La balada de la fotógrafa y el sicario El segundo largometraje de la realizadora colombiana Laura Mora Ortega, conocida por la popular serie Pablo Escobar: El Patrón del Mal (2012), es un film descarnado sobre las consecuencias de la violencia extendida que se registra en la ciudad de Bogotá como producto del desinterés de la clase política en el bienestar de la población. Paula (Natasha Jaramillo) es una joven alegre, estudiante de fotografía e hija de un profesor universitario que es asesinado delante de ella en la puerta de su casa por un sicario. Traumatizada por el acontecimiento y desconsolada por la pérdida del padre, la muchacha se cruza fortuitamente en un boliche nocturno con el asesino, cuya cara recuerda vívidamente y reconoce de inmediato. Ante la sorpresa y el desconcierto, las miradas se cruzan y comienza una extraña y forzada relación con él con la intención de matarlo para vengar el homicidio de su padre. Matar a Jesús (2017) narra desde la angustia de la protagonista la realidad de Colombia, donde cualquiera puede caer abatido producto de las paupérrimas condiciones sociales, la marginalidad y la pobreza endémica en la que los empresarios y políticos colombianos han sumido a la nación sudamericana. Paula busca desesperadamente conseguir un arma para perpetrar su venganza pero sus intentos son improvisados, con un total desconocimiento de los peligros a los que se expone pero con una determinación que la llevará a enfrentar cara a cara las contradicciones que aquejan a su país. La realizadora utiliza el recurso del choque cultural entre la chica de clase media alta y el joven marginal para descubrir la latitud entre la cercanía y la lejanía que define las relaciones y las distancias posibles entre ambos actores sociales y sus diferencias de clase, pero también sus similitudes y los puntos de contacto que los unen. Natasha Jaramillo y Giovanny Rodríguez logran construir una relación que oscila entre la tensión y la intensidad, absolutamente destinada a la tragedia pero cautivante, interpretando a dos personajes disímiles que se descubren mutuamente. La aventura de ambos jóvenes está musicalizada por el compositor argentino Sebastián Escofet, responsable de la banda sonora de films como El Clan (2015), Ardor (2014) y El Último Elvis (2012), con un temple que representa estas características de calidez y confrontación, cuestiones que recorren como un fantasma la ciudad de Bogotá, El guión en colaboración entre Ortega y Alonso Torres se apoya en estas diferencias sociales para realizar una radiografía de Colombia, sus problemas sociales y lo que la muerte deja a las víctimas y victimarios entre crimen y crimen. El opus también cuestiona categóricamente esta dicotomía construida a partir del dolor como respuesta a la pérdida y los actos de violencia a través de un emotivo examen de las motivaciones de los personajes, sus expectativas y sus vidas, o lo que la violencia ha dejado de ellas. La obsesión de Paula por enfrentar al asesino funciona así como una metáfora de la necesidad de toda la ciudanía de confrontación con un estado de violencia para entenderlo y abordarlo desde la comprensión de sus causas y consecuencias.
Acto de venganza. Historia de venganza y confesión personal, Matar a Jesús, de la colombiana Laura Mora (Antes del fuego), está rodada en escenarios naturales de Medellín y con actores no profesionales. Paula es una estudiante universitaria de Bellas Artes que presencia el asesinato de su padre, profesor de ciencias políticas de la universidad pública de Medellín. Al ver que la policía no sólo no hace ningún esfuerzo para resolver el caso, sino que además es tan corrupta que ha robado el reloj del muerto, la joven se cree obligada a actuar por su cuenta para encontrar al culpable. Unos meses después del asesinato, Paula se cruza con Jesús, el joven que cometió el crimen… El resultado es una película de denuncia, un retrato social interesante aunque desparejo, conviene recordar en todo momento el contexto en que se producen los hechos -Colombia, siempre desgarrada por las actuaciones guerrilleras y paramilitares, y asolada por el tráfico de drogas que, en mayor o menor medida, acaba afectando a todos los ciudadanos- lo que facilita la comprensión. Para ayudar, la realizadora confiesa que ha querido “generar preguntas alrededor del acto de venganza, de si continuar matándonos es una opción o si empezar a reconocernos en el otro, incluso cuando éste representa la humanidad más lejana, es quizás el camino hacia nuestra propia redención”. Laura Mora ha dedicado la película a su padre, al que un sicario asesinó cuando ella tenía 22 años. Evidentemente, esos hechos son la base sobre la que se ha montado la película aunque la autora no ha precisado hasta qué punto la ficción responde a una realidad vivida; parece bastante improbable que la estudiante burguesa descendiera hasta los bajos fondos de la ciudad, e incluso que en algún momento su vida se cruzara con la del asesino de su padre, aunque es indudable que, al menos en teoría, un supuesto así da mucho juego a la hora de elaborar la ficción. Es justamente a partir de ese momento cuando la película empieza a no resultar creíble, pese al estoicismo con que la chica asiste a las exhibiciones de crueldad y amoralidad de la pandilla del asesino, jóvenes drogadictos, camellos y sicarios, que arrastran una existencia de perros callejeros y que son, en suma, otras víctimas más de una sociedad en la que la infancia crece familiarizada con la muerte. Un asunto aparte es la dificultad para entender algunas frases, y en esta ocasión no soy crítico con esta película, ya que se entiende bastante bien, salvo alguna excepción en los minutos iniciales, y además me parece injusto que se valore este aspecto en el cine hablado en español, y no se comente eso mismo cuando la película está hablada en inglés, francés, ruso o chino y los protagonistas son adolescentes de barrios marginales. Entiendo que en esos otros casos por desconocer los idiomas no sabemos si se les entiende bien, pero es injusto y salen perdiendo las propuestas españolas o latinoamericanas.
Con un increíble juego de palabras para titular, la película de Laura Mora, “Matar a Jesús”, parte de una experiencia real: El asesinato del padre de la realizadora y guionista responsable también de “Pablo Escobar, el Patrón del Mal”. El film enmarca la historia en esa Colombia que la mayoría vemos por TV y otras tantos la padecen. Ese país que sangra violencia en contraste con sus sublimes paisajes es el escenario donde víctima y victimario están frente a frente. Y la cinta y los espectadores deciden qué hacer con la humanidad que nos queda, después de ver morir a la persona querida de la protagonista, y llegar a imaginarse a sí mismos en una situación similar. Porque ver la película indudablemente lleva al público a sentir o a cuestionarse: “y si me pasara a mí…” La vida de Paula, a la que llaman Lita, una estudiante de fotografía cambia drástica y radicalmente, cuando asesinan a su padre, un popular profesor de Ciencias Políticas, en una universidad de Medellín. Cuando se convence que la policía no quiere o no puede hacer nada para investigar el asesinato de su padre, la obsesión dirige sus pasos en un intento de justicia y busca al sicario; el problema es que lo encuentra. “Matar a Jesús” se ve todo el tiempo y se escucha en la primera persona de Paula. Es a través de ella, de sus ojos, de sus sentimientos como se ven los espacios propios de los personajes principales. La facultad, la vemos militando por los derechos de los estudiantes, los garitos y los ambientes en los que los jóvenes cuyas vidas no se valoran hacen “aquello que les piden, lo que haya que hacer”, incluso matar a una persona que ni conocen. Esa es la realidad de un sicario. Si bien el padre de la directora fue asesinado, ella nunca vio al asesino. Una noche soñó con un chico de su edad con el que compartían un cigarro en un mirador, secuencia reproducida en el film, que le confesaba ser el asesino de su papá. Los actores no eran profesionales pero llevaron sus papeles como si lo hubiesen sido de toda la vida. Solamente así la directora conseguiría que sonara en la pantalla grande el verdadero lenguaje de la calle. El punto en contra es que muchas partes están en dialecto y no se entienden, perdiéndose así parte de la historia y la eficacia y contundencia de un excelente guión. Sin subtítulos el espectador se pierde irremediablemente. La fotografía de la película sostiene la fuerza narrativa de una manera bien activa, hasta tal punto que se compara a la cámara de la protagonista con un arma. El guión en boca de los actores juega diciendo: disparar un arma es como disparar una cámara. Se enfoca bien y se dispara. En “Matar a Jesús” hay poesía. Aún en la violencia de las calles que se muestra y se narra, pero sobre todo está en la mirada de dos jóvenes perdidos en la maraña de una violencia que los envuelve irremediablemente, fagocitando sus partes de almas buenas. Ralentizando las imágenes frente a paisajes de horizontes inabarcables, matizándolas con una luz hasta onírica y con sonidos que contrastan con la violencia de los disparos, muestran la puja brutal entre un deseo de venganza y una vida que sobrevive vendiéndose al mejor postor. El final no es otra cosa que la resolución del dilema en el alma de Paula, concretar ese deseo obsesivo de justicia, que la propia justicia nunca resolvería, o el valor de una vida humana se tratara de quien se tratara en un país donde todos son víctimas o victimarios y viceversa. Una película altamente recomendable, que únicamente falla en lo defectuoso del audio que le juega en contra al guion.
La colombiana Laura Mora clausura Matar a Jesús con una dedicatoria a su padre. Toda la película gira en torno a su memoria: un hombre asesinado por un sicario por defender sus ideas. Lo mismo ocurre en la película: la protagonista, una joven estudiante de Bellas Artes, apasionada de la fotografía, es testigo del asesinato a balazo limpio de su padre, un profesor de la Universidad siempre dispuesto a decir la verdad, en una calle de un barrio residencial de Medellín. Aunque la cineasta no ha querido desvelar hasta qué punto la trama y la realidad corren en paralelo, convergen o se separan radicalmente, el caso es que aquí la chica decide, ante la ineptitud de la Policía y el Poder Judicial, tomarse la venganza por su cuenta. Mora entrega así una película que tiene mucho de denuncia, así como de confesión sentimental, pero por encima de todo plantea un interesante debate moral a raíz de la relación que se establece entre el asesino y la hija de su víctima. Una relación que habla de los orígenes de la violencia y de cómo la sociedad va plantando semillas para que esta surja entre las clases más humildes. Mora compitió en la sección de Nuevos Realizadores del Festival de San Sebastián con su segunda película. Antes había rodado el telefilm Antes del fuego (2015), sobre el asalto al Palacio de Justicia de Colombia, un hecho que cambió la historia de su país de una manera definitiva; y también había codirigido, junto a Carlos Moreno, la serie Escobar, el patrón del mal, que produjo la televisión de su país. Con Matar a Jesús, la cineasta sigue acometiendo retratos socio-políticos colombianos, aunque esta vez se sumerge en los bajos fondos urbanos y también humanos. La propia directora citó como una referencia crucial el estilo neorrealista de Víctor Gaviria, y la sombra de La vendedora de rosas (1998) y, sobre todo, Rodrigo D. No futuro están muy presentes en el film, al igual que la literatura de Fernando Vallejo, en especial su novela La virgen de los sicarios, que retrata los ambientes marginales con la misma aspiración casi documental que lo hace esta película. Construida alrededor de la tensa dinámica que se establece entre los dos protagonistas, Matar a Jesús plantea numerosas preguntas en torno al acto de la venganza, para acabar hablando de redención, pena y culpa. Así, una película en principio muy terrenal, aferrada a la realidad, y que retrata situaciones cotidianas del día a día de la parte más violenta (y sin control) de Medellín se desplaza brillantemente hacia el drama interno, va adquiriendo un tono asfixiante y tenso, además de ofrecer una postal nada condescendiente de una realidad social. Una foto perfectamente definida que lleva la firma de esa joven protagonista que nunca se separa de su cámara y que quiere vengar la memoria de su padre.
“Matar a Jesús”, de Laura Mora Por Ricardo Ottone En 2002 en Medellín, Colombia, el padre de Laura Mora fue asesinado a balazos por un sicario. El asesino nunca se identificó, el caso nunca se aclaró, perdido entre los miles de casos similares. Laura Mora tuvo que procesar su pérdida, la falta de justicia y de respuestas. Mas de quince años después con este, su segundo largometraje, la realizadora puede elaborar este hecho dentro de su obra y usarlo como punto de partida. El origen del film es situado por Mora en un sueño que tuvo donde un joven se le presentaba con la siguientes palabras: “Yo me llamo Jesús y maté a su papá”. A partir de ahí, imaginó una situación hipotética que le da a su film un carácter que es en parte autobiográfico pero hasta cierto punto y en parte es pura ficción pero inspirada en hechos reales. Paula (Natasha Jaramillo), la protagonista de Matar a Jesús, suerte de alter ego a medias de Mora, al igual que esta, es una estudiante universitaria. Su padre, profesor de la misma universidad, es asesinado en la calle por un sicario, pero a diferencia del caso de la realizadora, ella está con él en el momento del asesinato y puede ver (sin ser vista) el rostro del asesino. La investigación policial no avanza, el caso se estanca y Paula entra en una depresión motivada por la necesidad de justicia y la desesperación. Tiempo después, en una discoteca, se encuentra con el asesino (Giovanni Rodríguez) quien no la vio en aquel entonces y por ende no la reconoce. Se acerca a él, este se presenta como Jesús y Paula entabla con él una relación de amistad con la idea de matarlo cuando se le presente la oportunidad. Mora se monta en este supuesto, en este que hubiera pasado si, y lleva adelante su premisa. Pero lejos de presentarla como una venganza imaginaria y compensatoria, lo que hace es abrir preguntas y dar cuenta de que las cosas no son tan simples como su protagonista cree en un principio. En esto se diferencia de gran parte de las películas de venganza que ofrece Hollywood que ven en la misma una simple reparación por la vía del escarmiento, y en donde ambos lados se achatan y deshumanizan. Allí los criminales son convertidos en seres amorales y fuentes de todo mal, cuyo exterminio pone las cosas a mano, mientras que los víctimas/vengadores se convierten en en justicieros casi sobrenaturales transformados de personajes comunes e indefensos en aceitadas máquinas de matar gracias al entrenamiento y la voluntad de justicia/venganza (suponiendo que sean lo mismo). Por el contrario para Paula rápidamente queda claro que matar a alguien no es tan fácil ni tan simple, por lo menos no para alguien como ella y que entrar en ese viaje no es sin consecuencias. A medida que empieza a compartir tiempo con él, Paula ve que Jesús no es solo el sicario que disparó a su padre por una paga X. Es también otras cosas, tiene una historia de vida, un pasado, una serie de relaciones cotidianas y un entorno, que no difiere mucho del de tantos jóvenes marginales en su misma situación, pero que lo determina. En sus propias palabras, Jesús hace lo que le mandan, es apenas un instrumento de algo más grande, cuyas ramificaciones desconoce. En ese recorrido Paula se replantea además cuestiones acerca de si misma, de su vida, de la situación en sí, la marginalidad y la violencia. La necesidad de Justicia pero también la necesidad de entender que se choca con su propia imposibilidad. Jesus mata porque es lo que le dicen que haga y no hay más que pueda decir. Para buscar más habría que ver más arriba, en otro lado. Matar a Jesúsforma parte de una tradición del cine colombiano, de películas sociales que toman el tema de la marginalidad y la violencia, que tiene en Víctor Gaviria (La vendedora de rosas) un referente que Mora reconoce. La realizadora echa mano aquí de varios de esos recursos en pos del realismo, como la cámara en mano, la filmación en las calles, el lenguaje cotidiano y local, y sobre todo el empleo de actores no profesionales, en algunos casos sacados del mismo entorno marginal que se retrata. Pero lo más interesante de su película es que Mora utiliza su premisa basada en una tragedia personal, no para ajustar cuentas ni para cerrar la discusión, sino para dar cuenta que la realidad de su país es compleja y que las cosas no son en blanco y negro. Una mirada más amplia, como la que sus personajes tienen de la ciudad cuando se encuentran arriba del cerro. Y también para seguirse preguntando aun sabiendo que, al igual que en su propia experiencia, hay que convivir con la falta de respuestas. MATAR A JESÚS Matar a Jesús. Colombia, Argentina. 2017: Dirección: Laura Mora. Intérpretes: Natasha Jaramillo, Giovanni Rodríguez, Camilo Escobar, Carmenza Cossio, Juan Pablo Truj. Guión: Alonso Torres, Laura Mora. Fotografía: James L. Brown. Edición: Leandro Aste. Música: Sebastián Escofet. Dirección de Sonido: Guido Berenblum. Producción Ejecutiva: Javier del Pino, Nancy Fernandez. Producción: Alex Zito, Juan Pablo García, Ignacio Rey, Maja Zimmermann. Producción Ejecutiva: Pola Zito, Javier Del Pino, Nancy Fernandez. Distribuye: Primer Plano. Duración: 95 minutos.
Una historia de denuncia social, deseo de justicia y venganza, Matar a Jesús ha sido como una mochila, y un acercamiento de la cineasta Laura Mora a un hecho de su vida personal. Su padre, como el de la protagonista de esta coproducción colombiano argentina, fue asesinado por un sicario a balazos. Ella no lo presenció, como sí la estudiante de Bellas artes a quien le gusta tanto la fotografía que tiene la desgracia de contemplarlo. Pero Mora lo vivió. El padre de Paula es un profesor universitario que no calla, que pide a sus alumnos que no se conformen, que cuestionen. Termina acribillado y su hija, ante la inoperancia manifiesta de la Policía y la lentitud de la justicia colombiana, comienza a deambular por Medellín, en busca del asesino. A partir de allí, la película va tomando distintos matices. Porque a la denuncia y la acusación de la realidad que la circunda, Mora (codirectora de la miniserie Pablo Escobar: El Patrón del mal) le agrega otra tonalidad al relato, con la relación que la hija de la víctima toma con el sicario. De la violencia al sentimiento, y de nuevo al arrebato y la vehemencia del desenlace, en un espiral que parece no expirar, Matar a Jesús (el nombre del asesino) habla de la culpa, de si es posible la redención, de un lado y de otro, de la vida y la muerte, entre morosidad y elocuencia.
Ea una impresionante película colombiana coproducida con nuestro país, dirigida por Laura Mora Ortega, conocida por la miniserie “Escobar el patrón del mal”. Aquí con un guión escrito por Alonso Torre y ella, describe una relación particular. Una chica joven, llena de ideales, militante de la universidad, ve asesinara su padre, un conocido profesor, por un sicario. Meses después se lo cruza en un boliche y decide conquistarlo para después vengarse. Ese sicario es el Jesús del sugerente titulo. La gran habilidad de la directora y el guión es mostrar a medida que avanza la relación de victima y victimario los dos mundos distintos separados socialmente como por un tajo impuesto por una sociedad injusta y violenta, que digita esos destinos. Con un lenguaje llenos de modismos no entendibles, esa relación avanza, inquietante siempre, hipnótica, moviéndose en los márgenes de un mundo donde vivir y morir se dan la mano todos los días con una naturalidad escalofriante. Muy bien actuada, irreverente y cruda, la película muchas veces nos deja sin aliento.
En el nombre del padre La realizadora colombiana Laura Mora toma un hecho de su propia vida como desencadenante para su ópera prima. El asesinato de su padre, un profesor universitario de Medellín, en manos de un sicario cuando llegaba a su casa es el punto de partida de Matar a Jesús (2017), una película sobre el perdón y la resistencia. Paula es una estudiante de fotografía que un día, como cualquier otro, vuelve de la universidad con su padre. Al llegar a la casa, aparece una moto, se oyen disparos y el cuerpo de su padre yace sin vida en el suelo. La familia no encuentra explicación a lo sucedido y la policía lo toma como un caso más, casi sin importancia alguna. Paula comienza un derrotero por vengar la muerte del progenitor al reconocer al asesino de casualidad una noche cuando salía con sus amigos. Laura Mora, responsable de la serie Pablo Escobar: El patrón del mal, trabaja en su ópera prima sobre la expiación por sobre la venganza. Paula se sumerge en un mundo de violencia para vengar a su padre pero una vez adentro del laberinto se encuentra con un mundo de miserias y desigualdades donde la ausencia del estado fue reemplazada por el narcotráfico. Paula y Jesús, el sicario, están atrapados en sus mundos, opuestos pero iguales, sin posibilidad de escape. Cada uno sobrevive como puede haciendo lo que puede. Protagonizada por Natasha Jaramillo y Giovanni Rodriguez, a los que la cámara sigue de cerca casi de manera constante, Matar a Jesús está trabajada en un tono realista, con la estructura del documental de guerrilla en su forma pero con una narrativa ficcional de thriller clásico. Mora utiliza algunos dispositívos eficaces para poner en evidencia la sensación de un universo emocional paralelo. En Matar a Jesús, Mora podría haber tomado diferentes caminos. Tal vez hubiera sido más fácil apostar a una venganza que no conducía a ningún lado, pero acertadamente tomó el opuesto, y no el de un perdón explícito, sino el de las formas de resistencias que tienen dos jóvenes de diferentes coyunturas sociales que se encuentran atrapados en un mismo laberinto, el del narcoestado.
La violencia en Colombia está en el centro de este film sobre la estudiante que quiere vengar la muerte a balazos de su padre, en Medellín. Denuncia e historia personal que se complejiza, metiéndose en la relación entre asesino y víctima, como parte de una trama social marcada por la sangre.
Tragedia familiar Bella y climática como es, la película de la directora colombiana puede resultar una experiencia menos intensa que lo deseable, producto del distanciamiento que le impone al tema de la venganza. La realizadora colombiana Laura Mora puso una distancia de años con el hecho que marcó su vida, hasta que un sueño la impulsó a convertirlo en relato. Tratándose del asesinato de su padre a manos de un desconocido, esa distancia se entiende. Y también se entiende la distancia emocional que se advierte en la película. Aunque los episodios que narra Matar a Jesús son tan febriles, tan violentos (de modo explícito o no), tan atávicos como el propio país que les da lugar. Sobre todo la ciudad de Medellín, de donde Mora es oriunda y donde la acción transcurre, se supone que a comienzos de este siglo (aunque la película no lo explicita). Medellín, renombrada antes que nada por el cartel que llevó su nombre, que comandó el mismísimo Pablo Escobar y se disolvió al momento de su muerte. Presentada a lo largo de 2017 en buena cantidad de festivales –entre ellos los de Toronto y San Sebastián–, el proceso de producción de Matar a Jesús debe haber representado para Laura Mora una forma de expiación. Si es que puede expiarse un hecho tan fuera de proporción como el que la realizadora vivió. Para el espectador, sin embargo (al menos para este espectador que escribe), Matar a Jesús, bella y climática como es, puede resultar una experiencia menos intensa que lo deseable, producto de ese distanciamiento, que parecería poner prolijidad y paños fríos allí donde la historia reclama lo contrario. Después de presenciar el asesinato de su padre, Lita, estudiante de artes (Natasha Jaramillo) va en busca de Jesús, el sicario que lo ejecutó (Giovanny Rodríguez), con la intención de consumar lo que el título indica. Para ello deberá ganarse su confianza y para ganársela tendrá que ingresar en su mundo, hecho de pesadas borracheras, juegos con armas, largas noches y “encargos” con los que hay que cumplir. Podría tratarse de un thriller lleno de tensión, transpiración y aceleración, e incluso de esa variante del cine de espías o de mafiosos que es “el thriller de infiltrado”, en el que todo es riesgo, paranoia y caminar sobre la cuerda floja. Mora rechaza todo esto, narrando Matar a Jesús con tiempos largos y laxos, con una perseguidora que no termina de decidirse y un perseguido que no sospecha. El dispositivo visual elegido es la cámara en mano, en muchas escenas en movimiento y con la lente apuntando casi siempre sobre la protagonista. En términos estilísticos, las películas más conocidas de los hermanos Dardenne (Rosetta, El hijo, El niño). En ellas, la elección estilística resultaba orgánica con el conjunto de la puesta en escena, apuntando a generar una tensión, una sensación de inestabilidad, acordes con historias de persecución en las que el tiempo apremia. En el caso de Matar a Jesús, la forma y los hechos parecerían circular por carriles distintos. La cámara tiembla, pero el temblor de la protagonista no está a la vista. Dadas las circunstancias puede inferirse. Pero inferir es una operación mental, y el temblor que Matar a Jesús busca generar es, según todo lo indica, de orden físico y emocional. Son lánguidos los encuentros entre Lita y Jesús. Bucólicos incluso, como el que tienen en ese mirador montañoso desde el cual la ciudad de Medellín se ofrece a la vista. Jesús tiene un estilo como de guapito fumado (de hecho fuma un montón, recordemos que la acción transcurre en Medellín), y Lita actitud de niña enfurruñada. Ambos son actores no profesionales. Reproduciendo seguramente su realidad cotidiana (salió de la cárcel poco antes de que la realizadora lo contactara), Rodríguez se mueve con comodidad, combinando jerga juvenil colombiana y un fraseo tan entrecerrado, que la película debería exhibirse con subtítulos al castellano. Y no es chiste. Sobre todo teniendo en cuenta que Jaramillo también abunda en “parchar”, “parcero”, “chimba” y “chimbaínas”, además de un montón de otros términos que quien escribe no logró entender. En tanto la capacidad actoral de Natasha Jaramillo es limitada, no deja entrever ante la cámara el espeso caldo que Lita lleva adentro, con el consiguiente sentimiento de falta para el espectador. Hasta que estalla. Más allá de esa deficiencia, la puesta en escena de Matar a Jesús rechaza un sistema de clichés –el de Hollywood– para adoptar otro, al podría llamarse “academicismo de festival”. Prolijidad general, impecables rubros técnicos y algún alarde visual, como los seguimientos señalados (sobre todo uno en plano secuencia, que acompaña el ingreso de la protagonista a un universo ajeno, muy alla Scorsese), algún desenfoque y un lucido aprovechamiento de las luces de neón en las escenas nocturnas. El problema es que nada de eso condice con una historia en la que la heroína se ve obligada a ser parte de un universo desconocido y hostil, para resolver, por la sangre, una tragedia familiar.
Medellín, Colombia. Un hombre va a abrir el garaje cuando es asesinado por un motoquero. Policías y fiscal lo único que hacen es robarse el reloj del muerto. Meses después la hija se cruza con el asesino y empieza una curiosa relación con la idea de conocerlo y ajusticiarlo. Tucumán, Argentina. Una mujer sale del cajero y es agredida por dos motochorros, quedando desmayada en el suelo. Uno de los tránsfugas se apiada de ella, pero aprovecha que perdió la memoria para instalarse en su casa fingiendo ser un viejo conocido de la familia. Así empiezan "Matar a Jesús" y "El motoarrebatador", dos estrenos del día. Ambos de mucha fuerza, pintura realista, buen suspenso y buenos intérpretes, sobre todo el elenco tucumano-uruguayo. Hay otro punto en común: en ambos va surgiendo una curiosa relación, casi diríamos afectiva, entre víctima y victimario, relación mantenida con engaños, que puede llevar a un climax bien fuerte, o a un derivado más piadoso, según la capacidad de odio o de perdón que pudiera tener la víctima. Y la relativa ternura del victimario, en el fondo un inmaduro más o menos querible. La diferencia está en el mejor enredo de la historia local, y en el tono, con momentos de poesía visual y erotismo sugerido en un caso, y momentos de humor y picardía en el otro. Autores, Laura Mora, codirectora de la serie "Escobar, el patrón del mal", y Agustín Toscano, codirector de "Los dueños". Para tener en cuenta: "Matar a Jesús" tiene acabado final en laboratorios argentinos, música de Sebastián Escofet, y parte de un hecho real sufrido por la propia Mora.
La realizadora colombiana Laura Mora, quien estuvo a cargo de la serie Pablo Escobar: El Patrón del Mal, presenta Matar a Jesús, una película inspirada en su propia historia personal. La película se centra en Paula (Natasha Jaramillo), una joven de 22 años que cursa la carrera de fotografía. Un día su padre, un profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Medellín, es asesinado por un sicario delante de ella. Tras comprobar la ineptitud por parte de la policía local -quienes hasta le habrían robado un reloj al muerto-, la joven se pondrá un objetivo: matar a quien acabó con la vida de su progenitor. Una noche en la que Paula sale a divertirse con sus amigos a un boliche, se encuentra cara a cara con Jesús, el joven responsable por la muerte de su padre. Luego de intercambiar varias miradas, y también sus números de teléfono, la protagonista iniciará una extraña e intensa relación con este chico, aunque su intención continuará puesta en vengar la muerte de su ser amado. Si bien los actores no son profesionales o son noveles, logran conseguir naturalidad y realismo en sus respectivas interpretaciones. Esta elección se debe a una decisión de la directora, quien buscó brindar una mayor autenticidad a la historia con jóvenes que pertenecieran a la zona. Aun así, la falta de experiencia de los actores se deja ver en diferentes partes de la película, sobre todo en las escenas emotivas. La fotografía es uno de los puntos clave de la película. La elección de primeros planos para varias de las escenas intensifica cada emoción por la que atraviesa Paula. Matar a Jesús está contada plenamente desde el punto de vista de la protagonista. La cámara actúa como una extensión para ver a través de los ojos de la joven. Por medio de ella se podrá acceder a los lugares que habita, tales como la universidad y otros lugares de Medellín. Laura Mora realiza Matar a Jesús para contar su historia -su padre fue asesinado por sicarios, aunque no fue delante de ella ni tampoco conoció al asesino-, pero también para mostrar una realidad social. La cineasta deja ver las constantes situaciones de violencia extrema que se viven día a día en Medellín. La película funciona como crítica de la pobreza y de las difíciles situaciones sociales en las que viven los habitantes del lugar.
Matar a Jesús es un testigo que no sabe cómo hacer frente a la violencia que acabó con la vida del padre de Paula, la protagonista. La falta de dramatismo en esta observación podría ser un factor en contra de la película, pero amplifica la incapacidad del ser humano ante la violencia descarnada que impera, en este caso, en Colombia. La impotencia de Paula se permea en nosotros como espectadores que no estamos exentos de situaciones semejantes, al menos quienes venimos de países como Venezuela, Argentina o Brasil donde los barrios, villas o favelas pueden limitar con las zonas más pudientes de la ciudad. Esta incapacidad se convierte en un arma de doble filo. Por un lado, es un retrato sin excesos del intento que hace Paula por vengar la muerte de su padre. Se reencuentra con Jesús, el asesino, y si bien el guión juguetea con la posibilidad de que se enamoren, no cae en esta trivialidad sino que más bien ella no deja de mostrarse tímida y rara, como él mismo reconoce. En verdad, la venganza la supera, como una máscara que no le cabe a un actor por su fisonomía. Pero por otro lado, ¿qué tiene que decir el filme sobre la violencia? Sin duda no busca magnificarla, mucho menos caricaturizarla, como tiende a hacer mucho cine con mejores o peores resultados. En cambio, asoma un debate moral sin ganas de aleccionar, sino con mucha precisión. Al comienzo parece, no obstante, que el guión va a indagar en las tres miradas que quedan huérfanas frente a la muerte del padre: la viuda, el hijo mayor y Paula, la menor. Pero después de algunos roces donde vemos que los dos primeros han quedado entumecidos tras la muerte, el guión se decanta por la búsqueda que emprende Paula, quizá motivada por ese lema que parecía repetir su padre en las clases impartidas en la universidad donde él enseñaba: “no dejen dormir la inquietud”. Es posible que la sentencia final del filme diga: la violencia nos incapacita a casi todos. A las víctimas directas, a las indirectas y al victimario. Los menos preocupados en toda la situación parecieran ser los detectives y policías involucrados en el caso, pero a ellos solo les echa una pasada como si se tratara de una trámite burocrático. Al final, como en el plano de una Paula ínfima que lanza la pistola frente a la ciudad que la observa incólume, todos quedamos empequeñecidos ante la incertidumbre de quien sufre la inseguridad descontrolada en una urbe donde todos intentan sobrevivir, pero nadie sabe cómo. Hay un detalle, menor en perspectiva pero visible, que molesta. El amigo de Paula, que incluso parece ser amigo de la familia ya que se refiere a un próximo encuentro con el padre de ella para ver el partido, desaparece después de una única escena al comienzo. Ciertamente pierde relevancia después de lo que ocurre. Sin embargo, siendo uno de los pocos que declara haber dejado la marihuana, pareciera que el filme desecha, por error o frontalmente, la posibilidad de corregir los excesos por los que pasan muchas sociedades latinoamericanas en la actualidad y de los que esta historia no está exenta. Y esto es escrito sin ánimos de pacatería; tan solo indica un desenvolvimiento posible de placeres sin necesidad de exacerbación, La obra participó en varios festivales como en el de Huelva y el de Zúrich, y ganó en el de Chicago, el de San Sebastián, el de La Habana y el del Cairo.
AMOR A LA COLOMBIANA La historia en la cual un familiar -o ser querido- de una persona asesinada intenta descubrir quién cometió el crimen y busca hacer justicia por mano propia, es un recurso que ya ha sido visto en varias ocasiones. No obstante, la particularidad que tiene el film colombiano Matar a Jesús es que a esta trama conocida le aporta el contexto social del país “cafetero”, implicando un tono único y original. La película cuenta la historia de Paula, una joven estudiante que presencia el asesinato de su padre, un profesor de ciencias políticas de una universidad pública. Ella logra ver al asesino mientras se aleja a toda velocidad en una motocicleta. Ante la inacción policial y un encuentro fortuito, la muchacha buscará vengar la muerte de su padre. Desde su inicio, Matar a Jesús propone un retrato social de la juventud colombiana mostrando su lenguaje, sus actividades y su ámbito. Pero a través de él, también se observa toda una sociedad, que entre la violencia y la droga, busca salir adelante. Con una excelente puesta en escena y los aportes precisos de la música incidental, la producción colombiana va narrando esta especie de policial que nunca llega a alcanzar ese tono, sino que resulta ser un entramado de relaciones dentro del caos reinante. Y para que esta particularidad se vea en forma exitosa, uno de los principales basamentos es el gran trabajo actoral de sus protagonistas, principalmente de Natasha Jaramillo Loaiza (Paula) que mantiene un tono sombrío en su personaje pero que resulta fundamental para que la trama mantenga la oscuridad y seriedad que posee. A pesar de no llegar a explotar ni lograr impactar completamente, Matar a Jesús respira realidad por la gran tarea de contextualización, por una destacada tarea actoral y un brillante manejo de dirección que provocan que una historia un poco trillada, resulte fresca, atractiva e intrigante.
Esta es la ópera prima de la cineasta Laura Mora (codirectora de la miniserie “Escobar el patrón del mal”). La película cuenta un poco la vida de esta mujer a partir del asesinato de su padre en el 2002, era un abogado y profesor universitario a quien le dispararon seis veces cuando iba a almorzar con un amigo. A partir de este dolor se construye “Matar a Jesús” un film de ficción. Este film fue premiado en festivales como los de San Sebastián, Chicago, La Habana y Palm Spring. Se desarrolla en Medellín y la trama gira en torno a Paula “Lita” una estudiante de fotografía que regresa con su padre, el Doctor José María Ríos (Profesor en la Universidad), feliz, sonriente pero al llegar a su casa, cuando va abrir el garaje, para una moto con dos jóvenes y se escuchan varios disparos y este hombre cae en el suelo, muere en el acto. La familia queda impactada, sin explicaciones, la policía lo toma como un caso más. Pero Paula estalla, se involucra y comienza a buscar al asesino, ella vio su cara. Una noche cuando sale con sus amigos lo ve al asesino y se relaciona con él, se mete en un mundo que ella desconoce, su objetivo es vengarse, el nombre de este sicario es Jesús de ahí el nombre del film. A medida que la relación avanza el espectador se intranquiliza viendo situaciones de vida muy diferentes, en el movimiento en las calles, sus habitantes, los distintos barrios y sus comportamientos, bajo un paisaje impresionante que también es protagonista y la cámara que sigue cada situación y con sus interesantes planos nos dice mucho. Esta cinta tiene mucho de denuncia, habla de la culpa, de la vida, de la muerte y de la justicia. Las actuaciones son muy buenas, resulta intensa y cruda. La falla se encuentra en sus modismos y un lenguaje que los espectadores de esta región no comprendemos del todo bien, por lo tanto se termina diluyendo.
El negocio y retrato social de la violencia "Matar a Jesús" es una película cruda de la realidad, un retrato social de la violencia y del negocio inmenso que significa. Paula volvía de la universidad un día cualquiera, y cuando estaban por entrar a su casa, en Bogotá, un sicario en motocicleta mata a su padre. La familia queda destrozada, en especial la joven, que tenía una estrecha relación con él. Unos meses después, en fiestas navideñas, Paula se encuentra cara a cara con Jesús, el asesino, y comienza a planear su venganza. El filme colombiano, de la cineasta Laura Mora (codirectora de “Escobar, el patrón del mal”), es un retrato social de la violencia, del negocio inmenso que significa, y una muestra cabal de que la muerte ya se ha transformado en moneda corriente en un sistema en el que todo el pueblo pierde y pocos ganan. Lo más interesante de la película es su agilidad (dura apenas 95 minutos) para fotografiar daños colaterales de ese vil negociado, deteniéndose en el vínculo que forjan Paula y Jesús, con el trasfondo de la connivencia entre pobreza, necesidad y oportunidad, con ayuda de las fuerzas de seguridad, todos títeres de ese poder invisible que es el único victorioso en esta cadena del mal. Una película valiente, cruda pero sumamente inteligente, alejada del prejuicio clasista y que nos acerca a un problema del que todos en Latinoamérica podríamos dar testimonio de alguna u otra manera.