trabajo de las maestras. Las que soportan el griterío de criaturas harto estimuladas, llenas de nervios, hasta poder orientarlas en el aprendizaje, y la que pasa cada mañana a llevar a los niños en su auto, por la ruta, hasta la escuelita. Multitud de infantes en un caso, un puñadito de chicos en el otro, porque las zonas rurales se van despoblando. Notable trabajo el del documentalista Eduardo de la Serna: ganarse la confianza de niños e instituciones, lograr que la cámara no distraiga en absoluto, grabar a la altura de los pequeños, para ponernos en su lugar, elegir el uso de subtítulos en vez de invadirlos con mayores equipos, y luego elegir los momentos representativos de cada mes, de cada experiencia, hasta llegar a la fiesta de fin de curso. Notable trabajo y mucho para darnos. Vale la pena. Dato final: las escuelas son la "Onofre Illanes", del departamento Jachal, San Juan, y el Instituto Comunicaciones, creado por el personal del viejo Club Comunicaciones (muchos padres de clase media baja prefieren colegios privados como éste, porque saben que sus maestras no tienen mentalidad de empleadas públicas, ni abandonan a sus chicos a cada rato, abusando de derechos de huelga y de licencias generosamente toleradas).
Busque la diferencia El documental de Eduardo de la Serna se convierte en un valioso testimonio de la infancia de dos niñas en entornos bien diferenciados. Generalmente se dice que la niñez equivale a vivir en la inocencia. Morena y Gaby son dos nenas que comienzan su ciclo primario aunque en dos entornos bien diferentes: la primera en una escuela privada de Capital Federal y la otra en una humilde escuela rural de El Jachal, en la provincia de San Juan. Ambas mostrarán al espectador cómo transcurren sus vidas tanto dentro como fuera del colegio por el transcurso de un año. Allí las veremos entrar en contacto con sus compañeros (un par de docenas de revoltosos en el caso de Morena, unos cinco de diferentes edades que acompañan a Gaby a dar sus primeros pasos en el arte de aprender), en su interacción familiar y en sus juegos diarios. El realizador Eduardo de la Serna toma estos dos casos para crear un relato que logra conmover y hacer reír al mismo tiempo gracias a su capacidad de "infiltrarse" en las dos escuelas y, cámara en mano, captar cientos de momentos que no pertenecen a las dos protagonistas sino a los espectadores. Porque de eso se trata "La Inocencia": de ver y revivir la infancia, como aquella vieja sección de la revista Anteojito titulada "Mi infancia en el recuerdo". Claro que aquí, la infancia de ambas niñas está un poco más aggiornada, dado que las filmaciones datan de hace algunos pocos años atrás. La ductilidad de De la Serna para hacerse invisible a la vista de los niños colabora en gran parte en el hecho de obtener un relato puro, sin condicionamientos. Lo asombroso es que los docentes también parecen actuar muy naturalmente y eso se convierte en otro aporte más que valioso en este trabajo. "Traté de invadir el aula lo menos posible, sin equipo de sonido externo, solo una o dos pequeñas cámaras. Estuve siempre pegado a los chicos. Con ellos no hay mucho problema porque en general a los 30 segundos se olvidan de vos y actúan normalmente. Con las maestras fue medio milagroso, porque también nos aceptaron como parte del paisaje y actuaron normalmente. En la ciudad les costaba tanto organizar la clase que eso nos ayudó a pasar casi inadvertidos y por suerte logramos convencer a las autoridades para hacer el proyecto", le contó De la Serna a Diario Popular. En definitiva, "La Inocencia" es un film que consigue lo que busca con pocos recursos y a los pocos minutos del inicio consigue atrapar al espectador por su gran capacidad de lograr una empatía casi perfecta.
La infancia documentada En San Juan viven Morena y Gabi, dos niñas de 6 años que comienzan el ciclo escolar primario. Una lo hace en una escuela privada de la ciudad y la otra en un establecimiento rural del paraje solitario en el que vive, y ambas atraviesan esa primera instancia de socialización de maneras muy diferentes. Una está rodeada de estímulos, la otra, de carencias; pero a ambas la rodean sus maestros, sus compañeros de estudios y esa necesidad de aprender las primeras letras con la ilusión de llegar a una adultez madura. El director Eduardo de la Serna posó su cámara y su mirada sobre ambas, y así nació este documental que muestra distintas visiones de la niñez, esa época en la que las travesuras se dan la mano con el aprendizaje de las primeras letras, con la pasión de conocer el compañerismo y con la sana alegría de participar de las fiestas patrias y de vislumbrar el futuro. Por la pantalla desfilan, con aire pícaro y poético y a través de un año, cada una de las aventuras mediante las cuales las pequeñas comenzarán a comprender el valor de la amistad, el amor que empiezan a sentir por sus cálidas maestras y la fuerza de superarse en esos primeros pasos de su aprendizaje. Todo en el film es tan tierno como sensible, y va recorriendo los días y los meses en que ambas transitan por las aulas con ese entusiasmo con el que comienzan a descubrir que la vida está, también, lejos de sus padres para insertarse en ese pequeño mundo de diabluras, risas y cantos que intentará marcarles su senda en la vida. La ternura impuesta por Morena Jaramillo y por Gabi Oviedo apuntala esta visión de la infancia y demuestra que ambas poseen algo en común: la inocencia.
LA HUMANIDAD La inocencia es un documental de observación. Se suele ser injusto con este tipo de propuestas y un argumento que aparece con descuidada rapidez alega con frecuencia la ausencia de un punto de vista. Nada más lejos si se tiene en cuenta que siempre el ejercicio de montaje implica una selección que ya sienta posición con respecto a lo que se quiere que veamos. La película de Eduardo de la Serna muestra un seguimiento a dos niñas de seis años durante el transcurso de su primer año en el colegio. Una de ellas se llama Morena y va a una escuela de Bs.As.; la otra, Gabi, vive en Jachal, San Juan, y recorre en camioneta con cinco o seis compañeros un largo trecho para llegar a su escuela rural. Indudablemente, hay un subtexto que atraviesa todo el film y que tiende a que pensemos el contraste de dos realidades geográficas distantes y de posibilidades económicas disímiles, mostrada fundamentalmente a partir de los espacios, que hablan por sí mismos, y de los rituales que se recogen en cada experiencia. El director opera con inteligencia cuando opta por no subrayar dicho contraste con signos obvios en las nenas protagonistas y en los padres, que apenas aparecen, porque esta es una película de niños. Eso ya implica un punto de vista más que suficiente, dado que la tesis no se come todo el potencial que los chicos tienen (desde su inocencia pero también desde su pequeña y cariñosa “monstruosidad”) y entonces el material registrado favorece un acercamiento que disimula su lógica intrusión y hace honor a la gracia y fotogenia de “esos locos bajitos” como diría Serrat. Como inmediata consecuencia, se vislumbra la atención que pone De la Serna en los aspectos humanos de las criaturas que observa, un rasgo que puede apreciarse también en films anteriores (El ambulante, Reconstruyendo a Cyrano) y podría decirse que es un imperativo estético cuyos fundamentos no son el embellecimiento gratuito ni la pose calculada. Por el contrario, siempre se respira un aire artesanal en estos documentales donde se destaca la creatividad de los personajes. En este caso, la misma inocencia que refiere el título es la conciencia ingenua ante realidades difíciles (familiares y económicas) fusionada con las ocurrencias verbales y vitales de niños que imitan, reproducen discursos pero al mismo tiempo se muestran como motores en potencia para generar situaciones de toda índole, siempre en ese oxímoron de candidez y maldad que manifiestan actos y palabras. En este sentido, el notable trabajo de montaje recorta personajes e historias, algunas de ellas desopilantes. La cámara puesta en términos generales a la altura de los chicos es una compinche que se mueve frenéticamente al lado de ellos y una compañera más capaz de mirar con extrañamiento a las docentes a cargo. Tal es el grado de acercamiento que, en oportunidades, el sonido ambiente obstruye los diálogos. Lo que a priori puede pensarse como un desperfecto es en realidad la voluntad manifiesta por conservar la naturalidad de la situación para resguardarla de gestos artificiales. Y si la presencia de la cámara es siempre un condicionante para quien está en frente, la habilidad del director estará en su capacidad para disimularlo y captar esos momentos únicos en pantalla. La inocencia los tiene cuando muestra los rostros de los chicos mirando una película, o se detiene en los pequeños relatos centrados en un gordito cuyo sentimiento trágico de la vida no tiene nada que envidiarle a Unamuno, o en los juegos, tanto en el patio de un recreo como en los misteriosos paisajes abiertos de Jachal, entre otros diseminados en medio del movimiento y el bullicio. Los marcadores temporales establecen la continuidad a medida que los meses transcurren. El cine, que todo lo puede con respecto al tiempo, comprime un año en poco menos de una hora y media y, sin embargo, parece que hubiera transcurrido una vida. Las últimas imágenes de las niñas dicen algo importante: la humanidad en pantalla ante todo.
El documental de Eduardo de la Serna muestra a dos niñas, Gabi y Morena, afrontando primer grado. A la corta edad de los seis años, la iniciación en el mundo de reglas y códigos (todavía secretos) es donde se comienza a forjar un camino. Este documental viaja junto a las niñas, una de Capital Federal (Morena), y la otra, de San Juan (Gabi), en ese urgente recorrido. El juego de espejos resulta obligado, y también, natural. En esos mundos que se entrelazan (y chocan) se ve la distancia que habita dentro del mismo territorio argentino. Los dilemas y goces son semejantes, lo palpable, diferente. Mientras uno se emociona viendo una rueda de un molino, otra lo hace con la de una noria de shopping. Lo lacónico y lo grandilocuente. Esa es la sinceridad del documento. ¿Cuán lejos están esas niñas? ¿No se teme acaso a la misma oscuridad? Sea con una vela o una luz de noche, alejar los fantasmas, siempre es un ritual de la infancia. Entonces uno puede sentir como esas dos niñas son hermanas, sufriendo similares problemas, pero también, acuciadas por otros. ¿Es más feliz la niña del campo o la ciudad? Uno se asombra con la tensión, la ansiedad y angustia, con la que convive Morena. El ritmo imperioso, la competencia constante. Se descubren problemas adultos. San Juan permite otras maneras, otros tiempos. Pero muestra otras dolorosas carencias. Cada una de nuestras protagonistas debe afrontar la vida que se le viene encima, y quizás, sin espacio posible para la libertad. Unos por privaciones, otros por excesos. Uno de lo más momentos notables de la película se da cuando se muestran en paralelo los chicos de la capital viendo una película, y los de San Juan, jugando en una casa abandonada. En este último la imaginación irrumpe, se perciben mentes que fantasean y respiran. Mientras, la ciudad congela delante de una pantalla, entrega una visión empaquetada que uno ya sabe (por lo que se observa) es uno de los pocos límites para el habitual atropello y estampida. Niños que no tienen tiempo para remontarse por encima del cemento. Cuando los juegos coinciden con el barro y la tierra, uno no puede dejar de sentirlos iguales. El suelo es el mismo. Y si se da el lugar, puede que vean que el cielo también.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.