Vuelve el caso del gato y el ratón, y el ratón vuelve estar ciego. No respires 2 es más de lo mismo, pero ahora el que debe salir, después de atender a otros muchachos que quieren algo que posee, es el Hombre Ciego. Que ahora, sí, tiene nombre. Y se llama Norman. El bueno de Norman (veremos que no era tan bueno en el pasado), tras lo acontecido en la primera No respires ha adoptado como propia a una niña que quedó huérfana tras un devastador incendio. Norman vive en una casa, pero con suficientes recovecos entre la planta baja, el primer piso y el sótano, que para venderla o alquilarla le costaría hasta a él contar las habitaciones y comodidades, y una huerta aledaña, bajo techo. Pero este excombatiente, si ya era anciano en la primera, como No respires 2 transcurre “varios años más tarde”, está un poco más gastado. Pero no ha perdido ni una sola maña, ni una sola cana. Ni tampoco esa camiseta blanca, sin mangas. Frío se ve que no pasa. Y tampoco pasa nada novedoso en esta secuela. Pensé que se trataba de un cieguito Aquellos que tengan recientemente vista No respires, o guarden una memoria más o menos prodigiosa, van a recordar algún rostro en el elenco, no solo el de Stephen Lang, el protagonista, que fue (y volverá a serlo en las cuatro secuelas) el malvado coronel Miles Quaritch de Avatar. Y si no se acuerdan, o no vieron No respires, no importa. Puede entenderse sin haber visto la primera. Por la TV se ve (Norman lo escucharía) que hay un siniestro hombre que atormenta la zona con tráfico de órganos. Sin decir mucho más, porque hay un par de vueltas de tuerca en el guion, los malos, que por ahí dicen que son, como Norman, excombatientes, pero de distintas guerras, querrán ingresar a la casa de Norman y Phoenix (Madelyn Grace). Tienen sus razones, pero tampoco vamos a adelantarlas. Lo que sí podemos adelantarles es que la película está dirigida por otro uruguayo, Rodo Sayagues, que fue productor y guionista de la primera, y guionista de Posesión infernal de su compatriota Fede Alvarez, que aquí solamente escribe y produce. Y el otro que produce es Sam Raimi. Atentos. Rodada mayormente en Serbia y con exteriores en Michigan, Estados Unidos, entre agosto y el 8 de octubre del año pasado, más que por razones presupuestarias seguramente por restricciones imperantes en los Estados Unidos por el coronavirus, No respires 2 es mucho más gore que su antecesora, y tiene un morbo que puede crispar los nervios. No tanto por lo que se ve, sino por un giro de la trama. Ah, y tiene una escena postcréditos. Para que no se vayan cuando empiecen los títulos finales. O sí.
RESPIRÁ UN POCO El estreno de No respires en 2016 supuso una conmoción, un shock de energía que revitalizaba ciertas esperanzas con respecto al futuro del terror, en un momento en que el género no hacía más que copiarse y devorarse. Supuso, también, una confirmación: la de Fede Alvarez como uno de los realizadores más interesantes del último tiempo, un tipo que entendía los engranajes del terror y sabía cómo ponerlos a trabajar de maneras superadoras. Luego de la excelente (y polémica, no apta para puristas) remake de Posesión infernal en 2013, Alvarez entregaba una historia original y salía triunfante. Todos los amantes del género esperábamos con ansias y expectativa el paso siguiente, que la vida quiso que fuera en falso. La chica en la telaraña, una nueva adaptación de las novelas policiales de Stieg Larsson, fue una película rutinaria y vacía de personalidad, un trabajo hecho con oficio, pero sin alma. Después vino una serie que no vi (Calls, que tiene una premisa llamativa a partir de su experimentación con la forma), y en el futuro inmediato aparece una secuela de La masacre de Texas, en la que Alvarez oficia de productor y guionista. En lo que quizás sea un descanso de la silla de director, el uruguayo mantiene también esos roles en No respires 2, y cede la dirección a su compatriota y colaborador Rodo Sayagues. El primer problema de esta secuela está en el enfoque que pretende darle a su protagonista, el brutal villano de la primera parte, que en esta ocasión parece encaminado hacia una posible redención. Pasaron algunos años desde el primer film, y Norman Nodstrom, el Hombre Ciego (Stephen Lang), vive ahora en una cabaña en el bosque, con una niña llamada Phoenix (Madelyn Grace), a la que trata como a una hija. De hecho, Phoenix cree que es realmente hija de Nodstrom, aunque cualquiera que haya visto la primera parte sabe que no es así. De entrada, la presencia de la niña y el comportamiento del protagonista ponen a la película en un lugar distinto del de su predecesora, que tenía intenciones mucho más sencillas, pero ejecutadas con una contundencia implacable. Acá las cosas se complican un poco más, porque Nodstrom ya no es el villano, pero no deja de ser un hombre terrible, que tiene secuestrada a Phoenix para ocupar el vacío de una hija muerta. Para redimirlo, al menos parcialmente, la película introduce un grupo de ladrones de órganos, que tienen un interés especial en la niña. Si No respires 2 no fuera una secuela, si fuera solo la historia de un padre con un pasado traumático y su supuesta hija enfrentados a un grupo de psicópatas, la película funcionaría medianamente bien. Sayagues filma las escenas más brutales de manera virtuosa, con una puesta en escena deudora del estilo de Alvarez. Profundiza en el recurso de mostrar un objeto que más tarde tendrá una relevancia homicida, y como en la primera parte, hay un uso notable del plano secuencia para generar tensión a partir de la utilización del espacio y el sonido. La cantidad de cuerpos mutilados es mucho mayor, lo que permite que, por un lado, Nodstrom vaya desbloqueando niveles de violencia con cada enfrentamiento, y por el otro, que el director pueda filmarlos con nervio y gusto por la sangre. La intención es clara: redoblar la apuesta y tirar toda la carne al asador. Claro que hay ocasiones en que menos es más, y por eso la entrega anterior funcionaba como un ejercicio asfixiante, contenido casi todo el tiempo en una casa y unos pocos personajes. A Sayagues la acumulación de truculencias le juega en contra, sobre todo porque está montada sobre un guion que pierde consistencia en su segunda mitad y se empantana. Quizás la comparación sea caprichosa, pero es posible pensar No respires 2 en relación con Terminator 2. Está el progenitor que entrena a su hijo (madre e hijo en aquella, padre e hija acá) para enfrentar una posible amenaza, la máquina de matar que pasa de villano a héroe, y la redención a través del sacrificio. Sería injusto valorarlas una al lado de la otra, más cuando Terminator 2 es una obra maestra y el lazo entre ambas no es manifiesto sino más bien funcional a una idea. El cambio de bando del protagonista en la secuela de James Cameron estaba trabajado desde una lógica interna (al fin y al cabo, eran distintos androides), pero sobre todo desde una lógica cinematográfica, comercial si se quiere, y claramente acertada. En No respires 2, esa decisión nunca llega a cobrar peso narrativo, y todo lo que sucede alrededor parece puesto para forzar esa conversión. A pesar de ser competente (hasta un punto, porque todo el tema de los órganos puede tener su correlación con la secuencia de la inseminación de la primera parte, pero no deja de sentirse fuera de lugar e incluso ridículo), No respires 2 es, en su carácter de secuela, una película bastante fallida, y una muestra más de un síntoma que acecha a esta época, con películas que no pueden contener al mal sin que tenga su lado bueno.
“No hay lugar como el hogar” decía Dorothy al regresar a Kansas luego de su periplo por Oz. Ese mismo espíritu se intuye en el celo con el que Norman Nordstrom (Stephen Lang) preserva a su pequeña hija de los peligros del exterior. La joven Phoenix (Madelyn Grace) –a quien conocemos en imágenes borrosas luego de un incendio, en el prólogo de la película- no solo está privada de amigos y congéneres sino que todo el mundo que la rodea es sinónimo de amenaza a los ojos de su padre. Cuando un grupo de pandilleros nacidos del hervidero de esa Detroit suburbana se aventure a ingresar en su morada, las precauciones de Norman parecen no haber sido en vano. Los uruguayos Fede Álvarez y Rodo Sayagues –esta vez ambos ofician de guionistas y el segundo de director- recrean el ambiente y el tono de su exitosísima No respires, aquella aventura de bajo presupuesto que filmaron en Hollywood apadrinados por Sam Raimi. Otra vez el mismo hombre ciego, veterano de guerra y con un oscuro pasado, debe enfrentarse a unos invasores que vienen en busca de algo muy preciado. Lo que cambia es que ya conocemos la fórmula, que el exceso de gore no compensa la atención al contexto social de la ciudad que detentaba la anterior, y que no hay otros personajes que despierten nuestra empatía más allá del creado por Lang. Pero No respires 2 es una digna secuela de su predecesora, sostenida en el clima asfixiante que construye en los espacios cerrados, en la destreza de la cámara de Sayagues al seguir en danza a sus personajes y en el retrato deforme y grotesco sobre el hogar y la familia que convierte ese regreso al origen en una subversiva voluntad de escapatoria.
Secuela de la película No respires que transcurre años después de aquella historia. El hombre ciego se ha estado escondiendo en una cabaña aislada y ha criado a una niña huérfana que ha sobrevivido al incendio de su casa. Pero un grupo de salvajes criminales busca a la niña, lo que obliga al hombre ciego a desplegar una vez más toda su capacidad de matar. La película ofrece un cambio con respecto al personaje principal del film anterior. Ahora él funciona, en gran medida, como un héroe. Igualmente, y para bien de la historia, la violencia que despliega el personaje no lo muestra como un personaje fácil de querer. Su monstruosidad sigue vigente, aunque notablemente atenuada por proteger a la niña. La historia, cuya premisa inicial es la de un ciego capaz de combatir como si tuviera ojos, sabe que parte de algo exagerado y no duda en buscar en el exceso un aliado imprescindible. Todas las escenas funcionan y no hay tiempo para hacerse demasiadas preguntas. Sin ofrecer demasiadas novedades la película consigue su objetivo y resulta asfixiante y entretenida a la vez.
Everybody knows you’ve been steppin’ on my toes And I’m gettin’ pretty tired of it You keep a-steppin’ out of line And a-messin’ with my mind If you had any sense, you’d quit Papá se volvió loco En 2016, Don’t Breathe terminó de cimentar -de la mano de San Raimi- al tándem formado por los uruguayos Fede Álvarez y Rodo Sayagues. Luego de probar suerte con la (muy buena) remake de Evil Dead, Raimi le ofreció al dúo la posibilidad de iniciar su propia franquicia. La aprovecharon: Don’t Breathe era un thriller solidísimo cuyo hallazgo consistía en invertir la dinámica del thriller de home invasion; aquel subgénero en el que uno o más personajes indefensos reciben la visita intrusos indeseados que los obligan a defenderse (convirtiendo al hombre en lobo del hombre) se subvertía colocándonos en el punto de vista de los intrusos. Tres jóvenes en busca de plata fácil buscaban escapar de la arrasada Detroit asaltando la casa de un hombre mayor ciego (Stephen Lang). Sin embargo, una vez adentro de la casa, los ladrones se daban cuenta de que estaban ante un desafío muy por encima de sus capacidades: el anciano era un marine entrenado con un siniestro y peligroso secreto. A pesar de que la secuela no tardó en anunciarse, tuvieron que pasar cinco años hasta que Álvarez y Sayagues decidieron volver al universo de Don’t Breathe. Esta vez, decidieron invertir los roles: ambos firman el guion de esta secuela, pero Fede Álvarez le cede la dirección a Sayagues. Hablar de inversiones es relevante a la hora de hablar de esta película y no sólo en el plano técnico, sino en la elección del punto de vista: Don’t Breathe 2 recupera el personaje Norman Nordstrom, el Hombre Ciego (Lang) y lo coloca en un conflicto que no guarda ninguna relación con el de la película anterior; esta vez, el punto de vista elegido para contar la historia es el suyo. Contar una nueva historia desde el punto de vista del villano resulta una jugada en apariencia riesgosa y podría haber resultado interesante y perturbadora, si la película no resultara tan formulaica y precariamente escrita como esta. La película comienza con la pequeña Phoenix (Madelyn Grace) huyendo con sus últimas fuerzas de una casa en llamas. Poco después descubriremos que fue adoptada por Nordstrom, quien finge ser su padre biológico y la entrena rigurosamente en prácticas de supervivencia junto a Shadow, su rottweiler. Bajo la estricta tutela del marine, a Phoenix se le complica hacer amigos; excepto por las escasas salidas que Nordstrom le permite bajo la tutela de la ranger Hernández (Stephanie Arcila), la niña no abandona casi nunca la casona en los suburbios donde viven. La situación empieza a alimentar el rencor de Phoenix hacia su padre paranoico y obsesivo, que no está dispuesto a concederle a su hija la posibilidad de vivir una vida normal. Inevitablemente, el peligro dirá presente y tocará la puerta: un grupo de facinerosos comandado por Raylan (Charlie Sexton III), aparentemente vinculado al contrabando de órganos, decide invadir la casa durante la noche para llevarse a Phoenix. Nordstrom no estárá dispuesto a ponérsela tan fácil a los malos e iniciará una violentísima carnicería para evitar que se lleven a su hija. Digo “los malos” porque, donde la primera Don’t Breathe apostaba a difuminar el maniqueísimo bueno-malo a la hora de considerar sus fuerzas en oposición, la secuela resulta torpe y esquemática. En la primera película, asumíamos el punto de vista de los asaltantes porque podíamos conectar con su deseo de buscar un futuro mejor; el asalto era un one and done y, eventualmente, Nordstrom terminaba resultando un adversario tan formidable y perverso que cualquier pecado palidecía en comparación. A pesar de todo, seguíamos hablando de un grupo de personajes dispuestos a robarle a un ciego por dinero. Don’t Breathe 2 pareciera apostar a la misma estrategia, sorprendiéndonos con la elección del punto de vista y posicionando a Norstrom como un padre dispuesto a todo por su hija. Hasta el hombre más perverso puede sentir amor. Sin embargo, sus adversarios no podrían resultar más esquemáticos. Hay un giro de la trama que pretende hacernos dudar un poco con respecto a las intenciones del personaje de Charlie Sexton III, pero Sayagues no le pone mucho empeño y, en consecuencia, nosotros como espectadores tampoco. La película ni siquiera aprovecha el personaje de Phoenix para darle un rol sustancial en la carnicería. Don’t Breathe 2 podría haberse convertido en una versión ultraviolenta de Mi pobre angelito con la hija del marine en plan Kevin McCallister, rebanando cabezas y exponiendo fracturas. Eventualmente ocurre algo así, pero es más atractivo lo que la película promete para una improbable secuela que lo que realmente pasa. Sayagues intenta imitar la puesta de cámara de Fede Álvarez con menos nervio y con algunas -bienvenidas- irrupciones de gore que nos recuerda que, pese a todo, Sam Raimi está involucrado en esta película, Don’t Breathe 2 es peor por lo que no es que por lo que es. Es odioso pedirle a una película cosas que no da, sí; pero resulta justo cuando resulta claro que la dupla creativa está operando a la mitad de su potencia. Si Don’t Breathe triunfaba subvirtiendo una matriz narrativa para honrar al género, esta secuela haragana se contenta con recuperar un personaje y plantear un periplo más o menos satisfactorio, más o menos entretenido, en el cual un marine ultraconservador y reaccionario salva el día. La película lo sabe e intenta ponerlo sobre la mesa, más como excusa que para hacer algo relevante con eso. Meterse en un berenjenal moral hubiera convertido a Don’t Breathe 2 en una propuesta potente, pero se conforma con ofrecer una excusa para que Stephen Lang despliegue todo su carisma en unas cuantas peleas bien coreografiadas y nada más.
En el 2016 el director uruguayo Fede Álvarez había sorprendido con su segundo largometraje en Hollywood (tras aquella digna remake de «The Evil Dead» de 2013), titulado «Don’t Breathe» y que representaba uno de aquellos films del estilo de «Home Invasion» pero con una vuelta de tuerca. Esta vez los jóvenes ladrones que entraban a realizar un aparente «atraco perfecto» en la casa de un solitario no vidente, terminarían siendo las víctimas al darse cuenta de que el ciego en realidad era un veterano de guerra psicópata y con sed de venganza. Aquella película de bajo presupuesto demostró ser un éxito en taquilla y no tardó en confirmarse su secuela. Al principio Fede Álvarez iba a ser el encargado de sentarse nuevamente en la silla de director, pero finalmente fue el turno de Rodo Sayagues, su compatriota y socio. Una secuela de esta película se veía como una mala idea porque probablemente iba a resultar repetitiva y redundante. Las primeras reseñas tampoco dieron demasiada esperanza con lo que podríamos llegar a encontrarnos en este nuevo capitulo de «The Blind Man» (así es como se acredita al personaje interpretado por Stephen Lang). No obstante, tanto Sayagues como Álvarez (ambos guionistas de la película) le encontraron nuevamente una aproximación fresca y novedosa que hace que esta secuela se mantenga por sí misma a pesar de ser inferior a la original. El largometraje se sitúa varios años después de los eventos de la primera película, y esta vez se centra en el personaje del ciego que parece estar llevando una vida tranquila y apacible en su residencia junto a su pequeña hija Phoenix (Madelyn Grace). Sin embargo, el oscuro pasado del veterano tocará nuevamente a su puerta y el hombre deberá luchar por su supervivencia y la de la niña. Resulta interesante el enfoque que Sayagues le dio a esta película, ya que esta vez el protagonista es el villano de la entrega anterior, y su rol pasa a ser más el de un antihéroe. Obviamente que sigue siendo un individuo moralmente cuestionable, pero uno llega a empatizar con él, por todo lo que sufrió (su arco tiene más desarrollo en esta entrega) y además por sus acciones para rescatar a Phoenix, un vínculo que guarda muchas sorpresas a medida que avanza el relato. Nuevamente contamos con un tratamiento visualmente interesante, donde se destaca una dirección de fotografía bastante atractiva y expresiva, junto a una puesta de cámara elegante y funcional. Incluso durante la entrada de los «villanos» a la morada del personaje de Lang, somos testigos de un elaborado plano secuencia que no solo se luce a nivel técnico sino también que cumple con una función narrativa que enriquece y adorna al relato. Sayagues demuestra ser un narrador sólido y realiza una dirección más que acertada que parece ir bastante en consonancia con la de su socio Fede Álvarez, manejando los mismos códigos narrativos. Por otro lado, esta entrega no demuestra timidez a la hora de retratar la violencia con una mayor dosis de gore y siendo más grafica que su predecesora. «No Respires 2» resulta ser una secuela más que digna y entretenida que se beneficia de un enfoque diferente logrando distanciarse un poco de los acontecimientos de la original y sirviendo como un nuevo vehículo para el lucimiento de Stephen Lang. Además, al igual que la primera logra generar una atmósfera opresiva y angustiante que crea una tensión asfixiante que no te dará respiro hasta el final.
Respirá tranquilo que no es para tanto ¿Una secuela innecesaria? ¿De qué va? Años después de la invasión mortal de su hogar, Norman Nordstrom vive tranquilo y cómodo hasta que sus pecados del pasado lo alcanzan. Si hiciéramos un balance, sería más o menos el siguiente: Si te gustó mucho la primera película, esta no va a estar a la altura. Si no te gustó, la cosa se pone peor. Y si vas con bajas expectativas, entonces puede que pases un buen rato. Como fue el caso de quien les habla. Esta secuela sigue una fórmula curiosa de cambio de enfoque, que se remonta a la primera con mucha facilidad. Sería algo así: «Viejo ciego es víctima – aparece un personaje externo – pasa a ser victimario». Pero en esta ocasión, el guion decide dar una vuelta de tuerca más y plantear una nueva situación donde el viejo pueda volver a ser víctima y un intento de héroe. Y digo «intento» porque claramente este punto funcionó tanto como escupir al cielo. Pero para que se entienda mejor el balance vamos a mencionar, como siempre, qué hace bien y qué no está logrado. Bien: Ambientación. Es oscura y en eso mantiene mucho el tono con la primera (además tiene ese uso de cámara que desenfoca los bordes tan logrado). Por otra parte, los movimientos de cámara, los efectos visuales a nivel maquillaje y la paleta de colores es en general muy buena. Otro elemento destacable es la música, que funciona como acompañante en momentos que lo requieran y cuya ausencia en aquellos de tensión es notoria y se agradece. Las escenas de acción. Todas ellas tienen un muy buen ritmo y son muy entretenidas de ver. Hay momentos de tensión y otros tantos previsibles, pero en general el gore está muy bien hecho. Don't Breathe 2, Rodo Sayagues, Stephen Lang Funciona como una sola película. Esto es por demás importante. Primero porque mucha gente se preguntaba cómo seguiría la historia luego del recordado final de la primera. Pero aún si sos del grupo de los que olvidaron por completo de qué trataba, podés ver esta sin temor a perderte en el camino. No guardan ninguna relación la una con la otra. Sin embargo, no recomiendo ver la segunda parte antes que la primera, dado que tiene un final lo bastante cerrado como para creer que no habrá otras partes. Claro que los creadores de Shrek u Hotel Transilvania no estarían de acuerdo con mi afirmación. El final. Como ya dije es cerrado, pero además tiene una sensación de justicia que te deja bastante conforme. ¿Qué es lo que no logra entonces? Básicamente las dos cosas que se propone desde el comienzo: que sientas empatía por el viejo y que te produzca miedo. No señores, esto no es una película de terror. Cuando el villano está colocado en el lugar de quien viene a salvar el día, lamentablemente se pierde cualquier indicio de miedo que pudiera generarse al comienzo. Sobresaltarse de vez en cuando porque el sonido está muy fuerte, no es lo mismo que generar terror. El jump scare no es sinónimo de miedo bien construido. Y en esto, especialmente, no se parece en nada a la primera. Y aquí, en el intento de volver a colocar al villano como una víctima, usando de disparador un personaje sacado de la manga para que ocupe ese rol, es donde la escupida finalmente cae en el rostro de Fede Álvarez y Rodo Sayagues. No es creíble y, por sobre todas las cosas, no era necesario. Sin el personaje femenino que viene a ocupar el rol del viejo, la historia habría podido tomar un rumbo mucho más interesante. Pero en su afán de redimir al personaje más irredimible, terminaron arruinando esa oportunidad. ¿Cómo queda entonces? ¿Podes pasar un buen rato, viendo escenas de acción y persecución, con mucho gore? Sí. ¿Era finalmente, como muchos afirman, esta secuela innecesaria? También.
Rescate entre penumbras No Respires 2 (Don’t Breathe 2, 2021) es una de esas típicas secuelas craneadas bajo el modelo productivo de “clink, caja” porque en esencia lo que hacen es reproducir lo hecho en el pasado aunque adaptándolo a la regla de oro de las continuaciones, eso de multiplicar las amenazas, exacerbar los elementos constitutivos y a veces hasta quizás ofrecer una mínima variante en lo que respecta al punto de vista del relato o el personaje desde cuya perspectiva se narra todo el asunto desde el vamos. Más allá de la ortodoxia formal y cierta pompa a lo montaña rusa del género para elevar la pretendida vertiginosidad, la propuesta que nos ocupa en sí cae muy por debajo de la película original, No Respires (Don’t Breathe, 2016), debido a que -dicho y hecho- sigue al pie de la letra la fórmula de la anterior al extremo de ofrecer una primera parte que reproduce el esquema de los thrillers de invasión de hogar, aunque bajo la modalidad de “los propietarios resultan más peligrosos que los usurpadores/ ladrones”, en la tradición de La Gente detrás de las Paredes (The People Under the Stairs, 1991), de Wes Craven, Villanos (Villains, 2019), de Dan Berk y Robert Olsen, y Los Intrusos (The Owners, 2020), de Julius Berg, y una segunda mitad donde todo se lleva a la hipérbole en materia de recuperar la premisa de Duro de Matar (Die Hard, 1988), de John McTiernan, con un adalid solitario de la justicia a lo western de entorno cerrado enfrentándose a un pelotón de invasores que no sólo pretenden perturbar la paz de la sacrosanta comunidad sino que rebalsan en serio de ganas asesinas e instinto predatorio. Así como debemos señalar que la propuesta no cuenta con un gramo de originalidad y por ello resulta redundante a más no poder, tampoco se puede obviar el hecho de que resulta muy entretenida y que apuesta por una jugada retórica bastante extraña e interesante para el paupérrimo nivel del mainstream de nuestros días y su obsesión con las franquicias eternas, nos referimos a la idea de convertir al gran villano de la primera película, el ciego Norman Nordstrom (muy buen desempeño de Stephen Lang), en un antihéroe vía una metamorfosis identitaria digna del T-800 de ese Arnold Schwarzenegger que saltó de malo en Terminator (The Terminator, 1984) a bueno/ paternal/ amigable en Terminator 2: El Juicio Final (Terminator 2: Judgment Day, 1991), ambas dirigidas por James Cameron, cambio que en el caso de la célebre saga de acción y ciencia ficción se explicaba por una “lavada de cara” del protagonista del título -y por el salto al Hollywood biempensante de la década del 90- y que en esta oportunidad se condice aparentemente más con motivos netamente artísticos ya que a los responsables máximos, el guionista y director debutante Rodo Sayagues y el guionista Fede Álvarez, les hubiese redituado más en el favor del público continuar con el ardid del veterano de la Guerra del Golfo no vidente, psicópata y violador obsesionado con recuperar a su hija muerta reemplazándola con cualquier otra, formato que aquí desaparece porque el señor muta en un padre adoptivo protector que en comparación resulta mejor que los progenitores reales del vástago de turno, unos narcotraficantes con intenciones secretas. La trama transcurre ocho años después de los eventos del film original y con Nordstrom viviendo en la misma casa de Detroit con su amado rottweiler, Sombra (Shadow), y una niña de once años llamada Phoenix (Madelyn Grace), joven a la que rescató de un incendio en un laboratorio de metanfetamina y que crió como si fuera su hija sin contarle la verdad, educándola sin salir del hogar, enseñándole técnicas de supervivencia y permitiéndole de vez en cuando ir hasta el centro de la ciudad en la camioneta de Hernández (Stephanie Arcila), una parquista que le compra plantas varias al ciego de su invernadero. Los sueños sencillos de la chica, como tener amigos de su edad, vivir en el Albergue Covenant para purretes o haber conocido a su madre, según la versión de Norman ya fallecida, quedan en segundo plano cuando una colección de intrusos penetra en la noche en el hogar con la intención de llevarse a la muchacha, equipo de temer encabezado por Raylan (Brendan Sexton III), nada menos que el padre biológico de la mocosa. Los malhechores asesinan a Hernández y Sombra, prenden fuego el domicilio del no vidente -dándolo por muerto- y se llevan a Phoenix a la guarida del clan, un laboratorio de metanfetamina donde la madre real, Josephine (Fiona O’Shaughnessy), pretende sacarle el corazón a la nena, de nombre original Tara, para un raudo trasplante debido a que aquel incendio de antaño le envenenó la sangre y su propio órgano bombeador, todo con la complicidad de su pareja, Raylan, quien tampoco tiene problema moral alguno en esto de cargarse a su vástago de inmediato. Sin dudas la faena podría haber caído en la paradigmática y repugnante corrección política del mainstream actual construyendo una sociedad tácita entre Hernández y la chiquilla, transformando a Phoenix en una genia de la guerra o incentivando el costado demente del veterano para demonizarlo, no obstante a la latina por suerte la revientan rápido, la niña se comporta como una niña normal y Nordstrom, violador de burguesas homicidas de mierda y todo, recibe un tratamiento dulce y comprensivo por parte del relato que parece cagarse olímpicamente en la dialéctica de las feminazis huecas contemporáneas. Se podría decir que el film, junto con Calls (2021), serie para Apple TV+, abre de nuevo las esperanzas en lo que atañe a la trayectoria hollywoodense del uruguayo Álvarez, quien además de la excelente No Respires había realizado para Sam Raimi la también estupenda Posesión Infernal (Evil Dead, 2013) luego de alcanzar renombre internacional con el corto Ataque de Pánico (2009), acerca de una arremetida de robots gigantes sobre Montevideo, racha que a su vez se cortó con la apenas correcta La Chica en la Telaraña (The Girl in the Spider’s Web, 2018), algo así como una secuela de la remake yanqui de 2011 de David Fincher del neoclásico Los Hombres que no Amaban a las Mujeres (Män som Hatar Kvinnor, 2009), de Niels Arden Oplev. No Respires 2 está llena de detalles atractivos o provocadores como la muerte brutal de Hernández, el pegamento en boca y nariz de uno de los narcos, la batalla en el sótano con gas y electricidad de por medio, el bello gustito por las armas blancas o cortantes/ para clavar en general, la permanente comparación entre el anciano y el líder de los invasores, el cariño por los perros del ciego que le impide matar al simpático pit bull de Raylan, toda la noción de recuperar a la mocosa sólo como banco de órganos para una operación improvisada con un matasanos mercenario (Steffan Rhodri), la graciosa y muy verosímil jugada de hacer que el can lleve al indestructible Norman hacia la guarida de sus dueños y específicamente hacia su plato de comida, las escenas con agua del final tracción a martillazos y disparos fulminantes, ese remate narrativo en el natatorio con Phoenix ayudando a cargarse a ambos padres y finalmente la decisión de la chica de quedarse con su nombre de adoptada para negar el trasfondo identitario de su parentela de origen. Lejos del suspenso y aquel juego del gato y el ratón de 2016, este corolario es más bombástico que sutil pero aún así cumple dignamente en un doble rescate entre penumbras -el del principio y el segundo del último acto, uno inversión del otro- que atrapa y pone en cuestión toda la idealización social estúpida de la maternidad y de los progenitores biológicos en general…
Fede Álvarez va del terror a la película de acción La secuela de la interesante película de terror “No respires” cambia el concepto de la original y se convierte en una suerte de duro de matar no vidente. Si había algo interesante para destacar en No respires (Don’t Breathe, 2016) era, además de la vuelta de tuerca a la película de encierro en una casa abandonada, su inteligencia para reposar el punto de vista en el grupo de ladrones amateurs que se adentraban en una vieja casona a robar y se topaban con un violento anciano y ex soldado (Stephen Lang) que terminaba torturándolos a ellos. La víctima se transformaba en victimario y aparecía la idea de “guarda con quien te metes”, porque “ese pobre viejito” puede ser un duro reaccionario amante de las armas y la violencia. Pero en No respires 2 (Don’t Breathe 2, 2021) el concepto cambia: la empatía reposa en el anciano no vidente al que el film transforma en un héroe de acción. La primera parte de la película escrita y producida por Fede Álvarez (ahora dirige Todo Sayagues) construye el vínculo entre el hombre ciego y su pequeña hija a quién tiene casi secuestrada, no permitiéndole ir al colegio ni verse con amigas porque “es peligroso”. Este comportamiento anticuado la película se encarga de justificarlo con los muchachos psicópatas que entran a la casa. Ahora no son ladrones sino que vienen por la niña (por motivos que el film desarrolla avanzada la película), y son caracterizados como un grupo de perversos sádicos dispuestos a todo. Al lado de ellos el anciano violento vuelve a ser el pobre hombre que la primera película trataba de deconstruir. Claro que sus dotes para salirse con la suya convierten al protagonista -que al mejor estilo John McClane se pasea todo el relato con una musculosa blanca que se ensucia poco a poco- en un tipo difícil de matar. Cuestión que nos lleva a la conclusión de que si la película fuera protagonizada por Bruce Willis estaríamos frente a una nueva entrega de Duro de Matar (Die Hard, 1988) y no ante la secuela de un film de terror.
Una secuela innecesaria que carece de la solidez que destacaba a la primera. Suma algunas escenas de gore pero todo lo que va a pasar es previsible y esquemático. Podemos reconocerle el haber puesto a un violador como el bueno de la historia.
Reseña emitida en la radio
Segundas partes nunca fueron buenas reza el conocido refrán, y si de cinematografía hablamos, podemos asegurar que dicha afirmación suele cumplirse con frecuencia. Aún así, nunca es bueno generalizar y menos cuando algunas historias requieren de secuelas obligatorias para poder finalizar su arco narrativo. "No Respires 2" ostenta la particularidad de reunir dos de estas condiciones al mismo tiempo. Por un lado, se trata de una pésima segunda parte, y por el otro, resulta totalmente innecesaria. Y es que si bien, su predecesora tampoco es que haya sido una obra maestra, pero la introducción de un villano interesante y un buen trabajo de sonido habían redondeado un producto aceptable. Sin embargo, como es bien sabido, poderoso caballero es don dinero, y en esta secuela, ya ni siquiera hay un esfuerzo por disimularlo. • Stephen Lang vuelve a repetir como protagonista al interpretar a Norman, un ex militar no vidente, que parece haber retomado una vida tranquila luego de los sucesos de la primer película. Al iniciar este film, lo vemos a cargo de una niña de 8 años llamada Phoenix, intentando cerrar el duelo de la pérdida de su hija años atrás. Pero Phoenix no es un niña cualquiera, sino que se transformará en un botín para una banda delictiva, lo que conllevará que Norman tenga que volver al ruedo para salvarla. Ya sin el uruguayo Fede Álvarez en la dirección, el que toma el control es Rodo Sayagues, pero no termina modificando demasiado la ecuación, ya que ambos son los responsables de un guión que por momentos es lamentable. Si volver a la idea de la home-invasion no era suficiente, la incorporación de elementos propios de la saga 'Taken' dan la idea de la falta de creatividad que sobrevuela durante todo el film. • Ya sin esos silencios espeluznantes y sin la sorpresiva revelación del personaje de Stephen Lang, solo un arrebato de creatividad podía reflotar una historia que parecía cerrada. De más está decir que eso no ocurre, y que ni siquiera alguna que otra escena gore lograda son suficientes para brindarnos una buena experiencia.
En “No Respires 2” se abordan terrenos de acción y violencia, en detrimento del desarrollo de historia y personajes. Es un juicio de valor, pero también una declaración de principios. Comparativamente con su film antecesor, se prescinde aquí del factor silencio, y la vital importancia de este para la versión original. Es, entonces, una especie de paradoja la que guía los designios del hombre ciego, a su regreso. Stephen Lang ofrece la rudeza total, colocando ante nuestros ojos a un personaje de cualidades macabras. La maldad posee diferentes perfiles, sin embargo, el pasado interferirá los planes. El punto inicial de esta saga construyó un villano que provino de la pérdida. Moralmente cuestionable, el extremo de lo tolerable y lo retorcido de la locura es lo que conduce a un punto sin retorno. ¿Comprendemos la oscuridad de un hombre que busca satisfacer un vacío? Es así como su antecesor largometraje se preocupó por instituir a una figura que consiguiera expiar sus pecados, funcional a una secuela no menos que esperable. Podemos palpar el estilo estético de Fede Alvarez, aquí relegado a labores exclusivas de escritura. Prestemos atención al apartado de fotografía, en simbolismo cromático de tan ambigua propuesta. El otrora espeluznante uso del silencio es relegado, prefiriendo el retrato seco y directo de un monstruo tratando de redimirse. “No Respires 2” presenta un paradigma en donde no existe el lado inocente, percibimos que abunda la corrupción de modo rizomático: una banda delictiva con intenciones macabras y una niña utilizada como elemento de redención sazonan la propuesta. ¿Quién va a protegernos del caos imperante? Allí, un extraño valor de paternidad otorga, a primera vista, impensada vulnerabilidad al malvado de turno. La narrativa paga un alto caro precio por un afán de redención que sacrifica credibilidad. Violenta, sangrienta y gráfica, el shock infligido en el espectador redondea las intenciones de un mero producto industrial, que asegura el sádico entretenimiento. Con tradicionalismo se ejecutan escenas de acción, la virulencia es la columna vertebral del film. Existen ciertas incongruencias para clausurar la historia, permeables a conveniencias a fin de disimular el costado más inverosímil del guión. La lógica no es un personaje que haya sido invitado a este pandemonio.