El cine argentino tiene sus propios westerns. Generalmente las películas gauchezcas suele ser incluidas en esta categoría (con La guerra gaucha como máximo exponente), pero también están los que se acercan a los arquetipos propios de los films de Hollywood, incluso de los eurowesterns. La comedia Los Irrompibles, de 1975, es un buen ejemplo, y también, en clave más serie, Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner. También en Argentina hay ejemplos de westerns urbanos, donde se destacada Un oso rojo, de Israel Adrián Caetano. Pistolero tiene la impronta de un western clásico, pero ambientado en los ’60, durante la presidencia de Juan Carlos Onganía. Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado Tymruk) no es un simple bandido rural. Junto a su banda, que tiene como miembros estables a su hermano Claudio (Sergio “Maravilla” Martínez) y el Tano Petri (Diego Cremonesi), componen un grupo de ladrones que le roba a los poderosos, a los que más tienen, y no dudan en ayudar a los más necesitados. Isidoro es un mito, una suerte de Robin Hood de las Pampas, y un poco disfruta de esa condición. No puede dejar esa vida ni siquiera cuando conoce a Sofía (María Abadi), una maestra recién llegada de Buenos Aires; ambos se enamoran y ella le enseña a leer y a escribir. Pero Isidoro y su pandilla son acechados por la ley, representada por Maidana (Juan Palomino), un policía chapado a la antigua. En su ópera prima, el productor y guionista Nicolás Galvagno se inspira en la historia real de los hermanos Velázquez (forajidos del Chaco con más de héroes que de villanos) para contar un western al estilo estadounidense, pero con un sabor nacional. Si bien hay tiroteos y otras situaciones violentas, el director se apoya en los personajes y la relación entre ellos, la verdadera esencia del film. Todos tiene códigos de honor, se respetan, se quieren y son capaces de sacrificarse por el otro. Isidoro y los suyos solo quieren ser libres en un sistema cada vez más oscuro y represivo, sin olvidarse de la clase obrera que agradece sus buenas acciones para con ellos. Incluso Maidana se aferra a valores que amenazan con perderse, sobre todo cuando parece que los militares pretenden imponerle otra manera de hacer su trabajo. Galvagno también sabe sacarles el jugo a las locaciones de la provincia de Mendoza, creando un microcosmos en el que conviven elementos de los ’60 y pasajes y personajes propios de tiempo atrás. Lautaro Delgado Tymruk se luce como el protagonista, siendo convincente para la acción como en las escenas intimistas. Diego Cremonesi vuelve a demostrar por qué es una de las presencias más fuertes del cine argentino actual; aquí también sale airoso del desafío de hablar en italiano. El otrora boxeador Sergio “Maravilla” Martínez es una verdadera revelación: su porte y su histrionismo son perfectos para componer a Claudio. María Abadi encarna a Sofía con humanidad, sin caer en el estereotipo de la dama que se limita a ser la compañía del personaje principal. Juan Palomino se calza el rol de otro individuo duro, pero evitando todos los tics. Pistolero es un nuevo western argentino, presenta a un director promisorio y nos recuerda por qué es imposible no amar a los “malos” de la película.
Muerto al llegar El western coquetea con el drama existencialista amparado en los contradictorios actos de Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado Tymruk), quien se disocia entre un Robin Hood de los pobres y un bandolero al mejor estilo western, siempre acompañado por su hermano Claudio (Sergio “Maravilla” Martínez), el Tano (Diego Cremonesi) y algún que otro secuaz que se involucra en su raid delictivo. La policía local siempre llega tarde, a pesar de los esfuerzos de la autoridad máxima (Juan Palomino), el descontento de sus superiores y la absoluta complicidad de todo el pueblo. Es que Isidoro Mendoza una vez terminada la tarea de acopio de botín aparece por algún rancho, se esconde, deja parte del dinero por los servicios forzados y sigue su camino. Hasta que se cruza con un interés amoroso, una maestra de escuela llegada de Buenos Aires (María Abadi), tal vez bajo la intuición de que terminado el reinado de Onganía se vengan tiempos duros y en el interior, en la provincia de Mendoza, en ese paisaje desértico y rural, encuentre alguna chance de calma. Pero tanto Onganía como el presente delictivo o el rol de justiciero para Isidoro Mendoza, elementos anecdóticos a los fines de la trama, son apenas algunos de los rasgos para diseñar al personaje atravesado por conflictos de carácter existencial, entre ellos el destino de muerte o la culpa por asesinar en función a su esencia, o al precio por sostener el libre albedrío que persigue como única decisión irrenunciable durante su largo camino. No hay redención posible en Pistolero porque no hay amor real, producto de una vulnerabilidad que no es a prueba de balas como la soledad o el miedo a perderse. Por eso la película de Nicolás Galvano debe recorrerse como si se tratase de un círculo, tal vez con alguna reserva a un epílogo innecesario para remarcar un concepto o simbolismo que ya estaba presente al elegir el rumbo de la no acción a pesar de los robos, los tiros y la muerte.
De Nicolás Galvagno, protagonizada por Lautaro Delgado, Sergio “maravilla” Martínez, Diego Cremonesi, Juan Palomino y María Abadi, llega para demostrar que el cine de género, en este caso un híbrido entre policial y western, puede sumar una reflexión sobre el inicio de la siniestra etapa que vivió Argentina en la dictadura, apropiándose de recursos para construir una historia de amor y valores en tiempos en donde nadie respeta al otro.
Bandidos rurales La película de Nicolás Galvagno es un wéstern criollo aunque el propio director asegure en declaraciones lo contrario. Uno en el que la transposición del género a la Argentina extrae conclusiones interesantes: por ejemplo la decisión de anclar la historia en el interior del país en tiempos de Onganía. No es necesario trasladarse al 1800 para encontrar una argentina rural, injusta y arcaica. Estamos en aquellos oscuros y violentos años de la Argentina. Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado Tymruk) y su hermano Claudio (Sergio "Maravilla" Martínez) asaltan bancos entre otros tipos de comercio. Pero algo los distingue del delincuente común: tratan bien a los lugareños con los cuales se cruzan, y hasta les obsequian dinero. En definitiva, cómo una suerte de Bonnie & Clyde los entienden en sus desgracias mucho más que las instituciones, y por ende adquieren el mote de justicieros modernos para la población. El rudo comisario que interpreta Juan Palomino será el encargado de detenerlos. La historia del antihéroe siempre es atractiva porque plantea difusas fronteras entre el bien y el mal. La historia ya fue contada infinidad de veces, incluso con componentes trágicos (la mencionada Bonnie & Clyde), pero aquello que destaca a esta historia del resto es el hincapié en el factor social argentino de la época de la dictadura de Onganía. La violencia institucional y social es determinante y no sólo parte del contexto que habitan los personajes de ambos lados de la ley. El escenario seco y áspero denotan la misma tesitura que los actores protagónicos, tanto Lautaro Delgado Tymruk que ya ha demostrado ser capaz de componer cualquier tipo de personaje, como Sergio "Maravilla" Martínez en su debut cinematográfico interpretando a un personaje tosco, y Juan Palomino, con su físico rol ideal para personajes físicos y duros, son claves para el ensayo sobre un mundo violento y sus individuos que el film quiere hacer. Sin embargo, la película toma decisiones y no siempre se recuesta en la parábola social y busca en el melodrama (la relación con la maestra que compone María Abadi) resolver situaciones de manera clásica que condicionan a la paradoja de quiénes son los buenos y quiénes los malos bajo el clima de violencia institucional. Porque en el melodrama la tragedia pasa a depender de decisiones individuales de los personajes perdiendo fuerza la situación del país como condicionante para los ciudadanos. En ese ir y venir de un género al otro, Pistolero (2019) pierde eficacia aunque su propuesta sea contundente.
Un western que lo tiene todo para encantar. Las reglas del género, pero con un anclaje argentino, el buen argumento que recuerda a los hermanos Velázquez de El Chaco, que como la leyenda de Robín Hood, le robaban a los ricos y repartían a los pobres, y un dato no menor en su ubicación en el tiempo, los violentos históricos de la dictadura de Onganía. Para su opera prima Nicolás Galvagno, filmo con calidad y creatividad en los exteriores del departamento de Lavalle en Mendoza, e integró ese paisaje a una historia existencial del protagonista y sus aliados, el centro conmovedor de sus vidas, para escapar a un destino de violencia, a un deseo de armonía y redención utópicos. El personaje de Lautaro Delgado Tymruk, compuesto por el talentoso actor, con un bordado emocional exacto, aparece y desaparece a lo largo del film pero no podrá eludir un camino marcado. Además de lo anecdótico, advierte que las reglas del juego cambian, la situación política se pone más oscura, represiva, no hay tiempo para códigos en la violencia. Así como Delgado en el centro de la acción esta estupendo, lo acompaña grandes actores Diego Cremonesi, una revelación Sergio “Maravilla” Martínez, irreconocible, Juan Palomino, María Abadi. No se la pierda.
Isidro Velázquez fue un personaje singular, digno de una película. Bandolero correntino con aspiraciones de Robin Hood criollo, tuvo una vida cargada de aventuras, tal como refleja esta película filmada en Mendoza y ambientada en los años de la dictadura de Juan Carlos Onganía (fines de los 60) que trabaja muy bien los climas y la estética del western. De todos modos, lo más interesante de Pistolero, más allá del apego eficaz a un género, es que su apuesta principal no está apoyada únicamente en las escenas de acción. Esas secuencias están bien resueltas, pero su dramaturgia y sus personajes también tienen espesor, sustentan bien una historia que trabaja con inteligencia sobre tópicos como el amor, la justicia, la lealtad, y el destino. Ese entorno favorable potencia el desempeño de un elenco muy ajustado, donde nadie desentona y Lautaro Delgado Tymruk brilla por su notable versatilidad. Aun cuando le toca interpretar a un hombre generalmente violento e impiadoso, consigue mantenerlo creíble cuando su sensibilidad es interpelada. El vínculo que lo une con la maestra rural que encarna María Abadi es sobrio pero potente. La gran curiosidad del film es la aparición en el elenco de Sergio Maravilla Martínez, un boxeador de indudable talento que no luce para nada incómodo en este contexto nuevo para él.
Nicolás Galvagno, coguionista de Diablo, debuta como director en Pistolero, un western vernáculo que cuenta la violenta historia, con el tradicional ascenso y caída prototípico de las películas de pandilleros, de Isidoro Mendoza, una especie de Robin Hood carismático del secano lavallino. El cineasta se basó en la historia de los míticos hermanos chaqueños Isidro y Claudio Velázquez y, si bien traslada la acción al norte mendocino, mantiene las referencias temporales a la convulsión política de la segunda mitad de la década del sesenta. Galvagno recurre a la iconografía del western mientras filma las escenas de acción con el pulso del policial, pero enseguida Pistolero se deshace en el drama existencial que envuelve a su protagonista cuando se involucra sentimentalmente con una maestra. Lautaro Delgado interpreta con pericia al forajido enfrentado con el policía obsesivo que encarna Juan Palomino, pero Sergio Maravilla Martínez se roba la película como el hermano de Isidoro que se une a la pandilla al salir de la cárcel. El principal atractivo de Pistolero está en ese peronismo cinematográfico deudor del Juan Moreira de Leonardo Favio, referencia inalcanzable pero inevitable a la hora de enfrentarse con la película. Desde lo musical, Galvagno prefiere desentenderse de la épica, por más que recurra al volumen 11 en más de una oportunidad, para profundizar en el drama de una historia donde se nota que no existe redención posible. El director vuelve a trastabillar en el enfrentamiento entre los personajes de Palomino y Delgado, que busca construir sin éxito un duelo dialéctico en la línea de Fuego contra fuego. Pistolero es un debut con algunos problemas, pero, por suerte, la falta de ambición no es uno de ellos.
Filmada en escenarios naturales de la Provincia de Mendoza (Departamento de Lavalle) y ambientada a finales de la década de 1960, durante la presidencia de facto de Juan Carlos Onganía. ‘Pistolero’ es también el primer largometraje escrito y dirigido por Nicolás Galvagno, un western -por estilo y locación geográfica- que cuenta con Lautaro Delgado Tymruk, Diego Cremonesi y Sergio “Maravilla” Martínez como los autoproclamados bandidos Mendoza: básicamente, unos Robin Hood modernos que asaltan bancos, y lo que vendrían a ser una suerte de pulperías, que le pagan muy bien a las familias de clase media que les prestan sus servicios. Los hermanos son perseguidos por Maidana (Juan Palomino), la figura de autoridad que no es “ni comisario, ni coronel, ni general”; y en su itinerario conocerán a Sofía (María Abadi), una profesora de literatura trasladada desde la Ciudad de Buenos Aires que pronto se convertirá en el interés romántico de Isidoro (Delgado Tymruk), el protagonista que le brinda el título al film.
Un hombre perdido en sí mismo “Pistolero” (2019) es una película dramática nacional con aires de western que está dirigida, escrita y producida por Nicolás Galvagno. Protagonizada por Lautaro Delgado Tymruk (Gilda, no me arrepiento de este amor), el filme fue filmado durante cuatro semanas en el departamento de Lavalle, Mendoza. Presentado en BAFICI, completan el reparto Diego Cremonesi (Monzón), Sergio “Maravilla” Martínez, María Abadi y Juan Palomino. Ambientada en la época de los 60, dictadura de Juan Carlos Onganía en Argentina, la historia sigue a Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado Tymruk), un hombre que actúa como un Robin Hood moderno junto a su compañero Tano (Diego Cremonesi) y su hermano Claudio (Sergio Martínez), el cual está recién salido de prisión. A través de un raid delictivo en el interior rural, el grupo se dedica a robar negocios y casas para luego repartir las ganancias al pueblo. Sin embargo, Isidoro no está conforme con la situación en la que se encuentra. Cuando aparece Sofía (María Abadi), una maestra que llegó de Buenos Aires, Isidoro comienza una relación con ella que lo mantendrá con los pies sobre la tierra. No obstante, Maidana (Juan Palomino), policía del lugar, no se dará por vencido hasta dar con estos criminales. Inspirada en la vida de los hermanos chaqueños Isidro y Claudio Velázquez, asaltantes que se convirtieron en un mito que perdura hasta la actualidad por su capacidad de esquivar las balas, este filme más que uno de acción se trata de un drama existencialista contemplativo que en varias circunstancias carece del ritmo necesario para mantener atrapado al espectador. Esto sucede en mayor medida debido a que es difícil captar qué es lo que pasa por la mente del protagonista. Callado y pensativo, es claro que Isidoro no está contento con la vida que lleva y que siente algún tipo de tormento sobre su pasado. Sin embargo, desde el guión no se nos da la información suficiente como para lograr empatizar con él, aparte de que nunca se lo muestra repartiendo el botín a los más necesitados. Con planos secuencias inmersivos y actuaciones de personas de la zona (no actores) tanto en el principio como en el final, el cual es bastante simbólico, la película cuenta con escenas de tiros muy bien realizadas y encuadres estáticos visualmente bellos. La relación que van construyendo Isidoro y Sofía es otro de los puntos a favor del filme, ya que el director prefiere enfocarse más en las acciones que en las palabras, mostrándonos cómo es el tacto en la pareja mientras que él le lava el cabello o cómo son sus miradas. A pesar de que le sobran varios minutos, “Pistolero” consigue dar un buen retrato de esa época donde la libertad no existía por estar bajo un gobierno de facto. Si el pueblo hubiese tenido un rol mayor dentro de la trama o si se hubiese explorado más sobre el pasado familiar de Isidoro y cómo pasó a vivir en la marginalidad, la película podría haber tenido mejores resultados.
“Pistolero” Crítica 10 octubre, 2019 Javier Erlij Una atrapante película argentina que está ambientada en los años 60 en la dictadura del presidente Onganía donde dos ladrones justicieros rurales huyen de la policía pero son apoyados por la mayoría del pueblo humilde.por Javier Erlij La aridez del suelo mendocino domina el paisaje seleccionado por el jóven realizador en su ópera prima, Nicolás Galvagno donde dos hermanos escapan de un poder corrupto en medio de escenas desérticas constituyendo una road movie como también una especie de homenaje al film “Juan Moreira” de Leonardo Favio. Los bandidos están interpretados por una brillante composición de Lautaro Delgado Tymruk, mezcla de rudeza pero que despierta ternura cuando se enamora de la maestra rural, interpretada por María Abadi, Sergio “Maravilla” Martinez en una creíble actuación encarnando al hermano en la ficción de Delgado Tymruk, Diego Cremonesi acompañando a la dupla de forajidos masculinos. En cuanto al policía que persigue al trío que huye de la Justicia, lo compone el talentoso Juan Palomino.Cabe resaltar que el guión está basado en la historia real de los hermanos Velázquez. Un gran equipo conformado por los actores y directores, tanto general como de fotografía a cargo de Leonel Pazos Scioli, constituyen una amalgama creíble en un film que nada tiene que envidiarle al cine de western hollywoodense. Puntaje: 90/100
Un western moderno Ubicada temporalmente durante la época del gobierno de Onganía, Pistolero es un cuento que bien podría ser una película con Clint Eastwood. Pero no, es la historia de un bandido argento, Isidoro Mendoza, quien, junto a su hermano, comienza unido a la banda que conforma una serie de asaltos cada vez más osados por diferentes pueblos. A medida que el recorrido avanza, la leyenda crece a la par y los lugareños alimentan la imagen de esta suerte de Robin Hood vernáculo. El amor no está ausente y como una más de las patas del relato, cruza e interpela a los personajes que se sienten en él refugiados. Las emociones que se desprenden del romanticismo no siempre son sutiles y aparecen así contadas en el transcurso del relato. Con guion y dirección de Nicolás Galvagno, con un elenco que hace honor a la historia planteada (Juan Palomino, Lautaro Delgado Tymruk, Diego Cremonesi, Sergio “Maravilla” Martìnez y María Abadi) y no se pierde en exageración ampulosa, y en cambio toma el lugar de cada uno de los personajes con lo necesario para ellos, la película completa con la perfecta fotografía, la que refuerza con su calidad los detalles de la imagen que también cruza en cada cuadro al espectador. En un año en que muchas películas toman temas como la necesidad humana de la supervivencia, el dolor, la angustia, la idea de revisión de las cuestiones emocionales más elementales, Pistolero trabaja el tema y lo lleva un poco más allá. Lo convierte en un western filosófico en medio de una discusión sobre la sociedad, la política, el amor, la razón de ser del hombre en una sociedad que en el futuro que aún no puede verse en el contexto histórico en el que los personajes se encuentran, porque será mucho más complejo aún, cada vez, conforme el tiempo pase. Pistolero es una excelente narración con muy buen elenco, elementos técnicos que acompañan con justeza y una historia bien planteada y narrada para esta interesante producción nacional.
"Pistolero": un western mendocino Ambientada durante el Onganiato, la opera prima de Galvano tiene un protagonista a quien comparan con Robin Hood, aunque él mismo reconoce que está bastante lejos del “robarles a los ricos para darles a los pobres”. La apuesta del guionista y productor Nicolás Galvagno en su debut como realizador es transparente desde el minuto uno: las referencias al imaginario del western (luego se sumarán aquellas ligadas al cine de gangsters) comienzan a repiquetear en la memoria del espectador antes incluso de que la trama comience a desarrollarse. De hecho, las primeras escenas de Pistolero no terminan de anclar temporalmente la historia y, de no ser por un tanque de agua en un plano fugaz, el encuentro del niño y el forajido podría ocurrir en algún momento de la segunda mitad del siglo XIX. Algunos minutos más tarde, la radio dejará escuchar un discurso del presidente de facto Juan Carlos Onganía y la fábula de Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado), su hermano Claudio (Sergio Martínez) y el resto de la banda de asaltantes quedará inscripta en un tiempo concreto. El espacio, mientras tanto, resulta claro desde la secuencia de títulos: el film fue rodado en locaciones del departamento mendocino de Lavalle, utilizadas por la cámara como espacios de una construcción mítica. A Isidoro lo comparan con Robin Hood, aunque sus acciones reales, como él mismo se encarga de confirmar, están bastante lejos del “robarles a los ricos para darles a los pobres”. Si la pugna entre la pandilla y el inspector de policía encarnado por Juan Palomino remite a las leyendas del Lejano Oeste –aunque la cualidad escurridiza de los cacos impida el mano a mano del duelo–, la estructura general de la película no escapa de las fórmulas establecidas por aquel viejo género cinematográfico dedicado al ascenso y la caída de los malandras más carismáticos, del Caracortada seminal a la banda de Bonnie y Clyde. El Isidoro de Delgado es un antihéroe sufrido, un tipo que comenzó a robar de grande luego de una crisis matrimonial y nunca más pudo dejar de hacerlo. Alguien a quien el pasado y la sangre derramada le pesan. Y mucho: la imagen fantasmagórica de un muerto reciente –un peón, según su propia definición– se le aparece cada vez más seguido. El encuentro con una joven docente recién llegada de Buenos Aires (María Abadi, prolijamente vestida y peinada “como en los 60”) permite un breve interludio romántico que, como en tantas películas del Oeste, ofrece un la posibilidad de una conversión hacia una vida sedentaria, menos sangrienta, más “normal”. Pistolero descree de la necesidad de ahondar en los personajes y se entrega a la reiteración de formas y códigos narrativos inmediatamente reconocibles como principal enlace con el público. En ese derrotero, se desliza en más de una oportunidad hacia la simple repetición de clichés (algunos diálogos resultan particularmente sentenciosos y falsos: “Las acciones no marcan necesariamente tu destino, porque son constantes y el poder está en nosotros, no en el pasado”). Cuando confía en el poder de las imágenes, por el contrario, el film de Galvagno suma un puñado de porotos y logra crear una silueta imaginaria para un género inexistente: el western argentino.
La ópera prima de Nicolas Galvagno nos sitúa en el interior del país en plena dictadura para contarnos la historia de un hombre que vive fuera de la ley, pero ostenta una conciencia de clase envidiable. Poco sabemos de Isidoro (Lautaro Delgado), de su vida, su pasado y sus motivaciones. Pero es justamente eso lo que lo hace un personaje magnético. Delincuente elevado a la categoría de mito, apodado “pistolero”, que roba a los ricos pero es piadoso con los pobres y comparte su botín con ellos, se hace una presa difícil de cazar por las fuerzas policiales, pues cuenta con el apoyo del pueblo que al verlo como un héroe nunca lo delataría. La trama oscila entre diferentes robos, cada vez más grandes y complejos, el esfuerzo del comisario local (Juan Palomino) por encontrarlo y una historia de amor con Sofia (Maria Abadi) una maestra recién llegada de Buenos Aires, vínculo que también sirve para hablar sobre la alfabetización de los adultos. Es una película de presupuesto reducido que, sin embargo, muestra una prolijidad constante en lo que a fotografía y arte respecta, teniendo este último campo que afrontar el desafío de realizar una reconstrucción de época y rural. Y, además de esto, el gran punto a su favor son las actuaciones: sorprende un debutante Sergio Maravilla Martinez y Diego Cremonesi la rompe, pero a esta altura su versatilidad no es ninguna novedad. Que se trate de una película de “ladrones y policías” no significa que vaya a los palos sino que, por el contrario, retoma el ritmo más lento y contemplativo de algunos westerns, ritmo que propicia la reflexión. Se nota que detrás de la propuesta hay una intención crítica para con las decisiones morales: quien es el bueno, quién es el malo, en caso de haber buenos o malos, lo mismo con lo correcto o lo incorrecto. Y este es el cine que en definitiva queremos ¿no? Que nos cuenten una historia, nos presenten personajes interesantes y nos dejen pensando, sin ser un embole, por supuesto. Si la cruzan por ahí en circuitos festivaleros no la dejen pasar. Por Ayi Turzi
Desde sus años dorados en la década del ‘40 y el ‘50, con el indiscutible John Ford como máximo exponente, hasta nuestros tiempos, el western ha ido evolucionando de la mano de los cambios y las decisiones especulativas de los grandes estudios, pasando por la parodias europeas de los spaghetti hasta la adaptación de su lenguaje a películas de acción, policiales y hasta de ciencia ficción modernas. En nuestro país, el género americano por excelencia se focalizó casi exclusivamente en la historia de la Campaña del Desiertollevada a la pantalla grande, como el film Pampa Barbara (1945), y en las batallas emancipadoras del 1800, como aquella narrada en La Guerra Gaucha (1942), una de las películas nacionales más taquilleras. El siglo XXI también vio el florecimiento del western argentino en su estado más puro gracias a cintas como El Ardor(2014) y la multipremiada Aballay(2010) de Fernando Spiner. En esta oportunidad, el género del lejano oeste hace escala en el norte argentino con Pistolero, una atrapante historia inspirada en la figura legendaria de Isidro Velázquez, una suerte de Robin Hood nac&pop que en los años ‘60 cometió decenas de hurtos y secuestros con la complicidad del pueblo y que hoy es venerado como santo popular. Ambientada durante la sangrienta dictadura de Juan Carlos Onganía, la película sigue a Isidoro Mendoza (interpretado por un irreconocible Lautaro Delgado), un bandido correntino asentado en el Chaco que junto a su hermano Claudio (Sergio Maravilla Martínez) y un italiano llamado Giuseppino Petri (Diego Cremonesi) se dedica a asaltar a personas de alto poder adquisitivo para luego repartir el botín entre los más desfavorecidos del pueblo. Mientras los bandoleros huyen constantemente de las garras del implacable policía local Maidana (Juan Palomino), una maestra recién llegada de Buenos Aires (María Abadi) aparece en el camino de Isidoro para intentar devolverle un trozo de aquella paz extraviada en un mundo de balas y matorrales. La opera prima de Nicolás Galvagno, co-escritor del film Diablo(2011) de Nicanor Loreti, nos ofrece un crudo western con una marcada impronta nacional que logra transportarnos a una época donde la persecución, la violencia, el autoritarismo y el abatimiento de la clase trabajadora se sienten a flor de piel. Filmada en las bellas locaciones del norte mendocino, el director demuestra una gran aptitud a la hora de construir un clima y una estética típica de las historias de vaqueros con tintes de policial, pero que se corre hábilmente de lo más acartonado del género para profundizar en el drama existencial de Isidoro. Pistolero se luce sobre todo por su brillante elenco encabezado por el prolífico Delgado como aquel antihéroe criollo que fantasea con una redención inalcanzable. El actor de Kryptonita (2015) deja claro una vez más su talento para para componer cualquier tipo de personaje, incluso para jugar con las diversas facetas del mismo, como en el caso de Isidoro, cuyas escenas se dividen entre la violencia desenfrenada y los diálogos reflexivos e intimistas que mantiene con la joven maestra encarnada por Abadi. La curiosidad del film obviamente se centra en el boxeador Maravilla Martinez, quien aquí se presenta como una verdadera revelación actoral, en un papel que lleva con notable naturalidad. No menor es el trabajo de Cremonesi, un actor que en los últimos años se ha convertido en el favorito de las series de televisión y que completa adecuadamente el trío de forajidos con la gracia de su tonada italiana. El debut prometedor de Galvagnoda cuenta de como el género del western sigue aún vigente en nuestro país, donde los paisajes privilegiados y la cultura gauchesca con toda su iconografía logran ponernos en contexto. Sin duda, la mixtura de géneros y las temáticas como la soledad, la justicia, la represión y la rivalidad de clases que presenta Pistolero hace que las balaceras queden en un lugar anecdótico, introduciendo al espectador en un relato mucho más rico.
Los hermanos Velásquez eran unos bandoleros que les robaban a los ricos y a los patrones de campos en la década del 60 en la provincia del Chaco. Perseguidos por una preocupada Sociedad Rural que puso todo el aparato represivo para capturarlos, se convirtieron en héroes para la población que los protegía. Inspirado en esta historia y con idea original de Juan Palomino, el debutante Nicolás Galvagno, coguionista de Diablo 2011, desarrolla la historia de Isidoro Mendoza y de su hermano, Claudio, ubicando la historia de Pistolero en el departamento de Lavalle, Mendoza. En plena dictadura de Onganía, los hermanos Mendoza se dedicaban a asaltar y robar a los poderosos. Nunca olvidaban dejar algo de lo robado a los más pobres y necesitados. Con una impronta de western clásico, al mejor estilo norteamericano pero vernáculo, el film recuerda por momentos al Juan Moreira de Leonardo Favio. La historia gira alrededor de las fechorías de los hermanos y de un integrante más, el tano Petri a cargo de un magistral Diego Cremonesi que brilla cómodo en sus frases en italiano. La lealtad, la protección mutua, la fraternidad los une y una sensibilidad especial por la clase obrera. Isidoro no es Robin Hood, como él mismo se encarga de desmentirlo, solo roba para sobrevivir. Pero las cartas están jugadas y eso se ve desde el principio. La ley los persigue endiabladamente de la mano de un policía (Juan Palomino) obsesionado por liquidarlos. Un ambiente cada vez más opresivo, comienza el onganiato, no dejará muchas chances. Lautaro Delagado Tymruk versátil y sólido, se pone al hombre el personaje principal, matizando un hombre que no duda en disparar y a la vez, tierno y atormentado, componiendo un bandolero perseguido por la sangre derramada y por un pasado oscuro de miseria y abandono. Secundado por su hermano, una revelación Maravilla Martínez casi irreconocible el otrora boxeador. La película se apoya en este trío y en paisajes imponentes de esta Mendoza áspera y carente de verde. La historia es casi igual a la de los hermanos Velásquez. Cambian los nombres y el lugar. Estos “héroes” populares que han aparecido con rasgos más o menos similares en lugares y tiempos diversos reciben la adhesión devota de sus coterráneos; de origen humilde, se desenvuelven en ámbitos rurales en los que predomina un orden político represivo, dando lugar a que mucha gente común vea como actos justicieros sus actividades ilícitas Con personajes bien delineados y una historia atrapante, Pistolero no decepciona, acción, tiros, escapes y esa sensación de que los antihéroes son los héroes.
Nicolás Galvagno escribe y dirige este western, que sucede en un pueblo del interior durante la dictadura de Onganía. Los primeros quince minutos de Pistolero, hasta que aparece el título en pantalla, pueden engañar. Se sigue a una familia rural y a su niño, quien una noche se cruza con el forajido Isidoro. Él, armado con una rifle, le dice que lo va a esperar y que cuando todos duerman le tiene que traer algo para comer. El niño obedece, aun ante un tono no precisamente amenazante. Ese comienzo define al personaje que interpreta Lautaro Delgado Tymruk, un ladrón que sobrevive gracias a la ayuda del pueblo. Una especie de Robin Hood moderno, que carga con alguna muerte que lo persigue como un fantasma. Isidoro tiene a su equipo fijo de ladrones que asaltan bancos, joyerías y lugares con mucho dinero. Sólo van cambiando el chofer, una profesión que se torna peligrosa y hasta maldita según algunos. Ellos son leales y capaces de sacrificarse por el otro. La policía nunca logra atraparlos pero Maidana (Juan Palomino) está empecinado en agarrar al famoso Isidoro, a quien el pueblo siempre parece proteger. En el medio, el propio forajido conoce a una maestra que vino de Buenos Aires (María Abadi) y ella le enseñará a leer pero también a ver las cosas de otro modo, incluso a quedarse un poco quieto, en un solo lugar, al menos mientras sea posible. Así, Pistolero es un western que toma elementos del género, que consigue combinar con las locaciones de la provincia de Mendoza. De fondo, el contexto político que está sufriendo la Argentina aparece aunque no toma el total protagonismo; pero estar, está. Delgado lleva adelante casi toda la película y lo hace con un semblante calmo pero capaz de dotar de intensidad a su personaje de manera sutil, aun en los momentos de mayor acción o las escenas más intimistas como las románticas que comparte junto a Abadi. El elenco que lo acompaña, entre quienes se cuentan Sergio «Maravilla» Martínez y Diego Cremonesi, no desentona. Galvagno narra la película a través de imágenes bien logradas y que homenajean al western clásico. Dirige una de pistoleros pero sin necesidad de apuntar constantemente a la acción. Al contrario, se permite sus momentos contemplativos que terminan de delinear a sus personajes. La libertad como objetivo principal, pero también como algo peligroso es el eje temático sobre el que la película reflexiona. También se escapa a los polos tan fáciles de encasillar como son los buenos y los malos. Pistolero narra una historia atrapante que sigue a un personaje del que poco sabemos y con quien sin embargo no podremos evitar empatizar de manera inmediata y, en gran parte, eso sucede gracias a la interpretación de Delgado. A su alrededor, Galvagno dirige una película rodada con mucha prolijidad y conocimiento del género. Un pequeño e imperdible título de la cartelera argentina.
Nicolás Galvagno nos lleva en su ópera prima a un pueblo rural en los años ´60 con referencias temporales ligadas con el gobierno de Onganía que se va filtrando a través de la radio, ese momento en donde un ladrón imparte una especie de justicia social a lo “Robin Hood”, robándole a los ricos y siendo perseguidos por el poder policial pero apoyados por el propio pueblo. Allí, en medio de la aridez de ese pueblo (la película está filmada en la provincia de Mendoza, en la localidad de Lavalle), comenzará a contarse la historia de los hermanos Mendoza, Isidoro -Lautaro Delgado- y Claudio -Sergio “Maravilla” Martínez- que aparecen inspirados por dos bandidos rurales reales de la época -los hermanos Velázquez, pertenecientes a una banda de forajidos del Chaco- y jugarán a un peligroso juego de gato y ratón, en pugna permanente por el inspector de policía a cargo de Juan Palomino. El aire de Western permite a Galvagno dotar a su película y a sus propios personajes de muchísimas referencias a los clásicos que pueden ir tanto desde un spaghetti western hasta algunas realizaciones de Eastwood, hay quienes han visto algunas referencias al cine de Fabio con su “Juan Moreira”, pero que obviamente tiene notorias y directas referencias al cine de John Ford. El planteo interesante de “PISTOLERO” es lograr un equilibrio entre las escenas de violencia, persecuciones o disparos y las más calmas en donde Lautaro Delgado puede componer con una mayor precisión a un personaje profundamente melancólico y quebrado. Dejando atrás un pasado familiar no muy bien definido, se encontrará en su camino con una joven maestra rural (María Abadi) con quien tendrá una fuerte historia de amor e inclusive llegará a plantearse algún tipo de cambio de vida. Los puntos fuertes del debut en la pantalla grande de Galvagno son los rubros técnicos, con una excelente ambientación, fotografía y un muy buen trabajo de edición. Respecto de la historia, escrita por el propio director, acierta en el tono en que está contada además de no perder en ningún momento la tensión y la fluidez narrativa, aprovechando asimismo los paisajes y las locaciones para mostrar alguna belleza desconocida. Pero sin embargo, el elenco no marco un nivel homogéneo sino que, por el contrario, a algunas actuaciones y trabajos muy logrados se contraponen otros que no lograr encontrar el tono que la historia requería. Lautaro Delgado encuentra en Mendoza, una posibilidad perfecta de construir un gran personaje protagónico, con el registro preciso tanto en la dureza de su personaje como en la ternura que despierta en el vínculo con la maestra y en los momentos de mayor desesperación cuando se ve perseguido y acorralado por la policía. Sorprende positivamente, el trabajo de Sergio “Maravilla” Martinez, acompañando a Delgado y tomando en un perfil sumamente creíble, el papel del hermano, un personaje nada simple al que Martínez logra sacar un muy buen provecho. Juan Palomino le imprime a su Jefe de Policía el physique du rol necesario para ese papel y cuenta con muy buenos secundarios que lo acompañan. Pero lamentablemente no podemos decir lo mismo del trabajo de Diego Cremonesi que compone a un italiano que se expresa de una forma teatralmente subrayada y con una dicción propia de alguien que parece haber estudiado italiano en la profesora particular del barrio, sin convencer en absoluto con la forma en que encara la construcción de su personaje. Lo mismo sucede con la María Abadi quien tiene delicadeza y ángel para componer a esa maestra de pueblo pero no llega a presentar una química fuerte con el personaje principal. Galvagno acierta en la conducción de excelentes rubros técnicos, pero además, logra una exacta reconstrucción de época y un muy buen diseño de arte en general, con ciertos toques de homenaje al clásico western y en donde también se mezclan elementos de la historia real de los hermanos Velázquez, para una película diferente y por fuera de las propuestas que suele brindar el cine nacional.
INVENCIBLE PARA LA GENTE, FRÁGIL PARA LOS CONOCIDOS Los personajes delictivos que han respondido al pueblo siempre captan la atención. El más conocido es el caso de Robin Hood. Pero Argentina tiene su versión también de este tipo de personaje en la figura de Isidro Velázquez. Esta es la inspiración que da origen al film con estilo western Pistolero. Durante el gobierno de Onganía, dos hermanos se hacen famosos delincuentes por salir victoriosos de cada uno de estos violentos asaltos. Isidoro es el que más resalta de los dos por el rumor de que ayuda a la gente con el dinero que toma. Con ese gesto, lo que logran es obtener la complicidad civil. Mientras que la policía los va siguiendo, ellos cuentan con el silencio de la gente de los pueblos, lo que les permite una mayor tranquilidad para moverse. La continuidad de los exitosos robos los vuelve casi una leyenda. Eso en conjunto con sus acciones solidarias les da un sentido endiosado a los personajes. Incluso se llega a decir que las balas rebotan en sus cuerpos. Durante el final del film se hace referencia a esto nuevamente en una escena en la que Isidoro parece ser inmune a las balas. Pistolero logra buenos momentos en los que explora la tensión de los asaltos. La adrenalina y acción en los enfrentamientos policiales está muy lograda. La historia mítica que se va conformando alrededor de ellos es otro de los puntos fuertes. Pero más allá de los encuentros delictivos que relata el film hay otro aspecto que también está trabajado y quizás de ahí deviene el punto más débil de la película. La soledad en la que suele caer el personaje de Isidoro es entendida por su constante remordimiento por el pasado. Es una persona que huye de lo vivido y eso hace a su camino una incertidumbre y una búsqueda constante de respuestas por las cuales seguir viviendo. En este camino aparece en la vida de Isidoro el amor de la mano de una maestra. La relación que mantienen delinea momentos muy distintos a la otra faceta del personaje. Se lo humaniza, pero aparecen para esto conversaciones un poco forzadas, en las que ella siempre le comenta alguna frase reveladora de su destino. Los diálogos no se dan de forma natural, las palabras no fluyen en estos momentos. Otro de los problemas que presenta el film son las largas escenas que no suman del todo a la historia. Un ejemplo de esto es el principio de la película. Aunque luego se entiende que se presenta un escenario desolador en este tipo de western, se pierde la intensidad de la propuesta.
“Pistolero” es un western estéticamente y conceptualmente, sólo que en lugar del Oeste de Estados Unidos se trata del Oeste argentino. El director Nicolás Galvagno trasladó el equipo de rodaje al paisaje agreste del Secano Lavallino, en Mendoza. Allí instaló a Isidoro (Lautaro Delgado), un delincuente con fama de Robin Hood y poderes sobrenaturales; su hermano Claudio (Maravilla Martínez) y Giuseppino (Diego Cremonesi), el trío que asalta a agricultores y en la huida deja algo del botín a los habitantes de ese desierto que lo reciben con respeto, temor y gratitud. El filme no pretende hacer una pintura romántica de los personajes ni de las condiciones de pobreza en las que viven las personas de la zona. Al contrario, Isidoro confiesa que no es un santo, que él roba y también mata y lo seguirá haciendo. Galvagno acierta en la fotografía y en la descripción de unos personajes que, a un lado y otro de las balas, quedan solos ante lo que les depare la vida.
Isidoro Mendoza es un forajido; roba bancos, joyerías, estancias. Aún así la gente lo quiere, lo protege, pero esta vida le traerá más de un problema. Pistolero es la ópera prima de Nicolás Galvagno, quien también la escribió. Un western nacional que se nutre de los clichés del género sin perder la identidad propia.
Isidoro Mendoza es un delincuente común con ambiciones de justiciero. Junto a su hermano forma una banda de criminales, roba una joyería y pone a la policía tras su rastro. A su alrededor se construye una leyenda de bandido que roba a los ricos pero reparte entre los pobres. Western argentino lleno de ambiciones visuales y escenas muy bien resueltas. Algo despareja en los actores y con una historia de amor que no tiene la eficacia del resto de la historia. Un poco atorada en una bajada de línea permanente que se expresa en diálogos, la película podría haber avanzado perfectamente con la sucesión de acciones sin la necesidad de expresarlas en palabras todo el tiempo. Aun con limitaciones y elementos discordantes, Pistolero muestra un director con ganas de filmar y con buenas ideas. La iconografía del siglo XIX a través del western le da un cierto toque anacrónico que la vuelve más interesante, aun transcurriendo en la década del sesenta del siglo XX.