Del encierro a la libertad: En el comienzo es la sorpresa: de los vecinos del barrio de Ferreñafe y de su empleadora. Mari (María Luisa Suárez) es empleada doméstica en varias casas en Capital Federal, incluso desde hace muchos años trabaja en la de la realizadora cinematográfica Adriana Yurcovich. Su vida la dedica al trabajo y a asistir a la Iglesia evangélica. Ni sus vecinos o empleadores conocían la realidad de su vida doméstica. Ella no contaba nada y nadie tampoco preguntaba. Hasta que un día en un acto de valentía y empoderamiento, Mari decidió dejar su hogar y solicitó permiso para alojarse en la casa de la familia de la directora. Al tomar contacto con su historia, las realizadoras Adriana Yurcovivh y Marina Turieh (madre e hija) decidieron realizar un documental que la toma como protagonista, en contraposición a una vida siempre en rol secundario. La de Mari en el comienzo es la situación de una mujer proveniente del interior del país, que con escasos recursos y un hijo viene a Buenos Aires en busca de una vida mejor, pero se ve envuelta en el infierno de la violencia de género. Su pareja es un hombre celoso y posesivo, que se emborracha, le pega y la amenaza cuando se retrasa en sus actividades por algún motivo nimio. Este hombre lentamente fue coartando sus vínculos con la familia y permanentemente la menosprecia. El vinculo se perpetúa, pese al miedo, por los pedidos de perdón y las promesas de cambio, que pronto se desinflan, reiniciándose el circuito de maltrato. Una noche, la del 8 de Marzo, Mari regresa algo más tarde de la Iglesia luego de ver una película sobre la violencia hacia las mujeres. Su pareja ha puesto un candado en la reja de entrada y Mari no puede ingresar a su hogar, donde vive además junto a dos de sus hijos y nietos. Estas situaciones le dan el impulso para no regresar más. El candado es un elemento significativo: la sitúa como prisionera en su propio hogar, a merced del amo patriarcal que dispone de su cuerpo y de su voz como si fuera su propiedad. El documental, en clave realista, reconstruye la historia del pasado de Mari a partir de las conversaciones entre ella y la directora y la va siguiendo en su camino de transformación. Los primeros tiempos son difíciles: Mari tiene que lidiar con el acoso telefónico de este hombre que le pide regresar, con las habladurías injuriantes que siembra por el barrio, con el momento de realizar la denuncia policial como modo de ponerle un freno, con el enojo de sus hijos, que no entienden su reacción y viven su acto de emancipación como un abandono. A través de las fotos de su infancia, se desprende que Mari abandonó prontamente el colegio para trabajar desde niña en el campo en Santiago del Estero, bajo el rigor de un padre que le pegaba. La posición de Mari se inserta entonces en una genealogía de mujeres sin voz que, educadas en el mandato de la abnegación (reproducido en la actualidad como consejo por la iglesia evangélica), tomaban como natural el sometimiento del macho hacia ellas. Un aspecto interesante del documental es el cambio espacial en el cual va retratando a Mari y que va transmitiendo su cambio de posición subjetiva. Al comienzo, se la observa realizando tareas de limpieza o cocinando, como lugares tradicionales para la mujer. El cuerpo de Mari, poco a poco se desplaza hacia otros territorios. Cumple el sueño de terminar la escuela primaria y continua estudiando en el secundario. Se hace de nuevos amigos, recibe las visitas de su familia y se arregla para ir a bailar con sus amigas del barrio. El corte de cabello, abandonando el largo por uno más corto y determinado, traduce una profunda mutación interior. Mari ya no es esposa, madre y ama de casa; recupera su lugar como mujer deseante y posible de ser deseada. Recobra la alegría y el entusiasmo como producto del poder de decidir sobre su propia vida, sin ya importarle el qué dirán. Mari es una película austera y genuina que evita los vicios en que podría incurrir teniendo en cuenta la temática que aborda. Evitando el discurso panfletario, la abyección o la victimización de su protagonista, visibiliza la problemática de la violencia de género que continúan padeciendo muchas mujeres y retrata el camino de una mujer hacia su libertad, que no se desarrolla sin la sororidad entre mujeres.
Rescatada del fuego. La vida de Mari transcurre entre viajes desde Laferrere hasta Capital Federal, y viceversa. Mari trabaja como empleada doméstica en varias casas. Es reservada, enérgica y siempre con una sonrisa nerviosa en el rostro. Mari tiene hijos grandes, y está casada con Omar. Poco se sabe de su vida privada, salvo que le gusta acudir a la iglesia, en un principio cristiana y ahora evangelista… ¿un refugio quizá? Un día Mari sorprende a familiares y amigos, al irse de su casa. Arma su valija y pide refugio en el hogar palermitano de una de sus empleadoras, Adriana. Adriana es cineasta y junto a su hija Mariana, cámara en mano, deciden visibilizar la historia de Mari. Otra historia de violencia y maltratos, quizá por ignorancia, y de una mujer que siente el llamado interno de vivir como se merece, y superarse. La película comienza con testimonios de vecinos y familiares de su barrio. Algunos dicen sorprenderse del maltrato, otro la tienen más clara, como el mayor de sus hijos. Una decisión valiente y nada fácil la de esta mujer que deja toda una vida de costumbres arraigadas, así como la posibilidad de ver menos a sus nietos, para empezar de nuevo. Y más allá de los testimonios de quienes la rodean, hasta el del propio Omar, la cámara testigo registra y acompaña su transformación. Mari de a poco se va liberando, termina el primario y comienza el secundario; va a terapia; sale a bailar con sus amigas; recibe visitas de personas cercanas que no veía por culpa de Omar; hasta conoce a un amigo. De a poco su risa nerviosa, muta en una risa contagiosa y sincera. Mari literalmente muda de piel. Un testimonio limpio y muy honesto gracias al vínculo cercano con las directoras. Un testimonio que pone voz universal a tantas mujeres que padecen violencia de género y están invisibilizadas. A su vez la historia de una mujer que en vez de refugiarse en su dolor decide salir adelante cueste lo que cueste. Mari es “rescatada del fuego” (como en un momento de la cinta dice su ex marido al referirse que la “rescató” porque ella era una madre soltera cuando la conoció), pero ahora se rescata ella misma de la relación enfermiza que tenía con Omar. Mari se da cuenta que es momento de evolucionar, que es momento de amar de modo sano y ser feliz.
María Luisa (Mari para sus seres queridos) trabajaba desde hacía 30 años como empleada doméstica en la casa de Adriana Yurcovich, una de las dos codirectoras de esta película. Un día, Mari escapa de su muy modesto hogar en Laferrere y pide refugio en el de su empleadora. Está dispuesta a cortar con décadas de maltrato y abuso por parte de un marido alcohólico, hipercontrolador y por momentos incluso golpeador. Yurcovich y el resto de su familia (la otra directora, Mariana Turkieh, es su hija) no solo la cobijan sino que la empoderan para que cumpla el sueño de terminar la escuela primaria (hermosa la escena cuando dos de sus tres hijos ya grandes asisten emocionados a la ceremonia de graduación) y luego se anote en la secundaria. Mari vive y trabaja en la misma casa (“dos dias la tengo como empleada y el resto de la semana es mi huésped”, sintetiza en un momento Yurcovich), pero lo más importante es que esta mujer que ya es abuela (en algún momento la veremos reencontrarse con su única hija y sus nietas) también es alguien que quiere recuperar la libertad y el disfrute, la alegría de vivir, ver a sus amigas, salir a bailar, cumplir con sus rituales evengélicos, viajar a su Santiago del Estero natal con un hombre... Rodada durante más de dos años (lapso considerable que permite apreciar los avances y logros de Mari), la película es básica y sencilla en su dispositivo, sin alardes formales ni regodeos estilísticos, porque el eje está puesto en retratar con la mayor cercanía y pudor posible esta historia de vida sobre perder el miedo, sobre la posibilidad de reinventarse, sobre las segundas oportunidades, sobre la capacidad de superación frente a las circunstancias socioeconómicas y sexuales más adversas. Por eso, por su apuesta a la sororidad femenina, por el respeto en el acercamiento a su protagonista, por darle voz a quienes habitualmente no la tienen (las víctimas de la violencia machista) es que Mari emociona con recursos nobles y genuinos.
Mari es una mujer que trabaja como empleada doméstica en algunas casas de Capital Federal. Su vida es sencilla y aparentemente buena, hasta que un día deja el hogar en el que vive con su marido porque este la maltrata y llegó el momento de decir basta. Es así como se muda a la casa de sus patrones, dando lugar al documental que lleva su propio nombre. «Mari» es una historia inspiradora de superación, que muestra la fortaleza de una mujer, la capacidad de poder salir de una situación de violencia en la que estaba inmersa y la decisión y determinación de lograr empezar de nuevo. El documental nos ofrece una mirada intimista hacia la vida personal y el mundo de la protagonista, que a pesar de haber sufrido un pasado de maltrato físico y psicológico nunca deja de sonreír. Se nota la cercanía que tienen las directoras con la protagonista, son aquellas que le abrieron las puertas de su casa en el momento más difícil de su vida, y por eso consiguen que Mari tenga la confianza para contar todo lo que siente, lo que piensa y que relate los hechos de su pasado con total honestidad y sensibilidad. La protagonista genera una empatía inmediata con el espectador, a través de la bondad, la pureza, esa sonrisa contagiosa y el deseo de superarse que transmite. En todo momento está buscando hacer lo que le gusta, escalar obstáculos y seguir adelante. Uno de los puntos más fuertes del film es que no se propone ahondar en la violencia y los malos tratos, sino que busca pararse en un costado más positivo y optimista. Se puede salir de una situación así y renacer. El documental mezcla algunas entrevistas con la observación. Muchas veces los personajes hablan a cámara, mientras que otras son conversaciones obtenidas a partir de visitas o situaciones especialmente premeditadas para que formen parte de la historia. Así es como conocemos a la familia de Mari, la acompañamos en su paso por la escuela o las salidas. Somos parte de su cambio y su total libertad. En síntesis, «Mari» es un documental muy sentido y honesto, en el cual las directoras tienen una relación muy directa con la protagonista, algo que permite brindarnos una mirada honesta y profunda sobre su vida. Una historia que no se detiene solamente en los malos tragos, sino que busca ser inspiradora y servir de ejemplo para muchas mujeres que pueden estar pasando por situaciones similares. Es una manera de decirles que se puede vivir de otra manera, conseguir la libertad y felicidad.
Un relato de resiliencia y segundas oportunidades de Adriana Yurcovich y Mariana Turkieh Al rescate de María Luisa Suárez fueron Adriana Yurcovich y Mariana Turkieh, realizadoras, pero también empleadoras de la mujer, a la que deciden, tras un hecho violento y determinante en su vida, alojarla en su vivienda y así darle una nueva oportunidad para vivir. El relato, presentado de manera clásica, con una narración en off que incluye a Yurcovich dentro del plano, y a Turkieh, fuera, desarrolla el duro derrotero de María, o Mari, una mujer que tras los diferentes atropellos que sufrió por parte de su marido, decide, gracias a la ayuda de las realizadoras, cambiar drásticamente su destino. Tal vez algunos vean en este relato la cristalización de la ausencia del Estado ante la violencia de género, en momentos en donde hay mucho más de llenarse la boca con palabras y propagar miles de discursos sobre la importancia de erradicarla, pero, por otro lado, si un caso como el de esta película existe, tiene que ver también por la inercia e inexistente apoyo a las víctimas de un mal que lamentablemente sigue creciendo a pasos agigantados. Mari observa fotos de su infancia, en Santiago del Estero, y relata cómo eran sus días allí, “por ahí nos pegaba más de la cuenta”, dice, por su padre, un hombre descripto como de pocas palabras, pero que en esos castigos físicos, terminó por formatear a esta mujer al punto de ser objeto de aberraciones y una violencia desmedida, y mantenerse en el seno de un hogar violento por casi 40 años. Alternando con testimonios de los hijos de la protagonista, los que, aun sabiendo el doloroso proceso en cuerpo y alma vivía su madre, eran consecuentes con su padre y su violencia, Mari (2021) refleja el cambio de vida de una mujer que tenía sueños y aspiraciones, pero que terminó postergando por los demás cada paso que debería haber dado. Hay una escena lograda, en donde Yurcovich y Turkieh trascienden el hecho cinematográfico, y enfrentan al victimario. “Yo la rescaté del fuego”, dice el hombre justificando su accionar, “ella tiene su andar de joven”, manifestando desde su mirada misógina y violenta una posición que se replica en millones de pensamientos en todo el mundo. Independientemente de algunas cuestiones técnicas, Mari tiene a su favor el hacer una crónica del proceso de recuperación de María, de cómo, alejada de la opresión machista de su hogar, comienza a urdir vínculos con sus pares, a estudiar, a recibir visitas (en la casa ajena), a reconocer su sexualidad, y a empoderarse, y en todas esas actividades ella comienza a identificarse y a verse diferente, “quisiera que el mundo sepa que soy feliz”, grita. Yurcovich y Turkieh revelan honestamente sus vivencias junto a María, las transforman en una película y desde ahí construyen un discurso que invita a la reflexión acerca de cómo se puede transformar la vida de una persona, pero sin desatender que este hecho que realizan, en el ámbito privado, debería ser replicado por miles desde el Estado, quienes siguen mirando hacia otro lado cuando una mujer exige aquello que le corresponde luego de pasar años de violencia y agobio corporal y emocional.
¿Cómo filmar un cuerpo sin voz? O mejor dicho, ¿cómo filmar el gradual aumento de volumen de una voz hasta no hace mucho tiempo apagada? A la primera pregunta, las realizadoras Adriana Yurcovich y Mariana Turkieh lo resuelven de forma fácil y efectiva: a través de la voz de otros. Entre vecinos de Lafererre se nos presenta a Mari: una empleada doméstica que como tantas otras viaja regularmente del conurbano a Capital, de la periferia al centro, para limpiar casas de terceros; entre ellos la de la propia Yurcovich. Pero la historia de Mari, María Luisa, es también la de una herida larguísima que atraviesa a su madre y eclosiona en la realidad de miles de mujeres víctimas de violencia de género. La gente del barrio que la conocía coincide en el mismo argumento: uno nunca sabe qué pasa del otro lado de la puerta, uno puede mostrarse amable y adentro “ser un monstruo”. El rol de monstruo en este caso le corresponde a Oscar. Marido y golpeador. Posesivo y celoso. Una figura semi invisible para el documental, a la que nunca le vemos el rostro pero de quien, por declaraciones de ella misma, conocemos sus crueles conductas durante la relación marital. Desde tener que pedirle permiso para salir del hogar hasta reprimirse en lo que podía o no podía decir. Para la mente de su esposo, retrasarse de sus actividades diarias era sinónimo de engaño, de que estaba con otro; y desde ese control psicológico hasta el ejercicio de violencia física no existían puntos medios. Ahora bien, es la segunda pregunta -la de la consolidación de la voz- la que le interesa en verdad responder al documental. Es desde ahí, desde el inicio ascendente de la curva, desde el instante en que la protagonista decide abandonar ese averno para mudarse a una pequeña habitación en la casa de su empleadora donde se desprende el primero de tantos otros gestos empoderantes que irán transformando su vida hasta convertirla en lo que es y debe ser: una mujer libre con amigas, vida social y elecciones propias. Luego de deshacerse de su marido, en un turbulento proceso de hostigamiento telefónico, amenazas diarias y la separación forzosa para con el resto de sus familiares (entre ellos sus nietos, quienes viven bajo el mismo techo que su ex pareja) Mari da el siguiente paso: terminar el colegio primario. Una deuda que tenía pendiente y que se vincula de forma directa con su infancia en el campo. A los 11, 12 años, abandona la escuela y se pone a trabajar. Y esa crianza en el interior de Santiago del Estero contada a partir de fotografías de su niñez ya revela cómo se perpetúan ciertas lógicas patriarcales. Un padre que le pegaba a sus hijos con un rebenque cuando se negaban a cumplir tareas y una madre tan cariñosa como de pocas palabras para intervenir, no nos habla de otra cosa que de la normalización de una cultura de la violencia. La idea del sacrificio, del prescindir del deseo individual, de aceptar lo que uno tiene sin cuestionamiento alguno, es algo que mamó de chica, experimentó de grande y terminó reforzando a través de los preceptos de la iglesia evangélica a la que aún asiste. De una simpleza cabal, el documental va captando el giro de 180° que da la realidad de Mari una vez desvinculada de esa espiral negativa entre conversaciones en el living de la directora y los nuevos espacios a los que empieza a concurrir: el acto de graduación, las salidas con amigas, su primera participación en una marcha de mujeres. Su transformación es el camino del cautiverio a la luz. Deja de ser el apéndice de otro y ahora es ella quien toma las elecciones. Partiendo de esta idea, una osadía interesante hubiese sido que en determinado momento sea la protagonista quien tome la cámara de modo que a la voz se le sume también la revelación de una mirada. Sucede que a veces se respira una falsa espontaneidad en las escenas que comparte junto a la realizadora. Sin desmerecer el gesto sororo de Yurcovich / Turkieh al acompañarla en el lento reencuentro consigo misma, la distancia entre la retratada y documentalistas (al mismo tiempo su empleadora) no termina de quedar del todo saldada; lo que pone en duda, tal vez sin querer, cuánto hay de empatía verdadera y cuánto de material para capturar. Así y todo, instantes como la carcajada imparable de Mari al contar los “temas tabú” que charla con sus amigas se vuelve uno de los minutos más genuinos y liberadores de toda la película. Una risa que queda resonando como un epítome luminoso de su odisea hacia el empoderamiento.
Relato en primera persona de una víctima del abuso machista El documental de Adriana Yurcovich y Mariana Turkieh cuenta la emotiva historia de Mari, una empleada doméstica que abandona un hogar violento en busca de una mejor vida. Lamentablemente, la historia de Mari es bastante similar a la de cientos de mujeres que viven en hogares abusivos, donde corren peligro su integridad física y psicológica. Son varias las producciones argentinas que denuncian estos brutales atropellos, pero en este caso el ingenioso y un tanto polémico enfoque elegido por Adriana Yurcovich y Mariana Turkieh es lo que diferencia Mari de registros documentales similares. El resultado general es un perfil por momentos conmovedor, en donde la protagonista es también objeto de estudio de la experimentación e ideas de las cineastas. Mari era una persona cercana, de la vida cotidiana de las dos directoras, pero cuya intimidad era un misterio para ellas. Hasta que un día esta empleada doméstica se harta de la violencia de su hogar y decide irse, encontrando cobijo en la casa de sus patrones. A partir de esta situación traumática (tanto para la víctima como para la jefa de familia, que en un principio muestra su inquietud ante al alojamiento de su empleada) la vida de Mari pasa a primera plana y atraviesa la cotidianeidad de la familia. La conquista de los sueños truncos, la posibilidad de una nueva vida y las ganas de ser feliz forman parte del largo recorrido de la protagonista hacia el logro de una emancipación y la recuperación de la libertad, algo que durante tantísimo tiempo le fue negado. El documental podría haber concluido ahí, quizás con un enfoque más clásico que lograse cerrar una historia emotiva e íntima, pero hay comentarios y actitudes de la pareja de empleadores que despiertan una mirada un tanto más crítica en quien escribe. ¿Es un acto de solidaridad o caridad lo que los lleva a involucrarse?, ¿ven a Mari como un objeto de estudio? Preguntas que generan dudas, hacen ruido y a las que probablemente lleguen varios de los espectadores. Mari invita a repensar las relaciones más allá de las clases y ocupaciones, y se presenta como un espejo en el que vernos y ver, también, esos aspectos no deconstruidos que todos tenemos y a los que, a veces, les restamos importancia.
Se trata de un documental muy especial. Hablar de represión y violencia doméstica no es nuevo en el género, una problemática siempre vigente en nuestra sociedad. Pero esta vez la historia es realmente singular. Mari es una mujer que habla poco y que durante treinta años trabaja en la casa de la co-directora del film. Un día llega con el pedido de refugio porque abandonó su marido represor y violento que la tuvo dominada durante años. Un hombre que sistemáticamente la insultaba, golpeaba y disminuía porque había tenido un hijo soltera. Después de toda una vida Mari se atrevió. Y tuvo la dicha de que su empleadora Adriana Yurcovich le diera un cuarto para instalarse en su casa y después le propuso filmarla con su hija, la directora y productora Marina Turkieh. Madre, hija y Mari nos muestran el lento florecer de una mujer con poca formación que empieza a estudiar para terminar sus estudios primarios, secundarios y emprender los terciarios, pero por sobre todo es alguien que descubre las maravillas de la libertad, la posibilidad de darle un giro radical a su vida. Conmovedor y delicado trabajo, de gran respeto por una protagonista única mostrada como se debe.
"Mari", entre las buenas intenciones y lo éticamente discutible Llama la atención que una película cargada de buenas intenciones sea tan extraña y éticamente discutible. La Mari del título de este documental, dirigido a cuatro manos por Adriana Yurcovich y su hija Mariana Turkieh, es la empleada doméstica de la amplia casa familiar de las directoras, ubicada en el barrio de Palermo. Hace 30 años que Mari trabaja ahí, según cuenta la voz en off de Yurcovich al inicio del film, pero su vida es un misterio. Hasta que un día llega con un pedido inesperado: quedarse a vivir con ellos porque acaba de dejar la precaria vivienda que compartía con su marido en Laferrere, corazón de la zona más desprotegida del partido de La Matanza. Ese hombre se llama Oscar y, coinciden vecinos y Mari, no es precisamente tranquilo. Por el contrario, es un típico golpeador celoso y violento, de esos que esperan hasta que llegue la mujer para reprocharle tardanzas e intentos de independencia. La gota que rebalsó el vaso, luego de varias trompadas y amenazas con cuchillos, fue un candado puesto en el portón de la casa. Oriunda de un pequeño pueblo de Santiago del Estero, y con una etapa educativa que terminó a sus 10 años, cuando tuvo que salir a trabajar, Mari se fue con la promesa interna de no volver. Yurcovich y su marido, una pareja de intelectuales con un abultado poder adquisitivo visible en cada metro cuadrado de su casa, atienden al llamado de su empleada y le arman una habitación donde estaba la oficina de Adriana, puntapié para que las codirectoras inicien un rodaje que consiste, básicamente, en registrar la nueva vida de Mari. Una vida que incluye la posibilidad de reencontrarse con todo aquello que había dejado de lado, desde amistades y vida social hasta el estudio. Que nunca termine de quedar claro si la actitud gentil del matrimonio se debe a un acto humanista de solidaridad o una curiosidad interclasista, a una suerte de experimento de campo observacional sobre los usos y costumbres de los sectores más humildes de la población -aquel que pasa largas horas diarias viajando desde el conurbano profundo hasta sus puestos laborales porteños- dota al documental de una ambigüedad notoria, en tanto entre quien filma y la filmada se establece un vínculo atravesado por una dinámica de poder clara. En un momento, por ejemplo, con Mari cursando una escuela primaria nocturna, ella le pide al marido de Yurcovich que le firme el boletín. Él responde, en chiste, que no se lo va firmar porque estuvo saliendo de noche. Con una banda sonora destinada a reforzar los momentos de mayor emotividad –que la película equipara a los de superación personal de su objeto de estudio– y una urgencia formal que coquetea con la desprolijidad, Mari tiene su acto central en una visita –¿o excursión antropológica? – hasta Laferrere para hablar con el marido. Allí comprueban, efectivamente, que se trata de psicópata. La película, sin embargo, piensa en ese hombre como una excepcionalidad, como una rareza zoológica al que ni siquiera las imágenes de Mari en la marcha de Ni Una Menos logran ubicar en un contexto sociocultural donde la violencia machista sigue manifestándose a diario.
El documental de Adriana Yurcovich (El ambulante) codirigido junto a su hija, Mariana Turkieh, aborda la problemática de la violencia de género dejando que la historia respire, y pone el acento en la importancia de la solidaridad para salir de la opresión. Mari es María Luisa Suárez, una mujer que viaja todos los días desde Laferrere a Palermo, donde trabaja como empleada doméstica. Un día, le pide a Adriana, directora del film, si puede quedarse en su casa. No hace falta decir más que lo que relatan sus amigos y vecinos: la mujer sufrió violencia por parte de su marido por años y necesita de una red de contención para volver a empezar. Yurcovich y Turkieh muestran cómo Mari se va aclimatando a su flamante presente, que también implica superarse mediante el estudio y recuperar todo aquello que le fue quitado. Las realizadoras, quienes obtuvieron el premio SIGNIS en la última edición del BAFICI, filman con economía de recursos, cediéndole la palabra a Mari, una persona entrañable cuya transformación se percibe tanto en su cuerpo -deja de caminar como si cargara con el peso del mundo a cuestas- como en su mirada, que se va encendiendo a medida que los vínculos que creía perdidos regresan para escucharla. El documental refleja la apertura de quien estuvo puertas adentro, privada del disfrute de lo mundano, deja fuera de foco lo que ya está implícito y pone al frente el renacer de Mari, brindando así una visión esperanzadora sobre la reconstrucción femenina.
Mari es un documental sobre la emancipación de María Luisa Suárez, una empleada doméstica que después de vivir 37 años en pareja con un hombre que ejercía sobre ella una violencia cotidiana. Después de vivir pidiendo permiso para ir a cualquier lugar, desde la iglesia o ir hasta la casa de sus hijos, Mari toma una decisión que muchas mujeres no pueden tomar, que es irse de esa casa que funcionaba más como una prisión que como un hogar. La protagonista de este documental se tomó su tiempo, pidió consejo a una amiga que la conecta con una psicóloga y después de esa charla se decidió. Pocas horas después de esa charla ocurre una situación que la lleva a tomar su propio camino. Llamó a una de sus patronas y le dijo que necesitaba irse de su casa pero que necesitaba un lugar donde quedarse. Mari sabía que en esa casa había espacio posible y los dueños le hicieron un espacio. A partir de ese día, la vida de Adriana Yurkevich y su familia cambió absolutamente. La familia le da espacio desocupando una habitación que Adriana, la directora de la película, usaba como oficina y desde allí, además de enterarse de la historia de Mari, decide registrar el proceso de lo que empezó con una llamada telefónica pidiendo ayuda y encontrar una familia dispuesta a darle el espacio y acompañarla en un viaje de vida. Yurcovich asumió el desafío sabiendo que el resultado final podía salir mal. A partir de instalarse en esa casa del barrio porteño de Palermo, Mari reconstruye la vida de opresión que tuvo pero además inicia un proceso de crecimiento que incluyó la ayuda de profesionales, ir a la oficina de violencia doméstica de la Corte Suprema y terminar la escuela primaria. Mari entonces terminó la escuela como abanderada y también se encargó de transmitir su experiencia a mujeres que sufren su misma situación y luego siguió en el secundario nocturno. La risa de Mari contando la experiencia de hablar de sexo con amigas o reconquistando su independencia, es una imagen liberadora. Mari se libera pero además arrastra en su viaje a los que la rodean y le dan una mano. El documental llevó tres años de realización, hablan todos los que conocen a Mari desde antes de que tomara la decisión de irse de su casa, incluso habla el hombre del que se escapó. La red de contención que construye la protagonista desde su voluntad de cambiar su vida para lograr independizarse es mostrada en esta película que puede parecer chica, pero que transmite un poderoso mensaje de liberación y de solidaridad. MARI Mari. Argentina, 2021. Dirección: Adriana Yurcovich y Mariana Turkieh. Fotografía y Cámara: Lucas Marcheggiano y Mariana Turkieh. Sonido: Mariana Turkieh. Edición: Mariana Turkieh y Xi Chen. Música: Mariana Macchiarola. Duración: 81 minutos.
Mari: un documental que retrata la vida de muchas mujeres invisibilizadas en Argentina. Cuando empoderarse supone transformarse y transformar a los y las demás. Durante la hora y media que dura la cinta, conoceremos cómo el maltrato de género, generalmente silenciado e incluso aceptado socialmente, puede afectar todas los aspectos de la vida de una mujer. En este sentido, la historia de Mari, muy real y dura, resulta en una crítica social perfecta en un momento en el que al fin las mujeres nos estamos levantando y haciendo lo imposible por una sociedad igualitaria.
“Cuando Mari nos pidió refugio en casa, al principio fue solamente escuchar una historia que sabíamos que era la de muchas mujeres, pero que en mi familia conocíamos por los artículos periodísticos. De pronto, de un día para otro, esa historia se materializaba en un cuerpo, en una persona concreta, que estaba ahí, ahora, viviendo con nosotros”, señala Adriana Yurcovich acerca de su lúcido documental Mari, co-dirigido con Mariana Turkieh, actualmente disponible en la plataforma CINE.AR. Efectivamente, la historia de Mari es la de muchas otras mujeres. Es una historia dolorosa, sufrida y cotidiana. Pero, en este caso, Mari logra darle una vuelta a su historia y hacer de ella un lugar de esperanza y renacimiento. Porque Mari pasó mucho tiempo acostumbrada a no tener ni voz ni voto, maltratada una y otra vez por su marido, extremadamente desvalorizada. Pero, un día Mari se cansa, no aguanta más y abandona su hogar. Pide refugio en la casa de Adriana, donde trabaja como empleada doméstica. A pesar de las presiones, comienza otra vida. Nada le resulta fácil. Pero todo la reconforta. Mari es, antes que todo, un documental conmovedor. No sensiblero, sino emotivo. Y no emotivo en el sentido de buscar el llanto del espectador ante el sufrimiento de Mari y toda su historia traumática. Claro que es imposible que no se nos escapen algunas lágrimas cuando ella narra momentos de mucho sufrimiento. Pero son segundos. Mari, el documental, no buscar ubicarse en la oscuridad para articular su punto de vista. No es como tantos otros documentales que sí hacen eso. Porque acá el foco está sus pequeños grandes pasos hacia una nueva vida. Incluso uno podría decir que no hay nada extraordinario en ese proceso. Porque tampoco es la súperheroína de una película de Hollywood. Que Mari se haga cargo de su vida como lo hace la convierte en algo más interesante que una súperheroína: es, en cambio, un ser humano sin poderes mágicos con la capacidad y voluntad inclaudicable de no ser oprimida y sojuzgada ni una solo vez más. Yurcovich es la entrevistadora, a veces con una voz en off y otras veces como un personaje de película misma. Es evidente que el vínculo que comparten esta dos mujeres es de un gran respeto y sin un ápice de clasismo, y también se percibe el afecto y le cercanía propias las relaciones más nutrientes. Otro acierto: Mari es una mujer con un marcado sentido del humor, que impregna buena parte del documental. Otro elemento más para evitar todo tipo de solemnidad. Por eso creo que Mari no es retratada como un ejemplo a seguir – con toda la carga didáctica que ello tendría – sino como una persona a querer, una mujer con la que uno querría hablar horas y horas. Y de temas diversos de modo desprejuiciado, incluyendo los secretos del sexo. Otro tema prohibido en su vida anterior. Muchas cosas nuevas para alguien que se anima a entrar en un nuevo territorio.