La guerra y la paz. Mandarinas (Mandariinid, 2013), el último film del realizador georgiano Zaza Urushadze, se sitúa en 1990, en los inicios de los conflictos acaecidos a partir de la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el triunfo de los sectores nacionalistas que desmembraron al gigante comunista. Los inicios del conflicto checheno y los problemas del surgimiento de los estados post soviéticos se encuentran en esta pequeña historia sobre los valores morales y la artesanía como construcción de la personalidad y el carácter. En la zona habitada por los estonios, en una región de Georgia en disputa con los nacionalistas musulmanes chechenos, dos pobladores estonios, Ivo (Lembit Ulfsak) y Margus (Elmo Nüganen), esperan la llegada de un grupo militar que los ayude con la recolección de las mandarinas del segundo, mientras el primero fabrica artesanamente los cajones para transportar el cargamento. Ambos se niegan a abandonar sus casas y partir hacia el nuevo estado estonio en búsqueda de seguridad, cada uno por sus razones. Tras un enfrentamiento armado al lado de la plantación, Ivo logra rescatar a un sobreviviente checheno y a un georgiano, Ahmed (Giorgi Nakashidze) y Niko (Misha Meskhi). Al curarlos y forzarlos a conocerse, los soldados descubrirán que no hay tantas diferencias entre ellos y que el conflicto es una tergiversación de ambas partes de la historia de sus respectivas naciones, una lucha sin sentido que solo beneficia a los poderosos por el control del territorio que otrora compartían pacíficamente. Urushadze combina lo mejor y lo peor de la humanidad para crear un microclima alrededor de este territorio que parece más una zona neutral que un escenario de guerra. Las mandarinas representan un modo de vida que se pierde, un lugar de vida a punto de ser destruido por las bombas y los enfrentamientos. Utilizando de forma extraordinaria los primeros planos, y apoyándose en actuaciones maravillosas y en una fotografía que observa minuciosamente el significado de los gestos, Mandarinas logra, a través de un guión preciso que busca aleccionar y cerrar cicatrices, imponer la necesidad de la paz ante la enajenación colectiva beligerante. Las diferencias religiosas y los argumentos nacionales van deshilachándose de a poco a través de los brillantes y hermosos diálogos y de cada escena que se resuelve en el tiempo justo para hacer hincapié explosivamente en su idea matriz pacificadora. Tan solo enfocando la cámara en una pequeña historia alrededor de una plantación de mandarinas, dos hombres atrapados en su obstinación por vivir en una zona de guerra y dos soldados enfrentados a su propia altivez, el film -nominado recientemente al Oscar a Mejor Película Extranjera junto a las extraordinarias Ida (2013) y Leviathan (Leviafan, 2014)- construye una narración metacinematográfica perfecta que cuestiona al mismo tiempo al cine de guerra, los nacionalismos, la intolerancia religiosa y el chauvinismo.
El drama anti bélico Mandariinid (Mandarinas) es la coproducción entre Estonia y Georgia que compitió con Relatos Salvajes por el Óscar a mejor película extranjera que finalmente se llevó la polaca Ida. Por un puñado de cítricos La caída de la Unión Soviética abrió las puertas a que en muchos de sus territorios satélite se instalara durante años una situación de guerra civil casi permanente aún no del todo resuelta. Sin la férrea mano del ejército rojo para mantenerlos controlados, afloraron movimientos separatistas y caudillos con ejércitos privados que se enfrentaron a los incipientes estados locales en continuos conflictos como el que amenaza a Ivo y Marcus en el pequeño pueblo perdido entre las montañas de la región separatista de Abjasia donde viven. Aunque todos sus vecinos viajaron hacia Estonia huyendo de los enfrentamientos, ellos se resisten a marcharse antes de terminar la cosecha de mandarinas por más cada día reciban noticias de que los combates se acercan al pueblo. La violencia los alcanza antes de lo que esperan, cuando una sorpresiva escaramuza frente a sus puertas entre milicianos georgianos y mercenarios chechenos deja un sobreviviente herido de cada bando, a los que Ivo sin dudar un momento salva la vida alojándolos en su casa. Los enemigos no pueden olvidar fácilmente sus diferencias, pero agradecidos con su salvador aceptan una tregua forzada y juran esperar a estar recuperados para terminar de matarse. Ese será el tono de la historia desde entonces, deslizando algo de humor ácido dentro de un crudo contexto dramático mientras dos hombres que se odian sin conocerse pero se ven obligados a convivir en una pequeña vivienda rural hasta que se recuperen de sus heridas. Mientras a Marcus sólo le importa terminar con su cosecha, Ivo será un firme mediador entre ambos, sin revelar sus verdaderos motivos para tanto esfuerzo aunque sus huéspedes sospechen que su negativa a abandonar el pueblo se debe a algo más importante que unas mandarinas. Para una sociedad civil que sólo la vivió como algo lejano, la guerra puede hacer las entretenidas historias heroicas o emocionantes que muchas veces estamos acostumbrados a ver. Mandarinas en cambio, es claramente producto de una sociedad que la encuentra en su propia puerta y que sabe que puede caer víctima de cualquiera de los bandos involucrados aunque no pertenezca a ninguno de ellos. Sea para defender una tierra que consideran propia aunque nunca la hubieran visitado o para alimentar a su familia, tanto Ahmed como Niko son hombres de honor y actúan convencidos de sus razones para involucrarse, pero la guerra que nos muestran tiene muy poco de honorable o heroica porque esa es la perspectiva de Ivo, un hombre que vivió muchos años y ha visto suficiente como para entender algunas cosas que espera poder inculcar a los ansiosos guerreros más jóvenes. Aunque las limitaciones técnicas y de presupuesto no son muy notorias, lo que realmente se destaca de esta propuesta es un guión simple pero sólido que cuenta una historia pequeña que ocurre al margen de la guerra. No hay casi sorpresas en el desarrollo de los hechos, pero los personajes logran hacernos desear saber más de ellos contando apenas fragmentos de sus vidas, incluso de forma indirecta o hasta sin palabras. A primera vista Ivo, Ahmed y Niko difícilmente podrían ser más diferentes, pero la apiñada convivencia hace imposible quedarse en la mirada superficial de los prejuicios que cada uno trae y los tres actores saben expresar con gestos o acciones lo que sus personajes no pueden decir con palabras. Conclusión Mandarinas es una película bastante teatral que depende mucho de la empatía que generan sus personajes en el público. Tiene una historia simple pero ágil que no pierde tiempo en explicar todo y aunque es profundamente dramática no se regodea en la angustia que puede generar sino que hasta se permite romper algunas situaciones tensas con destellos de humor contenido que no desentonan con el clima general que construye a lo largo de la trama.
Nobles enemigos Mandarinas (Mandariinid, 2013), película dirigida por Zaza Urushadze, está hecha con la precisión de las grandes obras cinematográficas. De manera discreta y sencilla toca temas de enorme envergadura y profundidad. Es un drama bélico alejado del estilo ya conocido para convertirse en un enfoque teatral y sumamente humano que gira a partir del cruce de personajes que se relacionan entre sí en una pequeña casa para mostrar que es el contexto quien arma los bandos y que existe un destino sangriento ya escrito. Es el año 1992 y ha estallado la guerra entre chechenos y georgianos que buscan su independencia de la Unión Soviética. En un poblado agrícola estonio de Abjasia vive Ivo (Lembit Ulfsak) un viejo solitario que en lugar de escapar ha decidido quedarse a ayudar a su vecino Margus (Elmo Nüganen) con su cosecha de mandarinas para que no pierda su negocio. Sin embargo, un duro enfrentamiento se da enfrente de su casa y un georgiano (Misha Meskhi) y un checheno (Giorgi Nakashidze) resultan heridos mortalmente. Ivo les da cobijo en su casa para que puedan recuperarse pero conforme pasan los días se arma un clima de tensión, pues ambos juran enfrentarse ni bien estén curados. Ivo hará una resistencia interior para impedir que la violencia no estalle bajo su techo mientras las mandarinas de Margus están listas para recolectarse. Sin duda el tema de la parábola del buen samaritano está presente en esta historia. Alejada de todo significado bíblico, Ivo es un hombre que brinda su ayuda bajo un instinto natural. No filtra odios ni recorres, da la impresión de tener una motivación de estilo Samurai al quedarse en su terreno a proteger su espacio, incluso si eso le puede traer peligros pues tiene a dos hombre heridos de bandos enfrentados en su casa. Al mismo tiempo está destinado a morir solo, rodeado de coloridas y plácidas montañas. Está tan bien construido Ivo que es de impronta positiva para el film pues su figura arma la narrativa de la película. No solo porque tiene un objetivo que son las mandarinas, sino porque todos giran en torno a él. Es la brújula narrativa para la acción: Él hace que se crucen los personajes, los hace encontrarse en la mesa, les da de comer, es el motor de las conversaciones al producir el cruce de los mismos, y sobre todo el impulsor para que la recolección de mandarinas avance. Por sobre todo tiene la función de “ángel” que lucha para espantar a la violencia y los peligros de los que están a su alrededor. Con humor y un pasado oculto, su actuación termina por ser soberbia y mesurada convirtiéndose en un personaje entrañable. No cabe duda que por sobre todo es un film teatral. Los personajes están en el mismo espacio, se dan algunos ligeros cambios de escenografía pero podría decirse que todo sucede en el mismo lugar. Pero son las pequeñas acciones, los detalles, los objetos y los diálogos mínimos bajo una atmosfera apacible y de una tensión constante, que al hacerlo de manera altiva y fecunda entregan una pequeña obra maestra. La energía del drama es poderosa y tiene al espectador muy atento a todo. Es imposible no concentrarse y difícilmente uno se puede perder, incluso cuando no hay grandes giros de trama ni grandes escenas. Los golpes dramáticos potentes son precisos, concretos y llegan cuando uno menos lo espera, incluso cuando todo el tiempo se respira ese aire invisible de violencia reprimida. Todo crece por la música pausada y por una inefable sencillez. No tiene nada que le haga falta ni nada que esté demás. Hay un trabajo detallado del arte y la composición de la imagen y por ello ese aire oriental, que si bien ya estamos en el oriente medio, en este caso es un aire japonés, con un cierto apego a un misticismo milenario, fiel a un mundo ya extinto pero que se configura en un mensaje final que se vierte al espectador de manera directa. El mensaje habla sobre los prejuicios raciales y de cómo el ser humano tiene una comunicación y relación que va más allá de la nacionalidad. El sentimiento, y las emociones son tan grandes como la virtud del honor ante cualquier enfrentamiento. Un mensaje enaltecedor y productivo que llega con el marco de tragedia. La violencia irrumpe y la muerte es lo más natural. Aun si se quiera escapar al odio muchas cosas ya están marcadas por el destino.
Una sencilla y entrañable película llega a nuestras salas coproducida por Georgia y Estonia, frías regiones cuyas filmografías son prácticamente desconocidas por aquí. Se trata de Mandarinas, film que estuvo nominado a los Oscars de hace un par de años en calidad de Mejor Película Extranjera y que aborda la llamada Guerra de Abjasia, que tuvo lugar en la década del 90, cuando una provincia georgiana proclamó su independencia. Como contraofensiva, se formó un grupo paramilitar caucásico destinado a barrer de georgianos el territorio. El conflicto llevó a que muchos estonios residentes allí regresaran a su país. Pero algunos se quedaron, como Ivo (Lembit Ulfsak), un carpintero que colabora con su compatriota Margus (Raivo Trass) en una plantación de mandarinas. A ese páramo llega una patrulla caucásica que, tras interrogar a Ivo, es atacada por un grupo georgiano. El saldo del enfrentamiento deja dos hombres vivos, uno de cada bando. Malheridos ambos, Ivo los lleva a su casa y los atiende, procurando que entre los convalecientes no recrudezca la violencia. Suerte de metáfora sobre la guerra, en la que un arbitro neutral convoca un armisticio, Mandarinas no está exenta de momentos de humor que suavizan lo que sucede en el exterior del hogar (para destacar, las chicanas entre los dos soldados). El dato que la película se reserva para el final no modifica demasiado una propuesta que, a fuerza de una ajustada fotografía, buenas actuaciones y sensibilidad en el tono, resulta de por sí valiosa.
Siempre es difícil ver una película de un país del que sabemos poco y nada. La mayoría que llega a nosotros tienen que ver con algo intrínseco que si fuera removido de la película quedaría poco y nada. No todas tienen la sutileza o la bondad de explicarnos o hacernos entendible, sin aburrirnos, parte de esa historia para que la película resulte amena. Para poder aproximarnos un poco de una forma en que sí comprendemos voy a utilizar solamente recursos cinematográficos.
Brotherhood shines in Georgian antiwar film By Pablo Suarez Oscar-nominated Tangerines is a mix of stunning visuals and political correctness POINTS: 7 It’s 1992 and the former Soviet Republic of Georgia is warring with Abkhazia. The conflict has forced almost all Estonians to return to their homeland, but a few still remain despite the dire circumstances. Among them, there’s Ivo (Lembit Ulfsak), an introverted grandfather who makes wooden crates in his workshop just outside his humble abode in a quiet village in a mountain valley. He needs to make enough crates to contain the season’s crop of tangerines of his neighbour Margus (Elmo Nuganen), who has to collect as much money as possible in order to go back to Estonia. Both Ivo’s and Margus’ families returned to their homeland when the war began. One day, they get caught in a confrontation between Georgian soldiers and Chechen mercenaries who fight for Abkhazian separatists backed by Russia. Only two men survive (one from each side) though they are seriously wounded. So Ivo allows them to stay in his home until they get better. Ahmed (Giorgi Nakhashidze) is a Chechen mercenary whereas Niko (Mikheil Meskhi) is Georgian. Ahmed swears he will kill Niko in no time, but Ivo makes him promise that he won’t do it under his roof. Ahmed is a man of his word, so he will keep his promise. During the period of convalescence that ensues, Niko and Ahmed maintain a tense relationship with some violent outbursts. But Ivo is the man who calls the shots and so he orders them to calm down. Unexpectedly (or not), this truce eventually gives way to a more peaceful coexistence. At the same time, Margus is worried that the soldiers who told him they’d buy his tangerines may not show up at all. So the crop will be wasted, and clearly it’s the symbolical aspect what matters the most. First and foremost, Tangerines, written and directed by Zaza Urushadze and Oscar nominated for Best Foreign Language Film in 2013, is extremely well-shot. Cinematography is startlingly unobtrusive in interiors and subtly expressive in exteriors. So realistic environments are thus rendered with alluring transparency. Its mise-en-scene is theatrical, but in a good way — as opposite of being staged for the camera. Much of the film transpires inside Ivo’s house and the narrative is very effective in exposing its major and minor subjects via a carefully constructed script that neatly ties all its notions together — perhaps a bit too neatly and not leaving room for ambiguity or contradictions, which are often the film’s drawbacks. Second, the ensemble acting is to be praised from beginning to end. Since Ivo is arguably the richest character who articulates the entire drama, his performance is the one with most nuances, more substance, eloquent restraint, and a sense of mystery as regards his most profound feelings. Nonetheless, the three other actors sink their teeth in their characters as well and so stereotypes are eschewed. An air of familiarity and brotherhood flows among the four men and their conversations, for the most part, ring true. Third, and this is when things start getting muddy, the film’s ideological angle — which is precisely what makes Tangerines what it is — is often too politically correct, rather naïve and occasionally unnecessarily sentimental. Ahmed’s and Niko’s transition from enemies to the human beings beneath the soldiers is hard to buy. For a film that aspires to be realistic, Tangerines is too romantic, and not for its own good. Of course, it’s a fable, perhaps even a morality tale, but then again it didn’t necessarily have to be contrived. The very ending itself that celebrates brotherhood among men (and not war and death) is both implausible and didactic. For the matter, the entire film is didactic as it strives hard to convey a life lesson. That said, if taken strictly in cinematic terms and leaving aside its political correctness, Tangerines is more than worth seeing for what it gets right. Production notes Mandariinid (Tangerines, Georgia/Estonia, 2013). Written and directed by Zaza Urushadze. With Lembit Ulfsak, Mikheil Meskhi, Giorgi Nakhashidze, Elmo Nuganen, Raivo Trass. Cinematography: Rein Kotov. Editing: Alexander Kuranov. Running time: 86 minutes. @pablsuarez
Convivencia Nominada al Oscar al mejor film extranjero, esta coproducción entre Estonia y Georgia muestra la contracara humana de la guerra civil por motivos étnicos y religiosos. El tópico de la guerra –entre países, diferentes pueblos, o civiles- constituye todo un género cinematográfico. Pero pocos de esos films empiezan de manera tan bucólica como Mandarinas (no confundir con Tangerine, el excelente film de Sean Baker que se estrenó recientemente): un viejo fabrica en su taller cajones para envasar las mandarinas, de inminente cosecha. En la región de Abkhazia, Georgia, cuando al disolverse la Unión Soviética estalló la guerra civil, la numerosa colectividad de origen estonio que allí residía desde hacía décadas regresó a su madre patria. Sin embargo, Ivo (Lembit Ulfsak), un granjero, tiene sus razones para ser de los pocos que permanecen en la que considera su tierra. Por otro lado, junto a su vecino Margus está impaciente por cosechar una enorme plantación, antes de que la guerra llegue a esos lugares, y después Margus pueda volver a Estonia. Pero la guerra los alcanza en su hogar antes de lo pensado: en un enfrentamiento mortal sobreviven heridos dos combatientes, uno, mercenario de los separatistas, checheno, y el otro, georgiano; uno musulmán, el otro cristiano, e Ivo se los lleva a su casa para curarlos y volverlos a la vida. Sin embargo, la convivencia entre enemigos no será fácil: ambos juran matarse mutuamente. Pero la presencia de Ivo, un patriarca, suerte de salvaguarda de la paz y la moral, motiva que esta situación conflictiva tome un giro inesperado. La convivencia genera una interesante red de relaciones entre los cuatro hombres, que va atravesando diversos estadios. Ivo y el checheno, ambos hombres de honor, mantienen un diálogo fluido, en el que Ivo hace obvias las arbitrariedades de la guerra, la nimiedad de las diferencias. Las mandarinas pasan a constituir un símbolo: de lo que debe ser salvaguardado, de la imposibilidad de lo mismo, de la naturaleza que resiste en medio de la guerra. El taller de carpintería de Ivo pronto pasará a fabricar cajones para muertos, no para frutas. Sin adentrarse en los orígenes y fuerzas del conflicto, el film nos dice que dos grupos luchan en 1992 por el territorio: los georgianos y los otros, que en este caso son locales, representados por ese mercenario checheno. Todos hablan un mismo idioma. El conflicto se replica hoy en otros países. El planteo de este bello largometraje, entre la fábula y la parábola, resulta algo simplista porque sabemos que la paz no se consigue con lograr que los enemigos compartan el té, pero la arbitrariedad de la guerra demuestra superar las buenas intenciones. La fotografía de Rein Kotov realza el valor de la acción, con una acertada y bella imagen del paisaje rural y una sutil iluminación para los interiores, concebidos como escenas teatrales. Es esta una de esas películas donde se dice mucho con muy poco, en las que valen los gestos, la música de un instrumento de cuerda que puntea o rasguea siempre la misma melodía, la guerra reducida a un espacio mínimo, donde se reproducen las tensiones mayores.
ALEGATO POR LA PAZ Película que llega de Estonia, dirigida por Zaza Urushade que nos regala un conmovedor filme antibélico con una anécdota mínima. Una guerra civil por la independencia pone en marcha un enfrentamiento entre distintas etnias que antes convivían en paz. En una aldea abandonada por los aterrorizados vecinos un estonio resiste, se queda ayudar a un amigo con su cosecha de mandarinas. Claro que la violencia inevitable toca a la puerta de su casa. Dos heridos son atendidos con igual dedicación aunque pertenecen a bandos distintos. Y en esa tregua hay espacio para la cordura y la reflexión, para la esperanza en el espíritu humano. Grata, bien actuada, sencilla y profunda.
Un film valioso y sensible venido de Estonia Un rincón perdido entre las montañas del Cáucaso post soviético a comienzos de la década del 90. Lejos de todo, pero no de los conflictos. En la larga y variada historia de esa zona han pasado tantos pueblos y civilizaciones como los que se reflejan en su composición étnica, religiosa y lingüística. En Abjasia, la región en disputa que Georgia reclama como propia tras la desintegración de la URSS y donde reside una antigua comunidad estoniana, ya casi no quedan civiles de ese origen: han vuelto a su tierra por la guerra. Sólo quedan dos, por causa de las mandarinas: Margus, el granjero que las cultiva, e Ivo, el viejo carpintero sereno y sabio que le provee los cajones para la fruta. Y cuando la guerra irrumpe en el lugar a través de una cruenta escaramuza, ésta se produce a metros de sus casas y deja un tendal de muertos y dos heridos. Ivo recoge al primero que encuentra, un mercenario checheno musulmán, y lo esconde en su casa, mientras Margus descubre a otro sobreviviente, un maltrecho georgiano que ha sido dado por muerto y que recibe igual destino. El problema es que se trata de enemigos acérrimos: sólo no dan origen a una nueva guerra porque lo impide la autoridad natural y el carisma de Ivo: le basta con advertirles a sus forzosos huéspedes que en su casa "nadie está autorizado a matar a su prójimo". El espíritu pacifista del dueño de casa se manifiesta en sus acciones, en su actitud reservadamente casi paternal hacia esos jóvenes guerreros, cuyo ánimo exaltado va aplacándose de a poco con la obligada convivencia. No le hacen falta discursos, como no le hacen falta palabras al director Zaza Urushadze (los diálogos son breves, concisos) para mostrar que algunos tenues gestos de hermandad pueden manifestarse aun en un ambiente tan tenso, áspero e inclemente como éste, ni expresiones antibélicas para dejar expuesto el absurdo de la guerra. Por otra parte está claro que al realizador, responsable de un libro tan inteligente como reflexivo, no es en particular este conflicto de comienzos de los 90 entre los georgianos separatistas de la Abjasia y los chechenos solventados por los rusos el asunto que quiere exponer, sino más bien la universalidad de la guerra, alimentada por el odio ciego y siempre dejando su triste secuela de destrucción, física y moral. Su mirada apunta al ser humano. Importan los hombres como tales, metidos en una situación explosiva. El cuarteto protagónico, encabezado por Lembit Ulfsak, según parece toda una leyenda de la escena estoniana, es tan convincente como conmovedor. Mandarinas narra una tragedia, pero aunque no le faltan pinceladas que dan cuenta de la fina sensibilidad del director, no sobrecarga la emoción. Es un poco como su héroe: estoico e introspectivo, y en su conjunto, incluso con su final esperanzador donde el humanismo que anima a su autor se hace más visible, puede decirse que también tiene el sabor de las mandarinas: dulce y ácido a la vez.
Pelea de interiores Una historia pequeña sobre un gran drama que desnuda sus intenciones con honestidad brutal. Los contrastes, las contradicciones poderosísimas que pone en evidencia Mandarinas son obra del cine, pero provienen de la dura realidad, catalizada aquí por la aguda sensibilidad del director georgiano Zaza Urushadze. Inmerso en un conflicto político interminable, eligió una salida, una proclama pacifista profundamente humana para contar su mundo, para desarmar desde las relaciones humanas las motivaciones salvajes de una guerra que lo toca de cerca. Su historia se sitúa en tiempos de la disgregación soviética, en la región caucásica. Los estonios habían vivido allí por más de cien años, pero en 1992 estalló un conflicto armado entre Georgia y Abjasia, y los estonios, acosados por la guerra, debieron volver a su tierra natal. En esos pueblos vacíos, Ivo y Margus decidieron quedarse. Resisitir pacíficamente continuando sus labores de carpintero y granjero. La vida cotidiana en medio de la guerra, en una provincia georgiana que busca la independencia, en la que convivieron estonios, georgianos, chechenos, rusos. Urushadze construye su propio mundo y drama en el interior de una casa, en una vieja plantación de cítricos. Ese contraste, ese dilema moral es el que relata Mandarinas. Película rupturista y valiente desde el comienzo, tiene como protagonista a Ivo. Ayuda a su amigo Margus con la última cosecha de mandarinas antes de partir, cuando dos soldados rivales, el mercenario checheno Ahmed y el georgiano Niko resultan heridos frenta a su casa. Ivo decide cuidarlos, tenerlos juntos en su casa, trazando una frontera a la guerra de afuera. Aunque se quieren matar, confía en los dos. “Aún quedan personas de palabra”, dice. Y en esa casa hay otra oportunidad para abordar el conflicto. Contrastes, entre el afuera y el adentro, entre las bombas y el diálogo, entre la ceguera y la comprensión de una historia simple, vieja e irresuelta. Un puñado de personajes, un paisaje rural, una casa sin tiempo, y silencios con más peso que los diálogos en un filme cuya intencionalidad manifiesta se apoya en una trama discreta, pero de gran honestidad.
Crítica emitida por radio.
Clásico exponente del cine dedicado al mensaje Una de las posibles bondades complementarias de una película (o de una serie o, por supuesto, un libro), más allá de sus virtudes connaturales, puede ser la de abrirle una ventana al espectador a una temática o hecho que desconocía por completo. El caso de Mandarinas resulta paradigmático: entre tantos conflictos bélicos de escala endogámica y, usualmente, trasfondo étnico, religioso y/o territorial que la caída del comunismo europeo dejó como un tendal de muertos, el caso de la guerra civil georgiana a pocos meses del fin de la URSS es muy poco conocido. Menos aún que en medio del conflicto entre georgianos e independentistas abjasianos quedaran expuestos miles y miles de estonios y sus descendientes que, en su mayoría, optaron por regresar al país de origen ancestral. El film de Zaza Urushadze baja esos horrores a escala humana e ilumina algunas de las consignas –genuinas y espurias– que arrasaron con cualquier atisbo de humanidad en ambos bandos en contienda (Nota: más allá de la escisión de Abjasia en una república autónoma, reconocida como tal sólo por un puñado de países, los conflictos en la zona y en la cercana Osetia del Sur continúan hasta el día de hoy de manera latente). En cuanto a las virtudes cinematográficas de Mandarinas, que tuvo su nominación a los Oscars “extranjeros” hace un par de años, como candidata por Estonia (a pesar de contar con director georgiano y una porción importante de la producción de ese país), se reducen a la precisa reconstrucción de tipos y un tratamiento realista de situaciones de tensión, enfrentamiento, discusión y, finalmente, de una posible reconciliación. Atravesado por un humanismo desguazado, reducido a su esencia más voluntarista, el film se desarrolla –a pesar de la exuberante naturaleza que rodea a los personajes– como un drama de interiores, al punto de que por momentos no resulta difícil imaginarla como una pequeña tragedia ideal para las tablas. La llegada de un grupo de soldados georgianos y, casi al mismo tiempo, de dos mercenarios chechenos a las órdenes de los separatistas, inicia un derrotero de violencia que culmina con dos hombres de origen estonio (uno de ellos, Ivo, un carpintero bastante mayor; el otro, un campesino dedicado al cultivo de mandarinas) dando asilo a dos representantes de las fuerzas en pugna. Una parte importante de los noventa minutos de proyección está dedicado a los esfuerzos de Ivo por evitar que los dos soldados, ambos heridos, terminen matándose bajo su techo. Un poco como ocurría en El último día, del bosnio Danis Tanovic, aunque sin su vertiente absurda y sarcástica, las irreconciliables diferencias del comienzo comenzarán lentamente a dejarle un resquicio a la posibilidad del diálogo, todo ello apoyado por las cabales actuaciones del cuarteto central. Pero la guerra... siempre la guerra. Con su prolijidad expositiva, una fotografía puntillosa y cierta gravedad académica, Mandarinas es el clásico exponente del film entregado en cuerpo y alma al mensaje, donde la corrección formal y las mejores buenas intenciones son, al mismo tiempo, el punto de partida y el destino último.
Bello cuento moral que a la vez es lección de cine Pocos datos son necesarios. En 1992-3, alentada por Rusia, la provincia de Abjasia lanzó una guerra para separarse de Georgia (un país poco más grande que Jujuy). Cerca de 10.000 personas murieron en dicha guerra, casi todas por "limpieza étnica". Por suerte nada de eso vemos en esta película, ni es necesario que lo veamos. La acción sucede en las afueras de una aldea de inmigrantes estonios, casi todos los cuales ya se escaparon. Sólo quedan un viejo carpintero y su amigo y vecino, únicos brazos para la inmediata cosecha de mandarinas, que arriesga perderse. Por ahí anda también, cada tanto, el médico rural. De pronto, a pocos metros, sucede una escaramuza. Unos militares mueren, dos quedan heridos. El viejo los lleva a su casa, sin importarle a qué bando pertenecen. Cumple así una antigua ley de hospitalidad, que está en la tradición de musulmanes y católicos ortodoxos pero casi nadie cumple, y menos en tiempos de guerra. El detalle es que uno de los heridos defiende la integridad de su nación, y el otro es un mercenario pagado por los separatistas. Se odian, lo cual es comprensible. Pero deberán vivir bajo el mismo techo, custodiados por el viejo hasta que se curen y puedan salir a matarse. Tal es el planteo de esta película, de factura pequeña pero precisa, muy buena en todo sentido: personajes, actores, situaciones, escenas de humor y de tiros, vueltas de tuerca, moraleja final, tranquila, simple y emotiva. Más que un alegato contra la guerra, como suele decirse, es un elogio del sentido común, de las buenas costumbres, la vida digna y apacible, el respeto mutuo y la comprensión del otro. Un cuento moral, contado con toda sencillez y mucha hondura. Y también, para quienes se interesen, es una lección de cine, porque se maneja con unos pocos medios, pero muy bien usados. Tal vez alguno se acuerde: "Mandarinas" era la candidata pobre a los Oscar del año pasado, la quinta detrás de "Ida", "Relatos salvajes", "Leviatan" y "Timbuktú. Tan pobre, que su producción apenas había costado 650.000 euros. Se asombraban en Hollywood. "Es que en Georgia todavía hay cosas baratas, y algunas me las regalaron o me hicieron descuento", explicaba el autor, sin darse muchos aires. El autor es Zaza Urushadze, el hijo del arquero Ramaz Urushadze. Y ésta es la primera coproducción estonio-georgiana que asoma por estos lares. Ojalá haya otras. (Para distenderse, hay otra historia de conflicto similar, pero no muy seria que digamos: la comedia rusa "Kukushka", donde una linda jovencita lapona se lleva para cuidados intensivos en su choza a un soldado finlandés y otro soviético, mientras afuera ruge la guerra contra los alemanes).
Es una historia atractiva, se luce su fotografía, con esos estupendo paisajes, una iluminación apropiada que va generando interesantes climas, tiene tensión, emoción, con correctas actuaciones y con situaciones hasta teatrales.
Ivo es un señor mayor que vive solo, con un vecino, en una plantación de mandarinas. La guerra entre georgianos y chechenos convierte ese terreno en zona de enfrentamientos. Uno de ellos sucede frente a sus ojos, y quedan dos sobrevivientes, soldados de distinto bando que en su casa se recuperan de las heridas. ¿Hay lugar para la solidaridad y la camaradería en el absurdo de una guerra? ¿Hasta dónde se puede mantener la humanidad en la carnicería humana? Un manifiesto antibélico bello y entrañable en una película a la vieja escuela que fue nominada al Oscar.
Una fábula para la paz. Poco importa que en Mandarinas (2013) se utilice el dispositivo cinematográfico y la puesta en escena con la funcionalidad del mensaje que el director georgiano Zaza Urushadze pretende dejar al espectador no como una lección de historia del conflicto post Unión Soviética ni tampoco como un discurso político camuflado de buenas intenciones.
Película de manual y lección humanista, Tangerines es la típica película antibélica que contrasta con los panfletos reaccionarios que siempre están nominados en categorías más relevantes, como es el caso de Francotirador (que a pesar de cierta ambigüedad difusa funciona en su recepción como propaganda). Siempre hay que equilibrar un poco el patriotismo raso e identificar algún alegato universal por la paz que nos recuerde la buena voluntad de los hombres. La película del director georgiano Zaza Urushadze sitúa su relato en Abjasia, territorio en disputa tras la disolución de la Unión Soviética. El tiempo elegido es 1992, y quienes aquí se enfrentan son los chechenos y los georgianos, aunque Urushadze circunscribe convenientemente el conflicto a un ocasional enfrentamiento que tiene lugar en una zona rural aislada, en donde vive un carpintero junto con un amigo que cultiva y cosecha mandarinas. Es así que, tras un tiroteo entre los dos grupos enfrentados, un miembro de cada compañía gravemente herido sobrevivirá gracias al inusual gesto de solidaridad por parte de Ivo, que no solamente sabe trabajar con la madera sino que también es capaz de tallar el alma de los hombres hasta superar la animadversión incontrolable de sus huéspedes. ¿Podrán convivir los enemigos? Como suele suceder en este tipo de películas, lo que importa es ilustrar el mensaje pacifista: un par de actores creíbles, una administración eficaz de los momentos de tensión y distensión en lo que respecta a los vínculos, una fotografía adecuada que le conceda la gravedad requerida, un poco de música para matizar y una apelación suspicaz a creer que en el fondo –váyase a saber qué significa esa metáfora topológica– los hombres son buenos. Es decir: el cine como sucedáneo de una catequesis humanista.
Enemigos íntimos “Mandarinas” llegó a la cartelera local con mucho retraso. Esta película procedente de Estonia estuvo nominada a los Oscar como mejor filme extranjero en 2015, en la misma terna que “Relatos salvajes”, y su historia se sitúa en una geografía muy lejana. Sus personajes se ubican en las montañas del Cáucaso, a comienzos de los 90, después de la desintegración de la URSS. Allí estalla una guerra entre Georgia y Abjasia, y los estonios, que habían vivido en esas tierras por más de un siglo, deciden volver a su país natal. Los únicos que quedan en esos pueblos casi desiertos son Ivo, un viejo carpintero, y Marcus, un vecino que cultiva mandarinas. Pero la guerra se viene encima y un día, a metros de sus casas, se produce un enfrentamiento que deja muertos y heridos. Ivo y Marcus deciden rescatar a los dos heridos, que se instalan en la casa de Ivo y que resultan ser acérrimos enemigos: uno es un mercenario que lucha para los chechenos (musulmán) y el otro es un georgiano cristiano. El director Zaza Urushadze se mete en esa casa rural para mostrar cómo es la vida cotidiana en medio de una guerra, y refleja las tensiones del conflicto en medio de cuatro paredes. Los enemigos logran convivir bajo el mismo techo entre insultos y amenazas, que son cortadas de plano por el espíritu conciliador del dueño de casa, que dice todo sólo con la mirada. Con la muerte a la vuelta de la esquina, los personajes de “Mandarinas” se expresan con pequeños gestos y diálogos concisos. No hace falta decir mucho cuando lo urgente es sobrevivir. Tal vez el mensaje pacifista que cruza la película resulte algo simplista, pero en la figura de su protagonista, en su mirada serena, la película encuentra una gran excusa para hacernos creer que es posible cerrar las heridas.
En tierra de nadie Nominado para los premios de la Academia de Hollywood y los Globos de Oro como mejor película de habla no ingles, es un simple, sencillo, conmovedor, y no menos profundo alegato contra el sinsentido de la guerra. Es una fabula pequeña que no necesita de demasiado para establecerse como una pequeña joya, desde las primeras imágenes sobre un bellísimo paisaje engrandecido a partir de la banda de sonido, nos establece en el espacio en que se sucederán las acciones. En 1990 estalla la guerra en una provincia georgiana que busca la independencia. Ivo, un estonio, decide quedarse, a diferencia del resto de sus compatriotas, para ayudar a su amigo Margus con la cosecha de mandarinas. Al comenzar el conflicto dos soldados contrincantes, uno checheno el otro georgiano, quedan heridos. Ivo los lleva a su casa, se obliga, sólo por cuestión humanitaria, a cuidar de ellos. Todo el relato se va construyendo, a partir de un gran guión donde la vedette son los diálogos, en una situación de tragedia, sin estar ausente el humor, y sin otro argumento que explorar el sinsentido desde la moral y la ética. Los tres personajes suscriben sobre un acuerdo impuesto por el dueño de casa, no habrá violencia mientras permanezcan en su hogar, situación que hará que la permanencia sea prolongada a causa de las heridas de cada uno. La idea no es original, “Infierno en el Pacifico” (1968), de John Boorman, y la que da título a esta nota, cuyo titulo en ingles es “No mans land” (2001), de Danis Tanovic, dan cuenta de esto. En esta producción la escasez de recursos tecnológicos son utilizados para adentrarse en los personajes, en sus historias, en el interior de cada uno de ellos, es ahí donde el director descubre los mecanismos para construir una posible no ficción tan transparente como precisa. Sin demasiadas metáforas, todo un llamado a la reflexión. De estructura narrativa clásica, de progresión dramática sin vueltas ni efectos, apoyados en el guión, la dirección de arte, la fotografía y la banda de sonido, pero principalmente en las actuaciones del cuarteto principal. Explayarse más casi va en detrimento del texto mismo. (*) Dirigida en 2001 por Danis Tanovic.
Los dos más odiados Al igual que en la última película de Quentin Tarantino, Los 8 más odiados, en la premiadísima Mandarinas, de Zaza Urushadze, varios personajes terminan recalando (algunos de forma un tanto fortuita) en un mismo recinto, un grupo de tipos distanciados por diversas cuestiones vinculadas con la guerra y las diferencias étnicas y religiosas, también políticas, lo que hace que la narración se sostenga en la tensión que reside en esos vínculos a punto de explotar (dos soldados enfrentados heridos, y dos hombres simples a su cuidado y contención). Mandarinas es, como la de Tarantino, también una película teatral no sólo por cómo centraliza su atención casi en un único espacio cerrado, sino además por la forma en que dispone a los personajes en el plano, haciéndolos mover y por lo tanto modificando los puntos de interés y de información sobre lo que vemos. Claro, lo que diferencia a una película de la otra es la intención final de sus directores. Mientras a Tarantino lo moviliza una maldad intrínseca potenciando la podredumbre de sus personajes irredimibles, a la vez que cincela sobre la tosquedad de ese film en exceso barroco una serie de referencias, citas y homenajes que, incluso, mencionan a su propio cine, en Urushadze lo que sobresale a partir de su puesta en escena controladísima y su calculado crescendo dramático y trágico es el mensaje bienpensante sobre el horror de la guerra y el absurdo de los hermanos asesinándose entre sí. Tarantino toma las tensiones de la Guerra Civil norteamericana para generar polémica y reforzar la idea de que aquellas tensiones se sostienen hoy, mientras que Urushadze se vale de los conflictos bélicos entre chechenos y georgianos para un alegato pacifista en extremo simplista. En verdad hace mal uno en comparar películas que nunca se imaginaron cercanas, pero bien vale ponerlas en abismo para reconocer cómo el cine, el verdadero cine, el de los grandes directores que imaginan y piensan cada imagen y ponen en crisis los discursos, supera cualquier intención que excede al arte, como es la diplomacia de un tipo como Urushadze. Y no es que Los 8 más odiados me parezca un film irreprochable (de hecho me resulta tedioso en su provocación adolescente y caprichosa), pero en la frialdad académica de esta coproducción entre Georgia y Estonia hay tanta vocación por agradar que resulta bastante repudiable. Lo peor de películas como Mandarinas es que ni siquiera están mal. De hecho los cuatro protagonistas están notables y son pilares indisimulable de los logros del film, y hasta la composición de esos personajes simples y puestos en fricción sólo por los absurdos de las ideologías y los extremos de alguna manera justifica la mirada plana sobre la guerra y lo humano. También es digna de destacar la música, una melodía que es un himno mortuorio que de alguna forma anticipa el callejón sin salida en que la historia introduce a los hombres simples. Porque es eso, un cuarteto de tipos simples que de la noche a la mañana se enfrentan a lo inevitable. Tal vez el mayor problema de Mandarinas no sea la propia película, sino más bien lo funcional que resulta a ese público que piensa el cine como un catálogo de lugares comunes y frases hechas sobre la humanidad.
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En una de las primeras escenas de “Mandarinas” (Estonia, 2014) de Zaza Urushadze, al protagonista, Ivo (Lembit Ulfsak) le dicen, luego de quitarle alimentos y de ponerlo en una situación complicada “Lamento que los hombre buenos como tu envejezcan”. En esa primera sentencia, contundente, descriptiva, se pone en claro cuál será el rol del personaje en esta historia de tolerancia, reflexión sobre la condición humana, perseverancia, y, sobre todo, lucha por ideales, en las que Urushadze logra transmitir la urgencia de una zona atravesada por la violencia y la mezquindad en la que la humanidad tiende cada día a desaparecer por caprichos y reproches. Enfocando la acción en 1992, en un instante de la guerra entre Abjasia y Georgia, Ivo, un anciano recolector de mandarinas junto a su compañero Magnus (Elmo Nuganen), verán como su realidad de trabajadores se modifique al tener que albergar a dos sobrevivientes de un atentado, cada uno con su nacionalidad e ideología. La casa de Ivo será el espacio en el que la acción se desarrolle y en donde el enfrentamiento externo entre abjasianos y georgianos, que está diezmando la zona, termine por replicarse en el interior al comenzar, luego de varios días de reposo, a interactuar el checheno Ahmid (Giorgi Nakashidze) junto con el georgiano Niko (Misha Meskhi). La tensión entre ambos marcará el pulso de un guión que, sin golpes bajos ni eufemismos, a lo largo de casi dos horas, intenta reflexionar sobre la posibilidad de paz y entendimiento entre los seres humanos. La casa de Ivo será el lugar de paz, ya que entre los enfrentados un pacto de tregua iniciará la posibilidad de diálogo para poder, al menos durante la recuperación de cada uno, tener un momento de paz. Urushadze, quien también es autor del guión, logra que a través de las rutinas de la casa, se pueda ir tejiendo un complejo entramado narrativo, en el que ninguna interacción es librada al azar. Todo aquello que los protagonistas se dicen o hacen tendrá luego una repercusión inmediata en la acción. La cosecha de mandarinas espera a que el conflicto se solucione, pero al no llegar a una pronta culminación, la misma comienza a perderse con la misma rapidez que la enemistad entre los protagonistas continúa avanzando. El director filma con escepticismo cada plano que busca contextualizar su narración, así no sólo se permite que el campo sea una mera excusa que acompaña al escenario principal, la casa de Ivo, en el que los sucesos se desarrollan. Hay una fuerte importancia a la palabra como fundadora de sentido, pero también como vehículo para que esa humanidad perdida, pueda volver a recuperar algo de fe. Magnus cree que Ahmid matará a Niko, pero Ivo le dice “me dio su palabra que dentro de la casa no lo hará”, reforzando esa idea primigenia. Negocios en medio de la guerra, música que sólo puede ser escuchada con un casete que nunca termina de tener la cinta en el lugar que se necesita, la comida como instancia de reunión y comunión entre diferente, y, principalmente, la evocación a la amistad para terminar de consolidar un cuadro de estado o situación emergente, son tan sólo algunos de los motores narrativos de “Mandarinas”, filme necesario y contundente.
Una postal de la disolución de la Unión Soviética: estalla una guerra en una provincia georgiana y un par de señores se quedan a pesar de todo a cuidar su cosecha de mandarinas, hasta que tienen que cuidar a un par de soldados heridos. Hay algo de costumbrismo y algo de humor, pero lo más interesante es la postal del caos que sobrevino a la disolución de ciertos discursos. Bella por momentos; en otros parece demasiado armada para lucrar con el pintoresquismo.
En los años 90 estalló la guerra de Abjasia (1992-1993), una provincia al oeste de Giorgia que buscaba la independencia; dicho conflicto armado involucró a una agrupación paramilitar formada por varios pueblos del Cáucaso: entre ellos Osetios, Chechenos y Cosacos, quienes se sumaron a la causa separatista de Abjasia en contra de Giorgia. La película transcurre durante esa guerra en una región que anteriormente estaba habitada por estonios, pero la mayoría de ellos había regresado a Estonia que para ese entonces era un país libre y solo permanecían allí unos pocos como Ivo, un hombre mayor muy hábil en el trabajo con la madera, que esta ayudando con la cosecha de Mandarinas a su amigo y vecino Margus, quien espera poder venderlas para regresar a su país definitivamente. Se produce un enfrentamiento cerca de la casa de Ivo. Margus e Ivo entierran a los muertos y rescatan a dos soldados enemigos heridos: un checheno y un giorgiano, a quienes Ivo decide llevar a su casa para atenderlos. El checheno Ahmed intentará matar a su rival giorgiano Niko al descubrirlo allí, desatando un nuevo conflicto entre esas cuatro paredes y convirtiendo la casa de Ivo en el nuevo campo de batalla, por lo cual Ivo deberá oficiar de mediador entre ambos para evitar que se maten entre ellos. Mientras que Ahmed es un mercenario que decidió ir a la guerra por dinero, Niko en cambio solo lo hizo porque sintió que era su deber. Este relato antibélico es un verdadero canto a la vida, que retrata una parte de la guerra desde una perspectiva mucho más intimista, al plantear la posibilidad de que dos personas muy distintas en cuanto a su ideología política y religiosa puedan aprender a convivir en paz y a respetarse mutuamente. Esto es lo que Ivo intentará enseñarles a estos dos soldados enemigos porque a diferencia de ellos Ivo es un pacifista, un hombre compasivo, de gran entereza y buen corazón. Este film originario de Estonia y Giorgia fue nominado a los Globos de Oro y a los premios Oscar 2015 como Mejor Película en Idioma extranjero. También obtuvo otros premios a los largo de su recorrido por festivales internacionales como Mejor Película en el Festival de Cine de Jerusalem, Mejor Película en el Festival de Cine de Varsovia y el Satellite Award de la International Press Academy como Mejor Película de habla no inglesa. Parece una película chiquita pero dice mucho, está muy cuidada en cada detalle desde la construcción narrativa hasta las actuaciones que son impecables. Esta protagonizada por: Lembit Ulfsak como Ivo, Elmo Nuganen como Margus, Giorgi Nakashidze como Ahmed, Misha Meski como Niko y Raivo Trass como Juhan, un médico estonio que ayuda a Ivo y a Margus atendiendo a sus invitados heridos. Fue escrita y dirigida por Zaza Urushadze. Cabe destacar también la hermosa fotografía realizada por Rein Kotov y la banda sonora compuesta por Niaz Diasamidze que la acompañan, logrando así un relato sólido, conmovedor y emotivo.
Un bello poema sobre el sinsentido de la guerra Durante siglos los pueblos del Cáucaso mantuvieron conflictos constantes por el dominio de sus tierras. Ya en el siglo XX estos volvieron a recrudecerse por dos décadas (80 y 90), y en ellos se vieron involucradas las repúblicas de Georgia y Abjasia. Esta guerra dejó un saldo de más de 50.000 refugiados, además de miles de heridos y muertos. Después de la caída de Unión Soviética, Georgia restablece su antigua Constitución fechada en 1921. Los abjasios, al ver anulado su nivel de autonomía, declararon su propia independencia el 23 de julio de 1992. Esto generó que Abjasia se transformara en refugio de grupos enfrentados al gobierno central de Georgia. Y, a su vez permitía al gobierno de Georgia invadir Abjasia provocando la huida del gobierno independentista. La derrota de los rebeldes provocó, en una primera instancia, la formación de una Confederación de Pueblos Montañeses del Cáucaso: una agrupación paramilitar de diferentes pueblos pro-rusos (osetios, cosacos, chechenos, etc.) de la zona. El filme “Mandarinas” (mandariinid, o tangerine, 2013), del director y guionista georgiano Zaza Urushadze, que representó a Estonia en los premios Oscar, es una fábula antibélica que en si misma plantea la relación de los opuestos en un pormenorizado estudio sobre sus cuatro personajes principales. Y en cierto modo es a la vez un análisis de la idiosincrasia de las etnias a las cuales pertenecen. Por otra parte, en la segunda mitad del siglo XIX, en Abjasia(vertiente suroccidental de la cordillera del Cáucaso) se establecieron muchas aldeas estonias. La guerra abjasio-georgiana, alteró esa apacible vida campesina que los habitantes estonios llevaban en esas tierras. La mayoría de ellos decidieron regresar a su patria histórica, pero a la vez desconocida. el protagonista, Ivo (excelente interpretación de Lembit Ulfsak), decide quedarse y la relación con su familia es a través del retrato de su nieta, apoyado sobre una repisa, como si ella desde la distancia le infundiera valor para quedarse. Ivo, en su limitado taller de carpintería, sólo tiene un cliente, el bonachón Margus (Elmo Nüganen), un campesino estoniano que vive de la recolección de mandarinas. Él fabrica las cajas de madera que servirán para el transporte de la fruta. La guerra recrudece, y los ataques de uno y otro bando son más cercanos al hogar de Ivo y de Margus. Los enfrentamientos entre grupos de georgianos y de legionarios chechenos que luchan con los abjasios, van sembrando los campos de muertos. Ivo, con su rectitud y humor caustico, mientras trabaja en el taller, escucha una serie de disparos seguidos de una fuerte explosión. Dos grupos se han enfrentado. Ivo lleva a su casa al herido, un georgiano, y lo encierra en un cuarto porque en el otro tiene a un checheno que había sido herido en una escaramuza anterior. El hombre les hace prometer que mientras estén bajo su techo se respetarán y no intentarán matarse el uno al otro. Para ello apela al sentido moral y a los códigos de honor de cada uno. “Mandarinas” reflexiona sobre el valor de la vida y el absurdo de la muerte ante la guerra. Podría incorporarse a la pléyade de películas antibelicistas que han intentado dar una llamada de atención al mundo desde distintos puntos de vista, pero con complejidades parecidas. Con “El árbol de lima (Eran Riklis,2008) se aborda el conflicto palestino-israelí, y con ella comparte la excusa de los cítricos; con “En tierra de nadie” (“No man's land”, “Ni#269;ija zemlja”, Danis Tanovi#263;, 2001) que toma la guerra de Bosnia de 1993, coincide con el tema del encuentro de dos soldados enemigos: uno bosnio y otro serbio. También se vincula de alguna manera con “Noche de paz” (“Joyeux Noel”, 2005, Christian Carion), cuando en 1914 soldados alemanes, franceses y escoceses celebraron juntos la noche buena; con Kukushka (2002, Aleksandr Rogozhkin), el personaje es una mujer lapona que cuida de un soldado finlandés y de uno soviético durante la Segunda Guerra mundial; “Mi mejor enemigo”(Alex Bowen, 2005), se basa en el conflicto del Beagle que enfrentó a Chile con Argentina; “Cofrade”(2011, Petter Næss): en una Noruega en guerra los enemigos se convierten en amigos, o como “El silencio del mar” (“Le silence de la mer”,1949), de Jean-Pierre Melville, trata sobre una casa cerca del mar en la que deben alojar a un oficial alemán un anciano y su sobrina. La guerra de los cítricos hace referencia a que los que combaten son sólo hombres luchando por la tierra en la que crecen mandarinas, como podrían haber crecido otras frutas, no importa el objeto, importa la razón, y ella está representada por la tierra. No importa a qué bando pertenezcan, siempre morirán solos, desnudos y olvidados, y en algunos casos hasta estarán compartiendo una multitudinaria fosa común perdida por los campos, donde volverán a crecer los sembrados. Escrita en sólo dos semanas y filmada en un poco más de un mes, el director de cine georgiano Zaza Urushadze consiguió con su pequeña, pero entrañable, película, ganar en los festivales de: Varsovia, Bari, Palm Springs, Seattle. Ser finalista a mejor película extranjera en los Globos de Oro, y en los Oscar de Hollywood 2015. La fotografía de Rein Kotov es excelente. Todo su esquema fue poner siempre un punto de fuga sobre colores que se van diluyendo hasta alcanzar el objetivo de un primer plano, a veces sobre un rostro, otras sobre las casas, otras en el paisaje. En cierta forma logra que los objetos cobren vida, es decir esa cotidianeidad que les da el uso como: un té que se enfría, el humo que se pega a la ventana, la radio cuya música se entremezcla con el ruido que provoca la sierra al cortar la madera, la cocina de leña que arde permanentemente, al igual que los ánimos de los que pelean. La bellísima música del compositor georgiano Niaz Diasamidze, es desde el negro inicial el leiv motiv, con sencillos acordes de un “panduri”, (laud popular de Georgia), la que acompañará durante todo el filme el viaje de esos personajes que tratan de escapar a la muerte, y al olvido, para sumergirse en una realidad incomprensible y trágica. Pero lo más interesante, como si fuera un planteo teatral, es la propuesta que los conflictos, sean bélicos o por cualquier otro motivo, siempre son individuales, y aunque en el afuera la guerra avanza, el núcleo dramático ocurre entre las cuatro paredes de la casa, donde deben convivir dos enemigos que pueden unirse cuando su integridad es atacada por otro enemigo común: el ejército mercenario. La poética de “Mandarinas” reside en la habilidad del director para contar una historia que es semejante a la vida misma, plagada de momentos dulces y de sinsabores, de instantes de humor y otros de dolor. “Mandarinas” es una verdadera obra de arte porque mediante un bosque de árboles de mandarinas lleva al espectador a reflexionar, a la manera metafísica de Tarkovsvki, sobre: la obstinación de un hombre por mantener sus valores, que tienen algo de totémico e irracional, y es a la vez un tributo a la naturaleza, que ajena y extraña se mantiene inmutable frente a la perversión de las armas, pero también es un llamado a la paz, la concordia y a ponerle fin al sin sentido de la guerra.
Llega el estreno de Mandarinas de Zaza Urushadze, nominada al Oscar y al Globo de Oro. A partir de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas varios estados comienzan luchas territoriales basadas en conflictos étnicos y religiosos. En la región de Abjasia, Margus, un agricultor estonio se niega a dejar la región, ya que se encuentra próxima la cosecha de su plantación de mandarinas. Contará con la ayuda de su vecino, Ivo, que a la vez, fabrica cajones para dicha fruta. Ocurrirá un tiroteo entre fuerzas opuestas, casi en las puertas de sus casas y ambos cuidarán a dos soldados enemigos, uno checheno, otro georgiano, heridos en el conflicto. Nominada al Oscar y al Globo de oro como mejor película extranjera representando a Estonia, esta película hace del “Pinta tu aldea y pintarás al mundo” el eje de su sentido. Cuando lo que no tiene sentido es la guerra, como gran monstruo de la humanidad. Vecinos en guerra y vecinos en paz. Todos puestos en situación de un apremio que no desean, pero que intereses superiores los arrojan a vivir. Una situación pequeña, que actúa como caja de resonancia de un conflicto mayor, el de la guerra, retratado por un guión que va entretejiendo situaciones de absurdo, como también lo es cualquier conflicto bélico. Zaza Urushadze pone en escena una pequeña obra de cámara, que podría ser una obra de teatro, porque lo central está en los diálogos y en las actuaciones de unos actores extraordinarios. Pero no es sólo eso lo que agiganta una película modesta, que de a ratos crece al ritmo del género bélico con explosiones y disparos y por momentos se transforma en un western de hombres que van midiendo su hombría, su honorabilidad y sus lealtades. Y que van aprendiendo y comprendiendo que luchan por un conflicto, que quizás del otro lado del bando, se mueva por intereses poderosos que les resultan ajenos. Película de gestos mínimos, de acciones pequeñas, de apuntes precisos (por ejemplo hay un soldado que en su vida normal es actor de teatro, no de cine, porque allí no se filma casi nada), de diálogos certeros, no exentos de comicidad (como cuando Ivo y Margus arrojan un camión por la montaña y uno dice: “– Pensé que explotaría”, “Estallan en el cine, el cine es una gran mentira”) y de situaciones de tensión permanente. Su duración es concisa, menos de una hora y media, pero le alcanzan para delinear personajes y situaciones. Hay quienes pueden confundir todo esto con levedad, pero en el fondo es su calma y su visión a pequeña escala, lo que hace que su mensaje antibelicista sea tan profundamente poderoso.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Mandarinas, es, tal vez, la película más reconocida en los últimos años de Georgia. Proveniente de un país muy joven, retrata las consecuencias de una guerra ajena. La historia está situada en Abjasia, una república autónoma dentro de Georgia. Los conflictos étnicos llevaron a los paramilitares a enfrentarse con el gobierno georgiano durante unos años por la década de los 90. A diferencia del resto de los habitantes que emigraron a la ciudad para huir de los bombardeos, Ivo decide quedarse en su casa para ayudar a su vecino Margus con la recolección de mandarinas, la mejor cosecha que ha tenido en años. Ambos están solos en medio de una guerra civil. Tras un tiroteo próximo a sus viviendas, Ivo alberga en su casa a dos soldados heridos pero de bandos enfrentados. Cuando el checheno y el georgiano registran que están viviendo bajo el mismo techo, juran que al sanarse seguirán su lucha mano a mano. Pero durante ese proceso de curación, Ivo les hará darse cuenta lo absurda que es la guerra. Un cine joven retrata los recientes conflictos bélicos. Con diálogos sorprendentes, Mandarinas es una película antibélica, que muestra la generosidad de las personas que han transitado todo tipo de situaciones pero que no poseen rencor por el otro y, además, todavía conservan la capacidad de perdonar a pesar de todo. Quién se sienta atraído por Mandarinas, por su historia y calidez, también puede encontrarla en La isla de maíz, una nueva producción que se sitúa en el mismo territorio y problemática pero desde otro ángulo de observación.
Solos en un pueblo fantasma Las consecuencias de la guerra en primera persona, a través del relato que tiene como protagonista a un anciano estonio, radicado en Abjasia, escenario de un conflicto armado en los comienzos de la década del ‘90 del siglo pasado, es el tema central de la película de Zaza Urushadze, “Mandarinas”. Film que llegó a estar nominado al Óscar como mejor película extranjera de 2014 y al Globo de Oro como mejor película en lengua no inglesa ese mismo año. Realizada con un presupuesto limitado, pero con inteligencia y sensibilidad, con una fotografía de gran calidad y un elenco que impone respeto, “Mandarinas” pone el foco en la situación cotidiana de un hombre muy mayor que ha quedado solo en una vivienda rural, luego de que toda su familia, de origen estonio y radicada en ese territorio desde hace más de cien años, regresara a su lugar de origen, tras la liberación de Estonia, huyendo de la guerra desatada entre Georgia y Abjasia, por el dominio de esas tierras. Ivo es un carpintero que pasa el tiempo construyendo cajones para que su vecino, Margus, pueda colectar las mandarinas de su extensa plantación. Cuando comienza la película es justamente el tiempo de la cosecha, pero Margus no tiene gente que le ayude y se desespera por llegar a tiempo para concretar la venta de la producción al ejército georgiano y así juntar el dinero necesario para emigrar hacia Estonia, como ya hicieron todos los demás vecinos. Están en esa situación cuando la guerra llama a sus puertas y se instala, cambiando los planes de los dos amigos y generando una serie de hechos que pondrán a prueba sus talantes y sus principios. Ellos solamente intentan resistir en un lugar donde hasta poco tiempo atrás convivieron estonios, georgianos, chechenos, rusos, pero ese estilo de vida se ha extinguido con la irrupción del conflicto bélico, y ellos han quedado solos en un pueblo fantasma. Es así que un día, ante las puertas de la casa de Margus, se enfrenta una patrulla georgiana con dos mercenarios chechenos. Como resultado del enfrentamiento, mueren dos georgianos y un checheno, y sobreviven, aunque con heridas, uno de cada bando. Ivo corre a socorrerlos y los lleva a su casa, llama a un amigo médico y pretende curarlos hasta que puedan regresar a sus vidas. Con la ayuda de Margus entierra a los caídos. Y su casa se convierte en una especie de enfermería improvisada, ubicando a cada uno de los heridos en habitaciones separadas, porque son enemigos y podrían atacarse entre ellos. La historia que cuenta “Mandarinas” está concentrada en los esfuerzos que realiza Ivo, el mayor de todos los personajes, por poner orden y respeto bajo su propio techo, donde pretende que reine la paz y la convivencia, la ayuda solidaria y los valores humanitarios, dando él el ejemplo durante todo el tiempo. En su casa quedan vestigios y señales de lo que fuera la vida en familia, hasta que todos los otros huyeron a Estonia. Y cuando le preguntan por qué él decidió quedarse allí, responde con evasivas, guardando un secreto que recién se revelará al final. Así van pasando los días, mientras los heridos se recuperan y se van adaptando a las condiciones impuestas por Ivo, y Margus espera recibir ayuda para cosechar sus mandarinas. Estos hombres solitarios que sólo se tienen unos a otros y a nadie más, tratan de resistir pero la guerra sigue llamando a sus puertas y la sangre seguirá corriendo por ese terruño azotado por un conflicto étnico con ribetes religiosos. “Mandarinas” es un drama, cuenta una historia de violencia y dolor, donde se enfrentan individuos que pretenden vivir en un mismo territorio pero sin compartirlo con el otro. Ivo quiere demostrar que se puede, que es posible convivir en paz respetando las diferencias. Es por ello que este film resalta los valores humanitarios, el amor y la solidaridad, como la luz que ilumina el camino en medio de la oscuridad del odio, y la posibilidad de generar buenos sentimientos en aquellos que están atrapados en la lógica ciega de la destrucción. “Mandarinas” es un canto contra la guerra que transmite esperanza en medio de la desolación.