El mundo está loco, loco, loco La locura (y la reivindicación de los “locos lindos”) ha sido una de las constantes de la filmografía de Eliseo Subiela. Aquí, lejos de la propuesta de, por ejemplo, Hombre mirando al sudeste, el prolífico director apuesta por un falso documental que sirve también como una suerte de homenaje a la figura señera del mítico Fernando Birri. La idea original, esta vez, es más interesante que el resultado final. Tres jóvenes directores (flojísimas actuaciones) están rodando su película de tesis sobre un misterioso cineasta cuyo paradero se desconoce desde hace décadas. La investigación los lleva hasta el neuropsiquiátrico Borda, donde está internado desde hace mucho tiempo un viejo delirante, fabulador y maníaco-depresivo (Birri, claro). El interrogante, por supuesto, es si se trata o no del legendario artista en cuestión, que tendría además un oscuro pasado familiar y hasta podría estar vinculado a un caso policial. Los muchachos se fascinan con la figura patriarcal y el poder de seducción que el protagonista tiene en cada uno de los encuentros. El problema es que Subiela le hace decir a su “profeta” (y la barba blanca y el pelo blanco del creador de Tire dié y Los inundados da muy bien para eso) máximas sobre el cine, el arte y la vida (la locura, la muerte, los sueños, Dios y todos los grandes tópicos). Así, entre tanto diálogo ampuloso y recargado y la escasa naturalidad de los intérpretes (Birri es, por lejos, el mejor de todos), la película nunca alcanza la fluidez que todo mockumentary necesita para que el espectador ingrese a y “se crea” ese universo. Una pena porque, por otro lado, se lo ve al Subiela cineasta fascinado (y por momentos fascinante) al regresar a los pasillos, salones y jardines del Borda, consiguiendo unas cuantas imágenes sugerentes y embriagadoras.
“Hagan un cine que sirva... que sirva a la gente a entender el mundo... o a soportar no entenderlo”. La excusa de un falso documental lleva a Eliseo Subiela a emitir un fascinante manifiesto sobre el cine, los sueños y el propósito del arte mismo. Es cierto, hay una historia detrás: tres jóvenes estudiantes filman un documental sobre un hombre en un loquero que podría ser un director famoso desaparecido tras la confusa muerte de una actriz muchos años atrás. Los jóvenes primero intentarán descifrar si en verdad se trata de aquel director sospechoso o si en realidad se encuentran ante otro cineasta cualquiera que ha vuelto loco, pero sea quien sea, este viejo de largas barbas blancas es tan interesante que deja de importarles...
La locura del cineasta En Paisajes devorados (2012) el emblemático director argentino Eliseo Subiela vuelve a uno de sus temas predilectos: la frontera entre la locura y la normalidad. Y lo hace de una forma poco habitual en su cine, recurriendo al falso documental. Pero lo más atractivo del film no deja de ser su personaje principal interpretado por otro mítico director nacional: Fernando Birri. De tal modo, la película funciona como un juego de metadiscursos al contar la historia de un grupo de estudiantes de cine que acude al hospital psiquiátrico Borda a entrevistar al interno Remoro Barroso (Fernando Birri), un supuesto director de cine de antaño, filósofo y didacta, cuyas frases célebres sobre el séptimo arte ponen al menos en duda su cordura. Con estructura de making off, tanto utilizada para “darle realismo” a las ficciones contemporáneas, Subiela promueve el juego constante de cruzar fronteras para poner en discusión –al menos- conceptos arbitrarios. Así vemos una ficción que parece un documental, realidad que parece fantasía, locura que parece cuerda y al cine como nexo entre todas las partes. Que Subiela filme a Birri, es la puesta en escena de un loco filmando a otro loco. Siempre partiendo del concepto “creativo” de locura que el film expone. Ambos directores son intertextos en sí mismos: Subiela con su temática y Birri con su icónica figura. Que el director con trazos surrealistas de Hombre mirando al sudeste (1986) y El lado oscuro del corazón (1992) filme al padre del documental latinoamericano, no deja de ser curioso. Sumado a esto tenemos las delirantes frases a modo de máximas -que encierran algo de verdad- en boca del personaje de Birri: “No hagas un travelling circular porque el actor puede quedar encerrado para siempre”, “¿Sabés que hay cosas que no me acuerdo si las viví o las filmé?”, “Soy un verdadero director de cine under. Las mejores películas no las he filmado”, “Todos los directores de cine son melancólicos. ¿Por qué? Porque son fabricantes de pasado”, “¿Alguna vez pensaron que la vida es una representación del cine y no al revés? Todos vivimos en películas que cada uno crea en su cabeza”. Pero más allá de sus múltiples estéticas: documental, video, fragmentos de films surrealistas filmados por el personaje (inspirados en obras del cineasta español José Val del Omar), Paisajes devorados es una película narrativa. Cuenta una historia que incluye una intriga policíaca -¿quién es Remoro Barroso?- y deja un mensaje interesante acerca de la esencia del cine con un desarrollo sumamente seductor. Subiela desde la forma le da una vuelta de tuerca a su habitual contenido, saliendo airoso con el plus que supone la figura de Fernando Birri. Cualquier estudiante de cine puede deleitarse de antemano.
Los locos tienen la razón... Si una virtud tiene Eliseo Subiela es la fidelidad a sus obsesiones y la coherencia al construir el mundo en el que habitan todas sus películas. La locura en su aspecto más romántico y el arte entendido como un juego serio, pero no solemne, están presentes en Paisajes devorados. Lo que cambia respecto a sus anteriores trabajos es el modo de producción: ésta es una película pequeña, con una estética casera, casi amateur, que pretende emular un documental, y la iluminación es totalmente naturalista, alejada de sus típicos claroscuros publicitarios. Tres jóvenes descubren a un misterioso y viejo director de cine internado en el Hospital Borda y se proponen filmar un documental sobre él. Su nombre es Rémoro Barroso y está interpretado por el legendario documentalista santafesino Fernando Birri. Barroso formó parte del cine industrial de la década del ‘60, vehículo de los cantantes de moda, y luego tuvo un incidente desconocido con una actriz y terminó viejo y olvidado. A lo largo de la película los jóvenes irán develando -o no- la verdadera identidad de Barroso. El enigmático director, a su vez, irá desgranando teorías, filosofará sobre el arte del cine y de la vida, entre la lucidez y la locura. En los monólogos de Barroso se adivinan las ideas del Subiela director, que al ponerlas en boca de un loco -pero, ¿está loco Barroso?- les resta gravedad. La película fracasa al intentar reproducir la imagen de un “falso documental”. En primer lugar, porque varios de los actores no logran dar con un tono natural que haga olvidar que están actuando; en segundo lugar, porque la puesta no termina de aparentar espontaneidad. Lo mejor sin dudas es el magnetismo y la presencia incomparable de Fernando Birri, que logra componer un personaje atractivo e indescifrable y es capaz de decir los textos de Subiela con verosimilitud. Así logra que funcionen casi siempre esos textos que son lúdicos y chispeantes, pero que a veces corren el peligro de caer en el abismo de la cursilería.
"Hacer cine es la posibilidad de saltar el muro y echar a correr." Ésta y otras frases son las que salen de la boca de Rémoro Barroso, un veterano director de cine alojado en un instituto neuropsiquiátrico. Sus recuerdos son borrosos y sus palabras amargas hablan de un tiempo en el que había hecho de la cámara el ojo avizor y de un mundo que lo fue dejando de lado. Tres jóvenes estudiantes de cine creen que ese hombre de sombrero y larga barba, misterioso y pintoresco, había sido en los años 60, un cineasta de éxito del que no se tuvieron más noticias luego de un confuso episodio en el que murió una mujer. Así, llegan al manicomio para tratar de comprobarlo. Los tres muchachos va ganando la confianza de Rémoro Barroso mientras intentan descubrir su verdadera identidad. En cada visita al manicomio, él les dará lecciones acerca del oficio de dirigir películas. Cada una de sus frases descubre retazos de su pasado y de su amor al séptimo arte. "Los cineastas les dice somos sepultureros que trabajamos en el cementerio de la memoria" o "Todos los directores de cine somos melancólicos porque somos fabricantes del pasado". En un momento los estudiantes le dejarán una cámara para que grabe lo que quiera y el resultado son algunos breves y extraños cortometrajes que muestran figuras estrambóticas. Eliseo Subiela, que en cada uno de sus films supo descubrir los lados más mágicos de la poesía, se propuso con Paisajes devorados rendir homenaje a esos realizadores que el tiempo sepultó en el olvido. No es casualidad que para el papel central haya convocado a Fernando Birri, alguien al que todavía se le está debiendo un gran homenaje, ni que esos muchachos (buenos trabajos de María Luz Subiela, Juan Manuel López Baio y Juan Marcelo Rodrigo Martínez) se esmeren en tratar de descubrir las facetas más íntimas de ese hombre de mirada profunda que les va dando lecciones de cine y de vida. El film, tratado como un falso documental, logra su propósito de homenajear al cine partiendo de una figura cálida y emblemática.
Se trata de un falso documental (que también será un libro en agosto) protagonizado por el legendario Fernando Birri, que en la ficción será Remoro Barroso. Ese realizador de pasado famoso está en un neuropsiquiátrico; a él se acercan estudiantes de cine para realizar un trabajo. Y todo se trata de una reflexión sobre el lenguaje cinematográfico, la locura y la creación. Interesante.
A la búsqueda de un personaje El hacedor de películas inolvidables como ‘Hombre mirando al sudeste’ y ‘El lado oscuro del corazón’ elige al legendario Fernando Birri y a tres jóvenes -Juan Manuel López Baio, Juan Marcelo Rodrigo Martínez y Araceli Sangronis- para ubicarlos dentro de un falso documental. Se habla mucho de cine, de la vida, de su significación, de la necesidad de filmar, de esa constante de modifIcar el tiempo y engañar la muerte, como decía Adolfo Bioy Casares. El director de películas inolvidables como ‘Hombre mirando al sudeste’, ‘El lado oscuro del corazón’, Eliseo Subiela elige al legendario Fernando Birri y a tres jóvenes -Juan Manuel López Baio, Juan Marcelo Rodrigo Martínez y Araceli Sangronis- para ubicarlos dentro de un falso documental. Los jóvenes van a un neuropsiquiátrico, con la intención de encontrar un personaje para su documental y Remoro Barroso (Fernando Birri), uno de los internos, que habría sido director de cine, parece reunir todas las condiciones para lo que buscan. Mientras tiene lugar la filmación, el hombre se gana la simpatía de los muchachos, especialmente de la chica. Poco después cuando los estudiantes descubren a través de una búsqueda en Internet, que Remoro, podría ser un tal Mario Gerding -cuyas fotos en unos recortes de diario que aparecen en la web, son iguales a él-, que filmó en los ’60 y participó como ayudante de importantes directores, tuvo una misteriosa muerte en su pasado y una vida familiar complicada, la película pareciera abrir nuevas perspectivas, sin embargo se mantiene en la misma línea. JUEGOS DEL TIEMPO En ‘Paisajes devorados’ se habla mucho de cine, de la vida, de su significación, de la necesidad de filmar, de esa constante de modifIcar el tiempo y engañar la muerte, como decía Adolfo Bioy Casares. El problema es que la frescura que suponíamos en una historia de estas características, se ve inundada de citas, elucubraciones sobre la vida y el arte, pero no de una forma coloquial sino bastante artificiosa y levemente dogmática. Algunas imágenes filmadas en el hospital Borda adquieren cierto poder de sugestión y recuerdan escenas de ‘Hombre mirando el sudeste’. También se incorporan personajes conocidos en el ambiente cinematográfico como en un pequeño cameo, Marcela Cassinelli, la mujer del recientemente fallecido director de la Fundación de la Cinemateca Argentina, Guillermo Fernández Jurado, como la esposa del misterioso Remoro Barroso (Fernando Birri). También la mencionada Fundación Cinemateca fue elegida como locación de esta película, que no alcanza a convertirse en un filme logrado. Eso sí, la grata presencia de una personalidad del cine independiente, como es el director de ‘Tire dié’ (1960), Fernando Birri, en el papel de Remoro Barroso, logra atraer al espectador con su decir picaresco y su presencia patriarcal.
Una feliz vuelta de tuerca de Subiela a sus temas favoritos Tres estudiantes de cine descubren en el Hospital Borda un director que se volvió loco. O un loco que dice haber sido director. Y que se llama o hace llamar Rémoro Barroso. Viejo, de chambergo, barba larga y desaliñada, habla tranquilo, controlando el tiempo y la expectativa de sus oyentes. Estos lo entrevistan, lo toman como objeto de un documental, lo sacan a pasear, le dan una mini-dv para que filme a gusto, sospechan de él, buscan sus datos por diversos lados, lo escuchan entre complacidos y perplejos. El hombre les regala extrañas, a veces agudas reflexiones sobre el oficio, la vida y la ilusión. Algunas saltan como brillantes greguerías a lo Gómez de la Serna, otras son salidas humorísticas de sana picardía, también las hay que dejan pensando. Aparece por ahí una pista, datos de un director físicamente parecido, con otro nombre, que hace tiempo gozó su cuarto de hora y sufrió una situación nunca aclarada. ¿Será la misma persona? ¿Lo fue alguna vez? El viejo es interpretado por un poeta, maestro, titiritero, dibujante y documentalista, el vagabundo patriarca Fernando Birri, en la mejor de sus contadas apariciones actorales. Los textos que dice, y la película misma, son de Eliseo Subiela, otro poeta, que hace de esta manera una feliz, aparentemente distendida vuelta de tuerca sobre algunos temas que lo ocuparon toda la vida. De hecho, con esta obra completa una trilogía iniciada a los 18 años con "Un largo silencio", corto documental poético y acongojante sobre los internos, sus sueños, y el abandono en que vivían. Veinte años después volvió, y todo estaba igual. Ahí hizo su famoso "Hombre mirando al sudeste", sobre los internos y el mundo en general, film rico de significados, orfandades y tristezas. Y ahora, casi 30 más tarde, hace esta obra, también rica, pero nada triste, sobre los internos y sus representantes externos, los artistas, en especial la gente de cine, desde la memoria de José Val de Omar, un español de otros tiempos, loco notable, pasando también por algunos atorrantes de nuestro cine comercial más rasca, hasta los propios Subiela y Birri, por supuesto, que ya pueden reirse de sí mismos. Pero con la risa siguen diciendo cosas serias. Una linda música valseada los acompaña.
Eliseo Subiela es uno de los grandes directores que el cine nacional (en su haber ha hecho enormes films) tiene aún activo. El cineasta que conmoviera con "Hombre mirando al sudeste" y "El lado oscuro del corazón", regresa a nuestras pantallas con un opus distinto en formato a sus últimos trabajos, más aggiornado a los tiempos que corren (ya verán porqué) y que gira sobre ideas que ha desplegado extensivamente a lo largo de su carrera: la locura, la pulsión vital que impulsa al hombre a crear, Dios, la finitud y el sexo. De todo eso habla "Paisajes devorados". Que se presenta como un falso documental, en el cual tres alumnos de una escuela de cine (María Luz Subiela, Juan Manuel López Baio y Juan Marcelo Rodríguez Martínez), llegan a un neuropsiquiátrico con un dato extraño: hay un interno que parece haber sido cineasta de prestigio, pero ahora lleva años abandonado en esa institución. La propuesta es hacer un documental sobre su vida, como cierre de sus estudios. El hombre en cuestión es Rémoro Barroso (Fernando Birri, otra gloria a quien se homenajea en forma justa), un anciano querible, simpático y que funciona como suerte de oráculo para los chicos: desde la primera entrevista, sospechamos que detrás de esa máscara donde la locura parece estar presente, yace un sujeto que tiene mucho para decir, sobre la creación y la manera en que debe percibirse el trabajo detrás de cámara. Sí, tiene secretos (será o no quien los chicos supone que es?), pero eso no es lo importante. Lo rico, es lo que despliega en sus diálogos registrados en ese hábitat tan particular. Es un hombre de la industria pero la mirada que tiene sobre el cine en sí (y sobre los valores que lo definen como arte), es potente y justa. Barroso se divierte con anécdotas imprecisas sobre cómo encuadrar una toma, define qué es lo importante a la hora de filmar y aconseja (tremendo) a los jóvenes realizadores, no esperar créditos oficiales para llevar a cabo sus proyectos. No quiero citar nada de los parlamentos de Birri aquí, porque creo que surten efecto en sala y en contexto, pero les digo, me reí y disfruté mucho la película. Para los que estamos en el medio, muchas de las cosas que Subiela (quien escribió "Paisajes devorados" y también lanza un libro acompañando su presentación) plantea, nos abren a la reflexión crítica sobre porqué hacemos cine y que decimos (ideológicamente) cuando hablamos de él. El famoso para qué. Y también el cómo. "Paisajes devorados" es una cinta deliciosa, chiquita y que trae de vuelta muchas de las ideas con las que Subiela nos conmovió en sus mejores trabajos.
La otra locura Rémoro rememora y en el balbuceo de sus pensamientos se vislumbra un atisbo de idea o reflexión sobre el cine y la vida. Y si de cine y vida se trata porqué no hablar de una de las mayores obsesiones del realizador Eliseo Subiela que ya abordara a los locos en aquella memorable Hombre mirando al sudeste. Ese podría ser el título de un film de este paciente encontrado por unos estudiantes de cine en el Hospital Borda, quien dice haber sido director de cine. Rémoro Barroso en realidad vive en el espíritu intacto del documentalista santafecino Fernando Birri, quien actúa con la espontaneidad adecuada para hacer del registro del falso documental que propone Paisajes devorados algo verosímil pero lamentablemente todo lo que lo rodea en esa puesta en escena es por lo menos artificioso, incluida una mala elección de casting para el rol de los estudiantes que llegan en busca de un documental sobre el misterioso anciano que lanza máximas al aire sin que su barba blanca oculte su manera de entender el cine y la realidad desde su aparente locura. Es Subiela quien habla bajo el pretexto de la ficción, con la filmación en digital HD y Birri quien da forma a un manifiesto que podría integrar cualquier postulado cinematográfico para un estudiante que se acerque a la pasión del cine y de la dirección de películas sin temor a la locura. Sin embargo, la locura entendida como la ruptura de los convencionalismos que encorsetan la percepción de la realidad es mucho más prolífica y atractiva para ser contada que aquella que deambula en los pasillos de un manicomio. Hay buenas ideas en esas máximas de Rémoro que giran en torno al cine, al sueño, al tiempo, a la realidad en contraposición con la ficción, apuntes que no encuentran un cauce sólido en este opus del creador de El lado oscuro del corazón aunque debe destacarse que por momentos ese extraño y fascinante mecanismo que conecta al cine con la verdad aparece gracias al talentosísimo Fernando Birri.
A Eliseo Subiela nadie le puede negar su carácter de verdadera usina de ideas cinematograficas y expresivas, que le han deparado grandes films que además fueron éxitos. Y si bien en los últimos tiempos se le ha dado por encarar piezas más humildes o independientes (quizás más abocado a su escuela de cine, en la que incluso transcurren un par de momentos de esta película), mantiene esa llama de creatividad que alumbra, poco o mucho, cada nuevo opus suyo. El director de Hombre mirando al sudeste, -y nombrar este film emblemático de su autoría no resulta caprichoso-, aborda aquí una pequeña obra que se la puede definir, más que como un homenaje al cine, como un tributo enfático, enfervorizado, cuasi militante. Un film que se emparenta extraña y quizás involuntariamente con el documental Hachazos de Andrés Di Tella, que retrataba al prócer del cine alternativo y experimental Claudio Caldini. Como bien ha consignado el realizador en la información de prensa, los principales destinatarios del film son los estudiantes de cine, ya que incluso tres de ellos protagonizan la película, que además posee el valor agregado que su principal personaje esté a cargo de una eminencia del cine latinoamericano como Fernando Birri. La locura, como en el título del film de Subiela mencionado, vuelve a reflejarse en un primerísimo primer plano, ya que esta suerte de documental apócrifo transcurre en el neuropsiquiátrico Borda, donde está internado un singular hombre mayor, fabulador, negador o usurpador de personalidad, presunto cineasta y cinéfilo comprobado. Detalles que importan pero más aún el significado y el aliento de sus palabras, sus ideas, de su vuelo poético vinculado de una manera casi extrasensorial al arte cinematográfico. Pese a que no destacarse por sus interpretaciones y rubros técnicos, Paisajes devorados es una experiencia fílmica por la que vale la pena transitar.
Hombre hablando en el manicomio La última película de Eliseo Subiela narra la historia de un supuesto cineasta, interpretado por Fernando Birri, quien se encuentra internado en el Borda. Tres estudiantes investigan su vida para grabar un documental. Rantés de vuelta en el manicomio? Probablemente el personaje que interpreta el director Fernando Birri tenga ciertas afinidades con aquella extraña criatura de Hombre mirando al sudeste, el ya clásico título de los 80 del mismo Subiela. Pero las cercanías terminan ahí, en principio, porque la recordada ficción con Hugo Soto de protagonista poco tiene que ver con este falso documental que explora los delirios y las fábulas de un personaje que trasmite fascinación y rechazo en dosis similares. Que el habitante destacable del Instituto Borda se manifieste a través de la figura y la voz de una leyenda como Birri, el gran cineasta de Los inundados y Tiré Dié, considerado uno de los patriarcas del cine latinoamericano, es un punto que la película aprovecha como pequeño acontecimiento. La excusa es el trabajo de tesis de tres estudiantes de cine sobre un supuesto director del que se conoce poco y nada. La investigación comienza a través de las compus pero el lugar de anclaje será el Borda, donde mora esa particular figura, provista de un ambiguo cinismo y de inesperados lapsos de lucidez y bonhomía. ¿Quién es el director de cine que investigan los estudiantes? ¿Quién es ese señor de barba desprolija que filma en forma improvisada las paredes del manicomio? Subiela sigue confiando en sus personajes que observan más allá de lo permitido. Los ejemplos son extensos y enfáticos al recordar títulos como Últimas imágenes del naufragio, No te mueras sin decirme adónde vas, El lado oscuro del corazón o Las aventuras de dios. Pero también continúa apoyándose en el discurso ramplón, el consejo pontificador y el aspecto recargado de textos poéticos convertidos en aforismos de transparente cursilería. En este punto, las imágenes de Paisajes devorados jamás se ven traicionadas debido al estilo de su director, donde su personaje central se materializa en una especie de oráculo frente a las miradas azoradas y respetuosas de los jóvenes estudiantes de cine. Si además, la figura y voz de Fernando Birri (brillante en lo suyo) son las que aconsejan, estimulan, aclaran, confunden y manifiestan su visión y opinión sobre el mundo, Dios, la religión, el cine y la vida en general, ahí sí se está frente a un film autocomplaciente y ombliguista. Seductor y sorprendente por momentos, vacío y presuntuoso en casi todo el resto.