No, no puedo escribir, aunque lo intente, sobre Necronomicon. No el Necronomicon de la poderosa obra de Howard Phillip Lovecraft, escritor maldito y ápice de lo macabro en todo su esplendor de oscura belleza. Ese libro, aun teniendo relación con la película argentina del mismo nombre, queda afuera porque el foco es la justicia sobre el cine. Si es que aquella existe, teniendo en cuenta a este humilde servidor que intenta, de corazón y con nobleza, transmitir su visión total. Pero cuesta, aún no puedo. Para ir entrando en calor voy a hablar de otro cine, de otros directores, de todo lo que pueda relacionar con lo malo, lo que me desagrade y descalifique. Eso ayuda, pero sobre Necronomicon no puedo: para eso hay que esperar. De chico veía de todo. Todo me gustaba. O casi todo. Con el tiempo templé mis preferencias y fue en la adolescencia que descubrí, más allá de la cinefilia que venía arrastrando desde muy pequeño, qué era lo que me molestaba de cierto cine. Nunca me sentí cómodo con la Nouvelle Vague, a decir verdad. Puede que algo me agrade, pero no, no puedo relacionarla con un ejercicio cinematográfico puro. Me aburría, me aburre y me aburrirá siempre. Entiendo su importancia histórica y su contexto necesario. Son formas opuestas a Hollywood, que sirven obligatoriamente para que esta megaempresa no se vuelva un modelo totalitario. Me gusta Godard y su Sin Aliento (Á Bout de Souffle, 1960), pero aborrezco Disparen sobre el Pianista (Tirez sur le Pianiste, 1961) de Truffaut, por dar un ejemplo. Me aburren soberanamente Rohmer y Chabrol, por citar los más conocidos. Quizás el clasicismo que amparo sobre mis venas tira más. No sé. Tal vez mi primitiva mirada clásica opaque sus virtudes y pase un buen tiempo hasta amigarme con esta corriente cinematográfica rupturista. Pero lo malo que tiene la Nouvelle Vague no es lo malo de Necronomicon. Es otra cosa. Aún no puedo llegar a ello. Voy bajando peldaños, hasta llegar a lo más bajo de la escalera. Se me viene a la mente una de las peores cosas que le pasaron al cine (y a la humanidad): Persona (1966) de Bergman. Con decir que lo único bueno que filmó este soporífero director fue La Hora del Lobo (Vargtimmen, 1968), teniendo en cuenta su vasta filmografía, entendemos que su obra es devastadoramente nociva para los humildes espectadores. Sus alegóricas fábulas masturbatorias sobre la identidad, la vida, la muerte y otras pavadas trascendentales y pedantes esquivan la posibilidad de ser cine. Persona es, sin ir más lejos, una película donde dos mujeres hablan como si fueran robots autómatas. Y Bergman las filma, o hace que las filma para el cine y juega un rato, se aburre (nos aburre), pero nunca apaga la cámara. Lo intrascendente puede ser trascendental, o algo así. Igual, nadie entiende qué pasa en esta película o en su cine. Da lo mismo. Puedo seguir, pero no quiero aburrirlos con mis traumas de adolescencia tardía. Sigo bajando escalones hasta toparme con lo más bajo del cine. Podemos citar cualquier película de Lars Von Trier, director de films antipáticos, cargados de una naturaleza culposa y un pesimismo superfluo como para empatar con el zonzo citado hace un párrafo. Lars Von Trier jamás podrá hacer una película tan inquietante y sobrecogedora como La Hora del Lobo. A diferencia de Bergman, Von Trier es más actual, y su cine exhibe años de atraso. Lo que aborda constantemente pudo ser polémico en los 70, obteniendo cierto prestigio por su inherente necesidad de regodearse en el morbo, en el sufrimiento ajeno. Contra Viento y Marea (Breaking The Waves, 1996) y Bailarina en la Oscuridad (Dancer in the Dark, 2000) son dos ejemplos claros. Un enfant terrible que no escandaliza a nadie. Esa mirada cínica que juzga a toda la raza humana no ejecuta la nobleza autoconsciente de, por ejemplo, un Kubrick, quien adornaba sus distopías con una misantropía que no lo excluía en absoluto. Von Trier mira de lejos a sus seres y los lanza a un abismo que lleva directamente a los infiernos de la moral. Con subrayados y todo. Nombro a Von Trier e inmediatamente me pongo en guardia, como los gatos. Es EL enemigo actual del cine. Pero algo me dice que no llego a Necronomicon; solo faltan unos escalones cuesta abajo. Se preguntarán quizás qué tiene que ver todo esto con Necronomicon, película en la que aparentemente hay que poner el foco de atención. Ya vamos a llegar a eso. Aún no puedo hablar de ella, de lo mala que es, de lo indefendible y poco ajustada al universo del cine (bueno, algo surge). Pero dejemos de lado este tipo de cine. Hay otro tipo de malas películas. Una de ellas es Payasos Asesinos del Espacio Exterior (Killer Klowns from Outer Space, 1988), bizarra pesadilla coulrofóbica dueña de un culto inexplicable. En ella una horda de payasos, como reza el título, viene de los confines de la galaxia para arruinarnos la vida. Ese culto antes mencionado parte de una vertiente reaccionaria que idealiza cualquier cosa referente a los 80. Payasos Asesinos… puede ser célebre por lo delirante pero es terriblemente mala. Nada se puede rescatar a excepción de su absoluta irresponsabilidad. Es entonces el tono lo que nos compra. Esa entrega en solfa divide la visión del espectador que acepta su gen de slapstick gore sin ignorar el pésimo resultado. Es malísima, pero divertida. Juega a una autoconsciencia para nada cínica. Necronomicon no sabe jugar más que a intentar ser un film. Sigo descendiendo, tropiezo con un escalón que me sitúa en lo más profundo de las miserias cinematográficas. La escalera me deja ver el horror. No el horror inherente al origen del género, sino a la concepción cinematográfica. Llegamos inevitablemente a Necronomicon, el Libro del Infierno. Reitero, dejemos a Lovecraft de lado, no se merece estar en este texto para nada amigable, demasiado odioso pero justo al fin. Costó llegar a ella porque me es difícil asociarla al cine. Estar presente en una sala y tenerla ante los ojos provoca pudor. Su factura pide a toda costa un lugar en el mundo, pero por sus impericias enormes y su poca humildad llega al nivel de una obra propuesta por estudiantes. La ¿película? profesa la posibilidad de que en Argentina exista la única copia del libro que le da título. Luis, un bibliotecario apasionado, es el encargado de encontrarlo en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Iniciada la aventura aparece una (muy mala) actriz que hace de femme fatale pero le aplica terribles llaves con las piernas a los malos de turno, un Federico Luppi con cara digital que no se parece en nada a Luppi y una inválida, hermana de Luis, que tira frases solemnes y crípticas con una sobreactuación teatral que raya el ridículo. Los (d)efectos especiales generados por computadora nos hacen pensar que estamos viendo la presentación de algún videojuego de principios del 2000. Necronomicon se halla en ese infierno de lo anticinematográfico. Todo en ella irrumpe vergonzosamente de manera amateur, deficiente. No hay lógica absoluta pero tampoco irresponsabilidad, en tanto su tono solemne incita al sueño. Los personajes actúan y se mueven dentro de una (pobre) puesta en escena, de manera errante. Los roles de Diego Velázquez y Daniel Fanego -suponemos que necesitaba el dinero – son los únicos que parecen tener un propósito. El resto sobreactúa mientras el director desorienta a todos (incluidos nosotros) entre elipsis y elipsis, con tal de que su película siga marchando. Por momentos dejamos de creer que la intención sea rendir homenaje al genio del terror literario. Nos sentimos estafados, burlados. Hay una escena de masturbación gratuita, y otra de sexo en las escaleras que parece una mezcla poco eficaz de dos escenas de sexo que ya vimos: la de La Novena Puerta (The Ninth Gate, Polanski, 1999) y la de Una Historia Violenta (A History of Violence, Cronenberg, 2005). El camino que me llevó poder hablar de este intento de film -imposible, aburrido, mediocre, eterno, ridículo- habrá sido largo, pero fue necesario. La diferencia entre todo lo nombrado anteriormente y esta cosa es que las otras películas y los otros directores creen en lo que hacen. Hay una visión allí: no importa si las alegorías de Bergman nos saturan, o si las de Truffaut nos aburren, o si la película de los payasos asesinos nos obliga a aceptar su condición de mala para poder disfrutarla. Dichas obras nos transmiten, parcial e involuntariamente, la sensación de que fueron creadas con un ideal y una legítima autoconciencia personal para cada realizador. Necronomicon es todo lo contrario: cree ser muy cool, con su look dark y su onda gótica porteña berreta en busca de una identificación desesperada y condescendiente con quienes puedan gustar de ella. Su postura esteta ante cualquier otro valor tampoco ayuda, desalentando la posibilidad de creer que en Argentina el cine de terror tenga el renombre que se merece. No hay nada interesante, ni simbólico ni intertextual; solo una mirada al género desde su costado más superficial y basura, por momentos risible. Indignado, pero feliz de advertir los créditos finales, vuelvo a subir las escaleras. La tortura duró hora y media, pero para mí fue una eternidad.
Necronomicón – El libro del infierno: ¿Otra más del montón? Luciano Saracino y Marcelo Schapces nos traen un filme que transporta el universo lovecraftniano a Buenos Aires. Siempre ha sido difícil para el mundo del cine transvasar una obra literaria y mucho más si pertenece al universo de H.P Lovecraft y Necronomicon: El libro del infierno no es la excepción. La trama hace foco en Luis, un simple bibliotecario que vive junto a su hermana Judith, que es invalida. La vida de Luis gira en torno a los libros y las antigüedades, algo muy común en su día a día. Sin embargo, su destino cambia con la muerte de Dieter, un hombre cuyo trabajo era proteger el códice maldito. Ahora es él quien debe encontrar el Necronomicón y evitar que caiga en manos equivocadas. En un principio, la película nos atrapa con su atmósfera triste y con su aire de literatura gótica. El clima lúgubre, la actitud cruda de los personajes y el entorno solitario de las calles de Buenos Aires nos hacen pensar que estamos en presencia de una historia lovecraftniana y que algo siniestro emergerá de las sombras. En adición a esto, la música de Pablo Borghi le da un tono añejo y melancólico a la historia. Por lo que se refiere a trasfondo y material bibliográfico, está muy bien logrado. Han encarado de manera satisfactoria la relación de Borges con las obras de Lovecraft y su fanatismo hacia el Necronomicón. Tanto que han reavivado la leyenda del escritor argentino y su historia como protector del libro infernal. El hecho de que esté localizado en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, le otorga carácter verosímil e histórico a los hechos de la película. Asimismo, las numerosas referencias a la literatura de Edgar Allan Poe logran completar el carácter siniestro del filme. A pesar de todo esto, y a medida que la trama progresa, la historia comienza a perder sus cualidades hasta quedarse corta y, finalmente, nos encontramos con la ausencia del tan terrorífico clímax presente en las historias del escritor de Providence. Cabe agregar que los efectos especiales dejan mucho que desear y arrastran al espectador fuera de la casi perfecta inmersión del principio. El diseño de criaturas, realizado por Salvado Sanz, emula perfectamente la mitología lovecraftniana. Sin embargo, su transición a lo digital ha hecho que se pierda su esencia terrorífica y las convierta en algo cómico y poco amenazante, de alguna manera. Por otro lado, los personajes estaban muy bien construidos gracias al desempeño de los actores, especialmente Judith, la poseída (Maria Laura Celi), Hipólta, la directora de la biblioteca (Cecilia Rosetto), y Baxter el librero (Daniel Fanego), siendo este el mejor de todos. No obstante, hubo un personaje que parece estar fuera de contexto; el personaje interpretado por Victoria Maurette, Mara. Si bien incluir personajes femeninos es una apuesta innovadora para el universo de Lovecraft, su lugar en la trama podría haberse desarrollado de una manera diferente y podría haber aportado algo mejor a la historia. En conclusión, Necronomicon: El libro del infierno es una película que se sostiene de muy buenas ideas, referencias y conceptos. Sin embargo, dichas ideas y conceptos se pierden totalmente al momento de trasladarse al plano audiovisual. Podría decirse que es un filme más que no ha logrado captar en su totalidad la esencia de la literatura de H.P Lovecraft.
Al demonio con Buenos Aires Menuda y a la vez desafiante tarea fue la que asumieron Marcelo Schapces y su equipo al intentar transpolar y adaptar el lúgubre universo Lovercraftiano a una Buenos Aires anacrónica, gris y melancólica. Mucho de policial gótico, ciertos coqueteos literarios con Edgard A.Poe y el ya mencionado autor de El color que cayó del cielo completan el cuadro de Necronomicon, el libro del infierno. Tal vez la falta de presupuesto o mejor dicho las decisiones sobre cómo administrarlo de manera más eficiente jugaron una carta difícil a la hora de un análisis general de la propuesta cinematográfica como de los alcances de un guión donde la construcción de personajes es sólida, pero no ocurre exactamente lo mismo en relación a la trama, al desnivel entre momentos climáticos y tiempos muertos, así como tampoco en la compensación de la estructura narrativa con significativos baches a lo largo del film. La premisa es sumamente atractiva y erige al protagonista Luis (Diego Velázquez), bibliotecario obediente pero con algunas características de detective amateur, en busca de revelar y comprobar la veracidad de un dicho que muta en leyenda o mito y evoca nada menos que a la figura del escritor argentino Jorge Luis Borges con el libro del infierno, más conocido como Necronomicon. A la vez, en esta Buenos Aires mustia, húmeda y lluviosa emergen desde las profundidades los demonios que buscan recuperar tiempo perdido a partir de las almas y los cuerpos que aún persisten en la tierra como el de la hermana paralítica del protagonista (Maria Laura Cali), quien tiene la capacidad de comunicarse o al menos de escuchar esos rumores nocturnos que acechan, mientras Luis se debate entre creer o no creer. El aporte de personajes secundarios marca los aciertos y defectos de la propuesta dado que tanto Cecilia Rosetto y Daniel Fanego superan en todo nivel la pobre performance de Victoria Maurette en el rol desacertado de femme fatale o interés amoroso de acuerdo al ojo que lo mire. Si es la primera idea, propia de todo policial negro, resulta fallida con sus sobreactuados movimientos, y si es la segunda opción carece de peso romántico respecto a Luis y su tortuosa carrera hacia el infierno. No obstante, las irregularidades que presenta Necronomicon deben tenerse en cuenta sus intenciones de cine de género, su franca apuesta a crear atmósferas y climas bastante deudores del estilo gótico y en definitiva adaptar ese cóctel a una estética visual propia, que por momentos roza la aventura gráfica con algunos encuadres pero que en su conjunto definen un escenario sugestivo en el que todo puede ocurrir. En ese todo puede ocurrir, el verosímil choca permanentemente con los límites de la imaginación y en ese choque las esquirlas dispersan buenas ideas, malas resoluciones y un exceso de efectos digitales cuando tal vez sugerir hubiese sido el mejor camino.
Necronomicón, el libro del infierno, de Marcelo Schapces Por Ricardo Ottone La presencia de un ejemplar del Necronomicón en la Biblioteca de Buenos Aires ya estaba explicitada en la obra de Lovecraft. El Necronomicón es un libro célebre (y ficticio, por más que algún despistado todavía cree en su existencia real) que forma parte esencial de la mitología creada por el escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft. Escrito por el árabe loco Abdul Al Alhazred en el siglo VIII DC, su lectura es capaz de producir la locura a los entusiastas e incautos que se le atreven. Los ritos allí compilados permiten invocar a los Dioses Antiguos y abrirles la puerta a este mundo que alguna vez les perteneció y al que, a su regreso, volverán a reclamar como propio. Según el autor, quedaban pocos ejemplares por el mundo, ocultos dada su evidente peligrosidad, y uno de estos se alojaba nada menos que en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Jorge Luis Borges, apasionado de la literatura fantástica, dedicó algunos párrafos al escritor de Providence y la anécdota conocida, y presuntamente real, es que cuando fue director de la Biblioteca Nacional en su sede de la calle México, con su particular sentido del humor, elaboró una ficha de este supuesto ejemplar incunable como si realmente estuviera dentro de su patrimonio. Toda esta serie de hechos puede ser jugosa para un fan local del terror y tiene un gran potencial como para construir un relato de los mitos de Cthulhu ambientando en Buenos Aires con personajes de acá y eso es lo que finalmente sucede con Necronomicón, el libro del infierno. Luis (Diego Velázquez), un empleado de la biblioteca, recibe el encargo de revisar un sector de los sótanos recientemente redescubierto para ver qué ejemplares pueden restaurarse, y entre estos libros se encuentra el misterioso ejemplar señalado por Lovecraft. Su salida a la luz despierta la tentación de personajes oscuros y pone al incauto bibliotecario al acecho de las fuerzas ocultas. El realizador Marcelo Schapces fue el que tuvo la idea de aprovechar el pie que dejó Lovecraft y la anécdota borgeana. Armó también un equipo creativo con grandes antecedentes. En la parte argumental con el guionistas Lucas Saracino, con amplia experiencia en el comic (y también en la serie Germán, últimas viñetas) y el escritor Ricardo Romero, autor, entre otras obras, de una muy interesante trilogía iniciada por El síndrome de Rasputín. En la parte visual con el diseño del libro maldito por parte del ilustrador Aldo Requena y en las criaturas por parte de Salvador Sanz, unos de los mejores autores de la historieta argentina actual. Esto sumado a un buen elenco configura una propuesta tentadora. No obstante a veces el todo no está asegurado por la suma de las partes. Hay un clima ominoso ya desde el minuto uno. Buenos Aires agobiada por la humedad, la oscuridad y una sensación de viscosidad. Algo así como el “caos reptante” que le gustaba describir a Lovecraft y un clima apocalíptico que Romero ya introdujo en la Buenos Aires de su mencionada trilogía. Esta sensación permanente de catástrofe inminente continúa ininterrumpida hasta el final y, si bien se ve ahí la intención de construir una atmósfera, también conspira contra el relato achatándolo. Así, cuando algo efectivamente pasa y el horror aparece, se diluye en un tratamiento indiferenciado y lineal que termina agotando. Todos los personajes parecen estar al tanto del mal que acecha menos el protagonista, quien no entiende -y se la pasa diciendo que no entiende- sus actitudes misteriosas y frases elusivas. El resultado final es ambiguo. Las buenas ideas argumentales conviven con agujeros, arbitrariedades, personajes cuya presencia o comportamiento no se justifica y diálogos afectados e inverosímiles. Mientras, las ideas visuales y el diseño creativo conviven con el exceso de los efectos digitales que en varios tramos resultan poco convincentes. Y aunque el film tiene algunos momentos prometedores, unos cuantos guiños a la obra de Lovecraft (a quien nunca se menciona), Borges y Edgar Allan Poe (en particular la premisa de La carta robada) y un conocimiento y respeto por el legado de esos autores, el resultado final deja la sensación de que los elementos reunidos no están aprovechados. NECRONOMICON, EL LIBRO DEL INFIERNO Necronomicón, el libro del infierno. Argentina, 2018 Dirección: Marcelo Schapces. Intérpretes: Diego Velázquez, María Laura Cali, Victoria Maurette, Cecilia Rossetto, Daniel Fanego, Federico Luppi. Guión: Luciano Saracino y Ricardo Romero, sobre una idea de Marcelo Schapces. Fotografía: Marcelo Mangone. Música: Pablo Borghi. Edición: Nicolás Goldbart, Camila Menéndez. Duración: 90 minutos
Es curioso el caso de “Necronomicon”. La película presenta un argumento intrigante, un gran talento detrás y delante de cámara, con claras influencias de autores de género y un logrado trabajo de composición y manejo de cámara. Sin embargo, el film termina fallando en varios aspectos que podrían haber convertido a la obra en algo de gran nivel. El relato nos cuenta la historia de Luis, un simple bibliotecario que trabaja en la Biblioteca Nacional, que se ve obligado a enfrentarse a un paisaje demencial y paranormal luego de que su vecino Dieter, un hombre sin edad, muera. Este particular personaje es el eterno protector de Necronomicon, el libro de los muertos, el cual se creía perdido, pero que finalmente se halla oculto en el lugar de trabajo del protagonista. Así es como Luis deberá combatir a las fuerzas que lo acechan mientras la ciudad parece corroída por un clima apocalíptico. El largometraje tiene, como es evidente, grandes influencias de la obra de H.P Lovecraft, autor que siempre se volcó a la literatura gótica y oscura, haciendo alusión a escritos como el que lleva esta obra en el título. Eso sumado a varias menciones y homenajes a la literatura de Edgar Allan Poe, nos presenta un panorama que a primera vista se ve llamativo e interesante. Lamentablemente, luego el film se vuelve bastante reiterativo con secuencias que parecen inconexas, algunos diálogos inverosímiles e interpretaciones acartonadas. Respecto a esto último, podemos destacar la interpretación de Daniel Fanego, quien logra hacer un buen trabajo y componer a uno de los personajes más atractivos de la película. Por el lado de la técnica, los efectos digitales resultan bastante caricaturescos y no terminan haciéndole justicia al increíble diseño de criaturas que otorgó el artista Salvador Sanz, que en su destacada labor ya se había dedicado previamente a ilustrar historias de Lovecraft. Quizás el problema principal de la cinta lovecraftiana radica en que se dedicó principalmente a la confección de personajes más que a desarrollar una trama coherente. En síntesis, “Necronomicon: El Libro del Infierno” se presenta como una película con buenas ideas e intenciones, al igual que grandes referencias y homenajes a la literatura gótica. Sin embargo, todo el enorme esfuerzo que hace por captar la esencia lovecraftiana genera que algunos conceptos del autor se pierdan en su pasaje al ámbito audiovisual, derivando en un producto que descuidó los aspectos narrativos y estéticos en pos de mantener el respeto hacia el escritor.
Hay que atreverse a un autor tan idealizado por los fanáticos del género, tan valorado como H.P. Lovencraft. Y este desafío que toma Marcelo Schapces llega a buen puerto, hay que decirlo de entrada. Con una idea del director, el guión es de Luciano Saraccino, con la colaboración de Ricardo Romer y diseños originales del ilustrador Salvador Sanz. . Un acierto ubicar la acción en Buenos Aires, ya el mismo autor en los cuentos de el Ciclo de Cthulhu asegura que uno de los pocos ejemplares del libro maldito está en la Biblioteca Nacional. Y en ese dato nace la leyenda de haber estado escondido por Jorge Luis Borges y luego en una habitación sellada por Clorindo Testa en el actual edificio. A eso se le suma que un hombre sin edad custodio ese ejemplar tan bien guardado muere misteriosamente. Y la responsabilidad le queda a un modesto bibliotecario. Ese libro que enloquece a quien lo lee, pero que provoca el deseo inmediato de conocer sus secretos conjuros que pueden convocar terrores desconocidos, dioses destructivos, no debe caer en manos equivocadas. El clima logrado por el director, un elenco muy bien elegido, la sugestión, lo misterioso, más que lo terrorífico que se cuela, está bien logrado. La fotografía de Marcelo Mangone y la dirección de arte de Mica Sleigh contribuyen a un objetivo de infrecuente calidad en un género no tan frecuentado en nuestro país. Muy buenos los trabajos de Diego Velazquez, Daniel Fanego, Cecilia Rosetto, María Laura Cali, Victoria Maurette, y una ultima aparición de Federico Luppi.
Paso en falso Necronomicon: El libro del infierno (2017) es un intento fallido de homenajear a H. P. Lovecraft y su universo. Marcelo Schapces presenta una Buenos Aires sumergida en la oscuridad donde el protagonista deberá ir tras un mítico manuscrito que podría desatar el infierno en la tierra. Luis (Diego Velázquez) es un bibliotecario que trabaja en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Cuando se le encargue la realización de un inventario de una colección descubierta en el subsuelo, tomará contacto con fuerzas que van más allá del entendimiento. Detrás del clima apocalíptico que sufre la ciudad y los sucesos que envolverán al protagonista se encuentran los relatos de Lovecraft, que en el llamado Ciclo de Cthulhú ubica una copia del Necronomicón, un libro apócrifo escrito por un poeta árabe de nombre Abdul Alhazred en el 730. Partiendo de la leyenda de que el mismísimo Jorge Luis Borges, cuando se desempeñó como director, protegió y realizó una ficha del mítico libro, Schapces desarrolla la historia que evita caer en los lugares comunes del género. Aparecerán posesiones, fantasmas e incluso seres monstruosos pero no con el fin de crear sustos a puro golpe de efecto. En una entrevista, Jesús Cañadas, autor de Los nombres muertos, resaltaba una de las mayores virtudes de la pluma de Lovecraft: su maestría radicaba en mostrar no el horror, sino las reacciones de horror del personaje, que es lo que causa más miedo al lector. La intención de Schapces parece ir en esa dirección y en Necronomicon: El libro del infierno, la reacción del protagonista queda siempre en primer plano. Sin embargo, esto no es suficiente. El problema principal de la película se manifiesta en la presencia de personajes que no justifican su lugar en el relato: la hermana de Luis, interpretada por María Laura Calí, podría haberse obviado. Lo mismo sucede con la participación de Federico Luppi, Cecilia Rossetto y Victoria Maurette. Estas participaciones forzadas hacen que la progresión de la narración se vuelva lenta y que sus 87 minutos finales parezcan interminables. De esta manera, Necronomicon: El libro del infierno es un intento fallido de homenajear a Howard Phillips Lovecraft y un traspié en el cine de terror nacional.
Esta nueva incursión del cine argentino en el género de terror -ligada al universo de H.P. Lovecraft- resulta demasiado solemne y didáctica. Cuenta la leyenda que Necronomicón fue un libro que permitía invocar a dioses oscuros y poderosos que, una vez despiertos, podrían dominar el mundo. Cuenta también que quedan solamente cuatro copias en todo el mundo, una de ellas en la Argentina, y que el mismísimo Jorge Luis Borges, desde la dirección de la Biblioteca Nacional, fue el encargado de catalogarla. Sobre la base de esa historia imaginada por el escritor H.P. Lovecraft, el realizador Marcelo Schapces construye este film de terror en el que la disputa entre el Bien y el Mal se da en pleno barrio de Recoleta y con un bibliotecario común y corriente (Diego Velázquez) como principal implicado. Necronomicón: El libro del infierno parte de la loable intención de ponerle nombre propio a las locaciones donde transcurre, algo inhabitual en un cine de terror local cuyas historias se desarrollan en ámbitos genéricos. Tiene, además, algunos momentos de suspenso logrados y ofrece la posibilidad de ver por última vez a Federico Luppi en la pantalla grande con una pequeña participación como Dieter, el cuidador del libro al que el bibliotecario debe reemplazar. El problema es que su enorme caudal informativo la vuelve por momentos didáctica y explicativa a través de largos parlamentos de sus personajes, quienes deben enunciar, siempre en un tono entre solemne y ominoso, todos y cada uno de los pormenores de la historia imaginada por el autor de El color que cayó del cielo. El resultado es un film con poco ritmo, demasiado serio y sin espacio para la sorpresa.
Con mucha expectativa se esperaba la adaptación, o mejor dicho, la puesta en acción de una de las leyendas urbanas más grandes que ha tenido la literatura y la ciudad de Buenos Aires el Necronomicon. Marcelo Schapces es el encargado de dar vida al misterio que tras un libro maldito de Lovecraft esconde una historia ancestral de cuidadores, bestias, villanos, dolor y la imposibilidad de permanecer entre los vivos a aquellos que lo posean. “Necronomicón: El libro del infierno” (2018) explora a partir de Abramovich (Diego Velázquez) un restaurador de libros que vive sumido en su trabajo y el cuidado de Judith (María Laura Cali), una mujer lisiada, que le insume la mayor parte del tiempo. Cuando es contactado por la directora de la Biblioteca Nacional (Cecilia Rosetto) para realizar un inventario de una sección aparentemente abandonada del edificio, nada lo haría suponer que en ese descubrir de mohosos y descuidados materiales se abrirá un descenso a los más oscuro del ser. De ahí en más “Necronomicón…” busca cierta coherencia narrativa para presentar situaciones fantásticas. Construye un microuniverso literario en el que la lucha por obtener el libro maldito comenzará a impedir el natural avance de Abramovich en la tarea que se le encomendó. Personajes secundarios, claves para el desarrollo, son presentados, pero lamentablemente el trazo grueso con el que se lo hace termina por debilitar el esfuerzo con el que muchos de ellos llevan adelante su rol. Mención aparte la participación de Federico Luppi en lo que sería su última película, que por decisiones arbitrarias terminó por ser doblado en voz y rostro, olvidando el peso que su participación podía otorgar a la propuesta. Luppi además de ser uno de los mejores actores nacionales, ha sabido participar de algunas producciones fantásticas como el “Cronos”, el debut de Guillermo Del Toro en cine, o “El espinazo del diablo”. Más allá de esto, el guion presenta la historia de manera didáctica, casi pedagógica, volando narrativamente en algunas escenas que impregnan a la ciudad de Buenos Aires de una puesta apocalíptica, en donde la lluvia ácida remite a producciones extranjeras. El tiempo y la progresión inicial para presentar situaciones, personajes y la historia en sí, termina por precipitarse hacia el final, en una carrera desquiciada por intentar resolver cada uno de los puntos planteados inicialmente, construyendo dos tempos narrativos que perjudican su totalidad. El principal problema de la propuesta, más allá de ser específica para un público ávido de historias fantásticas y conocedor de la leyenda del Necronomicón, es que aquello que en su premisa se presentaba como original y novedoso termina por caer en situaciones recurrentes y predecibles sin atisbo alguno de innovar y dejar su huella en el nuevo cine de género autóctono.
El director de "La velocidad funda el olvido", Marcelo Schapces, prueba suerte en el género fantástico con "Necronomicón: El libro del infierno", una propuesta que convence desde lo ambicioso de su postulado. Se denomina McGuffin a un elemento, mayormente un objeto, que desencadena la acción en una película, funcionando como motor, motivador, o pretexto para que se desarrolle el actuar de los personajes. El Necronomicón no es cualquier McGuffin, quién más, quién menos, todos debemos haber oído hablar de él. Ideado por el cráneo maestro y oscuro de H. P. Lovecraft (pluma mayor a la hora de esto de narrar historias de terror) por primera vez en "El sabueso", se trata de un libro fantástico (o grimorio) supuestamente escrito por el árabe Abdul Alhazred en el que se explicita todo lo relativo a las leyes de los muertos. En definitiva, el Necronomicón es el libro de los muertos. No solo Lovecraft lo utilizó como material para varias de sus obras, infinidad de autores recurrieron a él. El cine, obviamente, tampoco fue esquivo, y además de la obvia referencia a la trilogía y remake de "Evil Dead", contamos con el film episódico homónimo de 1993 dirigido nada más ni nada menos que por Brian Yuzna, Christophe Gans, y Shusuke Kaneko; entre otros muchísimos ejemplos. Todo esto para arribar a suelo argentino, más precisamente al director Marcelo Schapces, quien emprende la osadía de apropiarse del elemento lovecraftniano y contar una historia de acá, sin olvidar los orígenes, ni del McGuffin, ni del cine de terror nacional. Cuenta el mito que el Necronomicón conduce a la locura y muerte a todo aquel que lo lea. Schapces podría haber optado por el camino simple. Sí, lo que están pensando, hacer una copia encubierta de Evil Dead, poner a un grupo de personajes que se topa con el libro, lo lee “sin querer” y que empiece el festín fenético y terrorífico. Pero no, Schapces, que proviene del cine independiente con la valiosa "La velocidad funda el olvido", y del documental, con ejemplos como "Che, un hombre de este mundo"; elije hacer algo distinto y rendirle un verdadero culto al libro y su creador. Distinto, ese es un buen término para "Necronomicón: El libro del infierno". Una película que toma al terror desde otro costado, que crea una atmósfera, pero juega al género del misterio fantástico antes que ir por el impacto inmediato. En ella, Diego Velázquez (ya toda una referencia para el cine de género e independiente en nuestro país) es Luis, un bibliotecario convocado por la Biblioteca Nacional ante un importante hallazgo. Hipólita (Cecilia Rosetto), encargada del sector, le cuenta que en medio de una refacción, encontraron un sector oculto de la biblioteca en el que se toparon con una serie de libros muy particulares, todos esotéricos, entre ellos, sí, el que se imaginan. Luís, que vive con su hermana postrada Judit (María Laura Cali), concurre ante el librero Baxter (Daniel Fanego) para comprobar la autenticidad de las piezas. Entre todos, terminarán por descubrir una historia mucho más grande e impensada por detrás, que incluye a un ser extraño como Dieter (una participación muy especial y particular de Federico Luppi poco antes de su fallecimiento), y una femme fatale con mucho para contar, Mara (Victoria Maurette, otra que viene pisando muy fuerte dentro del género en Argentina). En medio de estrenos argentinos dirigidos al terror como Resurrección, Necrofobia, Hipersomnia, Ataúd blanco, o las inminentes (y algunas ya vistas en festivales) "Luciferina", "Los olvidados", o "Aterrados"; con producciones que denotan una producción cada vez más notoria; "Necronomicón: El libro de los muertos" vuelve al más puro cine independiente y hasta estilo Clase B o de cine continuado. Pero ojo, lejos está esto de ser una apreciación desmerecedora o peyorativa. Dentro de una filmografía riquísima como la Argentina, con el género fantástico en constante evolución durante los últimos años, no solo es bueno, sino necesario, que convivan todo tipo de películas y estilos. gran escala, y más chicas, que demuestren que con talento y esmero se puede lograr un producto digno y hasta ambicioso en su concepto. "Necronomicón: El libro del infierno" posee la valiosa aptitud de convocar a la investigación. Los pasillos de la Biblioteca Nacional son un escenario fundamental, utilizado con precisión, y los personajes hablan permanentemente de libros, sus orígenes e historias, Allí conviven no sólo Lovecraft, sino Poe y Borges, entre otros. Un primer visionado de la película, invita a querer saber más sobre la historia y seguir descubriendo. Luis se embarca en una aventura literaria, que no es la de Nicolas Cage en "National Treasure" ni quiere serlo, es algo más oscuro, con un ritmo diferente. Cada paso que dé, cada avance, todo se tornará más extraño. También es cierto que Schapces desde el guion y el montaje optó por una narración algo cerrada, críptica, con algunas escenas que pueden descolocar. Pero todo esto, esta sensación de extrañeza, sumado a un ritmo que decide por no apurarse e ir introduciéndonos en la historia a medida que avanza, y una muy lograda utilización de locaciones reales (no solo de la Biblioteca Nacional) confluyen en la creación de una atmósfera inquietante exacta, que logra captar nuestra atención e interés. "Necronomicón: El libro de los muertos" gana cuando más terrenal es, cuando más se aleja de los elementos fantásticos puros (más allá de que una posesión “mostrada” puede considerarse lograda), y se avoca en la investigación del terrorífico libro. Algunos efectos, para aquellos que no comprendan que estamos frente a una producción independiente, pueden parecer menores. Lo satisfactorio es que el eje central no pasa por ellos. Velazquéz compone a otro de sus personajes calmos, de expresiones justas, adecuado para el personaje investigador. Maurette confirma una vez más por qué es tan convocada para el género, tanto como mujer con secretos extraños, sensual, como de armas tomar (atención a su toma cuasi de catch en un solo plano), siempre encuentra el tono correcto y convincente. Quizás el personaje más difícil sea el de María Laura Cali, por su inserción en la historia, y por lo que debe componer, sin embargo, la actriz logra sacarlo adelante con talento. Del resto del elenco citado no hay mucho que agregar, hacen notar sus nombres y trayectoria. Marcelo Schapces hace una apuesta riesgosa con "Necronomicón: El libro del infierno", y por esa audacia y el deseo de hacer algo diferente al camino simple y lograrlo, sale ganando.
Llega a las salas Necronomicón: el libro del infierno dirigida por Marcelo Schapces con la complicada tarea de llevar el universo Lovecraft al cine en Argentina. La historia sigue a Luis (Diego Velázquez), un empleado de la Biblioteca Nacional que vive con su hermana en un edificio donde suceden extraños acontecimientos que comenzaron con la muerte de un vecino llamado Dieter. Éste estaba a cargo de cuidar un libro, El Necronomicón, que protege a la tierra de antiguos males. Luis termina involucrado en la búsqueda de este ejemplar que se esconde en su lugar de trabajo, mientras en la ciudad se avecina un clima apocalíptico. Ya sea por cuestiones de traspaso literario o porque el autor no maneja el terror de manera convencional, los cuentos de Lovecraft no son nada comunes de ver en el cine. Se pueden llegar a encontrar algunos cortos en internet o algunos trabajos específicos alrededor del autor como fueron los de Stuart Gordon con Re-Animator (1985) o el capítulo de la serie “Masters of Horror”: Dreams in the Witch House. El miedo a lo desconocido es el tópico de la mayoría de sus historias, causa y consecuencia de la paranoia y locura de sus personajes. El universo que se ha creado alrededor del autor ha producido también leyendas: una de ellas es la localización de una de las primeras copias de El Necronomicón o el libro de los muertos en Buenos Aires, específicamente en la Biblioteca Nacional. Schapces expande este mito y lo convierte en un relato. Una historia que en ningún momento se asemeja al terror que el cine argentino está produciendo hoy en día, sino a una construcción fantástica literaria. Respeta ciertos puntos pesadillescos que se encuentran en Lovecraft. Esta idea de soñar despierto es vista en algunas escenas que parecen desestructuradas del relato clásico. Aunque se podría cuestionar que se queda a medio camino de querer contar aún más sobre este mal que acecha a los personajes (aunque no es mencionada, la figura maligna llamada Cthulhu está presente pero no se desarrolla) y por el otro da por sentado o explica muy rápido cierta información al espectador que trata de asimilar lo que está viendo. Los actores no están mal en sus personajes y cada uno cumple la función que le corresponde pero el problema radica en el registro de sus diálogos rozando por momentos el español neutro y en otros el argentino. Para destacar es que, con el acotado presupuesto, los efectos visuales están correctos. Las figuras monstruosas aparecen muy poco y generan el desconcierto buscado, mientras que la ciudad de Buenos Aires está dibujada en el cielo y en sus edificios de una manera más clásica y menos contemporánea, reafirmando la idea del relato literario de Lovecraft que se ubica a principios del siglo XX.
Durante siglos, Dieter, un hombre sin edad, ha estado custodiando un ejemplar del Necronomicón, que permanece escondido en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, para mantenerlo a resguardo y evitar que sus conjuros malvados convoquen a los Antiguos Dioses del abismo para apoderarse de la humanidad y la tierra. La misteriosa muerte de Dieter lleva a Luis, un simple bibliotecario, a enfrentar las fuerzas que acechan al Necronomicón. En una ciudad que está corroída por un clima apocalíptico, un hombre se enfrenta a las fuerzas de la oscuridad. Desde un principio podemos ver dónde la película va a fallar: una Buenos Aires donde llueve torrencialmente… por CGI. El abuso del CGI por parte de la película nos saca completamente de la trama. Lamentablemente, es un error en el que se cae una y otra vez en las películas argentinas de este estilo. El bajo presupuesto no permite el uso de muchos efectos prácticos y en vez de optar por el minimalismo, se utiliza el CGI para resolver (mal) todo. Pero el CGI defectuoso no es el único problema de la película. Desde el guión semi incomprensible, con escenas que no terminan de resolverse y diálogos acartonados; el foley exagerado que no tiene que ver con nada; hasta actuaciones olvidables (Diego Velazquez reacciona de la misma manera a TODO suceso que le ocurre en la película) y una dirección bastante pobre, donde el recurso del CGI es utilizado para cubrir la falta de imaginación en el uso de planos, Necronomicón desperdicia una excelente oportunidad para homenajear al maestro del terror, H.P. Lovecraft. Lo que puedo decir a favor de la película, es que Aldo Requena, a cargo del arte de los libros que se muestran durante la peli, se pasó. sus dibujos nos transportan al mundo de Lovecraft impecablemente. Un recurso brillante, que lamentablemente no fue aprovechado.
Una película fantástica perdida en su laberinto Todo aquel que haya leído los cuentos y novelas de H.P.Lovecraft es dueño de un conocimiento que puede llevarlo a la locura: en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires está depositada una de las pocas copias sobrevivientes del “Necronomicón”, el infame libro escrito por el árabe loco Abdul Alhazred. Ese dato fáctico perteneciente al mundo de la ficción del autor más famoso de Providence –que hasta el día de hoy sigue generando alguna que otra pesquisa infructuosa en los ficheros de la institución– es el punto de partida del nuevo largometraje de Marcelo Schapces (Che, un hombre de este mundo, La velocidad funda el olvido), cuya historia transcurre en una Buenos Aires alternativa, húmeda, oscura y ominosa. Y, desde luego, amenazada por la inminente aparición de los “antiguos”. Diego Velázquez es el encargado de darle vida a Luis, un bibliotecario y restaurador que –casualidades de la vida– trabaja en el edificio de la calle Agüero y tiene por vecino a Dieter, el actual guardián del infernal volumen (Federico Luppi estaba enfermo durante el rodaje de la película y su rostro fue reconstruido digitalmente para la ocasión). Desaparecido Dieter, será el turno de Luis de desempolvar y resguardar esa copia oculta a los ojos de los mortales, convenientemente ubicada en un anaquel tapiado (como en algún cuento de Edgar Allan Poe, afirmará la directora de la Biblioteca), y de transformarse en el posible sucesor del cuidador anterior, ayudado por un librero obsesionado con los textos satánicos (Daniel Fanego) y una mujer que parece saber más de lo que aparenta (Victoria Maurette). La trama contiene una dosis elevada de vueltas de tuerca y golpes de timón y, en más de un sentido, resulta extremadamente “literaria”: a las conversaciones sobre autores y ediciones (la figura de Borges es, desde luego, invisible a los ojos, pero esencial) se le suma la constante necesidad de explicar verbalmente acontecimientos y posibilidades, involucrando a los personajes en diálogos farragosos que, en más de una ocasión, terminan cayendo en una gravedad impostada. Por otro lado, el film echa mano a una notable cantidad de efectos digitales que –por sus pretensiones y calidad subestándar– terminan abrumando y desconcentrando la atención del espectador. En esa apuesta híbrida entre el relato fantástico de tonalidades intelectuales y el género puro y duro, Necronomicón termina chocando con las paredes de su laberinto narrativo y perdiendo la partida.
Cuenta una leyenda urbana que en la Biblioteca Nacional se encuentra uno de los pocos ejemplares existentes del “Necronomicón”. Cuando Jorge Luis Borges fue su director, le habría hecho una ficha de ingreso a este libro y se archivó en los sótanos del actual edificio. Su trama gira en torno a los misterios que esconde este libro, su lectura podría provocar la muerte y se lo vincula con la magia negra. Algunos de los personajes de esta historia son: Luis (Velázquez) un empleado de la Biblioteca Nacional, quien es el elegido para ser el guardián de Necronomicón, su hermana Judith (Cali) que comienza a recibir ciertos mensajes y termina siendo poseída por seres sobrenaturales; la directora de la Biblioteca Nacional (Rosetto); Mara (Maurette) es la mensajera del guardián; un monje antiguo (Ferraro); Daniel Fanego se luce en el personaje de Baxter, un hombre sumergido en los libros , y por último el cuidador del libro Dieter (interpretado por Federico Luppi, en su última participación). A lo largo de su desarrollo va generando intriga, suspenso, algunos sobresaltos, un clima misterioso en una Buenos Aires húmeda donde no para de llover. Este tipo de libro puede ser peligroso, eso genera miedo, en los distintos pasajes está latente el miedo a lo desconocido, con dioses oscuros y un gran temor a lo sobrenatural. Su desarrollo tiene mucho del mundo de Howard Phillips Lovecraft, llena de símbolos y guiños de otras películas, se cita a Edgar Allan Poe, goza de una buena dirección de arte y fotografía, con un estilo bien gótico y una atmósfera oscura y siniestra. En la dirección Marcelo Schapces (“La velocidad funda el olvido”, “Che, un hombre de este mundo”), Luciano Saracino y Ricardo Romero (Guionistas); Salvador Sanz (Ilustrador) y Aldo Requena (artista e ilustrador).
Y todo queda en nada El género de terror en Argentina sigue siendo una deuda pendiente. No por la falta de intentos, sino porque la gran mayoría resultaron fallidos o dejaron sabor a poco. Ahora, con la nueva propuesta de Macelo Schapces que toma a Lovecraft como base y sigue por los caminos sinuosos de Borges y Edgar Allan Poe, nos encontramos ante una película que podría haber sido interesante, pero se queda a mitad de camino. La historia sigue a Luis (Diego Velázquez) un bibliotecario que trabaja en la Biblioteca Nacional cuidando y restaurando libros antiguos. Un día se topa con una sección del establecimiento que nunca había sido descubierta y va a dar justo con el famoso y terrible Necronomicón, una copia que hace muchos años estuvo escondida en ese lugar y (cuenta la leyenda) que el propio Borges custodió en algún momento. La premisa, de por sí, parece atractiva. Los elementos sobrenaturales que rodean la historia, junto con sus referencias bibliográficas a grandes autores de la literatura fantástica, llenan la trama con un ambiente oscuro y sórdido, en una Buenos Aires que lejos está de ser la ciudad que todos conocen. Hasta gran parte del elenco colabora para conducir el proyecto por los carriles esperados. Solo faltaban dos cosas, cuya ausencia (o escasa presencia) hacen que toda la película camine sobre la cuerda floja y más de una vez caiga bajo el propio peso de su pretenciosidad. El guion tenía una tarea difícil, es cierto, el Necronomicón de Lovecraft no es sencillo de adaptar, ni muchos menos de explicar en términos argentos. La historia se nos presenta desde un primer momento como un misterio que está asolando la existencia pacífica de nuestro protagonista, alguien de quien sabemos poco y nada (igual que el resto de los que acompañan) pero que, de alguna manera, sabe que debe hacer algo para que la humanidad no quede a merced de los muertos. A partir de ahí, los baches narrativos que hay que saltar son incontables. Todo núcleo de la trama se presenta y luego queda en el aire, como si nadie prestara atención a lo que está viendo y no le importe perderse parte de la historia. Los personajes secundarios (Daniel Fanego y María Laura Cali principalmente) son los pocos que pueden lograr que la película tome forma y circule ligero para que no se haga más tediosa de lo que ya es. Algunos están de relleno, como la participación un tanto exagerada de Victoria Maurette, y a otros les falta el carisma y la consistencia actoral que se requiere para cargarse un protagónico al hombro (sí, le queda mucho a Velázquez todavía). Los efectos especiales merecen un párrafo aparte. Su calidad es tan pobre y decadente que bordean lo risible (la deformación en la cara de Federico Luppi es para el infarto). Si estaban cortos de presupuesto, se podría haber disimulado perfectamente, pero no hicieron el menor esfuerzo e intentaron lucirse con lo que había. Estamos en el 2018, y aunque nuestro cine no se caracterice por producciones de alto impacto, cuando hay voluntad, se pueden hacer cosas decentes, pero estos efectos no deberían pasar ni siquiera por la post producción. Lluvia que no es lluvia, posesiones demoníacas medio robotizadas, ojos fluorescentes, en fin, un despliegue de horrores y no de los buenos. Necronomicón no pasará a la historia como una de las películas de terror mejor logradas, apenas puede tomarse como el comienzo de un largo camino para encontrar la fórmula definitiva que lleve a las buenas producciones de género. Mientras tanto, seguiremos esperando.
El peor de los miedos es el miedo a lo desconocido El cine de terror en Argentina está pasando por un excelente momento. Luciferina (Gonzalo Calzada), Aterrados (Demian Rugna) y Los olvidados (Hnos. Onetti), estrenos de este año, suben muchísimo la vara y demuestran al espectador que recuperar la confianza en el cine nacional de género es una buena elección. En este contexto, Necronomicón, de Marcelo Schapces, lamentablemente, se queda un paso atrás. La directora de la Biblioteca nacional, interpretada por Cecilia Rosetto, le encarga al bibliotecario Luis Abramovich (Diego Velazquez) que ingrese a un sector subterráneo del edificio, descubierto tras la caída de una pared, que se encuentra inundado, para relevar qué libros pueden rescatarse. A la vez que su hermana paralítica Judith (Maria Laura Cali) es poseída por una extraña entidad, se termina convirtiendo en el nuevo guardián del Necronomicon, un libro que, de caer en manos equivocadas, ocasionaría desastres quizás peores que el apocalipsis. Completan el abanico de personajes Victoria Maurette, quien le revela a Abramovich algunos secretos sobre el recién fallecido Dieter (un Federico Luppi reconstruido con CGI, por más loco que suene), anterior cuidador del libro, y Baxter, su librero amigo, que sabe más de lo que le dice, interpretado por Daniel Fanego. La principal característica de Abramovich es que está bastante perdido con la vida en general: repite de modo insistente que no entiende lo que le están diciendo. Esta desconexión de la realidad lo acercaría a una especie de antihéroe, pero la cualidad está tan subrayada que exaspera, asemejándolo más a una caricatura. Nosotros como espectadores nos identificamos con él por sentirnos de la misma manera en diferentes momentos: apariciones de personajes (de carne y hueso o en 3D), cambios de rumbo en los planes e incluso escenas de acción nos hacen perder el hilo conductor de la trama. Otro punto que nos distrae es la propuesta visual de VFX no realistas: maneja un código más de cine de nicho y no tanto de propuesta comercial. El problema con esta estética es que el espectador medio suele catalogarlos de “truchos” o “berretas” y es incluso capaz de abandonar la sala a mitad del visionado. El lector de Lovecraft va a saber encontrar algunas de sus criaturas y personajes típicos, enmarcados en un clima de ahogo general de una Buenos Aires oscura que soporta una tormenta hace ya varios días. Temáticamente las intenciones de la película son excelentes: es novedosa, atrevida, y se mete de lleno en el universo lovecraftiano con conocimiento de causa. Pero la forma, tanto a nivel guion como visual, atrasa un poco.