Creo que te va a parecer buena solamente si sos un gran fan de este estilo de historias, ya que no hay absolutamente nada novedoso, excepto que en este caso los invasores son invisibles para los humanos (de paso, con esta idea, se ahorraron unas cuantas horas de animación digital y en pensar que cuerpito podía tener el alíen). El guión es muy flojo y muy poco atrapante...
Los imberbes de Moscú Lo mínimo que espero cuando voy a ver una película en 3D de ciencia ficción/terror es divertirme. Seamos sinceros, ante ciertas ofertas del género uno ya se acerca con ciertos conceptos preconcebidos de lo que se va a ver, pero dispuestos a perdonar algunas fallas comunes si al menos nos entretiene. En raras ocasiones nos encontramos con resultados tan buenos que no podemos más que sorprendernos, son aquellas películas que se terminan convirtiendo en joyas y que no abundan últimamente por estos lados de la cinematografía. No, no es el caso de La Ultima Noche de la Humanidad. Siguiendo con mi saga de nuevos directores, esta vez estamos ante la segunda obra de Chris Gorak, que ya en el 2006 debutó como director de Right At Your Door, un thriller que nunca fue estrenado por estas tierras...
Invasión con poca electricidad Una invasión aliénigena tiene como escenario a la ciudad de Moscú y a un grupo de jóvenes sobrevivientes. El tema de las invasiones alienígenas fueron y son moneda constante en el cine. Lejos han quedado las épocas de extraterrestres bondadosos y comprensivos, dejando lugar a criaturas que vienen a conquistar el planeta Tierra. En La última noche de la humanidad, el planteo resulta interesante aunque va perdiendo interés y utiliza los mismos recursos a lo largo de todo su metraje. Extrañas formas de energía descienden a la ciudad de Moscú y la convierte en un lugar desierto. Los protagonistas, dos amigos norteamericanos (uno de ellos es Emile Hirsch, el actor de Meteoro), viajan al lugar por motivos laborales, son traicionados y se verán sorprendidos además por esta invasión extraterrestre. Atrapados, luchando codo a codo con el hombre que les robó un proyecto, y en medio de un marco apocalíptico (sorprenden los escenarios naturales sin gente), los chicos deben luchar por su supervivencia, Y se sumarán otros con mayor o menor suerte. Si la primera media hora del film resulta atrapante, lo que sigue es un rutinario relato que propone escapes, personajes escondiéndose de las fuerzas siniestras que los amenazan y que los aniquilan. Aquí los humanos se desintegran como les ocurría a los "invasores" en la vieja serie de televisión. El director Chris Gorak tiene en sus manos todo el despliegue para sorpender al espectador, pero sólo pone el acento (trabajó en la dirección de arte de El club de la pelea y Sentencia Previa) en los escenarios y se olvida de la tensión y del suspenso. Lo que se dice una invasión sin demasiada electricidad.
Todos unidos triunfaremos La última noche de la humanidad (The Darkest Hour, 2011) plantea un ataque alienígena casi invisible. Con un tratamiento del espacio que por momentos nos recuerda a Exterminio (28 Days Later, 2002), la película resulta un entretenimiento sin demasiadas ambiciones, con algunas secuencias bien logradas. Y otras no tanto. La invasión de los extraterrestres siempre ha sido un tema recurrente en el cine. Los ha habido de todos los colores, texturas y tamaños. En La última noche de la humanidad son similares a una especie de medusa gigante que se mueve por el aire y –cada tanto- se torna de color rojizo. Cuando terminamos de creer que son inmateriales, un punto de giro nos demuestra que, en verdad, no es tan así. Y a esas criaturas deben enfrentarse dos nerds americanos que han ido a Rusia a cerrar un trato comercial, tras haber desarrollado un software. Trato finalmente trunco por obra y gracia de un yuppie local que se adueñó de la idea. Avanzada la noche, los tres confluyen en una disco. Allí conocen a dos chicas estadounidenses y todo parece ir viento en popa, hasta que las mencionadas criaturas bajan desde el cielo y –claro está- no manifiestan ninguna intención amistosa. Hay algo del espíritu clase B que circula en todo el relato, evidente en el diseño de arte y –sobre todo- en la construcción de los personajes. Si en la reciente Misión Imposible: Protocolo Fantasma (Mission: Impossible - Ghost Protocol, 2011) es un tanto anacrónico ver la eterna disputa entre rusos y yanquis, aquí es paradójico ver a los norteamericanos esperando que los militares rusos los ayuden a huir. Por fortuna, la película pareciera tomarse todo en chiste, y más aún desde la segunda parte del film. Recién entonces, La última noche de la humanidad se despoja de la seriedad impostada de la primera parte y aparece una especie de “científico loco”, algunos enfrentamientos que superan a los primeros (bastante elementales: los E.T. “pulverizan” a quien los toque), y una cuota de destreza física. Lamentablemente, esas elecciones no alcanzan para sacar al film de su medianía. Chris Gorak no es Danny Boyle, quien hizo de una Londres desierta un escenario proteico para generar pánico. Aquí, en Moscú, apenas un par de secuencias entregan una cuota de suspenso. El resto es bastante previsible, sobre todo si el esquema de treinteañeros carilindos en peligro ya fue trabajando tantas veces. Tampoco el efecto 3D consigue agregarle un plus a la totalidad del film, es apenas un “gancho” para ponerse a tono con las actuales modalidades del entretenimiento cinematográfico.
Una visión distinta sobre un ataque alienígena, pero con todos los lugares comunes de siempre. Sean (Emile Hirsch) y Ben (Max Minghella) son dos jovenes emprendedores que crearon un sitio web al estilo Forsquare pero específicamente de bares, ideal para jovenes turistas. Ellos, con la esperanza de hacerse millonarios, viajan hasta Rusia para ofrecer su producto, solo para darse cuenta que el tipo con el que se comunicaron, Skyler (Joel Kinnaman) les robó la idea. Frustrados, Sean y Ben deciden pasar la noche emborrachándose en Moscu. Casualmente, en el lugar adonde fueron a ahogarse en vodka, conocen a otras dos turistas norteamericanas: Natalie (Olivia Thirlby) y Anne (Rachel Taylor) con quienes en seguida entablan un diálogo. En ese mismo lugar también estaba Skyler, festejando por la buena recepción de “su” idea. Pero de golpe y sin ningun motivo aparente, la energía se corta y quedan a oscuras. Algo raro pasa, y deciden ir a ver al exterior. Allí ven incrédulos cómo una serie de luces baja del cielo y caen sobre nuestra superficie. Nadie sabe quiénes o qué son, lo que si pueden comprobar rápidamente es que son hostiles. Mientras dura el ataque, los cinco jovenes se meten en una bodega del bar, y permanecen allí, viviendo de latas, unos cuantos días. Al darse cuenta que no podrán quedarse a vivir encerrados y con miedo, deciden salir, sólo para ver que posiblemente ellos sean los únicos sobrevivientes de la invasión. Y como sobrevivientes, harán todo lo posible por sobrevivir y por buscar a más personas vivas en ese mundo devastado para ofrecer una resistencia a estos alienígenas luminosos. La última noche de la humanidad (The Darkest Hour) propone una invasión distinta. Escandalosa y apocalíptica, pero con una amenaza original: los extraterrestres son prácticamente invisibles a la luz del día, ya que parecen ser bolas de energía que tan solo destellan cuando la oscuridad domina el ambiente. Además, generan una especie de magnetismo que enciende todos los aparatos eléctricos que hay a su paso, lo cual pasa a ser la única forma de advertencia que tienen los protagonistas para saber si están o no en un lugar seguro. La dirección de Chris Gorak es correcta, y sabe manejar las escenas de acción y explosiones, algo en lo que seguramente tuvo algo de ayuda del productor general, Timur Bekmambetov, conocido director de Se Busca (Wanted) y la saga Guardianes del Día y Guardianes de la Noche. La película divierte, pero da la sensación de ser algo ya visto, de haberle dado apenas un lavado de cara a algo que, en esquema sigue igual. No es que nadie pretenda que las películas de este tipo sean la creatividad hecha cinta, pero la propuesta, original y poco común, termina convirtiéndose en la clásica película en donde los debiluchos terminan siendo el eje de la resistencia en contra de la amenaza externa. Algo altamente criticable a la película es que en lugar de gastar sus tomas recursos en los paisajes rusos, con su arquitectura tan peculiar y sus lugares conocidos, lo hacen tomando imágenes de los locales norteamericanos en el país, como casas de comidas rápidas o cafés. Eso parece querer decir “miren en dónde quedó la unión soviética, ja ja”, pero lo que el espectador comunmente piensa es “miren que imbéciles, en vez de filmar cosas nuevas y estéticas, filman lo mismo que pueden ver en su país”. En definitiva, si son fanáticos del genero, la última noche de la humanidad puede ofrecerles un buen rato de diversión, pero con seguridad seguirán prefiriendo otras obras de igual o menor calidad, pero con una propuesta más fresca.
Apocalíptico y desintegrado No quiero hacer "leña del árbol caído" (ya recibió pésimas críticas tras su lanzamiento en los Estados Unidos) ni ser irrespetuoso con los productores, distribuidores y artistas vinculados con esta película, pero cuesta entender cómo algo así se hizo y luego se trajo a la Argentina, donde las majors (en este caso, la Fox) no estrenan todos sus materiales (algunos van directo al DVD y otros ni siquiera eso). Esta producción del Rey Midas del cine ruso industrial, Timur Bekmambetov, propone una historia elemental (por momentos, involuntariamente risible) sobre cuatro jóvenes estadounidenses que están de visita en Moscú cuando se desata una devastadora invasión extraterrestre (los alienígenas esta vez ni siquiera se ven porque son fuerzas energéticas). La cosa arranca mal y termina peor, con los protagonistas aliados con un grupo de musculosos y patrioteros mercenarios rusos a bordo de un submarino nuclear. Las vueltas de tuerca del guión, los diálogos, los efectos visuales... todo aquí es feo y torpe, sin el más mínimo criterio ni imaginación. Lo menos malo de este subproducto del tan de moda género apocalíptico son las actuaciones de Emile Hirsch, Max Minghella y Olivia Thirlby, que al menos le dan un poco de dignidad (humanidad) a este despropósito artístico. Lo suyo es claramente un esfuerzo inútil (el material es insostenible), pero al menos vale la pena destacarlo.
Con elementos recurrentes del cine de ciencia-ficción más reciente, dentro de su trillada variante de invasiones extraterrestres, La última noche de la humanidad ofrece dentro de su acostumbrado menú algunos leves toques que tratan de diferenciarla. Ingredientes que apenas levantan el interés en algunos aislados momentos. Chris Gorak en 2006 debutó como director con un thriller que nunca fue estrenado en Argentina y trata de aportar algo interesante en este film apocalíptico, que incluye elementos visuales de Exterminio de Danny Boyle y de Soy leyenda, especialmente al ver una emblemática Moscú, no tan aprovechada por el cine como otras urbes, totalmente despojada de seres humanos. También la reciente y no muy lograda La oscuridad forma parte de estas influencias. Esta coproducción estadounidense-rusa posee un guión excesivamente llano, con pocos elementos reflexivos, que en estos casos pueden revalorizar el formato y transformarlo en otra cosa. Quizás los aliens eléctricos aparecen diferentes en su concepción, pero visualmente resultan poco atractivos y, aún devastadores; poco inquietantes o terroríficos. El grupo de intérpretes jóvenes y carilindos que corren por su vida recuerda la estética de Cloverfield, que está a años luz de esta fallida muestra del género, que pese a todo augura una secuela.
Si, The Darkest Hour no es una buena película. Sus enormes falencias la han convertido en el blanco unánime de críticas muy duras en los Estados Unidos, algo que se puede cuestionar considerando la calidad de ciertos productos que llegan a la gran pantalla y vuelan debajo del radar. Cabría preguntarse cuánto de las malas reseñas corresponden al film en sí y cuánto al hecho de que no se hicieron funciones privadas para los críticos norteamericanos, pero eso es tema para otra nota. Seguramente el ensañamiento no esté del todo justificado aunque, a decir verdad, el trabajo de Chris Gorak es merecedor de muchas valoraciones negativas. "Oh, shit!". El guión de Jon Spaiths brilla por su ausencia, algo que, por ejemplo, evidencia la innumerable cantidad de veces que los protagonistas emplean la interjección que inaugura este párrafo. El film, cuyo mayor esfuerzo de originalidad reside solo en situarse en Moscú, sufre mucho de aquello que afectaba a otra película de temática similar, y también de resultado inferior, Vanishing on 7th Street. Esto es: personajes totalmente prescindibles, incapaces de generar empatía alguna, envueltos en un ataque hacia la humanidad cuyas reglas se cambian a gusto. Aquí las buenas intenciones de actores como Emile Hirsch, Max Minghella y Olivia Thirlby, quienes suelen desempeñarse en forma correcta aún cuando el proyecto sea pobre, no alcanzan. Mientras que el planteo trata de mostrar cierta frialdad, esa apreciable idea de "cualquiera puede morir en cualquier momento", el desarrollo en general y los diálogos en particular, rebosantes de patriotismo y solemnidad, tienden a nivelar hacia abajo. Y hasta allí llega otro film más en el que un improbable grupo de supervivientes se convierte en la única esperanza de salvar a un planeta al borde de la extinción. Y si bien el chivo reza ???????? ????, la estructura delata un Starbucks ruso, y no importa como quieran disfrazarlo, el producto prefabricado sabe igual en todos lados.
La luz mala Ben (Max Minghella) y Sean (Emile Hirsch) son dos clásicos amigos complementarios; desde la infancia Ben se destacó por su inteligencia y Sean por su desparpajo y don de gentes. Juntos para el éxito y el fracaso, se enfrentan a este último en Moscú, donde un inescrupuloso asociado de ocasión llamado Skyler (Joel Kinnaman) los deja en la estacada con una gran inversión en software. Tratando de superar la decepción de ese viaje trunco, se meten a un bar y encuentran a dos amigas, Natalie (Olivia Thirlby) y Anne (Rachael Taylor), dos americanas "de paso" en Moscú. Y justo, justito esa noche en ese boliche donde se acaban de encontrar, se corta la luz... y comienza la invasión de una extraña raza alienígena. Los extraterrestres buscan todo lo que buscan siempre en esta clase de películas: recursos naturales... entre los que no se cuentan los humanos, claro. Y los héroes de ocasión serán esos sobrevivientes desconectados de sus raíces, de futuro incierto, atravesando una Moscú arrasada e infestada de extraterrestres "eléctricos" armados apenas con unos colgantes hechos de bombitas de luz. En algún momento se puede notar una cierta pretensión de similaridad con la más notable (y dramáticamente interesante además) "Batalla en Los Angeles". Pero lo que allí era efectismo patriotero lógico (es decir, coherente con el guión), con buena puesta en escena y gran trabajo de equipo de efectos y camarógrafos, aquí queda desdibujado y burdo por agujeros en el guión, falta de transiciones y una serie de situaciones deus-ex-machina que serían desopilantes si estuviéramos frente a una parodia al estilo de "Marte ataca!" de Tim Burton. Obvia, sin suspenso, efectista y predecible, la segunda película de Chris Gorak (pichón de Timur Bekmambetov, que figura aquí como productor ejecutivo y es responsable de mamarrachos como ) decepciona básicamente porque no cumple nada de lo que promete. Una película para ver la última noche de la humanidad, sólo si te querés ir indignado de este mundo.
Otra vez son rarísimos seres extraterrestres los que llegan sorpresivamente a la Tierra para apoderarse de ella, generar el caos y anunciar el inminente fin de la raza humana. En este caso, aunque después sabremos que han desembarcado simultáneamente en todos los rincones del planeta, la acción se desarrolla íntegramente en Moscú, lo que se justifica porque se trata de una coproducción ruso-norteamericana y sobre todo porque su productor es Timur Bekmambetov, hombre fuerte del cine de acción en aquel país y responsable de grandes triunfos comerciales en el terreno de las fantasías de ciencia ficción. Claro que la elección de tal escenario provee otras ventajas, aunque sea en materia de ambientación. No son frecuentes las vistas en 3D de una Moscú actual desbordante de luces y de tránsito y tapizada de carteles de McDonald's o Starbucks y mucho menos las que muestra después del apocalipsis: desierta, semidestruida, en ruinas muchas de sus construcciones emblemáticas. A esas imágenes se les debe el atractivo (apenas relativo) de la primera parte, cuando los dos muchachos diseñadores de programas, que han llegado a Rusia sólo para comprobar que han sido víctimas de una estafa, y las dos desorientadas turistas, también norteamericanas, a quienes ellos han provisto de un mínimo asesoramiento, se encuentran en un sofisticado local nocturno. Están en pleno coqueteo cuando son sorprendidos por el violento ataque llovido desde el cielo en forma de luminosos copos amarillos que pronto descubrirán sus poderes y convertirán en cenizas y polvo todo lo que se ponga a su alcance. Los visitantes son pura energía, lo que explica que sean invisibles y no haya forma de defenderse de ellos hasta que el ingenio humano la conciba, mientras el modesto elenco, como suele ocurrir en este tipo de producciones, va acusando sucesivas bajas, apenas compensadas por la incorporación de nuevos personajes, incluso algunos próximos al ridículo. La insensatez y la inconsistencia -más bastante ingenuidad- dominan las pobres explicaciones del guión, que igual encuentra el modo de enfrentar a los invasores y concluir al final que ahora empieza la verdadera guerra. Lo que suena como una promesa de secuela. Aun con su generosa producción el film no convence, pero tampoco aburre.
Apocalíptica sí, pero la película Despropósito a escala mayúscula si los hay, La última noche de la humanidad es un film tan pobre en ideas como en presupuesto tratándose de una pretenciosa película apocalíptica con un 3d impotente e innecesario y un reparto paupérrimo que no transmite una gota de emoción ni de misericordia por lo mal actuada que está. El guión a cargo de Jon Spaihts y Leslie Bohemes es de una ligereza insólita que raya en el absurdo pero lo más grave es que se toma demasiado en serio la historia y eso le quita todo sustento a un relato que no acierta en ninguna de las propuestas: oscuridad vs luz; amenaza latente que no se vé; paseo turístico por Moscú. Básicamente todo se resume a una invasión alienígena concentrada en la ruinosa Moscú. Allí, azarosamente se encuentran los personajes: Sean (Emile Hirsch) y Ben (Max Minghella) quienes son desarrolladores de softwares que llegan a Rusia para concretar un negocio millonario de internet (una suerte de gps para turistas) que un joven ambicioso sueco, Skyler (Joel Kinnaman) les acaba de robar y así les gana de mano y cierra el trato antes que ellos lleguen; por otra parte se encuentran también en Moscú dos jóvenes turistas -quienes ya conocían a los susodichos por twitter- Natalie (Olivia Thirlby) y Anne (Rachael Taylor), la última fotógrafa con intenciones de llegar a Nepal. Antes que entregarse a la derrota por el rotundo fracaso en el negocio de internet, los muchachos deciden pasar la noche en un bar y encontrar chicas para divertirse, entre ellas, las turistas en cuestión además de volver a verle la cara de piedra al enemigo sueco que ha pensado festejar casualmente en el mismo sitio cuando de repente desde el cielo se forma una suerte de aurora boreal de la que comienzan a descender copos luminosos que rápidamente no tardarán en desatar la masacre de los curiosos y así sin un refugio seguro la carrera por la supervivencia comenzará para el grupo errante por las calles arrasadas por los visitantes poco amistosos. Se trata de extraterrestres invisibles -en Batalla final: Los Ángeles se los podía ver por lo menos- a los ojos humanos que detectan la presencia humana por la energía electromagnética y cuya misión aparente es el exterminio de la raza. A partir de allí, los jóvenes desconocidos toman verdadera dimensión de la tragedia y unen fuerzas con el fin de poder volver al hogar pero para ello deberán luchar contra un enemigo poderoso e invisible sin otras armas que la inteligencia y el instinto. Claro que en el camino encontrarán algunos sobrevivientes rusos como la joven Vika (Veronika Ozerova) y el electricista Sergei (Dato Bakhtadze), quien parece haber descubierto el punto débil de los aliens. Si se tiene en cuenta que la trama gira en torno a una invasión extraterrestre puede decirse que el film de Cris Gorak carece de espectacularidad a tal efecto a la hora de las batallas, que son muy pocas y contadas con los dedos de una mano haciéndose notoria la falta de dinero -filmar en Rusia es más barato- y la escasa inteligencia y creatividad de los guionistas para sortear ese escollo. Por eso, el término aburrido, largo, digresivo y torpe calza justo en esta ridícula propuesta que tampoco deslumbra por sus efectos especiales y mucho menos por intentar sostener un relato que no tiene peso ni sustancia alguna más allá de la simpática idea de hermanar a norteamericanos y rusos para salvar al mundo cuando cinematográficamente siempre se los presenta como enemigos. Si La última noche de la humanidad, producida por Timur Bekmanbetov (Se busca) buscaba impactar a la audiencia por su historia apocalíptica es justo pensar que si el futuro depende de estos protagonistas será mejor que desaparezcamos de una vez y para siempre.
Catástrofe en Moscú Emile Hirsch protagoniza este filme sobre una invasión extraterrestre. La última noche de la humanidad posee una trama genérica: cuatro americanos, dos chicas y dos chicos, en un bar cool en Moscú, asisten al aterrizaje de miles de medusas capaces, con el mero contacto, de reducir a cenizas a cualquiera. El resultado: la pandilla bolichera cruzándose con diferentes sobrevivientes y escapando de los invasores. Sí, suena a que aprovecharon el software “gente achicharrada en cenizas” que Spielberg usó en La guerra de los mundos . Y algo de eso, pero muchísimo menos Tom Cruise y más aventurero, hay.El Apocalipsis está en voga. Es sabido.La última noche de la humanidad toma la fórmula del género catástrofe y entra -un poco para poder guardarla en algún lugar y otro por marcha del orgullo de lo berreta- en el pedigrí de la clase B. Pero no de esa que autoconscientemente escribe la B con pilas de dólares y sonrisita canchera, sino de esa sincera clase B, que va usurpando el cuerpo del tanque de turno hasta mutar su forma.Esa usurpación sabe dónde atacar en La última noche...: no hay casi regodeo visual y sí hay velocidad y ferocidad narrativas. Hay ideas para mutar el manual en papel picado. El director Chris Gorak ( Terror en Los Angeles , editada directo a DVD) se mueve por su fin-de-la-civilización mezclando instinto y cicatrices cinéfilas.El instinto de Gorak doblega lugares comunes cuando aprovecha la textura de esa Moscú en ruinas (el avión en el medio del shopping es una postal infernal, potente, y Gorak sabe construir esas imágenes) y recurre a ideas visuales entre vintage y decididamente reincidentes (la visión subjetiva de los marcianos invisibles símil Depredador ).A lo John Carpenter y su La niebla aunque con más presupuesto, Gorak aprovecha bien los espacios amplios para recrear ahí donde solo hay éter a sus monstruos invisibles. En ese sentido, es vital el actor Emile Hirsch, devoto de su rol de héroe casi de caricatura (no por nada fue Meteoro ). Y es ahí, en su fe, donde se amalgaman los elementos del filme de Gorak.Las cicatrices cinéfilas de Gorak incluidas en esa mezcla: el ya mencionado Carpenter pero en estado gaseoso, la berretada digital a lo Peter Jackson (los marcianos parecen de una publicidad de cereales) y la caracterización de los rusos a lo Comando . Gorak logra que todo ese gigantesco y caótico combo sepa aprovechar cada pecado, cada cliché, cada delirio para dotarlo de una épica clase B: seca, monstruosa y, de forma invisible, muy poderosa.
VideoComentario (ver link).
Dos diseñadores web norteamericanos que llegan hasta Moscú para vender su nuevo producto turístico cruzan medio mundo sólo para descubrir que fueron traicionados por uno de sus intermediarios. Destruido su sueño de convertirse en multimillonarios de la noche a la mañana, deciden aprovechar su estadía en Rusia para conocer algunos de los boliches más populares de la ciudad. Allí se cruzarán con dos compatriotas que organizaban sus vacaciones gracias a la aplicación para celulares que ellos mismos habían creado. En medio de la noche, un apagón generalizado es seguido por la caída de cientos de luces. Lo que en un principio parecía ser un fenómeno extraño, resulta en la invasión extraterrestre más agresiva que jamás se haya imaginado. “La última noche de la humanidad”, título local para “The darkest hour” es otra cinta de alienígenas obsesionados con las riquezas de nuestro mundo. Al ser pura energía, son invisibles a nuestros ojos, por lo que el diseño de efectos visuales se enfocó en los aspectos del clásico cine catástrofe (ciudades en ruinas, puentes colapsados, explosiones varias) y no tanto en el look de los visitantes. Esta falta de atención es puesta de manifiesto en los pocos segundos en los cuales podemos llegar a vislumbrar a los aliens, quienes parecen salidos de un videojuego de segunda selección. Especialmente en su segunda mitad, el relato carece de toda lógica y la cohesión desaparece por completo. Una secuencia íntegra demuestra la falta de continuidad y la necesidad de estirar el metraje en detrimento del (pobre) hilo narrativo que se veía desarrollando hasta ese momento. El sector masculino del elenco demuestra un oficio que deja en evidencia la falta de talento de las actrices elegidas para ser la carnada de estos extraterrestres hambrientos de energía eléctrica y humana.
Invasión de rutina y efectos elementales Se trata de la misma historia de siempre, una invasión alienígena con una sola vuelta de tuerca original: el ataque extraterrestre es atestiguado en Moscú por un grupo de amigos norteamericanos que, de algún modo, se convierten en unos de los pocos sobrevivientes en la populosa ciudad que queda semidestruida y deshabitada. Pronto descubren ques las principales metrópolis del planeta han sido atacadas, y asumen que hay poca esperanza para el mundo, pero siguen luchando por su vida. No mucho después se juntan con algunos ssobrevivientes rusos que no sólo están pensando en conservar la vida sino en repeler la invasión pero, dado lo moderno de las armas esxtaterrestres, tienen una tarea bastante difícil por delante. Inclive hay un ruso que inventa un arma casera de microondas con la que espera contrarrestar los rayos de los aliens, que no tienen la típica forma monstruosa de H. G. Wells sino que más bien son unas figuras electromagnéticas más bien curiosas. Cuando atacan inicialmente desde el cielo logran cierto atractivo estético, pero en realidad, a lo largo de todo el film, sólo se parecen a lo que son, unos rudimentarios efectos digitales. Hay algunas buenas escenas de acción, sobre todo hacia el final, y muchos diálogos ridículos entre los jóvenes norteamericanos y los rebeldes rusos. Tambien hay buenas imágenes de la Moscú derruida, y una escena climática donde un perro solitario le ladra a los marcianos. No mucho más.
En línea recta hasta el final Las historias básicas también pueden ser buenas historias. Eso es lo que viene a probar La última noche de la humanidad, una película de premisas bien simples que recorre el trayecto que va desde el punto inicial al final por el camino más corto: la línea recta. El relato se enfoca en la resistencia de un grupo de jóvenes a una invasión extraterrestre. Hay dos detalles peculiares. Uno: los alienígenas son como ectoplasmas luminosos, invisibles salvo cuando entran en contacto con una fuentes de energía eléctrica. Dos: el escenario es la ciudad de Moscú, en cuyo paisaje urbano conviven los suntuosos palacios de la época de los zares, los edificios grises y funcionales del régimen comunista y las actuales construcciones corporativas de los magnates rusos. La historia es básica porque se reduce a una serie de fugas, enfrentamientos y encuentros más o menos casuales. Todos los personajes están al servicio de la acción. Los principales son cuatro jóvenes norteamericanos: dos chicos y dos chicas que se conocen en la capital rusa y sus vidas se unen por la fuerza de las circunstancias. Si bien cada uno de ellos tiene un temperamento definido, que incidirá previsiblemente en su destino, lo que prima son los movimientos grupales. Hay algún que otro conflicto a la hora de tomar de decisiones, pero el enemigo es tan poderoso que el instinto de solidaridad se impone y les permite sobrevivir. Los efectos de 3D no son nada impresionantes y su mayor virtud consiste en que no distraen con ornamentos visuales el curso de la historia. Desde el principio, todo se reduce a saber si los personajes podrán escapar vivos de Moscú y volver a los Estados Unidos. Y lo que podría ser un defecto dramático, el hecho de que los villanos prácticamente no tengan caras y sean sólo nervios de luz, es compensado por el ingenio y la estrategia que exige combatir contras esas formas abstractas. La última noche de la humanidad es una máquina cinematográfica de entretenimiento puro, que incluso podría ser calificada de "decente" u "honesta" por aquellos que consideran que la ideología importa en el cine. Su visión del género humano es tan optimista que hasta los rusos son presentados como gente maravillosa, aunque tal vez esto se deba más a las firmas en cirílico de los productores que a la convicción de los guionistas.
Una vez más los alienígenas invaden la Tierra. Una vez más provocan una masacre. Y una vez más habrá una batalla por la supervivencia o la aniquilación de uno u otro bando. “La última noche de la humanidad” se suma a la tendencia de explotar las teorías sobre el fin del mundo. Sólo en ese contexto se explica la existencia de esta producción cara y extensa que sigue las huidas y estrategias de un pequeño grupo de humanos que sobreviven al primer intento de destrucción de la Tierra por parte los extraterrestres para apoderarse de los recursos naturales. Todo narrado con la atmósfera inocente de las películas de ciencia ficción de los 60, personajes que resultan la (subrayada y vuelta a subrayar) encarnación de los valores humanos y un tono épico del guión que de tan reiterado termina quitando cualquier resto de verosimilitud.
Medianoche en Moscú con extraterrestres energéticos En La última noche de la humanidad, se conjugan elementos de unos cuantos films (y tendencias) de los últimos años. A saber, la principal idea argumental es muy parecida a La oscuridad (Vanishing on 7th street, 2011, o esa bosta que tenía como protagonista al insufrible Hayden Christensen), es decir, de repente en una noche, unos enemigos invisibles y letales exterminan a la mayoría de la gente y el mundo como lo conocíamos empieza a desaparecer. Además, el esquema mediante el cual se narran los hechos es muy parecido a las muy flojas Skyline e Invasión del mundo – Batalla Los Angeles, mediante un par de escenas más o menos impresionantes disfrazan una película pequeña de un grupo de sobrevivientes escapando por las ruinas de ciudades conocidas. Entonces, son films con aspiraciones de parecerse a los de Roland Emmerich, pero sin el presupuesto ni las ideas de este. Por último, otra particularidad comparable a un film de los últimos tiempos es la insistencia de Chris Gorak en mostrarnos Moscú, casi la misma que tuvo Woody Allen al mostrarnos París en su Medianoche en París. Salvando las distancias, algunos hermosos planos de la ciudad rusa parecen pensados por algún organismo de turismo. Obvio, Gorak no olvida subrayar a trazo grueso, la “ironía” de los carteles de McDonalds que invaden hoy la capital de la ex Unión Soviética. Olvidándonos un poco de la comparación con la película de Woody Allen, pareciera que la conjunción de los elementos del resto de los films mencionados en el anterior párrafo, no podría dejar bien parada a La última noche de la humanidad, sin embargo, es un poco mejor que aquellas tres sobre todo, porque por momentos no se toma tan en serio y deja aparecer personajes inverosímiles, como los soldados excesivamente nacionalistas rusos o el electricista que inventa un arma que lanza microondas (¡!). Gorak se permite un poco de humor (no demasiado), y aunque el film no es lo suficientemente autoconsciente como para ser realmente bueno, se deja ver. En principio el ritmo de la película es aceptable, una introducción que nos pone rápidamente en contexto. Luego empiezan las lagunas, demasiados midpoints en el guión que le quitan velocidad y energía. Y por supuesto, una gran cantidad de arbitrariedades y ridiculeces que son salvadas por la corta duración, con lo cual nunca se vuelve tedioso o demasiado aburrido. De las actuaciones de personajes tan estereotipados, no vale demasiado comentarlo. Quizás la química entre los amigos protagonistas Sean (Emile Hirsh) y Ben (Max Minghella) sea los más interesante al principio, aunque luego se convierten en seres más bien convencionales. Además, sin ningún atenuante, cuando algún personaje se vuelve lo suficientemente insoportable muere, al estilo esquemático de los viejos slashers de los 80’s. La última noche de la humanidad no es tan mala, peca de poco original y quizás sea un tanto fallida. A pesar de todo lo anterior, es pasable y olvidable pero no indignante. O por lo menos no hay que aguantar a Hayden Christensen, lo cual no es poco.
Comenzado el año es de esperar una buena cantidad de productos provenientes del país del norte. Así es, el cine pochoclero será sin dudas el plato principal del verano que, como es sabido, se alimenta fundamentalmente de esa fuente y tarde o temprano le va a caer muy mal. Digo yo, ¿no hay más variantes en las películas con extraterrestres? ¿Hasta cuando tendremos que soportar esto de venir al planeta para llevarse algo? ¿No hay otro planeta con agua acaso, con plantas o seres vivos? ¿Por qué tienen que venir todo el tiempo a romper edificios? Con todos los problemas que uno tiene de aumentos de subte, inflación mentida y TV chatarra, encima, hay que bancarse alienígenas intolerantes. Todas estas preguntas que me hago surgen un rato después de comenzada la proyección de “La última noche de la humanidad”. Primero tenemos una escena donde dos amigos muy emprendedores llegan a Moscú para promover un invento que consiste en un aparato mezcla de GPS con chat, cuyo mapa contiene los lugares más piolas para pasar la noche: los que tienen las mejores minas, los que están más "liberados" en cuestiones de drogas, los más caros, los más baratos etc. En pocas palabras, el mapa del descontrol para jóvenes con plata. Curioso el tiempo que se usa para describir un producto que luego no servirá para solucionar nada de lo que suceda después. En la misma escena vemos una irritante cantidad de planos mostrando que linda y capitalista se ha vuelto la Rusia de hoy. McDonald's, Starbucks, Nike, gente consumiendo feliz y alegre en las calles. Ni rastros del comunismo. ¿Ve qué bueno es que Estados Unidos se meta a arreglar el mundo? Es tan incómoda la escena que hasta me pareció una provocación (buena señal, por cierto). Bien, nada de esto importa para nada. Todo se diluye cuando los dos amigos, estafados por su representante ruso, están en un boliche para olvidar las penas y un repentino ataque de extraterrestres comienza a convertir cada ser viviente en un puñado de cenizas. Los "bichos", esta vez a base de luz pero invisibles en su forma, parecen imposibles de destruir pues, además, están protegidos por un escudo de energía que los hace impenetrables a las balas, las armas cortantes, o lo que sea. Ellos, dos chicas y el ruso sobreviven encerrados en el sótano-cocina durante unos días hasta que deciden salir. El panorama es incierto. Parece ser la victoria por goleada de los aliens, pero sin embargo siguen por ahí patrullando las calles en busca de nuevos aspirantes al cenicero. Cumpliendo a rajatabla con todas las convenciones del género habrá más sobrevivientes; gente que descubre una forma de combate efectiva; una resistencia organizada, o a punto de estarlo, y una forma de escapar para eventualmente contraatacar. Nada que no se haya visto antes, con un par de excepciones. El clima de tensión generado por información que se va entregando en dosis interesantes, y el aprovechamiento de los espacios exteriores gracias a la muy buena dirección de arte de Ricky Eyres, quien ya había hecho un trabajo sólido en “Contagio” (2011). Incluye tomas y ángulos panorámicos de la ciudad de Moscú meticulosamente seleccionados para dar atmósfera de desolación e inmensidad ante la catástrofe, e interiores gigantes donde no parece haber lugar seguro. En ambos casos correctamente fotografiados por Scott Kevan. Si hubiera alguien del elenco para destacar le juro que lo mencionaría. Pero no, porque actúen mal sus personajes, más bien diría que este grupo de actores y actrices funcionan bien juntos y como equipo simplemente útil y bien articulado. No es cuestionable la realización de Chris Gorak. Es más, hasta se inscribe dentro de las producciones que no hacen abuso de los efectos especiales, al contrario, y estos contribuyen a la narración. “La última noche de la humanidad” está bien realizada, el problema es el centenar de guiones parecidos de los últimos años que la colocan del primer al último fotograma dentro de la bolsa de términos tales como rutinaria, trillada, común, etc. En el mejor de los casos, si usted no es habitué del género (o sea vio poquitas de este estilo), esta producción lo va a entretener genuinamente y sin subestimarlo. Nada más
Confieso que me decidí a verla intrigada por los trailers. El género de ciencia ficción suele tener buenos exponentes, además, desde el storyline oficial se prometen los bellos paisajes de Moscú, así que no había razón aparente para evitarla. Si bien es un film menor, La última noche de la humanidad (no sé por qué la traducción, el título original es The darkest hour – la noche más oscura- que tiene mucho más que ver con el argumento) no decepciona. Cumple con lo pactado, y hasta se aparta de lo trillado sacrificando un par de personajes de esos que uno apuesta que llegan al final. Un grupo de amigos norteamericanos (la película es una coproducción ruso-noteamericana – quién lo hubiera imaginado en los ’80?) queda varado en Moscú luego de una extraña pero poética invasión alienígena. Al mejor estilo Depredador, estos seres son invisibles a los ojos humanos, aunque pueden ser detectados cuando su energía enciende todo aquello que sea eléctrico. Tras una noche de masacre, los amigos sobreviven y se ocultan hasta que deciden que es el momento de salir, buscar otros sobrevivientes, y ver qué se hace para salvar a la Tierra. Siguiendo la lección de H.G. Welles en la Guerra de los Mundos, también retomada por Tim Burton en su burlesca Marte Ataca, el objetivo es comprender la razón de la invasión, y encontrar el punto débil de estos agresores. Esa será la auto-impuesta misión de estos chicos, y la historia de la película. El film, la segunda obra del director Chris Gorak (la anterior es Terror en Los Ángeles, que no pasó por nuestras salas, salió sólo en DVD), es protagonizado por Emile Hirsch (Meteoro),Olivia Thirlby, Max Minghella, (hijo de Anthony Minghella, el fallecido director de El paciente inglés) y Rachael Taylor. Se estrenó en 3D, como para hacerlo más atractivo al público, ya que si bien ninguno de estos chicos es un improvisado, tampoco son muy convocantes a la hora de la taquilla. Lo que tiene de interesante es cómo Gorak logra hacer de los espacios más abiertos – la plaza Roja desierta, por ejemplo- y la luz del día, los momentos de mayor tensión. ¿El famoso paisaje de Moscú? Bueno, lo aprovecharon durante la primera media hora: una visión actual y en 3D de la maravillosa ciudad, que de a poco va quedando desolada, hasta ir convirtiéndose en ruinas. La película es llevadera y correcta, pero no mucho más. Ideal para adolescentes en grupo de amigos. Los demás pueden esperar tranquilos su estreno en DVD, o directamente dejarla pasar. No se habrán perdido demasiado.
La Guerra Más Aburrida del Mundo Este año las malas películas comienzan a aparecer temprano inaugurando la categoría "Lo Peor del 2012" con The Darkest Hour, una producción que aborda la ¿inagotable? trama de alienigenas que atacan el planeta Tierra para quedarse con nuestros recursos y exterminarnos de la manera más cruenta posible. Para comenzar, debo decir que es muy poco original la forma en que decidieron que los marcianos exterminan a los seres humanos... ¿desintegrarlos en partículas? ... es un herramienta que usó con mucha más clase y drama el gran Steven Spielberg en "Guerra de los Mundos", y no es su mejor producción ni cerca. Que los atacantes del espacio sean invisibles y estén envueltos en una especie de camuflaje amarillo luminoso es bastante pedorro también. Creo que la premisa original quizás funcionaba mejor en la cabeza de sus creadores, pero a la hora de darle forma y ponerla en pantalla no supieron como generar las sensaciones de terror, suspenso y drama que debe tener un buen producto de la ciencia ficción. Los efectos son buenísimos y el hecho de que suceda en Moscú es muy pintoresco, pero eso no alcanza en absoluto para lograr buen entretenimiento. ¿Qué hace Emile Hirsch en este proyecto de 2da categoría? Es una cuestión que no se si algún día entenderé... capaz quería pasarse desesperadamente al cine de acción para competir con Shia LaBauf o se cansó de los films serios.... Para resumir es otra historia pésima de invasión alienigena, que recién se pone más o menos emocionante en los últimos 15 minutos del metraje. Pasando de los efectos visuales y algunas muertes en orden sorpresivo, no hay nada para rescatar. ¿Los extraterrestres son una raza super avanzada que nos vienen a exterminar pero no son lo suficientemente vivos como para fijarse detrás de un auto o una mesa si hay algún cristiano escondido? Parece una tomada de pelo. El discurso de victoria de uno de los soldados rusos con los que se topan los protagonistas es de los peores de la historia del cine al igual que el decepcionante y horroroso final que tiene esta cinta. Definitivamente no la recomiendo.
Ciencia ficción ambientada en la muy atractiva y turística ciudad de Moscú. Bellos y letales alienígenas que llegan como estrellas caídas y destruyen todo. Es en 3D. Ahí se acabaron las novedades. Un grupito de jóvenes que intenta sobrevivir se cruza con otros personajes, un grupo de resistencia, y descubre el punto débil de los invasores. Sí, lo vimos muchas veces. Vistosa por momentos.
The Darkest Hour viene de la mano de Timur Bekmambetov, el mismo de Wanted - Se Busca y Nightwatch, y que aquí oficia de productor. Al parecer Bekmambetov quiere armarse un imperio cinematográfico en su Rusia natal, y para ello se ha abocado en desarrollar proyectos relacionados con lo fantástico como, por ejemplo, 9 Nueve o Relámpago Negro. En esta ocasión reclutó a Chris Gorak, el director de El Peor de los Miedos, para poner en escena una invasión extraterreste a la Tierra, la cual comienza en Moscú. Y si bien La Ultima Noche de la Humanidad no comete ningún error imperdonable, tampoco es el filme más excitante del mundo. La dirección es demasiado sobria y el libreto no es demasiado original, y ambas cosas se terminan por combinar para opacar el escaso brillo que podría tener esta película. Haciendo un análisis en crudo, La Ultima Noche de la Humanidad no deja de ser material directo a video, sólo que aquí está prolijamente producido (o sobre-producido, como se quiera verse). La invasión extraterrestre está copiada casi textualmente de La Guerra de los Mundos 2005 - los aparatos eléctricos dejan de funcionar, la gente sale a las calles, los aliens caen sobre el asfalto, el primero en morir es el policía que se anima a tocarlos, y hasta los rayos vaporizadores tienen los mismos efectos que el filme de Steven Spielberg -, y hay algunos toques provenientes de otros filmes, al estilo 28 Dias Después - Exterminio (que a su vez se inspiró en el original de El Dia de los Trifidos): otra pareja de superviventes que utiliza las luces de su departamento como un faro para atraer a los desvalidos, aunar fuerzas y emprender una excursión suicida a través de la ciudad para llegar a algún destacamento militar que los lleve a algún lugar lejano y aislado del horror. Como se puede ver, nada de esto es del otro mundo - ni siquiera los alienígenas, que son invisibles hasta el momento en que emiten algún chispazo o activan algún aparato eléctrico, ya que deambulan por ahí como si fueran pilas Duracell con patas -, pero al menos está prolijamente filmado. Ciertamente los mayores problemas de La Ultima Noche de la Humanidad no pasan por su falta de originalidad ni porque sea un vehículo casi exclusivo para los efectos especiales. El punto es que se trata de una película hueca y chata. Los personajes son unos ególatras superficiales que se pasan haciendo americaneadas en Rusia, y que jamás terminan por transformarse - a causa de las circunstancias - en mejores personas. El escenario es fascinante pero resulta ser un mero decorado - lo único que entra en juego es que los avisos de auxilio están en ruso y, para ello, precisan encontrar a un ruso vivo y que, además, sepa hablar inglés! -, y jamás es utilizado como subtexto (si en los 50 las invasiones extraterrestres eran metáforas de la paranoia de la Guerra Fría, The Darkest Hour podría haber devuelto el cachetazo, usando la imagen para analizar la invasión de la cultura americana en la conservadora Rusia). Los ataques de los aliens son correctos pero poco inspirados - ninguno de ellos posee algo de suspenso -, y los extraterrestres carecen de personalidad. Son una gran masa anónima, invisible y aburrida. Me gustaría tirarle algunas piedras más a La Ultima Noche de la Humanidad, pero el tema es que no le encuentro fallas imperdonables. Es algo lenta e insulsa, y no está mal hecha. No es un entretenimiento "guau!", pero tampoco es un atentado al pudor. En todo caso lo que se le puede recriminar es su falta de valentía para hacer cosas mucho más interesantes con un escenario tan potencialmente rico como resulta ser la occidentalizada Rusia de hoy en día, con lo cual entra a jugar en la liga de "oportunidad desperdiciada", en donde a veces las omisiones pesan mas que los leves pecados que cometen.
Otro thriller apocalíptico. Otra invasión alienígena. Dos temas muy recurrentes en el mundo del cine, pero aquí lo diferente e interesante es que los seres en cuestión no sólo son criaturas extrañas, sino que además se ocultan tras un escudo cargado de energía que los hace prácticamente invisibles al ojo humano. El segundo film de Chris Gorak como director (el anterior fue "Terror en Los Ángeles", título que en la Argentina pasó directo a DVD hace algún tiempo), se desarrolla en Moscú, una de las tantas ciudades que ha reportado invasiones extraterrestres. Allí, cinco jóvenes que se encuentran en la mencionada capital rusa quedan varados y tienen que luchar por sobrevivir en el despertar de un devastador ataque. Sean y Ben son dos amigos norteamericanos que se encuentran en el lugar para concretar un negocio que queda truncado por un empresario local -interpretado por el actor sueco Joel Kinnaman- que les roba la idea (una aplicación que crearon para dispositivos móviles). Por el otro, Natalie y Anne son dos muchachas turistas (una estadounidense y una australiana) que se encuentran disfrutando de sus vacaciones. Todos se conocen en un club nocturno momentos antes de que el terror se apodere de la ciudad cuando se corta la luz y en las afueras se encuentran con un montón de luces que caen del cielo, algo similar a lo que sucede en la historieta argentina "El Eternauta" cuando unos copos de nieve que caen preceden un ataque de estas características en Buenos Aires. Claro que no son para nada amigables, ya que tras el ataque inicial los protagonistas caen en la cuenta que estos seres energéticos -que revelan su presencia cuando están cerca de algún dispositivo que utiliza electricidad para funcionar- tienen por objetivo eliminar todo tipo de vida en el planeta y apoderarse de sus recursos minerales. A pesar de que no desarrolla una gran historia, esta película producida por el realizador Timur Bekmambetov (responsable de la exitosa fantasía rusa "Guardianes de la Noche"/"Guardianes del Día" y del film "Se Busca") sí presenta una vuelta de tuerca en lo referente a ataques extraterrestres. El elenco de "La Última Noche de la Humanidad" está compuesto por Emile Hirsch, a quien recordarán por sus protagónicos en "La Chica de Al Lado", "Los Amos del Dogtown" y "Meteoro"; el británico Max Minghella ("Palabras Mágicas", "Agora", "Red Social); Olivia Thirlby ("Juno") y la australiana Rachael Taylor ("Transformers", "Imágenes del Más Allá" y la recientemente cancelada nueva versión para la TV de la serie "Los Ángeles de Charlie". Todos ellos están acompañados por un elenco de actores rusos (Dato Bakhtadze, Yuriy Kutsenko, Artur Smolyaninov, Pyotr Fyodorov y Nikolay Efremov) que interpretan a una especie de ejército de la resistencia que logra encontrar la manera de enfrentar a los invasores.