“¡Tenemos que disfrutar juntos!”, le reclama un hombre a su hijo, un niño de seis o siete años que ya no tiene ganas de seguir subiendo la cuesta. El padre le pide al chico que cumpla esa tarea, una de las tantas actividades de “la lista de cosas” que ambos deben completar durante esos días en las sierras, como si fuera un decálogo de ritos de pasaje heredados por la familia que necesariamente hay que respetar. El chico se divierte cuando van a nadar o a pescar, o cuando recorre el bosque en soledad, pero no la pasa nada bien cuando el papá le propone asar juntos un cordero que acaba de ser degollado frente a sus ojos atónitos. Por sobre todas las cosas, el chico extraña mucho a su mamá. Hay un divorcio en marcha, una tristeza profunda que crece y tamiza sin consuelo todo el relato. Padre e hijo (Jorge Rossi y Valentino Rossi) van a las sierras para llevarse las últimas cosas que quedan en una casa familiar que se pondrá en venta. La esencia de la historia la conocemos, porque tiene los componentes universales propios del cada vez más extendido terreno del coming of age. Puede haber muchas películas con líneas narrativas similares en el cine de hoy, pero no creo que existan muchos niños como Valentino, tan soñador y a la vez tan terrenal: es él quien le aporta a este cuento un compás absolutamente genuino. El chico se las ingenia para brillar incluso en la escena más oscura (literalmente) de la película, ambientada una noche de tormenta, sin electricidad en la casa, en la que el padre le enseña a su hijo a jugar al truco. Sin revelar lo que ocurre allí, puedo decir que la confección de esta escena sencilla y memorable -sólo iluminada por una linterna vincha y la pantalla de un teléfono celular- define el notable trabajo con la luz que atraviesa todo el film. No quiero dar más vueltas buscando otros adjetivos: Primero enero es una película preciosa. Sus creadores podrían dar una clase de lo que significa tallar esa cualidad sin caer nunca en la tentación del preciosismo, básicamente porque las elecciones de estilo son modestas y evitan llamar la atención sobre sí mismas. En una época del cine en donde la contemplación demorada del mundo se convierte a veces en una mera pose programática -aunque no se tenga mucho para decir-, aquí la clave parece residir en el cuidado del tiempo interno de los planos, que tienen la duración justa, todos precisos y pertinentes. Un modelo de concisión, tanto narrativa como simbólica.
Tras ganar la Competencia Argentina del último BAFICI y ser presentada en la reciente Berlinale, se estrena esta bella y melancólica ópera prima del cordobés Mascambroni. La representante del Nuevo Cine Cordobés en la Competencia Argentina del BAFICI 2016 fue esta ópera prima de Darío Mascambroni que aborda una relación padre-hijo en una circunstancia especial. Es que el adulto se está divorciando de la madre del pequeño y ambos emprenden un último viaje desde Villa María hacia la casa de veraneo en un pueblito en las sierras antes de ponerla en venta. La película empieza y termina con un tango (decisión quizás un poco obvia para una historia que ya de por sí trabaja el tema de la despedida y la melancolía) y en el medio describirá la cotidianeidad de Valentino con su padre. Lo que en principio se vislumbra como un típico paseo turístico (cocinar, ir al arroyo, hacer largas caminatas) y una experiencia compartida de códigos y postas varoniles (enseñarle a pescar, a hacer el fuego del asado, a jugar al truco, a cavar y plantar) se convierte con el correr de los 65 minutos en algo bastante más incómodo y perturbador: el chico no quiere hacer todo lo que le impone el papá, los silencios asustan, las diferencias se amplifican, la angustia y la extrañeza se multiplican (no hay luz, el chico quiere hablar con su madre, no hay señal de celular y así). La película habla de los mitos de Troya y de la Caja de Pandora y algo de eso hay en esta pequeña y noble película que se abre a sorpresas cuando en su planteo inicial transitaba por caminos demasiado conocidos y la sensación de déjà vu se imponía. Una película bella y triste. Sí, como el tango.
Grata sorpresa en el último Bafici (ganó la Competencia Argentina), el debut del cordobés Darío Mascambroni se centra en el vínculo entre un padre recién separado y su hijo de ocho años. Ambos viajan a las sierras para poner en venta una casa que albergaba a la familia en épocas más felices.
El Bafici fue la principal plataforma de lanzamiento del cine argentino nuevo, incluido el cordobés, que ya es casi una cita obligada (y esperada) en cada nueva edición. Primero enero acompaña a un padre y un hijo en un viaje a la casa de vacaciones familiar. Un divorcio los obliga a vender la propiedad y la visita resulta ser una despedida. El padre organiza las actividades, regula las horas, dirige; el hijo se adapta como puede, pero también sabe revelarse. Esos conflictos, aunque tenues, parecen conmover el paisaje calmo que los rodea. Entre los dos se genera una competencia secreta de astucias y saberes en la que uno y otro tratan de desestabilizar al contrincante. A modo de separadores, Darío Mascambroni intercala planos de los espacios y de los objetos que pueblan el lugar hasta que la casa acaba por convertirse en un tercer personaje silencioso. La venta inminente, el matrimonio irremediablemente roto y el lento ingreso a la madurez de Valentín le imprimen a la película un singular aire de melancolía. Desde las imágenes, sin que el director subraye ni explique nada, todo parece anunciar su propia desaparición, incluso el vínculo de Valentín con su papá.
La ópera prima de Darío Mascambroni, Primero Enero, es una apuesta sencilla por un cine minimalista que se destaca por la profundidad de sus emociones y la logada anti química entre sus dos personajes. Quiere la casualidad que esta semana se estrenen dos películas argentinas independientes, de estructura pequeña con un escenario como protagonista, y con dos personajes centrales y (casi) únicos. Pero El cruce de La Pampa y Primero Enero son films bien diferentes. Más allá de centrarse uno en dos hombres adultos y la otra, la que nos compete, en un padre y su hijo pequeño; los tonos (histriónicos y coloridos en El cruce…) y la estructura de diálogos (El Cruce… es teatro) las diferencian profundamente. Sin embargo, ambas conducen a un camino similar, la búsqueda de un destino común entre dos personas diferentes que deben congeniar a la fuerza. Jorge está en proceso de divorcio, decide tomarse unas vacaciones con su hijo en la casa que tienen en las Sierras cordobesas. Esas vacaciones no son una más, guardan otro significado. Jorge sabe que ya nada volverá a ser lo mismo, e intenta repara un vínculo que parece roto de ante mano, y lo hace en una vivienda que también desaparecerá luego de ese divorcio. Mascambroni decide posar la mirada sobre el pequeño; el padre hará todo lo posible para reconectarse y plantear actividades conjuntas, pero él decide apartarse, hacer su propio camino y no permitir el diálogo fluido, extraña a su madre. Los vínculos entre padres e hijos han sido y son moneda corriente para el cine independiente nacional; sin ir más lejos, a semana pasada se estrenaba El silencio, que guarda más de un punto en común con este film, pero desde una mirada adolescente. Lo que destaca a Primero Enero, ganadora de la competencia argentina del BAFICI XVIII, es el juego de metáforas intrínsecas en este planteo de diálogos quebrados y suaves rispideces. En Primero Enero escasean los diálogos, abundan los gestos, las miradas y las actitudes. Se podrán hacer diferentes lecturas, interpretaciones de esa relación que inevitablemente sufrirá un quiebre. El ritmo es pausado, casi como si en esa casa de vacaciones todo se detuviese para luego seguir de un modo diferente. Ese vínculo de padre e hijo es interpretado por Jorge y Valentino Rossi, la cercanía real juega a favor, creando una química que funciona de modo contrario, hay algo molesto pero que los acerca y hace que se entiendan. Mascambroni optó por posar la mirada sobre el pequeño, la cámara lo seguirá a él, y por momentos el padre pareciera jugar una función en cuanto a ese hijo. Pero también, por momentos, será expuesto a actitudes algo dudosas para su edad. Con luces y sombras, Primero Enero es una propuesta intimista típica de nuestro cine independiente de autor, eso que algunos llaman festivalero, una movida que viene gestándose en Córdoba hace ya algunos años. No será una propuesta para todos, impacientes abstenerse; quienes quieran observar un cine con la sensibilidad a flor de piel saldrán más satisfechos.
Padre e Hijo. El fin de un matrimonio y como afecta a los hijos pequeños es un concepto cuya sola definición invita a la oportunidad de desarrollar un considerable repertorio de posibilidades dramáticas. Primero Enero parece ofrecer esa propuesta pero no le saca todo el jugo que podría sacarle. Jorge decide llevarse a su hijo Valentino a una improvisada vacación por las sierras cordobesas para fortalecer sus lazos tras un reciente divorcio, que al parecer le está afectando al pequeño. La película presenta su conflicto esencial con sutileza. No obstante, sucumbe demasiado seguido a un deseo de mostrar la cotidianidad y el fortalecimiento del lazo de las relaciones padre e hijo, aspecto que se transmite con mucha verosimilitud y naturalidad. El conflicto ya mencionado, o sea, la dificultad del chico por aceptar el divorcio, no es abarcado con la suficiente profundidad; muy pocas escenas hacen hincapié en el mismo, y esa escasez es la que a la postre le juega en contra al resultado final. En el aspecto técnico, la película tiene unas cuidadas composiciones de cuadro en Cinemascope. Las actuaciones descansan sólidamente en los hombros de sus protagonistas, padre e hijo en la vida real me animaría decir, por el enorme nivel de naturalidad y verosimilitud desarrollada en su relación. Aunque a menudo, el pequeño Valentino Rossi consiga llevar la ventaja en algunas de las escenas. Conclusión: Primero Enero es una película que triunfa en su retrato fiel de lo que una relación padre hijo debería ser. Sin embargo, el deseo por ilustrar esa intimidad acaba por socavar las enormes posibilidades dramáticas que su conflicto tenía para ofrecer, lo que contribuye a que el resultado final sea poco seductor para el espectador.
Una película breve, la opera prima y el guión de Darío Mascambroni, filmada íntegramente en las sierras de Córdoba, ganadora en el Bafici. Es el momento de cambio de una familia, los padres se divorcian y se decide vende la casa de las sierras donde pasaban los veranos. Este el ultimo. También el adiós a una forma de organización familiar para enfrentar el crecimiento y las incertidumbres y de paso tratar de cumplir con ritos familiares. El esfuerzo de un padre para vivir junto a su pequeño hijo lo que significa esa etapa. El chico es el protagonista. El que abrirá la caja de Pandora del futuro. Interesante y bien realizada, con el joven actor Valentino Rossi.
Luego febrero Primero enero (2016) sigue a un niño y su padre que se van de vacaciones a la sierra cordobesa. Es la última oportunidad que el hombre tiene de honrar la tradición padre-hijo, la cual pronto desaparecerá entre el divorcio y la inminente venta d No son vacaciones en el sentido divertido de la palabra, sino una especie de resquicio emocional. El padre quiere cimentar la relación con su hijo y se nota que no sabe bien cómo, que va probando qué funciona y qué no. Pescan, plantan un árbol, talan otro, cocinan, juegan a las cartas. El hijo se abstrae de toda actividad con una mezcla de espanto y apatía. Sólo le interesa saber de su madre, y de última le intriga la niña que aparece junto al lago todos los días pero con quien no se anima a hablar. La ópera prima de Darío Mascambroni es una película de pocas palabras que apuesta a la carga emocional entre padre e hijo (interpretados por Jorge y Valentino Rossi). La puesta en escena ilustra la distancia entre ambos – el lacónico diálogo incidental, por ejemplo, o la forma en que el padre pasa la mayor parte del tiempo fuera de campo, mientras que el encuadre está tallado a la altura del niño. Hay también una construcción de paralelos entre las vivencias de padre e hijo y los mitos griegos que intercambian a lo largo de la película (Pandora y su misteriosa caja se convierten en símbolos de la maternidad ausente, mientras que la niña del lago hace de sirena). Es algo que ocurre un par de veces y nos enseña cómo el niño entiende el mundo alrededor suyo. En general el foco recae sobre él, que está bien en su dispersión con algunos parlamentos increíbles. “Es la primera vez que vengo acá,” le dice la niña. “Yo la última,” responde bajando trágicamente la cabeza. Primero enero es una historia mínima, generada en menos de un mes, con escasos recursos económicos, pero con mucho talento y sensibilidad a la hora de saber que captar y como transmitir una relación entre padre e hijo.
Una deliberada opción por la ternura. Narrada con encantadora sencillez, Primero enero funciona como un poderoso transmisor emotivo en la medida en que articula de manera sólida y verosímil la relación entre un padre y su pequeño hijo, un vínculo que el director urde con paciencia y en detalle. Ganadora hace un año de la Competencia Argentina de la 18° edición del Bafici, Primero enero, de Darío Mascambroni, es una de las producciones más recientes del Nuevo Cine Cordobés, que no es otra cosa que una interesante fruta tardía nacida de una rama joven y pródiga del ya añoso Nuevo Cine Argentino. Si algo ha logrado este NCC es refrescar a un NCA que durante más de 15 años se produjo de manera casi exclusiva desde Buenos Aires, dirigido por cineastas en general porteños. Es cierto que el arco temático aún gira sobre los mismos ejes estéticos, los del llamado cine independiente, pero ampliando al mismo tiempo el registro de voces y miradas. De ese modo consigue darle una nueva vida (o una nueva encarnación) a la prolífica, heterogénea identidad del cine nacional. Esa frescura y ese reverdecer se perciben con claridad en esta primera película de Mascambroni, un relato minimalista acerca de un padre joven que junto a su hijo pasan sus primeras vacaciones en soledad tras un divorcio reciente. Narrada con encantadora sencillez (que no es lo mismo que precariedad ni ausencia de recursos), Primero enero consigue funcionar como un poderoso transmisor emotivo a partir articular de manera sólida y verosímil la relación entre padre e hijo. Un vínculo que el director ha sabido urdir con paciencia y en detalle, para luego aprovechar dramáticamente su enorme potencial empático. La película realiza un retrato cálido, casi ideal (aunque no por eso libre del dolor que implica), de una circunstancia que la mayoría de las personas han tenido que atravesar alguna vez, ya sea desde el lugar del hijo, desde el del padre, o desde ambos. Hay una deliberada opción por la ternura en la forma en que el director aborda los intentos de ese padre por fortalecer el lazo que lo une con su hijo. En busca de apoyo, el hombre ha vuelto de forma instintiva, casi a tientas, sobre su propia infancia, hasta el recuerdo del vínculo con su propio padre, que desde su mirada adulta ha adquirido los matices del relato mítico. Mascambroni juega abiertamente con esa idea, poniendo a sus personajes a dialogar sobre viejas historias de la mitología griega, nutriéndose de su carga simbólica. Es significativo que el relato comience con un diálogo sobre Pandora y su caja de dones abierta con imprudencia, dentro de la cual la chica sólo alcanza a conservar la esperanza. Es justamente a la esperanza a lo que se aferran padre e hijo. Uno enfrentando la angustia que le provoca la posibilidad de perder al chico, lo único que queda de un amor que se terminó; el otro cargando con el deseo de volver a ver juntos a sus padres. Mascambroni retrata el duelo que sus protagonistas deben atravesar mostrando devoción por sus criaturas. Entre las virtudes de su película, tal vez la más destacada sea la capacidad de hacer que ese amor se sienta con fuerza en cada butaca de la platea.
La naturaleza, un refugio para padre e hijo La vida de Valentino, un niño de 8 años, está atravesando muchos cambios. Sus padres acaban de separarse y piensan vender la casa de las sierras a la que viajaban juntos cada verano. El pequeño y su progenitor llegan hasta allí y recorren lugares apartados, se dedican a la pesca y mantienen charlas a veces simples y otras profundas. El director Darío Mascambroni logró así un film breve y cálido en el que tanto el padre como el hijo (muy buenos trabajos de Valentino y Jorge Rossi) se acercan a la naturaleza y en ella vuelcan sus ansias de unir un amor del que nunca se apartaron, más allá de sus nuevas circunstancias. Bello y triste, el film emociona genuinamente.
Padre/hijo Un padre recién separado y su pequeño hijo Valentín emprenden un último viaje juntos hacia la sierra cordobesa con la excusa de aprovechar la casa de veraneo antes que sea vendida. Sin embargo, un aire de tristeza y melancolía recorre lo que debería ser un momento en común que estreche el singular vínculo padre-hijo, mientras que cada paseo, cada experiencia compartida proveniente de las enseñanzas varoniles que pasan de generación en generación (desde plantar un árbol hasta aprender a jugar al truco), terminan invadidos por la angustia del niño al extrañar a su madre y los silencios de su padre al no saber cómo explicar el divorcio a un chico. Con paso reciente por la Berlinale, y luego de ganar la competencia argentina del pasado BAFICI, Primero de Enero, la ópera prima del cordobés Darío Mascambroni retrata de manera sutil y sensible tanto la despedida de la casa familiar, con varios de sus recuerdos latentes en cada uno de los adornos y muebles, como también el quiebre para el pequeño a la hora de afrontar la idea de que sus padres ya no estarán juntos. Algo que se manifiesta en la forma que el chico se rebela frente a las actividades propuestas por su papá, siendo estos pequeños conflictos su única forma de desahogo. La bella fotografía de los cerros cordobeses ilustra un complemento ideal a la esencia de nostalgia que caracteriza al film que, sumada a la especial empatía de estos padre e hijo en la vida real, hacen de Primero Enero una experiencia conmovedoramente triste. En un momento el pequeño Valentín se encuentra con una niña en las orillas del río. Ella le dice “Es la primera vez que vengo acá”. “Yo la última” contesta él mirando afligido al suelo. Las despedidas siempre son difíciles.
EL FLUIR DEL TIEMPO Cómo filmar aquello que no tiene cuerpo, que no es visible? Y por otro lado, ¿cómo representar lo no dicho? Seguramente hay películas que se sienten más a gusto atravesando ese universo de lo visible y lo decible; todas los grandes éxitos de taquilla suelen partir de estas dos condiciones puesto que en general se trata de que la imagen y la palabra despejen ambigüedades narrativas. Otras narraciones cinematográficas se ubican en el polo opuesto, a tal punto que el espectador tendrá que hacer un arduo trabajo de concatenaciones semánticas para descubrir de qué se trata la película en cuestión. Esta ópera prima de Darío Mascambroni es un hermoso ejemplo de la manera en que una película puede, con escasos recursos -me refiero a los narrativos aunque también lo son de producción en este caso-, construir una historia en lo que lo relevante es aquello que no logra ser expresado ni mostrado. Y de esta manera, sortea los dos polos expresados anteriormente. Primero enero es una película que exhibe un viaje. Al comienzo lo interpretamos como uno meramente vacacional, en el que se tienen que cumplir una serie de acontecimientos tradicionales típicos de toda travesía a las sierras cordobesas. De hecho el padre confecciona una lista de aventuras -nadar en el río, pescar, caminata por la sierra, etc.- que sobre la marcha empieza a ser sutilmente cuestionada por el hijo. Es que no se trata de si Valentino le guste o no cazar lombrices, comer un corderito que no hace tanto lo había visto vivo, ver salir las estrellas en un punto alto de la sierra. Se trata de aquello que no es exhibido en la imagen ni es dicho a través de la palabra y que pocos gestos hacen emerger. Más que gestos podría decirse que son huellas que nos permiten entender que ese viaje no es solamente un viaje iniciático. En un punto sí lo es, inaugura la relación entre un padre y un hijo que no están acostumbrados a ser dos sino tres. Pero además es un viaje de despedida, claramente marcado por las imágenes de apertura y cierre del parabrisas trasero de ese viejo auto que muestra incansable un camino de tierra que se abandona y sobre el que no se vuelve. Imágenes acompañadas por un tango melancólico y que dejan entrever un cartel de “Vendo”. Por ello sería incorrecto decir que Primero enero es solo una película del duelo de una separación y sus secuelas, o una película sobre la despedida y la melancolía. También sería incorrecto expresar que se trata de la manera en que se construye las nuevas relaciones entre dos: el papá hace una lista de cosas importantes para esta expedición pero Valentino hace sus aportes y la modifica sutilmente porque “plantar un árbol” es para él mucho más importante que “hacer un asado”. Es todo esto y es otras cosas. Primero enero es un gran ejemplo para entender que el tiempo del reloj, que suma segundo tras segundo sin que pueda ser cuestionado, discrepa del fluir de la experiencia que por momentos puede avanzar a pasos agigantados y, por otros, estancarse. Valentino entiende mejor que el padre que el sumar momentos no los llevará necesariamente a otro tiempo, uno en el que ya no sientan a la madre como falta. De esto se trata en verdad Primero enero y el espectador lo capta por la hermosa actuación (y relación) de Valentino y su papá. Un pequeño gran film. PRIMERO ENERO Primero enero, Argentina, 2016. Dirección y guión: Darío Mascambroni. Intérpretes: Jorge Rossi, Valentino Rossi, Eva Torres. Fotografía: Nadir Medina. Montaje: Darío Mascambroni, Lucía Torres. Música: Jorge Nazar, Jerónimo Piazza. Duración: 65 minutos.
Se presento en el BAFICI 2016 y es la ópera prima del cordobés Mascambroni. Tras la separación de su esposa, un hombre emprende un viaje junto a su hijo, allí vamos disfrutando la relación entre ellos, sus juegos, los afectos, la rutina y ambos deben aprender a comprenderse. Pocos personajes dentro de un paisaje con cierta melancolía, los silencios dicen más que mil palabras y resulta una historia bien intimista acompañada de una muy buena banda sonora.
La película, premiada en la competencia argentina del pasado BAFICI y recientemente exhibida en la Berlinale, se centra en la compleja relación entre un padre y su hijo que pasan unos días en una casa de campo familiar. Un muy buen ejemplar –emotivo, noble, genuino– del llamado Nuevo Cine Cordobés. ste breve y pequeña película cordobesa es uno de los mejores títulos nacionales vistos hasta ahora en el BAFICI. Con un tono y atmósfera que recuerda, en parte, al filme de Marc Recha que se presenta en otra sección del festival, la película de Mascambroni se centra en el viaje que un padre y su pequeño hijo (que también parecerían serlo en la vida real) hacen a una casa que tienen en las sierras. Es una tradición familiar en la que ciertos rituales masculinos y conexiones generacionales parecen tener lugar históricamente allí, pero en esta ocasión hay una diferencia: los padres de Valentino acaban de divorciarse y la casa será puesta en venta por lo que no solo es un último viaje al lugar sino uno diferente, más amargo, triste. Esos rituales masculinos (que incluyen pescar, matar un animal y asarlo, etc) no parecen funcionar del todo bien con Valentino. Si bien la relación entre ambos parece buena, se nota que el pequeño está angustiado con el divorcio de sus padres, extraña a la madre y se incomoda con varios de esos rituales como el de matar al animal, por ejemplo. Solo la presencia de una niña en una zona cercana parece sacarlo de esa tristeza que se manifiesta tímida, discretamente y sin escándalos. En ese tono bajo, que no llega a ser contemplativo pero sí calmo y reflexivo, el padre trata de que el pequeño se distraiga, se entretenga y a la vez poder conectar con él en esta situación difícil, algo que el chico se esfuerza por hacer porque, dice, sabe que es “importante para vos”. Pero da la sensación que preferiría estar en otro lado, vivir otra situación. Sin grandes saltos dramáticos y con excelentes actuaciones, las idas y vueltas, las tensiones de esa relación se irán explorando en una película que también habla del crecimiento, de las conexiones generacionales y de los desprendimientos, dolores y potenciales alegrías que implican dejar una etapa de la vida para comenzar otra. Una hermosa opera prima que se suma a las ya varias surgidas del llamado Nuevo Cine Cordobés.
LA MIRADA INTERIOR La mirada interior. ¿La mirada interior sin la histeria capitalina? Tal vez. Una de las certezas del cine argentino actual es que gran parte de las películas más estimulantes vienen de otros pagos. Primero enero puede pasar desapercibida o ser encorsetada dentro de esa dudosa categoría crítica llamada film menor. Que utilice un tono intimista, que apueste a una cierta dimensión del espacio para suplir las grandes hazañas narrativas la hace compleja y sumamente disfrutable. Un auto. Un tango. Padre e hijo. Estos pocos elementos abren la película de Mascambroni. La cámara adentro del móvil es un pasajero más. El niño habla de mitos griegos. Es el punto de partida para actualizar el viaje de Odiseo salvo que han cambiado los lugares y los protagonistas de la gesta antigua para llevarnos a la travesía de Jorge, recientemente divorciado, quien visita por última vez la casa donde han vivido. Si el cine es un lugar de búsqueda, cada plano de este modesto film será una forma de mirar el trayecto que padre e hijo realizan, de explorar un vínculo sagrado. Si el registro empleado invita a ingresar por la vía de lo afectivo esto no implica el regodeo; todo lo contrario: la película está filmada y musicalizada con sensibilidad, pero sobre todo con justeza. Los obstáculos son la condición misma de existencia en todo viaje y aquí están puestos en los momentos apropiados. Son apenas perceptibles pero no por ello menos dramáticos pues involucran el aprendizaje del niño protagonista Valentino. Un pequeño acontecimiento marcará un quiebre y el fin de la inocencia. A partir de allí, las imágenes se oscurecerán. Lejos de la neurosis urbana, hay una vindicación de la naturaleza en tanto objeto de escucha y de observación permanente mientras la cámara sigue el periplo de los personajes. Nunca los enfrenta, los acompaña. La modestia de Primero enero es un valor en sí mismo. De allí su enorme virtud. Lo que resta es siempre un desafío: que los medios y los aparatos de producción puedan darle el empujón necesario a esta clase de películas para que trasciendan la barrera de los festivales y puedan ser vistas por muchas personas.
Hay ausencias que resuenan en Primero Enero (2016) como estas sillas sin ocupar o estos marcos sin puerta. Así, entre silencios, se va enhebrando una despedida con los sitios de la infancia a través de una lista de rituales sencillos. Podría decirse que el filme de Mascambroni tiene una trama demasiado sencilla: el viaje de despedida a la casa de veraneo del padre. Sólo que, en este caso, la sencillez enriquece la capacidad evocadora de las imágenes. Y cuando hablo de imágenes, es en el sentido audiovisual en conjunto, no sólo de la fotografía de Nadir Medina. Basta recordar el canto al árbol al que le cantan padre e hijo luego de haberlo trasplantado recientemente; canto que permanece mientras el padre tala otro “viejo aburrido” en la escena posterior. Este sencillo gesto hace que resuene la infancia como un cúmulo formativo donde huimos del dolor porque ya sospechamos su fuerza demoledora. O esa misma intuición de Valentino de hablar con los árboles mientras ellos rumorean un canto desde sus copas que se tambalean con parsimonia. Ahora, la fuerza de la película está en la escena de la cima de la montaña. Porque con este plano de la silueta pequeña de ellos dos, padre e hijo, ante el cielo con pinceladas de nubes, está sugerida la llegada de ellos a otra etapa de sus vidas. Hablan de la venta de la casa, de la posibilidad del padre de vivir cerca del colegio donde estudia Valentino, mientras el cielo parece inamovible. Pareciera que lo único que cambia son las voces de ellos con su acento cordobés, pero la luz también va cambiando sutilmente. En esta levedad, entendemos que estamos ante una etapa otra que será dolorosa, sólo que ninguno de los personajes se amilana con el dolor, como si el meollo de la vida estuviera en bordearlo. Como si con esta lista de cosas por hacer no hubiera que sufrir más de la cuenta por lo que queda atrás. Hay otros detalles que casi pasan desapercibidos, pero no, están ahí visibles. El primero es la conversación sobre Odiseo. Inicialmente es una referencia sobre la película Troya (2004), que padre e hijo parecen haber visto juntos. Pero mientras más habla el padre sobre Odiseo, mejor entendemos que también está aludiendo a la Odisea en sí y el pasaje sobre las sirenas. Este aviso breve entre padre e hijo le brinda a la ‘amiguita’ de Valentino un dejo de sirena a fuerza de no poder ser Penélope. El segundo detalle es la música. Con una presencia muy acotada, la composición de Jorge Nazar y Gerónimo Piazza nos va recordando esas pinceladas de nubes. Las pocas notas sugieren tormentas posteriores o descubrimientos brevísimos. No hay actuaciones memorables, pero decir esto implica no entender que sí son actuaciones que nos compensan en el recorrido por la infancia de ambos personajes. Basta con lo que nos es sugerido con pinceladas breves. La película participará en la Competencia Internacional del Festival de Cine de Friburgo en Suiza a partir de este 1º de abril.
Este film argentino, dirigido por Darío Mascambroni, cuenta la historia de un padre recientemente divorciado y su hijo que van a su casa de veraneo por última vez antes de venderla. De esta manera, la película abordará, a lo largo de un poco más de una hora de duración, la relación entre este padre e hijo y cómo sobrellevan la situación que les toca vivir. “Primero enero” es de esas pequeñas películas que emocionan. Que si bien no explora de una manera muy pronunciada el conflicto de la historia (el motivo por el cual padre e hijo se encuentran en dicho lugar), la interacción entre ambos personajes es muy linda de ver. Casualmente estos personajes son padre e hijo (Jorge y Valentino Rossi) en la vida real también y es por eso que la química que tienen traspasa la pantalla. La relación es muy genuina, real, y la cual, como en todos los casos, tiene sus matices. Si bien se llevan bien y comparten las tradiciones familiares y masculinas en las sierras cordobesas, también se observa que hay ciertos roces propios de la edad, el crecimiento y la situación que está viviendo el pequeño. Y probablemente esta relación y la química entre los protagonistas (destacándose la actuación y frescura de Valentino) sea el punto más alto del film que, como dijimos anteriormente, carece de una profundización en su conflicto. Las escenas se suceden a raíz de una lista de actividades que tienen para hacer, pero no es que se termina resolviendo ninguna situación. Podemos definir a “Primero enero” como una linda película que retrata de una manera muy fiel la relación entre padre e hijo que están viviendo una situación familiar complicada y que puede llegar a emocionar al público, pero que, a su vez, se le da más importancia a este tema que al conflicto planteado y es por eso que termina careciendo de profundización. Puntaje: 3/5