La nueva película del guionista, dramaturgo y director ingles William Nicholson llega a la cartelera argentina, este jueves 7 de abril. Grace (Anette Bening) y Edward (Bi Nighy) son marido y mujer hace 29 años. Ella, ama de casa, locuaz, amante de la poesía y la literatura. El, callado, intelectual, docente y escritor. Transcurren exiguos minutos de iniciado el film y las figuras principales ya han sido presentadas. Con gran talento y en pocas imágenes, el director William Nicholson ha expuesto las características fundamentales que se desarrollarán luego. Allí se expone a este matrimonio que con pequeños gestos y escasas palabras conceden el reflejo de una relación desgastada y al borde de una crisis.
<<El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces>>, dice el personaje de Anthony Hopkins en la película “Tierra de Sombras” (1993), guionada por William Nicholson, también responsable de la escritura de “Los Miserables” (1998) y “Gladiador” (2000). Aquí, adapta una obra de teatro propia, con trasfondo autobiográfico, retornando a la dirección tras veintitrés años, y habiéndose mantenido inactivo en el rubro desde “Firelight” (1997). “Las Cosas que No te Conté” reconsidera los valores y afectos que sustentan nuestra infancia, mientras un pequeño se convierte en los ojos de una historia que nos muestra a un matrimonio arrastrado por la rutina y las mecánicas de una relación que ha devenido en toxicidad. Abreva en el impacto emocional que la separación paternal tiene en el seno de la familia, desde la mirada del joven, y en las cargas que dicha pareja como arquetipo, deposita en su hijo. Nicholson nos adentra en un auténtico laberinto emocional; tantos caminos existen para buscar aquello que llamamos felicidad como múltiples posibilidades de acceso a ella. Este drama acerca de la separación reposa en el talento de sus dos intérpretes principales (Annette Bening y Billy Nighy), combinando sarcasmo y existencial ánimo de reflexión en atinados diálogos. Se han minado las bases de la convivencia, la pareja ha dejado de valorarse. La regla de tres no cumple con la cuadratura, la infelicidad es un número impar. Tristemente, el niño se convierte en un comodín de cambio, pero la propuesta no cede al golpe bajo que sume a este tipo de propuestas en la previsible banalidad. Un final nostálgico no puede abrumarnos más, mientras la enésima cita poética de Y.B. Yeats cumple su designio.
Jack: The most intense joy lies not in the having but in the desiring Joy: You seem different. You look at me properly now (Ambas citas de Shadowlands) Con un paisaje marino, William Nicholson advierte en la primera escena que buscará varias perspectivas para contar esta historia inspirada en su vida. Un cenital en movimiento muestra el oleaje sobre las piedras. Cerca de estas, madre (Annette Bening) e hijo (Joe Citro) solían pasear en su infancia. Luego oímos la voz en off del hijo crecido (Josh O’Connor). Y ahí, en un gran plano general, la figura de Bening se ve mínima ante un peñasco y una escalera que parece interminable. Así queda reconocido que aquellos paseos pueriles ignoraban cómo estaba ella en realidad. Esta firmeza audiovisual permite que la segunda película de Nicholson como director reformule crisis familiares de este subgénero dramático. El realizador inglés decide así sumarse a una tradición con ejemplos como Kramer vs. Kramer (1979), Gente como uno (1980), Secretos y mentiras (1996), Amour (2012) y Manchester by the Sea (2016) donde el deseo está en cómo llevar grupalmente la pérdida. Y en los guiones escritos por Nicholson a solas, él aborda duplas donde las mujeres son más independientes emocionalmente que los hombres. A estos les corresponde entonces ‘ponerse al día’. Por ejemplo esto se puede decir de Joy y Jack/Clive en Shadowlands, la obra teatral más conocida de Nicholson y dirigida por Richard Attenborough. En ella el famoso escritor C.S. Lewis, interpretado por Anthony Hopkins, reconoce la importancia del sufrimiento solo a través de Helen Joy, interpretada por Debra Winger. A diferencia de esa historia de amor matrimonial; en esta oportunidad, el padre (Bill Nighy) es el que se va y ambos enfrentan la separación a través del hijo. Más allá de las acciones, la diferencia central entre los roles maternos y Grace está finalmente en quienes interpretan sus miradas. La destreza actoral de Annette Bening endurece en exceso el semblante de su personaje hasta un nivel donde entendemos más las razones de haber sido abandonada que sus reclamos previos y posteriores. A modo de contraejemplo entre las películas mencionadas en el segundo párrafo, la mirada de Mary Tyler Moore en la obra de Redford ejemplifica mejores sutilezas. Cierta ternura e ingenuidad en sus ojos permiten hacer empatía con las incapacidades emocionales del personaje. Por su parte, excepto en unas pocas tomas de primeros planos, la mirada de Bening impide ponernos de su lado y como su personaje es el que tiene más protagonismo de los tres, se siente un desbalance. Lo que Beth no sabía decir, Moore lo expresó con su cuerpo. A cambio, Grace comunica y demanda comunicación con la misma intensidad que lo hace el cuerpo de la actriz. Estas decisiones actorales hacen que la obra desacierte varias escenas si bien la química entre los protagonistas y el montaje de Pia Di Ciaula asoman agudezas sobre las dificultades familiares. La escena de la ruptura es ejemplar en este sentido. Con diez minutos de duración Nicholson sitúa el drama en la cocina. Lo dicho por los personajes y la expresividad actoral se concentra aquí en planos medios y primeros planos. El diseño de vestuario de Suzanne Cave propone que Grace pertenece con vivacidad a su casa mientras el de Edward sugiere estar uniformado de gris por sus comportamientos. Aquí Bening interpreta momentáneamente a su personaje desde la ingenuidad y la indefensión sin victimizarla. Nighy, a cambio, susurra con firmeza su decisión y su mirada trasluce dolor y arrepentimiento. Esta personalidad y la figura recuerdan al personaje de Sutherland en Gente como uno pero es en la diferencia donde la obra de Nicholson adquiere fuerza. El enfrentamiento entre Nighy y Bening ocurre en la mañana luego de que Grace vuelve de misa. Sutherland y Moore se sinceran en la semioscuridad de la madrugada. Hablar en la luz del día significa allí mayor madurez aún cuando uno de los personajes haya planificado su ida. Tales decisiones enfrentan los binomios familia-fe, guerra-paz, piedad-compasión, luz-sombras con la figura del hijo. Es él quien queda para ordenar el desastre sin pretender que lo enmendado quedará igual que el caos original, como quiso Beth y como querríamos todos pretendiendo ser ‘gente común’. O’Connor toma el reto con empatía suficiente para ser el escucha atento de su madre aún frente a su posible suicidio. Algunas críticas desestimaron la obra por la dificultad de ver algo tan escabrosamente íntimo como si al cine se le permitieran solo ciertas huidas. A pesar de ellas, Las cosas que no te conté le brinda a Nicholson volver tras la cámara para darle aire a la intimidad teatral en la que él tiene más experiencia y hallar en O’Connor un intérprete confiable de sus traumas. Y a nosotros nos permite anhelar escenas domésticas con las que sepamos observar el mundo exterior.
En un momento de la película, Ángela, la mujer que viene a cambiar el matrimonio de Grace y Edward dispara “antes había tres personas infelices, ahora hay sólo una”, y no es el único momento intenso de esta producción dirigida con potencia por William Nicholson, que habla del amor y el desamor, pero también de lo inevitable de situaciones que terminan brindando sentencia de muerte al amor. Annette Bening impecable.
Un estudio interesante de una familia que se desmorona durante el doloroso proceso. Es revelador y veraz, aunque o esté instalada en una acogedora esfera de pueblo pequeño de clase media acomodada, presentando una visión más privilegiada del divorcio, aunque está claro que las mismas heridas del rechazo, la traición y la falsedad pueden ser profundas para todos.
Llega a los cines este drama británico protagonizado por los talentosísimos Annette Bening y Bill Nighy, sobre una pareja que se separa tras 29 años de matrimonio. El matrimonio y las relaciones afectivas siempre fueron abordadas en diversos dramas que buscaban recrear con la mayor sinceridad y realismo posible, las distintas dinámicas que suelen formar parte de cada una de las parejas. William Nicholson nos ofrece en su segundo largometraje la perspectiva de una dupla de septuagenarios que tras haber convivido casi tres décadas, una de las partes, Edward (Nighy), decide ponerle fin al que parece ser un sufrimiento silencioso de ya varios años. Ambos están descontentos, pero él toma la iniciativa, y Grace (Bening), que parece ser la que tiene mayores reparos y la que más exterioriza su descontento, no puede aceptar la partida de su marido. A partir de ese momento, cada uno de ellos buscará rehacer su vida en un pequeño pueblo costero de Inglaterra cerca de los acantilados de «Hope Gap» (nombre original del relato). Quizás la película de Nicholson no presente grandes o elocuentes cosas para decir sobre las relaciones a lo largo del tiempo, pero sí parece hacer hincapié sobre problemas habituales en lo que respecta a las viejas concepciones del matrimonio yuxtapuestas con visiones más modernas sobre los mismos y en cómo conviene tratar de ponerle fin a las angustias y buscar la felicidad antes de que sea demasiado tarde. Tanto el mensaje como el guion o los cuestionamientos que plantea la película son modestos y medidos, pero terminan funcionando gracias a un tremendo y sentido trabajo del dúo protagónico que otorga magníficas interpretaciones de sus personajes. Los diálogos y las interacciones entre Annette y Bill son maravillosos y reflejan dos posturas antagónicas entre lo conservador y lo moderno. Por otro lado, el personaje de Jamie (Josh O’Connor), el hijo de la pareja que parece ser testigo del desmoronamiento de la relación de sus padres será una pieza clave para que su madre no termine de derrumbarse ante la sorpresa de la separación, pero la subtrama en lo que respecta a la vida personal del muchacho parece quedar en el aire y no presentar el peso suficiente como para poder terminar de redondear o incidir más activamente en la trama principal. «Las cosas que no te conté» es un drama sencillo, sin pretensiones que se nutre de unas dignas interpretaciones de sus protagonistas. Quizás se sienta un poco largo y por momentos demasiado sombrío y agridulce, pero ahí es cuando se luce especialmente Bening. Una película que tal como la compleja relación de la dupla protagónica alterna buenas y malas, aciertos y torpezas.
Las cosas que no te conté se filmó en 2019, pero sus orígenes se remontan hasta 1999, cuando el por entonces joven dramaturgo William Nicholson escribió una obra de teatro basada en la separación de sus padres. Dos décadas después, Nicholson cambió de lenguaje y adaptó al cine aquel guion, dando forma a una película cargada de amor hacia ellos y que funciona como un intento de sanación, de reconciliación con su propio pasado. Da toda la sensación de que la escritura le sirvió al británico para comprender aquello que de otra forma no hubiera podido: a fin de cuentas, para quien no ha estado en esa situación resulta difícil entender en toda su dimensión qué puede sentir un hombre hacia una mujer luego de estar casado durante casi 30 años y haber formado una familia. Tampoco le resulta fácil entenderlo a Edward (un inusualmente sobrio Bill Nighy), quien después de 29 años de matrimonio con Grace (Annette Bening) siente que las cosas no dan para más. Una situación patente desde la primera escena, cuando el hombre se hace un té sin ofrecerle a su mujer. La cuestión es que Edward hace las valijas para empezar una nueva vida junto a otra mujer. Es, desde ya, un baldazo de agua fría para una Grace convencida de que se trata de una de las tantas crisis generadas por el paso del tiempo. Pero el asunto es terminal: Edward le cuenta la verdad, agarra sus cosas y se va. Entre medio queda su hijo (Josh O'Connor). No es un lugar fácil el de, simultáneamente, lidiar con su propio dolor, enfrentar el duelo de su madre y establecer una nueva manera de vincularse con su padre, todo mientras esas experiencias decantan en una puesta en perspectiva de su manera de vincularse con sus parejas. Para colmo, los dos eligen contarle sus penurias a él, ubicándolo en el incómodo doble rol de hijo y confesor. Pero de aprendizajes versa esta película triste y contenida, que asienta sus méritos en los notables trabajos de Bening, Nighy y en la manera entre curiosa y respetuosa con que ese hijo observa a sus padres para entender que, antes que eso, son un hombre y una mujer adultos con deseos e inquietudes propias.
Grace (Annette Bening) ama la poesía. No solo la recita para su interior en el recorrido por los acantilados de Seaford, sino que la empuña como un arma de seducción de los desahuciados, una estrategia contra el tedio de la jubilación, un paso hacia adelante en la retirada de cualquier batalla. Porque si ese amor inspira una meditada antología, que prepara con dedicación todos los días, también le sirve para agitar el alicaído matrimonio que comparte con Edward (Bill Nighy). Edward es profesor de historia en el secundario y especialista en la retirada napoleónica de las tierras rusas, cubiertas por la nieve y los muertos de la derrota. Esa danza de silencios y provocaciones que comparte con Grace culmina con el pedido de separación el mismo día en que ella planea la cena del aniversario. He allí el retrato de su desconexión. La historia escrita y dirigida por William Nicholson no es tanto la de una separación como la de un malentendido. Edward está convencido de haberse subido al tren equivocado el día en que conoció a Grace y de allí su concepción del matrimonio como la consecuencia de ese desvío. Para Grace, aferrarse a los 29 años compartidos no es tanto un acto de desesperación como de certeza: luchar por ese matrimonio es como librar una guerra que no se pierde en la retirada sino en la muerte. No en vano es una creyente: el amor y la fe no se piensan, se sienten. Pero entre Grace y Edward también está su hijo Jamie (Josh O’Connor), un joven ya adulto que vive en la ciudad y que visita a sus padres de vez en cuando, rehuyendo a sus conflictos y, sin saberlo, a los preámbulos de la separación. Si bien el tema es perfecto para un drama de interiores con despliegues actorales, la apuesta de Nicholson no solo se apropia del entorno marítimo, con sus senderos escarpados y sus playas invernales, sino que consigue momentos dolorosos sin exabruptos ni estridencias. Es una película adulta sobre emociones adultas vista por un adulto que, pese a tener su vida y su trabajo en otro lado, se ve envuelto en el derrumbe de ese mundo que le dio la infancia. Por supuesto que el gran logro es de Josh O’Connor, un actor magnífico y la gran promesa de su generación. Algo que había demostrado en Tierra de dios (2017), que confirmó en su participación en la serie The Crown, y que puede sostener en la carrera que tiene por delante. Es su mirada en el vértice de la incertidumbre la que nos conduce, tratando de juntar los trozos de una familia que se escurre, de dar las respuestas que no tiene, de amar sin que nunca alcance. Ante el dolor desbordante de bronca de Grace, del que solo su poesía acusa testimonio, y el silencio de la retirada de Edward, cuya nueva vida es tan prometedora como un falso paraíso, Las cosas que no te conté hace pie en quien intenta sobrevivir a los restos del naufragio, un hijo que recompone la memoria de su pasado como una foto evanescente que no sabe si es cierta o la inventó en algún juego infantil. Aún en el uso de las convenciones, Nicholson es honesto hasta el hueso, en la verdad de sus personajes, en la desnudez de sus imágenes.
Cada relación de pareja es individual, incomparable con otra. Pero en la que mantienen Grace (Annette Bening) y Edward (Bill Nighy) habría que hacer especial énfasis precisamente en ese verbo. Mantener. Están por celebrar su aniversario número 29 de un matrimonio que se encuentra en una encrucijada. Para uno de los miembros -el que calla, el que no responde, el que traga- es como un callejón sin salida. O no: él ve una salida, y es la de terminar la relación. Pero no lo dice. Y ella, que le marca cada error, que quiere que su marido se involucre más en la relación y no solamente se hagan tés humeantes, reacciona de una manera intempestiva cuando se entera de que Edward va a dejar el hogar frente al mar... por otra mujer. La disolución de un matrimonio no es un tema nuevo, ni para la literatura, el teatro o el cine, pero hay que ver la manera en la que el realizador William Nicholson la aborda (el guion es original, no adapta nada, y es también de su autoría... justo cuando cumplía 30 años de casado). Y es clave en su puesta el personaje de Edward. Al llamar al actor de Realmente amor, La librería y El exótico Hotel Marigold optó por una interpretación que deja al espectador atónito, pero en el mejor sentido. Uno desde la platea nunca sabe cómo va a reaccionar Edward. Es imprevisible. Balbuceante o no, retraído, es un tipo capaz de apostar a un próximo -y tal vez, último- aliento de amor en su vida. La melancolía se apodera de Grace, a quien Bening compone con o sin mohínes. Aún ante la adversidad -el saber que el amor de su vida no volverá a su casa- no modifica su estampa, su estirpe. Sabemos que la peleará hasta el final, o hasta cuando pueda. Sin pirotecnia actoral Por fortuna, el director inglés William Nicholson (dos veces candidato al Oscar a mejor guion, uno de ellos por el de Gladiador) no les permite que estallen en esa pirotecnia actoral que muchas veces hace primar el lucimiento interpretativo antes que el valor de las situaciones y los textos. Con la irrupción de Jamie (Josh O'Connor, que fue el príncipe Carlos en la serie de Netflix The Crown) nada se modifica, pero se agrega una arista: cómo los hijos a veces no son capaces de ver cómo es y cómo fue la relación de sus padres. En el guion de Las cosas que no te conté por supuesto no hay buenos ni malos, ni siquiera un culpable sobre otro de que la relación se resquebraje. Tal vez alguien puso más énfasis que el otro. O quizás uno se la pasó idealizando a la persona con la que convivía y no se dio cuenta. Un párrafo aparte bien merece la elección de las locaciones, con esos acantilados en Sussex, las rocas y la playa, y ese pueblito que sería casi de ensueño y encanto de no ser porque la historia no es la de un amor en el que se pueda aspirar el aire e inflar los pulmones de romance.
"Las cosas que no te conté": en el límite del melodrama La acción transcurre en el condado británico de Sussex, cuyos neblinosos paisajes costeros contribuyen a crear el clima melancólico que las define. Tras 29 años de matrimonio, Edward (Billy Nighy) decide separarse de Grace (Annette Benning) de un modo que a ella le resulta inesperado. A pesar de que las señales eran claras, Grace no dudaba del amor de su marido, aunque él se mantenía distante y poco comunicativo. Y si bien se niega a darse por vencida, haciendo de la insistencia un arma, la decisión de Edward es firme. Por su lado, el hijo de ambos, Jamie, se volverá el mediador y el sostén emocional, sobre todo de su madre, un poco obligado por la circunstancia y otro poco por voluntad propia. Filmada bajo una densa luz otoñal, con predilección por los tonos más apagados del ocre y el azul, con una fotografía estilizada, incluso preciosista, y una banda sonora que se percibe omnipresente, Las cosas que no te conté se atreve a poner en escena un drama adulto que no le teme a jugar sobre el límite del melodrama. Pero lo hace sin mostrarse condescendiente, ni con sus personajes ni con el público. Su director es William Nicholson, más conocido por su trabajo como guionista. Nominado dos veces al Oscar en esa categoría, por su labor en Tierra de sombras (Richard Attemborough, 1993) y Gladiador (Ridley Scott, 2000), Nicholson es también el hombre detrás de películas tan disimiles como la histórica Elizabeth, la edad de oro, la más reciente adaptación del musical Los miserables, basado en la novela de Víctor Hugo, o el film de aventuras Everest. Como director, en cambio, su filmografía es tan breve como esporádica, compuesta por solo dos títulos: Firelight (1997), no estrenado en Argentina, y 22 años después Las cosas que no te conté. Aunque una es una película de época y la otra transcurre en la actualidad, comparten no pocos elementos, además de la dirección y los guiones de Nicholson. Las dos son dramas románticos cuyas tramas incluyen dilemas morales; su red de vínculos no se limita al de la pareja, sino que también aborda los que unen a padres y madres con sus hijos; o la predilección por el punto de vista femenino, son algunos. Pero además, en ambas la acción transcurre en el condado británico de Sussex, cuyos neblinosos paisajes costeros contribuyen a crear el clima melancólico que las define. Es cierto que a veces Las cosas que no te conté se maneja con recursos obvios y predecibles. Como cuando Grace, católica radical, regresa de misa hablando de la cantidad de veces que se repite la palabra piedad en el ritual, justo antes de que él le anuncie que va a dejarla. Como era de esperar, la fórmula de religión+abandono+piedad da como resultado que la banda sonora incluya una versión del réquiem Kyrie eleison, de Mozart, que remite al famoso “Señor, ten piedad” del misal tradicional. Pero la película también tiene detalles de una gran sutileza, como algunos momentos entre madre e hijo que consiguen reflejar con cierta profundidad (incluso desde el abismo) algunas particularidades de ese vínculo, central no solo para la película, sino en la vida de cualquier persona.
Una película sobre el amor que se termina de manera inapelable. Para los protagonistas del film, un matrimonio de 29 años de duración, la vida parece tener un destino marcado. Ella inteligente e impulsiva explota, impone, se divierte a costa de un marido callado y contenido. Sin embargo esa relación que parecía tan estable termina. El, un profesor, se enamora de la madre de un alumno y no vacila en aferrarse a ese nuevo impulso que le da la vida. Ella se queda anonada, sola, triste, final. Frente a frente este triángulo tiene una verdad dura: dos son felices y una tercera persona debe lidiar con una situación desconocida, que la enfrenta a un dolor nuevo y a la necesidad de reconciliarse con su propia vida. Entre ese ex matrimonio un hijo solitario sostiene como puede a su madre. Una Annette Bening, conmovedora construye a su personaje con sabiduría, poblándolo de detalles, de entrega y verdad. Billy Nighy capaz de resolverlo todo en materia de actuación, compone a ese ser reservado y determinado con pocos y efectivos recursos. Bien Josh Connor ( el príncipe Carlos en The Crown) como el hijo incapaz de ser feliz y preocupado. El realizador William Nicholson autor del guión y responsable de la dirección guía con sabiduría a sus personajes que habitan un pequeño pueblo al borde un acantilado, todo un símbolo en la historia.
Cuando era niño, íbamos a una cala bajo los acantilados, llamada Hope Gap (…)”, narra en off el joven Jamie (Josh O`Connor) mientras las imágenes traducen la felicidad de aquellos años junto a su padre Edwdard (Bill Nighy) y su madre, Grace (Annette Bening) unidos en familia. Han pasado décadas de aquel recuerdo intacto que en se enfrenta a un presente doloroso tras la separación de sus padres, luego de 29 años de matrimonio. El afamado guionista inglés William Nicholson (Tierra de sombras, Los miserables y Gladiador), escribió esta historia autobiográfica en 1999 como una obra de teatro que, finalmente decidió trasponer al cine, tras años de su primer largometraje Firelight (1997). La película conjuga el drama y el romance bajo un tono poético e intimista para hablar de las consecuencias del desamor, el matrimonio, el abandono, los vínculos entre padres e hijos y los roles que se van modificando con el paso del tiempo. Desde el inicio, las secuencias dan testimonio del quiebre y la tensión que se respira en el interior de la casa en la que vive Edward, un callado y paciente profesor de historia, junto a su esposa Grace, una mujer dominante, de carácter y amante de la poesía. Con pequeños indicios se expone el desgaste cotidiano de una relación madura a punto de romperse. El espacio cobra un nuevo significado en relación al clima de opresión y hastío que se respira en ese hogar, donde cada uno se dispone distanciado del otro. La frialdad de los gestos se vuelve un síntoma naturalizado, hasta que Edward toma la decisión de separarse y el mundo de Grace se cae a pedazos en medio de la visita de su único hijo, Jamie. Presenciar esa ruptura, significó un quiebre emocional, el duelo ante los años felices y un cambio de rol frente a sus padres. Del peso intimista que se libra entre las paredes de esa casona al sur de Inglaterra. El paisaje costero de Hope Gap- que da título original a la película- define a sus protagonistas y los dota de una pertenencia familiar, que ya no les pertenece. ¿Cómo quitarle el significado emocional a un lugar que simbolizó la felicidad? ¿Cómo enfrentar el desconcierto de la soledad? Con un buen elenco y sólidas interpretaciones del trío Bening-Nighy -O`Connor, Las cosas que no te conté brinda al espectador un relato clásico y refinado, de tono nostálgico y poético, desde la mirada de un hijo que observó su mundo desmoronarse. Con un fuerte peso en el guión, la densidad madura de los diálogos de Nicholson reflexionan sobre los ciclos del amor, los vínculos que nos unen y el poder reparador que se revela ante los cambios. LAS COSAS QUE NO TE CONTÉ Hope Gap. Reino Unido, 2019. Dirección y guion: William Nicholson. Intérpretes: Annette Bening, Bill Nighy, Aiysha Hart, Josh O’Connor, Nicholas Burns, Rose Keegan, Sally Rogers, Steven Pacey y Nicholas Blane. Edición: Pia Di Ciaula. Fotografía: Anna Valdez-Hanks. Música: Alex Heffes. Duración: 100 minutos.
El filme abre con una cámara en posición cenital, en el espacio físico que le da el titulo original, una voz en off recuerda su infancia en ese lugar, luego sabremos que el narrador es Jamie (Josh O´Connor), sin embargo es Grace (Annette Benning), su madre quien aparece en imágenes recordando la escena narrada. La música incidental nos instala en un clima que tiene más de melancolía que de drama. Anticipando sobre que versara el texto. Como si fuera una constante, las voces serán anticipatorias a la imagen, en la siguiente escena es Grace quien esta recitando un poema, mientras las imágenes nos adentran en su casa, para presentarnos a Edward (Billy Nighy), ellos conforman una pareja con muchos años de casados. Un detalle interesante, que durante el desarrollo del relato cobra significación es que cada uno de ellos tiene su propio escritorio en la misma habitación, en ventanas diferentes, opuestas. Se podría pensar en puntos de vista diferentes. Grace tiene quejas y demandas, Edward solo atina a realizar lo que ella le pide y alejarse. Cuando Jamie viene de visita, Edward aprovecha para anunciarle que va a dejar a su madre, antes que ella lo sepa. Ella no acepta la decisión de su marido, pero es mas una negación de los hechos que una posibilidad de restauración de algo que se ha resquebrajado. El claramente le presenta la inercia en que se ha convertido ese matrimonio. En el desarrollo de reinsertarse en la vida, mas fácil para él que para ella, Jamie se planteara esa posibilidad de dar cuenta que la fruta no cayo lejos del árbol, identificándose con su padre. No hay juicio, solo dar cuenta de sus propias imposibilidades afectivas. Aquí ayuda para sintetizar, el titulo del libro escrito por la psiquiatra argentina Silvia Obiols, “Adultos en Crisis, Jóvenes a la Deriva”. Todo lo que sigue después es el recorrido de ambos para retornar como puedan con sus vidas, la diferencia con cualquier otro drama similar, es la inclusión de Jamie en ese recorrido. De estructura narrativa netamente clásica, progresiva, acompañada con un buen trabajo de fotografía y empatizada con la banda sonora. Sin embargo el filme se antoja demasiado plano, pausado, los personajes y sus relaciones se representan de manera superficial, solo pantallazos de cada uno, el mutismo de él, la verborragia muy irónica de ella y poco mas. Tampoco es que sea necesario. Si algo sostiene al filme son las actuaciones, pero no es de sorprender, la pareja protagónica tiene mucho recorrido y hándicap al respecto, Josh O´Connor da cuenta de un futuro promisorio como actor. Pero esto solo no alcanza. El film finaliza con imágenes del mismo espacio físico con que empieza, algo de la circularidad espiralada de la historia, la voz en off de Jamie y un texto demasiado edulcorado, muy hollywoodense, que termina deteriorando en parte la estructura inglesa de la narración que la posicionaba de manera diferente.
La nueva película del guionista y director británico, William Nicholson, llega a la cartelera argentina. Un drama inglés protagonizado por los brillantes Annette Bening y Bill Nighy.
Las Cosas que no te Conté es el vacío que queda cuando algo se va. Annette Bening y Bill Nighy hacen dos retratos antológicos sobre un matrimonio que termina y una vida que se rompe, en medio de una historia redundante y sin profundidad sobre la diferencia entre la idealización y la realidad del amor, sobre los escombros emocionales de vivir una ficción demasiado tiempo.
Una mirada adulta sobre el fin del amor Las cosas que no te conté, drama de William Nicholson protagonizado por los excelentes Annette Bening y Bill Nighy, propone una mirada adulta y emotiva sobre las separaciones. Si hay algo sobre el amor que es de carácter casi indiscutible es que si no se cultiva entre quienes se aman, muere lentamente. El vínculo muta, pero ya no es amor. Partiendo de la base de una ruptura inesperada, Las cosas que no te conté propone una muestra sobria y elegante del talento que tienen Annette Bening y Bill Nighy. Edward (Bill Nighy) toma la decisión de dejar a su mujer, Grace (Annette Bening), tras 29 años de matrimonio. A partir de este momento, cada uno de ellos, a su manera, buscará la forma de rehacer su vida en un pequeño pueblo costero cerca de los acantilados de Hope Gap. La raíz emotiva de la situación permite que William Nicholson, el director, analice en profundidad las cargas y secretos que subyacen en las relaciones largas, y que son transmitidas de padres a hijos. Los diálogos tienen una carga dramática fuerte y es muy acertada la elección de que sean Bening y Nighy los responsables de expulsar los parlamentos dado el amplio abanico de matices por los que transitan sus composiciones. A la dupla de actores se suma Josh O'Connor (el príncipe Carlos en la serie The Crown) en una muy lograda interpretación de un hijo huidizo que no asume los demonios vinculares que lo persiguen. Bajo una atmósfera escénica calma, Las cosas que no te conté narra duras verdades en forma sensible, humana y despojada de redundancias. Mientras la pareja se desconecta, el efecto de conexión entre espectadores y el melodrama crece, al punto de encontrar puntos de pertenencia en los estados de dolor de Edward y Grace. Las cosas que no te conté puede ser un tanto melodramática pero el peso de las interpretaciones levanta la experiencia.
Matrimonio y nada más. Las cosas que no te conté es una película inglesa escrita y dirigida por William Nicholson que narra el duelo que atraviesa Grace, interpretada por Annette Bening, después de separarse de Edward (Bill Nighy), luego de un matrimonio de veintinueve años. La historia está contada desde el punto de vista de su hijo Jamie, Josh O’Connor, su joven hijo que actúa como intermediario entre ambos. En primer lugar, es necesario aclarar que se trata de un relato intimista, protagonizado por estos tres personajes, y donde el resto tiene intervenciones tan pequeñas que pueden ser considerados bolos. Ya que su director se propone mostrar lo que ocurre desde la intimidad de esta familia, en la que la impasividad de Edward resiste el comportamiento pasional de Grace, que recuerda a la Carolyn de Belleza Americana (otro recordado rol de la Bening). Quien se resiste a aceptar una soledad que no tiene explicación en sus creencias religiosas, razón por la que no puede elaborar su duelo, y que explica tanto comportamiento impulsivo como su decisión de seguir intentando recuperarlo. En segundo lugar, es necesario destacar también la elección de este pueblo costero donde transcurre la historia, en la que los acantilados cumplen la función de metáfora de las actitudes de cada miembro de la pareja, con la fuerza del mar que golpea contra la roca. Así como también se recurren a flashbacks en la que sus personajes recuerdan con nostalgia momentos de felicidad del pasado con breves imágenes surrealistas, recurso utilizado también en Gladiador, película en la que William Nicholson participo como guionista. En conclusión, Las cosas que no te conté es un drama intimista con una puesta en escena austera, que trata sobre las consecuencias del divorcio. Y en la que se luce Annette Bening como este personaje pasional que atraviesa una crisis existencial en su madurez.
LA INFANCIA COMO ANTÍDOTO En la película escrita y dirigida por William Nicholson, Annette Bening y Bill Nighy interpretan a un matrimonio de intelectuales -ella especialista en literatura y él profesor de historia-, que se enfrentan a una instancia bisagra en sus vidas: para él la relación ya no da para más y decide abandonar el hogar luego de 29 años compartidos y un hijo como fruto de la relación. Un drama romántico de personajes adultos, narrado con adultez y sin caer en maniqueísmos no puede ser otra cosa que una rareza en este contexto de cine que confunde lo adulto con lo solemne y que apunta al efectismo para seducir a la platea. Las cosas que no te conté es básicamente eso, el registro del momento en que ese matrimonio se rompe y cuáles son las consecuencias de dicho acto, pero fundamentalmente cuál es el rol que tiene que jugar ese hijo, árbitro y a la vez confesor, maravillosamente interpretado por Josh O’Connor. Es que si el título que le pusieron a la película por estas latitudes pareciera estar hablando de aquellos detalles inconfesables que el marido había guardado hasta su decisión final, en verdad el original, Hope Gap, es la clave real de todo el asunto. Hope Gap, el lugar donde viven los protagonistas, es una zona de acantilados ubicada en Inglaterra, con una costa algo árida y con un encanto sumamente otoñal. Precisamente para ese hijo, que vive en la gran ciudad y viaja para ver a sus padres cada tanto, estar allí es una forma de regresar a la infancia y al tiempo compartido con mamá y papá. Que esa pareja, que le sirve un poco de norte ante su incapacidad emocional para conectar con otras personas, se rompa, abre una brecha existencial que lo envuelve en una crisis enorme, especialmente por ver la degradación de su madre que niega el asunto y espera el regreso de su amor. Que al fin de cuentas Hope Gap también quiere decir “brecha de esperanza”. Y no gratuitamente, la Grace de Bening es profundamente religiosa. Las cosas que no te conté conecta con emociones complejas: la de la mujer que se niega a ver lo evidente, la del hombre que no sabe explicar del todo qué es lo que desea para su futuro y la del hijo, que debe lidiar con un asunto que lo supera emocionalmente y que debe operar como padre de sus padres. Nicholson merodea el melodrama, pero su película contiene una serie de elipsis que corren el relato de lo convencional y lo llevan por otro lado: elude el suspenso alrededor de si el hombre regresará o no al hogar, y trabaja los tiempos del relato en relación a las necesidades de cada personaje, especialmente de la mujer. Y lo hace con diálogos precisos y situaciones que nunca se desbordan hacia el sentimentalismo. Puede que finalmente resulte un poco antipática y demasiado seca a la hora de contar un divorcio, pero se trata de un relato honesto que bucea la lógica de cada personaje de forma un tanto obsesiva. La utilización de algunos textos literarios encuentra su cima hacia el final, cuando es definitivamente el hijo el que cierra el relato como una forma de confirmar aquello que la película sugería desde el vamos. Porque el divorcio es apenas un Macguffin y todo el asunto se cierra sobre la idea de la infancia y la búsqueda, allí mismo, de los momentos felices que en la adultez se niegan a aparecer. Crecer es una mierda repleta de insatisfacción y la película de Nicholson lo dice con una elegancia que se agradece.
Hope Gap es una película adulta, interesante, con un aire a teatro por la simpleza de la puesta de cámara y muchos diálogos dentro de distintos lugares del hogar. Funciona, tiene personajes bien desarrollados y es un filme que nos lleva por los pormenores de lo que siente en una separación en cada miembro de la pareja. La crítica completa radial en el link.