Dos mundos, uno bello, el otro un infierno, y en el medio una mujer que es atravesada por ambos. Lograda producción de género, en donde los cuidados de los rubros técnicos posibilitan una puesta de calidad que potencia la fantasía y la imaginación desarrollada en un logrado y tenso guion.
La vida dentro de un capullo. Crítica de “Matar al Dragón” de Jimena Monteoliva. Bruno Calabrese 16 noviembre, 2019 0 107 La directora presentó su nueva película en el ciclo Las Venas Abiertas del 34º Festival de Cine de Mar del Plata. Una historia sobre brujas y desapariciones de niños dentro una atmósfera de amenaza constante. Por Bruno Calabrese. Luego de sorprender dentro del cine de terror con “Clementina”, su primer película, donde aborda la violencia de género con una original propuesta sobre apariciones fantasmales, Jimena Monteoliva vuelve al ruedo con un interesante film sobre el submundo de las adicciones a las drogas y la trata de mujeres. Con una secuencia de animación simple, pero visualmente bella la película empieza contando la leyenda de La Hilandera, una bruja que se dedicaba a secuestrar chicas dentro de un pueblo. Asesinada por los habitantes, su espíritu se convirtió en un dragón que logró sobrevivir y escapar. Durante años, muchas niñas del pueblo fueron desapareciendo. Una de ellas es Elena (Justina Bustos), quien reaparece ya adulta, y es llevada por su hermano médico, Facundo (Guillermo Pfenning) a vivir con él, su mujer y sus hijas, a la vieja casa donde sus padres fueron asesinados y ella fue secuestrada. La aparición de Tarugo ( un genial Luís Machin) en las afueras de la casa, un siniestro personaje que vive en las alcantarillas y cuyo rol se irá develando con el correr de los minuto, hará que la película gane en suspenso. De a poco se irá develando que sucedió con Elena mientras estuvo desaparecida y que tuvo que ver este ser en la vida de ella en cautiverio. La película es muy climática, logra mantener al espectador atrapado gracias a la estructura argumental que hace la directora de una historia que empezó como una pesadilla de Diego Fleischer y se terminó convirtiendo en una atrapante historia de terror. Con una destacada forma de retratar los bosques que rodean la casa y el vestuario para dar vida al perfil de cada uno de los personajes (la familia de Facundo con vestidos blancos impecables y los habitantes del submundo rotos y sucios), la película logra describir de manera eficiente la diferencia de los dos mundos. La dirección de arte es impecable la hora de construir ese submundo que está por fuera de las rejas, al que Elena perteneció y siempre es tentada a volver pero que luchará para no hacerlo. Sumado a la aterradora caracterización de La Hilandera dentro de ese capullo blanco hacen le dan a la película el marco ideal. Justina Bustos, en el rol de Elena, muestra su versatilidad para interpretar distintos personajes, esta vez dentro del género del terror. Al igual que Guillermo Pfenning como Facundo, el hermano que lucha por recuperar a su hermana pero a la vez se arriesga al poner en peligro a su familia. Cecilia Cartasegna (quien ya se había destacado en Clementina) compone perfecto el papel de mujer acartonada, de esposa perfecta que ve el peligro en Elena pero acepta el pedido de su marido. La sorpresa la dan las pequeñas Valentina Goldzen y Maitena Dionisi, quienes hacen una trabajo excelente, en una película arriesgada para niños. “Matar al dragón” no se queda en el relato simple de terror, también contiene metamentajes complejos, sutilmente incorporados en el relato, pero que están ahí. Una historia sobre la división de dos mundos, uno de seres ocultos y encerrados dentro un ámbito de drogas y pobreza, con otro que se encierra tras las rejas en su mundo pulcro y de aparente perfección. Otra agradable sorpresa de una directora que viene pisando fuerte dentro del género. Puntaje: 80/100.
Mucha Gretel y poco Hansel. La directora Jimena Monteoliva explora las libertades y límites de todo relato que tiene por protagonista a una bruja y mucho más si del otro lado del espejo el reflejo no es otro que una niña -devenida adulta- o niños como pareja expuestas al peligro latente. Y a pesar de un prólogo animado para construir la leyenda de la hilandera, bruja en cuestión que fuese quemada por el pueblo, Matar al dragón, su nuevo opus, baja un peldaño respecto a su anterior película Clementina (2017). Aquí tenemos un bosque; la presencia de una enfermedad o por lo menos el indicio de cierta maldición que contagia y cuya portadora fuera en un pasado raptada por un grupo de personajes variopintos de dudosa calaña. Entre ellos, Tarugo, en la piel del siempre sobrio Luis Machín, líder de los marginales que viven del tráfico de niñas para conseguir la droga que hace su vida menos miserable de lo que se demuestra por contraste con ese mundo pulcro, en el que todos se visten de blanco y desparraman lujo y suntuosidad. Allí, viven los niños y también el personaje encargado a Justina Bustos, la niña secuestrada otrora. El cuento de Hansel y Gretel aparece y desaparece de manera constante aunque es justo decirlo no tan explícitamente como podría haber ocurrido. Sin embargo, no encontrar paralelismos con aquella historia y con los mensajes que dejaba esa malvada bruja, que pueden vincularse tanto con la represión sexual como con el control, sería sumamente incompleto a la hora de resumir pros y contras en un análisis. En el debe queda entonces este límite y en el haber los valores de producción con impecables rubros técnicos, fotografía y sonido por ejemplo, para cerrar un film de género bien realizado y con actuaciones aceptables.
El cine argentino de género tiene un número cada vez más nutrido de directoras tan audaces como inventivas y talentosas. Dos de sus estandartes son Tamae Garateguy y Jimena Monteoliva. Con dirección de la primera y producción de la segunda, ambas hicieron el policial con metaficción Pompeya y el thriller psicológico Mujer lobo, y codirigieron el slasher Toda la noche. Monteoliva tuvo su debut en solitario con Clementina, y en Matar al dragón continúa indagando en el costado más oscuro del universo femenino, con más ambiciones creativas. Elena (Justina Bustos) reaparece en el bosque cuando hasta su familia la daba por muerta. Padece una extraña enfermedad por la que debe permanecer medicada. Eso no impide que su hermano y médico, Facundo (Guillermo Pfening) la lleve consigo a su residencia de la infancia, donde vive con su esposa y sus dos hijas. Pero Elena es acechada por su tormentoso pasado: el asesinato de sus padres y el secuestro en un mundo subterráneo, bajo el yugo de La Hilandera, una bruja ancestral. Cuando la situación se hace insostenible, deberá hacerse de valor y enfrentar la amenaza. La película constituye un microcosmos en que se mezclan distintos elementos: cuento de hadas, ambientes postapocalipticos y suburbios propios de los años 50. El logro principal de Monteoliva y del guionista Diego A. Fleischer es hacer que este extraño combo funcione, sin saturar de explicaciones y sin buscar ser un simple delirio trash. De hecho, la historia tiene un tono trágico, aunque con atisbos de esperanza. Al igual que Garateguy, Monteoliva sabe utilizar el cine para hablar de la mujer, con sus padecimientos y su lucha, pero sin descuidar la trama. Otro mérito de la directora es sacarle el jugo a Justina Bustos, actriz de gran presencia que no suele ser muy bien aprovechada. Aquí puede demostrar sus condiciones para componer un papel atormentado, aunque capaz de desplegar fortaleza en situaciones límite. Guillermo Pfening y un perverso Luis Machín cumplen en roles disímiles, mientras que Querelle Delage asusta como una de las bruja más realista del cine moderno. Mención especial para la secuencia animada del principio, que relata la historia de la bruja, los alcances de su poder y su transformación en leyenda. Matar al dragón es una propuesta inusual aun dentro del panorama del género fantástico y de terror local, y la confirmación de que Monteoliva sigue afianzándose como una de las realizadoras más interesantes del país.
ENTRE LAS BUENAS INTENCIONES Y LA CONFUSIÓN Matar al dragón es una nueva apuesta del cine nacional con elementos fantásticos. En ella, una joven llamada Elena, que había desaparecido hace algunos años, es rescatada por su hermano: ella posee un virus, mientras que él se dedica a la medicina. La lleva a su casa, pero se encuentra con el temor de su esposa, que duda acerca de si la chica pueda contagiar o no a sus hijas. Todo esto se da en un contexto particular y bastante lúgubre: en la zona han desaparecida varias niñas, y de hecho esta situación está relacionada con la sorpresiva vuelta de Elena. La película de Jimena Monteoliva es un ejemplo de lo que le sucede a muchas películas de género nacionales: hay un germen de buena intención que se queda solo en eso. La presentación de personajes tarda mucho y la película tiene una primera media hora muy lenta y confusa. Hay dos líneas de tiempo que por el recurso visual de un sueño de uno de los personajes no termina de entenderse hasta que avanzado el relato. Los sucesos de Matar al dragón ocurren en una casa de clase alta de los años 30’s del Siglo XX, con los personajes están caracterizados como en esa época (especialmente la madre y las hijas), mientras que en una cueva se remite a un universo post-apocalíptico. Pero luego de una explicación, ambos universos se unirán. Los protagonistas, Justina Bustos y Guillermo Pfening, mantienen su registro durante todo el film, pero el resto del elenco está fuera de tono (el personaje de Luis Machín es el que más se nota). La falta de timing para generar climas de suspenso se hace notoria en varias escenas, muy claramente en una búsqueda en el bosque. En definitiva, Matar al dragón es una película que en el guion seguramente interesaba mucho más, pero ese interés no queda plasmado en la pantalla.
Jimena Monteoliva debutó en la realización de largometrajes con un muy interesante thriller psicológico llamado Clementina (2017), centrado en una mujer que, en la inmensidad de su casa, planea una venganza contra un hombre golpeador. Todo allí era asfixia y encierro, opresión y soledad. Esa perspectiva de género con tintes pesadillescos vuelve a estar presente en Matar al dragón, uno de los estrenos de esta semana. Los ecos de las fábulas infantiles oscuras –hay algo de versión retorcida de Hansel y Gretel– resuenan en la cabeza frente a una historia cuyos protagonistas son dos hermanos separados desde la infancia. La menor, Elena, queda confinada en una cueva donde lleva una vida miserable junto a un delincuente, mientras que Facundo sigue adelante como puede. Un tiempo después, cuando Facundo (Guillermo Pfening) ya tiene una familia, reaparece Elena (Justina Bustos) con magullones y heridas por todo el cuerpo. Más allá de las miradas de reojo de la esposa de Facundo, Elena termina viviendo con ellos en el enorme caserón campestre. No pasa mucho tiempo hasta que las cosas se enrarecen con la aparición de hombres ominosos que parecen seguir la huella de la mujer, aterrando a una familia a priori desconcertada ante el nuevo escenario. Qué ocurrió durante su cautiverio es, en principio, uno de los enigmas centrales que el film irá resolviendo a medida que avance el metraje. La claridad de la casa y la oscuridad de la cueva confrontan de manera alevosa, convirtiéndose así en una metáfora religiosa algo obvia. Si bien no alcanza el grado de sutileza de Clementina, Matar al dragón encuentra sus principales puntos de interés en una correcta ambientación (la mugre de la cueva se impregna en la piel) y algunos momentos de tensión muy bien ejecutados por Monteoliva, una atendible directora dentro del panorama del cine de género nacional.
Clementina (2017), su debut como directora, Jimena Monteoliva -conocida en el medio local por su trayectoria como productora- ya había reunido con buenos resultados su interés por el cine de terror con la problemática de la violencia de género. Matar al dragón continúa ese mismo camino, poniendo el foco en la historia de una mujer sometida que decide rebelarse (buen trabajo de Justina Bustos en un papel exigente). Desaparecida durante años después de un traumático episodio sucedido en su infancia, Elena se reencuentra con su hermano, un médico (Guillermo Pfening) que decide darle un lugar en su hogar a pesar de los riesgos que entraña para su propia familia: además del peligro que representa por ser portadora de un virus potencialmente contagioso (otro dato que tiñe de actualidad a la película), hay un siniestro personaje relacionado con su pasado que sigue al acecho. La trama también incluye algunos inquietantes misterios vinculados con la brujería que la directora utiliza como sagaz alegoría de la trata de personas. El notable trabajo de fotografía de Georgina Pretto acentúa el tono pesadillesco de este film, que seguramente será más eficaz con los amantes de un género de larga tradición que en la Argentina tiene su reducido núcleo de cultores fieles, pero al mismo tiempo puede ser un buen anzuelo para los iniciados en busca de sensaciones fuertes.
La nueva película de Jimena Monteoliva (Clementina) que llega a las pantallas de Cine.Ar TV y Cine.Ar Play es un cuento de terror oscuro sobre niñas que desaparecen. Matar al dragón comienza con una secuencia animada que cuenta la leyenda alrededor de una mujer, una bruja conocida como la Hilandera. Y menciona a niñas que desaparecían del paraíso. La película inicia, realmente, con el personaje de Justina Bustos, Elena, cuando reaparece en la vida su hermano, un médico interpretado por Guillermo Pfening. Ella se escapa de un lugar oscuro y sucio donde se apoderan de niñas. La propia Elena fue raptada cuando era pequeña y ahora, ante su reaparición, su hermano Facundo no puede evitar preguntarse qué pasó y por qué volvió ahora, intuye que hay algo que ella no está diciendo. “Las chicas que se van no vuelven”, le explica. En el medio, entre esos dos lugares claramente diferenciados como el cielo y el infierno, está el bosque. “Siempre corres peligro en el bosque, donde no hay gente”, escribió Angela Carter, una escritora que supo explorar de manera oscura los cuentos de hadas en Compañía de lobos. En Matar al dragón hay seres como princesas, piratas y brujas, aunque alejados de las representaciones infantiles. Y además están estos dos mundos opuestos: un lugar es muy iluminado, de tonos claros, limpio, prolijo, ordenado; el otro es oscuro, sucio, vacío. Elena intenta reincorporarse a una vida que le resulta ajena. Su cuerpo, con manchas y heridas, desentona con la prolijidad de esa casa a cargo de su cuñada, interpretada por Cecilia Cartasegna (que había protagonizado Clementina). Pero, además de su repentina reaparición, trae la posibilidad de un virus que podría amenazar a esa familia perfecta que su hermano armó. La aparición de Tarugo, un atemorizante personaje interpretado por Luis Machín, termina de unir ambos mundos. Esta historia, que se presenta desde el póster como basada en una pesadilla de su guionista, Diego A. Fleischer, acierta a la hora de crear atmósferas inquietantes y consigue darle dimensión a una historia atractiva y fuerte, aunque algunos personajes necesitarían un mayor desarrollo. Así como Jimena Monteoliva utilizaba el género fantástico para hablar de violencia de género conyugal en su ópera prima Clementina, acá lo utiliza para hablar sobre el tráfico de niñas. Pero lo hace alejándose de un tono realista, optando por algo más artificial. Hay un esfuerzo notable en la dirección de arte y la capacidad de crear estos mundos que propone. Monteoliva dirige una película de género que se caracteriza por una lograda producción y, al mismo tiempo, consigue ser llamativa desde su trama y los subtextos que incorpora. Una apuesta ambiciosa y lograda que pone en foco un tema social a través de una historia de fantasía, aunque no termina de explotar la potencialidad de sus personajes, en especial el de la Hilandera.
Estreno en Cine Ar TV (jueves 27 y sábado 29 de agosto, a las 22) y disponible de manera gratuita desde viernes 28 al jueves 3 de septiembre en Cine.Ar Play Matar al dragón empieza con una animación que cuenta un cuento de una hilandera que deviene en bruja, pero además cuenta una campaña contra las chicas del pueblo que desaparecen sin que se sepa nada de ellas. Pasado ese momento onírico empieza la historia real de una chica desaparecida durante 25 años, que es recuperada por su hermano médico. Elena (Justina Bustos) pasa por un tratamiento de recuración para después ir a vivir a la casa de Paco (Guillermo Pfenning). Desde ahí la película comienza a contar otra historia que deambula entre el naturalismo y lo macabro. El terror tiene tienta a una buena porción de público y Matar al dragón aporta a una nueva perspectiva en la que además, se agrega una mirada de género. A favor de la película hay que decir que los rubros técnicos están cubiertos con mucha calidad y que las actuaciones, en especial la de Justina Bustos, sostienen la película. Pero el relato se resiente por cierta indefinición entre lo fantástico y cierta intención, que no queda del todo clara, de meterse en temas concretos cómo el de los desaparecidos, si se tiene en cuenta el peso que esa palabra tiene sobre la historia de la Argentina. Pese a eso hay que rescatar el clima que se logra y que el terror haya encontrado una directora que viene del lado de la producción y que parece sentirse cómoda en el género, así que esperemos que haya más películas para ese segmento de público ávido de sentir terror cuando se sienta frente a la pantalla. MATAR AL DRAGÓN Matar al dragón. Argentina, 2020. Dirección: Jimena Monteoliva. Intérpretes: Justina Bustos, Guillermo Pfening, Luis Machín, Cecilia Cartasegna, Querelle Delage, Valentina Goldzen, Maitena Dionisi, Emiliano Carrazzone y Adrián Barrios. Guión: Diego A. Fleischer. Fotografía: Georgina Pretto. Dirección de arte: Catalina Oliva. Sonido: Damián Montes Calabró. Duración: 89 minutos.
El infierno y el paraíso Jimena Monteoliva sigue demostrando que el cine de género no es una cuestión de género. Con una gran maestría para el terror y el suspenso, desde la primera secuencia animada, a la última de acción, construye un universo atemporal, que bien podría leerse como una metáfora de la prostitución y las drogas. Elena (Justina Bustos) es encontrada en el bosque, no lejos de su casa de la infancia, por su hermano Juan (Guillermo Pfening) tras años de estar desaparecida. Es portadora de un “virus” que afecta la sangre, a pesar de lo cual es trasladada a la casona familiar donde vive con su esposa (Cecilia Cartasegna) y sus dos hijas (Valentina Goldzen y Maitena Dionisi). El peligro, que iremos descubriendo a través de los sueños de la protagonista, se hace cada vez más cercano: Tarugo (Luis Machín) se dedica a secuestrar niñas del pueblo “El Paraíso” para entregárselas a la Hilandera, una bruja en la fábula, que habita en una cueva dentro del bosque. Él es quien había secuestrado a Elena, asesinando a sus padres, y quien ahora viene a reclamar a sus sobrinas, para llevarlas a esa suerte de infierno subterráneo. Monteoliva compone su film a partir de la oposición de estos dos espacios, el de la casona, luminosa, asociada a los ritmos de lo familiar, lo cotidiano y la inocencia de la infancia. Y el de la cueva de la bruja, oscuro, asociado a las depravaciones. Ambos universos se encuentran linderos al bosque, una naturaleza no explorada que apenas si los mantiene separados. Acaso estos dos espacios, también representen los lugares de la sociedad: el de la clase media acomodada y el de la marginalidad. En cuanto a la trama, la figura de la Hilandera es tan sólo una excusa del género para sostener el relato de terror, pero por lo demás, el secuestro de las niñas para producir una especie de droga codiciada entre los marginales, es una clara metáfora del circuito de trata de mujeres. Es para celebrar que Matar al dragón (2019) es una película dirigida por una mujer, con una mayoría del equipo técnico y actoral también compuesto por mujeres, y financiado por una serie de entidades que se dedican a propiciar el cine con perspectiva de género, tales como la Asociación la Mujer y el Cine (de más de 30 años de trayectoria) o el apoyo del Femme Revolution Film Festival. Esto reafirma que la mirada de la mujer no sólo se refiere a los temas y al argumento de los films, sino que también es un modo de entender el cine desde la producción.
Del otro lado del bosque Relatos oscuros fantásticos y leyendas clásicas invaden la historia del nuevo film de Jimena Monteoliva. Escrita por Diego Fleischer y dirigida por Jimena Monteoliva, Matar al dragón (2020) nos adentra en la historia de Elena (Justina Bustos), una joven que despierta en un hospital y al borde de la inconsciencia, reconoce a su hermano Facundo (Guillermo Pfening)junto a ella. Cuando era tan solo una niña, la protagonista había sido secuestrada y arrastrada hacia un infierno, en el que una raptora la mantuvo alejada de su mundo, y cercana al horror profundo por la mayor parte de su vida. Pero la vuelta a su hogar, junto con su hermano y su familia, no será nada fácil y haber escapado de aquél lugar recóndito, la perseguirá e invadirá su intento de reestablecer su vida. La fotografía de la película se presenta en un contraste evidente entre aquel infierno y el paraíso, dónde el oscuro lugar infernal que la mantuvo presa a la protagonista, se enfrenta abruptamente con la luz que la recibe al otro lado, en su hogar. A lo largo de la película, pueden percibirse algunos guiños directos hacia cuentos con personajes clásicos; y otras referencias o elementos presentes en muchas historias de ciencia ficción y terror, como lo es, por ejemplo, la infancia en su enfrentamiento con criaturas oscuras en tantas obras de Stephen King. "Si bien a algunos personajes y elementos del guión les faltó su detalle de desarrollo, Matar al dragón (2020) cumple su rol como relato fantástico, un género no tan visto en los últimos años en el cine nacional."
“Matar al dragón” retoma un relato fantástico, de cuento de hadas; esos cuentos que de grandes nos fuimos dando cuenta que eran mucho más rebuscados y oscuros que lo que parecían en un principio. Arranca con una excelente animación que nos cuenta el destino de la última bruja que habitó esas tierras y que permanece como subtexto a lo largo de toda la trama.
Después de su sorprendente “Clementina” la directora Jimena Monteoliva vuelve a apostar al terror, con el mismo guionista Diego Fleischer. Esta vez con una historia familiar atravesada por la pesadilla de la muerte y la desaparición. Los que quedaron del lado del paraíso, la casa familiar habitada por el hermano , con su familia, un médico respetado, y alguien, la protagonista que, secuestrada cuando fue una niña, regresa del infierno portando un virus, asustada y temerosa. El acierto fundamental es que se hablan de miedos y horrores conocidos, esos que nos habitan desde siempre, de terrores infantiles que perduran, de niñas que ya no vuelven, de asesinatos sin resolver, de lo oscuro que se alimenta de esos mismos abismos tan temidos. Y tan conocidos. El mal puede ser algo tan palpable como los años de plomo que vivimos, la trata, la impunidad. Aquí están muy presentes aunque haya una bruja, niñas que son utilizadas para extraer una droga que mantiene al mundo oscuro, maldiciones y animales mitológicos. Y una fuerza invencible, que va desde el inquebrantable afecto de hermanos al empoderamiento de la heroína. Bien lograda, el filme mantiene la tensión, nunca decae. La realización de vestuario y ambientación en el mundo luminoso es un acierto, en contraposición a los sucio, cavernoso y teatral. Muy bien los actores, Luis Machin, Guillermo Pfening y Justina Bustos.