Tamae Garateguy es una directora todo terreno, arrancó su carrera con UPA! Una película argentina (en 2007) y fue alternando su recorrido con jugados experimentos audiovisuales como Mujer lobo (2013) y Hasta que me desates (2017). En 2015 hizo un cortometraje llamado Las Furias, y eso fue el puntapié para la aparición de su nuevo largometraje. La nueva versión de Las Furias es una suerte de tragedia griega con hechicería y sangre, una adaptación mendocina de Romeo y Julieta; pero entre los Capuletto y los Montesco sabemos que de un lado hay una familia terrateniente muy (muy) mala, y del otro… brujería. Leónidas (Nicolás Goldschmidt), un joven Huarpe destinado a ser el líder de su comunidad, se enamora de Lourdes (Guadalupe Docampo), la hija del terrateniente blanco del Pueblo interpretado por un sobreactuado Daniel Araóz. Ya de por sí la situación podría ser tensa, pero el terrateniente es más malo que COVID19: golpeador, misógino, asesino, violador… y claro que Leónidas no va a soportar que Lourdes viva en un mundo así, pero las cosas no van a salir como ellos lo esperaban. Como cualquier otra historia de corte trágico, el amor no salva, no resuelve, no cura… sólo la sangre y la venganza lo hacen, y el relato se va construyendo entre idas y vueltas en un lapso de aproximadamente 5/7 años donde sus protagonistas no son los mismos. Salvo el terrateniente, que como la maldad se mantiene siempre igual. Tamae construye una historia que no escatima en gore hacia sus inicios, pero que luego va virando hacia otro tono. Al principio sólo conocemos a una pareja de jóvenes adultos que huyen en las áridas rutas de Mendoza, pareciendo huir de su pasado y sin recordar que éste nunca se olvida, algo que pronto van a descubrir. Leónidas lleva consigo las marcas de haberse jugado por amor, y Lourdes mutó su cuerpo y personalidad adaptándose al viento más seco y molesto… ese que levanta el polvo y no permite ver el camino. Y cuando llegamos al origen de su amor todo se aclara: violaciones, desconfianzas, engaños, pérdidas, traiciones… creíamos que el presente era lo peor hasta que conocimos el pasado. Los temas de rigor actual abundan: los pueblos originarios y el robo de sus tierras, la maldita policía, el patriarcado decidiendo sobre el cuerpo de las mujeres… y además de la sangre, los vínculos de los Huarpes con la tierra y la brujería. Porque si algo faltaba para terminar de definir ese espíritu de género que siempre imprime Tamae Garateguy, tenemos a una bruja capaz de proliferar las peores maldiciones por dolor… o quizás por otro tipo de amor. Hacia el final Leónidas y Lourdes deciden enfrentar el pasado, en vistas de un futuro que desconocían pero estaba allí esperándolos. Luego de desafiar a diferentes sicarios, sus propios miedos y reafirmar su amor, los protagonistas le verán las caras a Las Furias… que en la mitología griega se conocen como las Erinias, y que son las personificaciones femeninas de la venganza, encargadas de perseguir a los culpables. Aunque pueda que ellos sean simplemente culpables de un amor que para ciertas posiciones de poder no es correspondido.
“Las Furias” de Tamae Garateguy. Crítica. Un romance violento y extremo. Uno de los grandes estrenos en CineAr Tv y en su plataforma Cine.Ar Play es la esperada nueva película de la directora de “Pompeya”, “Mujer Lobo” y “UPA! Una película argentina”. Por Bruno Calabrese. Tamae Garateguy pertenece a una generación de directoras que vienen pisando fuerte dentro del cine nacional. Con audacia, buenas ideas y mucho talento, la directora no se encasilla dentro de un género. Incursionando en el drama erótico como “Hasta que me desates”, en el suspenso con “Mujer Lobo” o en el policial ganador del BAFICI 2010, “Pompeya” (con una particular estructura de cine dentro de cine). Esta vez vuelve a unirse con el guionista Diego Fleisher (ya habían trabajado en “Mujer Lobo” y en “Pompeya”) para traer una historia de amor bajo la estética de western rural. Leónidas (Nicolás Goldshmit) es un joven huarpe destinado a ser jefe de su comunidad. Destinado a casarse con una joven de la tribu decide revelarse contra sus ancestros. Todo se complica cuando conoce a Lourdes que trata de escapar de su padre abusador personificado por Daniel Aráoz, un acaudalado estanciero que goza con la impunidad por ser dueño de las tierras. Leónidas y Lourdes se enamoran confrontándose a los mandatos familiares, pero un cruel asesinato logra el objetivo de separarlos. Como una especie de Bonnye and Clyde rural con la montañas mendocinas de telón de fondo, el film no ahorrará violencia para contar la historia. Ubicándose en dos líneas temporales, una cuando el joven sale de la cárcel luego de cumplir una condena y otra siguiendo la historia sobre Leónidas y Lourdes por separado hasta conocerse y enamorarse, previo a ser encarcelado. Mediante flashbacks de sueños de él se podrá prever algunos secretos que ellos no saben. La química de la pareja protagonista hace que la película encuentre un sesgo romántico dentro del contexto de violencia que se vive dentro del pueblo. Esa violencia está personificada por Daniél Araoz, quien compone al villano padre de Lourdes, un ser despreciable que, en complicidad de la policía local, persigue a la pareja. En contraposición aparece el tío de Leónidas, el líder de la tribu huarpe, protagonizado por Juan Palomino, quien hará lo posible para que su sobrino y su novia no caigan en manos del perverso estanciero. “Las Furias” evoca esos films de los 90, sobre seres de mundos distintos enamorados que deberán escapar de los mandatos y de los abusos familiares. La lisérgica estética clase B y el misticismo tribal recuerdan películas como “Perdita Durango” y “Asesinos por Naturaleza”. De la misma manera que la utilización que hace la directora del paisaje mendocino para crear una especie de ambiente fronterizo donde las ley está ausente. Un lugar donde la violencia, el amor, el instinto salvaje (y a veces sádico) se unen con la pasión para crear una película valiente y distinta dentro del cine argentino. Puntaje: 80/100.
Amor, odio y venganza Todos en algún momento nos hemos enfrentado ante la contradictoria relación entre el amor y el odio. En Las Furias (2019) ambas pasiones son los ingredientes de la venganza. Leónidas, joven Huarpe (Nicolas Goldschmidt) destinado a ser el líder de su comunidad, se enamora de Lourdes (Guadalupe Docampo), la hija del terrateniente blanco del Pueblo. Luego de ser separados cruelmente por sus familias, se reencuentran para emprender una sangrienta venganza y descubren que los une algo más que un inmenso amor. La dirección de Tamae Garateguy es sólida. Plantea buenas secuencias oníricas de fotografía interesante con una buena combinación y control de los colores, haciendo equilibrio entre los fríos y cálidos. Parte de la buena estética que se percibe al ver la película es el detalle al vestuario y sobre todo al maquillaje. No obstante, el guion a cargo de Diego Fleischer cuenta una historia básica, de lugares comunes y poco desarrollo para sus personajes. De igual manera, las interpretaciones del elenco se vieron afectadas por el mal manejo de la coreografía o expresión corporal, hay ocasiones en que los movimientos de los personajes no se sienten fluidos. "Una cruenta venganza de pasiones enfrentadas que no impacta de manera desmesurada"
Sed de venganza Antes de convertirse en largometraje Las furias (2020) fue un corto que en 2015 se presentó en varios festivales, entre ellos BAFICI. Con el mismo elenco protagónico (Guadalupe Docampo y Nicolás Goldschmidt, también responsables de la idea), la historia del reencuentro entre dos jóvenes, que buscan ponerle fin a un destino trágico del que no pueden escapar, regresa pero con un mayor desarrollo narrativo, personajes mucho más complejos y una puesta en escena jugada y visualmente atractiva. Leónidas desciende de la tribu Huarpe, un pueblo indígena de Cuyo en Argentina. Lourdes es la hija de un terrateniente autoritario y abusivo que busca quedarse con las tierras de la comunidad. Ambos se enamoran, se casan y se ilusionan con un futuro de felicidad. Pero esa unión, no aprobada por quienes los rodean, condena a la pareja hacia un trágico destino dominado por una furia incontenible que solo busca venganza. Partiendo de la idea universal del amor trágico shakesperiano abordado en Romeo y Julieta, donde la historia de amor entre dos jóvenes desemboca en tragedia por las diferencias familiares, Tamae Garateguy (Pompeya, Mujer Lobo), una cineasta desprejuiciada que se corre de las correcciones políticas y los cánones cinematográficos de moda, pone en escena un guion de Diego A. Fleischer, para abordar tópicos de la coyuntura actual relacionados con la violencia de género, el abuso o la situación de los pueblos originarios frente a las tierras que les pertenecen. Lo hace a través de un western moderno, en donde el empoderamiento femenino se apropia de una historia que no da respiro gracias a sus constantes giros narrativos realistas, pero donde las tradiciones y leyendas no están ausentes, y una puesta que no evita contener la violencia que emerge de sus personajes pero sin recurrir a efectismos demagógicos y regodeos. Las furias es una película tan violenta como bella, filmada en locaciones de la provincia de Mendoza en lugares como la reserva natural La Payunia o el desierto de Lavalle, que no solo aprovecha los espacios naturales del lugar sino que los tiñe de una estética hiperrealista de colores sobresaturados y contrastes, encuadres que buscan captar las emociones y estados de los personajes y una banda sonora de Sami Buccella que intensifica el dramatismo y el suspense.
Se estrena comercialmente en Cine.Ar TV (el jueves 7 de mayo a las 22 y repite el sábado 9 de mayo a las 22) y a partir del 8 de mayo estará disponible en la plataforma Cine.Ar La realizadora Tamae Garategy (Pompeya, Mujer lobo, Hasta que me desates), una referente del cine de género, presenta Las furias, una película intensa y dramática donde la imposibilidad del deseo se vuelve un desafío permanente. Rodada en el desierto cuyano y protagonizada por Gudalupe Docampo; Nicolás Goldschmidt; Daniel Araoz y Juan Palomino, la historia gira en torno a un amor prohibido, el de Leónidas, un joven Huarpe y Lourdes, la hija de Alfredo Arias (Araoz) el terrateniente blanco del Pueblo. Separados violentamente por sus familias que se oponen a su amor; los destinos de los jóvenes tomaran rumbos que los cambiarán para siempre. Sin embargo, una segunda oportunidad será la instancia ideal para vengarse, conocer la verdad que les han negado y seguir amándose, a pesar de todo. Con saltos temporales que parten de la venganza para adentrarnos en las causas de la violencia que despliegan; los personajes, que recuerdan a Mickey Knox y Mallory los protagonistas de Asesinos por naturaleza; van en buscan de la felicidad que los aleje de la hostilidad de su entorno, como del racismo que cae sobre Leónidas o de violencia de género sobre Lourdes y su madre. Ambos desean romper con la tradiciones arcaicas a las que están sometidos. Un designio que ya no forma parte de las nuevas generaciones, ni se ajusta a éste siglo. Las furias fusiona la tragedia, con el drama romántico, y el western crepuscular, donde el realismo es descarnado y ya no hay valores morales ni humanos que alcancen a sus protagonistas ni alivien su deseo. En su recorrido por los Festivales Internacionales, la película resultó ganadora de 4 premios WIP en la sección Guadalajara Construye del Festival Internacional de Cine de Guadalajara 2019 y Seleccionada por Frontiers Fantasia para proyección especial en Marche du film Festival de Cannes 2019. Tamae Garategy se aleja del rodaje en la ciudad, para adentrarse en un territorio tan desolador como la historia que narra. Un acierto que combina muy bien el esteticismo visual de las imágenes, con la libertad aparente del paisaje que, lejos de ser un refugio para Leónidas y Lourdes, los abandona a su suerte o, mejor dicho, a su tragedia. LAS FURIAS Las Furias. Argentina, 2019 Dirección: Tamae Garategy. Guion: Diego A. Fleischer. Idea original: Guadalupe Docampo y Nicolas Goldschmidt. Intérpretes: Guadalupe Docampo, Nicolas Goldschmidt, Juan Palomino, Daniel Araoz, Susana Varela, Celina Demarci, Gerónimo Miranda, Guillermo Olarte, Mario Jara. Montaje: Catalina Rincón, ignacio Masllorens. Fotografía: Jose Maria “Pigu“ Gómez. Música: Sami Buccella. Sonido: Lucas Kalik. Arte: Andrea Benitez. Duración: 71 minutos.
Explosiva, entretenida y visualmente potente propuesta rodada en escenarios mendocinos, con Nicolás Goldschmidt y Guadalupe Docampo encabezando un elenco de grandes figuras, encarnando a dos amantes que deben enfrentarse a todos para seguir juntos. Western, melodrama, tragedia clásica, un caramelo visual con una fotografía única, que destaca los paisajes y la aridez de los espacios, reforzando la dureza de la historia que se cuenta, narrada con pericia por Tamae Garateguy, una de las grandes realizadoras del cine argentino.
Si el cine de género viene creciendo a ritmo sostenido durante los últimos años en la Argentina, Tamae Garateguy es una de las directoras que encabezan esa búsqueda. Codirectora de las notables comedias UPA! y UPA! 2, en solitario se volcó al terror, el thriller y lo fantástico, con películas como Mujer lobo o Hasta que me desates. Las furias tal vez sea su proyecto más ambicioso hasta el momento: filmada en escenarios naturales en Mendoza, aquí el western gauchesco se cruza con el cine fantástico y la tragedia, con el terror. Como un Romeo y Julieta a la criolla, ésta es la historia del amor prohibido entre Lourdes, la hija del terrateniente de la zona, con Leónidas, perteneciente a una familia indígena. Pero en este caso, a la rivalidad entre los clanes -en otro capítulo del ancestral enfrentamiento entre blancos e indios, el padre de Lourdes quiere apropiarse de las tierras donde viven los aborígenes- se suman conflictos intrafamiliares. Leónidas y Lourdes se conocen en las peores circunstancias, cuando los dos están huyendo de situaciones de sometimiento en sus hogares. La narración transcurre en dos planos temporales. Convertidos en dos personajes de una aventura posapocalíptica al estilo Mad Max, en el presente Lourdes y Leónidas escapan a bordo de una camioneta por el desierto, perseguidos por matones mandados por el padre de ella. Constantemente se intercalan episodios del pasado, donde vemos cómo llegaron a esta situación límite. Desde las primeras escenas, donde hay una decapitación, Garateguy no nos ahorra ni una pizca de la violencia más explícita para contar esta fábula -basada en una idea de la pareja protagónica, Guadalupe Docampo y Nicolás Goldschmidt- que también incluye abusos sexuales, magia negra, tiros y cuchillazos. Las furias es un arriesgado intento por traer a estas pampas el espíritu de Sam Peckinpah y, lógicamente, las distancias para salvar son grandes. Pero, aunque no esté siempre bien actuada y de a ratos camine por la cornisa de lo bizarro, esta sangrienta apuesta termina rindiendo sus frutos.
Como en Hasta que me desates y Mujer Lobo , Tamae Garateguy explora los límites de un género popular. Con similar espíritu que en las anteriores incursiones en el cine de terror y en las historias de explotación y venganza, Las furias se nutre del melodrama criollo en su forma autóctona, habitada por la tradición de directores como Alberto de Zavalía, por la herencia de los mitos y las leyendas de la pampa húmeda. La historia de Lourdes (Guadalupe Docampo) y Leónidas (Nicolás Goldschmidt) comienza sobre un cielo rojo, como una transgresión: una historia de amor y pasión entre la hija de un terrateniente, patriarca malvado y abusador, y un nativo huarpe, destinado al liderazgo de su comarca. Aún en sus tropiezos narrativos y lidiando con algunas disparidades en las interpretaciones, Garateguy tiene un sentido intuitivo de la composición, lo que le permite servirse del artificio y la estilización de la puesta en escena para profundizar símbolos y oposiciones, para valerse de influencias y hacerlas propias. Como en el western Las furias con el que Anthony Mann mostró las tensiones entre blancos y mexicanos en la frontera entre el noir y la tragedia, estas furias que arrebatan el universo de Garateguy, con destellos de gore y violencia coreografiada, se asoman a un mundo también fronterizo, que prioriza la fuerza de algunos momentos por sobre la efectividad total del relato, la presencia de los cuerpos por sobre la fantasía de las apariciones.
Lo nuestro es algo eterno Un cielo rojo, profusamente rojo, de un color intenso. Las nubes densas copan todo el firmamento y los personajes, un hombre y una mujer, se muestran en una danza equilibrada y amorosa. Así comienza Las furias, de Tamae Garateguy, directora de Mujer lobo (2013) y Hasta que me desates (20179, entre otras. Una historia que muestra cómo la violencia y el abuso son una cara de la falsa moral, el odio racial que suele amplificarse hacia otros odios, y de qué modo derivan estos en miedo y más horror. El miedo ante la persecución y la amenaza violenta y horrible, que muestra el fuego interno que crece al aire libre. La naturaleza influye en el deseo y los rituales antiguos e intensos se fusionan en medio de los cuerpos de los amantes. Pero el miedo invocado en nombre (y por parte de) el que “manda” y el que tienen “la razón” parecen más fuertes, y retratan una pintura de lo que somos, a nuestro pesar. El pasaje de los personajes principales, de una cierta “inocencia” y pureza inicial a una violencia marcada y una ira (no) contenida se enmarcan en la necesidad de sobrevivir. Casi una muestra social minimalista en espacios que son ajenos a la mirada centralista que rige usualmente. Un gran cuidado de la estética y la fotografía hacen de Las furias un film de consideración y de factura poética sostenida pero también una construcción cruda de una visión de la realidad que no vemos, de la diferencia de odio dirigida a la idea de superioridad que luego invade todo lo que nos rodea y nos vincula, inmersos en los problemas de la comodidad pos moderna citadina. Los protagonistas son perfectos: Guadalupe Docampo, Nicolás Goldschmidt, Juan Palomino, Daniel Aráoz y Susana Varela se encuentran perfectamente con la narración que los abriga. Las furias es una película de género concisa, cuidada, de creación y estructura detallada en los espacios en que los personajes se van transformando, y resuelven, perseguidos por el horror y la sed de venganza, en algo que nunca imaginaron ser.
Las furias fue el título elegido para el cortometraje que Tamae Garateguy filmó junto a los actores Nicolás Goldschmidt y Guadalupe Docampo en 2015. Cuatro años después, el terceto se reunió para retomar aquella historia –ahora en formato largometraje– atravesada por el amor, la tra(d)ición y la búsqueda de venganza. La mayor duración le permite al guión de Diego A. Fleischer un mejor desarrollo de las motivaciones de los personajes y de sus contextos. Leónidas (Goldschmidt) es un joven perteneciente a la comunidad huarpe que tiene impreso en la piel el destino de ser líder de su gente y termina enamorado de Lourdes (Docampo), la hija de uno de los terratenientes del lugar (un maquiavélico Daniel Aráoz). Desde ya que la relación no cae para nada bien en el núcleo de esas familias que ven allí una traición a los mandatos, motivando una separación forzosa que la pareja está dispuesta a interrumpir para iniciar un sanguinario raid con la libertad como norte. La película de Garateguy trabaja temas coyunturales como la violencia de género y la situación de los pueblos originarios a través de ese deseo imposibilitado por un entorno poco favorable. Un romance con visos trágicos y toques de western que transcurre integrantemente en una zona desértica de Mendoza que el DF José María Gómez ilumina con tonos amarillos intensos, construyendo así una atmósfera opresiva y asfixiante. Garateguy ya había mostrado su desparpajo a la hora de filmar el sexo en Mujer lobo y Hasta que me desates, y aquí continua en esa línea adosándole explosiones de violencia crudas y explícitas. Si bien sobre el final recurre a algunas vueltas de tuerca de guion vinculadas con lo sobrenatural que no funcionan del todo bien, el balance de Las furias es una experiencia intensa y atrapante.
Las Furias abre con un plano gran angular que muestra un cielo color pastel, el cual parece sacado de un intento de western pop que relee, visualmente, el género. La directora Tamae Garateguy casi siempre demostró tener una destreza visual por encima de la media en el cine argentino, aunque lejos de querer apoyarse sobre los géneros más tradicionales buscó, hasta ahora, tensar los límites de esas cajas pre moldeadas. Si sus experimentos anteriores sobre el terror (Mujer lobo), la acción urbana (Pompeya), el policial erótico (Hasta que me desates) y hasta la comedia más autoconsciente (el por ahora díptico UPA) llevaron al espectador más distraído de la comodidad de los géneros a la incomodidad producto de su estilo, en Las Furias podría llegar a encontrarse en un espacio mucho más confortable, más clásico en la operación de los recursos, en este caso, del western andino (si es que existe tal cosa). Hay una historia de amor tormentosa, dividida por clases (él un indio huarpe y ella una hija de terrateniente pulpo e insensible) y como consecuencia un escape desenfrenado que deja a su paso mucho gore, algo de salvajismo y, por qué no, una escena de misticismo indígena que haría sonrojar a Oliver Stone. En el medio, para entender el encuentro de estos dos personajes, hay una apoyatura en el flashback que explica este melodrama entre Lourdes (Guadalupe Docampo) y Leónidas (Nicolás Goldschimdt), que no es más que un amor transgresor y trágico que representa la imposibilidad de la unión de dos mundos, el de una mujer blanca y el de un joven de una comunidad indígena. Lo que puede parecer la premisa de una novela de la tarde (de otro tiempo) se desploma cuando se hace presente el tono propio de Guarateguy, que estiliza la acción y le da peso a los cuerpos en las coreografías; una cualidad que ya había demostrado en sus películas anteriores. Hay, sin embargo, algunos traspiés narrativos que en ciertos pasajes naufraga en lo orgánico de las actuaciones, presentando asimismo desequilibrio entre los intérpretes. Un Daniel Aráoz más automático que de costumbre choca con la inexpresividad del protagonista, al que no lo favorece demasiado su baja estatura para adoptar el rol de héroe; esto se evidencia en el plano general del momento en que sale de la cárcel, porque hasta que se acerca a la cámara no se distingue si es un niño o un adulto. Las pequeñas imperfecciones conforman, de todos modos, una experiencia disfrutable en esta cabalgata por el interior profundo argentino y también por cierto cine criollo muy de primera mitad del siglo XX. Hay cierto libertinaje que se mezcla con el exploitation de otro tiempo en el cine de Guarateguy, que invita a ver sus películas sin importar si luego resultan más o menos fallidas en la ejecución. Su pulsión por romper y reconstruir de una manera deforme las convenciones le otorgan un plus a estas historias, que en manos de otros (que además tienen más renombre en un pequeño circuito de festivales de género) se podrían volver monótonas porque solo saben utilizar un papel del calcar, no sólo fórmulas, sino hasta películas enteras. Que aparezca una película razonable en el siempre problemático panorama del cine de género argentino, más aún desde una mirada femenina consolidada por una filmografía, es para celebrar.
El plano general de una vieja ¿F100? detenida en suelo desértico, bajo un cielo color rosa fosforescente, se funde en el plano medio de una pareja de jóvenes que se abrazan en ese mismo lugar recóndito. Así comienza Las furias, película que la ecléctica Tamae Garateguy dirigió en la provincia Mendoza, a partir de una idea original de los actores protagónicos Nicolás Goldschmidt y Guadalupe Docampo. Los colores infrecuentes que el fotógrafo Pigu Gómez supo capturar, y los rostros enamorados y a la vez apesadumbrados de Leónidas y Lourdes, parecen anunciar la recreación de una pesadilla. El despertar agitado del muchacho, que la cámara registra minutos después, valida la sospecha pero sugiere que el mal sueño es una versión fiel de la realidad. El guion de Diego Fleischer cuenta la historia de un amor objetado, perseguido, conjurado, sancionado, y sin embargo (o por eso mismo) invencible. La introducción onírica adelanta la naturaleza fragmentada de la crónica de sucesos que transcurren en un Laguna del Rosario, a lo largo de varios años. Garateguy avanza y retrocede cómodamente en el tiempo. También maneja con destreza el crescendo de violencia que acorrala a la pareja mixta, diría algún purista: él es sobrino de un cacique huarpe (Juan Palomino); ella es hija de un terrateniente rubión, además de racista y machista (Daniel Aráoz). La música de Sami Buccella contribuye en términos de tensión. Por otra parte, realza el color autóctono de un relato clásico y de alcance universal. La caracterización de los personajes resulta menos lograda: el maquillaje y algunas actuaciones exageran rasgos arquetípicos y empujan, sobre todo a los antagonistas, al borde de la caricatura. Al margen de sus aspectos cuestionables, esta producción recuerda una de las virtudes más interesantes de Garateguy: la voluntad de experimentar con distintos géneros cinematográficos (ya lo hizo con el documental, el drama, el terror, el policial negro y con la sátira cuando co-dirigió UPA 1 y 2). La segunda fortaleza es su sentido del humor, que por momentos parece asomar detrás del patrón a cargo de Aráoz o de la bruja que encarna Susana Varela. Es posible que esa percepción sea ilusoria. De hecho, en retrospectiva, Las furias se revela como el trabajo menos juguetón de la realizadora porteña.
Las furias es uno de los estrenos de este jueves en cine.ar, y está dirigida por Tamae Garateguy sobre una idea de Guadalupe Docampo y Nicolas Goldschmidt. Cuenta la historia de Lourdes y Leónidas, quienes llevan adelante su romance a pesar de las muchas complicaciones alrededor. Y esta sinopsis amarreta podría aplicar a muchísimas películas pero, al menos en la cinematografía argentina, Las furias es una película única. Lo primero que me encantó fue su honestidad. Promete desde el afiche una fuerza y una contundencia que mantiene a lo largo de toda la trama y logra dejar al espectador sin aliento por su intensidad más de una vez. Se apoya en dos excelentes actuaciones protagónicas y un abanico de personajes secundarios que, además, están construídos desde lo humano, con intereses propios de diferentes orígenes. En lo personal le había perdido el rastro a Nico Goldschmidt, y realmente me sorprendió su Leónidas tan real, por momentos con una presencia tan fuerte y de a ratos rápido y silencioso. Al resto del elenco, también impecables, estoy más acostumbrada a verlos...y acá hay una cosa con las actuaciones que quiero destacar. Son las actuaciones que siempre le reclamamos al cine. No es sólo manejar la voz a la hora de decir los textos. Hay un trabajo gestual y corporal que, ademas de crear personajes absolutamente creíbles, logra transmitir el compromiso de los actores con el proyecto. Hay por ejemplo planos de pies caminando. ¿Y me creen si les digo que esos pies actúan? Desde lo temático retrata polaridades y "grietas" sin estereotiparlas o acartonarlas, lo que construye un mundo humano, tangible, que nos posee múltiples aristas de la cual alguna (o algunas) te termina interpelando: legados y secretos familiares, tradiciones, conflictos políticos o de poder. En vista de esto, sí, se podría decir que "es como Romeo y Julieta", pero creo que acá la diferencia de clases sociales hace al relato aún más interesante. No hay una rivalidad horizontal o dentro de una misma clase entre ambas familias como en la obra de Shakespeare, hay un vínculo mucho más complejo e intrincado. Vínculo que es mencionado lo justo y necesario, pero en esa sutileza radica la fuerza: no se pierde (ni en este punto ni en otro) en sobreexplicaciones innecesarias, lo cual hace que el espectador no se sienta subestimado. Y se agradece cuando una película trata a quien la ve con altura y respeto. Hay una secuencia, vinculada a una revelación (no voy a spoilear) que va más por el lado surrealista, onírico. Si bien el film tiene una narración no lineal, esta secuencia puntual es la que más explota el costado fantástico. Y la menciono porque creo que confirma una hipótesis que tengo hace rato: este cambio de código funciona de maravilla cuando es puesto al servicio de la implicación que tenés con los personajes y estas metido con ellos en medio de la tormenta de emociones que atraviesan, cosa que no sucede cuando se utiliza el recurso en propuestas con faltas pretensiones intelectuales y uno termina diciendo "¿pero qué carajos acabo de ver?". Otro elemento que, sin lugar a dudas, apuntala la honestidad y el sentimiento de Las furias. Fuerte, genuina, honesta, probablemente se acomode con facilidad entre lo mejor de este 2020. Veanla, está gratis en cine.ar
Leónidas (Nicolás Goldschmidt), es un joven Huarpe que se encamina a ser el líder de su comunidad, pero al enamorarse perdidamente de Lourdes (Guadalupe Docampo), la hija del terrateniente blanco del pueblo, tuerce inevitablemente su destino. Ambos escapan, se enfrentan a sus familias y emprenden un camino atravesado por el amor y por la venganza. - Publicidad - La narración se desarrolla en dos líneas temporales. En el plano temporal del presente, los enamorados viajan a bordo de una camioneta por las calles áridas, envueltos en una especie de road movie con toques de western, y en un clima distópico que invade el ambiente. En la otra línea temporal, la del pasado, se nos expone cómo se conocieron y las consecuencias que esto acarreó para sus respectivas familias, tan diferenciadas entre sí. La trama de la historia de amor (llamémosle así a la línea temporal del presente, aunque el amor entre Leónidas y Lourdes sea el eje central de toda la película) escapa al realismo, genera un distanciamiento, tanto narrativo y dramático como estético (cielos violáceos, flashes oníricos, planos románticos que persiguen la poesía visual y priorizan la función plástica de la imagen por sobre la narrativa). En cambio, en las secuencias del pasado, donde el acento está puesto en las tensiones y oposiciones insoslayables entre el malvado terrateniente (un espeluznante Daniel Aráoz) y Leónidas y su familia en los asentamientos Huarpes (comandados por su padre, interpretado por Juan Palomino), el tratamiento cinematográfico atraviesa más un realismo exacerbado, crudo y sucio. Podríamos decir que la articulación de estas dos tramas no termina de funcionar, porque en cierta manera se agotan los recursos (la violencia exagerada, los diálogos emotivos extremados). El relato romántico, que procura ser el eje central de la película, no se construye progresivamente ni de modo lineal, sino que se nos sirve de entrada, y a partir de entonces la trama suprime cualquier atisbo de ambigüedad narrativa y misterio: será la historia de un amor sometido, con dos protagonistas que no dudarán en llegar hasta las últimas consecuencias para luchar por la pasión cegada que los une, y que los fortalece. Además de amor, hay deseo de venganza y odio contenido, pero también miedo, hacia el monstruoso personaje de Aráoz. Ahora bien, aclarado esto, lo cierto es que a la historia de amor le falta química entre sus personajes y el carácter etnográfico que adquiere la película en ciertas escenas resulta mucho más significativo y enriquecedor para las imágenes que se exponen en pantalla, para justificar esa violencia explícita y esas salpicaduras de sangre. Si había que huir del realismo, de sus cánones y sus patrones de construcción dramática, la subtrama del enfrentamiento por las tierras desamparadas era el recorrido más adecuado para este intenso relato que deambula entre los géneros del western, el thriller, el terror fantástico con tintes de misticismo, y una romántica road movie. Hay que decir que Tamae Garateguy ya tiene más que fijados sus modos de hacer (la consolidación de un rasgo de estilo propio y personal); basta con remitir a Mujer Lobo (2013) para terminar de comprender cómo define la realizadora su búsqueda ético-estética a través de lo que se conoce como cine de género. En Las furias ocurre que la disrupción ante una trama aparentemente realista, que incluye un trasfondo social y coyuntural urgente y acuciante (el desmantelamiento de las viviendas y los asentamientos de las tribus de los Huarpes en el Cuyo), nos lleva hacia un camino regido por la exacerbación de la violencia en medio de una trágica y pasional historia de amor. Tal vez esta excusa narrativa del amor prohibido, estructurado a través de imágenes de potencia gráfica y ambientes exteriores bañados en tonos cálidos y sepia, no funcione del todo, pero no podemos negar que estamos ante personajes con motivaciones fuertes y marcadas. Precisamente, el relato no se cansa de acentuar el rol del principal antagonista, que desencadena una serie de obstáculos dramáticos encarnados en nuevos oponentes de menor rango (la presencia de las fuerzas policiales es esencial en este punto, así como la chamana de los Huarpes). Las furias defiende su trama principal desde un principio, su emocional historia de amor, enmarcada en un contexto espacial que hace que la película levante vuelo y no decaiga en un estilo de narración por momentos irónico, que roza lo absurdo y lo bizarro. Son esos rasgos del entorno, del ambiente, de la aridez de los paisajes nublados por el polvo, de los asentamientos Huarpes al lado de las calles ripiosas, los que resignifican a la película de Garateguy. Son esas secuencias de montaje con conjuros, esos desencuentros, esa violencia explícita desmedida en tierras de los Huarpes, los momentos que mejor definen a la película. Sin dudas el relato funciona mejor cuando se entrega a la etnografía, trabajada desde un realismo extremado, a través de la hipérbole y el impacto, exhibiendo la impureza irracional del salvajismo humano, que vive siempre en la mirada cruel de los poderosos, de los patriarcas de la Historia argentina. Ahí yace el atractivo principal, y en esas instancias es donde más se lucen los intérpretes, embebidos en una sobreactuación deliberada. Podríamos decir que la trama de la historia de amor, en su insistencia por lo explícito de las imágenes, niega el misterio y la construcción progresiva de una narración que no deja de ser clásica, por sus personajes fuertemente motivados y un conflicto concreto. La fuerza simbólica del título, Las furias, encuentra más su sentido en esa significancia propia del ser identitario de las tribus Huarpes, de la mirada del otro, del sesgo estigmatizante de la sociedad en los tiempos actuales, el clima de alarma constante que esto conlleva; y menos en el pretexto de una historia de amor entre la hija del hombre blanco y el hijo de la comunidad indígena sometida. Las furias. Argentina, 2019. De: Tamae Garateguy. Con: Guadalupe Docampo, Nicolás Goldschmidt, Daniel Aráoz, Juan Palomino. Se puede ver por Cine.ar este jueves 7 a las 22 (repite el sábado a las 22). Disponible en la plataforma Cine.ar Play desde el viernes 8.
Intolerancia. Lejos de la exposición de géneros de sus otras películas, la nueva propuesta de la directora Tamae Garateguy, si bien no ahorra en violencia se escapa de cierta zona de confort para asumir nuevos desafíos que no tienen como espacio los ámbitos urbanos. Todo lo contrario ocurre en Las furias, donde la presencia de la naturaleza y la hostilidad de un desierto polvoriento pueden llegar a aproximarla con elementos del western. Sin embargo, este cuento de amor y venganza bajo la dinámica de choque cultural, con un representante de la comunidad huarpe, Leónidas (Nicolás Goldschmidt), enamorado de la hija del despiadado terrateniente (Daniel Aráoz) se remonta a la tragedia clásica de Montescos y Capuletos con un alto anclaje en otro tipo de realidad. Es la intolerancia y la imposición de un discurso dominante lo que atraviesa la atmósfera de este opus, cuya idea fue aportada por su actriz protagónica, Lourdes, interpretada por Guadalupe Docampo. Cierto lirismo en las imágenes abre un abanico de interpretaciones frente a una premisa sumamente simple; y ese detalle no menor genera para esta tragedia -que traspasa la violencia de género o la discriminación de una etnia o grupo humano- un valor agregado. A veces da la impresión que el relato fluye con esa furia del título y no encuentra reposo en la contemplación para que el sexo y los cuerpos estallen con su líbido, como parte de una apuesta a la transgresión de cualquier norma cultural impuesta. Desafío superado para una directora que sabe arriesgar y elegir un equipo a la altura de esa aventura.
ESTÉTICA DEL DERROCHE Incursionar con furia en formatos populares no es un gesto al que se deba permanecer indiferente. Tampoco lo es la fusión de imaginarios cinematográficos (western, melodrama) con leyendas autóctonas. En este sentido, la película de Tamae Garateguy (Hasta que me desates, Mujer lobo) no le teme al ridículo y eso es para festejar. El riesgo siempre es saludable en una industria que suele huirle a los géneros, más preocupada por una agenda sobre qué se debe filmar y qué no. La gran confusión es pensar que todo es bueno por hacer visible una temática determinada. Me aventuro a conjeturar que en este caso, si bien está lo que dicta la actualidad, hay una preocupación más acentuada en la ficción como un mecanismo capaz de explotar por sí mismo, aún con los desbordes y las dispersiones deliberadas, en varias piruetas audiovisuales. El trabajo de estilización en las formas es desparejo, pero tiene garra. La historia involucra a dos jóvenes provenientes de esferas distintas. Uno pertenece al mundo indígena, Leónidas, y la otra, al orden más retrógrado del universo rural, Lourdes, una chica abusada por su padre. Este es Patrón, golpeador, tan robótico y desagradable como pueda pensarse, a quien la performance televisiva y estereotipada de Daniel Aráoz entorpece con cada gesto. La prohibición para la consumación del amor, ese tópico universal por excelencia, será el punto de partida para un cúmulo de desgracias que nunca encuentra el techo en la alternancia narrativa entre pasado y presente. Si el desborde es una cualidad en la película, con escenas jugadas (aunque no necesariamente bien filmadas), y el artificio inunda la pantalla de modo permanente, tal vez una cierta lógica fundada en el exceso y un apilamiento de referencias atenten contra su originalidad. Cualquier reseña crítica que se lea abundará en nombres e influencias (acertadas en general), pero el problema es que son tan obvias que el resultado probablemente derive en una despersonalización progresiva. Y cuando la exacerbación gana definitivamente el terreno, parece concluir en una idea muy recurrente en el presente, a saber, todos los temas se incluyen en la misma bolsa: violencia de género, poder terrateniente, corrupción política y policial, amor, pueblos originarios, choque de creencias y tantas cosas más, sin que haya un desarrollo efectivo. Esto último parece curioso, sobre todo porque hubo un cortometraje precedente con el mismo título. Más allá de esta especie de desrealización fundada en el cúmulo de citas y de las imágenes/exceso que se añaden progresivamente (en obvia ligazón con las furias del mundo antiguo y la venganza como leimotiv), es preferible el pecado del derroche a la pose del despojo.
Leónidas, joven destinado a ser el líder de su comunidad huarpe, se enamora de Lourdes, la hija del terrateniente blanco del Pueblo. Luego de ser separados cruelmente por sus familias, se reencuentran para emprender una sangrienta venganza. La película cuenta, de forma muy hábil y atrapante, el proceso que llevó a esa separación y también la venganza, alternando ambos tiempos y construyendo un guión original y a la vez clásico. La directora Tamae Garateguy tiene un claro manejo de los géneros cinematográficos y aquí lo vuelve a demostrar en esta película con no pocos elementos del western. Varias imágenes son verdaderamente espectaculares, por encima del promedio de lo que se puede ver en el cine argentino. El uso de la violencia, particularmente cruda y perturbadora, tal vez provoque algo de rechazo, pero estas son las reglas de esta película, no se le puede objetar nada. Algunos actores dan con el papel y a otros les cuenta estar a la altura de las ambiciones de la directora. Todo el trabajo de dirección y fotografía tiene como único lastre algunos vicios y rostros de un cine que está un paso por detrás de las posibilidades de la película. Aun así, la película muestra un deseo genuino por la narración cinematográfica en estado puro.
Dentro de la temporada de estrenos que propone, jueves a jueves, el sitio www.cine.ar/play, y la señal de TV, la presentación de “LAS FURIAS” de Tamae Garateguy marca una notable diferencia respecto del resto de las presentaciones de las últimas semanas. Garateguy como directora se muestra permanentemente inquieta y a la búsqueda de un lenguaje cinematográfico propio, diferente a todo, tomando riesgos y este es, fundamentalmente, el valor adicional que tiene “LAS FURIAS” por sobre la mayoría de las producciones estrenadas en las últimas semanas. La directora de trabajos colectivos como “UPA!” y “UPA 2!” iconos del cine independiente filmadas junto a Santiago Giralt y Camila Toker y los suyos propios, tan rupturistas, diferentes y con una estética poco frecuente en el cine nacional, como “Hasta que me desates”, “Pompeya” y su inolvidable “Mujer Lobo”, siempre está apostando a la mezcla de géneros y por sobre todo a un abordaje narrativo novedoso y a un planteo estético que sale de los carriles tradicionales y el tratamiento convencional. En este caso, si bien la historia de amor toma los elementos más clásicos del género que incluyen la tragedia y el amor prohibido, la forma en que Garateguy elige contarla, no respeta una línea temporal en forma cronológica y va armando lentamente su juego narrativo saltando del pasado al presente e inclusive jugando con una cierta idea presentar imágenes de un futuro, antes de que sucedan, generando una particular idea surrealista dentro del relato. Ese juego del tiempo hace que una simple historia de amor entre Lourdes (Guadalupe Docampo), hija de un fuerte terrateniente, y Leónidas (Nicolás Goldschmidt), un muchacho de la comunidad originaria que rompe abruptamente el mandato familiar renunciando a contraer matrimonio con su prima, pueda ser presentada de una manera novedosa y distinta. Este encuentro casual y sobre todo, la pasión desbocada que los impulsa, hace que los protagonistas vivan este romance (muy al estilo Shakesperiano de “Romeo y Julieta”) desafiando todos los mandatos y las culturas tradicionales de cada uno de sus pueblos que llevan sobre sus espaldas, desde donde se irán tomando los elementos más clásicos: sabemos que cuando se intenta “desafiar” al destino que los dioses habían propuesto para cada uno de ellos parecerá la tragedia inexorablemente y desatará esas furias a las que el título hace referencia y que se vinculan con los castigos atávicos y las fatalidades condenatorias al romper las reglas. Aparecen, algunos más escondidos que otros, los guiños al cine de autor en gran cantidad de escenas, donde Garateguy tiene la capacidad de mezclar, sin que suene desbordado ni discordante, géneros tan diferentes como una historia con tintes de road movie atravesando paisajes mendocinos secos, desérticos y de montaña, en donde se amalgaman una historia con pueblos originarios, un western que puede hasta asociarse a un espíritu gauchesco y saltar, desde ahí, a la violencia más extrema, inclusive, coqueteando con algunos tintes de cine gore. Entrelíneas puede leerse un texto con reescrituras para que cobre una sólida vigencia: aparecen la violencia de género, relaciones familiares endogámicas y violentas dentro del marco de un agresivo patriarcado y abusos de diferentes tonos (en la piel de un Daniel Araoz siempre impactante). Será exactamente dentro de este ámbito y con todos estos elementos, que se presente esta historia de amor atravesada por un relato de venganzas cruzadas, que se va internando en el horror para llegar a bordear por momentos donde se interpone lo fantástico y lo sobrenatural y donde aparecen elementos de rituales y profecías con arraigadas creencias ancestrales de cada uno de los pueblos de los protagonistas. Tamae Garateguy logra darle una nueva vuelta de tuerca a una historia de amor prohibido con ese destino trágico, la purga de un karma que deberán expiar por el sólo hecho de haber atravesado todos los límites de sus propias imposiciones culturales, aquellas de las que los protagonistas intentarán escapar en un escenario que en por algunos momentos, se anima a la distopía y el apocalipsis. “LAS FURIAS” se completa con una apuesta técnica que sorprende y está por encima del promedio: una fotografía que trabaja con diferentes texturas, juega con los colores y saturaciones, con paisajes desérticos y montañas cobrizas, un montaje por momentos frenético y veloz y una banda de sonido que acompaña a la tensión del relato e inclusive. Todo un despliegue visual y técnico en el que se esconden, por momentos, las irregularidades de un guion que no logra una total cohesión y una cierta armonía entre todas las subtramas –quizás demasiadas- que propone. En alguna de ellas, Garateguy logra el impacto deseado pero en muchas otras la sobreabundancia de elementos atenta contra la precisión del relato y sobre todo, algunas de las actuaciones enfrentan momentos excesivos y subrayados que se oponen demasiado fuertemente al naturalismo con que se presenta al resto de los personajes. Aún con algunas imprecisiones y estos momentos menos logrados, el trabajo de Garateguy apuesta a lo diferente y no tiene miedo de jugarse por ideas fuera de lo común y aun cuando eso implique algún desacierto, como realizadora a la búsqueda de su propia marca de autora, prefiere apostar a forjar ese estilo de búsqueda estética y artística por fuera de lo ya visto, que es justamente lo que se celebra y se prioriza de este, su último trabajo, “LAS FURIAS”. POR QUE SI: «Garateguy apuesta a lo diferente y no tiene miedo de jugarse por ideas fuera de lo común»
Este jueves llega a la plataforma de streaming Cine.Ar Play y a Cine.Ar TV Las furias, una película dirigida por Tamae Garateguy. Se trata de una adaptación de su corto homónimo. La trama se centra en Leónidas, un joven huarpe destinado convertirse en el jefe de su comunidad, y Lourdes, una joven que sufre constantemente de maltratos, tanto físicos como psicológicos, por parte de su padre. Por obra del destino, los caminos de ambos terminan cruzándose. Dándoles la espalda a todos los mandatos impuestos por sus respectivas familias, los jóvenes, con todos los pronósticos en su contra, deciden comenzar una relación, al mejor estilo Bonnie y Clyde. La historia fluctúa todo el tiempo entre el presente y el pasado de ambos protagonistas. ¿Cómo llegaron adonde están hoy? ¿Cuál es la historia real de cada uno de ellos? Las incógnitas que van surgiendo a lo largo de la trama son muchas, y, desgraciadamente, las respuestas que se obtienen son pocas. Recién hacia el final de la película se logran comprender, realmente, todos los puntos que unen a los distintos personajes. El resultado, sin embargo, resulta forzado y poco verosímil. La mayoría de las situaciones (aunque podemos exceptuar el drama romántico en un sentido general) resultan no sólo exageradas sino que carentes de sentido. Por momentos, la trama se percibe como una especie de conjunto de escenas sueltas, sin contexto alguno, que están unidas entre sí sólo por obra de la edición. En un comienzo Las furias se siente una suerte de policial con aires de western. Con el correr de los minutos parece que estamos frente a un drama romántico. Hacia el final, la historia se vuelca hacia una suerte de terror. Finalmente, la trama no termina de acentuarse en ningún lado. Vacila innecesariamente entre los distintos géneros, sin un sentido en concreto. Nada parece justificar esta elección. Desde las situaciones generales, hasta, incluso, las actuaciones, cada punto en Las furias se siente extremadamente exagerado y forzado, quitándole casi por completo la veracidad al relato.
Sobre una idea de los mismos protagonistas de la película (Guadalupe Docampo y Nicolás Goldsmith), “Las Furias” nos cuenta la historia de Leónidas, joven indígena destinado a ser el líder de su comunidad, quien se enamora de Lourdes, la hija del terrateniente blanco del pueblo. Luego de ser separados cruelmente por sus familias, se reencuentran para emprender una sangrienta venganza y descubren que los une un profundo sentimiento y un secreto, que el espectador deberá descubrir. Este esquema argumental, con marcada reminiscencia shakesperiana, nos sitúa en un drama que exhibe las tensiones de poder que existen en la comunidad de un pequeño poblado. Filmada en locaciones mendocinas y dirigida por Tamae Garateguy, “Las Furias” opone valores e idiosincrasias de vida en ciudad versus vida rural. La directora del reciente documental “50 Chuseok” posa su mirada sobre los hombres poderosos que quieren apropiarse de tierras y también de personas. Sin miramientos, éstos villanos buscan imponerse sobre otras culturas, y dicho prototipo está encarnado en el avasallante y sombrío personaje que interpreta Daniel Aráoz, actor de primer nivel que potencia un elenco compuesto por otro nombre relevante como el de Juan Palomino. La directora prefigura cierto tipo de inquietudes narrativas que remiten a una estructura de amor clásica y también al género del western. La paleta de colores utilizada ofrece un interesante trabajo fotográfico, prefiriendo una puesta con sombras marcadas y personajes a contraluz, como todo buen aprendiz western. La presencia de la lluvia potencia climas que contrastan con las sombras duras y el sol intenso que visten a este tipo de relatos. La fuerza natural se concibe como un personaje más, que plasma la atmósfera de este drama que orbita alrededor de la traición de la sangre.
Pareciera ser tarea fácil traducir un género nacido y criado en el corazón estadounidense como es el western a nuestras tierras. No solo porque lo paisajístico esté tan a mano; solo habría que reemplazar cactus por matas y el desierto de Texas por alguna estepa inhóspita de esas que abundan a lo largo del territorio, sino porque la historia que esconde el suelo argentino no difiere demasiado de la del país del norte. Nadie puede negar que el racismo en Argentina es un virus que existe desde su origen y que hasta el día de hoy sigue circulando impune por sus venas. Uno de los grandes logros de Tamae Garateguy está entonces en su capacidad de traer esas tensiones genealógicas al interior de un relato actual y no tanto, la acción mecánica de rellenar moldes con ingredientes autóctonos. Pero hay otros elementos que vuelven a Las Furias atractiva dejándola por encima de la media de las pocas películas nacionales de género que se estrenan. Por un lado, el gran poder visual, que guste o no, llama la atención, y por el otro, cierto gesto irreverente que la acerca al explotaition de esa camada de road movies noventeras adictas a las armas, a la ruta y a la fuga, y que le permite expandir a su modo y su capricho las fronteras genéricas. Como herederos criollos del romance fugitivo de Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967) el destino de Leónidas (Nicolás Goldschmidt) y Lourdes (Guadalupe Docampo) también está signado por la tragedia desde el momento en que ambos jóvenes rechazan los mandatos familiares. Mientras que él rompe con el linaje y la tradición del pueblo Harpe, ella se vuelve una herejía para su padre, un terrateniente machista y abusivo caricaturizado por un Daniel Araóz en plan patter family norteño. Es en esta tensión de clase donde Garateguy encuentra el espacio para hablar de temas que reverberan en la actualidad como son el arrebato de tierras a los pueblos originarios, la violencia de género y la represión policial. Envueltos entonces en una especie de amor shakesperiano, a la pareja no le queda otra que abandonar el pueblo pero en el intento Leónidas es sentenciado por un crimen que no cometió. La película va a comenzar ahí donde termina la condena para después ir reconstruyendo desde extensos flashbacks las piezas faltantes de la historia. Ni bien lo vemos salir de la penitenciaria, inmediatamente el universo de la película adquiere un tono cobrizo y eléctrico, anticipando un escenario marcado por la sed de venganza. Entre pasado y presente hay siete años y un misterio que entre enredos y desvíos se va a ir revelando hasta llegar al porqué de la furia de Leónidas y Lourdes para con unos hombres que los persiguen. No van a pasar ni diez minutos que la hemoglobina ya enchastra la pantalla. Una muerte en clave gore descoloca y al no retomarse; salvo por una escenita más con cráneo destrozado por puerta de auto y hueco narrativo groso, da la sensación de estar ahí para satisfacer el antojo sangriento de la directora. Sin embargo, habrán otras decisiones como el conjuro místico indígena que toma prestado de Asesinos por naturaleza (Oliver Stone, 1994) o la coloración irreal de los cielos, que lejos de ser desvarío estéticos, cargan a Las Furias de un espíritu libérrimo y vuelven único a este western asfáltico y nacional. Por Felix De Cunto @felix_decunto
El cine de Tamae Garateguy es un género en sí mismo. Sus películas (se trate de una comedia o de un slasher) son explosivas, desparejas, sorprendentes, únicas.
Una cautiva que anda suelta Por más tentador que sea describirla como la historia criolla de Romeo y Julieta, el primer tiempo de Las Furias está más cerca de una versión con sed de venganza de Bonnie and Clyde. Y lo cierto es que una vez que avanza el relato, ya no importa el amor romántico de esa pareja tanto como salvar al fruto de su unión, que es la de dos mundos opuestos. Que la pareja no muera y que Lourdes continúe la historia es un desvío que despega a la trama de la romantización del amor prohibido y abre el sentido a un imaginario relacionado con otros temas: la fortaleza femenina y la herencia mestiza. De la puesta en escena del epílogo se entiende que madre e hijo, de espaldas al espectador, apuran el paso hacia un lugar lejos del pueblo-infierno del que venían. Si bien no se precisa el destino, el encuadre del paisaje abre una vasta pasarela natural que -opuesta a los interiores que siempre aluden a la prisión del cuerpo o del espíritu- da una sensación de viaje iniciático hacia una tierra prometida donde ninguna ley ciña las identidades diversas ni las otredades. En el primer encuentro entre Leónidas y Lourdes, Tamae Garateguy cristaliza la imagen de raíz más pictórica de la cautiva, vestida de color blanco y lánguida, desgarbada y desorientada (en este caso intoxicada). Pero ahí, donde acto seguido debería mostrar un rapto, filma un rescate. Y si el protagonista funciona como lo desconocido que salva, en contraposición el padre-patrón de Lourdes es el captor que acecha camuflado dentro del propio clan, en una lógica donde lo familiar se vuelve siniestro y lo ajeno una vía de escape. Otras películas argentinas que traen el tema, como las versiones de cautivas de Gastón Biraben o Adrián Caetano, reemplazan al indio del poema original de Echeverría por malones más contemporáneos: los padres apropiadores durante la dictadura militar o los delincuentes de la gran ciudad, respectivamente. Pero el trastocamiento que propone Garateguy -que habilita una lógica de redención del indio (y del masculino) decodificado casi siempre como lo amenazante- posiblemente sea lo más nutritivo de esta relectura, y no es menor que venga de la cámara de una directora. Las Furias lleva el mismo nombre que la primera película argentina sonora dirigida por una mujer, Vlasta Lah. Como contó Fernando Martín Peña en la última edición online del Bazofi, con un catálogo que incluyó esta y otras rarezas, en la versión de 1960 las mujeres salen un poco del rol de objeto de deseo del melodrama clásico para ocupar un lugar más protagónico en relación a los personajes masculinos e incluso ser dentro de la trama las artífices de su propio destino. Algo de ese linaje de ir al frente está en Garateguy; como una voluntad de salir del cautiverio que la propia cultura impone como una inevitabilidad, sea del mundo de Leónidas, del de Lourdes o de cualquier otro.
Tamae Garateguy armó un western cuyano, una de los mejores estrenos nacionales del año.
Frente a éste tipo de producciones se podría decir ¨bien vale el intento¨, pero no, pues lo que se establecería en ese punto sería una justificación de algo que en su construcción presenta demasiadas fallas como para ser condescendiente. Estructurada narrativamente como un western, sólo que en el oeste argentino, y no tan lejano, “Las furias” cuenta una historia de violencia partiendo de una de amor tipo Romeo y Julieta que nunca debía haber sido. Lo hace, en principio, en una especie de filme con recurrencia a la analepsis para luego de la segunda secuencia establecer el relato en dos líneas temporales. Es claro, evidente, demasiado previsible en este punto, que en algún momento estas líneas se juntarán. Los personajes son los mismos, pero su imagen ha cambiado. Si bien son dos tiempos diferentes el filme no comienza en el final de la historia, sino al promediar el 65% de la misma. para finalizar con una imagen poética, tratando de ser metafórica aunque sólo logra ser demasiado pretenciosa. No tiene nada de malo esta elección en la forma de contar una historia, por más previsible que se torne. El principal problema reside en que aquello que debe impulsar el filme brilla por ausencia de calidad, estoy hablando del paupérrimo guión. Lo primero que hace agua, aunque mayormente transcurre en un desierto, es la presentación de los personajes y su posterior desarrollo. Ninguno es creíble, lo cual empeora la cosa porque en este punto las actuaciones deberían funcionar para el sostenimiento del relato, pero son de un nivel que asusta. Como parámetro digamos que Daniel Araoz hace de sí mismo. y lo hace mal. Por momentos saca a relucir toda su capacidad histriónica pero son destellos nada más, y no es culpa del actor. Los demás, incluido Juan Palomino, no dan nunca con un registro que los instale en un verosímil. Lo peor en este ítem es el trabajo del protagonista masculino. Si a esto le agregamos las deficiencias en el diseño de sonido, estamos en caída libre. En la mayor parte de las escenas no se entiende lo que dicen los personajes. pero cuando por fin en algún momento sucede, son tan malos los diálogos que uno agradece no haber escuchado antes. Leónidas (Nicolás Goldshmit) es un joven huarpe llamado a ser jefe de su comunidad. Destinado a casarse con una joven de la tribu a la que no ama decide revelarse contra sus ancestros. Todo se complica cuando conoce a Lourdes (Guadalupe Docampo) quien trata de escapar de su padre (Daniel Aráoz), un ser violento, misógino y además estanciero, terrateniente acaudalado que goza con la impunidad por ser dueño de las tierras, de la policía local y de la ley en general. Leónidas y Lourdes se enamoran confrontándose a los mandatos familiares, y ante esta situación el padre de Lourdes se enfrentará al tío de Leonidas (Juan Palomino), quien es el cacique de los Huarpes. El problema recurrente en el “nuevo¨cine argentino” es creer que todo se debe a una buena dirección de cámaras, movimientos de las mismas, elección de planos, dirección de fotografía y. en menor medida, al diseño de vestuario o el diseño de arte en general. Como si aquello que debiera ser la chispa de la producción no fuese necesario. Es decir el guión, en conjunción con aquello que lo aúna en la imagen en tanto, y el montaje son de mala factura. La película se muestra también con bastante desidia respecto al espectador. Hay factores que así lo demuestran como, por ejemplo, una secuencia en la que un personaje recibe un balazo en su brazo derecho, es trasladado caminando por quienes lo hirieron y consecutivamente (sin saltar el eje y con la misma posición de cámara), con cortes necesarios, la herida pasara de un brazo al otro. Too much. Es tan burdo el error y tan evidente que no podía salir de la sorpresa, por lo cual volví a ver la secuencia para corroborarlo (posibilidades que da el visionar una película en esta plataforma de exhibición) y sí, era así nomás. La idea original, según reza el cartel del filme, es de la pareja de actores protagonistas por lo que uno debe suponer que existe una fuerte atracción física entre ambos. Si es por lo que se ve en pantalla, de química nada.
Leónidas (Nicolás Goldschmidt) sale de la cárcel con la furia en su cara. La sed de venganza se detecta en su mirada, en sus pasos, gestos y cicatrices. El deseo de recuperar el tiempo perdido, de escapar de su pasado -como se condensa en un primer sueño- cobra fuerza cuando se reencuentra con Lourdes (Guadalupe Docampo), su amada, en medio de un escenario árido que los envuelve. Los obstáculos pronto se corporizan, los fantasmas del pasado no parecen dispuestos a dejar de perseguirlos.
Tamae Garateguy toma con mano firme un desafío del que sale airosa: hacer un ambicioso cine de género. Un western atravesado por la violencia sangrienta, la persecución, los abusos, las maldiciones y el deseo desatado. Una suerte de Romeo y Julieta en una ambiente campestre, donde nace el amor entre la hija de un terrateniente monstruoso y el hijo de un cacique Huarpe, destinado a ser líder de su comunidad, con una esposa ya elegida por sus mayores. Esos jóvenes que huyen y hacen justicia por mano propia, en medio de tormentas, cielos rojos, desiertos inhóspitos solo desean estar juntos pero el destino parece marcado por las injusticias y el dolor. Los protagonistas de la historia, la pareja protagónica, Guadalupe Docampo y Nicolas Goldsmith, de muy buena química, fueron los que tuvieron la idea original de la historia que sirvió de base al guión de Diego Fleischer. Visualmente impactante, con actuaciones contundentes de Juan Palomino y Daniel Araoz. El film ahonda también en temas como el poder, la injusticia, la falta de comprensión del mundo joven, la cultura patriarcal incestuosa. La desmesura como sello, en el bien y el mal, la danza desesperada por imponer un amor lírico que florece entre tanta inocencia pisoteada.
Leónidas pasa su última noche en la cárcel, entre pesadillas de lo que le espera afuera. Lourdes padece su historia de encierro y abusos en su propia casa, con su violento padre como carcelero. Cada cual, a su manera, será para el otro la herramienta que sirva de escape de una vida que les fue impuesta, en la que no encuentran su lugar. La relación del joven huarpe y la hija del estanciero parece condenada al fracaso desde antes de empezar. Tienen un lugar que cumplir en sus familias, pues exigen que ocupen el lugar que les fue asignado sin cuestionarlo. Rebelarse ante esos mandatos despierta las furias de quienes más esperan obediencia, más por sus propios motivos mezquinos que preocupándose por el bienestar o felicidad de la pareja. Las Furias en el desierto mendocino Narrada en dos momentos separados de sus vidas, Las Furias relata el camino de Leónidas (Nicolás Goldschmidt) y Lourdes (Guadalupe Docampo) hacia la tragedia, en paralelo a lo que sucede tras su posterior reencuentro. La estructura quebrada no necesita que nadie la explique: a los pocos minutos se hace evidente que no todo lo que se nos muestra está sucediendo al mismo tiempo. El recurso no sirve para contar dos historias independientes, sino dos etapas de una misma trama: un drama que se tomó una tregua en el medio, para luego recuperar el aire antes de volver a saldar cuentas. Con la dirección de Tamae Garateguy (Mujer Lobo), Las Furias se mete con crudeza en la violencia que aún rige en muchas relaciones familiares, y en el racismo que ejercen sobre comunidades originarias los terratenientes criollos, quienes con el poder económico y político que les brinda su condición pueden comportarse prácticamente como señores feudales. Incluso utilizando a la policía como su guardia personal. Grabada íntegramente en la provincia de Mendoza, Las Furias aprovecha la belleza natural del desierto, pero no se contenta con intercalar un par de postales turísticas en una película que el resto del tiempo podría estar realizada en cualquier otro sitio. Con algo tan onírico y atemporal como la historia que cuenta, Las Furias se destaca por una propuesta visual que impacta desde la primera imagen y rara vez baja de nivel, excepto en algunos detalles poco verosímiles del vestuario. Por el contrario, es en lo narrativo donde falla. La trama, que de por sí no ofrece mayores complejidades o giros, avanza a ritmos desparejos y por momentos parece haber perdido fragmentos en el camino. Esto no impide su comprensión, pero sí afecta su fluidez, en ocasiones poniendo a prueba el verosímil. Por ejemplo, con personajes que aparecen de la nada sin que nadie note su presencia hasta el último segundo. A medio camino entre el western violento, el fantástico y la tragedia de amor, Las Furias resulta tibia en casi todo lo que se propone. Incluso en su crítica social: por más que se anima a mencionar temas como el abuso sexual o la violencia racista, apenas los desarrolla y quedan en el aire sin apropiárselos cuando termina.
A pesar del mundo que los separa, dos enamorados se reencuentran para escapar y buscar venganza. Una de las directoras que más rompe con los estereotipos machistas dentro de la industria es Tamae Garateguy. En 2013, los protagonistas de su película Mujer Lobo, Guadalupe Docampo y Nicolás Goldschmidt, además de descubrir que su química iba más allá de la ficción, quedaron a gusto con el equipo de rodaje y la dirección. Por eso es que, años más tarde, tuvieron en claro a quién recurrir para llevar a cabo la historia de amor que tenían en mente, aunque claro que se lo iba a adaptar al cine de género que representa Garateguy. Las Furias está ahora en Cine.ar; un western clásico llevado al territorio indígena actual y que por combinar el romance con la road movie termina siendo un gran ejemplo de la calidad que pueden tener los filmes argentinos. Situada en el desértico oeste argentino, los protagonistas Leónidas -parte de la comunidad autóctona- y Lourdes -hija del terrateniente que busca quedarse con el territorio donde habitan los indígenas- se enamoran a pesar de los conflictos que los separan y las contradicciones de sus dos lados. Muy diferente a la típica idea de Romeo y Julieta, su relación se desarrolla en dos momentos diferentes: el primero en el pasado, cuando se conocen, y el segundo en el presente, muchos años después de haber sido separados. En su reencuentro, emprenden un viaje para poder vengarse y escapar juntos hacia una vida mejor. Como western, cumple y logra ejecutar todos los elementos clásicos. Los personajes se mueven en un mundo violento: el racismo y las tradiciones por parte de él; y el brutal machismo por el de ella. Al ser el cine de género y la sangre una marca registrada de Garateguy, cada injusticia o agresión se siente verdadera tanto dentro de ese mundo como del nuestro, apoyado por efectos prácticos visuales que mantienen lo realista sin sacrificar esa leve exageración que hay en las películas. El objetivo de escapar y vengarse se suma a la lista de recursos típicos, pero se diferencia por mover la narrativa entre dos puntos temporales. Vista por sí sola salta a la vista que algunos problemas planteados en la primera parte no tienen el mismo peso en la segunda, pero la trama principal está tan bien pensada y ejecutada dentro de la narración que termina influyendo mucho más en el resultado final. La historia se construye sobre sí misma con las transiciones: así como el presente comienza con todo un trasfondo que genera constantemente preguntas, las idas y vueltas con el pasado las van respondiendo además de desarrollar las motivaciones de los personajes. Cada escena aporta. Las Furias, Tamae Garateguy Las actuaciones principales, sin tener muchos diálogos o momentos que prueben su talento, están más que correctas. Se nota que los protagonistas Docampo y Goldschmidt son realmente pareja, se siente el amor y la comodidad natural que se tienen entre ellos. Indudablemente la interpretación que mayor impacto tiene es la de Daniel Aráoz como el padre de Lourdes; un villano llevado al extremo en todas sus maldades. Machista, violento, racista y abusivo con su poder, encaja perfecto dentro del conflicto real de blancos contra indígenas. Todos los elementos bien ejecutados van acompañados de un increíble trabajo en la fotografía y en la música. Las llanuras desérticas y los caminos rurales son los escenarios perfectos para jugar con los colores cálidos y la profundidad del ambiente. Por su parte, las composiciones musicales con un charango no solo transportan inevitablemente al oeste argentino, sino que también visten toda la película; algunas veces a la par de una sutil guitarra eléctrica. Junto a la leve problemática de una narrativa que abandona cuestiones secundarias, se le agrega con el mismo nivel de peso negativo la incorporación de lo fantástico. Las Furias es realista dentro de los parámetros del western; aunque extremo o violento, todo lo que pasa es verosímil dentro de nuestro mundo. Y si bien es muy limitado y corto de tiempo, lo que ocurre en base a elementos fantásticos se siente innecesario, ya que aporta al costado melodramático en vez de a la trama. Uno de los mejores estrenos de Cine.ar desde el comienzo de la cuarentena. Un western tan bien planeado como ejecutado; una historia breve, cautivadora y realista, con elementos bien implementados y actuaciones más que correctas. Son varias las cosas que Las Furias hace bien, suficientes para que sea irresistible querer verla y tenerla como claro ejemplo de que la industria nacional puede tener películas de gran calidad sin necesariamente tener nombres gigantes detrás.