Una opinión muy subjetiva No sé qué me pasa últimamente que nada, o casi nada, me entusiasma. Reconozco que hay trabajos bien hechos. Reconozco la profesionalidad y, cómo no, que en realidad no entiendo de cine; pero no hay manera de que una película o serie me conmuevan de veras. La crítica dice que <b>Profesor Lazhar</b> es un buen film, y yo no tengo ningún derecho a quitarles la razón. Ha recibido varios premios y, de entrada, es la típica película que con gusto voy a ver. Intimista, reconocida, de ritmo lento. Supongo que me esperaba algo más profundo, más intenso, pero lo cierto es que no llegó a interesarme la historia en ningún momento. La película se desarrolla casi íntegramente en un colegio. Más concretamente, en una clase de niños de 10-12 años. El punto de partida es el suicidio de una profesora en el aula, y el descubrimiento del cadáver por parte de uno de sus alumnos. Le siguen el drama que deja en todos (profesores, padres y sobre todo niños) y la llegada de su sustituto: el profesor Lazhar. Dicho todo esto, lo primero que uno imagina antes de entrar en la sala es que se va a encontrar con la típica historia del profesor que, enfrentándose al reto de sacar adelante a unos niños marcados por el trágico suceso, consigue con esfuerzos e implicación personal llevar a buen fin este propósito. Y quizá, en cierto modo, esta película lo sea. El problema está en que no lo deja entrever demasiado. No es difícil imaginarse la situación de los pequeños, sumidos en el desconcierto de las decisiones adultas (el suicidio) y habitando cada día la misma sala donde su profesora había decidido poner fin a su vida. No es difícil imaginárselo, digo, una vez que uno reflexiona por su cuenta lejos de la pantalla, porque lo que es dentro, ni esto ni ningún otro acontecimiento parece importar demasiado. No digo que el guión deba recrearse en los aspectos morbosos o sentimentales, pero cuando uno huye de ellos y sólo enseña lo superficial es difícil llegar al espectador. Insisto: quizá sólo sea una percepción personal. Tampoco ahonda demasiado en la historia personal del profesor (otro drama que observamos sólo por encima y que quizá le habría dado más peso al film). Pareciera sin embargo que el director quisiera evitar a toda costa cualquier escena que lleve a la empatía con los personajes. Lo cual no me parece mal, siempre que se le conceda a cada uno el tiempo suficiente para explicarse a sí mismo a través de sus acciones, de sus gestos, de sus conversaciones con otros personajes. Pero esto, a mi entender, también se queda escaso. El resultado: una cinta sencilla, una historia sencilla, que pese a tener gran potencial se hace pesada y aburrida. Destacaré, eso sí, el ambiente de auténtica escuela retratado en la película. Los detalles de los juegos infantiles, de la fila para entrar en clase, de las visiones parciales de adultos y niños. Aunque, claro está, para ver documentales (o pseudo-documentales) uno se apunta al Discovery Channel o a Documanía, que viene a ser lo mismo. Es decir, digo yo.
Algo que el colegio no enseña El realizador canadiense Philippe Falardeau lleva a la pantalla una historia cargada de emociones y sentimientos. El relato cuenta los sucesos posteriores a la muerte de una profesora que decide ahorcarse en su propia aula, en un colegio primario de Canadá, el dramático impacto en sus alumnos y la llegada de un suplente con un fuerte pasado. El arribo de Bachir Lazhar como maestro, un inmigrante argelino a punto de ser deportado en cualquier momento, es un golpe fuerte para los estudiantes que deben adaptarse a él y a la imagen de la maestra muerta. Lazhar, contratado para sustituir a la profesora, entra en la vida de cada niño e intenta mejorar su educación, trato y mirada sobre la existencia y la muerte. Con un claro entender de las relaciones personales y pincelando con temas como la política (quizás por su estudio en la temática), el amor y la realidad escolar, Philippe sumerge al espectador en una tierna y conmovedora historia, donde el humor también se hace presente. Profesor Lazhar es una hermosa narración donde la fábula y las situaciones del mundo real, se asemejan demasiado y no es gratuito que fuera nominada al Premio Oscar como "Mejor Película Extranjera".Monsieur Lazhar construye la esperanzaen el rostro de la tragedia y enseña que todos tenemos algo que aprender.
Una película que desarrolla muy bien su tema pero que elige atar su trama con alambre. No es fácil la profesión de docente, sobre todo cuando los alumnos son niños, cuyas mentes en formación absorben todo lo que ven. La escuela, aunque es un universo que es un ensayo de nuestra vida social, no puede protegernos de los peligros y las inevitables complejidades adultas del afuera que no explicamos, o no sabemos cómo; son un mundo aparte. Esta película pone sobre la mesa lo que pasaría si una de esas oscuras complejidades se materializa de sopetón en un mundo que se supone está encargado de prolongar la inocencia todo lo que pueda y esto les recuerda la futilidad a largo plazo de sus metas. ¿Cómo está en el papel? La trama es la siguiente: Una profesora decide suicidarse, ahorcándose en el aula donde daba clase a sus alumnitos. Naturalmente esto sacude los cimientos de la escuela, y obviamente de las emociones de los pequeñuelos. Tomando la posta de la difunta maestra, entra a escena Bashir Lahzar, que tendrá la difícil tarea de ayudar a sus alumnos a superar esta tragedia. Por otro lado, él busca adquirir el estatus de refugiado en Canadá, al huir de su Argelia natal después de que su esposa e hijas murieran a causa de un ataque terrorista. El argumento de la película es muy disperso. Parece que está más interesado en las subtramas que rodean al argumento principal que no le dan a éste el suficiente desarrollo dramático. No es sino hasta el desenlace de la película, donde por evidentes que sean sus falencias estructurales, la película expresa muy en claro su tema: La Protección, con particular énfasis en la de los niños y la obsesión de los adultos de proteger su inocencia a cualquier costo y sin ningún tipo de límite. Una carencia de límites que muchas veces nos impulsa a tratarlos como idiotas absolutos que se alteran por cualquier cosa, cuando en realidad, si bien no son seres del todo formados, son lo suficientemente perceptivos para darse cuenta de lo que está pasando. Este tema tiene dos puntos de rectificación importantes y son a través del personaje protagonista de la película: Por un lado, lo tenemos en su condición de refugiado que pide protección a Canadá ya que le resulta imposible volver a su hogar ya que teme por su vida. En la corte donde él apela a este caso, aunque serio, no son pocas las veces que el espectador va a ver a un niño asustado. El otro punto de rectificación, es que cada vez que hay un problema con los niños––siempre por tomar el suicidio de la profesora para la joda–– cuando los directivos tratan de reprimir, Lazhar les recuerda que si la profesora los quería tanto, ¿Por qué elegir justo el aula para quitarse la vida y traumarlos de esa manera? En fin, estamos hablando de un desarrollo temático profundo y más que satisfactorio, pero cuyo arco narrativo si bien no es nulo, no es fuerte y parece estar presente solo para quedar bien con el espectador que se molestó en escuchar todo este debate. ¿Cómo está en la pantalla? La película cuenta con una muy buena fotografía que hace énfasis en los contrastes, no solo de luz y sombras, sino también entre colores. El montaje es bastante rítmico pero no en respuesta a la narración general de la película como un todo, sino a cada interacción de los personajes. Eso sí, cabe destacar que presten atención a los primeros 5 o 10 minutos de la película, donde se descubre el cadáver que da inicio a la historia, es un ejemplo de puesta de cámara, montaje y dirección de actores. Del reparto destaca su protagonista Mohamed Fellag, que si bien no consigue que comulguemos con la faceta de refugiado de su personaje, sí lo logra lo suficiente con su faceta de profesor, en donde consigue transmitir a través de mínimos gestos y sin discursos grandilocuentes la sentida intención de su personaje de ayudar a estos niños a salir adelante. Conclusión Aunque es una pena que esta película no aproveche las enormes posibilidades argumentales que tiene, no se puede negar que tiene un profundamente inteligente desarrollo temático. Si lo que quiere ver es un debate, a modo de ficción, sobre la pedagogía actual, vaya. Pero la falta de esa tensión que le dé ganas al espectador de saber cómo termina la historia, no me hace tenerle mucha fe como película.
Las películas francoparlantes canadienses no son lo mejor del mundo, francamente. Aquí tenemos la historia de un docente argelino que se gana a un curso difícil en una escuela pública. Pero el film está tan preocupado por darle una enseñanza al espectador -la docencia excede la trama, desgraciadamente- que deja de lado cualquier posibilidad de que el espectador sienta el ojo atraido por la pantalla.
La temática del profesor correcto que viene en reemplazo a una escuela problemática y a fuerza de voluntad saca a la clase adelante ha sido tratada repetidas veces en el cine y con todas las variantes y resultados posibles, Al maestro con cariño (y su secuela directo a VHS), Mentes Peligrosas, La Sociedad de los Poetas Muertos, y Querido Maestro son solo una muestra de ello. Sin embargo, parece ser una temática inagotable, y viendo el estreno (tardío, compitió por el Oscar a Mejor película extranjera en 2011) de la canadiense Profesor Lazhar es una suerte para el espectador. Es que el film de Phillippe Falardeau no es uno más del montón, y eso queda demostrado desde el principio. Asistimos a un colegio en Montreal, una maestra toma la trágica decisión de suicidarse y lo hace de la forma más terrible se ahorca para que su cadáver pueda ser apreciado por todos los niños de la escuela primaria. Ante este hecho tan terrible pronto le sigue la calma al film, o es un decir; llega un maestro sustituto, el argelino Bachir Lazhar (Mohamed Fellag) que tiene una difícil situación, enseñar a unos niños shockeados por la muerte de su maestra (que además era muy querida por los mismos), y hacerlo en un lugar donde los inmigrantes parecen no ser personas muy bienvenidas. Lo primero que hay que decir, Profesor Lazhar es una película recomendada a todo pedagogo o estudiante en la materia; la historia no es otra cosa que las enseñanzas (mutuas) que se van viviendo en las clases, y los temas son muy variados. Por supuesto el tópico ineludible es la muerte (en algo que me hizo recordar a Madadayo), las pérdidas (con alguna revelación incluída), el cuestionamiento sobre si esos temas deben ser tratados con niños pequeños, las distintas creencias religiosas y la discriminación y el asedio por las mismas, y también la cuestión del exilio político que tan de cerca toca a nuestro país. Falardeau, que también se encargó del guión, logra una puesta cuidada, prolija y delicada, aún cuando los temas se tornen ríspidos, o en donde otro cineasta hubiese apelado al impacto o al golpe bajo; el resultado es de una sensibilidad increíble, sin caer en sentimentalismo. Trabajar con niños siempre puede ser complicado, y sin embargo aquí la marcación actoral es casi perfecta; los estudiantes se complementan muy bien con la lograda interpretación de Fellag. Ahora es el momento de las advertencias, como se podrán imaginar, Profesor Lazhar no es un film para amantes del vértigo; es un film que se toma sus tiempos, en el cual los diálogos importan más que los hechos y hasta un gesto compone un diálogo; y sí, su duración de escasos 94 minutos no pasan a la ligera. El espectador va a salir de la sala con más preguntas que respuestas, si bien contiene una calidez inmensa no es un film cómodo y muchos de los cuestionamientos de los niños resuenan un tiempo después de abandonada la proyección. Profesor Lazhar es un film pequeño, lleno de detalles y datos que pueden pasar inadvertidos, por eso requerirá de la mayor atención del espectador, hay sectores del argumento que no se explican de la manera tradicional, se darán a conocer muy sutilmente y ahí es donde debemos concentrarnos. Tal vez una segunda visión profundizadora sirva para comprender mejor todos los planteos. El cine canadiense (hermano muy cercano del mejor estilo francés) ha dado acabadas muestra de que no se necesita de espectacularidad para hacer un gran film, una historia simple y directa como esta, con escasas locaciones y un grupo cerrado de actores puede causar la misma o más emoción que el mejor de los efectos dramáticos de una superproducción grandilocuente; tan solo se necesita contar una realidad, sin mayores efectos que ese, poder verse uno mismo en pantalla.
Una excelente película que funciona como ejercicio fílmico sobre los métodos educativos y el universo de la docencia. Una película bella en todos sus rubros, con un guion sencillo pero contundente que apela a los sentimientos sin caer jamás en los golpes bajos. El PROFESOR LAZHAR del título, es un personaje con el que resulta sencillo empatizar, y ¿que decir de los alumnos? Los chicos de la clase, cada una de sus interpretaciones, cálidas, creíbles, lejos de los estereotipos, conmovedoras, delatan un arduo y efectivo trabajo de dirección actores. Una puesta en escena, un tanto teatral, que combina silencios con diálogos inteligentes, terminan de redondear esta cinta de autor magnifica, ideal para cinéfilos exigentes.
Una clase magistral de buen cine social Pocas películas rodadas en los últimos años alcanzan el nivel de sinceridad y emoción que Profesor Lazhar. Su director, el canadiense Philippe Falardeau, ya había tratado y esbozado el lado menos agradable de la infancia en su anterior trabajo, No he sido yo, ¡lo juro! (C´est pas moi, je le jure!, 2008), un film donde un muchacho se dedicaba a cometer bastantes gamberradas con el único objetivo de atraer la atención de sus padres. Aquí también se trata de hablarnos de los problemas que pueden sufrir los niños a causa de las acciones de los mayores, en el marco concreto de una escuela primaria de Quebec en la que nada más al comenzar la película, y antes de los títulos de crédito iniciales, se nos muestra una escena trágica y absolutamente demoledora que aquí no revelaremos, pero que desencadenará una serie de situaciones y culpabilidades que servirán como piedra de toque para analizar algunos de los males que hoy en día existen en nuestra sociedad en general y en la educación en particular. Y nadie mejor que un recién llegado, Bachir Lazhar, refugiado que pide asilo político en Canadá después de haber perdido a su mujer y a sus hijos en un atentado, para poder observar (y actuar) sobre un hecho violento que se enquista en la mente de los traumatizados alumnos e incluso del resto del profesorado que conviven en dicha escuela. Todo ello explicado de manera sosegada, sin aspavientos, mediante largas conversaciones en las que todos los implicados exponen su punto de vista desde su particular grado de madurez. Los niños son incapaces de digerir algo que se les escapa de su incipiente experiencia, mientras que los mayores no acaban de asumir el grado de responsabilidad que pueden tener en el asunto y optan por sobrevivir de la mejor manera posible, bien buscando ayuda psicológica, o bien mostrando cobardía culpando a los propios menores. Aparte de esta trama principal que afecta a todos los protagonistas de la acción se van desarrollando otra serie de subtramas paralelas igual de interesantes en las que se nos habla de la ausencia de los padres, quienes a causa de sus múltiples ocupaciones, tanto laborales como de ocio, descuidan la atención de sus hijos a los que no pueden educar de manera completa; de la problemática de la inmigración y la dificultad de la integración en un espacio geográfico y cultural distinto; de la idoneidad de separar la psicoterapia de la psicopedagogía; e incluso, de la imposibilidad de rehacer tu vida cuando las heridas del pasado son tan duras que no hay lugar para la redención. La película de Falardeau habla de abrazos y despedidas, de honestidad y de continuar el camino pese a las rutas quebradas. El actor elegido para dar vida a Monsieur Lahzar, Seddik Benslimane (en el que se supone su debut en la gran pantalla, siendo un habitual hombre de teatro en la escena parisina), demuestra un increíble magnetismo y una presencia que llena todos los encuadres, empapándote de sensaciones con cualquier simple movimiento. Las escenas en las que debe lidiar con su ambigüedad a la hora de tener que escoger entre el camino de la humanidad o el del protocolo establecido y la forma de educar a sus alumnos a base de textos de Honoré de Balzac (más concretamente de la obra La piel de Zapa, con una trama que tiene más de un punto de conexión con el film) e inclusive programando salidas para ver una representación de El enfermo imaginario de Moliere son absolutamente magníficas, y todo un ejemplo para todos aquellos profesores que a causa de los recortes y la pérdida de valores ven cada día más amenazada su profesión. Ésta es una película que debería ser proyectada en todos los centros educativos, ya que se preocupa por plantear o dar algunas soluciones a temas tan difíciles de tratar como la necesidad y la obligación de hablar de la muerte cuando ésta nos ha afectado de algún modo. Merece la pena dejarse emocionar y enseñar a otros el camino de la catarsis y la paz interior en esta lección de vida dentro de un aula. Vale la pena disfrutar de hora y media de una obra sin pretensiones, pequeña en su composición pero muy grande en sus mensajes, y es que hay líneas de diálogos magistrales, momentos guionizados que alcanzan verdades como puños, como aquel momento en el que el profesor de gimnasia explica la dificultad que tiene a la hora de enseñar a sus alumnos a saltar el potro sin tener contacto alguno con ellos: “se trata a los niños como residuos radiactivos, si los tocas te quemas”. ¿Está justificado castigar con un pequeño azote en el culo a un niño rebelde?; ¿se debe hablar cara a cara con un niño de cuestiones que en principio sólo atañen a los adultos? Cine para la reflexión, oasis de espectadores que acuden al cine para ejercitar las neuronas y no para que se las duerman. En definitiva, recomendada para todos aquellos que gustan de ver películas que incluyen una fuerte carga social y sobre todo emocional (ojo al momento final, tan bello como conmovedor). Apuntamos otros títulos similares que tienen al sistema educacional como eje para quien quiera ahondar en la materia: La ola (Die Welle, 2005), de Dennis Gansel; Entre los muros (Entre les murs, 2008), de Laurent Cantet y El profesor (Detachment, 2011), de Tony Kaye (todavía sin fecha de estreno en Argentina).
Lo que debería haber sido un día rutinario en la escuela se torna rápidamente en una pesadilla cuando un alumno, encargado de repartir el cartón de leche matutino en el salón, encuentra a su maestra colgada del techo. Este trágico suceso reverbera a través del colegio, mientras los estudiantes de toda la institución, particularmente los discípulos de la difunta, tratan de comprender su primer y prematuro acercamiento con la Muerte. El alivio llega en la forma de Bashir Lazhar, un inmigrante de Algeria que ocupa su lugar. Con un melancólico pasado a sus espaldas, él ayudará a sus alumnos a sobrevivir este evento y a su vez la clase lo ayudará a él a cerrar su pasado que promete alcanzarlo. Aunque suene bastante melodramático, Monsieur Lazhar es una pequeña gran historia que poco a poco va comprándose el visto bueno del espectador con una fábula sobre la muerte, la culpa y cómo seguir adelante en tiempos oscuros. El film no pretende hacernos pasar un mal trago ni mucho menos, sino que con una naturalidad inusitada por parte del canadiense Philippe Falardeau, la narración gira alrededor del profesor Lazhar y la interacción que tiene con su clase -con un estilo que recuerda a la francesa Entre Les Murs por la manera realista de tratar a un grado, con una mirada bastante creíble. Cada chico es un mundo, todos identificados con nombre y apellido, y todos se manejan como cualquier niño de diez años lo haría, con un especial foco en la relación entre el maestro y los estudiantes Simón y Alice. Normalmente el desempeño de actores jóvenes puede funcionar como no, pero en esta ocasión los pequeños están sublimes, más incluso que los adultos: en cierta momento, hay una tensa y terrible escena en el aula en donde Sophie Nélisse y Émilien Néron se sacan chispas de talento, componiendo el punto más memorable del film, junto con el inicio y el brutal final. Al terminar la película hay preguntas sin resolver, pero las respuestas están dentro de la misma, desperdigadas sutilmente. No todo tiene por qué ser contestado y a veces un gesto vale más que mil palabras, como bien lo expresa la escena del cierre, un momento totalmente inductorio a las lágrimas. El hecho de que la película dure hora y media no quiere decir que sea corta, sino que en ese tiempo le alcanza y sobra para abrir un mundo de posibilidades en el que los personajes se entrecruzan. Incluso le da tiempo al protagonista para encontrar el amor nuevamente, en una cálida interpretación por parte de Mohamed Fellag que es una pinturita. Marcada por una sutil y amena dirección, actuaciones excepcionales y una historia simple y desgarradora, Monsieur Lazhar es la dosis exacta de candidez, penuria, sufrimiento, culpa y superación que cada tanto llega a las salas y sorprende de la mejor manera. A no perdérsela.
Entre la educación y el desarraigo Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar, 2012) es, a primera vista, un film sobre el vínculo humano que el aula- y el sistema educativo entero- despliega, limita y reproduce. El director Philippe Falardeau utiliza este contexto para luego complejizarlo y montar en él un escenario posible del trauma. Así, el registro emocional de una experiencia dolorosa será la idea fundante del argumento que, entreverada por el humor y el drama, retrate a un docente en su intento por sanar la herida de sus alumnos, y también la propia. La directora de una escuela primaria de Montreal se ve en aprietos ante la repentina muerte de una joven maestra, la urgente búsqueda de un sustituto que cubra el puesto y, con ello, la de reparar lo que la violenta tragedia dejó en los niños del curso. Dentro de un colegio en plena crisis, el profesor Bachir Lazhar (Mohamed Fellag), un hombre de origen argelino, toma la suplencia. Poseedor de una personalidad carismática y un método educativo heterodoxo, Lazhar hará que los alumnos recuperen la confianza hacia el mundo adulto llevando adelante un largo proceso de sanación a través de la palabra. Siendo que las escenas preliminares de un film señalan el conflicto vector de la historia, el director Falardeau muestra con contundencia perturbadora la mirada arrasada de un niño en el descubrimiento de su maestra muerta. Y no es menor que suceda en la estación más fría del país nórdico. El vacío resulta tan abrumador y doloroso como la piel desnuda en contacto con la nieve. Estudiantes y profesor transitarán la aceptación del trauma y el reconocimiento del dolor ajeno al compartir un temor en común: el del abandono. Unos despojados de la protección de su educadora ausente. Y Lazhar exiliado de su tierra a la fuerza. Múltiple premiada por el público y la crítica en festivales internacionales, incluyendo su candidatura al Oscar como mejor película extranjera en el 2012, Profesor Lazhar resulta una tesitura compleja que desborda el tema de la educación y explora el dolor de la inmigración y el desarraigo.
Al maestro, con cariño En lo que no se dice, en lo que no se ve, está lo mejor de Profesor Lazhar, la película canadiense de Philippe Falardeau que fue nominada al Oscar a mejor film extranjero en la edición 2012 de los premios de la Academia. Basada en un unipersonal teatral, el largometraje plantea una situación con potencial para la extorsión emocional: una maestra se suicida en el aula de la escuela en la que trabaja dejando bastante traumados a sus alumnos, y el Lazhar del título -un inmigrante argelino que es refugiado político - es el único que se atreve a reemplazarla. La película -que transcurre en Montreal y está hablada en francés- no evita del todo esa narrativa, pero la manera discreta y sutil en la que lo hace nos permite ingresar en ella sin sentir que nos van a bombardear con sentimentalismos varios. Desde las primeras escenas -la forma en la que está filmado el suicidio y su repercusión, la llegada del correcto y algo fuera de lugar profesor- nos queda claro que Falardeau y su protagonista prefieren cuidar el trazo, acercarse al tema de manera respetuosa. La escuela a la que entra Lazhar, pese a su discurso progresista y moderno, es de las que prefieren esconder los problemas debajo de la alfombra, haciéndose cargo formalmente de ellos (poniendo psicólogos y siguiendo los procedimientos), pero sin buscar de verdad solucionarlos. Lazhar, sin más objetivos que su propio interés por ver mejor a sus alumnos y por curar sus propias heridas, se entromete en el tema más de lo indicado, provocando conflictos de todo tipo. En especial con una niña y un niño que se sienten personalmente involucrados en lo que sucedió con la maestra. Las subtramas que maneja el film son casi sacadas del manual de la película de “el profesor que cambia la vida de sus alumnos y él cambia gracias a ellos”, pero no molestan. Lazhar tiene un pasado denso en Argelia, donde murió toda su familia, pero el asunto nunca pasa del todo a los primeros planos. También empezará a sentirse atraído por una colega de la escuela, pero eso tampoco llevará a grandes explosiones emocionales ni descubrimientos. Son, en cierto modo, los elementos que permiten entender su vida y sus circunstancias. Y lo mismo pasa con los chicos, de quien suponemos muchas más cosas de las que vemos. Es claro que esa corrección tal vez no nos permita entusiasmarnos demasiado con el film. En un punto uno puede pensar que la película procede de la misma manera que la escuela con el suicidio de la maestra (se hace cargo de hablar del tema, pero no va nunca a fondo, es epidérmica), pero a fin de cuentas uno queda con la impresión de que es una decisión correcta para este tipo de historia y de personajes, sinceros y confundidos, que no alcanzan a saber expresar del todo bien lo que les pasa.
Al maestro con cariño … Monsieur Lazhar llega a la vida de un grupo de niños que tienen entre once y doce años, después de enterarse que su maestra de grado se haya quitado la vida en el aula donde daba clases. No solo ingresa a su escuela, sino que alcanza los corazones de estos niños, que intentan explicar que fue lo que sucedió, algunos, en particular, con una madurez insólita de la que deberían aprender los adultos que los rodean. Pero eso no es todo. El tema de la muerte, en un contexto infantil, es solo la envoltura de este film fantástico que aborda el tema de la educación, la inmigración y la depresión - entre otros - desde diferentes puntos de vista. Lazhar es interpretado por el prestigioso cómico argelino Mohamed Fellag, componiendo, con su delicadeza característica, a un personaje extraordinario: un hombre con un fuerte pasado que decide - mientras atraviesa el proceso de pedido de refugio en Canadá - enseñar a este grupo de niños que ha recibido un terrible golpe por parte de su maestra. El film comienza directamente con este suceso, lo cuál mantiene la atención del espectador desde un principio. Cae la nieve en Montreal mientras Lazhar da las clases a su manera y va generando un vinculo con sus estudiantes, en especial con la pequeña Alice, quien no teme hablar del tema e ayuda al profesor a integrarse. Las actuaciones de los niños son justas y frescas, nada forzadas, con diálogos interesantes y maduros. Esto aporta a crear una atmósfera intimista impregnada en el film, el cual trascurre casi en su totalidad en el colegio. Siempre es un desafío la adaptación de una obra teatral. En este caso Falardeau sale airoso y fue reconocido, ya que fue nominada como Mejor Película Extranjera en la última edición de los premios de la Academia. La historia, parte de un argumento original simple y oscuro y va tomando diferentes matices gracias al sugestivo modo de relatar lo que sucede. Lazhar no solo subraya algunas falencias en el sistema educativo, como la de no abordar de forma más sincera el tema de la muerte, sino que también se permite reflejar el drama de los inmigrantes mostrando lo que deben transitar para poder residir en una Canadá, ya que decidió cerrar sus puertas a extranjeros. Profesor Lazhar, propone un dialogo con un público activo, el cual puede lidiar con la fábula, la metáfora y un sin fin de emociones.
La educación prohibida Basada en la obra de teatro "Bachir Lazhar" de Évelyne de la Chenelière el director canadiense Philippe Falardeau -con otros cuatro largometrajes en su trayectoria, pero desconocidos en nuestro país- logró posicionarse entre las cinco mejores películas en lengua extranjera para la edición de los Oscars del año pasado. Con algo de retraso y después de posponer la fecha de estreno en reiteradas oportunidades, el público argentino finalmente podrá ver "Profesor Lazhar" un trabajo por demás interesante con el agregado de la posibilidad de acercarse a una filmografía como la canadiense, que excepto por algunos trabajos de Denys Arcand ("La decadencia del imperio americano" "Las invasiones bárbaras")Incendies" llega muy pero muy esporádicamente a nuestras pantallas. o la brillante " En pleno Montreal, Bachir Lazhar (Mohamed Fellag), profesor e inmigrante argelino, es contratado por un colegio para reemplazar a una de sus docentes, luego de que haya sucedido un hecho trágico dentro del aula. Apenas con este puntapié inicial el guión ya tendrá el disparador necesario para poder abordar varios temas al mismo tiempo, los que va enhebrando sutilmente, en forma armónica y sobre todo, evitando todo tipo de aleccionamientos o de moralinas escolares. La historia de "Profesor Lazhar" -con algunos puntos de contacto con "Entre los muros" y la próxima película de Ozon "Dans la maison" como con tantos otros relatos escolares de vínculos alumnos/docentes y docente/sistema - muestra básicamente la particular revinculación de este profesor con sus nuevos alumnos. En plena crisis personal, Lazhar aborda a este curso, con sus alumnos ya acostumbrados a su maestra de grado lo que generará las obvias complicaciones en la adaptación a este nuevo maestro. Y en ese nuevo vínculo habrá que sumar el hecho traumático acontecido previamente, más las diferencias culturales entre el profesor y su entorno como así también el estilo particular que impone la presencia de Lazhar, algo así como un docente de la vieja guardia, algo "chapado a la antigua". El protagonista deberá lidiar con su propio infierno personal ligado con un hecho de su pasado que aún no ha logrado superar y con esta dificultad propia de insertarse en el nuevo sistema escolar, con todas las limitaciones que rápidamente se le presentan. Pero poco a poco, Lazhar va echando raíces y la historia comienza a apoyarse, además, en dos de sus alumnos con los que él establecerá un contacto diferente. Alice y Simón son los encargados de ir desenredando la historia de la clase, mientras que por su lado, Lazhar va desenredando su historia personal y sus propios fantasmas de su pasado vinculados con una dura historia familiar. El trabajo de Mohamed Fellag encuentra el punto exacto para ir nutriendo de dulzura una historia tan llena de hostilidad encubierta y logra el tono apropiado para dar vida a este profesor algo estricto, pero de muy buen corazón. Quizás justamente por esa intención del director, de suavizar la dureza y la aspereza inicial del relato volcándolo al tono amable y sincero -hasta algo bonachón en algunos momentos- del Profesor Lazhar, el film va diluyendo una fuerte presentación inicial girando hacia un tono de comedia dramática, más amigable pero con el que pierde efectividad y tensión. Obviamente el colegio no querrá hablar demasiado de todo lo que ha ido sucediendo en ese tiempo y Lazhar tiene sus ideas demasiado claras y se expone en un ambiente que no vibra en su misma sintonía. Así como hace la dirección del colegio de esconder más de lo que se sabe, Falladeau deja marcas sin dar demasiadas puntualizaciones y en algún momento prefiere esconder algunos datos durante el relato que sólo develará si son necesarios, por lo que muchos de ellos los iremos construyendo desde nuestra mirada como espectadores. No solamente el trabajo de Fellag logra cautivarnos en varios momentos sino que los trabajos de Sophie Nélisse y Émilien Néron como Alice y Simón respectivamente, son intensos y conmovedores en esa angustia de aquellos alumnos que se sienten culpables en algún punto de todo lo que está ocurriendo. Un trabajo sólido y que acude a la reflexión, con una invitación a mirar más en profundidad las tramas dentro del ámbito escolar, poniendo énfasis en aquellas cosas que se esconden bajo la superficie de un sistema que prefiere no lidiar con los problemas ni del alumnado, ni de los profesores, ni de los padres. Frente a esto, la imperiosa necesidad de este profesor de asumir el compromiso de llevar a sus alumnos hacia el único camino posible: el de la verdad.
Cómo aprender a vivir después de la muerte. Es un día más en una gélida escuela primaria de Montreal. Los alumnos reconocen el inconfundible sonido del timbre para huir al patio, aprovechando la breve libertad del recreo para hacer lo de siempre: jugar, hablar, reír. Pero mientras la mayoría se divierte, un retraído chico decide regresar al edificio. Y así, en una cruel mezcla de azar y destino, él encuentra lo inesperado: el cadáver colgado de su maestra, que decidió dejar su vida en el aula. De esta forma, arranca Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar, 2011), un drama franco canadiense dedicado a mostrar lo que pasa con la gente dejada atrás después de la muerte. En esta historia -basada en una obra unipersonal escrita por la dramaturga canadiense Évelyne de la Chenelière-, el verdadero cambio inicia con la llegada al colegio de Bashir Lazhar (Mohamed Saïd Fellag), un inmigrante argelino en busca de la posición recién dejada vacía. Lo que él encuentra es un curso que, debido a los intentos de los adultos por evitar tocar los trágicos eventos ocurridos, quedó congelado en el tiempo. Viendo esto, Lazhar decide oponerse a los planes de la directiva y los padres, animando a los estudiantes a abrirse sobre las formas en las que fueron tocados por la muerte. Pero detrás de sus buenas intenciones, existe una parte oculta de su pasado que aún no terminó de cerrarse. El premiado film escrito y dirigido por Philippe Falardeau (que incluso consiguió una nominación al Oscar por Mejor Película Extranjera en 2011) usa una estructura demasiado conocida: la del docente nuevo que se propone revolucionar la vida de su alumnado, cueste lo que cueste. Sin embargo, donde se empieza a girar es en el aspecto del trato del luto; esa forma en la cual los idos dominan las vidas de los vivientes, tal como una presencia fantasmal. La película juega entre tres formas de lidiar con la pena: la elusiva postura oficial, el confrontativo y emocional método de Lazhar, y el curioso proceso de descubrimiento de los pequeños. Por la mayor parte esto funciona pero, lamentablemente, en el tercer acto el guión no termina de profundizar lo suficiente para cerrar la historia debidamente. De todas maneras, las performances son el verdadero foco del film, y afortunadamente no fallan. Como el personaje del título, Fellag mezcla la cantidad justa de humor, carisma y peso dramático, haciendo su cicatriz presente, pero no de forma obvia. Mientras tanto, la mayoría del elenco infantil cumple con sus interpretaciones a través de una corriente de sensaciones; un logro remarcable, considerando la rareza de los pasables artistas menores. A pesar de parecer un cuento familiar, de algún ocasional golpe bajo y de la falta de un desenlace adecuado, Profesor Lazhar es un buen resultado debido al destacable trabajo de los actores y a la leve vuelta argumental con respecto a otras propuestas de este tipo. @JoniSantucho
En un colegio de Montreal, en invierno, un chico llega a su aula antes que todos los demás porque ese día él es el encargado de llevar los cartones de leche. Y encuentra a su maestra muerta. Profesor Lazhar comienza con un suicidio, pero ése no es su tema. Es su punto de partida para abordar los efectos de este hecho en una comunidad educativa, en las relaciones entre los alumnos, entre ellos y los maestros, y también para acercarse a la vida de un inmigrante y a algunas otras cosas. El abordaje de temas y personajes por parte del director y guionista Falardeau ( Congorama ) es respetuoso y pudoroso, pero no frío: las emociones emergen con la fluidez proveniente de una narrativa segura en su forma, pero que no se basa en sentencias firmes, en ideas preconcebidas sobre las diversas actitudes. Profesor Lazhar logra que los personajes parezcan conflictivos, complejos, cambiantes, vivos en definitiva. Como reemplazo de la maestra muerta se ofrece espontáneamente para el puesto Bachir Lazhar, argelino. Y comenzará a enseñar, es decir, a tener dificultades: la enseñanza primaria es mayormente lidiar con dificultades a gran velocidad, y la recompensa por un trabajo arduo y bastante ingrato quizá tarde en aparecer, pero cuando lo hace suele ser tan genuina e intensa que justifica todas las penurias vividas. Lazhar debe, además, lidiar con dificultades adicionales: los distintos modos, las inflexiones, las costumbres y el punto de partida luctuoso de su grupo de alumnos de 11-12 años. El francés que se habla en Quebec no es el mismo que el de Argelia, la comida tiene poco en común y las maneras de relacionarse no son iguales. Pero Lazhar es una persona perseverante. La película también, y así convence, con notables logros en el retrato de los pequeños gestos de la diferencia sin necesidad de ponerse didáctica, y aun con mejores logros en las actuaciones de los chicos, especialmente en el caso de Sophie Nélisse, una niña al borde de la adolescencia con un rostro y unos ojos (siempre los ojos son de vital importancia en el cine) de expresividad inmediatamente eficaz y fuertemente fotogénica, y que nunca se contagia de la sobreactuación del protagonista. La performance del argelino Fellag, actor de larga trayectoria en teatro, debilita la naturalidad y el verosímil del relato y se constituye en el peor defecto de la película: pocas veces exacto, casi siempre con gestos de más (en cantidad, pero sobre todo en intensidad), no parece confiar en la existencia del primer plano y en su poder de amplificación, y al enfatizar su trabajo hace chocar las convenciones actorales del teatro con las del cine. Aun con ese importante defecto, Profesor Lazhar es uno de esos estrenos tardíos (la película tuvo su premier en la edición 2011 de Locarno) que aportan, con poco ruido, variedad y calidad a la cartelera.
La sociedad de los docentes muertos La mayor virtud de este film canadiense consiste en atreverse a poner en cuestión las bases mismas de la educación y de la corrección política, mostrando hasta qué punto ese sistema de normas se basa en el disimulo y el barrer debajo de la alfombra. “Los pronombres personales no existen más, así se los llamaba antes”, corrige de modo terminante una de sus alumnas al profesor Lazhar. Tras quedar algo atónito por la noticia, y advirtiéndose en terreno fangoso, el docente opta por cambiar de tema. Un poco como surgido de la nada, este hombre gentil, algo atribulado y lunar, acaba de tomar a su cargo un curso que era como un hierro caliente. Es muy sencilla la razón de la falta de candidatos al puesto: la docente titular se suicidó. Y no precisamente de un modo delicado. Se colgó de una viga, en la propia aula. Emigrante argelino que esconde bien hondo un secreto íntimo y político, Bachir Lazhar parece demasiado necesitado de empleo como para andar con esa clase de miramientos. Ya se ocupará la institución educativa de Montreal a la que ha venido a prestar servicio de hacerle sentir su condición de extranjero. Eso, dicho en más de un sentido. Por más que la Srta. Martine se haya suicidado a la vista de todos, nadie parece querer hablar de ello. No los docentes ni las autoridades, al menos. En los alumnos la necesidad de elaborar el duelo parecería surgir, no tan paradójicamente, de modo más natural. Uno de los chicos le pinta a la seño, en una foto, unas alas de ángel. Otro habla del suicidio de su abuelo chileno, en tiempos del golpe de Pinochet. La de más allá se pregunta, en una “composición-tema: la violencia”, si eso de colgarse en el aula no habrá sido una forma encubierta de violencia escolar. Lazhar piensa lo mismo, lo obvio. Cuando lo hace en voz alta, en un par de reuniones de docentes, los demás se quedan mirando sin entender, como si hablara en árabe. Incluida la rectora, de política bastante clara: “No quiero problemas”, es su lema. Por lo visto, elaborar en clase lo que pasó con la seño sería un problema. Para ese problema específico, el muy regimentado sistema escolar canadiense dispone de una solución específica: la psicóloga institucional. A clase se va a estudiar, y punto, parecería el principio rector de este colegio, en el que las normas de la corrección política se cumplen a rajatabla. Tan a rajatabla como en una dictadura. Que es a lo que en el fondo se parece –como toda norma hecha para cumplirse sin cuestionamientos– ese dogma político y cultural. Basada en una obra de teatro, un primer mérito del film escrito y dirigido por Philippe Falardeau es, sin duda, el de una puesta en escena que fluye sin rastros de tablas, sin oposiciones esquemáticas, sin escenas “de bravura”. Un segundo mérito, nada menor por cierto: darles a todos sus razones. Incluso a quienes pueden estar equivocándose y hasta a los que abrieron una herida difícil de cicatrizar, como la Srta. Martine. Pero la mayor virtud de este film canadiense consiste en atreverse a lo que los representantes del sistema educativo no: a poner en cuestión. Poner en cuestión las bases mismas de la corrección política, mostrando hasta qué punto ese sistema de normas de etiqueta política y cultural se basa en la evitación, el disimulo, el barrer debajo de la alfombra. Poner en cuestión, también, en qué consiste educar. De formación algo más que heterodoxa, Lazhar, ese distinto, se quedó en los ’50 o ’60. No sólo por estar en contra de una disposición grupal, menos vertical, del espacio educativo. También por pretender que estos chicos de doce años entiendan la lengua de Balzac y, peor aún, por aplicar algún que otro chirlo, seguramente más admisible en su cultura de origen. Sin embargo, Lazhar da todo de sí. Está convencido de que hay que cuidar la lengua y, mejor aún, pone en el centro del sistema educativo las necesidades de los alumnos. Y no las del propio sistema educativo, como prefieren hacer la mayor parte de sus pares y superiores. Interpretado de modo casi chapliniano por el argelino Mohamed Fellag, este refugiado político secreto terminará comprobando en carne propia que, frente a lo distinto, lo que se sale de la norma, un sistema “democrático” puede comportarse como la versión educada de una dictadura sangrienta. Algo que Profesor Lazhar tiene el buen gusto de no explicitar sino apenas sugerir, en medio del mar de preguntas que plantea al espectador.
Enseñanza de vida Esta sensible película sobre la relación de un nuevo maestro inmigrante en un aula escolar de Montreal conmueve con buenas armas. Como en toda comunidad que se precie de tal, las asignaciones están repartidas. En la escuela en Montreal, esa mañana le tocaba a Simon ir a buscar las leches y llevarlas a su clase. Pero se encuentra con un cuadro inesperado. Su maestra se ha suicidado, ahorcándose en el aula. Candidata al Oscar a la mejor película extranjera, que el año pasado ganó otra excelente realización, la iraní La separación, Profesor Lazhar tiene en común con ella el plantear que si nada en la vida es sencillo, la resolución de los problemas tampoco lo son. Y a contramano de mucho cine hollywoodense, la película del canadiense Philippe Falardeau prefiere utilizar un medio tono a la hora de enfrentar la cuestión. La institución, en apariencia progresista, no se hace cargo de lo sucedido más allá de tratar de contener con ayuda psicológica a los niños. Pero quien se ponga al frente de la clase, el Monsieur Lazhar del título original, es un inmigrante argelino que le dice a la directora que estuvo en un colegio durante 19 años, y que se siente capacitado para seguir adelante con la tarea. Se enteró de la noticia por los medios de comunicación, y se presenta a cubrir el puesto. La tarea, se sabe, no será única, ni tampoco sencilla. Porque nada será igual después de aquel hecho. Habrá chicos más o menos alterados, alguno que se sienta responsable, y una niña, Alice, que llevará la voz cantante. Los muchos temas que aborda el filme -la integración y la inmigración, el dolor y la idea de no imponer un pensamiento moralizante, algo que en un filme que básicamente se desarrolla en las aulas de una escuela, es decir bastante- son reflejados con cuidado, buen tino y sin dejar espacio al desborde emocional, que en manos de otro realizador con menos sensibilidad pudo haber llevado al desbarranco. Porque el maestro sustituto, que no perdona que la maestra se haya suicidado precisamente en el aula, se hace cargo -tal vez más de lo que debería- de lo que les pueda pasar (ahora) a sus alumnos. El también tiene una historia que lo atormenta en su pasado reciente, y esa revelación traerá consecuencias. Todo ello le da una dimensión diferente al drama que viven los niños. No es La sociedad de los poetas muertos, ni tampoco Entre los muros. Profesor Lazhar respira por sus propios pulmones, tiene sus propios medios para conmover. Desde la autoridad, los pliegues en su composición y la honestidad que transmite Mohamed Fellag como el profesor, en un papel nada fácil y que es verdaderamente consagratorio. Evelyne de la Cheneliere, la autora de la pieza teatral en que se basa el filme, aparece como la madre de Alice.
Los maestros, entre límites La película de Philip Falardeau está basada en una obra teatral y toca, desde el comienzo, un tema dificultoso (un suicidio en clase) y otro más complicado, la evolución emocional de los chicos. Fluye como impulsada por las mareas y sólo en mínimas ocasiones, eleva la voz. Si queremos encontrar puntos de contacto con otras películas relacionadas con el tema de la educación, tenemos que comparar "Profesor Lazhar" con "Entre muros", de Laurent Cantet, otro estupendo filme ambientado en una escuela de Canadá y la documental "Ser y tener" de Nicholas Philibert. En "Profesor Lazhar", un emigrado argelino se ofrece para tomar una vacante de maestro en un colegio primario de clase media, de Montreal, Canadá. La profesora anterior se colgó de una soga dentro de un aula y fue descubierta por un alumno. Cuando Lazhar es aceptado como suplente, se enfrenta con problemas que van más allá de los que un refugiado extranjero puede enfrentar. Un suicidio docente reciente, esa realidad tan diferente a la suya y una cultura en la que se educó y aún la que estudió en los libros que hablaban de su país de acogida, pero lo hacían desde el punto de vista teórico, le demuestran que la vida es otra cosa y más aún, el sistema de educación. LOS INTERROGANTES ¿El orden puede favorecer un mejor rendimiento educativo? ¿las normas deben seguir siendo inflexibles ante situaciones terminales? ¿El acercamiento emocional al alumno es negativo, o desde cuándo el consuelo se considera peligroso? Son preguntas que Lazhar deberá responderse ante la presión del alumnado y de un grupo de maestros que no puede superar la pérdida reciente de la querida maestra Martine. Y aunque habrá chicos amigables cono la pequeña Alice L"Ecuyer (Sophie Nélisse), también habrá padres intolerantes que le pidan "que enseñe y no eduque". Lazhar, en su vida de refugiado, deberá adaptarse a esta realidad nueva, pero como para él, educar es amar, nadie le podrá impedir que ponga su antiguo método en marcha, apoyar emocionalmente al alumno, hablarle y alguna vez abrazarlo. SIN GOLPES BAJOS La película de Philip Falardeau está basada en una obra teatral y toca, desde el comienzo, un tema dificultoso (un suicidio en clase) y otro más complicado, la evolución emocional de los chicos. Sin embargo, apoyado por la serenidad de ese piano que convoca una melodía dulce y melancólica, el filme fluye como impulsado por las mareas y sólo en mínimas ocasiones, eleva la voz. Sin golpes bajos, planteando los problemas escolares libremente, centrando la crítica sin hacerlo, en temas como el no compromiso ante un caso límite como el suicidio en el ámbito escolar, con la elección de ignorar lo sucedido para evitar conflictos, la escuela que le tocó a Lazhar comienza a meterse en su vida privada de maestro con problemas familiares y políticos. Y en medio de todo, los chicos que saben todo, o intuyen todo. "Profesor Lazhar" es un filme sensible, que cuenta con un gran intérprete como Mohamed Fellag (Bachir Lazhar) y los pequeños Sophie Nélisse y Emilien Néron, dos pequeños actores que se muestran increíblemente naturales, en sus personajes de Alice y Simon. Con un ritmo no apresurado pero no moroso, apiñando secuencias que agregan conflictos y reflexiones al collar que Lazhar decidió rearmar, el filme de Philippe Falardeau atrae y emociona.
El maestro adecuado para afrontar un duelo No es exactamente una película para niños, pero no está nada mal que los niños la vean. Ellos también tienen algo que pensar o canalizar ante los varios temas que aquí se plantean: el contacto humano entre docente y alumno, la escuela como lugar de educación, la compresión de textos y el buen manejo de la lengua como forma indicada para comunicarse claramente, la entereza para llamar a las cosas por su nombre cuando hay que enfrentar duelos, penas o sentimientos de culpa o rencor. La maestra de una escuela de Quebec se ha suicidado en el aula. La directora procura que los niños no la vean. Luego, ella, la psicóloga y los padres procuran diluir la aflicción de los niños. El maestro suplente tiene una idea distinta. En realidad, él tiene ideas distintas acerca de varias cosas. Parece conservador, medio retrógrado. Hace poner de nuevo las mesas en fila, lee, dicta y hace analizar a Balzac, un clásico del Siglo XIX, aplica viejos conceptos gramaticales, impone amable pero firmemente el respeto por algunas normas. ¿Es el maestro adecuado? De a poco, no solo se gana el aprecio de los niños. También logra hacerlos avanzar en diversos órdenes. Y hacerlos hablar de lo que, hace rato, necesitaban hablar. El entiende lo que es una pérdida cercana. El también está cerrando heridas. Pero nada es fácil. El profesor Lazhar se llama Bachir Lazhar, es argelino, y afronta el riesgo de deportación en cualquier momento. Por suerte están los niños, y el trabajo en el aula. "Un aula es un lugar para la amistad, el trabajo y la cortesía. Un lugar lleno de vida al que le dedicas tu vida y en el que te dan su vida", dice el maestro. Que en una de esas ni siquiera tiene título habilitante. Todo, expuesto con altura, sencillez, naturalidad, precisas palabras, íntima emoción y excelente elenco. Film canadiense candidato al Oscar 2012, protagonizado por el comediante Mohamed Fellag, que trabajaba en su país hasta que los integristas le mandaron una bomba al escenario. Director, Philippe Falardeau, que ya se había lucido en otro film con niños, "Juro que yo no fui". Autora del texto original, Évelyne de la Cheneliere, que aparece casi al final como la madre de la nena más despierta de la clase (y por algo es la única madre que recibe un primer plano).
Algo más que enseñar Tal vez lo que se puede pensar antes de ver esta película es que uno se va a enfrentar a una suerte de "Sociedad de los Poetas Muertos" de escuela primaria, o a una versión modernizada de Jacinta Pichimahuida. Nada más errado. Una escuela de Montreal necesita suplente para una maestra que decidió suicidarse. Allí se presenta el señor Lazhar (Mohammed Fellag), con una disponibilidad de tiempo amplísima, y diecinueve años de experiencia docente en su Argelia natal, al menos eso dice. A regañadientes la directora lo contrata, ya que no hay opciones más rápidas siguiendo los pasos que exige el ministerio. De esa forma Lazhar se hará cargo de este grupo de chicos que atraviesan un complejo duelo, y de a poco veremos que su situación personal también lo enfrenta al dolor. A diferencia de la mayoría de las películas de maestros y alumnos, el personaje de Lazhar no llega con una valija llena de soluciones mágicas ni frases efectivas para las problemáticas de sus alumnos. Él está formado “a la antigua”, y los niños no tienen reparo en hacerlo notar, generando ciertos roces al principio de la relación. Sin embargo logrará llegar a algunos por su sola presencia, su estilo tranquilo, y su modesta sabiduría, que consiste apenas en observar lo que a esos chicos les está pasando, y responder a eso. El director Philippe Falardeau se atreve a explorar el proceso de duelo en los niños, y el trabajo de los maestros en la actualidad, sobre todo por las presiones que ejercen los padres (hay un encuentro en la sala de profesores con un intercambio en el que más de un docente se encontrará reflejado). Falardeau logra una película intimista, con excelentes actuaciones entre las que se destacan los chicos que deben madurar de golpe, como la pequeña Alice (Sophie Nélisse), y Simon (Émilien Néron). En definitiva, un filme con un buen ritmo, sin golpes bajos ni momentos edulcorados.
Por fin se estrena esta película canadiense que centra su acción en un colegio: una maestra se suicida, las reacciones de los chicos y la llegada de un maestro nuevo, un exiliado. En ese pequeño universo los grandes temas, los crímenes políticos, el desarraigo, la mentira, la recuperación. Una joyita. (###)
Encontrar calidez en la muerte A pesar de que toda la película circunda en un suicidio, nunca se recurre al morbo. Esto puede parecer un detalle menor, pero no lo es. Define esta elección una visión más profunda que el hecho en sí. Hace que se centre la atención en cómo se atraviesa la perdida. Aclarado esto, podremos decir que Profesor Lazhar es un film en extremo interesante porque se enfoca en la reacción ante la muerte desde el rol del maestro y la escuela en la actualidad. Por un lado, nos encontramos con la maestra que se suicida en un aula de la escuela. Este hecho afecta a toda la escuela y por sobre todo a dos de sus estudiantes que ven el cuerpo cuando intentar ingresar al salón. Por otro lado, como reemplazo de la maestra recientemente muerta aparece Bachir Lazhar, quien también sufre para sus adentros el asesinato político de su esposa y sus hijos. El nuevo maestro toma para ejercer los saberes aprendidos con su esposa, profesora y escritora, pero él realmente nunca había dado clases. Frente ante este eje que recorre toda la película encontramos otro que es el trato con los alumnos en las escuelas y la dificultad de ser profesor. Se enfrentan dos enfoques de escuela distintos: el actual, que venía utilizando la institución y el viejo, traído a la escuela por Lazhar. El nuevo profesor tendrá que aprender de los estudiantes nuevas formas de enseñar correspondientes a la educación de este momento. Son pocos los momentos de llanto, aunque la situación lo ameritaba. Pero sí se da un clima de luto. Los colores utilizados son más bien sobrios u oscuros. La música está apoyada en el piano, con melodías suaves y tristes. El ambiente hace también a la desolación, el frío del lugar da la sensación de melancolía. Hay momentos más descontracturados como algunas situaciones en el aula, pero son los menos. Sin embargo, la sensación que deja es de suma calidez, porque se enfoca en cómo seguir después de una gran pérdida. Enfocando en la estética de la película, podemos decir que el guión adquiere una gran riqueza porque se apoya en frases de novelas, las que Lazhar utiliza en sus clases. Esto hace que la película viva generando momentos en los que no pasa nada en especial pero que dejan una sensación de satisfacción. Los chicos toman mucho protagonismo y sus actuaciones son realmente buenas. Aunque de por sí la forma que elige el director para narrar nos hace conocer a los personajes más por lo que no dicen que por lo que sí, pues los diálogos encarados por los chicos resultan genuinos y generan empatía. Como he dicho de otras películas, estamos frente a un film construido minuto a minuto, que vive de su estética y que genera una buena combinación entre diálogo e imagen. Profesor Lazhar no abusa de la muerte para hablar de ella y así le es posible profundizar, ir más allá del acontecimiento específico.
Una propuesta que emociona y conmueve. Una película madura, inteligente y que mueve a la reflexión. Recordemos que esta película estuvo entre las nominadas al Oscar a Mejor Película Extranjera en la última edición de los Premios Oscar representando a Canadá, además de ser ganadora de otros premios en diferentes festivales. Todo comienza cuando un niño llamado Simon ( Emilien Néron) en una escuela de Montreal lleva una canasta llena de bebidas y le toca presenciar la peor de las experiencias, ve en una aula el cuerpo de su profesora Martine colgada unos minutos antes de dar su clase, casualmente tenían una relación excelente. Ante tal situación al resto del alumnado no lo dejan ingresar, pero Alice L'Écuyer (Sophie Nélisse) desobedece y ve el hecho. Ambos alumnos quedan traumatizados. Los chicos de unos 12 años se encuentran mal ante tal hecho, mientras los padres y profesores, intentan sacar adelante la escuela, primero realizan varios cambios dentro de la institución para que todos puedan olvidar este penoso hecho y es cuando ingresa como maestro sustituto Bachir Lazhar (actor argelino Mohamed Fellag, en una destacada interpretación) de 55 años, con un gran carisma y él también trae sus problemas del pasado, por eso de ahora en mas intentarán juntos formar un buen equipo para salir adelante, donde los sentimientos siempre se encuentren entre ellos. Su narración es muy interesante, donde se ven los problemas de la sociedad, de la educación, el tema de fondo la muerte y el suicidio desde la mirada de un niño. Se pueden ver las relaciones entre padres, maestros y alumnos. Habla de la inmigración, de enfrentamientos ideológicos y lo importante que es ser maestro también para contener. La cámara va trabajando los momentos emotivos, tiernos y produce toques intimistas y que mueven a la reflexión. Las actuaciones desde Lazhar hasta los niños, son maravillosas y queribles. El resto del elenco también se destaca. Aunque toque otros temas uno recuerda el film francés “entre los muros” de Laurent Cantet donde en un colegio parisino las relaciones entre los alumnos y los profesores se tensionan atravesadas por una sociedad multirracial y compleja ante la desazón que imprime un mundo sin esperanzas, como también “Les Choristes” de Christophe Barratier, y hasta recordar “La sociedad de los poetas muertos”, son muy diferentes pero están relacionadas con los niños y la educación. El director y guionista canadiense Philippe Falardeau muestra un modelo de persona que con sutileza, amor, ternura y honestidad ayuda a la vida de estos niños que algún día serán hombres y él como maestro inmigrante da una gran lección de vida a todos. La música a cargo del pianista Martin Léon que crea una excelente climas. Este film debería ser proyectado en distintos institutos de educación y realizar luego un debate.
Al maestro con cariño En una escuela de Canadá la jornada comienza cuando un niño descubre que su profesora se ha ahorcado en la misma aula donde les impartía clases. Luego de la primera impresión que descoloca por igual a docentes, padres, y exclusivamente los niños, llega el reemplazo con el Sr. Lazhar, un argelino que acaba de pedir refugio político a las autoridades canadienses, con una historia detrás, pesada, trágica. Todo lo que pergeña en el mundo de los adultos parecería ser que esta dirigido a proteger la inocencia de los niños, pero que en definitiva lo que se construye es un muro de silencio. Es un clásico de la educación en general estipular teóricamente que la escuela enseña, pero la educación de los chicos, y o tan chicos, se cierne dentro de la familia. Hay una producción del año 2003 (“Lección de Honor”, de Michael Hoffman) en la que un profesor, muy querido por sus alumnos, discute con el padre de uno de ellos y éste termina diciéndole “usted enséñele lo que haya que enseñar, que de la educación me encargo yo”. En “Al maestro con Cariño” (1967) el relato se centraba en la adaptación de los jóvenes en una sociedad discriminadora a ser “enseñados” por un profesor foráneo y negro, En “Profesor Lazhar” dirigido por Phillipe Falardeau, quien también es el responsable de esta adaptación de una obra de teatro que se constituía como un monólogo, hay un poco de ambas. La narración se establece como una fábula contra estos tiempos, supuestamente tan correctos políticamente, en los que a los profesores se les recrimina que intenten educar a nuestros hijos. En cuanto a la historia en sí, es necesario vivenciar los pequeños detalles que nos articula el director, y ver como se forma el triángulo entre el profesor y los dos únicos niños que no sólo han contemplado el cuerpo de su profesora colgando, sino que ambos creen estar involucrados en las razones del hecho, y que el profesor puede interponerse en ese construido fantasioso de cada uno de ellos logrando romper los muros que les separan Pero eso podría significar quedarse en lo anecdótico del texto. Plantea también la responsabilidad del mundo adulto, de cómo estipulamos el orden de la intimidación: “Haz lo que digo, no lo que hago”. En definitiva terminan imitando. No saber esto, no darse cuenta de esto, es lo que plantea en cierta forma el texto. Pues que cambiamos la naturalidad de los niños en mutismos y desconfianzas, así como que podemos no evitamos las tragedias y sólo obtenemos forjarlas más grandes. Puesto que hemos aislado a los infantes, tratando de “protegerlos” dentro de una burbuja en la que se les puede enseñar pero no se los educa. El claro síntoma del avestruz no da resultado, no puede darlo. Por eso es que el nuevo docente no está de acuerdo y se enfrenta a las autoridades, al mismo tiempo que enseña sobre la vida más allá de que aquello que estipula la currícula escolar Pero la película no se queda ahí, plantea otros temas casi tan importantes como los que se despliegan a partir de la historia central, tales como la integración e igualdad cultural, social y laboral de los individuos que pertenecen a otras latitudes, los conflictos que produce dicha unificación, compromiso de una humanidad que supuestamente ha evolucionado y que debería tener como parámetro la defensa de oportunidades en una escenario económico cada vez más complicado La realización apunta a erigirse cerca de una desaparición inexplicable para los niños y de un duelo incapaz de tomar la forma de cualquier explicación, y desde ahí golpear para despertar en sigilo al público, En cuanto a los rubros técnicos, todos son de buena factura acorde al clima que plantea el filme. De todos ellos sobresale el diseño de sonido y la música, especialmente dando cuenta de un intertexto, pero si bien es empática su lectura es muy sutil sin caer nunca en sentimentalismos baratos ni golpes bajos lacrimógenos. En definitiva, muy bien dirigida, muy bien actuada, destacándose en el elenco Mohamed Fellag (Lazhar), y los niños Emilien Néron como Simon, y Sophie Nelise en el papel de Alice, ambos toda una revelación. A ésta última le juro que uno queda con ganas de adoptarla.
La enseñanza del dolor El filme canadiense de Philippe Falardeau es valioso por confiar en la potencia de lo inexplicable, en la ambigüedad que siembra lo definitivo. Profesor Lazhar comienza con un suicidio, el de la profesora Martine en el aula donde daba clases, caso que turba a sus alumnos (en especial a Simon y Alice, unos destacables Émilien Néron y Sophie Nélisse, quienes parecen saber más de lo común sobre el hecho) pero no a la institución escolar, que reemplaza rápidamente a la fallecida con el recién llegado Bachir Lazhar (un esforzado aunque también exagerado Mohamed Fellag, que pone en escena modales de mimo), profesor argelino reticente a hablar de su pasado. La muerte de Marine instala en el aula y en la flamante relación maestro-alumnos una perceptible extrañeza, una presión por cosas no dichas que empujan por salir a la luz. De a ratos, el filme (nominado a mejor película extranjera en los Oscar de 2012), que se desarrolla en su mayor parte en la escuela y sus alrededores, se vuelve amable en su retrato de los pormenores socioculturales que surgen en la clase, más que nada en la contraposición entre la manera anticuada y excéntrica de enseñar de Lazhar y la inteligencia e irreverencia de sus aventajados alumnos. Pero Profesor Lazhar no es Entre los muros: acá el problema es moral y metafísico: hay una muerte imposible de borrar, y la institución educativa (y la sociedad, por extensión) la reprimen, la ocultan, la censuran, porque "no hay que hablar de eso". De la misma forma, esa mudez hostil será la que selle el destino final de Lazhar: la cobardía y mojigatería ante la muerte (y el suicidio) es también la que ronda en torno a los inmigrantes de países "terroristas". En ese arriesgado paralelismo e in crescendo emotivo se juega la resolución de Profesor Lazhar, que colma las expectativas de manera estremecedora sin renunciar a su planteo aparentemente frío pero eficaz, afín al naturalismo dramático del cine francés. La virtud del filme yace en su profundidad, que reniega de explicaciones baratas de última hora o cándidas complicidades escolares: aquí los niños son más adultos que los adultos y saben de la culpa y el dolor más que ellos.
La lección más difícil Nominada al Oscar a mejor película extranjera el año pasado, “Profesor Lazhar” llega a la cartelera local con mucho retraso, aunque en este caso se puede decir que la espera realmente valió la pena. El filme canadiense aborda un tema denso que ya se revela desde las primeras secuencias: una maestra se suicida en el aula de una escuela primaria y sus alumnos quedan totalmente consternados. Ahí entra en escena Bachir Lazhar,un inmigrante argelino de 55 años que se ofrece para reemplazar a esta docente. Los métodos pocos convencionales de Lazhar resultan muy efectivos para sacar adelante al curso, pero pronto se dará cuenta que las heridas de los chicos no se cerraron, que la escuela sólo quiere deshacerse rápidamente de los problemas y que algunos padres sólo aportan prejuicios y más conflictos. Por su parte, el profesor recién llegado también viene huyendo de un pasado triste y violento. “Profesor Lazhar” es un drama intenso pero contenido, sin estridencias ni trazos gruesos, con las palabras y los gestos justos. Los temas que se manejan en la película son muchos y complejos: el suicidio, la culpa, el duelo, la discriminación, las ausencias. Sin embargo, el director Philippe Falardeau nunca sobrecarga ni manipula al espectador con mensajes sensibleros. Muy por el contrario, se mantiene firme en un tono sobrio que muestra los rincones más oscuros con total naturalidad, como pinceladas de la vida cotidiana que sigue su curso a pesar del dolor y de la muerte. Otro mérito casi escondido de la película es que, sobre el final, termina deschavando a un sistema educativo que se presenta como progre y democrático pero que, en el fondo, es esencialmente hipócrita e injusto.
Enseñanza para atravesar los duelos La historia del docente de 55 años, venido de Argelia, que queda a cargo de un grupo de alumnos de escuela primaria que acaban de sufrir una pérdida, elude tanto las moralejas como los golpes bajos, los heroísmos o las actitudes redentoras. Tal vez pensar este film en términos de lo que se define estrictamente como una problemática de orden educativo, circunscribirlo al espacio institucional en términos de aprendizaje curricular, sería simplificar la compleja propuesta que el mismo nos alcanza. Y por ello prefiero no partir del título adoptado aquí, sino del original, Monsieur Lazhar, ya que desde allí, desde la identidad de su personaje, tal como el pasaporte lo indica, más que de la función que ejercerá frente a su clase y ante la mirada de los espectadores, es toda su historia personal la que comenzará a salir al cruce en este nuevo ámbito que, ahora, lo empezará a interrogar con recelo. Nominada para el premio Oscar 2011 en el rubro "mejor film en habla no inglesa", espacio en el que fue finalmente favorecido, y ciertamente, con justicia, el film iraní Una separación de Ashgar Farhadi; Profesor Lazhar mereció, igualmente, numerosos reconocimientos en los festivales de Locarno, Toronto y Valladolid. Y el punto de partida del mismo, de esta obra de este joven realizador, es la pieza teatral Bashir Lazhar, firmada por la autora de La edad de la inocencia, Evelyne de la Cheneliere. Tras un hecho trágico que permanecerá fijo en la memoria de todo un curso y en la retina de uno de los niños, un hombre extranjero, llegado de Argelia, de cincuenta y cinco años de edad, llamado Bachir Lazhar se presentará ante una clase de niños de más de diez años. Niños que lo miran expectantes, en cuyos rostros pesa una sombra de silencio, pese a que las autoridades de la escuela han remodelado y pintado el aula, escenario de una trágica situación. Ante ellos, el recién llegado dará a conocer su nombre en la pizarra, ofreciendo su sonriente etimología como promesa de los felices días por compartir. Algo se había quebrado en lo que debió ser el clima festivo de una escuela. Una puerta entreabierta dejó lugar al espanto. Y luego fue el vacío, un renglón de puntos suspensivos, lo que no se puede decir ni preguntar, por mandatos de los mayores, ante las pérdidas. En el film que hoy es una celebración comentar, la vida y la muerte se conectan desde el encuentro en el aula, desde esas voces que se comprenden frente a lo que está ausente. En la vida de Bachir Lazhar hay una zona de dolor que poco a poco se irá develando y que, desde aquella otra ausencia, se tenderá un puente de comprensión. En su clase, los temas del afuera no están ausentes. Y esto no estará bien visto. Aquí, las miradas de sus autores estrecha su mano con la de los films de Bertrand Tavernier, Todo comienza hoy; Entre los muros, de Laurent Cantent y Ni uno menos, de Zhang Yimou, por citar sólo algunos de las dos últimas décadas. Film narrado de manera naturalista, que nos acerca a las reacciones de sus personajes, algunos de ellos inmigrantes, como el propio Lazhar, esta tan recomendable realización nos permite, igualmente, pensar a los niños desde su capacidad de debate y en relación con una temática no abordada con frecuencia en esta dirección y en estos órdenes, como es la del duelo. Ambos, desde la escritura del guión y desde la misma puesta en escena, Bachir Lazhar y los niños, podrán referirse a sus propios pesares. En el ayer de él, mediando aquel libro y el estallido de la tragedia, su dolor lo ha llevado a pensar en su partida. Frente al inmigrante que es, frente a las historias que ha escuchado, la voz de la institución --y esto lo subraya el film de manera casi documental--, se dispone a sancionar. No hay en el film ni personaje heroicos ni actitudes redentoras. No encontramos en Profesor Lazhar ningún planteo de moraleja. No es como los films del Hollywood de hoy donde finalmente aquellos rebeldes logran ser seducidos por un maestro que facilita fórmulas edulcoradas. Nada de esto hay en el film. Por el contrario, desde un relato austero, narrado con sencillez, va entregando con retazos algunos aspectos de ese hoy que lo empuja a Bachir Lazhar a estar en ese lugar, frente a quienes lo interrogan por su condición de extranjero. La mirada humilde de su narrador permite acceder a la interioridad y a la confidencia, a ser partícipes de una historia de rechazos, a compartir la comprensión del dolor de los otros frente a la muerte de sus seres queridos, los nuestros.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Educar y otros interrogantes El origen de este filme es un monólogo teatral de Évelyne de la Chaneliére, que el cineasta canadiense Philippe Falardeau ambientó en una escuela primaria de Montreal en invierno, con el agregado de un grupo de escolares de entre once y doce años. La historia comienza con un episodio trágico: el suicidio --fuera de campo-- de una maestra en su lugar de trabajo. Una de las variantes argumentales es la observación de los efectos de ese hecho sobre la comunidad educativa, en especial de los alumnos que la tuvieron como docente. El refugiado argelino Bashir Lazhar toma conocimiento de la vacante y ofrece a la dirección de la escuela sus servicios. Afirma tener diecinueve años de experiencia docente y mucho tiempo. Luego se verá que su curriculum vitae no se ajusta exactamente a su versión. Bashir Lazhar se presenta a sus alumnos como un docente afable pero exigente. Les clara que Lazhar significa "suerte" y Bashir, "portador de buenas noticias". Y se manifiesta dispuesto a sacudir las certezas morales de la directora y quebrar los tabúes relacionados con la muerte, el duelo y el sentimiento de culpa. A través de las acciones desplegadas por Lazhar, el director también coloca sobre el tapete los preceptos neoliberales que separan la educación --reservada al fuero familiar-- de la enseñanza que se imparte en la escuela. Un pragmatismo que, además, excluye castigos y cualquier expresión de afecto del maestro hacia sus educandos, lo que lleva al profesor de gimnasia a manifestar que "manejamos a los alumnos como si fueran material radiactivo". Lazhar también pretende utilizar a los clásicos de la literatura francesa (La Fontaine, Balzac) en convivencia con los textos posmodernistas impuestos por el sistema educativo. Y uno de los interrogantes más álgidos que plantea es si el suicidio de la maestra constituye un extraño acto de violencia ejercido sobre quienes fueron sus alumnos. Pero paralelamente a esas cuestiones, Falardeau desarrolla el drama personal de Lazhar en su condición de refugiado político que en cualquier momento puede ser deportado a su país de origen, de donde huyó luego que su esposa publicara un libro en el que criticó la política de reconciliación nacional promovida por el gobierno. Falardeau trabajó con tecnología digital, excluyó la iluminación artificial y obtuvo de sus pequeños actores una enorme espontaneidad expresiva. Pero el mayor mérito, además de la impecable puesta en escena realizada por el director, corresponde al actor Mahomed Fellag, el "profesor" del título, quien registra un amplio curriculum actoral. El personaje y la película se suman a experiencias similares realizadas en otras excelentes propuestas por Laurent Cantet en Entre muros, Bertrand Tavernier en Todo comienza hoy y Nicolas Philibert en Ser y tener.
Historias mínimas Las películas que transcurren en el aula son casi un subgénero dramático, pero el tono condescendiente que suele caracterizarlo ha cedido espacio, para alivio de muchos, a un tratamiento realista, como ocurre con la francesa Entre les murs (La clase), o controversial, como el film alemán La ola (Die Welle). En cualquier caso, las cintas de maestros y alumnos son carne para cine debate, y esquivar ese destino es quizá la mayor virtud de este film francocanadiense. Como el personaje de Adrien Brody en Detachment, de Tony Kaye, el profesor Bachir Lazhar es un maestro suplente (en este caso, con la carga de reemplazar a una docente que se suicida en el aula). Pero a diferencia del rol interpretado por Brody, Lazhar no busca otra cosa que vincularse con el alumnado. Su misión, de hecho, es ante todo humana: deberá acompañar a los alumnos en su fase postraumática, al tiempo que procesa su también trágico exilio de Argelia. Monsieur Lazhar (tal es el título original) muestra el camino para hacer un film sobre la pérdida sin regodeos ni bajada de línea. En esta historia mínima, lo irremediable genera un vínculo que lima diferencias y surge del modo menos pensado.