Mar del Plata 2016: casas, fantasmas, fugas y rebeldías. "People that are not me", dirigida y protagonizada por Hadas Ben Aroya, se centra en una chica en problemas con sus novios u ocasionales amantes, a quienes quiere retener aún poniendo en riesgo su actitud independiente. Liviana, graciosa, con cierta franqueza sexual y una cámara apenas preocupada en registrar con informalidad los movimientos de su protagonista, para casi todos (menos para el jurado, se supone) pareció desmedido el Astor de Oro a Mejor Película que terminó ganando.
Finalmente se estrena la revolucionaria película que supo alzarse con el premio mayor en el último Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata. El diario de una joven que intenta superar una ruptura amorosa con el rápido reemplazo de éste. Una puesta sencilla, que privilegia el trabajo actoral de la pareja protagónica, hacen del film un viaje al infierno de dos personas que aún no saben qué quieren del otro pero en el estar mantienen la esperanza de trascender.
El desorden amoroso actual. Suerte de ficción-ensayo, la película de Hadas Ben Aroya refleja en sus personajes a muchos jóvenes y no tan jóvenes contemporáneos, brindando, además, una sensación confesional en términos de trastornos afectivos. Ganadora del Astor de Oro a la Mejor Película en la edición 2016 del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Personas que no son yo es algo así como un Tratado del Desorden Amoroso Contemporáneo. Opera prima de la casi treintañera Hadas Ben Aroya, escrita, producida y protagonizada por ella misma, Personas… es la clase de película que corre el riesgo de ser tomada por “autobiográfica” (habría que erradicar de una vez ese concepto cuando se habla de ficción, y de no ficción también, tanto en cine como en literatura), no sólo por la múltiple presencia de Aroya sino por la sensación confesional que parecería adivinarse en su origen. En la entrevista de aquí al lado, la realizadora israelí se ocupa de desbaratar prontamente esa ilusión para devolver su película al campo de la ficción, que le cabe de pleno derecho. El de la ficción-ensayo, si se acepta esa condición de tratado, por la cual Personas que no son yo estaría reflejando, en sus personajes, a muchos jóvenes y no tan jóvenes contemporáneos, que lastiman a quien los quiere, se van a dormir con cualquiera con tal de no hacerlo solos y no aciertan en encontrar la/s pareja/s que no los hagan sentir mal acompañados. Bienvenida entonces Hadas Ben Aroya al cine contemporáneo. En la escena inicial, Joy (Ben Aroya) le pide disculpas por camarita de video a su novio, por haberlo herido. ¿Quién mira el video? No el novio sino ella misma, desnuda en su departamento. La escena sugiere la posibilidad de que la chica esté enamorada de sí misma. O de su propio sufrimiento, que desde el psicoanálisis vendría a ser lo mismo. En la escena siguiente –un largo plano-secuencia de recorrida, que atraviesa un ancho bulevar de Tel Aviv– la cámara se adherirá a esta chica de 25 años sin despegarse, de frente y de espaldas, inscribiéndola en relación con el paisaje urbano, haciendo rodar los títulos e introduciendo a Nir (Yonatan Bar-Or), un amigo que le lleva un par de cabezas (Aroya es definitivamente pequeñita) y que más adelante pasará a ser algo más que un amigo. Desentendiéndose casi por completo de datos que no sean los vinculados con la situación afectiva de Joy (ni siquiera se sabe muy bien de qué vive o de qué trabaja) la siguiente hora y veinte de película se concentrará, con tanta persistencia como ese plano-secuencia, en las idas y vueltas amorosas –y no tanto– de la protagonista. “No me gusta hacer citas con antelación”, le dice Joy a Nir, en la cama de su departamento. Vivir al día, sin comprometerse demasiado, parecería no pegar mucho con la desesperación amorosa que la lleva a suplicar por Skype a su novio o ex novio que por favor la perdone. Pero está claro que si los sentimientos de Joy fueran coherentes no estaría en la situación en la que está. En la cama con alguien que hasta hace poco era su amigo, por ejemplo, y con quien hace un rato estaba charlando sin excesivo interés en un club nocturno. No es que Nir arda de deseo, tampoco. Desnudos los dos, él de pronto gira la cabeza hacia un costado y exclama, con un entusiasmo que hasta entonces no había mostrado: “¡Tenés Al final del camino, de John Barth!”. Sí, OK, el muchacho escribe. Pero eso no justifica semejante bajativo sexual. No extraña que un rato más tarde ambos admitan que muchas ganas de coger no tienen. Y sin embargo un poco después él le brindará a ella un placer impensado. Las cosas no son estables en el mundo de Joy. Puede considerarse a Personas que no son yo una estribación israelí del movimiento cinematográfico, predominantemente neoyorquino, conocido como mumblecore. Habitado por jóvenes de alrededor de 30, a los protagonistas del mumblecore no les sobran proyectos, planes ni deseos, y en su escaso apego por el compromiso vital y afectivo tienen sin duda bastante de adolescentes tardíos. Hablan más de lo que hacen (como Nir aquí) y suelen promover un look ultraindie (blanco y negro, mucho grano, acabado artesanal) que no se verifica acá. Algunos exponentes de segunda generación del mumblecore se animan a incursionar en la locura urbana, y Aroya lo hace in extremis, en un final genial, que convierte la desesperación amorosa de Joy en algo peligroso, profundamente perturbador y que, lejos de resolverse, recién empieza a asomar cuando la película está terminando.
Una mujer bajo la influencia Película de procedencia israelí, Personas que no son yo (2016) está dirigida, escrita y estelarizada por Hadas Ben Aroya, quien compone el turbio retrato de una mujer irónicamente apodada Joy (‘dicha’ en inglés). La primera escena del film la tiene desnuda implorando a la cámara (de su computadora) por la atención de un viejo novio. Luego se cruza “casualmente” por la calle con Nir (Yonatan Bar-Or), que está menos excitado que ella por el reencuentro, y acepta citarse con ella como quien sigue un juego. La película se centra en el penoso esfuerzo de Joy por tener una relación íntima con Nir o cuanto extraño se ofrezca a reemplazarle. Joy vive en un estado de negación alarmante. Le canta coquetamente “You Don’t Own Me” a su pareja pero entra en shock cardíaco cuando una ex novia se identifica en su presencia. Él es igual de bipolar. Una y otra vez rehúye la compañía de Joy, insistiendo en que no quiere involucrarse con gente por miedo a lastimarla, pero luego la interroga nerviosamente si ha tenido o no relaciones con otras personas. Todo esto es duro de soportar pero la impresión es que el film está diseñado para ser deliberadamente extraño e incómodo, escenificando la trágica desconexión entre dos personas que no saben muy bien lo que quieren del otro y se arman camino a tientas, más que nada por la enfermiza compulsión de uno de ellos. Charlan, beben, bailan, tienen sexo, se drogan juntos y se confían inseguridades con una soltura íntima y realista. Pero verlos en estos estados de forzosa intimidad produce un efecto adverso - reconocemos las interacciones como humanas pero la expectativa casi infantil de Joy las vuelve repulsivas. Es como si tuviera muchas ganas de sentir algo que no comprende del todo, y toda escena concluye en distanciamiento y soledad: por más intimidad que Joy busque (sus intentos se vuelven más y más desesperados) al final del día está forzando una relación que él no quiere tener y de la cual ella depende enfermizamente. El golpe de genio del film es que termina en el momento exacto en el cual comprendemos de dónde proviene esa dependencia, y dura lo suficiente para demostrar cuan enfermiza era esa dependencia. Es difícil recomendar una película por su final porque no se puede hablar mucho de él sin arruinarlo; basta decir que es de la calaña de El hombre duplicado (Enemy, 2013), en el sentido en que abre un mundo de posibilidades terroríficas y corta justo en el punto en el cual podemos saborear el vértigo.
Esta ópera prima de la joven directora, guionista, productora y actriz israelí ganó el Premio Astor a la Mejor Película en el Festival de Mar del Plata del año último. Esta ópera prima dirigida y protagonizada por Hadas Ben Aroya que tuvo su estreno en el Festival de Locarno 2016 y luego ganó el de Mar del Plata narra la tragicómica historia de Joy, redactora y realizadora de videos en una agencia de publicidad de Tel Aviv que no puede recuperarse de las heridas que le dejó un fracaso amoroso. Mientras intenta sin suerte reconquistar a su ex pareja, empieza a tener relaciones (sobre todo sexuales) cada vez más efímeras y patéticas que consigue vía sitios de Internet. La realizadora y antiheroína se expone en plan confesional (llora y ríe en un mismo plano), manipula a y es manipulada por los hombres, muestra cada centímetro de su piel, baila de forma desenfrenada, se graba, sufre y maltrata, es víctima y victimaria, es dulce y cruel a la vez en esta película que resulta tan fresca y fluida como incómoda e irritante. Una auténtica rareza.
Personas que no son yo: el amor en los tiempos de los millennials La jovencísima Hadas Ben Aroya logra con este film un contacto íntimo con el espectador y se luce con su interpretación de una chica que tras pelearse con su novio busca el amor, el sexo, la distracción o todo eso junto, sin lograr una verdadera conexión emocional con otros. El potencial de la realizadora israelí es claro y entusiasma, pero su película resulta poco más que un ejercicio narcisista, centrado en la puesta en escena de las neurosis generacionales y también en la insistencia en la exposición de su propio cuerpo. La presencia del humor en ciertas situaciones es muy bienvenida y relaja un poco la sensación deprimente que genera un retrato convincente de las relaciones entre millennials.
Quiero alguien que me quiera Ganadora del premio mayor en el Festival de Mar del Plata, cuenta los problemas afectivos de los millennials. Personas que no son yo resultó una de las revelaciones de la pasada edición del Festival de Mar del Plata, al punto de que terminó llevándose el premio mayor, el Astor de Oro. Un reconocimiento al desparpajo, la frescura y la simpatía con las que la israelí Hadas Ben Aroya cuenta los problemas de comunicación de los tan mentados millennials (la denominación marketinera para los nacidos entre principios de los años ‘80 y los 2000). Por suerte aquí no hay voz en off, pero podría decirse que Ben Aroya -que tenía 28 años al momento de filmar esta, su opera prima- cuenta en primera persona sus desventuras emocionales. Porque ella misma le puso el cuerpo a la protagonista, Joy, en su neurótico devaneo por las calles de Tel Aviv en búsqueda de alcanzar eso que, en inglés, significa su irónico nombre: alegría, placer. Y, también, honestidad afectiva. Ella viene de una ruptura amorosa y, mientras trata sin éxito de recomponer esa relación, se siente atraída por Nil, un narcisista que le da cabida sólo hasta cierto punto, y en el medio aparece Owen, que es más afectuoso pero no tiene la química que ella pretende. Los tres personajes están ubicados en puntos diferentes del arco de la sensibilidad: uno es fuerte pero está ensimismado y en pose; el otro es tierno pero débil; y ella, en una instancia intermedia entre ambos, trata de ser fuerte y a la vez expresar sus sentimientos, sin demasiado éxito. Si Ben Aroya no tiene inhibiciones a la hora de explorar el alma de su personaje, tampoco tropieza con tabúes para mostrar su cuerpo: nos abre las puertas de su dormitorio para que comprobemos hasta qué punto le cuesta conectarse con los hombres no sólo en el plano sentimental, sino también en el sexual. Son escenas de una naturalidad absoluta, en las antípodas del sexo coreografiado al que nos acostumbra el cine industrial, y que no ocurren porque sí, sino que cumplen una función dramática. Muestran, sin dejar de lado el humor, que para alcanzar eso que se llama intimidad hace falta más que la desnudez compartida
De Israel llega esta ópera prima de Hadas Ben Aroya: Personas que no son yo, una película con una temática muy actual y universal que se alzó con el premio mayor en la edición 2016 del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. En esta ópera prima, Hadas Ben Aroya escribe, dirige y decide ponerse ella misma como protagonista, probablemente por lo personal que le sienta esta temática. Con Israel como marco -un marco que, en este caso, hoy en día, podría ser casi cualquier parte del mundo-, interpreta a una joven de 25 años que acaba de separarse e intenta seguir adelante a través de relaciones casuales. No obstante, ninguna relación parece colmarla. Porque una es demasiado casual y ella se niega al mínimo atisbo de intimidad y la otra porque la asusta por presentarse como la contraparte a aquella. En el medio, la vemos trabajando en un lugar donde está cómoda pero no se siente ella misma mientras teme que el tiempo para hacer cosas que realmente le gustan se le escurra de las manos. Porque no es lo mismo empezar a aprender a estudiar un instrumento musical a los treinta años, piensa ella. Personas que no son yo tiene mucho de retrato de la llamada generación “millenial”, algo así como una Girls (la serie de HBO creada por Lena Dunham) pero que, en lugar de apostar a lo coral, se enfoca en un solo personaje. Toda la película es ella sola, poniéndole cuerpo y alma a una joven que todavía no es la adulta que creía que sería a esa edad, llena de dudas y ansias de un poco de intimidad. Filmada siempre desde su perspectiva, con algunos muy bien realizados largos planos secuencias, estamos ante una película chiquita y personal, sin muchas pretensiones. Un lindo debut para su directora aunque quizás le falte algo de profundidad y desarrollo a su contexto, sucede en Israel pero no se ve ni se siente mucho de ese lugar.
Pequeño film sentimental que premió Mar del Plata Dos cosas suenan raro: el título "Personas que no son yo", porque lo habitual es decir "como yo", y que este film haya ganado el primer premio del pasado Festival de Mar del Plata, desbancando a "Moonlight", que después ganó el Oscar, y a la rusa "Paraíso". Aún se recuerda la perplejidad del público y de la propia directora, que subió al escenario preguntando "¿qué me gané? ¿están seguros?" Y es que se trata de una película chiquita, de mediana factura, sin pretensiones, escrita, producida, dirigida e interpretada por una debutante, Hadas Ben Aroya, que cuenta simplemente los vaivenes sentimentales y sexuales de una chica, vaivenes que siempre se interrumpen por mero aburrimiento de ella o de sus partenaires. Pero acaso la obra tiene un mérito, y un encanto. El mérito es haber pintado con bastante franqueza una juventud muy libre para todo, salvo para entenderse y comprometerse afectivamente. El encanto, es la carita ansiosa de la protagonista, su gesto de estirar los brazos y el cuerpo entero con una sonrisa resuelta hacia algún muchacho. Lástima que sea tan pesada y elija siempre al que no la quiere o no sabe quererla. Y eso es todo, con un final destacado y una duración que se agradece: 77 minutos.
Este film fue premiado con el Astor de Oro 2016 en el Festival de Mar del Plata, por ser la mejor película. La directora, guionista y protagonista es Hadas Ben Aroya, una mujer israelí muy joven y talentosa que acierta con un tono melancólico, amargo e irónico al contar las desventuras del amor. Una chica que se acaba de separar, que sufre el rechazo del que comprende ahora, era un gran amor, que combate su soledad, su perdida con nuevas conquistas. Ella es el centro de ese mundo de nuevos compañeros con los que experimenta en el sexo lo que cree que perdió. Y en la compañía de esos hombres distintos, amigos con derecho a roce, cada experiencia deja su sabor desencantado, su cuota de mirada inteligente y aguda, su soledad más profunda. Por ese sentimiento perdido es capaz de humillarse como nunca. Por ese tiempo de una generación llamada “millennials” en un Israel moderno, pero que tiene la universalidad como para pensar que pudo haber transcurrido en Palermo Hollywood. Fresca, desprejuiciada, narcisista, pero también sin miedo de llegar hasta el hueso en el análisis de comportamientos de los más jóvenes, temerosos del compromiso pero también sufrientes por amor.
Ganadora del premio a la mejor película de la edición 2016 del Festival de Mar del Plata, esta pequeña pero sorprendente y atractiva opera prima que protagoniza la propia directora se centra en los conflictos personales y sentimentales de una joven israelí de veintipico. Una de las pequeñas sorpresas de la competencia marplatense de 2016 (de la que terminó siendo ganadora) es esta opera prima israelí centrada en la vida de Joy, una chica de veintipico que acaba de romper con un novio y no parece poder del todo salir de ese malestar. Se reencuentra con un amigo, conoce a otros chicos, tiene sexo con algunos de ellos, sale a tomar algo o a bailar, pero por algún u otro motivo ninguno de estos nuevos intentos por relacionarse parecen llegar a buen puerto, o a entusiasmarla, o a entusiasmar a la otra persona. A lo largo de esta episódica pero muy certera y ajustada opera prima de apenas 70 minutos, Joy irá intentando modificar su forma de relacionarse con otros, ser menos “apegada” y más libre como su amigo Nir, que parece vivir su vida con menos preocupaciones por el que dirán y frustraciones posteriores. Joy será entonces más cruel y casual (un potencial roommate es una de sus “víctimas”), pero tampoco le es del todo natural. Y encima está el “fantasma” de su ex que no le contesta los mensajes y que sigue “cibercirculando” por su vida. Protagonizada por la propia directora, PERSONAS QUE NO SON YO presenta la situación de una chica de veintipico en Israel, situación que con mínimas diferencias, podría reproducirse en cualquier ciudad occidental. Y esa precisión específica a la hora de describir la vida sentimental y sexual de Joy la vuelve universal ya que esos detalles (esa conversación incómoda, ese SMS mandado antes de tiempo, esa relación sexual frustrante y ese dolor latente) son elementos que se comparten en distintas geografías y a través de las generaciones de similar manera.
EL AMOR COMO ADICCIÓN “No hay cura para el amor” cantaba Leonard Cohen (una pérdida irreparable para el mundo de las canciones) y ciertamente podría aplicarse a la protagonista de esta ópera prima israelí, una joven que busca desesperadamente volver con su ex novio mientras vive los días en su departamento y sale a ver qué pasa con otros hombres, entre ellos, un joven intelectual sardónico cuya destreza en el habla no se condice con el plano sexual. Especie de ensayo fílmico, descentrado, con la recurrente problemática de jóvenes que confiesan su desorden emocional, tiene garra como para ser una buena carta de presentación, a pesar de los altibajos. La película, como ocurre con gran parte del cine contemporáneo, parece partida en dos. Joy transita lo cotidiano de manera bipolar y el comienzo lo muestra: una habitación, una laptop y un llamado desesperado; luego del encierro, la música y un paseo luminoso por las calles para encontrar amigos, gente del mismo palo. En esa contraposición topográfica y anímica se desarrolla el primer tramo, sin prejuicios ni moralina. La directora defiende con garra ciertas ideas tales como quitarle trascendencia a hablar de amor o de cualquier tema y ponerlos si se quiere en un nivel de profundidad tan básico como portar un celular o una computadora de mano. Se puede hablar de Hannah Arendt y sexo anal al mismo tiempo sin restricciones ni complejos. Es un signo saludable porque muere con su personaje en ese gesto discursivo. No sabemos nada de ella, más allá de su relación frustrada. En este sentido, el foco se concentra en un presente donde la exploración de las conductas masculinas y femeninas no se caracteriza por una bajada de línea sino por detalles sutilmente trabajados. Hay una línea de diálogo genial al respecto cuando Joy le cuenta a su amigo que posiblemente tenga gonorrea y él le responde “pero no tuvimos sexo”, a lo que ella refuerza “pero puede que yo tenga gonorrea”. Son apenas esas palabras las que marcan el egoísmo del joven. Mientras tanto, la joven padecerá los efectos de la indiferencia y de la ausencia como si se tratara de una adicción: olvido del entorno, pérdida de la independencia, enfrentamiento con situaciones límites y obsesión. Ahora bien, la inteligencia desplegada en la primera parte se desbarranca narrativamente y entonces se advierte un mecanismo repetitivo, que genera un desbalance y que apunta a llegar lo más rápido posible a una última secuencia que seguro dará que hablar, pero que no compensa estos defectos necesariamente. La película se llevó el premio mayor en la última edición del Festival de Cine de Mar del Plata: eso sí que fue un exceso. A veces, y como suele ocurrir también en gran parte del cine actual, las buenas ideas se quedan a mitad de camino.
El estreno de esta producción israelí viene precedido por su paso en varios festivales de cine, incluido el internacional de Mar del Plata del año pasado en donde obtuvo el premio a mejor película en la competencia oficial. De corta duración, no llega a los 90 minutos, es la radiografía de una mujer de 25 años en pleno proceso de ruptura de su pareja. En realidad la narración se abre con una exposición a cámara del mensaje grabado en video para su ex novio por parte de Joy, la joven protagonista. Y a convenir que esa apertura es más que interesante, pero luego de esa primera secuencia se acabaron las ideas. Las mismas retornaran en la última sucesión de acciones por parte de nuestra heroína, como para darle un cierre que no es tal a la historia, y a la realización en particular. En el medio es un derrotero de casting de posibles hombres y/o mujeres, pero algo se desliza de tanta incongruencia que pueda suplantar al hombre de su vida. La directora, guionista, productora es simultáneamente la actriz principal, si bien no se puede encuadrar dentro de lo que actualmente se denomina cine “no narrativo”, lo que es una contradicción en su mismo enunciado ya que hay un mínimo de querer contar algo, pero es tan exiguo que daría sólo para un cortometraje. La directora tuvo oportunidad de explicar el filme a la salida de la proyección en el festival marplatense citando sus propias palabras: ”estar en contacto con el público y que una, como cineasta, tenga la posibilidad de explicar o desarrollar un poco la idea, es una oportunidad única”... (extraído del reportaje que le realizara Ezequiel Obregon en esa oportunidad).. Lo que estaría enfrentándose a los dichos de Krzysztof Kieslowski cuando afirmaba que si se tiene que explicar algo de su película eso significa que la misma no funciona. Aquí todo se construye alrededor de la joven. Se encuentra con uno, beben algo, tratan de tener sexo, luego otro, en un medio sin compromisos, desengaños, desilusiones que nadie le sostuvo, como un pseudo rompecabezas, escenas una detrás de otras en que el orden de los factores no altera el producto. El filme no llega a aburrir por su corta duración, también es insondable que pueda ocurrir en su recorrido pues nada hay de construcción de un relato, no hay un conflicto instalado y desarrollado, sólo presentado, y a medias. Tampoco se puede pretender que la radiografía de un personaje se generalice y se extienda a todo un grupo etario que conviven en una misma realidad social, ese sólo personaje es de ese orden. Hay una especie de parangón con la idea de Glauber Rocha, el director de cine icono del “Cinema Novo Brasilero” de los años ‘60, ...“La cámara en la mano y la idea en la cabeza”..., aquí sólo se cumple la primera parte, el resto no se si llamarlo improvisación, quizás registro audiovisual proyectado en pantalla grande, pero cine no estoy tan convencido, ¿Por ahí un ejercicio estudiantil de la carrera audiovisual? Nada se puede decir de la benevolencia del premio, pues no vi “contra” que películas competía.
A un año de su estreno en el Festival de Cine de Locarno, Suiza, la ópera prima israelí de la directora y actriz Hadas Ben Aroya sigue en cartelera. El largometraje ganador del Astor de Oro a Mejor Película en la 31ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata es una historia lineal, sin mayores pretensiones que acercar al espectador vida de una joven de 25 años, Joy, oriunda de Israel que sufre un desamor. La trama es espejo de la psiquis de una generación narcisista donde prima la soltería, el sexo, las drogas y el rock & roll en detrimento al compromiso sentimental y la plena entrega hacia el amor. Joy transita un intento de superación personal para dejar atrás el pasado y superar la separación de su ex con quien convivía y pone en tela de juicio la moral. Se enfatiza el lapso de soltería y frenesí hasta el hartazgo y, como consecuencia –cual garrapata-, intenta una y otra vez ligarse a su ex porque entiende que no puede estar sola. De este modo, a buena hora, se propone en 80 minutos una reflexión y enseñanza de vida al público frente a los mitos del amor y fetiches sexuales. El guión es arbitrario y monótono. Posiciona a la mujer en un rol que es la antítesis de la imagen moderna e independiente por la que lucha América Latina. Sin embargo, el mensaje es potente: la liga a un pasado nefasto e involución personal que denota la subjetividad alarmante de Hadas Ben Aroya frente a su actual contexto. Resulta interesante que la directora, ganadora de Mejor Cortometraje en el Shanghai Film Festival con su primer trabajo, Sex Doll (2013), incursione en el rol protagónico y sea vocera de sus emociones. Los diálogos entre los personajes ponderan para enfatizar que el hombre no está a la altura intelectual ni sexual de la mujer. En efecto, su compañero de elenco Yonatan Bar-Or a quien intenta seducir a toda costa mientras descubre la frivolidad del hombre ante el amor deja al desnudo tabúes pocos convincentes para la época vigente. La fantasía de encontrar el equilibrio adolescente rememora la comedia romántica de Gary Winik: Si tuviera 30 (13 going on 30, 2004) protagonizada por Jennifer Garner, Mark Ruffalo y Judy Greer, que a su vez se inspiró en Big (Quisiera ser grande, 1998) de Penny Marshall protagonizada por Tom Hanks. No obstante, encuentra vuelo propio cuando Joy elige un mal camino y queda envuelta en un universo utópico del cual intenta salir con éxito… ¿Logrará superar esta sensación? Personas que no soy yo (People That Are Not Me, 2016) propone una revisión ética como motor del accionar humano. Es espejo de una sociedad plagada de complejidades y situaciones no resueltas donde la puesta en escena eficiente es el contrapunto de las situaciones tragicómicas adolescentes y gags que forman el arco actoral. Aquí, al igual que la vida misma, la banda sonora a cargo de Yuval Shenhar y la excelente fotografía de Meidan Arama dan ritmo al metraje y elenco que intenta incesantemente nadar en un mar de inseguridades y salir a flote.