Infancia clandestina Esta película se presentó en el Festival de Mar del Plata 2011, edición que mostró excelentes realizaciones de nuevas directoras latinoamericanas con vívidos cuadros del mundo femenino: las argentinas Paula Marcovitch, Milagros Mumenthaler y María Eugenia Sueiro, la salvadoreña Tatiana Huezo Sánchez y, aquí, la peruana Rosario García-Montero. Las malas intenciones es un relato centrado en el punto de vista de una chica de unos 9 años (Fátima Búntinx, una actriz casi tan buena como Paula Galinelli Hertzog, la niña de El premio). Hija de una familia de la alta burguesía limeña, ella crece casi en soledad, rodeada de los empleados domésticos de la familia, ya que sus padres, separados, están casi ausentes de su vida. Ante el anuncio de un futuro hermanito, siente crecer dentro de sí un mundo lúgubre, pesimista, con anuncios de muerte. Que tal vez no sean otros que los del mundo del afuera de esa casa amurallada, en un Perú de los años '80 convulsionado por una violencia que se le trata de ocultar. Al mismo tiempo, hay en Las malas intenciones una creativa recreación de los mitos históricos peruanos, con sus héroes máximos que sirven como modelo. Una historia que seguramente debe de tener mucho de autobiográfico: elocuente y vital.
Años de plomo Ganadora de la competencia latinoamericana del 26 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, la coproducción peruano – argentina Las malas intenciones (2011) recorre, a través de la mirada de una niña, los terroríficos años 80 en el Perú. Cayetana (Fátima Buntinx), una niña de nueve años de clase social acomodada e hija de padres separados, se siente abandonada por sus progenitores. Cuando su madre queda embarazada nuevamente, la muchacha comenzará con un trato hostil hacia su entorno. En paralelo asistiremos a una serie de acontecimientos sociopolíticos que metafóricamente estarán relacionados con el comportamiento de Cayetana. La ópera prima de Rosario Garcia-Montero reconstruye los peores años de la historia social y política del Perú a través de la visión de una niña, cuya historia personal establecerá un paralelismo con lo que está ocurriendo en ese momento. La ofensiva de Cayetana hacia su familia estará en la misma línea que la hostilidad social que van atravesando los días del país. Situada en 1982, año en que el terrorismo comenzaba a vislumbrarse, Las malas intenciones va rearmando ese momento de manera simbólica. La representación estará en Cayetana y su forma de actuar. La vida y la muerte, lo nuevo y lo viejo, el pasado y el futuro. Símbolos y metáforas para narrar un hecho real desde una perspectiva completamente diferente, perfilada a través de una familia y como lo que sucede en su seno puede aplicarse a toda una sociedad. Las malas intenciones, pese a tener algunos momentos demasiados discursivos y una excesiva duración, es coherente con lo que propone. Gracias a una realizadora que tuvo bien en claro que contar, sin apelar al golpe bajo, y una pequeña gran actriz que supo llevar adelante un relato complejo.
Terrorismo en Perú La realizadora Rosario Garcia-Montero, con su ópera prima, da una visión particular del terrorismo maoísta en el Perú, todo, a través de los ojos de Cayetana, una niña de ocho años, de situación acomodada y de padres distantes. El film peruano se encuentra correctamente ambientado en 1982, cuando la violencia terrorista comenzaba a agitar al país y (como en todo lados) mientras algunos se perjudican, otros sacan ventajas de la situación. La niña, interpretada por Fátima Buntinx, quien fuera elegida la Actriz Revelación del Festival de cine de Unasur, que se muestra fría y calculadora y, a la vez, sabe muy bien todo lo que pasa a su alrededor, intenta cambiarlo con malas intenciones. El relato mezcla la historia de los grandes héroes Peruanos, narrando historia sumamente sangrientas, con un mundo fantástico e imaginativo de la pequeña. Además de hacer hincapié en la culpa y en los pecados que marca la Iglesia Católica. Con buenos momentos y algunos minutos de más, Las Malas Intenciones conoció el Festival de Berlín y fue la elegida para representar al Perú en los premios Óscar 2013 en la categoría de Mejor Película Extranjera (también compitió en el 2009 con La Teta Asustada de Claudia Llosa). Una película que narra de manera superficial lo sucedido en principio de los ´80, cuando el miedo se sentía de otra manera.
Una cinta que desarrolla un humor negro que se va repitiendo continuamente (el punto más flojo del film), pero que, con una actuación protagónica muy buena, y con la creación de climas muy detallista, se convierte en una entretenida, profunda y sentida propuesta. Una buena cinta para descubrir a una interesante y talentosa directora.
Abandonos En algún momento se comparó a esta película peruana de la directora Rosario García Montero, Las Malas Intenciones, con el film argentino de Benjamín Ávila Infancia Clandestina por tratarse de un relato que respeta el punto de vista de un niño en un contexto sociopolítico bastante particular en la historia de cada país. Sin embargo, las comparaciones -que siempre suelen ser injustas- en este caso singular son aventuradas debido a que el conflicto central de esta propuesta peruana con coproducción argentina, alemana y francesa recae en la crisis que padece la protagonista (Fátima Búntinx), quien se siente desplazada y abandonada por su familia al enterarse que su madre separada está embarazada. Para ella, la llegada de un nuevo miembro al hogar no es otra cosa que una sentencia de muerte que, sumada a la indiferencia de su entorno adulto, despierta una mirada un tanto pesimista sobre el mundo y la realidad circundante para la cual encuentra escape en el terreno de la imaginación al verse envuelta en gestas históricas como heroína y al tomar contacto con eventos de peso y próceres de su país, que está estudiando en las clases de historia del colegio. En ese ámbito de angustia y tristeza se desarrolla este drama infantil en el contexto de la guerrilla de Sendero luminoso que por ese momento mantenía en vilo al país con los atentados y las bombas que dejaban sin suministro eléctrico a la ciudad y favorecían la venta de velas, negocio de algunos burgueses entre quienes se encuentra la familia de la protagonista. Sin lugar a dudas el fuerte del film de la realizadora peruana se resume más que en su historia en la fuerza de su actriz protagónica Fátima Búntinx, quien se carga al hombro un personaje intenso que no pierde en ningún momento la inocencia pero que experimenta situaciones realmente dramáticas como la enfermedad de su prima adolescente, entre otras situaciones. Las Malas Intenciones no funciona cuando de humor negro se trata ni tampoco como exponente histórico para retratar una época contemporánea de Latinoamérica pero sí lo hace a la hora de desplegar toda su artillería dramática y su costado emocional sin rayar en la chapucería sentimental y a fuerza de un tono sutil y bien trabajado desde los diálogos y los silencios sobre todas las cosas.
Una producción argentino-peruana, de la directora Rosario Garcia-Montero, que se mete en el mundo de una chiquita solitaria de una familia pudiente para mostrar con ironía y certeza a toda una sociedad. Con altibajos
Cuál es la frecuencia con la que podemos disfrutar en nuestro país de una película de nacionalidad peruana? Ya este sólo dato amerita aunque sea una visión curiosa de Las malas intenciones, debut en la dirección de Rosario García Montero, también autora del guión. Pasada esa curiosidad, descubrimos que además estamos frente a un pequeño gran film, toda una sorpresa. Hay algo que está caracterizando a la mayoría del cine latinoamericano (incluyendo Argentina) de los últimos tiempos, una revisión de su historia reciente de manera crítica pero escapando a lo panfletario; muchas de ellas en cinematografía nacientes como en este caso. Resumiendo un guión con muchos ángulos, la visión recae en Cayetana (Fátima Buntinx) una niña de ocho años, de clase algo acomodada, a comienzos de los años ochenta. Oscura e inteligente como es (hace recordar a la pequeña de El encanto del erizo, otro gran film con puntos en común con este) ve su entorno convulsionado de un modo entre áspero y aniñado. La poca alegría que se vislumbra en ella cae estrepitosamente cuando su madre (de inminente divorcio y con nueva pareja) regresa de un viaje con una noticia, está embarazada. La reacción de la niña será clara y directa, se encierra en su dormitorio y dicta un anuncio a modo de presagio, profecía, el día que su hermano nazca será el día de su muerte. Contar más sería innecesario y quitaría algo de sorpresa; solamente agregar que el entorno social e histórico tendrá mucho que ver en el relato, la presencia del grupo Sendero Luminoso está ahí. En esta co-producción entre Perú, Argentina y Alemania, García Moreno construye un juego minucioso en donde todo parece importar. No hace falta decir que Las malas intenciones no es un film de acciones rápidas, acelerado; tiene sus tiempos propios, y el espectador debería saber si los podrá apreciar de ante mano. También pareciera necesario poder observarla con algo de conocimiento previo sobre la historia más importante de Perú, o por lo menos de Latinoamérica; ese conocimiento previo hará que determinados momentos que parecen confusos (como algunas “alucinaciones”) se comprendan mejor. La directora expone su “idea” de esos años a través de la mirada entre inocente y perturbadora de una niña conflictuada, decisión inteligente; la película intenta abrir un debate desde el pasado (con un reconstrucción lograda), y lo logra. Si se entra en su mecánica se podrá ver que estamos ante un funcionamiento exacto, preciso, construido de a paso. La estética pareciera simple, austera, y sin embargo fuerte y con matices. Lo mismo sucede en la dirección actoral bien marcada. Fátima Buntinx se lleva todos los aplausos con un protagonismo que nada tiene que envidiarle a actores de más edad y más experimentados; el resto del elenco acompaña y apoya muy bien. La película ofrece un clima extraño, oscuro, como siempre a punto de estallar, y esa incomodidad lograda en el espectador también es un logro. Hay momentos en los que el argumento se estanca, se traba, y pareciera no tener más qué contar; momentos en fin pequeños. Como lo aclare, Las malas intenciones no es un film para un público general, puede tener muchísimos detractores que le encontrarán varias fallas, especialmente en el ritmo sino se acostumbran a él. Por el contrario, quienes gusten de un momento pausado, de reflexiones, y así mismo de fuertes mensajes y grandes analogías, encontrarán una pequeña joya, una visión histórica más que interesante, por supuesto, con consecuencias directas en el presente, la invitación está hecha.
Esta coproducción entre Argentina y Perú, dirigida por Rosario García Montero es un filme de gran belleza y variados recursos narrativos, que pese a tener un tono realista, no teme jugar con el surrealismo para hurgar en la mente adulta de una niña tan inocente como pesimista. La banda de sonido acompaña las imágenes de una fotografía pictórica que acentúa los climas de cada escena. Cine latino de calidad, para descubrir.
Sólido film peruano merecía mejor estreno Candidata peruana al próximo Oscar, llena de galardones internacionales, incluyendo uno especial de Gramado por dirección de niños, y el de mejor film latinoamericano en Mar del Plata 2011, es una lástima que esta buena comedia dramática se estrene tan calladamente. Acida, inquietante, sugestiva, bien hecha, tiene además una característica particular: su personaje protagónico es tan odioso como comprensible, frágil y temible, egoísta y heroico. Se trata de una niña enfermiza de ocho a nueve años, carácter solitario e imaginativo, clase pudiente y padres separados (ella antipática, él medio frívolo) que le prestan escasa atención. Para peor, la madre va a darle un hermanito con su nueva pareja. Todo eso, justo en una etapa en que la criatura, llamada Cayetana de los Heros, está obsesionada con las muertes terribles de los próceres de su tierra, desde Tupac Amaru y el mensajero José Olaya, muerto bajo tortura por los españoles, hasta el almirante Miguel María Grau, El Caballero de los Mares, muerto en combate durante la Guerra del Pacífico. «De derrota en derrota, hasta la victoria final», clama uno de ellos delante de la niña, que en su cabecita charla con ellos, o con sus fantasmas. Ella puede ser heroína frente al asma, la soledad, o su propio egoísmo (recuérdese al historiador peruano Jorge Bassadre: el mayor acto heroico es el desprendimiento). A la vez, discreta pero claramente, la obra nos muestra la distancia entre personas y clases. Y nos descubre un telón de fondo: comienzos del acostumbramiento al clima de atentados y amenazas terroristas que abrieron el infierno en ese país en los 80. Aclaremos, la obra no es política. Pone ese fondo y esos mártires, y está en nosotros percibir acaso una continuidad histórica o ciertas características del espíritu andino. Pero lo importante es el conflicto de una niña frente a la llegada de su hermanito, porque, como le dijo el ambicioso Bolívar a San Martín, «Dos soles no pueden brillar en el mismo cielo». Y al final llueve. Autora con todas las letras, Rosario García-Montero. En el elenco, la niña Fátima Buntinx, muy bien, Melchor Gorrochátegui como el viejo chofer mulato, paciente y sabio (hermoso personaje), y la reaparición del argentino Fernando de Soria como el abuelo. Otros nacionales son Rodrigo Pulpeiro, director de fotografía, Rosario Suárez, editora, Guido Beremblum, Roberto Migone, Lisandro Rumeau en el departamento. de sonido, Bruno Fauceglia y el coproductor Stephen Akerman («Vendado y frio», «No te enamores de mi»).
Una niña con mirada de adulta Cayetana va a la escuela, privada, en Perú, por 1982. Son tiempos en los que Sendero luminoso siembra el terror. Con sus padres separados y viviendo en la casa de la nueva pareja de su madre, el anuncio de la llegada de un hermanito es algo así como el encendido de una molotov para la pequeña, que ya bastante inestable era. Las malas intenciones es una nueva producción peruana (con aportes de posproducción argentinos) que vuelve su mirada sobre el pasado, y en especial una época en la que social y económicamente el país estaba tan o más inestable que Cayetana. La niña no tiene carencias económicas, si no de otro tipo más difícil de suplir. Y trata de reemplazar la realidad que no le gusta con sus fantasías, con próceres (su nombre completo es Cayetana de los Heros) a los que les habla. Y llega a preguntar a su maestro “¿por qué siempre es feriado cuando perdemos las batallas?”. Pero la debutante Rosario García Montero, al igual que Claudia Llosa ( La teta asustada ) supo cómo combinar realismo mágico con drama y comedia, dejando a su heroína desprotegida y querible, entablando un lazo con el espectador que no tiene más remedio que compungirse ante lo que le pasa a Cayetana, quien a sus 9 años es más adulta que cualquiera de los que la rodea.
Cuando la infancia se asemeja a una pesadilla En el Perú de la década del 80, cuando la violencia terrorista agita ese país, Cayetana, una niña de 9 años, vive con su madre en una casa aislada y rodeada de sombríos campesinos a los que ella espía con mirada torva y sonrisa maliciosa. Hija de padres separados, la pequeña está sola y aislada y crece al amparo de dos solícitas empleadas. Su madre se halla casi siempre estudiando en el extranjero, y su padre, un impenitente donjuán, va en su busca cada vez con mayores intervalos. Para completar su soledad, Cayetana crea un mundo fantástico lleno de héroes nacionales caídos en los campos de batalla y mártires cuyas imágenes atesora en láminas como fetiches y a quienes recurre cada vez que sufre una crisis. Ella es inteligente, pero con una personalidad oscura y distorsionada, y ronda sin sentido por esa casona perteneciente a un sector de la clase alta limeña en proceso de deterioro. Cuando su madre regresa de un largo viaje anunciando que está embarazada, el frágil mundo de Cayetana se desmorona. La directora Rosario García Montero logró con este film, seleccionado por Perú para los Oscar 2013 en el rubro mejor película extranjera, retratar con mano maestra el casi trágico derrotero de esa nena que fantasea en su soledad, que mira con ojos inquisidores a todos y a cada uno de quienes la rodean y que concibe a la muerte como su opción ante el futuro. La realizadora dejó de lado el simple melodramatismo para narrar una trama que llega, desde la personalidad de Cayetana (un excelente trabajo de Fátima Buntink), hasta los más hondos pliegues del sentimiento y de una realidad contaminada por el miedo y la soledad.
Perú nunca tuvo una fuerte historia desde el aspecto cinematográfico, sobre todo en cuanto a largometrajes de ficción. Pero en los últimos tiempos viene pisando fuerte gracias a films como La Teta Asustada (entre otros logros, fue nominada al Oscar por Mejor Película Extranjera). Ahora llega una nueva producción de ese país, que también está recolectando elogios en festivales...
El mundo adulto visto con ojos infantiles “Perú, 1982”, reza una placa impresa sobre las imágenes de un grupo de niñas, corriendo durante un simulacro de amenaza de bomba en su escuela. Son los años del comienzo de la lucha armada, de Sendero Luminoso, el trasfondo ineludible de una historia que intenta conjugar lo histórico y lo íntimo, tal vez incluso lo autobiográfico. “Crecí en Perú en los ’80, una década turbulenta de transformaciones sociales y crisis. Cuando era chica no comprendía del todo lo que estaba pasando, aunque percibía por ósmosis, por el comportamiento de mis padres, mis familiares, mis amigos. Allí es donde nació la idea inicial de Las malas intenciones”, reflexiona en el dossier de prensa la peruana (aunque nacida en Chicago) Rosario García-Montero, acerca de su primer largometraje. Presentado en sociedad en la Berlinale 2011, Las malas intenciones presenta un retrato generacional tamizado por la criba de la subjetividad de una niña de 8 años. Cayetana no parece estar atravesando la edad de la inocencia. Criada en un ambiente de clase acomodada, su vida cotidiana la encuentra trasladándose desde su casa, en las afueras de Lima, hacia la escuela y viceversa, en un auto cuyas ínfulas de fortaleza no se corresponden con su auténtico estado. Divorciada de su marido y vuelta a casar, su madre regresa de un viaje con algunos regalos, la esperanza de reconciliarse luego de la ausencia y una noticia que genera la más inesperada de las crisis: Cayetana tendrá en poco tiempo un hermanito. De allí en adelante, la niña cerrará aun más las puertas hacia el exterior, haciendo de su mundo interno el único universo real y tangible, convencida de que el día del nacimiento del bebé será también el día de su muerte. Que, no casualmente, el guión ubica el 2 de mayo, día en que se recuerda el Combate del Callao, una de las fechas patrias más importantes del Perú. Mientras alrededor suyo se suceden los atentados y hechos de violencia, y el país se interna en uno de los períodos más sangrientos de su historia, Cayetana vuelve una y otra vez a encontrarse en su imaginación con los héroes nacionales del Perú, fantasmas monolíticos e intachables que se transforman en una suerte de única tabla salvadora. En esa mirada sobre el pasado reciente, pero también sobre los mitos fundantes en la historia de su país, García-Montero despliega una mirada sobre la infancia alejada de la candidez, marcada por la descomposición y la muerte, por momentos muy cerca de los personajes infantiles del primer Saura (una escena que involucra una figura del Jesús niño recuerda, incluso, a un pasaje de Ana y los lobos). El aislamiento de Cayetana –a quien el film, inteligentemente, nunca abandona como centro de referencia y origen del punto de vista de todo lo que ocurre– es también un reflejo y un síntoma de la sociedad en su conjunto: la escuela religiosa como ámbito de cerrazón física y espiritual, el blindaje del auto que la transporta, la ampliación del muro que la separa de sus vecinos pobres. En esa acumulación simbólica, Las malas intenciones pierde algo de su fuerza, precisamente porque su obviedad choca con la sutil violencia de sus mejores momentos. La noche anterior al nacimiento de su hermano, la joven protagonista se pincha uno de sus dedos accidentalmente; el derrotero sanguinolento que le sigue es mucho más potente, ambiguo y perturbador que cualquiera de las metáforas más evidentes que lo anteceden. Tal vez en su afán de volcar demasiadas ideas, Las malas intenciones se pierda en su propio laberinto, en una suerte de repetición discursiva que no sólo extiende innecesariamente su metraje, sino que le hace perder brío narrativo. Una subtrama que acompaña a Cayetana durante unas vacaciones en la playa y que presenta a otro personaje femenino de su misma edad con una mirada sobre el mundo ciertamente diferente, se siente como un desvío innecesario de la historia pero, paradójicamente, aporta una buena dosis de aire al relato, haciéndole tomar impulso hasta el desenlace. Más allá de un notable trabajo de encuadre y fotografía en formato 2.35, es notorio un arrobamiento temporario con cierta prolijidad formal que, sumado al empeño por evidenciar al trabajo de diseño de arte, hace que por momentos el film se vea demasiado artificial en sus aspectos visuales. Más allá de estos cuestionamientos formales, Las malas intenciones es una más que atendible ópera prima; una película por cierto personal que, afortunadamente, evita en gran medida cualquier clase de maniqueísmo político. Y que, además, cuenta con un notable trabajo de dirección de actores, particularmente evidente en el caso de la debutante Fátima Buntinx, sobre cuyos hombros descansa gran parte del peso dramático del film.
Por un momento (breve, es cierto) recordé la sana intención de “El laberinto del Fauno” (2006): mostrar a una niña en un contexto socio-político para ella ingobernable, en el cual necesita de su imaginación y fantasía para soslayar una circunstancia que en su capacidad psíquica le es adversa. En aquella oportunidad, el contexto era el régimen Franquista. “Las malas intenciones” intenta esto mismo en el Perú de los atentados constantes de la década del ochenta. Es la producción que ese país envió en el 2012 al Oscar y traza una relación ambigua en el texto cinematográfico. Como si para la guionista y realizadora el contexto funcionara en el inconsciente de su criatura como el paradigma de "lo no deseado", ergo, lo mismo le ocurre a Cayetana (Fátima Buntinx) cuando se entera del embarazo de su madre. No se sabe bien a qué obedece la decisión de terminar con su vida, más que por una latente suposición del posible abandono. Demasiados condicionales para un relato que en definitiva llega a los tumbos al meollo de la cuestión. Sin embargo (aquí viene la vuelta de tuerca intrigante) los héroes nacionales de manual escolar cobran vida para ayudar a la niña a rescatar algunos valores universales que, por decantación, derivan en un sentido homenaje a la tolerancia. No a las ideas, sino a la convivencia con ellas. Es este costado es donde la obra de Rosario García-Montero tiene tantos puntos a favor como en contra. Si el momento histórico es este ¿por qué el vehículo es la niña con sus decisiones y no un mundo adulto que trata de guiarla? Al mismo tiempo esto funciona como un deseo de que la historia sea escrita por las mentes inmaculadas y las ideas pasen en forma directa a las nuevas generaciones. Por esta razón “Las malas intenciones” tiene como premisa una utopía lógica, sin abandonar los procesos por los cuales un chico (en este caso una niña) vive, piensa y siente. La historia de cada país está para ser revisada y cuestionada constantemente. Desde el punto de vista cinematográfico (acaso lo que nos convoca a estas líneas) el relato está bien delineado y logra lo que se propone, aún cuando el paralelo entre el presente y el pasado queden en una nebulosa a resolver por cuenta de quien esté atento. Como puede ver, este es mi planteo y es tan relativo como lo que percibe cada espectador, luego el lugar para la polémica está abierto. Los efectos residuales de la historia hacen que el arte se preocupe y se comprometa a convertirse en un espejo en donde reflejarse. Esta realización tiene con qué sentar precedentes para que la cinematografía peruana comience a exorcizar sus propios demonios. ¡Vaya si vale la pena ser testigo frente a la pantalla!