Cambalache insoportable La historia del cine es gigantesca, inabarcable para una sola persona. Hay cientos, miles de ejemplos de un cine masivo, entretenido, ligero e igualmente bueno. Así que empecemos diciendo que el argumento del cine “Liviano, ligero, pasatista y para vacaciones familiares” es total y absolutamente inaceptable. Basta de hacer un culto de la mediocridad, basta del paternalismo que festeja esta clase de productos insufribles, dolorosos para el ojo del espectador de cine. Películas que casi no pueden ni ser catalogadas como tales, relatos incoherentes que solo con una extrema paciencia por parte de los espectadores pueden ser llamadas cine. Un elenco de muchas figuras de la televisión, muchos de ellos no provenientes de la actuación, arman un abultado pero inoperante elenco que tal vez pueda atraer a los espectadores alejados del cine pero cercanos a la pantalla chica. La película, incluso, tiene muchos chistes que hacen referencia a lo que ellos hacen en televisión. Para emparejar, aparecen actores veteranos que han participado de otros bodrios de este calibre en el pasado, como para colocar a esta película en el árbol genealógico de lo peor del cine comercial argentino. Sí, hay un zoológico, es el de Palermo, el primer plano del film es el cartel de entrada y la película podría considerarse como una larga publicidad para promocionar este zoológico. Aunque la promoción se pasa un poco de rosca al promover la presencia de osos pandas que obviamente no pueden aparecer en la película porque no hay en el zoológico de Palermo. Solo aparece en el afiche, alguien los menciona y también se aclara que se venden muñecos de panda en la tienda del zoológico. Si buscan ositos panda, ahí los pueden encontrar. ¿La historia? Ah, sí, la historia. Un malvado traficante de animales quiere obtener a algunos animales salvajes para poder venderlos al extranjero. Para eso contrata a dos detectives que no tienen ningún plan, al igual que el guionista, incapaz de pensar algo razonablemente interesante. La gran sorpresa es que todos los animales hablan aunque, por razones de auto preservación, lo mantienen oculto. El recurso viene muy bien, ya que no son pocas las escenas donde los animales explican la trama o ponen palabra que ayudan a entender las inexpresivas actuaciones del elenco humano. Algunos actores se esfuerzan un poco más que otros. Algunos salen directamente a reírse, pero no de ellos mismos, sino de nosotros. La incoherencia alcanza todos los niveles, las tomas fallidas quedaron en la película, el montaje entre animales y personas pocas veces tienen conexión, las cosas van más allá del límite de lo tolerable. Una única cosa a favor de la película es que no tiene ideas ofensivas como otros films de este estilo de comedieta de vacaciones. No puede faltar, claro, un gorila falso, Pipo, que sigue una larga tradición de berretada que dejó de ser graciosa hace más de cincuenta años. Tampoco faltan las tomas aceleradas, esfuerzos vanos por darle ritmo a lo que no lo tiene y, una vez más, imitar una forma de comedia también perimida hace décadas. No es un homenaje al slapstick, sino la continuación del humor más perezoso que ha sabido darnos una parte de nuestro peor cine.
La comedia familiar argentina y un nuevo golpe bajo. El Zoológico más loco del mundo De los productores de Bañeros 4 y La Patota, llega una nueva película que invita al debate. Aunque esta vez no será sobre la justicia, la desigualdad social o la violencia de género, el debate en cuestión será sobre el estado actual de la comedia familiar argentina. Un género que parece involucionar con el correr de las décadas, y que sirve como excusa a los productores para entregar productos apresurados y de bajísima calidad. Porque, claro, ¿que entienden los más pequeñitos sobre cine?. Cuando uno entra a la sala a ver una película como Locos sueltos en el Zoo ya sabe lo que va a encontrar, caso contrario, el logo de Argentina Sono Films con más de 25 años de antigüedad debería ser una señal de alerta. Tan solo un pequeño detalle que no dice absolutamente nada sobre la calidad de la película, pero que nos da un indicio sobre lo que estamos a punto de ver: un producto quedado en el tiempo. Me gustaría decir que ese es el único problema con el film, pero para eso habría que dejar pasar actuaciones berreta de personajes de moda, las burdas publicidades a productos, los homenajes robos a películas norteamericanas y especialmente la falta completa de un guión o peor aun, de sentido común. La historia es muy simple, los animales del Zoo de Buenos Aires hablan y son muy pocas las personas que conocen este secreto. De casualidad llega a los oídos Alejandro (Matías Ale), un traficante de animales que quiere robarse al gorila del zoológico para luego venderlo a La Vegas y hacer mucho dinero. Para eso contrata a los hermanos Bielsa (Pachu Peña y Álvaro Navia), dos ¿detectives privados? que lo van a ayudar con su plan, mientras que guardias y demás trabajadores del establecimiento (Nazareno Móttola, Emilio Disi, Fabián Gianola y Luciana Salazar) se preparan para presentarles batalla. Si bien no es una historia que busque reinventar el género, podría haber sido suficiente con algo más desarrollo arriba. Pero eso implicaría un mayor trabajo en el guión. Y guión es una palabra que ya no parece formar parte del diccionario de Argentina Sono Films, por lo que a lo largo de 90 minutos (que fácilmente se sienten como el doble) veremos una larga sucesión de reiterativos sketches. Si creían que la historia era algo similar a la de Una Noche en el Museo, creían bien. Incluso por momentos ni siquiera se intenta esconder que sirvió de inspiración. Los primeros minutos de película son casi un calco: Gregorio (Alberto Fernandez de Rosa) se retira después de muchos años de trabajo y nos confía a los espectadores el secreto de que este no es un Zoo cualquiera, acá los animales pueden hablar cuando nadie los está viendo. Segundos después de esta revelación aparece el personaje de Emilio Disi, el encargado del Zoologico, quien está vestido IGUAL al personaje de Ricky Gervais en el film de Ben Stiller. Quizás esté pecando de inocente, pero me gustaría creer que esto es tan solo una forma de reconocer el homenaje. De ahí en adelante, los 85 minutos restantes serán un verdadero suplicio. La historia avanza a cuenta gotas mientras vemos una y otra vez los mismo sucesos repetirse en pantalla, en orden aleatorio: – Pachu Peña y Álvaro Navia intentan de diferentes formas robarse al gorila. – Matías Ale manipula calentándole la pava a la nueva guardia del Zoo interpretada por Gladys Florimonte. – Karina Jelinek se saca selfies y roba el chiste de los anteojos para parecer despierto a Homero Simpson. – Loly Antoniale hace escenas de novia celosa y controladora. – Nazareno Móttola se golpea mientras descubre que los animales pueden hablar. – Emilio Disi intuye que algo raro está pasando. – Marley come bichos e invita a otros personajes a hacerlo también, pero todos huyen asqueados. – Luciana Salazar y Fabián Gianola se miran con ganas al son de una canción romántica en piano. – Los animales comentan y hacen chistes sobre todo lo que acaba de suceder, sin interferir en absoluto con el desarrollo de la trama. Esta falta de imaginación, y pareciera que hasta de desinterés, en el producto terminado, se traduce también a todo lo que vemos en pantalla. La película ni siquiera intenta buscar una razón con cierta lógica en la historia por la cual los animales hablen. Lo hacen porque Gregorio, el guardia interpretado por Alberto Fernandez de Rosa, les leía cuento a la noche y bueno… aprendieron! Los inserts de los animales hablando por momentos son bocas retocadas digitalmente, en otros casos tan solo los animales comiendo o haciendo muecas con el doblaje arriba, y en el peor de los casos hasta emiten palabra sin siquiera estar moviendo la boca. Y lejos de Naufrago y su más sutil publicad a Fedex, toda la película parece (y de hecho ES) un manotazo de ahogado por parte de Zoológico porteño, para dejar atrás la mala prensa y el mal negocio que viene resultado desde hace años. En definitiva, Locos sueltos en el Zoo es un fiel exponente de lo que viene resultando la comedia familiar argentina desde hace más años de los que me gustaría recordar. Buscando entrar en el espectador de la forma más elemental posible, con comedia física y animalitos hablando para los más chiquitos, y el escote de Luciana Salazar, los pantalones ajustados de Loly Antoniale y el cameltoe de Karina Olga para los más grandotes. Conclusión Claro está que peores películas se han hecho (no demasiadas, pero algunas) y que peores películas están por venir, pero eso no debería servir como excusa a Locos sueltos en el Zoo para ser un proyecto tan improvisado y con un burdo mensaje publicitario. Honestamente no esperaba nada más que al menos poder disfrutarla en algún nivel como cine bizarro, rogando que de tan mala sea buena, pero ni siquiera en ese sentido le encontré algo disfrutable. Es una nueva mancha en la filmografía de la alguna vez intachable Argentina Sono Films, y quedará para otro momento la respuesta a por qué Disney y sobre todo Telefe, que tan buen contenido viene produciendo para cine en los últimos años, asocian su nombre a este tipo de cosas. Probablemente los nenes de hasta cinco años logren encontrarle algún sentido a Locos sueltos en el Zoo y hasta se diviertan, pero hoy en día no podría asegurarlo. Lleve a sus hijos/as bajo su propio riesgo.
¿Quiénes son los animales? Tras revivir las sagas de Brigada explosiva, Los superagentes y Bañeros, Argentina Sono Film produjo un film “original” que apunta a rapiñar unos cuantos billetes durante las siempre rentables vacaciones de invierno. Lo hace que distribución del grupo Disney y apoyo promocional de Telefé; es decir, dos de los principales jugadores del mercado local. Así como Socios por accidente 2 resultó una absoluta decepción, Locos sueltos en el Zoo no lo es por la sencilla razón de que no podía esperarse nada demasiado alentador. Es, en todo caso, una confirmación de las profundas limitaciones de este tipo de subproductos concebidos con ideas rancias y trilladas al servicio de figuras de la TV que apenas pueden “actuar” en cine. La gran paradoja que se está consolidando en los últimos años es que, mientras la TV está viviendo su época de oro (incluso en varios productos argentinos), el cine familiar autóctono está en franca involución. Salvo honrosas excepciones como Metegol, la idea preponderante parece ser la de hacer películas baratas, en poco tiempo y sin importar demasiado el resultado final. En Locos sueltos en el Zoo está (casi) todo mal, empezando por un guión elemental y rutinario, una puesta en escena berreta y torpe (no se cuida ni siquiera la continuidad), sobreactuaciones y recursos (como los animales que hablan) reciclados de films como Una noche en el museo, Babe, el chanchito valiente, Madagascar, Doctor Dolittle y siguen las firmas. Hay un punto de partida “emotivo” (Gregorio, el viejo y querible guardián del zoológico que interpreta Alberto Fernández de Rosa, abandona el lugar), una subtrama policial (el malvado Matías Alé contrata a dos detectives secretos, los hermanos Bielsa (ja, ja), que encarnan Pachu Peña y ?Alvaro? Navia, para robar animales gigantescos y luego traficarlos), vedettes que muestran sus curvas (Luciana Salazar y Karina Jelinek), cómicos que intentan sobrellevar los diálogos atroces (Fabián Gianola, Emilio Disi, Gladys Florimonte), alguien que intenta jugar al slaplstick (Nazareno Móttola) y cameos de famosos de la TV (Mariana Antoniale, Ivana Nadal y Marley). El resultado es desolador en todos los rubros. A los defensores incondicionales del cine argentino que suelen inundar los comments de este sitio les digo: no me vengan con que los críticos somos snobs. Vean Locos sueltos en el Zoo y después charlamos. Exaltar este tipo de afrentas al buen gusto que menosprecian al público de todas las edades no le hace ningún bien a la industria local. Serán negocios rentables (minimizar gastos, maximizar ingresos), pero nos ubican a años luz del estándar de calidad que hoy debe garantizar cualquier cinematografía que se precie de seria. Una auténtica animalada…
Una idea que quedó a mitad de camino Sólo Gregorio, el viejo guardián del zoológico, sabe el secreto que oculta el parque. Por las noches, el cuidador mantiene diálogos con los animales que están tras las rejas y, sobre todo, con un gran orangután por quien siente un especial cariño. Este secreto llega a oídos de un poderoso empresario que desea apropiarse del simio para exhibirlo en Las Vegas. ¿Quién se atreverá a sacarlo de su hábitat y llevarlo al barco que lo conducirá fuera del país? Dos detectives privados, absolutamente torpes, elaboran distintos planes para robárselo y cobrar así la suculenta recompensa. Si en principio la trama promete cierta originalidad, pronto el guión cae en las redes de lo absurdo y la reiteración. El cúmulo de reiterados gags y de forzadas situaciones humorísticas impidió que sólidos comediantes como Emilio Disi, Fabián Gianola y Gladys Florimonte logren interesar a los pequeños destinatarios del film, que apenas sostiene sobre la base de muy buenos rubros técnicos y de algunas escenas que dejan una sonrisa. La idea requería bastante más.
Insulto al cine Gregorio (Alberto Fernández de Rosa) es el guardián de un zoológico donde los animales hablan, pero nadie lo sabe excepto él. Hasta que un malvado y poderoso empresario (Matías Alé) descubre el secreto y tratará de apoderarse de los animales parlanchines, para esto contrata a dos torpes detectives (Pachu Peña y Alvaro Navia). Con este guión simple, y una idea que remite a "Una noche en el Museo", se construyó este revuelto que con la excusa de las vacaciones de invierno y el entretenimiento familiar y pasatista presenta un desfile de actores y figuras de la televisión sin otro fin más que mostrarlos como figuritas de un álbum. Así vemos a Marley comiendo bichos, a Karina Jelinek mostrando el culo y haciendo trompita, a Pachu Peña y Álvaro Navia haciendo de tontos y torpes, y a Luciana Salazar en el rol de esqueleto sexy, entre otros. De factura televisiva y con un guión casi inexistente, los "actores" hacen sus gracias mientras los animales esperan a que nadie los vea para completar las escenas con chistes y remates que poco tienen de gracioso, aunque los monos que aparecen en el filme son más expresivos que la mayoría de los que participan en este filme. El resultado es una película que subestima al espectador, al considerar que un filme accesible a todo público debe ser una continuación de escenas berretas, humor físico del malo, y chistes que ya se hicieron miles de veces en televisión.
Llegan las vacaciones y como fueron los bañeros y antes fueron los exterminators, esta vez la excusa es el zoológico de Buenos Aires y el remanido efecto de los animales que hablan que se usó en tantas películas. Lo demás es una trama que apenas une lo ” policial” con famosos que hacen de, en apariciones inconexas y exageradas muchas veces sin lógica. Suelen tener mucho éxito.
Enredo televisivo sin timing con animales que hablan. También hay actores. Y un par de chicas pulposas. Es raro que existan estas películas: son de una precariedad notable que imaginábamos totalmente abolida desde hacía mucho tiempo. Pero no, aquí están. Puede decirse que tienen un público, pero a ese público le dan lo mínimo, lo que equivale a un acto de cinismo atroz. El mejor chiste (“hermanos Bielsa”) está en el trailer. Por las dudas.
Módico pasatiempo para niños y padres con ánimo festivo Para niños que nunca vieron a Los Tres Chiflados, ni un payaso subiendo una escalera, acá hay dos grandotes a los cachetazos y un aprendiz con escalera, balde y escoba. Para quienes vieron a Marley comiendo cucarachas en televisión, acá también come cucarachas y demás porquerías (ojalá sean de mazapán). Para quienes ven a Gladys Florimonte haciendo de vieja cargosa por la tele, acá hace lo mismo (pero con mayor energía y poder de decisión). Para padres de familia que ven con mucho agradecimiento a Karina Jelinek, Luciana Salazar, Mariana Antoniale, Noelia Marzol e Ivana Nadal, acá están, éstas son, aunque no muestren mucho porque es una película para niños (pero Jelinek siempre es un deleite). Para tipos grandes que sueltan la carcajada cada vez que Emilio Disi pregunta por las lechonas, acá también pregunta por las lechonas (pero en este caso se trata de hipopótamas, porque es el director del zoológico). Para quienes agradecen que Matías Alé no cuente chistes, se divierten oyendo a dos jirafas con acento cubano y sonríen cuando aparece Alberto Fernández de Rosa como si fuera un pariente querido que viene de la playa o del arzobispado, lo mismo da. Para quienes acepten que Fabián Gianola, Alejandro Muller y Rafael Walger se luzcan menos que lo debido (el último es el que hace la voz del gorila), y que ni siquiera los animales se luzcan demasiado, y eso que son de Daktari Animales Actores. En fin, para niños de edad y de espíritu y demás seres puros e inocentes con ánimo festivo, acá pueden gastar la plata. Sólo le faltó un golpecito más de horno a la escena decisiva entre el gorila, el oso y los tipos malos, y mandar al horno a los cómicos malos. Del resto, se pasa el rato sin mayores exigencias; niños y padres salen contentos después del colorido número final, y seguramente todos pasan menos frío que si hubieran ido de veras al zoológico. Dirección, Luis Barros, que viene de Ideas del Sur y además es buen editor. Libreto, Alberto Monasterio y Luis Delvecchio, que no habrán cobrado demasiado.
Publicada en edición impresa.
No me gusta el Zoo El zoológico es un lugar del pasado, corresponde a un mundo ya inexistente. Tener animales encerrados para ser vistos por los ciudadanos con fines recreativos, carece de sentido en el presente. Algo similar ocurre con la película Locos sueltos en el ZOO (2015), que sigue una idea primitiva de realización cinematográfica sin ninguna razón de ser en la actualidad. Chistes básicos, personajes ultra estereotipados y una concepción de mundo retrógrada, funcionó hace un tiempo (durante la dictadura militar y los primeros años de democracia) pero alguien debería decirles a los productores que la sociedad cambió, y el cine –gracias a Dios- también. La película busca reproducir el género de "película familiar con animalitos que hablan". A las especies del zoológico de la Ciudad de Buenos Aires se le suman las especies de la más burda televisión argentina: Marley, Fabián Gianola, Gladys Florimonte, Matías Alé (los que más zafan), Nazareno Mottola, Pachu Peña, Karina Jelinek, Luciana Salazar, Emilio Disi y Alberto Fernández de Rosa, entre otros. Los viejos son buenos (reyes), las mujeres estúpidas (princesas) y los hombres se dividen entre galanes (príncipes) y chistosos (bufones). En ese ambiente que reafirma estándares sociales de antaño, quien estudie la evolución de las especies tardará en encontrar al Homo Sapiens. Los animales así como los niños siempre expresan ternura en el cine siendo un caballito de batalla al cual apelar como recurso emotivo. Locos sueltos en el ZOO empieza con planos de los mismos hasta detenerse en el gorila “pipo”, un tipo burdamente disfrazado en una jaula, cuyo plano cercano evidencia un innecesario decorado de cartón. Cualquier construcción de verosímil infantil, se torna sinónimo de tratar al niño como idiota. Hecho que se reitera en todo el film. El otro problema clave en las producciones de Argentina Sono Film (entiéndase Luis A. Scalella y Carlos L. Mentasti, nieto de Don Ángel fundador de la empresa allá por la época de oro del cine nacional) es la falta de una historia. No se trata jamás de narrar un cuento al estilo El guardián del zoológico (The Zookeeper, 2011), por nombrar un producto similar al menos en los papeles, sino de buscar la forma de encadenar un chiste tonto tras otro. Ahora, cuando ninguno de los chistes causa gracia estamos en dificultades. En definitiva, vacía de historia, de contenido, de mensaje, Locos sueltos en el ZOO es una película que si intentaba ayudar a promover el Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires termina por darle el batacazo final. Sobre el final aparece un videoclip con la pegadiza canción de la película con su letra pop de subtítulo. Como diría Micky Vainilla, el neofascista personaje de Diego Capusotto: “Es sólo pop, para divertirse”. Y ni siquiera.
Con la llegada de las vacaciones, tanto de invierno como de verano, un sinfín de productos arriban para completar la oferta cinematográfica que intenta aprovechar el pico de asistencia a las salas. En algunas oportunidades las películas pueden salir mejor que otras y en el caso de “Locos Sueltos en el Zoo” (Argentina, 2015) de Luis Barros, que intenta retomar la tradición de comedia familiar, el resultado es dispar pero con algunas ideas que potencian la propuesta. La trama del filme es simple, un grupo de contrabandistas de animales liderado por Matías Alé necesita especies exóticas para exportarlas a Las Vegas. Con las claras intenciones de ir por el camino fácil contrata a los hermanos Bielsa (Pachu Peña y Álvaro Navia) para que lo ayuden en la búsqueda. El Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires se muestra como la posibilidad ideal para conseguirlos, más cuando su cuidador (Alberto Fernández De Rosa) deje su puesto y llegue en su lugar una malviviente (Gladys Florimonte) con más ganas de hacer el mal que cuidar. Desde un primer momento del filme sabemos que por una misteriosa “educación” del cuidador, los animales hablan, pero como en “Toy Story” sólo cuando nadie los puede ver u oír. Utilizando unos efectos muy rudimentarios, las voces de los animales servirán para rematar situaciones o para completar escenas inconexas con chistes. Además en el parque estará Fabián Gianola dirigiendo las actividades secundado por Luciana Salazar, Nazareno Mottola, Noelia Marzol y Marley, en puestos de comida/regalos/atención, completando al equipo que intentará evitar a toda costa el robo de las especies. Barros dirige todo con una puesta televisiva y diálogos en los que claramente no abundan frases inteligentes o siquiera algún gag efectivo, todo está depositado en la habilidad de cada uno de los intérpretes de poder defender o no la propuesta sin más que contemplar el resultado final. Así, otra de las protagonistas, Karina Jelinek, quien hará de secretaria del personaje de Alé, se muestra como la participación más fresca del filme, en la que se pone en juego lo metadiscursivo con otras tecnologías y hasta con su propia vida privada, el “lo dejo a tu criterio” llevado a la enésima potencia. Los hermanos Bielsa serán los motores de la narración al intentar, infructuosamente, y luego con la suma del personaje de Florimonte, todo se hará más cuesta arriba, principalmente para los malos, porque a los buenos todo le sale bien. El personaje de Gianola de sufrir a su novia (Loly Antoniale), una niña bien caprichosa y controladora, termina con el personaje de Salazar (que hace de niña estudiosa y educada) y siendo elevado a la máxima categoría en el Zoo por su director (Emilio Disi). El otro malo del filme, Alé, también termina mal, amenazado por la mafia, perdiendo todo lo que había conseguido y llorando para que alguien le dé un lugar en la fiesta final (con Karaoke incluido) con la que rápidamente se cierra la propuesta, tan aceleradamente como los 85 minutos que duró el filme, en los que la risa se acaba tan rápido como el pochoclo. Mucho ruido y pocas nueces.
Esto no es cine Uno quisiera pensar que el cine argentino ya ha pasado la frontera de la idiotización de brigadas, bañeros, extermineitors y todas esas lacras que han sabido redituar en los bolsillos de productores inescrupulosos y de un equipo detrás y delante de cámaras que si le han ido en zaga en lo económico, no en la desvergüenza de subirse a cualquier proyecto. Seamos sinceros. Pero la ilusión dura lo que uno se sienta en una sala o revisa los estrenos de años anteriores. El problema no es hacer un cine de comedia liviana o de puro entretenimiento sino el buscar sólo hacer negocio. Construir un producto sin preocuparse en lo más mínimo por alcanzar los estándares básicos y subestimar al espectador. Locos sueltos en el Zoo (una producción de Argentina Sono Film representada en el heredero de su familia clásica Carlos Mentasti y el nuevo Luis Scalella, en la que también participa Telefé Cine y distribuye Buena Vista -la filial de Disney-) es una falta de respeto. La trama (si se puede llamar así a esta ilación) mínima: el guardián del zoológico se jubila (él ama a sus animales, de día los cuidó y de noche les enseñó a hablar) y mientras todo sigue más o menos normal, a pesar de la nueva guardiana y de los excéntricos empleados, un empresario que trafica animales necesita -a pedido de su jefe- especies más grandes, por lo que contrata a unos detectives (?) para conseguirlos y eso los llevará al zoo. Los títulos iniciales presentan a cada uno de los integrantes del elenco con la imagen de un animal. ¿Les suena? Las escenas empiezan y terminan en cualquier momento, los planos se pegan a la fuerza y sin respetar raccord, los chistes ya eran viejos antes de ser dichos por primera vez, las actuaciones no merecen tal nominación. Florimonte hace de fea y por lo tanto es mala; las lindas (Salazar, Jellinek y Antoniale) son tontas y/o usan lentes para pasar por intelectuales; Disi y Fernández de Rosa son la guardia vieja, y Alé y Müller la nueva; Marley come bichos; Gianola habla de Tigre; Mottola se cae y se lleva todo por delante; Peña y Navia (los hermanos Bielsa, detectives secretos) se disfrazan para intentar hacernos reír; Jellinek dice “lo dejo a su criterio” y así cada uno hace lo que sabe, que es bastante poco a juzgar por el resultado. Los planos inserts de los animales moviendo la boca no respetan espacio y hacen uso de un efecto berreta y el gorila ni quiere disimular su disfraz. Los malos tienen oficinas en Puerto Madero (que todos sabemos que es el lugar del Mal en este país) y la cinta no deja de ser una publicidad larguísima del Zoo de Buenos Aires (aunque no es el único chivo y no estoy hablando de animales). Ya ni pido como sociedad el ser mejores ciudadanos, pero al menos seamos mejores consumidores.
Te deja sin habla: flojo debut de “Locos sueltos en el zoo” La comedia argentina tiene un pobrísimo lenguaje cinematográfico. Lo mejor que le puede pasar a Locos sueltos en el zoo es que las críticas la coronen con una estrellita. La calificación más baja hasta podría jugarle a favor. Quizás dentro de 20 años sea recordada como “la ‘peli’ mala de los animales que hablan”, uno de los mayores desastres de Argentina Sono Film, productora y distribuidora que ha sabido dar algunos de los peores títulos del cine argentino (lo más grave es que además viene respaldada por Telefe, la compañía Disney, Ideas del Sur y, aunque resulte incomprensible, el Incaa). "Locos sueltos en el Zoo" y el volantazo de Disi y cía: ahora van por los chicos El argumento sale de taco: Gregorio (Alberto Fernández de Rosa), el viejo guardián del zoológico, decide retirarse del trabajo que tanto ama. Es él quien enseñó a los animales a hablar. Su gran amigo Alfredo (Emilio Disi) y director del lugar lo despide con mucha tristeza. El problema surge cuando un mafioso, interpretado por Alejandro Müller, le dice a Alejandro (Matías Alé), otro mafioso pero de menor rango, que le consiga animales grandes para llevar a Las Vegas y montar un gran negocio. Es aquí cuando entran en escena los detectives Bielsa (Pachu Peña y Waldo), contratados por Alejandro para que roben del zoológico algún animal del tamaño que pide el jefe. Cuando los Bielsa descubren que el gorila habla, se dan cuenta de que el negocio puede ser más que millonario. Lo que sigue es el intento por sacar al gran simio de su jaula, con los típicos cameos de figuras ya gastadas de la televisión nacional: Marley comiendo bichos, Gladys Florimonte en el papel de la nueva guardiana, Fabián Gianola y Luciana Salazar como la pareja que le da el toque romántico a la historia, Nazareno Móttola a cargo del humor físico, Karina Jelinek como… Karina Jelinek, y La Niña Loly en un personaje que parece un androide a medio terminar. Locos sueltos en el zoo tiene un paupérrimo lenguaje cinematográfico. Por ejemplo, cada vez que su director Luis Barros tiene que presentar el interior de un edificio lo hace con un plano de la fachada (¿sabrá Barros lo que es un plano?). Todo es de manual, pero mal usado. Peor aún, no solo es pobre en lenguaje cinematográfico sino en lenguaje (los animales dicen todo el tiempo: “¿Y ese? Y este, ¿qué onda?”). No se sabe muy bien en qué momento el cine popular se bastardeó, no se sabe cuándo empezó a ser mal interpretado y a bajar el nivel. Si actualmente hay gente que entiende por cine popular este tipo de productos es que en algún momento se hicieron mal las cosas. En épocas de vacaciones, los cines necesitan recuperar el verdadero cine popular y llenar las salas con animales que hablen, pero como el perro de Jean-Luc Godard en su última película estrenada.
Dentro de los films preparados para las vacaciones de invierno o de verano, las propagandas apenas encubiertas de atracciones y lugares ocupan un lugar de privilegio. Ocurre en todo el mundo, incluyendo la Argentina. La saga de Los Bañeros, por ejemplo, nunca deja de ser una publicidad de las playas de Mar del Plata. Yendo más atrás, Sucedió en el Fantástico Circo Tihany hizo lo propio, y se podrían nombrar más ejemplos. Una fórmula que consta de comediantes, algunas bellas mujeres, personajes de la farándula del momento, algunos chistes y momentos de ternura. Locos Sueltos en el Zoo cumple a rajatabla con esa premisa. El Zoológico de Buenos Aires esconde un curioso secreto: los animales pueden hablar. Sólo saben de esto Alfredo (Emilio Disi), el dueño, y Gregorio (Alberto Fernández de Rosa), veterano cuidador, quien al principio de la historia se jubila. Pero pronto también lo averiguarán Benjamín (Nazareno Mottola), cuidador de las distintas especies, y los hermanos Bielsa (Pachu Peña y Álvaro Navia), dos detectives al servicio de Alejandro (Matías Alé), un empresario inescrupuloso que pretende apoderarse de Pipo, el gorila, para venderlo a Las Vegas. Los responsables del zoológico deberán proteger a las atracciones del parque (es verdad que le prestaron atención a ciertos detalles, como que las llamas hablen con acento del norte argentino). A la manera de un dibujo animado, los gags están basados en golpes y caídas y en los enredos de los Bielsa por atrapar a Pipo. Recursos simples pero anacrónicos, estancados hace por lo menos dos décadas, sumados a detalles de la era de los celulares y las selfies (abundan los chistes con esta costumbre fotogénica). Pero el atractivo principal residía en los habitantes del zoo. Monos, llamas, rinocerontes, jirafas, leones, cabras, mandriles, casi todos pueden expresarse oralmente. Se usa una tecnología digital primitiva para hacerlos mover la boca, a la manera de Babe, el Chanchito Valiente y Dr. Dolittle versión Eddie Murphy; en otros momentos, los realizadores sólo colocan el diálogo mientras mueven las fauces de verdad, como cuando mastican. Y lo que dicen tampoco aporta demasiado, ya que se limitan a hacer observaciones de los cuidadores y algunos comentarios graciosos para sacarle risas a los espectadores más pequeños. Un caso aparte es el de Pipo, interpretado por un actor disfrazado, pero no por eso más gracioso. Como sucedía en las recientes películas de Los Bañeros, todo es una desganada acumulación de gags dentro de algo similar a un guión, y una apuesta constante a que la sola presencia de figuras televisivas funcione como atractivo principal. Por supuesto, el zoológico de la ciudad es mostrado -y vendido- en detalle mientras los personajes van de un lado al otro. Locos Sueltos en el Zoo es un disfrute seguro para el público infantil (muy infantil: de 6 años para abajo). Aunque no pretende ser más que un divertimento familiar, también podría salir de un esquema ya añejo y adaptarse al siglo XXI, donde todo va cada vez más rápido y ayer ya es pasado.
El filme está pensado para entretener. Por momentos lo logra, por otros no. Hay que analizar cada película en su contexto. Apuntada a romper con la taquilla de vacaciones de invierno, Locos sueltos en el zoo no pasará a la gloria ni por las actuaciones ni por la trama, claro está. Sí, quizás, como una de las primeras películas nacionales que le pone voz a animales reales (el movimiento a veces coincide, otras no). El argumento se enfoca en esa fauna parlante -en español neutro: cine for export-, hasta entonces un secreto conocido por pocos. Pero llega a oídos de un empresario inescrupuloso (Matías Alé) que entonces quiere robarse al gorila con la ayuda de dos detectives medio torpes. El director del zoo (Emilio Disi), la veterinaria (Luciana Salazar) y uno de los guías (Fabián Gianola) intentarán impedirlo. Muchos personajes son casi una parodia de sí mismos. Jelinek es la secretaria sexy y naif que dispara selfies; Marley hace de Marley: despistado y comedor de insectos; Florimonte es la guardia machona y exigente del zoo que se sensibiliza -y feminiza- cuando ve a Alé, un chanta galanteador. Dentro de tanta autorreferencialidad, una rareza ver a Disi actuando -y cumpliendo- un papel más serio. Lo rescatable: Waldo Navia y Pachu Peña como los detectives Bielsa, homenaje a los Tres Chiflados a pura mueca y puñetazos; y algún que otro chiste de los animalitos. Como cierre extra, todos bailan la canción de la película -guiño a "Quiero mover el bote" de Madagascar- con subtítulos incluidos. A fin de cuentas, el filme se erige como un infantil que busca enternecer, hacer reír y que no escapa del tinte popular -y bizarro- de otras producciones de Carlos Mentasti y la emblemática Argentina Sono Film, a saber: las nuevas de Los Bañeros, Papá es un ídolo o Brigada explosiva, entre otras.
"El guion es una mezcla de una promoción del Zoo de Buenos Aires, con algún producto que se fumó el guionista para poder sopesar la angustia de tener que escribir ese filme y que su nombre salga en los créditos." Escuchá la crítica radial, o mirá el video de la misma, haciendo click en el link.
Parece que en estos días con el pretexto de las vacaciones de invierno y llevar a entretener a los niños de la familia se ponen en cartelera comedias de corte familiar. La semana pasada “socios por accidente 2” y ahora es el turno de “Locos sueltos en el zoo”, con algún actor pero más con figuras que nacen de la televisión. Y pensar que en las vacaciones de 2013 llegaba a la pantalla grande “Metegol” de Juan José Campanella. En esta ocasión nos acercamos un poco a películas como: “Los superagentes” y/o “Bañeros”. Se desarrolla con un argumento precario. Un viejo guardián del Zoo, Gregorio (Alberto Fernández de Rosa), conoce un gran secreto. Por la noche, los animales hablan. Al enterarse de este gran secreto, un poderoso empresario (Matías Alé) intentará apoderarse de ellos para venderlos a Las Vegas especialmente al gorila. Para esto cuenta con la ayuda de dos detectives los hermanos Bielsa (Pachu Peña y Alvaro Navia) que son muy torpes y cometerán todo tipo de locuras. Julián, el nuevo guardián, el director del Zoo y la veterinaria, tratarán de desbaratar todo intento. Esta película viene muy bien promocionada en todas las redes sociales y medios de comunicación, con un gran marketing y pensada para entretener en estas vacaciones de invierno que se avecinan y quizás sirva un poco para apoyar nuestro zoológico (aunque durante la Avant Premier y otros momentos hubo una fuerte protesta con quienes no quieren que el zoológico siga funcionando y proteger a los animales, además que afirman que durante cuatro semanas estos sufrieron). Uno de los atractivos son los animalitos que hablan similares a otras películas (“Una noche en el museo”, "Dr. Dolittle", entre otras, pero no llegan ni a compararse en cuanto a calidad tanto técnica como argumental). Lo que sigue son mujeres bellas: Luciana Salazar, Mariana “La niña Loly” Antoniale y Karina Jelinek, que lo único que hacen es exhibir su figura; continuando con una serie de malos chistes, sketches, situaciones torpes y bizarras, son parte de este film fallido: Fabián Gianola, Emilio Disi, Gladys Florimonte, Nazareno Móttola, Matias Alé, Pachu Peña, y cameos a figuras conocidas: Ivana Nadal, Marley, entre otras. Ni el tráiler resulta atractivo, otro de los tantos problemas es que carece de guión y buenas actuaciones.
Hace unos días nomás vaticinábamos en nuestra nota sobre las peores comedias nacionales que este film formaría parte de esa pequeña élite vomitiva. Así y todo, nos animamos a ir a verla y confirmamos nuestra teoría. Gregorio (Alberto Fernández de Rosa) es el cuidador del Zoológico de Buenos Aires. Ama a los animales, mimándolos día y noche. Aunque, si se pasa todo el día en el zoo, ¿dónde vive? ¿Cuándo duerme? ¿Cuánto cobra por esas largas jornadas laborales? ¿Estará en blanco? Ah sí, está en blanco. Porque te cuenta, con voz en off, que ésta es su última noche como cuidador y se está despidiendo de los animales... que hablan, por cierto. Porque él les leía un libro de cuentos, y con eso solamente, aprendieron no sólo a hablar, sino también cuándo y con quién, porque esta habilidad es su gran secreto. O así te lo venden. En este estado de cosas se presentan los diferentes personajes y las tramas que los relacionan: tenemos a Julián (Fabián Gianola, nuestro propio James Woods), quien sale con la insufrible Delfina (Mariana Antoniale, la ex-"Niña" Loly), una cheta sobreactuada, pero en realidad está enamorado de Paz (Luciana Salazar), la veterinaria del zoológico. En medio de este triángulo amoroso, es una especie de coordinador del establecimiento, porque está en la puerta como anfitrión recibiendo a la gente pero a la vez es como que tiene un montón de mulos a los que les da instrucciones. Benjamín (Nazareno Mottola) coquetea (en una escena nada más, pero la piba no hace mucho en el resto de la película y la verdad que como actuando se defiende bastante bien decidí al menos nombrarla) con Noelia (Noelia Marzol) y va descubriendo que los animales hablan, entonces piensa que se está volviendo loco. Después está Alejandro (Matías Alé) que tiene que satisfacer el pedido del personaje de Alejandro Muller y que no me acuerdo cómo se llama, así que digámosle El Mafioso porque trafica animales al exterior, y para conseguirle animales más grandes o más originales, es que contrata a los hermanos Bielsa (Pachu Peña - Alvaro Navia), dos pelot... eh, detectives privados, que se robarán a Pipo, el gorila que habla. Para finalizar, también está Marley, que tiene un puesto de comidas cuyo ingrediente principal son los bichos y se la pasa comiéndolos y ofreciéndoselos a todos. Ah, y el dueño del zoo, interpretado por Emilio Disi. La historia es débil e inconsistente como papilla de bebé. Se supone que Alejandro necesita al gorila porque se supone que el mafioso que se lo encarga es super mega pesado. Y para resolverlo, alejándose de cualquier lógica convencional, en vez de recurrir a ladrones o estafadores para que se lo roben, recurre a dos detectives. Y es por este pifie, comparable a ir a una verdulería a quejarse del precio de la carne, que toda la trama del robo del mono es una cosa espantosa: lo único que hacen para robarlo es disfrazarse de cosas diferentes: de mujeres, de obreros, de estatuas vivientes. Los obreros, obviamente, viajan intelectualmente a los '90 y llaman a Pekerman para que los deje romper la vereda... bueno, al menos no está Leo Rosenwasser haciendo el "¡Osoooo!". Pero... ¡momento! Porque los Bielsa se meten a la jaula de Pipo y es el monito el encargado de hacer el chiste, dejando de garpe a Navia con la manito extendida. Pero bueno... supongamos que la trama general no sea una bazofia. Ponéle que se lo perdonamos, aunque sea sólo para avanzar con la review y no dejar que la ira nos invada. Ponéle que la trama es una simple excusa para que se encadenen pequeños sketchs humorísticos. El problema es que tanto los humoristas como los sketchs atrasan. Muchísimo. El abanico de situaciones que se pretenden graciosas van desde un pésimo humor físico (un cuerpo cayendo es gracioso en dos casos: si cae de manera inesperada o si, en esa caída, parece desarmarse, desintegrarse, caer con gracia digamos. Algo tan simple como una caída no funciona, no es graciosa por sí sola), a chistes relacionados con la cultura pop (Karina Olga diciendo "lo dejo a tu criterio"), pasando por malentendidos varios y... ¿cómo olvidarnos de la magistral edición de Homero Simpson, poniendo que pasen rapidito algunas secuencias de gente corriendo? Ponéle que se lo perdonamos porque el humor puede fallar, puede que los actores tenían un mal día, o que uno ya está grande para algunos chistes. Ponéle. Entonces sólo nos queda mirar a los animalitos que hablan, quienes, cual coro griego, van comentando la acción. Pero estos comentarios tienen una serie (larga) de problemas. A saber: 1- La factura técnica. Hay planos que se nota que fueron hechos de muy lejos con zooms temblorosos (suponemos que para no invadir a los animales) y luego ampliados digitalmente, con lo cual tienen una gran pérdida de definición respecto al resto de la película. 2- La construcción del espacio. Se incluyen los comentarios de cualquier animal en cualquier orden, entonces no sabemos cómo se ubican en el espacio y suena rarísimo que todos puedan comentar por igual lo que pasa en cualquier parte del zoológico... y cómo pueden además oírlos los humanos. 3- El movimiento de las bocas. Se ve que fueron probando a ver qué les salía mejor: darles alguna comida que mastiquen de manera natural a lo Mr. Ed, animar las bocas "por computación" (computación incluye desde CGI hasta Paint, y la animación se acerca más a este último programa... aunque no sea un software de animación, sí). Hasta que finalmente se dan cuenta que no, no les sale. Entonces se dan por vencidos y pegan audios de voces sobre animales completamente inertes. Como barras de carbón. 4- El código que se establece para informarle al espectador que los humanos escuchan a los animales: los animales hablan siempre igual (moviendo la boca como el orto), pero a veces los personajes los escuchan y a veces no... entonces, ¿en qué quedamos? ¿No era que eso de que los animales hablaban era un secreto? ¿Por qué, sin ningún tipo de razón, a veces la gente los escucha y a veces no? Ponéle que lo de los animales ande joya, sea creible, tenga sentido, esté bien hecho y sigamos buscando algo donde pegarle porque somos malos, cizañeros y tenemos un mal día. Olvidemos el hecho que parece que alquilaron una grúa una o dos horitas para las tomas aéreas y en el montaje se dieron cuenta que necesitaban más planos panorámicos, entonces... hay un plano que usaron dos veces. ¡Sí! El primer plano de la película, una toma con grúa del cartel de acceso al Zoológico vuelve a ser usado después, en el medio de la cinta. Ponéle que el problema es nuestro, que tenemos mucha memoria visual, y que el espectador promedio no notará esta cuestión. Ponéle. Entonces hablemos, no sé, ¿del vestuario? Se ve que anticiparon venir que no iría ni el loro al cine y quisieron ahorrar presupuesto. Entonces fueron al Ejército de Salvación, agarraron ropa aleatoriamente, y la dividieron por talles según los actores. Y listo. Lo que hicieron con Matías Alé no tiene ningún tipo de sentido. Si uno tolera más o menos todas las aberraciones que mencioné antes, el vestuario es la gota que rebalsa el vaso. La mitad del vestuario zafa, porque son los uniformes del zoo. La otra mitad tiene una sola justificación: los personajes vinieron desnudos del futuro, cayeron en un cotolengo, se pusieron lo primero que tenían a mano y salieron corriendo porque unos aliens los querían matar. Sino... no, no se explica. VEREDICTO: 2.0 - ¡LADRONES SUELTOS EN EL INCAA! Ni el carisma ni la graciosísima gestualidad de Marley (a.k.a. "el Jim Carrey argentino") logran levantar a Locos Sueltos en el Zoo. Y no es idea mía que, en un cine lleno, con entradas agotadas para Minions y otras más, el público le daba rotundamente la espalda. Los pocos que entraban a la sala se distraían, jugaban, o directamente se iban antes. La película no funciona, y aún así el problema no es ése: el problema es que ni lo intenta. No le importa nada, y esto en el cine comercial es imperdonable y completamente desleal. Ojalá el público siga ignorando a estos delincuentes que, en vez de hacer cine, hacen caca. Sí, leyeron bien, dije caca.