Ken Loach y una película más de denuncia "Lazos de familia" (Sorry We Missed You, 2019) no es de las peores películas del último Ken Loach. Hay aspectos que pueden rescatarse en relación con la mirada sobre cómo funcionan las empresas de entregas que trabajan con otras del estilo de Amazon, Mercado Libre, etc (de hecho hay una impresión de realidad bastante mayor que la del hombre mayor excluido del sistema en "Yo, Daniel Blake"). También hay algo en la construcción de personajes y lazos familiares que funciona: el padre de familia que “entra en la trampa” interesa más por la dinámica de funcionamiento del grupo (padre, madre, hijo, hija) que por el impacto que ese traspié tiene en ellos. Teniendo en cuenta el pasado más reciente del director, estamos esperando todo el tiempo el golpe por debajo del cinturón. Un cáncer terminal, una violación, una muerte violenta, un accidente de tránsito. Loach lo sabe y hasta juega creando suspenso con ello (como en la escena en que el protagonista conduce agotado su camioneta, semi-dormido, circulando alternativamente por su mano y en contramano). En fin, que esta vez hay algún límite y nos perdona ese golpazo. Se conforma con una constante humillación de baja intensidad, moderada por algo de amor intra-familiar (más allá de los múltiples conflictos, a los que no son ajenos los cambios propios de un hijo adolescente). Otra película más de “denuncia” que maltrata a sus personajes (aunque esta vez hay algo más de empatía y hasta algún toque de cariño), a los que no les deja salida alguna. Una exhibición un poco perversa y ciertamente condescendiente de una clase trabajadora a la que sólo le cabe sufrir para que nosotros, los burgueses que vamos al cine, nos sintamos un poco progres y, por lo tanto, mejor.
Ken Loach cumplió 85 años el 17 de junio último. Su ópera prima, Poor Cow, es de 1967, por lo que ya ingresó en la sexta década de trabajo. El realizador británico no es demasiado valorado por la cinefilia más radical, que suele minimizar y en muchos casos despreciar su mirada social a la que considera anticuada, obvia y maniquea. En mi caso, más allá de que su filmografía adolece de ciertos lugares comunes y alguna tendencia al subrayado, lo admiro por la dignidad y contundencia con que ha descripto durante tantos años las penurias de la clase trabajadora, los abusos del poder, los modos absurdos de la burocracia y la deshumanización constante que lleva a la pérdida de valores esenciales. Me puede gustar más una película y menos otra, pero siempre rescato la consecuencia de su obra, la nobleza de sus personajes, el oficio narrativo, su capacidad para la dirección de actores y el estar atento (con el aporte de su habitual guionista Paul Laverty, claro) a los nuevos fenómenos. En este sentido, Lazos de familia / Sorry We Missed You describe (a partir de un sistema de entregas a domicilio en camioneta que el conductor debe aportar y mantener cumpliendo además un rígido y exigente cronograma que no admite la menor dilación) esta época de “überización”. La empresa consigue los clientes, aporta la aplicación y la organización interna. El resto está completamente tercerizado. Una tendencia que en la Argentina se puede ver, por ejemplo, en el auge de Pedidos Ya, Rappi o Glovo. Los protagonistas del film son los integrantes de una familia de clase media pauperizada: los Turner. La madre, Abbie (Debbie Honeywood), que cuida ancianos a domicilio (léase cocinarles, limpiar, cambiarles los pañales), debe vender el auto para que el padre, Ricky (Kris Hitchen), pueda comprar la van necesaria para ingresar en esa compañía de entrega de correo privado. Está el rebelde hijo adolescente (Rhys Stone), al que le interesa mucho más el graffiti callejero que asister al colegio, y la más pequeña (Katie Proctor), de 11 años, que absorbe el clima cada vez más enrarecido y sufre. La dinámica de ese querible grupo humano está descripto con humor, simpatía y encanto, mientras que las desventuras cotidianas de Ricky en sus repartos exponen el desamparo, las presiones y los peligros que sufre un autónomo sin contrato ni cobertura. Hasta la última media hora estamos, entonces, ante una película inteligente y punzante. Lamentablemente, el desenlace cae, una vez más, en ciertos excesos de crueldad y en un didactismo que no era necesario y que termina desmereciendo en parte los notables valores de una historia que sintoniza como pocas con estos tiempos en que la precarización laboral hace que el trabajador tenga todas las obligaciones, corra todos los riesgos y no goce de casi ninguno de los derechos y beneficios que alguna vez tuvo.
Lazos de Familia, la nueva propuesta del realizador Ken Loach, marca su regreso a las pantallas con una historia que desnuda cómo el neoliberalismo, en pos del progreso, arrasa con la clase trabajadora. Sin convertirse en un panfleto, y fiel a su ideología, su inteligente guion desarrolla el relato a partir de premisas concretas, basadas en la falsa idea de libertad que determinadas actividades laborales han inculcado en sus trabajadores. “Nosotros no te contratamos, trabajas con nosotros”, le dicen a Ricky (Kris Hitchen) en una de las primeras escenas, antes de aceptar ser parte de una multinacional que realiza delivery de paquetes. “Es lo que siempre esperé”, responde ante esa afirmación, para luego comenzar un derrotero imparable de jornadas de 14 horas los siete días a la semana, al igual que su mujer (Debbie Honeywood), una cuidadora de personas enfermas, que sale de su casa muy temprano para llegar a horas inciertas. Y mientras ambos buscan un futuro mejor para la familia, sus hijos hacen lo que pueden, esperando un abrazo reconfortante ante días de soledad y tristeza. Lazos de Familia, una vez más, y fiel a la firma autoral de Loach, quien supo rubricar cada una de sus películas con dosis de realismo único, desnuda las miserias más ocultas de un sistema capitalista atroz, que atropella y vulnera a sus miembros, sin importarles nada más que el beneficio económico, y en donde familias enteras postergan sus sueños en pos de algo que nunca llega. POR QUE SI: «Desnuda las miserias más ocultas de un sistema capitalista atroz, que atropella y vulnera a sus miembros»
Llegar a fin de mes no es fácil. Si no, que lo digan los protagonistas de las películas de Ken Loach. Y con su habitual guionista Paul Laverty ha construido una manera de narrar y presentar a sus personajes que son fácilmente identificables. Al verlos uno entiende que forman parte de una película de Ken Loach, pero a la vez generan inmediata empatía con el espectador. Son tremendamente sinceros. Buenos. Nos compran con extrema sencillez. Esa habilidad del tándem guionista y director a veces funciona mejor que otras. Será por el acostumbramiento, pero algunos títulos parecen ser primos cercanos de otros. Como que la fórmula, al reiterarse, le quitara sorpresa al relato. Retratos que compran al espectador Son retratos de personas. Tangibles. Palpables. Reales. Los personajes de Loach hablan con honestidad brutal, y Ricky no iba a faltar a esa realidad. Acuciado por las deudas, casado con Abby y con dos hijos, Seb, un adolescente, y Liza, una niña en edad escolar, Ricky está sin trabajo y decide aceptar un ofrecimiento como conductor de reparto. El acuerdo con la firma de distribución es un tanto leonino. Se compra -a crédito- su camioneta, pero termina absorbiendo muchos gastos él mismo. Y trabaja desde la mañana a la noche. Y seis días a la semana. Y su esposa debió vender el auto con el que viajaba a cuidar a enfermos o ancianos. Seb roba pintura para hacer grafitis. Puede que lo sancionen en el colegio. Y Liza, por problemas emocionales, se hace en la cama. O sea, Loach vuelve a girar sobre el mismo tema: las angustias de una familia trabajadora, cómo el sistema la engaña y, con tantas frustraciones sobre el lomo, el círculo vicioso parece cerrado, sin un atisbo, un indicio para salir. La dinámica en que está envuelta la familia puede parecer algo tirada de los pelos, lo que le resta un poco de interés. Pero sabemos que habrá risas, o al menos sonrisas. Y lágrimas. Lazos de familia tiene un título original menos lineal y más poético, ya que va por el de Sorry We Missed You (Lo siento, te extrañamos), un juego de palabras porque es el encabezado de las notas que los repartidores dejan en las casas donde no encuentran al destinatario, y, claro, también tiene que ver con lo que siente cada miembro de la familia de Ricky. Ricky, que no tiene apellido como Daniel Blake, el protagonista de la película anterior de Loach que le valió su segunda Palma de Oro. Pero bien podría ser su hermano, su hijo, su vecino. O, como decíamos al comienzo, su primo.
Más allá de sus detractores y de sus admiradores, que suelen ser radicales; es innegable la capacidad del cineasta inglés Ken Loach para centrar su cine en la contemporaneidad, en la problemáticas siempre vigentes que afectan a la comunidad laboral. Su cine muestra este presente tan variable. Sin embargo, a veces no alcanza y es lo que sucede con algunas de las últimas películas de Loach, sobre todo en Lazos de familia, que hacen que un problema complejo como es la dinámica laboral en la actualidad derive en un simple melodrama familiar. De esta manera su cine se vuelve condescendiente con ese espectador indignado ante las irritantes condiciones de trabajo y sus repercusiones en el espacio familiar. Lazos de familia, ya desde la extraña traducción del título apunta a poner el mirada en la familia, como institución y como espejo deformante de lo que los rodea, manipula desde un comienzo la mirada del espectador. Este movimiento, que puede ser adjudicado al mercado cinematográfico (nunca inocente) no deja de tener arraigo en la propia película. Loach muestra las condiciones de las dinámicas laborales en la actualidad, esas que te proponen ser socio de esas empresas que terminan barriendo con los derechos de los trabajadores, sin perdón, carentes en absoluto de sensibilidad y de empatía. Sin embargo, no hay salida, pareciera decir Loach, sus personajes entran en esa dinámica y verán las consecuencias en su propio seno familiar, en sus roles, en su mismo cuerpo. Estos personajes que tal vez el director maltrata un poco, los expone en su inocencia, los lastima no sólo en el bolsillo sino en su intimidad con el objetivo de proclamar un mensaje bienpensante para la comunidad, para sus espectadores. Sucede que mostrar o registrar esta situación no alcanza, no hay reflexión en su película, no hay problematización de esa lengua del patrón, que solo aplasta a sus empleados. Lazos de familia se queda en el limbo de las películas de denuncia que no provocan ninguna grieta desde donde empezar a pensar, la película carece de una reflexión más profunda, más abiertamente política sobre las condiciones que no solo desprecian el mundo laboral, sino también el familiar. Sus personajes recorren dolorosamente este camino capitalista de ajustes y deshonras, de desprecio de derechos laborales, de obediencia al discurso del patrón que no solo es indigno desde lo ético sino desde la moral social. Tal vez, el problema de Loach en sus últimas películas sea cierto olvido de potencial político del cine, cierto cansancio ideológico que desconoce que las películas pueden y deben develar las ficciones del poder, no solo recrearlas. LAZOS DE FAMILIA Sorry We Missed You. Reino Unido/Francia/Bélgica, 2019. Dirección: Ken Loach. Intérpretes: Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone y Katie Proctor. Guion: Paul Laverty. Música: George Fenton. Fotografía: Robbie Ryan. Edición: Jonathan Morris. Distribuidora: MontBlanc Cinema. Duración: 101 minutos.
¿KEN LOACH YA FUÉ? Tal vez porque filma mucho, y desde hace mucho, a Ken Loach se le hacen muchas críticas. Algunas me parecen válidas, otra no tanto. Empecemos por estas últimas. Se le critica que cuenta siempre la misma historia, la de un trabajador -o varios-, que sufre la explotación capitalista. Creo que acá hay, en realidad, una crítica explícita y una tácita. La explícita es la primera: que cuenta siempre la misma historia. ¿Es acaso el primero que lo hace en la historia del cine? ¿Howard Hawks no filmó la misma historia tres veces (Rio Bravo, El Dorado y Rio Lobo)? ¿Hong Sang-soo no viene haciéndolo de película en película? ¿Eran muy distintas entre sí las historias de Yasujiro Ozu? ¿O las de Philippe Garrel? Grandes cineastas todos ellos, son prueba de que puede contarse muchas veces lo mismo, ya que si uno aguza la mirada no va a ser siempre lo mismo. O sea: primera crítica, desestimada. La crítica, o más bien la molestia, que aquella deja tácita no está referida a la repetición de sus historias, sino a los materiales con los que Loach trabaja. Gente de clase trabajadora que sufre la explotación capitalista. Creo que es eso lo que en verdad molesta, que Loach tenga una visión del mundo que se quedó en los 70. Como si la clase trabajadora hubiera dejado de existir, la lucha de clases hubiera muerto con Marx & Engels y todo el problema fuera que Facebook se cayó por nueve horas y quedamos todos mirando a la pared. Las historias de Loach nos recuerdan que, por más que vivamos en un cibermundo virtual y algorítmico, esas cosas siguen existiendo. La clase trabajadora, el capitalismo y la explotación. Sin ir más lejos, para obtener más ganancias, Amazon y Google, puntas de lanza de la aldea digital, explotan a sus trabajadores, por lo cual ya tuvieron que comerse varios juicios laborales. Ah, pero Loach vive en una sociedad superdesarrollada, ahí las cosas de las que habla son viejas. ¿Ah, sí? En la Gran Bretaña del siglo XXI el salario medio no cubre el costo de la canasta familiar. El salario medio no llega a los 4000 euros, la canasta está por encima de los 4100. El costo de vida en el país de la reina inmortal es más alto que en el 82 % del resto de los países. Un 15 % de la población está precarizada. La tasa de desempleo de los varones de menos de 25 años es del 16 %. Parece que el cine social sigue siendo actual, acá, allá y en todas partes. Y Ken Loach sigue siendo el rey del cine social. El tecnocapitalismo es capitalismo Por más que vivamos en un mundo donde los magnates tienen tanta guita que pueden desarrollar sus propias naves y viajar al espacio en ellas, la clase trabajadora sigue existiendo. El capitalismo no sólo existe sino que se halla más concentrado que nunca, y por ende la explotación sigue a la orden del día. Lo que sí fue en disminución de unas décadas a esta parte es la clase obrera, porque la economía pasó de su fase manual a su fase informática. Pero clase trabajadora sigue habiendo, sigue constituyendo un alto porcentaje de la humanidad y sigue siendo explotada. Entonces: Ken Loach no atrasa, filma historias contemporáneas basadas en realidades contemporáneas que son un asco. Las historias que cuenta no sólo son válidas sino que, en la medida en que plantean problemas que la sociedad hipercapitalista no resuelve sino que agudiza, son también necesarias. Lo que se esconde detrás de esa crítica mentirosa (“Ken Loach ya fue”) es que muchos intelectuales y gente de la cultura se derechizaron en los últimos años, viven cómodos en sus burbujas y no quieren ni oír hablar de trabajadores, capitalismo y explotación. El problema está en ellos, no en Ken Loach. A Loach también se le critica la falta de perspectiva de género. Filma sólo historias de hombres, no le preocupan las mujeres, éstas aparecen siempre a la zaga del hombre. Pobre vaca, Vida familiar, Ladybird Ladybird desmentirían esta afirmación. ¿Que tres películas son pocas, teniendo en cuenta que lleva filmadas veinticinco ficciones? Aceptado. Siempre y cuando se reconozca que en las obras de grandes cineastas como George Cukor, Joseph Mankiewicz y Kenji Mizoguchi pasa lo contrario, hay muchos menos héroes que las heroínas. Todo artista tiene derecho a ocuparse de lo que quiera, o de lo que le salga mejor. Se trate de novelas de crímenes, arte abstracto, canciones pop o comedias escatológicas. O cine social más centrado en hombres que en mujeres. Lo que sí habría que poner en cuestión es el rol que las mujeres ocupan en su mundo. Mujeres proletarias o futbolistas no existen, en una obra en la que ambos roles abundan. Tampoco hay a la vista ningún representante de disidencias sexuales, y en este punto sí creo que este hombre largamente octogenario no se dio por enterado de las mutaciones producidas en el mundo durante el último medio siglo. ¿Está mal ser realista? La cuestión estética. En este terreno los cuestionamientos son varios. Que es un realista cuadrado, que es analógico y predigital, que se mantuvo toda la vida atado a un modelo de narración tradicional, que descuida la puesta en escena, que filma siempre igual. Si a la primera afirmación le quitamos el calificativo peyorativo, si a la segunda y tercera respondemos que ser moderno es una opción y no un deber y a la cuarta la consideramos contestada en el apartado referido a su mundo y sus temas, nos queda la cuestión de la puesta en escena. Es la que estoy más dispuesto a defender. Loach no la descuida para nada, no filma de cualquier manera, no pone el contenido por sobre la forma. Visualmente su modo de narrar es clásico, fluido y homogéneo, con el predominio de planos americanos típico del cine realista, que pone al sujeto en relación con su medio y con el tiempo que le toca vivir (Eric Rohmer filmaba igual, y Hong Sang-soo también lo hace con esa clase de planificación). A propósito, una aclaración que siempre conviene hacer, y en el caso de Ken Loach, más. Ser realista no es filmar problemas sociales, es filmar de manera que el mundo ficcional guarde relación con el mundo tangible. Loach trata temas sociales, pero además en términos estéticos es un realista. Los planos de las películas de Loach no se suceden aleatoriamente, el montaje jamás descuida la continuidad visual. ¿Que ése es justamente el problema, que su cine no sabe de discontinuidades, disrupciones, jump cuts o falsos raccords? Ya lo dijimos: moderno no es. Eso no lo hace conservador, sino clásico. Ah, un logro notable de su puesta en escena, manifiesto en las películas de los años 90 y tal vez más atemperado en las últimas décadas: sus planos respiran, están vivos, se sienten como verdaderos. Si lo son o no importa menos, ya que en el cine, como se sabe, la realidad es una impresión. Loach acentúa el aire documentalista de esos planos mediante la duración. Véanse en este sentido Riff Raff, Raining Stones y sobre todo las asambleas de Tierra y libertad. Si Loach estuviera más interesado en el “contenido” que en la gramática cinematográfica, no los haría durar tanto, iría corriendo de plano en plano hacia la resolución de la historia. Una última, antes de pasar al análisis específico de su película más reciente. Que victimiza a sus personajes, que son explotados, abusados, desocupados, marginados y otras desgracias. Desgracias que por cierto jamás llegan al golpe bajo o el chantaje emocional. Que en toda su obra no aparece un obrero que sea malo. Hete aquí cuestiones que sí merecen ser revisadas. El hombre que fue franquicia Sorry We Missed You, que en Argentina se estrena con el título perfectamente infiel de Lazos de familia, es un Loach clásico. Eso no quiere decir que sea el mejor, ni que esté libre de problemas. Pero es fiel al modelo Loach, y en este caso es el modelo el que nos interesa revisar, más que su última representación. Al protagonista de Sorry We Missed You, Rickie, la recesión de 2009 lo dejó en la calle, y desde ese momento pasó por mil trabajos distintos, ocasionales, golondrina o de cuentapropista. Ahora pide empleo por enésima vez, dispuesto a aceptar las peores condiciones. Las consigue: el encargado de la empresa de correo privado cuyo contacto le consiguió un amigo que trabaja allí se las detalla. Va a tener que trabajar 14 horas por día six days-a-week, lo va a hacer en negro, no va a tener salario fijo sino por rendimiento, no gozará de ningún beneficio social, se va a convertir en una franquicia humana. Literal. O sea: va a representar a la empresa y por lo tanto va a asumir todas las responsabilidades del caso, pero la empresa no va a asumir ningún compromiso hacia él. Ah, y por lo que cobran el alquiler del vehículo de reparto le conviene más comprarse uno. Claro que no tiene plata para hacerlo. Pero si venden el auto que su esposa usa para trabajar, llegan. Lo venden. En la empresa le entregan un rastreador que presuntamente le va a servir como GPS pero en realidad es un instrumento de control y vigilancia. Acepta, por supuesto. Para quienes acusan a Loach (y de paso a Paul Laverty, su guionista estable desde hace un cuarto de siglo) de setentista, será oportuno señalar que la situación laboral del pelirrojo Rickie es absolutamente contemporánea. Pregúntenles si no a los deliverys de Pedidos Ya, Rappi o Glovo (esta última no sé si sigue existiendo), que tienen que poner su propia bici y si los pisa un camión no tienen seguro, ni obra social, ni nada. O a los peones de taxi, que se tienen que pagar la nafta, los repuestos y los choques. Es la flexibilización, estúpido. La esposa de Ricki se llama Abbie y se desloma trabajando todo el día como enfermera. Y cuidando a los hijos, el adolescente Seb y Liza Jane, que tiene unos años menos. Seb es un problema, y ese problema va a ser tan importante en la vida de Rickie como lo es el chaleco de plomo laboral que acaba de ponerse. Seb se ratea en el colegio, un día le pega una trompada a un profesor y más tarde lo llaman a Rickie de la comisaría, ya que lo agarraron robando unas pavadas. Roles Seb es, en efecto, más problemático para Rickie que para Abbie. Ésta es la típica mamá comprensiva y sacrificada, que vela por sus hijos a distancia (se pasa el día fuera de casa) e intenta preservar a toda costa la unidad familiar. ¿Rol tradicional? Y, sí, más allá de que tenga un empleo que le insume todo el día. Un día Rickie le pega un cachetazo, fuera de sí, y Abbie no lo abandona ni le recrimina ni le devuelve la bofetada. OK, un modelo de mujer empoderada no es, por más que llegado un punto sea ella quien toma la bandera de la dignidad familiar, poniendo en riesgo el empleo del marido. ¿Pero por qué debería ser un modelo? Loach no filma utopías, filma lo que pasa. Y lo que pasa es que muchas mujeres de clase media baja todavía no se enteraron de que existe el feminismo. A Abbie no la inventó Loach, sino la realidad de su país en las primeras décadas del siglo XXI. Al día de hoy la violencia doméstica representa el 25% del total de crímenes violentos en Gran Bretaña, y los incidentes de violencia doméstica registran el mayor incremento de crímenes violentos durante las últimas cuatro décadas. ¿Es paternalista y reaccionaria la visión que la película tiene de Seb, adolescente problemático que en lugar de ayudar a sus padres, que se desloman todo el día, les miente, se rebela contra el padre, lo verduguea y lo putea? Hasta cierto punto parecería que sí, y uno empieza a revolverse en el sillón, porque con una mujer sometida ya teníamos suficiente. Pero hay una inversión de punto de vista que da vuelta la mesa. En cuanto a la cuestión de la victimización, en verdad aparece y constituye uno de los puntos negros en el mundo Loach. Sobre todo al final, donde, sin llegar a extremos intolerables (ya dijimos que Loach no pega por debajo del cinturón), la acumulación de goles en contra es excesiva y termina cayendo en el miserabilismo, enfermedad infantil del izquierdismo. Pero acá habría que tener algo en cuenta. Sin ser meros vehículos de ideas, macchiettas o entelequias, los de Loach son, sí, personajes representativos. Representan a la clase trabajadora como colectivo. O ex trabajadores desempleados, producto de las crisis de la economía capitalista y el downsizing. En tanto representantes de la clase trabajadora o desempleados no pueden ser otra cosa que víctimas, porque la clase trabajadora es explotada por definición, y los desempleados ni siquiera eso. ¿Que podrían rebelarse? En algún caso recurren a la violencia, como los albañiles de Riff Raff, que le prenden fuego al edificio que estaban construyendo. Es cierto que son raras las ocasiones en que lo hacen. Pero aquí vuelve a regir la misma cláusula estética que para la violencia familiar. Loach filma el mundo contemporáneo, y en el mundo contemporáneo ya no queda espacio político para la rebelión: hasta nuevo aviso el capitalismo ganó la batalla. El único margen de lucha que el hipercapitalismo deja a los trabajadores es seguir siendo trabajadores, no caerse del sistema para siempre. En eso están los personajes de Ken Loach.
Ken Loach es un legendario director británico cuyos films están marcados por un fuerte contenido de denuncia social. Desde la década del sesenta su cine se ha caracterizado por un pulso firme para el drama y una ideología muy marcada. Tuvo mejores y peores momentos y un puñado de clásicos entre los que se encuentran Pobre vaca (1967), Agenda secreta (1990), Riff Raff (1991), Como caídos del cielo (1993), Tierra y libertad (1995) o Looking for Eric (2009), además de un gran número de documentales. Pero luego de un marcado esplendor en la década del noventa, Loach comenzó a volverse menos sofisticado, más panfletario y, finalmente, menos cinematográfico. A pesar de su clara decadencia, Loach ha tenido mejores y peores momentos. Lazos de familia (Sorry We Missed, 2019) es una combinación de las virtudes del director y también de sus flaquezas. Ricky y su familia luchan para pagar las deudas mientras se recuperan poco a poco. La oportunidad de tener un trabajo que los saque de sus problemas puede convertirse en un problema. Rick maneja una van y trabaja para una empresa de delivery con una agenda muy apretada. Abbie, la esposa de Rick, se dedica a cuidar gente, pero tampoco suma lo suficiente. Loach fluctúa entre la comprensión y la crueldad, con algunos golpes bajos y trucos que lo exponen como un cineasta algo cansado. Pero hay instantes luminosos, bellos, donde los actores no profesionales consiguen momentos profundamente humanos. En esas escenas la película recuerda a Como caídos del cielo (Raining Stones). Algo de piedad de apodera de Loach y no pone el pie en el acelerador por completo, aunque se trate de una película dura, angustiante y pesimista. Decepcionado con el sistema, pero algo más optimista con respecto a la familia protagónica, Loach perdió el pulso, pero no las ganas de filmar a sus clásicos personajes.
Kean Loach, con su compromiso de siempre vuelve con un retrato de una familia de clase media baja que lucha e invariablemente pierde frente a formas de trabajo tercerizadas, deshumanizadas y francamente extremos. Después de muchas crisis que le significaron perder el sueño de la casa propia y varios trabajos, el protagonista consigue lo que se llama una franquicia en un sistema de repartos a domicilio. Debe comprar la van, hacerse cargo de todos los gastos, no tiene derecho alguno y debe cumplir con un riguroso cronograma, contralado al mínimo detalle que le exige trabajar seis días de la semana de la madrugada a la noche. Una “independencia” parecida a la esclavitud. Su mujer cuida enfermos y tiene un régimen bastante parecido. Con la facilidad de siempre, de este legendario realizador, con su habitual guionista, Paul Lavberty, la empatía por los personajes es inmediata. La familia se resiente, el hijo adolescente se revela, la menor absorbe todos los conflictos. Climas de tensión, a veces muy remarcados, pero también sonrisas y lágrimas.
"Lazos de familia", de Ken Loach: la “uberización” de la economía La película más reciente del director inglés desnuda que aquello que se viste de "emprendimiento" no es más que una nueva forma de precarización laboral. Dos veces ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes gracias a El viento que acaricia el prado (2006) y Yo, Daniel Blake (2016), el realizador británico Ken Loach ha construido una filmografía que, a lo largo de más de medio siglo –su ópera prima, Poor Cow, data de 1967– puso el foco casi siempre en los usos y costumbres de los sectores más populares de la sociedad isleña. Sus protagonistas suelen ser hombres y mujeres laburantes, de esos que llegan con lo justo a fin de mes, si es que llegan. Personajes de sueños truncos cuyo principal problema es el trabajo (o la falta de él) y que aspiran a parar la olla con honestidad e hidalguía, dos adjetivos aplicables a la manera con que Loach suele mostrarlos, siempre y cuando no se imponga la voluntad de denuncia y terminen siendo meras piezas al servicio de la indignación ajena. Tal es el caso de Lazos de familia, su último trabajo y parte de la sección principal de la edición 2019 del festival francés, que a estas alturas de su carrera es como el patio trasero de su casa. Escrita por su habitual colaborador Paul Laverty, Lazos de familia es la película de Loach sobre la “uberización” de la economía: desnuda que aquello que se viste de "emprendimiento" no es más que una nueva forma de precarización laboral. Una precarización que aquí asoma como un destino manifiesto, como el inexorable punto final para el buenazo de Ricky y su familia. El hombre promedia los cuarenta e hizo trabajos de todo tipo y color, como cuenta en la entrevista laboral de la primera escena. Su objetivo es ingresar a una empresa de entregas puerta a puerta bajo la promesa de buenos ingresos. Claro que para eso necesita una camioneta que no tiene o alquilársela a la empresa y, por lo tanto, reducir considerablemente su tajada del botín. La decisión, consensuada con su esposa, es vender el auto para comprar un vehículo utilitario. Un problemón para ella, que trabaja como enfermera a domicilio y desde ahora deberá cumplir con su cargada agenda en el transporte público. El problema para Ricky (el desconocido Kris Hitchen) es que, oh sorpresa, como trabajador le corresponde cargar con todos los gastos. ¿Le roban el cargamento? El seguro cubre la mercadería, pero no el dispositivo de GPS: 500 libras menos de ingresos. ¿Tiene que pedirse un día por un asunto familiar de urgencia? Cien libras de multa ¿Quiere hacer los repartos con su hija? No puede porque los clientes se quejan ¿Se rompe la camioneta? A pagar el arreglo con sus (nulos) ingresos. Más endeudado que antes de empezar a trabajar, Ricky debe enfrentar, además, la rebeldía de su hijo adolescente y la fragilidad de la hija de once años que no hace más que absorber las discusiones entre sus padres y el aire fatalista que los envuelve. Pero Ricky es un hombre de madera dura, un toro que avanza hacia adelante con nobleza y un genuino deseo de progreso tanto para él como para sus hijos. A Loach, sin embargo, poco parece importarle, y le depara una acumulación infinita de sinsabores: es como si ensañara con él simplemente para corroborar su hipótesis de que el mundo laboral contemporáneo es, para un amplísimo sector de la población, una batalla diaria por la supervivencia. Chocolate por la noticia.
La anti Nomadland. Tal vez por sobreabundancia o por su insistencia en revisitar los mismos temas, al director británico Ken Loach suele achacársele, un poco con certeza y otro poco con falacia, el imperdonable error de repetirse a sí mismo hasta el cansancio y hasta de agotar al espectador con su prédica contra las injusticias cometidas por el capitalismo salvaje contra una indefensa clase trabajadora. Doble ganador de la Palma de Oro por El viento que acaricia el prado (2006) y Yo, Daniel Blake (2016), Loach, quien ha construido una obra sólida y siempre comprometida con el realismo social británico (y global), retorna con una historia que no por repetida deja de tener relevancia. Al contrario, en un mundo donde la digitalización a rajatabla, la hiperconectividad y la inteligencia artificial parecen barrer inexorablemente con lo que queda de la humanidad que no goza de los beneficios de una educación o una capacitación IT, un film como Lazos de familia (anodina versión del contundente “Sorry We Missed You”, o algo así como “No pudimos concretar la entrega, póngase en contacto para concertar una nueva fecha”) es un verdadero cachetazo a los adalides del progreso tecnológico a toda costa, sin un rostro humano. En este escenario, donde la clase trabajadora no calificada pasa a ser simplemente un daño colateral inevitable, Lazos de familia ilustra con angustiante simpleza el destino de una familia de clase baja que se traslada de Manchester a Londres luego de que el padre de familia, Ricky, pierde su empleo en la construcción y, sin otra posibilidad, decide subirse (o hacer el “on-boarding”) al “nuevo” sistema de relaciones laborales en que no existen empleos, pero sí trabajos; donde no existen horarios, pero sí obligaciones contrarreloj; donde no se considera, no se concede ni se perdona un minuto de retraso y donde se abonan multas por problemas ajenos al trabajador. En suma, un mundo donde la creciente informatización pone al hombre al servicio de la máquina y vuelve a los humanos contra sus propios congéneres. Creador también de las multipremiadas Riff Raff y Tierra y libertad, que exploran el destino casi inexorable de las clases desposeídas, en Lazos de familia Loach, de 85 lúcidos años, se alza con dignidad y con envidiable coherencia narrativa y de contenido contra productos como la injustamente glorificada Nomadland (2020), ganadora del Oscar a la Mejor Película del Año. Lazos de familia y Nomadland tienen unas cuantas cosas en común: en lo anecdótico y en el hecho que desata la acción, los protagonistas son víctimas de la gran recesión que sigue al colapso financiero del 2008 y se ven obligados a tomar decisiones drásticas para no caer del otro lado del barranco económico, del cual no parece haber retorno. En Nomadland, Fern (Frances McDormand), opta por una solución “autónoma”, sumándose a las hordas de nómades modernos vehiculizados, versión romantizada de la vida en el camino, con la libertad de manejar horarios sin ataduras; en un pasaje memorable de la cinta, incluso, Fern, alternativamente trabajadora golondrina en la cosecha de la papa (tarea inhumana para una persona de su edad) o empleada de empaque de una planta de Amazon, elogia lo conveniente y la buena paga del sistema de “contratación” de la empresa del viajero espacial Jeff Bezos. En Lazos de familia, Rick, no muy convencido pero sin otra alternativa, se suma a un equipo de delivery multipropósito que no reconoce la relación trabajador-empleador, donde el trabajador es “dueño de una franquicia” de reparto que presta servicios a un implacable unicornio del e-commerce que aplasta sus derechos y cualquier posibilidad ya no de mejora mediante la perseverancia y el trabajo a destajo, sino también de su vida personal y familiar. Si bien es cierto que Loach repite temas y esquemas narrativos que terminan volviéndose previsibles, no es menos cierto que un film como Lazos de familia atrapa por la brutal honestidad de su mensaje y por la empatía que generan las magníficas actuaciones de todo el elenco (con lógicas reminiscencias del cinéma vérité). Si los grandes auteurs del cine en muchos casos cuentan una y otra vez las mismas historias con argumentos similares y temáticas idénticas, Loach, con Lazos de familia, ratifica que es un realizador de raza fiel a sus principios. No es poco, en un mundo arrasado por la globalización y proclive a sumarse a los nuevos paradigmas, sin consideración por el costo humano del avance tecnológico y creciente inequidad social.
Emprendedores del nuevo capitalismo El cineasta británico Ken Loach ha sido siempre un gran crítico del avance del Estado sobre la vida privada, el desmantelamiento de los sindicatos y la precarización del trabajo, proponiendo a la solidaridad como motor del progreso de una Nación y única forma de ponerle un freno al ansia empresaria. Durante toda su carrera como director ha indagado en distintos tópicos de la relación entre el capitalismo y los trabajadores, los problemas sociales, las consecuencias sobre la psiquis y las secuelas de la explotación. En su último film, Lazos de Familia (Sorry We Missed You, 2019), el realizador de la aclamada Kes (1969) y sinónimo de cine social en Gran Bretaña sigue a un hombre que comienza a trabajar en una empresa de logística y reparto en Londres con una lógica de contratación precaria encubierta, muy utilizada por las nuevas empresas basadas en las aplicaciones de pedidos por Internet. La falsa promesa de ser su propio jefe y la posibilidad de convertirse en emprendedor estimulan a Ricky (Kris Hitchen) a vender el auto de su esposa, Abby (Debbie Honeywood), para pagar el depósito de la adquisición de una camioneta para hacer entregas de pedidos de compras por Internet para una empresa que en lugar de contratar trabajadores terceriza absolutamente todo, considerando a los trabajadores emprendedores que invierten en una franquicia, ocultando así la relación laboral, nuevo engaño de los empresarios para no pagar cargas sociales ni hacerse cargo de los gastos que acarrea la logística de su rubro. Ricky y Abby son una típica pareja de clase media con dos hijos en Londres, hundida en deudas, con un hijo adolescente rebelde. Ricky, un fanático del Manchester United, pone todo su empeño en convertirse en un empleado ideal bajo su disfraz de emprendedor trabajando todo el día mientras su esposa viaja en colectivo para cumplir con su rol de asistente social ayudando a personas en situación de vulnerabilidad a lo largo y ancho de Londres. Rápidamente Ricky descubre que sin importar sus esfuerzos, los imponderables surgen y su rol como padre afecta su trabajo, por lo que debe elegir si ayudar a sus hijos o quedar atrapado en sus obligaciones con la empresa. Con sus padres afuera todo el día, los hijos de la pareja se las apañan como pueden. El adolescente Seb (Rhys Stone) evade sus obligaciones escolares para pintar murales e intervenir artísticamente carteles publicitarios con sus amigos con la certeza de que la educación en Inglaterra ya no es un camino hacia una mejora de la posición social, sino tan solo una trampa para endeudarte y terminar trabajando en alguna forma de contact center, modelo de organización corporativo de casi todas las formas laborales administrativas en la actualidad. La pequeña Liza (Katie Proctor), de once años, estudia, es una buena alumna que ama a su familia, ayuda a su padre en sus recorridos los fines de semana e intenta encarrilar la suerte de su hermano mayor mientras ve cómo su familia se desmorona ante sus jóvenes ojos. Si el nuevo trabajo de Ricky pone patas para arriba a su parentela, destruye su vida y solo logra endeudarlo aún más en lugar de sacarlo de la lógica del sobreendeudamiento permanente que marca la realidad de la mayoría de la clase media en prácticamente todos los países que promueven alguna forma de liberalismo, el trabajo de su esposa, Abby, pone en relieve la necesidad de la ayuda social sobre un número cada vez más alto de personas que ya no pueden valerse por sí mismas. Loach regresa aquí a la indagación de las consecuencias del nuevo capitalismo en la psicología del trabajador, al igual que en It’s a New World… (2007), para encontrar nuevamente la explotación más brutal escondida detrás de los nuevos eufemismos emprendedores. La presión del exceso de trabajo y la reelaboración de la relación entre empleador y empleado por parte de la empresa para evadir todas sus responsabilidades y costos en favor de un sistema de premios y castigos en base a objetivos imposibles de cumplir, son los ejes de esta trama que busca develar los nuevos mecanismos de explotación capitalista en una época de desintegración de las utopías, descreimiento en la política y neoliberalismo descarnado. A través de la dinámica familiar y de la relación de Ricky con su trabajo y su empleador, Maloney (Ross Brewster), el film de Loach hace estallar las contradicciones de la lógica laboral del nuevo capitalismo que busca anular el riesgo de invertir trasladando todo el peso del riesgo y la inversión sobre el eslabón más débil de la cadena, el trabajador, único perdedor de esta nueva iniciativa del capital para reducir costos. Si la lógica del trabajo está en crisis y la pandemia puso al mundo patas para arriba desafiando a empresarios y trabajadores a discutir y reelaborar las relaciones laborales y el control sobre el trabajo y la productividad, no es de extrañar que uno de los pocos cineastas que piensan al cine como instrumento para examinar las paradojas que esta problemática genera haya creado esta obra que cada día parece cobrar más actualidad a medida que crecen las compras por Internet y la precariedad laboral como forma de contratación. Al igual que films como Recursos Humanos (Ressources Humaines, 1999), de Laurent Cantet, Lazos de Familia tiene en una de sus escenas la explosión de todo el trasfondo de una situación que se vuelve cada vez más insoportable y alienante para el trabajador, que se ve atrapado, endeudado y esclavizado por un sistema que lo hunde completamente. El desmantelamiento de los últimos resabios del Estado de Bienestar, el resquebrajamiento de las instituciones como la educación para garantizar un futuro mejor, la precarización del trabajo escondida bajo el velo emprendedor y los esbozos de una nueva forma de concebir el mundo a partir de las manifestaciones de la rebeldía ante el fracaso de las viejas ideas, son algunas de las cuestiones que el film de Loach trabaja desde la realidad más acuciante que muchos otros directores no se atreven a mirar. Loach consigue aquí encontrar una forma de alienación de la relación entre empleador y trabajador a la vez que explora la deshumanización de las relaciones laborales en una época de búsqueda desesperada de mejorar la productividad en un mundo que se hunde cada vez más en el descontento. En Lazos de Familia Ken Loach logra una vez más poner el dedo en la llaga sobre la relación entre capital y trabajo en un film que se posiciona desde distintos protagonistas para indagar en las consecuencias de las contradicciones en cada uno y en la actitud que cada cual toma ante la erosión de la identidad del trabajador. Loach marca con agudeza el engaño en el que el trabajador entra, harto de perder, convencido de que como emprendedor logrará salir de su situación precaria, para entrar en una trampa aún peor de la que se encontraba antes, estafa de la que solo se sale con unidad y solidaridad ante la adversidad y los abusos empresarios, visión que hoy parece perdida en la era del egoísmo y el odio controlado por la propaganda en las redes sociales.
Presentada en Cannes 2019, la nueva película del inglés Ken Loach demuestra, a sus 85, la vigencia de su pulso y su mirada sobre la clase trabajadora de su país. En la continuidad de una obra consecuente, que lleva más de seis décadas sobre un implacable, a veces duro, realismo social. Con un efectivo guion de Paul Laverty, el film -cuyo título original, Sorry we missed you/Disculpe que no lo encontramos, hace un doble juego sobre el cinismo de un slogan corporativo-, cuenta la historia de Abby y Ricky. Un matrimonio que ha caído de una clase media esforzada a la clase trabajadora ahogada. Por las deudas y las necesidades, que tienen que ver con pagar las cuentas, pero también con el intento por estar presentes en la vida de sus dos hijos. Un adolescente grafitero y una niña dulce que sabe manejarse sola hasta que lleguen sus padres. Abby cuida gente mayor. Por horas, de casa en casa. Ricky consigue un empleo como repartidor en camioneta. El empleo que lo contrata como “socio de una franquicia”, en plan Uber. Pero lo que le presentan como oportunidad de trabajador autónomo, le impone horarios tan extenuantes que no tendrá, literalmente, ni tiempo para hacer pis. Loach, ganador de dos Palmas de Oro en Cannes (Yo, Daniel Blake y El viento que acaricia el prado), filma a sus personajes en la alternancia de esos dos escenarios. El afuera y el doméstico, que la realidad acuciante se empeña en retacearles. Así se van acumulando diálogos a distancia, cuidados de los chicos a control remoto, que aumentan el clima de alienación y angustia de esta pareja. Vivir para trabajar o trabajar para vivir. Los problemas económicos son referencias, marco para una deuda humana, eso que el dinero no puede comprar. La precarización laboral es la precarización de la vida de las personas. Y ciertamente, no se estrenan muchas películas que, como esta, pongan el espejo en esta realidad global, de aquí y ahora. La habilidad del guion hace a un relato atractivo y tenso que queremos ver. Si algo le resta potencia a la película es que, en la escritura de este drama, puesto en escena por sus muy buenos intérpretes, hay una insistencia creciente, casi un regodeo en la desgracia sin salida que parece innecesario, pues el asunto queda claro por sí solo. Loach y Laverty frenan justo ahí, donde el semáforo en amarillo anuncia riesgo de miserabilismo. Pero no parecen poder evitar, hacia el desenlace, la suma de explicaciones y humillaciones, como si no confiaran del todo en su propia narración (o en la inteligencia de quien está viendo). La de Lazos de familia no es la Europa con la que acaso sueñan los que sueñan con una vida mejor, desde países como este. En esta Europa, a la que Ken Loach ha dedicado casi todo su cine, las familias encaran cada día como una lucha por la supervivencia. En la que pasar tiempo con los hijos, o irse de vacaciones, son lujos que no pueden permitirse.
La precarización laboral no es jamás un mero sintagma de la lucha discursiva entre teóricos, gobiernos y sindicalistas. Denomina una experiencia concreta que tiene consecuencias en la mismísima vida afectiva de una familia y en el cuerpo de un trabajador. Cuando a Ricky se le cierran los ojos manejando en la mañana su camioneta de reparto porque la rebeldía de su hijo mayor le resulta incontrolable a tal punto que no puede dormir, la falta de sueño y la rabia del adolescente no se precipitan por desórdenes afectivos y psicologías inestables: un sistema económico y una forma de trabajo modulan la experiencia en el mundo. Todo esto no es otra cosa que una actualización de la enajenación, que tampoco es un concepto teórico; el término describe un fenómeno, y el film de Loach lo representa bien.
El de Ken Loach es un cine que radiografía, de modo realista y con mirada comprometida, a las clases trabajadoras. Heredero del Free Cinema y del documental social; un exponente del ‘British Film Socialism’ como se verifica en la grandiosa “Agenda Oculta” (1990). Loach muestra las dificultades de la vida de la clase obrera, la tragedia humana de la mayoría de sus protagonistas y las injusticias sociales de un sistema neoliberal, tal como lo escenifica “Tierra y Libertad” (1997). Para el británico, su cámara es un instrumento de conciencia y su obra se emparenta en la línea del compromiso ejercido por Mike Leigh, Stephen Frears o Laurent Cantet. Las historias de Loach se desenvuelven mayormente en el Reino Unido, tratando conflictos políticos y sociales de aquellos países y están protagonizadas por antihéroes, trabajadores, eternos perdedores y sobrevivientes del sistema. El cineasta retrata a sus personajes y los muestra con sus dudas, solitarios, luchando contra sí mismos y contra el gobierno de turno, tal como lo ejemplifica la huelga de trabajadores retratada en “Pan y Rosas” (2000). Su obra destaca por su carácter didáctico, analítico y crítico del sistema político inglés, aspecto visible en la lograda “El Viento que Acaricia el Prado” (2006). A sus 85 años de edad, es uno de los cineastas contemporáneos más comprometidos socialmente, protagonista cabal de la profusa historia del cine de denuncia. En “Lazos de Sangre”, su cámara atrapa las miserias cotidianas: Ken Loach es un experto del drama social de visión pesimista. Intenta empatizar con seres emocionalmente quebrados, se lamenta por aquello que a su alrededor respira un gran sentido de injusticia. De su autoría son retratos marginales, que prefieren el trazo transparente y poco artificioso. Esta mínima intervención sobre el material lo ha convertido en un singular estandarte del cine independiente, experto en escudriñar a la clase trabajadora. Loach se compadece de la comunidad obrera explotada, al punto que, a veces, pareciera que lleva toda su vida filmando la misma película. Bajo el tamiz melodramático, apela a la fórmula inagotable que a cierto ojo espectador puede resultar cansino o reiterativo. “Lazos de Familia” reivindica la austeridad como máxima y explicita lazos en común con su anterior “Yo, Daniel Blake”. No obstante el desenlace de su presente obra bordea lo explícito, el realizador inglés es el adalid de una nobleza de la cual, y bajo su atenta mirada, la vida moderna pareciera carecer.
INJUSTICIA LABORAL "El mensaje universal y antagónico, es lo que funciona en este extraordinario film del Director británico Ken Loach (I, Daniel Blake (2016) Palma de Oro, Cannes). En una suerte de mitigar la injusticia social, dejando en claro quien está de un lado y quien del otro." Sorry We Missed You, 2019 sigue a Ricky y su familia que han luchado por salir adelante económicamente desde la crisis del 2008. Un día se presenta una nueva oportunidad, ofreciendo a Ricky la posibilidad de tener un trabajo independiente. Sin embargo, esa independencia tan ansiada podría ser precarización laboral disfrazada. "No trabajas para nosotros, trabajas con nosotros" es la frase que no podrá sacar de su cabeza. Ken Loach se destaca en la Dirección, enfatizando con cada plano y movimientos de cámara y de esta manera, su puntilloso estilo estilo. Dejando en claro su inquietud y compromiso hacia la problemática social. Por otro lado, cuenta con un extraordinario e impredecible guion, a cargo de Paul Laverty quien acierta al ezbozar el contraste entre el protagonista y su antagonista. Su ritmo es el atinado, manteniendo al espectador activo y consiguiendo su inmediata empatía durante todo el filme. Respetando de esta manera, la trama dramática en tres actos. Aunque sin lugar a dudas, lo extraordinario, es la puesta en escena, paleta de colores y la utilería. Destacando los contrastes entre los respectivos trabajos del matrimonio, para comprender sus universos. La música cobra un papel relevante, construyéndose en un gran trabajo de casting. Si bien, las interpretaciones son excelentes, los protagonistas Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone y Katie Proctor son las mejores, lo que queda claro al interactuar con todo el elenco. "Sensacional y recomendable film para ver/vernos como espejo, en la tan popular "burbuja" en la que estamos atrapados. Gran chance para una profunda reflexión con respecto a lo que proyectamos en nuestros hijos"
El director Ken Loach, dos veces ganador de la Palma de Oro en Cannes con El viento que acaricia el prado (2006) y Yo, Daniel Blake (2016), retorna al cine con un relato crudo sobre la vida diaria de una familia “tipo” de clase trabajadora de Newcastle. El film comienza con la voz en off de dos sujetos sobre pantalla negra, uno responde preguntas a un otrx que las formula. Palabras, que parafraseando, expresan: “hice de todo en mi vida” / “hice todo lo que me dijeron” / “quiero ser mi propio jefe” / “nunca he aceptado algún recibo de empleo del Estado porque tengo mi orgullo” afirma quien responde; acá la imagen aparece y sincroniza con el audio, donde vislumbramos que estamos siendo testigos de una entrevista laboral. El plano de inicio nos dispone a mirar desde los hombros de nuestro protagonista quien está ubicado de espaldas a cámara, marcándonos un claro punto de vista, y denotando una especie de simbología a la generalidad de la clase trabajadora, pues no importa quién seas, el speech siempre será el mismo: “Acá no contratamos, acá te subes a bordo, acá nos gusta llamarlo incorporación, porque no trabajas para nosotros, trabajas con nosotros… somos una familia” y así perpetua en su discurso fascinante para luego deslizarle al solicitante que en ese lugar no hay contrato de trabajo, simplemente se debe cumplir con las entregas de los paquetes a destino. Luego le pregunta, al futuro empleado, si está de acuerdo con lo explicado. Este hace una pausa mientras descubrimos finalmente su rostro en cámara, y termina aceptando sin saber bien a que estaría accediendo. En este diálogo de inicio, el director refuerza la idea engañosa y capitalista de que “todo lo que hagas será tu elección” como una especie de premisa que guiará el pulso de la película y que solapará, gracias a la instauración de la culpa propia, la ausencia de los derechos laborales. A grandes rasgos podría decirse que, en Lazos de familia, Ricky Turner (Kris Hitchen) y su mujer Abbie Turner (Debbie Honeywood) han luchado por salir adelante económicamente. Un día se presenta “una oportunidad” con la que podrían crear su propio negocio y de esta forma quizás poder avanzar en la sociedad. Lamentablemente, conoceremos las penurias que estos personajes nobles irán padeciendo como si se tratara de una enfermedad llamada «trabajo» a lo largo de todo el film. Ya que el miedo al desempleo en las personas trabajadoras, y con poco margen de ahorro, los mantiene aceptando condiciones laborales paupérrimas lo que sirve a les empleadores porque reducen sus costos de mano de obra y de esta manera multiplican la productividad; lo que por consecuencia divide al mundo en domadores y domadxs (ya lo había dicho Galeano) desnudándose así en el relato que aquello que se viste de «emprendimiento» no es más que una nueva forma de precarización laboral. Si bien Ken Loach ha sido señalado, por les intelectualoides de la cinefilia, como un cineasta poco imaginativo porque trabaja sus historias muy ceñidas al realismo, en este film se puede apreciar la connotación de su puesta en escena, sólo hace falta comprometerse con ella para poder ver las sutilezas del entorno. Por ejemplo, en una de las escenas donde la familia trata de dialogar para poder comprender y resolver los conflictos que aquejan a su hijx adolescente, puede dilucidarse la dinámica emocional y familiar al momento de la discusión con tan sólo prestar atención a la forma en que están dispuestos los manteles individuales sobre la mesa. Pues tres de los cuatro manteles están ubicados casi en oposición al cuarto mantel, el perteneciente al hijx en conflicto, este mismo contiene un vaso de vidrio, con algo de agua, apoyado por sobre sus márgenes, casi “a punto de caerse”, enunciando también el estado límite de fragilidad en que se encuentra ese adolescente. Incluso el nombre original del film es Sorry We Missed You (Lo siento, te extrañamos), es un juego de palabras del encabezado de las notas que les repartidores, como Ricky, dejan en los domicilios donde nadie les recibe los paquetes y que expresan, poéticamente, el estado emocional de cada integrante de esa familia. Sin embargo, creería que en este tipo de historias no hacen falta alegorías ni metáforas para mostrarnos lo que no vemos y tenemos en frente, o mejor dicho, encima nuestro ¿no les parece? Pues lo que hace aquí su director es desnudar las estrategias que utiliza el capitalismo para neutralizar(nos) los derechos laborales para conseguir deshumanizarnos, desvalorizarnos y convertirnos en un bien desechable, y siempre, haciéndonos creer que todo fue por decisión propia. ¿Por qué si? Porque a lo largo del film, descubriremos que la mirada cruda del director sobre la injusticia y la locura de supervivencia de esta familia (y de muchas familias en el mundo), nace del propio sistema que las engaña y les hace creer que no hay más opción que seguir porque peor es estar desempleadx. Y porque las historias de les trabajadores importan que sean relatadas sin finales ni bajadas de líneas que aludan a la famosa recompensa del trabajo duro. Por ello necesitamos este cine, porque es sincero, honesto y, por sobre todo, humano y empático.
Si hay una situación recurrente al comienzo de varias películas de Ken Loach es la entrevista laboral. Se trata de la primera huella de un sistema perverso de exclusión y de fina selección, un cruce dialéctico y gestual que conforma ese teatro de máscaras, donde uno juega a rebajarse, a perder su dignidad, y el otro (marioneta de empresas cuyos rostros jerárquicos son invisibles) a ser frío o un campeón de eufemismos. Porque el lenguaje es evidencia y en sus signos se manifiestan las más solapadas estrategias de dominación. Y Lazos de familia (2019) no es la excepción. La primera intervención del protagonista se escucha sobre un fundido en negro mientras transcurren los créditos de inicio. Su voz gastada y con un acento irremediablemente cockney da cuenta de las deplorables experiencias laborales anteriores y de las ganas de salir adelante con un proyecto de mayor independencia. Lo que no puede saber (aunque el Goliat del otro lado del escritorio ya se muestre intimidante) es que está en la boca de un monstruo: una empresa de repartos que contrata choferes, pero que pone condiciones de explotación y donde no hay tiempo siquiera para frenar a mear (literalmente los trabajadores llevan una botella de plástico con ellos). La “gran propuesta laboral”, esa que los cráneos de la economía siempre quieren naturalizar como un beneficio, consiste en trabajar catorce horas por día y Ricky, a pesar de todo, ve (fabula en medio de la desesperación) una posibilidad para crecer y para hallar una estabilidad en el seno de su familia. Pero todo tiene su costo y las decisiones pondrán en jaque esos lazos que parecen tan férreos con su mujer, su hijo adolescente y la pequeña (y encantadora) pelirroja, su hija menor. En primer lugar, para alquilar una furgoneta deben vender el único medio de transporte para que su esposa vaya a trabajar (ella cuida a gente grande de amanecer a atardecer). En segundo lugar, lo más fuerte que tiene la familia (unión y amor) se ve alterado por una dinámica imposible de manejar: mientras el padre y la madre están ausentes durante el día y se duermen mirando televisión, sus hijos se crían solos. No es que haya victimización al respecto, pero las cosas se tornan inmanejables. Y se sufre. Y sufrimos con ellos. Porque Loach, más allá de las críticas de moda a la hora de voltear directores con largas trayectorias y compromiso ético, para sobredimensionar registros fríos y con personajes monolíticos, nos muestra gente que padece, se ríe, ama y se autodestruye, cuando no es destruida por mecanismos propios de una economía salvajemente neoliberal que el director viene denunciando desde la década del ochenta. Es interesante en la película la alternancia de escenas entre marido y mujer en sus respectivos entornos de explotación laboral. Da la sensación de que el montaje acompaña el lema siniestro de la empresa, divide y reinarás. Así como en el interior de la misma se insta a que los propios compañeros se peleen para buscar la mejor ruta posible para repartir, en la familia Loach nos lleva de un lado al otro por los entornos de sus integrantes, divididos hasta que puedan reinar nuevamente como grupo. Porque en el medio hay peleas y fuertes. Hay una racionalidad en Abbie quien permanentemente intenta controlar los impulsos masculinos en el hogar. Sin embargo, como toda procesión va por dentro, también habrá un momento para que ella explote ante tanta injusticia. La meritocracia y el control proponen una anulación absoluta de la identidad y del tiempo de modo tal que la alienación es el siguiente paso inevitable, la pérdida total de rumbo. Y si bien a veces se bordea el subrayado de ideas, la impecable dirección de Loach a la hora de filmar los cuerpos de sus protagonistas nos pone en contacto con una fisicidad que siempre es equilibrada con lo más atesorable, la raíz del afecto que une más allá del dolor. No hay final feliz, pero aún hay de dónde agarrarse frente a la opresión.