El amor después del amor Esta apuesta de relato clásico acerca de una pareja –interpretada por Carlos Belloso y María Onetto– que se separa tras vivir juntos por 25 años propone un acercamiento a los reacomodos, dolores y frustraciones de empezar una nueva vida sin poder del todo desengancharse de la anterior, ya que ambos parecen estar atravesando la situación del divorcio de una manera muy adulta, civilizada y amigable. La primera parte toma el punto de vista de él, que no puede de dejar de obsesionarse por lo que hace y deja de hacer su ex, si ve a otras personas o no, además de retomar algunos hábitos privados dejados de lado, aparentemente, por largo tiempo. Esta parte revelará algunos secretos, incorporará un costado “pesadillesco” y tendrá algunas sorpresas que marcarán a fuego la parte de la historia contada por ella. Tomando en cuenta la lógica del guión y las sorpresas que tiene conviene no contar más, salvo para decir que la parte que adopta el punto de vista de ella juega con versiones diferentes de cosas que vimos previamente, pero que a partir de ese inesperado giro de los acontecimientos pierde un poco su fuerza e interés, desviando su eje de lo que hasta entonces era importante y estaba bastante bien tratado hacia una zona menos rica en matices dramáticos. Las sobrias y muy sólidas actuaciones de Belloso y Onetto están entre lo mejor de este drama que, tras un muy buen planteo y arranque, no termina siendo del todo convincente en su etapa final.
Todo en la cabeza Drama intimista que vira a lo fantástico con toques de cine policial, La vida después (2015) es una rareza en dentro de las convenciones que maneja el cine argentino. Juan (Carlos Belloso) y Juana (María Onetto), un matrimonio de más de 20 años de convivencia que en las apariencias se lleva perfectamente, deciden separarse. El pedido lo hace ella que se quedará en la vivienda que compartían, pero que le comprará una casa a su ex con la plata que recibió de una herencia. Los motivos de la separación nunca se conocen, pero lo cierto es que ellos siguen llevándose de maravillas y hasta salen a festejar aniversarios con regalos incluidos. Pese a la aparente normalidad con que se tomaron las cosas, cada uno tendrá sus razones para sospechar de una "supuesta" doble vida del otro La segunda película del binomio conformado por Pablo Bardauil y Franco Verdoia (Chile 672, 2006) se divide en dos actos donde al igual que en Matrimonio (Carlos M. Jaureguialzo, 2013) cada uno de los protagonistas tendrá un punto de vista diferente sobre el otro. La diferencia radica que, mientras en la primera era en la etapa preliminar, en La vida después será a partir de la separación. En el primer acto Juan, a raíz de una charla con Juana, comenzará a sospechar que ella tiene una relación con un ex compañero de teatro (Rafael Ferro). Ahí el relato gira a lo fantástico cuando éste comienza a imaginarse situaciones que solo pasan por su cabeza. En el segundo acto, ante un confuso hecho policial en el que se ve involucrado Juan, la historia se revierte y la fantasía pasará por Juana y las sospechas sobre su una presunta relación gay con el personaje de Esteban Meloni. Lo cierto es que en La vida después nunca sabremos que es realidad y que fantasía, tampoco si la separación existió o es un mecanismo de defensa para asimilar la muerte del otro. El tiempo y el espacio se cruzan permanentemente y eso lo convierte en un relato ambiguo. Recurso que lo vuelve interesante y con la posibilidad de muchas lecturas. Como siempre el cuarteto de actores protagónicos hace todo mucho más creíble y desde lo técnico se luce una fotografía pálida que provoca cierto onirismo y sensación de irrealidad. Más allá de cierta pretenciosidad narrativa y alguna que otra vuelta de tuerca algo forzada, La vida después se la juega apelando a dispositivos ausentes en el cine nacional. Y el resultado está más que logrado.
Una película muy bien dirigida por Franco Verdoia y Pablo Bardauil. Con guion de este último, es un film para no perderse. Con dos grandes actores como Maria Onetto y Carlos Belloso, llenos de matices, capaces de descubrir las diestintas capas de las personalidades de sus criaturas, con saltos en el tiempo realizados con maestría, con sorpresas, detalles. Una separación aparentemente sin causas, la soledad inapelable, las fantasías, lo callado, lo demostrado, lo oculto. Una película para no perdese.
Oscuras líneas paralela Son fantasmas o en todo caso, la historia de Juan (Carlos Belloso) y Juana (María Onetto) tiene cierta textura fantasmal, desde el momento en que se ingresa a ese micromundo de lo que fue un matrimonio, una relación de muchos años que llegó a su fin. Sin embargo, desde ese comienzo a mitad de la vida de los protagonistas, el relato se divide casi en partes iguales para seguir las rutinas de cada uno en solitario. Pero tampoco, porque tienen una vida juntos, entonces en ese nuevo comienzo que incluye mudanzas, otras voces y otros ámbitos, se siguen viendo, cruzando sus destinos porque aun sienten cariño el uno por el otro, son civilizados, de un buen pasar económico (ella conductora televisiva, él escritor), quieren lo mejor para el otro. Y siguen unidos por dos décadas de convivencia y Juana que retoma una activa vida social que incluye a un ex compañero de teatro y Juan que no, que no sale (salvo para ir al gimnasio en donde mira alternativamente a una atractiva mujer de su edad y a un joven musculoso en pleno ejercicio), que se aísla en su casa frente a la computadora entre las páginas pornográficas, el chat de citas y que siente celos mientras avanza su novela que tiene como centro su separación, su propia soledad y la mirada sobre su ex mujer se confunde la realidad con el texto que avanza, mientras la pulsión por una aventura sexual con alguien desconocido se hace urgente. La vida después es una película rara en el panorama del cine actual, en principio porque la puesta tiene una elegancia precisa –en parte por la fotografía de Jorge Dumitre– que complejiza el relato para reordenar los perfiles del principio que se desdibujan para sentar nuevos parámetros en una ambigüedad oscilante sobre Juan y Juana, en segundo lugar porque la percepción que tiene cada uno de los personajes sobre el otro da paso a una reconstrucción posible –tanto de parte de los protagonistas pero también como una tarea para los espectadores– en donde lo real va dando paso a un juego de otras realidades y por último, un especial y se podría arriesgar hasta obsesivo trabajo con la dirección de actores, en donde tanto Onetto como Belloso construyen un vínculo verosímil para ofrecer un contrapunto extraordinario.
Un pasado desconocido que se revela Tras años de un buen matrimonio, Juan y Juana deciden separarse, aunque la adaptación a la nueva vida no les resulta fácil, ya que todavía quedan retazos de amor, especialmente en él, un escritor taciturno e introvertido que muere poco después. Juana no puede reprimir su dolor y se ampara en la soledad de su casa, donde están los manuscritos de Juan, para una futura novela, a través de los cuales descubre una zona insospechada del pasado de él. El film ahonda en esos sentimientos, contradictorios muchas veces, que se descubren al mirar al otro desde una perspectiva diferente y hasta encontrando puntos de atracción desconocidos. El replanteo de todo lo vivido es lo que se halla en el trasfondo de esta historia. El director cordobés Franco Verdoia y el bonaerense Pablo Bardauil lograron construir ese clima tenso y por momentos violento en el que se mueven estos personajes. María Onetto logra penetrar en esa mujer que descubre lo que nunca había pensado de su marido, mientras que Carlos Belloso, alejado de sus habituales tipos, compone con calidez a ese escritor envuelto en el misterio.
Seguir viviendo sin tu amor Con actuaciones solventes de Carlos Belloso y María Onetto, pormomentos la película da en la tecla. ¿Cómo se sigue adelante cuando se termina una pareja que duró muchos años? ¿Cómo se procesa la muerte de una relación tan íntima, familiar? ¿Cómo se supera la distancia y el extrañamiento que, a partir de la ruptura, se siente en presencia del otro? ¿Cómo se asimila descubrir que no conocíamos al otro tan bien como creíamos? La vida después va al grano: en la primera escena, Juana (María Onetto) le dice a Juan (Carlos Belloso) que quiere separarse. Sin hijos, desacuerdo en cuanto a la división de bienes ni terceros en discordia, no hay discusiones. Con la típica determinación femenina para estas cuestiones, Juana comunica que su amor se terminó, y eso es todo. Mantiene el cariño, un cariño maternal, rayano en la lástima, que es casi más doloroso que el encono. Asistimos, entonces, al intento de reconstrucción moral de ese hombre descolocado. Para algunos, volver a la soltería es una fantasía en la que se oye el ruido de rotas cadenas y se recobra el tiempo perdido. Para otros, como Juan, significa empezar de cero o, peor, retroceder varios casilleros. Con actuaciones solventes y una filmación con espíritu teatral, desarrollada casi únicamente en interiores, esa primera mitad -basada en experiencias autobiográficas de Pablo Bardauil, guionista y uno de los directores- es la mejor de la película, porque da en la tecla de lo que puede sucederle a un hombre recién separado. Pero Bardauil y Franco Verdoia -ya dirigieron, también juntos, Chile 672 (2007)- no quisieron limitarse a hablar de lo que conocen, sino que intentaron ir más allá, para mostrar también el punto de vista de Juana. Una decisión lógica -después de todo, una pareja está formada por dos personas- y potencialmente rica, pero pobre en su concreción. Porque para contar el lado femenino de la situación, el guión da un giro brusco, forzado, y la historia se desvía hacia un terreno pantanoso, que quita el foco de la separación y lo coloca sobre zonas menos interesantes. Como si los directores no hubieran confiado del todo en lo que tenían entre manos hasta ese momento, recurrieron al factor sorpresa, que es traicionero: a veces es efectivo y muchas otras, como esta, sólo resulta artificial.
Inquietante drama hecho de sugerencias El departamento. Cada uno va a recordarlo, después. Ella está en la bañera, él sentado en el borde. Se quieren, se cuidan uno al otro. Pero por alguna razón, después de tantos años juntos, van a separarse. Hay gente así. Surgen los recuerdos. Se confunden, esos recuerdos. También se olvidan, o los dos se quieren pero sólo uno se acuerda. La cabeza suele ser más compleja que el corazón. ¿Hay, entre medio, algo que imaginamos, o que uno de ellos imagina? ¿Y si después advertimos que la otra persona ya no es como antes, y acaso pensamos que en realidad nunca fue como la veíamos? Casi diez años atrás, Franco Verdoia y Pablo Bardauil hicieron una obra coral llena de nervio, casi al límite en muchos aspectos y con un largo elenco, "Chile 672". Ahora volvieron al cine, más calmos. Desarrollan la vaga sugerencia en vez del grito, tensan de modo sutil una sola historia con dos o tres puntos de vista, envuelven el drama en una luz tranquila, y potencian un elenco reducido: María Onetto, Carlos Belloso, Rafael Ferro (siempre hay un tercero, pero en este caso no es sólo lo que uno piensa). Respaldos ocasionales, Sandra Villani, María Lorenzutti, Esteban Meloni, José Luis Alfonzo. Dirección de arte, Cristina Nigro. Fotografía, Jorge Dumitre. Suficiente con eso. Tocantes, la imagen del marido achicadito en la cabina del camión de mudanza, sus temerosos acercamientos a una página de internet, las dos evocaciones de un juego entre amigos a partir de una pieza de Pinter, "El amante", la inesperada noticia policial, la revelación, la recriminación a quien no está. ¿O acaso está ahí? Los recuerdos se hacen muy presentes en determinadas circunstancias. Después se desvanecen. Y la vida sigue. Inquietante película.
El tono equivocado Rara la apuesta de La vida después, centrada en un matrimonio -Carlos Belloso y María Onetto- que decide separarse pero que encara nuevas existencias y rutinas que prueban ser mucho más dificultosas de lo esperables. Rara porque el distanciamiento, a través de una elegante puesta en escena, es deliberadamente buscado, pero esa meta, lograda con creces, termina siendo tanto su mayor virtud como su peor defecto. A simple vista, a los realizadores Franco Verdoia y Pablo Bardauil hay poco y nada que reprocharles: llevan su visión hasta las últimas consecuencias, con pleno conocimiento de causa, evidenciando un gran conocimiento de las herramientas cinematográficas, con una cámara que se mueve fluidamente alrededor de los cuerpos, en espacios que se van haciendo notoriamente asfixiantes -incluso cuando son abiertos- y contando con actuaciones -no sólo por parte de Belloso y Onetto, sino también de Rafael Ferro en un papel secundario pero sumamente relevante- que captan el tono requerido y jamás se pasan de la raya. Pero quizás ahí esté la falla: en el tono, porque el relato, con toda su carga disruptiva y desestabilizadora por cómo aborda la pareja como estructura que define a determinadas personas, parecía pedir exactamente lo contrario desde la narración, que queda entrampada desde la puesta en escena, sin poder transmitirse las vivencias, inquietudes, temores y hasta paranoias de los protagonistas. En La vida después falta pasión y energía, la voluntad de contagiar realmente al espectador a partir de los climas que podían forjar los eventos e imágenes en la pantalla. Sin embargo, la distancia y frialdad que se generan es tal, que hasta termina generando aburrimiento y en el balance queda gusto a poco, evidenciando que había en la película un potencial que no llega a concretarse. Verdoia y Bardauil tienen talento, eso es innegable y muy importante a futuro, pero aún les falta tender el puente para conectar al público con las experiencias que construyen.
Lo que no fue Si se considera que el cine de Ingmar Bergman es, si no un Norte, al menos un referente del segundo largometraje de Pablo Bardauil y Franco Verdoia, el título La vida después podría ser cambiado sin problemas por el de Escenas de la vida post conyugal. “Me quiero separar. No sé cómo va a ser la vida sin vos, pero ya lo hablamos varias veces y es un paso que tenemos que dar”, le dice Juana a Juan en la primera escena, casi como quien no quiere la cosa. Resulta claro que el matrimonio está atravesando un período terminal de desintegración, aunque a pesar de cierta apatía el afecto y la confianza siguen formando parte de la relación. Con planos fijos y precisamente encuadrados del nido que pronto será quebrado, la película (que fue presentada hace apenas un par de semanas en la última edición del Bafici, en la sección Panorama) atraviesa esos minutos introductorios hasta que el hecho consumado de la separación evidencia varias cosas, entre otras que Juan sufre más la soledad –y, más tarde, los celos– que su ex compañera.Película de actores y actrices (no por nada los directores vienen de ese palo), María Onetto y Carlos Belloso tienen la tarea de cargar una parte sustancial del peso específico del film, y lo hacen previsiblemente bien. En gran medida él, primero, y luego ella, ya que La vida después se divide programáticamente en dos mitades, marcadas por los puntos de vista independientes de cada uno de los ex esposos. Que el personaje de Belloso sea escritor –y uno bastante prestigioso, a juzgar por la edición de su última obra literaria en el mercado de habla inglesa– permite que la narración juegue el juego de las ficciones dentro de la vida real. Ficciones que pueden ser simple invención, alteraciones de recuerdos o una cruza entre ambos, y que la película utiliza para recrear situaciones alternas o variaciones a partir de un mismo punto de partida.La gravedad del tono elegido por los realizadores toma mayor impulso a mitad de camino y adquiere una impronta vehemente, particularmente luego de un giro importante de la trama, e incluso sorprende con algún tinte de sordidez posiblemente no intencional; sordidez que, es necesario aclararlo, surge no del contenido sino de la forma: de los encuadres, la fotografía y la banda de sonido. Ejercicio actoral y de puesta en escena, La vida después es un film cuya respiración –y con ella los posibles ecos y refracciones de sus temas– termina agotándose antes de tiempo, cuando el ocultamiento de ciertas condiciones personales y el duelo por lo que ya nunca podrá ser usurpan el centro del relato.
Las ausencias La originalidad de este segundo opus del dúo Bardauil-Verdoia, que ya habían trabajado juntos en la opera prima Chile 672, es haber encontrado una manera diferente de hablar de las ausencias y representarlas con recursos desde la puesta en escena, con múltiples elementos cinematográficos y sutilezas desde el guión para el lucimiento del trío protagónico integrado por Carlos Belloso, María Onetto y Rafael Ferro. La historia arranca por el final y esa ausencia se acrecienta aunque rápidamente se difumina cuando irrumpe el pasado y sobre todas las cosas el momento de ruptura de un matrimonio, donde una de las partes cede más que otra. Rehacer la vida luego de muchos años de convivencia parece ser una tarea difícil para Juan (Carlos Belloso), escritor que atraviesa un bloqueo creativo pero que encontrará en su próxima novela, “La vida que sigue”, el escape ideal para cubrir la ausencia de Juana (María Onetto), actriz y conductora de un programa de televisión, quien aprovecha la separación consensuada para respirar nuevos aires. La fusión entre recuerdos, pasado, alucinaciones y el propio presente en la trama, encuentran en la dinámica y en la prolija dirección conjunta entre Pablo Bardauil y Franco Verdoia el espacio adecuado para crecer durante el derrotero de la pareja.
Un título que no llega a la solidez absoluta por su resolución ¿Cuántas veces te ha pasado de que una película este haciendo tan bien las cosas narrativamente, que llegas a rogar que no lo arruinen con un desenlace endeble? Eso fue lo que me paso con La Vida Después. El truco de Don Alfredo La Vida Después cuenta la historia de Juan y Juana, un matrimonio que tras veinte años de casados se separa pero se mantiene en buenos términos. La trama se empieza a complicar cuando al poco tiempo de mudarse a un nuevo departamento, él se entera que su mujer ha empezado a salir con otro hombre. Razón por la cual su imaginación de escritor empieza a jugarle una trampa. El segundo acto de la película se divide en dos puntos de vista, separados por un incidente que no puede develarse porque sería un gran spoiler. Pero ambos extremos están trabajados con detalle y minucioso desarrollo tanto dramático como de personaje. Plantando preguntas, pistas a lo largo de todo su recorrido, haciéndole dudar al espectador hasta el último momento como va a terminar la historia. Los puristas del guion, entre los cuales me incluyo, no paramos de quejarnos sobre lo flojos que son los segundos actos de algunas películas. Pero existe algo igual de flojo, un segundo acto tan maravillosamente construido que queda completamente desvirtuado por un tercer acto poco satisfactorio. La resolución de La Vida Después es tan abrupta y carente de un clímax apropiado que echa por tierra todas las grandes virtudes que supo construir. Se develan los secretos, pero no se hace nada mas aparte de simplemente descubrirlos. No hay reacción. Sentís como que a la película le falta un final. Un matrimonio de técnica y actuación Por el costado técnico, La Vida Después es impecable, utilizando el formato Cinemascope casi de un modo teatral, aprovechando toda la extensión del formato para la puesta en escena. Por el costado actoral, la película descansa íntegramente en los enormes talentos de Carlos Belloso y María Onetto, que entregan trabajos perfectos, adentrándonos en las miserias y los miedos de sus personajes con la expresión justa. Párrafo aparte merece Rafael Ferro como un más que adecuado nexo entre los personajes. Conclusión La Vida Después lo tenía todo: Gran factura técnica, excelentes actuaciones y un segundo acto tan sostenido como interesante. Pero un final desacertado te puede costar todo y este fue el caso. Una verdadera lástima; con la resolución adecuada esta película hubiera tenido todas las chances de destacar.
Cuando la soledad desespera Juana es conductora de un programa de TV y Juan, un escritor exitoso. Luego de muchos años de matrimonio, ella decide que deben separarse. A él le cuesta muchísimo adaptarse a la nueva y solitaria vida, pero se pone mucho peor cuando comienza a tener indicios de que ella está saliendo con un amigo de ambos, y se enfrasca en su nuevo libro. La vida de los dos va pasando por la pantalla, como salida de una historia literaria. Un hecho inesperado, cambiará la vida de Juana para siempre. Este nuevo film de la dupla Verdoia-Barduil tiene una trama interesante, con un excelente nivel técnico y ritmo, el film se complica cuando se mezclan las realidades, las fantasías, los sueños y el espectador tiene que estar muy atento para no perderse. Las actuaciones son lo mejor de la película, con un Carlos Belloso sublime y con María Onetto demostrando toda su calidad actoral. “La vida después” es una película compleja, demasiado pretensiosa, pero con muy buenas actuaciones.
Sombras borrosas. Hay historias que comienzan cuando todo termina. Analizando estas historias se reflexiona sobre lo que ocurrió, se diseccionan las sospechas, que cobran fuerza, controlando una a una las células de lo que queda de la relación. Comenzar desde el final es narrar la crónica de una desaparición anunciada a partir de retazos, momentos deformados por los recuerdos y las necesidades del inconsciente. El segundo opus de los directores Franco Verdoia y Pablo Bardauil es una obra de suspenso sobre la imposibilidad de conocer a los demás, las personas que nos acompañan en nuestro viaje, a través de la vida narrada a partir de la separación de una pareja adulta.
Los directores Franco Verdoia y Pablo Bardauil presentaron en el BAFICI su segundo largometraje, La Vida después, que llega ahora a las salas comerciales, un relato sobre el ocaso de un matrimonio. Juan y Juana (Carlos Belloso y María Onetto) se quieren y se amaron mucho a lo largo de los veinte años que estuvieron casados. Pero hoy su matrimonio llegó a un final y cada uno lo asimila y sigue con su vida como puede, aunque esa separación no significa separarse del todo y siguen acompañándose, ayudándose, y mirándose con cariño. Verdoia y Bardauil construyen a dos personajes sin mencionar demasiado de cada uno, para que podamos conocerlos un poco a través de actitudes, miradas y acciones, pero un poco, sólo lo necesario. Mientras el film comienza como una película más sobre una separación, con un punto de vista marcado, cerca de la mitad del film se produce una ruptura. Hay un cambio en el punto de vista, en el tono de la película, y de repente comenzamos a cuestionarnos lo que vimos anteriormente. Es a partir de ese momento que la película va a transitar por diferentes terrenos. En el medio entre ellos dos hay una tercera figura que deambula, interpretada por Rafael Ferro. Sería injusto para el espectador adelantar algo sobre los lugares a los que la trama va conduciendo, pero vale decir que el guión está construido con mucho cuidado y, aunque algunas cosas se hayan decidido dejar en el aire, abiertas, nada es casual en él.
En su segundo largometraje, los realizadores Franco Verdoia y Pablo Bardauil, (“Chile 627”, Argentina 2006) construyen una película de separación, si, de separación, porque si hay un género romántico meloso para contar los idilios y pasiones, también hay uno sobre “desromances”, que termina virando hacia un universo de tensión y misterio impensado para los climas con los que había iniciado. En “La vida después” (Argentina, 2015) hay dos historias que se cuentan desde el momento en que Juana (María Onetto) le pide a Juan (Carlos Belloso) la separación. Después de muchísimos años de casados, de poder congeniar su vida profesional y amorosa juntos, han llegado a un momento de relacionarse entre sí más por inercia que por otra cosa, y que aparentemente este dato, no menor, es omitido por Juan (Belloso). Después del pedido de separación inicia la película 1, la centrada en Juan y en su proceso de duelo, mudanza, y de larga agonía tras encontrarse comenzando de nuevo su vida, casi sin dinero y con una necesidad corporal y sexual que le urge y que lo lleva a cometer algunos actos que ni el mismo pensaba. Esta “película” sobre el amor después del amor, es una película oscura, silenciosa, con largos planos en los que nada pasa, pero que sirven de cimiento para el torbellino que sucederá en la segunda parte. Un acontecimiento hará que Juana, inicie la segunda historia dentro de “La vida después”, una en la que la ausencia de Juan le duele mucho, quizás más de lo que ella imaginaba y pensaba, pero también una en la que la información que comienza a llegarle sobre su expareja le resiente el presente. ¿Con quién estuvo casada? ¿Qué hacía a sus espaldas? ¿Con quién pasaba el tiempo que no estaban juntos? Pero curiosamente, y allí radica la habilidad de los directores, estas preguntas también son sentenciadas por Juan al vacío, cuando detecta, o cree en su interior, muy profundamente, que su mujer tiene un amante y que por este lo ha dejado.La muerte como bisagra, la separación inesperada como punto de partida para narrar algo que se viene ocultando entre dos seres que en el fondo nunca terminaron de conocerse. Hay personajes secundarios, la mucama, de ambos, el amigo de la universidad que vuelve para seducirlos, y un fuera de campo ominoso en el que el pecado y la noche, los vicios, y la sexualidad a flor de piel necesita cristalizarse en la pareja. “La vida después” abruma, y también duele, porque habla de un estado de absoluto desconocimiento entre seres. Entre personas que se aman profundamente, porque del amor que se tienen y tendrán nadie duda. Hay un trabajo también sobre los protagonistas hacia afuera de la pareja que permite reflexionar justamente en cómo en el retraimiento familiar algunos son de una manera y hacia afuera son otra cosa completamente diferente. Juana, así, para el afuera, y particularmente en su trabajo en la TV es una déspota intolerante. Juan un hombre que necesita constantemente la aprobación del otro para hacer las cosas, y en la sinergia entre ambos sale perdiendo. O es ella la que pierde. Vean la película para decidirlo.
ESE IMPERCEPTIBLE RESQUICIO ENTRE LA IMAGINACIÓN Y LO REAL Una casa inmaculada, casi impoluta, que puede recorrerse, en cierta forma, por el breve detenimiento del lente en algunos de sus espacios como el living o el cuarto matrimonial. De lejos se escuchan las voces de sus habitantes quienes, a pesar de convivir en esos lugares, permanecen ajenos al trayecto. La cámara se detiene en el baño y espía ese instante de intimidad: ella desnuda dentro de la bañera y él vestido sentado sobre el borde. Entonces, la charla que bien podría ser un intercambio de votos sagrados se torna una herejía; en la ruptura de aquel cuadro perfecto: ella le dice que quiere separarse. Él no lo entiende pero acepta, un tanto resignado, un poco indiferente. Pero afrontar la decisión se vuelve algo enfermizo, ya que la ve renovada, activa e, incluso, más hermosa que cuando estaban juntos. En la soledad de su casa y frente a la pantalla de la computadora, él, un reconocido escritor, se propone encontrar el instante donde comenzó el declive. A partir de este detonante, La vida después se divide en dos grandes partes: por un lado, en el pensamiento de Juan (Carlos Belloso), sobre sus miedos, incertidumbres y el intento por superar esta fase para poder seguir, de alguna forma, con su vida. Por el otro y debido a un giro drástico, se encuentra la postura de ella, Juana (María Onetto), quien, a diferencia de su ex, retoma las clases de teatro y entabla un vínculo con Gonzalo (Rafael Ferro), un antiguo amigo de ambos. Los directores Franco Verdoia y Pablo Bardauil se valen de la idea de espejo o duplicado, tanto en el sentido de las palabras como de las imágenes para contraponer esas miradas. Se pone en evidencia ya desde el nombre de los protagonistas: Juan y Juana. Pero también se exhibe, por ejemplo, en la semejanza entre ambos hogares que, incluso en ciertos momentos, dificulta la identificación de un espacio u otro. El trabajo más interesante es el tratamiento del flashback puesto que, a diferencia de la mayoría de los filmes donde se busca mostrar el recurso ya sea por los personajes, una voz en off o la disposición del espacio, en La vida después interactúa en el mismo nivel de la narración. Por tal motivo, el límite entre la memoria y lo real a veces se vuelve difuso (aunque se pueda discernir por la vestimenta de los personajes o por la repetición de los recuerdos) pero, a su vez, habilita una serie de operaciones refrescantes entre el espectador y la película. Si bien estos aspectos son llamativos y atrayentes terminan por opacarse debido a ciertas elecciones de composición del relato en la segunda mitad del film. El cambio ya se evidencia en el inicio, en ese giro drástico que, además, poco se profundiza puesto que la forma en la que se lo presenta parecería indicar que llevarlo al extremo implicaría ahondar en cuestiones que es mejor pasar por alto. Sin embargo, la construcción vuelve de manera reiterativa sobre ese punto que detona con el giro; sobre la duda que acarrea Juana sobre su ex esposo. De esta forma, todos los elementos de este fragmento intentan ser exhaustivos sobre dicha incertidumbre pero sólo tantean la superficie. Su ejemplo más espectacular es la breve aparición de Federico (Esteban Meloni), un antiguo amigo de Juan y a quien le dedica uno de sus libros. La repentina presencia es más bien rebuscada ya que no se esclarece ni su función ni se desprende de la concisa charla con Juana ningún elemento substancial dentro del relato. Ni siquiera el empleo de los flashbacks –que tan bien constituyen al personaje, el contexto y su relación con el pasado y el recuerdo en el primer recorte –consiguen restituirle el carácter eficaz de espejo. Ahora, el relato pierde verosimilitud y, en su lugar, se torna difuso, opaco y ambiguo. Lo que, en un primer momento, parecía ser un yin y yang se resquebraja y ese principio de dualidad del espejo se hace añicos. Si al comienzo los juegos con el tiempo y el recuerdo producían un encantamiento, en la segunda mitad el hechizo se rompe pero no para dar lugar al artilugio propiamente dicho, sino para corromper el tratamiento que tanto había hipnotizado. Como el decaimiento de Juan cuando su esposa le pide separase y se limita a abrazarla en el baño; ese mismo abatimiento se produce al descubrir que aquello que procura ser extraordinario no es más que la distorsión entre la imaginación y lo real. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
La vida después delivers an intimate chronicle of the aftermath of a couple’s separation La vida después, the second outing by Pablo Bardauil and Franco Verdoia (Chile 672), chronicles the aftermath of the separation of a married couple after many, many years, and it hinges on a thought-provoking question: how much do we know the people we love the most? In the story of Juana (María Onetto) and Carlos (Carlos Belloso), some revelations surface soon after they separated on very friendly terms: first, he suspects she’s having an affair with an old friend of theirs, and then she starts unveiling a hidden facet of his. Could things really be as they seem under a different light? As the film begins to unfold, you realize La vida después could have been a play. Which is not a bad thing in this particular case, considering how neatly composed and framed each shot is, and how the narrative is deployed. Its story is divided into self-contained austere scenes, filmed mostly with a static camera as not to intrude into the actors’ space and allow viewers to contemplate them in their interplay. As for the editing, it’s also pretty seamless. And while the photography is rather lifeless at times — perhaps deliberately — La vida después is, in its own style, quite accomplished in formal terms. And it does have an effective premise that grants the logic of the many things the ex-husband and ex-wife do in order to learn more about each other. It’s best to not disclose much information here, but just as a hint let’s say that the idea of using Carlos’ new novel as a means to delve into the past does pay off, regardless of how conventional it might be. Another asset is the chemistry between Onetto and Belloso as the spouses in crisis — despite Onetto’s character being slightly overacted. The truth is La vida después has many good ideas — but some of them are executed though clichéd situations with clichéd dialogue. Also, up to the middle of it, dramatic focus is well maintained, so the plot is convincing. This is the part where Carlos investigates Juana’s past and present without her knowledge — kudos to Belloso for a subtle and authentic job as the anguished ex-husband. Then something unexpected happens, which changes the viewers’ expectations as well as the direction of the plot. And you feel you’ve been shortchanged with a narrative gimmick. More precisely, a change in the narrative point of view comes across as forced and anticlimactic. In turn, what Juana eventually finds out about Carlos is too important to be developed in such a short time (it’s almost the stuff for another movie) and pretty much out of the blue. New ideas keep popping up without rounding up previous ones and the story loses momentum. That’s how La vida después gets confused and confusing in what it really wants to say. When and where La vida después (Argentina, 2015). Directed by Franco Verdoia and Pablo Bardauil. With María Onetto, Carlos Belloso, Rafael Ferro, Esteban Meloni, Sandra Villani. Cinematography: Jorge Dumitre. Editing: Delfina Castagnino. Running time: 73minutes.
Este film es la historia de una pareja que se separa o, mejor, de lo que le pasa a esa pareja -notables Carlos Belloso y María Onetto- cuando todo se termina. Pero más allá del drama, está el cine: la cámara se instala de tal manera entre y hacia los protagonistas que genera, más allá de las vueltas de la trama, una gran tensión. Queremos y no queremos ver; queremos y no queremos saber, como pasa cuando la vida nos pone en una encrucijada semejante. En ese suspenso -¿qué es una separación sino quedar suspendido?- se concentra lo mejor de esta película.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Sensaciones contrapuestas despierta la nueva realización de Pablo Bardauil y Franco Verdoia, que ya habían trabajado juntos en la interesante ópera prima Chile 672. Un film coral y colmado de alternativas que partía de un ingenioso punto de partida, primer y fuerte contraste con respecto a este segundo film, La vida después. Semblanza este de una pareja de larga data y en crisis que atraviesa por un estado de separación aparentemente civilizado y cordial, características que esconden realidades más controversiales y también un tanto misteriosas. Con atrayentes recursos cinematográficos, expresivos e interpretativos, ese singular proceso de desvinculación matrimonial va internándose por sinuosos caminos que indudablemente logran sorprender pero asimismo desconcertar. Tanto en teatro como en el film anterior mencionado, Bardauil y Verdoia han hecho gala de su gusto por darle vueltas de tuerca a sus tramas, y aquí lo hacen a partir de la parte final de la historia. Otorgándole una inyección inesperada al film pero de todos modos no del todo convincente. Apoyándose dramáticamente en un buen trío de protagonistas, Carlos Belloso, María Onetto y Rafael Ferro, a La vida después le faltó más desarrollo y elementos narrativos como para justificar sus sorpresas, que de todos modos se agradecen y auguran un tercer opus más logrado.