Yo recuerdo… Frente a una realización como Qué Extraño Llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico, 2013), uno debe aclarar dos puntos previos. En primera instancia, a pesar de que durante la vida del prodigioso Federico Fellini su obra tuvo una repercusión incalculable y su figura se transformó en sinónimo de desenfreno creativo y una enorme vitalidad, lamentablemente a posteriori de su desaparición física dicha influencia se ha ido reduciendo hasta casi esfumarse. Por supuesto que esta circunstancia pone de manifiesto la sonsera y el analfabetismo cinematográfico tanto de la crítica y el “público promedio” como de las nuevas camadas de directores, en especial si consideramos el bagaje teórico que el propio Fellini dejó a partir de La Dolce Vita (1960) para “comprender” nuestra contemporaneidad. Más allá de su estatuto dentro del mundillo del séptimo arte, existe un segundo factor a sopesar al momento del análisis de uno de los máximos emblemas de la Italia de posguerra: hablamos del campo de los “films homenaje” que lo han tenido como protagonista de manera implícita o explícita, entre los cuales se destaca Fellini: Soy un gran Mentiroso (Fellini: Je Suis un grand Menteur, 2002), aquella meticulosa y fascinante aproximación a la ética de trabajo del cineasta. Prescindiendo en buena medida de la estructura tradicional del documental expositivo, hoy es nada menos que Ettore Scola el encargado de brindar su perspectiva sobre el que fue su amigo íntimo y colega. De este choque de “pesos pesados” surge una película interesante que sin embargo promete más de lo que finalmente entrega. En el vigésimo aniversario de la muerte de Fellini, Scola construye un lienzo centrado en su relación con Federico, desde que se conocen en la década del 40 en torno a Marco Aurelio, una publicación satírica del período, hasta sus conversaciones acerca de un sinnúmero de tópicos, cuando ambos ya habían alcanzado la cumbre de sus respectivas carreras. Así las cosas, el director decide combinar ficcionalizaciones de hechos históricos, algunos registros visuales, entrevistas en off, detalles varios de índole surrealista, una multiplicidad de “citas fellinescas”, fragmentos de todos sus opus, un narrador omnipresente que remite a su homólogo de Amarcord (1973) y una arquitectura general en sintonía con los documentales reflexivos, orientados a señalar con sarcasmo los “hilos” del relato que apuntalan la ilusión. Si bien el enfoque ameno y nostálgico de Scola resulta valioso en lo referido al “retrato humano” y la profusión de anécdotas entrañables, también es cierto que para los que conocemos de sobra el derrotero y el ideario del maestro, Qué Extraño Llamarse Federico no aporta mayores novedades a lo ya trabajado bajo el mote de la “génesis profesional”. Por suerte las buenas intenciones del realizador logran hacernos olvidar que el convite en cuestión es su regreso luego de diez años de ostracismo, el cual a su vez estuvo precedido por una etapa de propuestas fallidas cuyo último eslabón fue Gente de Roma (Gente di Roma, 2003): lejos quedaron los tiempos gloriosos de Feos, Sucios y Malos (Brutti, Sporchi e Cattivi, 1976) y Un Día muy Particular (Una Giornata Particolare, 1977), aunque el automatismo de este Scola octogenario no impide que disfrutemos de un montaje final en verdad maravilloso, sustentado en las remembranzas que despierta tamaña leyenda…
Tentativas voluptuosas. El último film de Ettore Scola, Qué Extraño Llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico, 2013) es un homenaje a su amigo y colega Federico Fellini a veinte años de su fallecimiento. Aquí Scola (Un Día muy Particular, 1977, La Noche de Varennes, 1982, La Familia, 1987) saca a relucir su calidez cinematográfica una vez más y decide centrarse en la nostalgia y la emotividad de su relación con Fellini para ofrecer una visión intima y personal no solo de su amigo y del genial director sino de su mundo voluptuoso y extraordinario, poniendo especial énfasis en sus comienzos como dibujante y guionista satírico en el diario de humor Marco Aurelio, donde se conocieron y trabajaron juntos. De forma tímida, Scola busca recuperar esa vida como festividad que Fellini construía en todas sus películas rompiendo a un nivel conceptual y narrativo con la razón instrumental y la ética protestante para construir una crítica del mundo contemporáneo a partir de la idiosincrasia de la Italia de posguerra. En esta sociedad dividida y confundida que emergía del sueño roto (¿o pesadilla?) de la unidad fascista buscando renacer una vez más de las cenizas, los intelectuales italianos examinaron las costumbres de las metrópolis para encontrar la inspiración que necesitaban para comprender y transformar culturalmente la sociedad en la que vivían. Recordando algunos inolvidables paseos en auto, castings para algunas de sus películas más galardonadas y la amistad que los unió, Scola traza de forma frugal y realista una visión lejana sobre un cine barroco, pleno de fantasía y sensualidad, que desapareció bajo la lógica de la oferta de cuerpos operados y manipulados quirúrgicamente para el consumo. Qué Extraño Llamarse Federico busca mezclar ambos mundos desde un panegírico marcado por el paso de los años y la distancia que solo el cine puede recuperar con imágenes de archivo y ficciones de encuentros fraternales entre amigos. El propósito de Scola de resucitar el espíritu cáustico y epicúreo de Fellini en el cine contemporáneo es una utopía que parece aún más lejana que sus recuerdos sobre el director de La Strada (1954) y Amarcord (1973), debido a la falta de visión de las productoras y en muchos casos de la carencia de ideas, sensibilidad y valentía de algunos guionistas y directores actuales. Recuperar a Fellini es ver a través de otra lente para ofrecer otra visión de este mundo que el sentido común instrumental liberal capitalista pretende unidimensional. El cine de Fellini aún sobrevive como una espina cultural en la historia del cine y como un ejemplo de una forma de encarar la vida como celebración. Es en este sentido que el concepto de fiesta como fuente de creación y creatividad a partir de la voluptuosidad erótica que desarrolló Fellini en muchas de sus obras demuestra que su cine sigue escapando de la muerte y del olvido como sugiere Scola.
Al maestro con cariño Scola y Fellini fueron amigos, compañeros de ruta y figuras clave del cine italiano (más el segundo que el primero, claro). A los 83 años, Ettore concretó un homenaje a Federico en el que se combinan elementos ficcionales y documentales. Entre recreaciones, dramatizaciones (no demasiado inspiradas), un uso aislado de materiales documentales y pasajes editados de clásicos del viejo maestro, el resultado es un patchwork, un collage bastante irregular, que probablemente convenza y hasta emocione a los fanáticos acérrimos tanto de quien homenajea como del que es homenajeado, pero que también puede irritar a ciertos cinéfilos no tan afines a este tipo de apuestas (me hizo recordar por momentos al artificio de los tributos musicales de Carlos Saura). El film alcanza cierta intensidad emotiva cuando el realizador de Nos habíamos amado tanto, Feos, sucios y malos y Un día muy particular sale de lo obvio, cuando se involucra más personalmente y también eleva el interés cuando incluye rarezas (imágenes de detrás de cámara de La dolce vita, pruebas de actores para Casanova), pero cae en reiteradas ocasiones en la exaltación previsible del universo fellinesco (sus mujeres, lo circense, etc.) con algunas decisiones artísticas por lo menos discutibles (o directamente cuestionables). Scola regresa a Cinecittà, la fábrica de sueños de Fellini, y recupera algunos momentos esenciales de su carrera y de la historia del cine italiano (como cuando ganó el Oscar al mejor film extranjero por La strada), pero también dedica demasiados minutos a escenas de ficción poco trascendentes (que narran sobre todo los comienzos de su carrera, desde que en 1939 viajó de Rimini a Roma para cumplir con el sueño del pibe de convertirse en historietista en un semanario de humor político satírico en pleno auge del fascismo) y machacados por un narrador que le habla a cámara en un recurso ya demasiado transitado y poco eficaz. Qué extraño llamarse Federico -estrenado 20 años después de la muerte del creador de Los inútiles y Amarcord- deja por momentos la sensación de ser un tributo algo cansino y hasta demodé, pero seguramente encontrará no pocos adeptos entre los seguidores incondicionales de Scola y Fellini. A ellos, en definitiva, está destinado y dedicado este extraño y por momentos emotivo film.
Por amor al cine Solo Ettore Scola podía lograr un espectáculo tan entrañable y nostálgico, de una belleza única, como la que despliega en Que extraño llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico, 2013), su homenaje a un gran amigo personal y a la figura más importante del cine italiano, Federico Fellini. Desde la primera escena, en la que podemos una vez más entrar a los míticos estudios de Cinecittá (donde se rodó todo el docudrama), en los que Fellini desplegó su magia y particularidad, podemos comprender la capacidad de Scola para emocionar con una simple escena en la que, durante un ocaso deslumbrante, miles de personajes se pasean delante de los ojos de un cansino espectador, Federico. Eligiendo la inclusión de un narrador presente, con mirada a cámara, cómplice, para reflexionar e introducir las acciones, el repaso por los primeros años de un joven Fellini (Tommaso Lazotti), ávido de reconocimiento y de la posibilidad de desarrollar su carrera, Scola se detiene en ese momento para situar en tiempo y espacio. La redacción de Marc Aurelio (semanario de humor político satírico), un espacio de trabajo compartido por ambos, en el que el desarrollo de sus incipientes carreras como humoristas, guionistas, dibujantes y luego realizadores cinematográficos, dotan de una fuerza al relato basándose en el verosímil creado sobre esa tarea. El blanco y negro, como así también la decisión de incluir imágenes de dibujos originales de Fellini y el resto de la redacción, van conformando un discurso en el que el seguimiento de los sueños y anhelos sobre el desarrollo de una carrera profesional son tema de análisis. Desde la representación en imágenes de algunas secciones, como también el progreso que atravesaron y que fue transformando a esos jóvenes del interior de la Italia profunda en grandes directores, Scola habla de un tiempo en el que llegar a los medios de comunicación y tener una carrera y el recibir oportunidades con una simple presentación de una carpeta de dibujos, era frecuente. A través de imágenes de archivo, como así también a la inclusión de fragmentos de las mejores películas, Que extraño llamarse Federico llegará hasta el momento de los homenajes a Fellini posteriores a su muerte. El film se inscribe dentro de una línea que recupera la nostalgia como vector de la acción, pero que además impregna con un aura de amor, amor de amigo, amor de admiración por la tarea del otro, como muy pocas veces se ha logrado en la pantalla. Lo extraño de llamarse Federico es para Scola la oportunidad de homenajear al mayor exponente del cine italiano, además narrando sucesos claves de la historia del país, una historia marcada por procesos autoritarios que sesgaron la expresividad fílmica con una censura feroz. Que extraño llamarse Federico es un homenaje a Fellini como autor y como amigo, pero además es una oda al cine, a su mundo y a su importancia en la vida de las personas, y también sobre su presencia eterna dentro de los espectadores, más allá de la muerte física de los realizadores, realzando la capacidad para producir un relato que atrapa lo inasible de un gran creador.
Festín para amantes del cine de Fellini y de Scola Llegan mis cosas esenciales./ Son estribillos de estribillos./ Entre los juncos y la baja tarde,/ ¡qué raro que me llame Federico! ("De otro modo", García Lorca). La película comienza con ese texto, recitado en español. No es la voz del autor. ¿Será la de cierto personaje de "Giulietta de los espíritus"? Advertencia, e invitación: ésta es una película para fellinianos y "scolanianos". Un rico juego evocativo e invocativo, donde afloran recuerdos, citas de toda clase, reelaboraciones, confesiones, guiños, trayendo al presente fragmentos de tres vidas. Esas tres vidas son la de Federico Fellini, desde su llegada a "Marco Aurelio" hasta su quinto Oscar (y algo más), la de Ettore Scola, desde su niñez leyendo el "Marco Aurelio" hasta el rodaje de "Nos habíamos amado tanto" (y algo más), y, sin decirlo, sin subrayarlo, la vida de Italia (que se fue viniendo a menos). Tampoco dice nada, ni lo precisa, cuando en un archivo de pruebas vemos que Vittorio Gassman quiere contar algo y advierte que la memoria empieza a fallarle. "La memoria te restituye la vida, embellecida", dice entre confundido y abochornado (sabemos cómo terminó esa vida). Libremente se entremezclan fragmentos de películas, representaciones de la juventud, creaciones muy logradas "a la manera de" Fellini (el narrador, caricaturas, colores particulares, fondos pintados, cortes abruptos seguidos de un largo silencio, carreras a los saltitos, cosas que se dicen fácil pero hay que saber hacerlas), y recuerdos de la noche. De la cantera de humoristas como Attalo, Steno, Maccari, Marchesi, Metz, Age y Scarpelli, hasta personajes de esos que uno encuentra a la noche, o dice que encuentra, "e se non é vero, é ben trovato". Por ejemplo, una mujer que nos recuerda las de Cabiria y "La dolce vita". O un pintor callejero de santos con tizas de colores, un "madonnaro", que se planta fijo frente a los cineastas. Así, de a poco, el público va sintiendo la rica amistad que hubo entre esos artistas, y la emoción de las imágenes que surgen al recuerdo. El final es casi con toda la compañía, incluyendo las aguas que inundan el barco de "E la nave va", y la bola de demolición de "Ensayo de orquesta". Y, sí, no todos deben ser recuerdos alegres. Pero Fellini sigue vivo, y es capaz de fugarse en calesita. Así de suelta, de creativa, emotiva y evocadora es esta película. "Un álbum que recoge fotografías, recortes, flores secas, y quizás una mosca que quedó apretada entre las páginas", dijo el propio Scola. Ettore Scola estaba apartado del cine. En los últimos diez años apenas aceptó grabar un episodio para una serie documental sobre el Lincoln Center. Pero se cumplían 20 de la muerte de su amigo y maestro, y volvió al ruedo, sólo por esta vez. Lo acompañan sus hijas Paola y Silvia, coguionistas y asistentes, sus sobrinos Tommaso y Giacomo Lazotti, que hacen de Federico joven y Ettore niño, el fotógrafo Luciano Tovoli, el director de arte Luciano Ricceri, que trabajó para los dos y ahora sigue con "El comisario Montalbano". Todos, en el estudio número 5 de Cinecittá, por supuesto. Vale la pena. Claro que vale la pena.
Carta de un amigo para Federico Fellini Ni propiamente un documental ni mucho menos una biopic ni tampoco un film-homenaje teñido de nostalgias y de solemnidad, sino algo más personal, más íntimo y entrañable. Como lo dice el subtítulo, es Scola que cuenta a Fellini en esta mezcla que ofrece, al mismo tiempo, un álbum de imágenes y memorias, combinado con valiosísimo material de archivo y escenas escritas (o reconstruidas en Cinecittà) de los tiempos juveniles en que uno y otro con unos cuantos años de diferencia se entregaron a la pasión común del dibujo en el periódico satírico Marc'Aurelio, o más tarde, cuando ya el genio empezaba a mostrarse en la redacción de guiones o en la realización de sus primeros films. En fin, pinceladas y recuerdos personales de situaciones compartidas durante la larga relación que los unió, aunque no fueron íntimos porque eran demasiado distintos, pero sí compinches de recorridas en auto por las noches romanas, muchas veces con Ruggero Maccari u otros amigos y colegas, entre los que por supuesto abundaron varios que serían guionistas o cineastas descollantes. Tras una introducción visualmente bella aunque no demasiado imaginativa, y por intermedio de un amable narrador Vittorio Viviani, Scola dedica una larga primera parte a contar la llegada del jovencito de Rímini a Roma, sus primeras experiencias en la revista, su paulatina vinculación con la gente del cine y el posterior arribo de Scola en el momento en que la publicación, liberada de la opresión fascista y de su mordaza, emprende una segunda etapa. No hay un vínculo inmediato, pero sí va produciéndose cierto acercamiento. A este sector que retrata el vínculo creciente entre los dos pertenecen algunos de los momentos más brillantes de la película: el encuentro con una sonriente prostituta (Antonella Attili, inolvidable), que bien podría haber sido personaje de Federico; el momento en que Scola le anticipa al maestro el tema de Nos habíamos amado tanto e intenta convencerlo de representarse a sí mismo durante el rodaje de La dolce vita, lo que por fin -como se sabe lograría, o la irrupción de la madre de Mastroianni, que viene a reprocharle a Scola que muestre tan feo a su hijo, todo lo contrario de lo que sucede cuando quien lo filma es Fellini. Es el nexo para recordar que Casanova fue el personaje para el que Fellini no lo consideró, pero sí lo hizo Scola en La noche de Varennes, y para que se vea la encantadora escena de ese film que el Casanova de Marcello comparte con Jean-Claude Brialy, y gracias a un archivo de la televisión, los otros Casanovas formidables que para Fellini habían ensayado Sordi, Tognazzi y Gassman. La película ha crecido tanto en ese tramo próximo al final que era indispensable un remate de tanto vuelo poético como el que concibe la fantasía de Scola sobre el funeral de Fellini para darle cierre y para ascender a su genialidad única, maravillosamente sintetizada en un embriagador montaje de imágenes con su sello inconfundible. Qué extraño llamarse Federico (texto tomado de unas líneas de García Lorca que se incluyen en el comienzo) es como una carta al amigo que sigue merodeando por todos los rincones de Cinecittà. Una carta entrañable, generosa en ilustraciones con el trazo admirable de Ettore Scola. Entre ellos, se comprende, los dibujos no podían faltar.
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Recordando al maestro Luego de los documentales Intervista (1989), del mismo director, y Fellini: soy un gran mentiroso (2002) parecía difícil decir algo nuevo sobre el creador de La dolce vita y Amarcord. Pero su octogenario amigo Ettore Scola reparó en algunos segmentos de la vida del maestro, mezclando escenas de archivo con reconstrucciones de época, entrevistas y secuencias de películas. El resultado no llega a ser extraordinario, ya que el homenaje ofrece un corto vuelo en varios momentos, pero sí, en cada una de sus imágenes se hace hincapie en una mirada desde la nostalgia, zona frecuente en el cine italiano de los últimos años. Scola reconstruye durante la media hora inicial una parte de la vida de Fellini no demasiado conocida: su trabajo como dibujante en una revista cuando el fascismo estaba a un paso de participar en la Segunda Guerra. Allí la recreación de época narra la amistad del joven Fellini con el adolescente Scola, momentos en que éste cuenta su propia vida cuando era niño y los motivos de la admiración al maestro. Luego, entre material de archivo y escenas de sus clásicos (Casanova; Amarcord; La Strada; 8 1/2), el documental entrega un par de momentos originales. Por un lado, los paseos en auto de Scola y Fellini por las calles de Roma donde ambos conocen a personajes típicamente italianos. Por el otro, el casting de Casanova, donde fueron dejados de lado aquellos imborrables divos (Gassman, Tognazzi, Sordi), olvidado el gran Mastroianni y elegido el canadiense Donald Sutherland para el complejo rol. En esos instantes, matizados con chistes e ironías, reflexiones de Fellini sobre la vida y la escena donde él trabajara como actor en Nos habíamos amado tanto (1974) de Scola, la película aclara sus intenciones: lejos de tratarse de un gran film, pero también a años luz del bronce y de la emoción fácil, se está frente a una obra nostálgica sobre un creador (lamentablente) hoy olvidado. Eso sí, los fanáticos de Fellini, a veinte años de su muerte, preparen los pañuelos para moquear durante los últimos diez minutos de este sentido homenaje de un director a otro.
Adios a un amigo Dicen que cuando alguien cercano muere una parte de él queda con nosotros y una parte nuestra se va con él. Algo de eso tiene este documental. Federico Fellini y Ettore Scola trabajaron en la misma revista, "Marc Aurelio", siendo ambos muy jóvenes; allí comenzaron a desplegar su creatividad, se desarrollaron en la historieta, el dibujo, el humor, y se hicieron muy amigos. A través de un narrador (Vittorio Viviani), vemos los comienzos de ambos en la redacción de la revista, los momentos que compartían, y entre recreaciones, fragmentos de archivo, y escenas surrealistas, se desarrolla este homenaje de un amigo a otro. Lo más llamativo de la historia es su construcción visual, es impecable, desde detalladas recreaciones de época en blanco y negro, hasta creaciones de escenas felinescas, bizarras y coloridas, todo condimentado con los dibujos de ambos, sus charlas, e imágenes de sus películas. Más allá de un homenaje a uno de los más impresionantes creadores cinematográficos, este nostálgico documental es un homenaje, una despedida, de un amigo a otro, vemos la obra de Fellini a través de los ojos de un amigo, de alguien que lo comprendía, y que trasnochaba con él por Roma en busca de inspiración. Scola no solo describe y muestra todo lo que Fellini ha aportado como cineasta sino también lo que le ha dejado como compañero, y cómo su obra ha trascendido más allá de la muerte, como ya es parte de la identidad italiana. Entre jóvenes que quieren crear, Roma de noche, infaltables gordas, circos que parecen de otro mundo e inolvidables mesas de bar, transcurre esta historia llena de imágenes, con la estética de ambos realizadores, donde dos amigos han construido historias, mundos y belleza.
La Dolce Cinefilia Dentro de la historia del cine europeo y mundial Federico Fellini es sin lugar a dudas el gran director de cine italiano, por más que en la actualidad este bastante olvidado por muchos espectadores y nuevos realizadores. Su figura ha inspirado tanto directa como indirectamente diferentes homenajes. En este caso, Que extraño llamarse Federico huye de todos los lugares comunes de las biopics y de los documentales y genera como resultado una obra que además de interesar y atrapar al espectador, lo emocionará. Ettore Scola, otro gran peso pesado del panorama cinematográfico italiano dirige este film sobre su gran amigo y colega, en ocasión del vigésimo aniversario de muerte de Fellini. Inicialmente conocemos a un narrador omniprescente que nos relata como ambos realizadores se conocen en la década del 40 a través de Marco Aurelio, una publicación de tinte humorística y satírica para la que ambos colaboran ya sea escribiendo o viñeteando, antes de lanzarse al mundo de la dirección. El film avanza combinando ficcionalizaciones de momentos históricos, con registros visuales, antiguas entrevistas, voz en off, recreaciones de anécdotas durante filmaciones –como una particularmente graciosa que tiene lugar durante el rodaje de Nos Habíamos amado tanto (C´eravamo tanto amati, 1974)- imágenes de detrás de cámara, y prueba de actores. Avanzando más, Scola nos permite conocer algunas particularidades en el comportamiento habitual de su amigo, así como ver ciertos rituales que practicaba para combatir su insomnio, y a la vez, buscar fuente de inspiración para personajes futuros. Por momentos se torna repetitiva, pero Que extraño llamarse Federico resulta una pieza que deleita, genera risa, pasión, y sobre todo nostalgia por cierto cine barroco, sensual y maravilloso que parece extinguirse cada vez. Gracias al cine y al mundo, aún permanece en nuestras retinas –y en nuestras almas- el recuerdo del genial e irreverente maestro Federico, que en este caso puede provocar estallidos de lágrimas entre los más fervientes seguidores del director.
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Viejos recuerdos de la Cinecittà El director italiano cuenta la historia de la relación con su colega, en parte como homenaje y en parte como cuaderno de memorias. Y aunque tiene momentos desafortunados, también hay verdaderos hallazgos, como unas supuestas “pruebas de cámara” brillantes. En parte homenaje y en parte también cuaderno de memorias, Qué extraño llamarse Federico es, en el fondo, la historia de una amistad, la de Federico Fellini (1920-1993) y Ettore Scola, el director del film, que a los 82 años, con la ayuda y seguramente el incentivo de sus hijas, acreditadas como guionistas, se avino a recordar los buenos viejos tiempos de su relación con el gran director de 8 y 1/2 y La dolce vita. Una historia de amistad, por cierto, no demasiado conocida, al menos fuera de Italia, y que comenzó muy tempranamente, cuando ambos apenas acababan de dejar atrás la adolescencia, tal como el propio film –que lleva como subtítulo “Scola racconta Fellini”– se ocupa de narrar. Sucede que hacia 1939, a los 19 años, recién llegado de su Rimini natal –el mismo pueblo costero de la Emilia-Romagna que luego recrearía en el imaginario de la memorable Amarcord (1973)–, Fellini llegó a Roma y se acercó con su carpeta de dibujos a la redacción de la legendaria revista satírica Marc’Aurelio, cuna y semillero de algunos de los más prolíficos y talentosos guionistas del cine popular italiano. Esa primera parte del relato, introducida por un narrador que –a la manera de los “apartes” de la commedia dell’arte– rompe la cuarta pared y se dirige directamente al público, es quizá la más lograda de una película que, no por sincera y sentida, deja de ser deshilachada y dispar. En un blanco y negro que ayuda a imaginar la época, un Fellini alto, flaco y desgarbado calza como un guante en esa redacción que ya ostentaba los nombres (o seudónimos) de Steno, Age y Scarpelli. Un acierto de este tramo es retratar a ese grupo de fumadores empedernidos –y con la lengua tan afilada como sus plumas– un poco como a los amigotes de Los inútiles (1953), uno de los mejores films de Fellini de su período inicial. Allí están las bromas inocentes, la camaradería, la complicidad y, por qué no, también la melancolía de un tiempo que se escapa como arena entre las manos. La llegada del joven Scola a esa misma redacción, ocho años después de Fellini, cuando todavía cursaba el colegio secundario, comienza a desviar un poco no sólo el eje del film, sino también a cambiar su tono. La película se vuelve más seria, solemne, circunspecta, como si Scola recordara su juventud con menos gracia de la que cuenta la de Fellini, con quien no tardó en hacer buenas migas, junto a otro guionista legendario, Ruggero Maccari (con quien el realizador firmaría algunos de sus mayores éxitos, como Feos, sucios y malos y Un día muy particular). Casi tan desafortunadas como el prólogo, adornado por previsibles payasos, magos y prestidigitadores al ritmo de música circense alla Nino Rota, son dos largas escenas en las que Scola y Fellini, ya de grandes, recorren las noches de una Roma de utilería –recreada en el mismo estudio de Cinecittà donde il Maestro daba rienda suelta a su imaginación– y en la que charlan con personajes funambulescos, como una prostituta y un pintor callejero. Por el contrario, es todo un hallazgo la inclusión de unas supuestas pruebas de cámara, en las que tres grandes histriones del cine italiano –Alberto Sordi, Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman– se prestan a ponerse las ropas de Casanova para que Fellini los evalúe para el papel que finalmente terminó encarnando Donald Sutherland. Parecen demasiado “puestas en escena” para que hayan sido verdaderas y parece también difícil que semejantes nombres se hubieran prestado a un casting, aunque fuera para Fellini. Pero así hayan sido un ardid promocional del momento, cobran hoy un valor documental innegable. Y hace gracia pensar lo que hubiera sido un Casanova de Fellini con Albertone como el Don Juan veneciano. En este tramo, también aparece Marcello Mastroianni en material de archivo, quejándose amargamente porque su gran amigo Fellini no lo hubiera convocado a él ni siquiera para una prueba. No importa, parece decir Scola, que recuerda que, casi a modo de resarcimiento, fue él quien le dio ese mismo personaje en La noche de Varennes (1981). Y de aquí surge un apunte filoso, de carácter netamente cinéfilo: ¿por qué Mastroianni en los films de Scola siempre aparecía brutto, sporco e cativo (como le echa en cara el fantasma de la madre de Marcello) mientras que para Fellini era siempre un icono de la belleza romana? Quizá la respuesta sea –y la película de Scola la deja picando– que para el director 8 y 1/2 Mastroianni siempre fue su alter ego, aquel que Fellini quizá siempre deseó haber sido y sólo fue en su reencarnación en la pantalla.
A los 82 años y a 20 años de la muerte de Federico Fellini, Ettore Scola (Celos estilo italiano, La noche de Varennes) volvió a sentarse en la silla de director y como resultado tenemos Qué extraño llamarse Federico, un homenaje a su amigo y colega. Qué extraño llamarse Federico Ettore Scola y Federico Fellini se conocieron de jóvenes cuando colaboraban en el periódico humorístico Marc’Aurelio. Scola conocía el trabajo de Fellini, porque desde pequeño le leía los chistes de Marc’Aurelio a su abuelo, que había quedado ciego. Forjaron una fuerte amistad que duró hasta la muerte de Fellini, en 1993. Solían visitar los sets de filmación de las películas del otro para verse, también daban largos paseos en auto por la noche romana. Distintos episodios que recrean la vida de Fellini se alternan con material de archivo. Vemos las anécdotas, conversaciones y vivencias que inspiraron la obra y fueron construyendo el universo tan característico del realizador. Retrato de recuerdos Qué extraño llamarse Federico es un registro sensible de los recuerdos y emociones de Scola, y como tal, se percibe el carácter fragmentario y no-lineal de la memoria. Pasamos de ver a Fellini y Scola hablando de sus primeros pasos en el cine, a los dos cineastas ya mayores, paseando en auto por Roma mientras escuchan las historias que cuenta una prostituta. Un recuerdo dispara una imagen, una anécdota. Un narrador que mira a cámara nos lleva de un lado a otro y funciona como hilo conductor del relato. En lo personal, la etapa de Fellini como dibujante me parece de lo mejor de la película. Conocer estas anécdotas y acontecimientos ayuda a comprender el proceso creativo y amplía la mirada que tenemos sobre el cineasta. Scola hace una narración autoconciente, nos muestra el artificio del cine, nos hace saber que estos episodios de la vida de Fellini fueron rodados dentro del Estudio 5 de Cinecittà, donde el mismo Fellini supo construir todo tipo de mundos. Visualmente es impecable, tiene imágenes muy pregnantes, es un hermoso paseo por el cine y la vida del realizador nacido en Rimini. Conclusión Qué extraño llamarse Federico no es una simple película biográfica. Scola nos cuenta a Federico Fellini de una manera muy particular y sensible. La película trasciende el homenaje, es un retrato sentido y muy cariñoso de un amigo a otro que refresca y amplía la mirada que tenemos sobre este gran cineasta.
HOMENAJE A FELLINI Es –trata de ser- una evocación sobre Federico Fellini, pero Fellini aparece sólo cinco minutos. El resto son escenas trabajosamente reconstruidas y unos pocos testimonios recogidos de apuro. El que lo hizo es otro grande del cine italiano: Ettore Scola (“Nos habíamos amado tanto”, “Un día muy particular”) que a esta altura parece haber perdido la vitalidad y el aliento emotivo de sus mejores años. A falta de imágenes reales, el film tiene un par de actores para que hagan de Fellini. Pero todo huele a falso. Scola y Fellini compartieron algo más que el cine: fueron redactores de la revista satírica Marco Aurelio, de allí saltaron a la pantalla grande y terminaron siendo entrañables compañeros de insomnio en la noche romana. Hay pocos datos de interés. Y Scola apela a largas entrevistas de ficción para permitir que el falso Fellini deje declaraciones sobre la impronta de su arte y de su vida. Pero todo es muy impostado, muy de entrecasa, de poca consistencia y menos naturalidad. Vale, por supuesto, como el homenaje de un amigo entrañable. Y por suerte están Sordi, Tognazzi, Gassman, Giulietta para preludiar una cabalgata final donde surgen como imborrables fogonazos momentos de algunos de los grandes films de este gran mentiroso que le insufló fantasía, inspiración y grandeza a su vida y a su incomparable obra.
La fe perdida Amigo cercano de Federico Fellini, Ettore Scola se acerca al universo de aquel en ocasión del 20° aniversario de su muerte, recreando episodios de su vida como recuperando materiales de archivo inéditos. Qué extraño llamarse Federico es una bocanada de aire fresco frente a tanta abulia imperante; es de esos acontecimientos que devuelven la confianza en el cine. Un acto de amor, un homenaje (sin pompas exageradas) y una original propuesta que trasciende el mero recorrido documental por los films del maestro Fellini. Acentúo la idea de originalidad para los críticos que, con los argumentos de evitar un cine “más académico” como lo llaman, están más preocupados por enaltecer una cámara arriba de un sapo que reivindicar a directores de la talla de Scola. Hay más osadía, creatividad y vida en este hombre de 82 años que en muchas de las óperas primas sobrevaloradas como caballito de batalla. Varios niveles de enunciación se complementan a la perfección. Scola logra desmontar con notable fluidez la filmografía de Fellini, ensamblar muchas de sus imágenes, recrearlas y hacer sentir los procedimientos del director todo el tiempo. Destaca el artificio por sobre la vida, incorpora un narrador y nos sumerge por los más variados paisajes de una Roma de ensueño. Al mismo tiempo, narra la relación con su amigo en los primeros años y la forma en que fue evolucionando. Es interesante cuando el director inserta archivos de audio para otorgarle la voz a ese personaje de Fellini adulto, de espaldas, interactuando con el mismo Scola recreado. El final es un montaje que emociona sanamente antes de devolvernos a la vida. Imperdible.
Viaje visionario y fraternal abrazo En su última creación, el impecable Ettore Scola, lejos del documental, nos propone recrear el universo del mago y soñador Federico Fellini, en una incursión al interior de la misma creación artística, abriendo un diálogo con su maestro y amigo. Debo reconocer que al leer el diario en la mañana de ayer experimenté una fuerte desilusión al observar que el tan esperado film de Mario Martone, Il giovane favoloso, presentado en la Sección Oficial del reciente Festival de Venecia, no había sido considerado a la hora de la premiación. De esta manera, la última obra de este realizador nacido en Nápoles a fines de los años '50, director de Teatro di Guerra, L'amore molesto, Noi credevamo, entre otras (vistas algunas de ella gracias al canal Europa Europa), pasó a ser otro de los silenciados por el jurado, pese a que ésta, su última obra mereció, al finalizar su proyección, un prolongado aplauso por más de diez minutos. En este film, que tuvo su primer "ciak" a mediados del 2013, que será estrenado en Italia el 30 de este mes, Martone recrea desde la destacada actuación de Elio Germano, aspectos biográficos y páginas de la obra del eximio y sensible poeta y filósofo Giacomo Leopardi, cuyos cantos y diálogos, epistolario y cuaderno de notas, han comenzado a ser revalorizados en estos últimos años, desde distintas perspectivas. ¿Cuál será ahora, a nivel internacional, el destino de este film que en este Festival de Venecia, en su edición número 71, fue completamente ignorado por un Jurado integrado por los notables nombres del compositor Alexandre Desplat, los actores Tim Roth y Carlo Verdone, el realizador Elia Suleiman, entre otros? ¿Qué los habrá llevado a no otorgarle, pese a los admirables comentarios y notas críticas publicados en diarios internacionales, ni siquiera una mención? Más aún, el pensamiento de Leopardi, su ideario y su obra lírica hoy nos alcanza a través de sus interrogantes, de su posicionamiento respecto de las falsas consolaciones, de la soledad como estado natural del hombre. Pude ver en estos días, a través de Internet, diferentes escenas de este film que no sabemos, a partir de esta decisión y dictamen, en qué países se dará a conocer. Lo cierto es que estos breves momentos que nos hace llegar este medio lograron conmoverme por ese tono de nostalgia, de pasión vocacional, de infortunios y de contadas alegrías que caracterizan la dolorosa vida de este, mi amado poeta que nació en una neblinosa Recanati un 29 de junio de 1978. De igual manera, también en Venecia 2013 se presentó fuera de concurso este film que hoy podemos admirar en una única sala de nuestra ciudad, Che strano chiamarsi Federico, de Ettore Scola; junto a otro imperdible, Vivá la libertá, de Roberto Andó, una más que recomendable muestra del cine crítico de hoy, que a través de la figura del doble desenmascara, jugando con la poética pirandelliana, escenificando de manera chaplinesca, al clásico monólogo de Hamlet, de William Shakespeare. En el film de Scola, cuya última realización Gente de Roma,(mosaico que se diseña desde historias de la vida cotidiana, estrenado hace una década), se nos invita a recrear el universo del soñador y mago Federico Fellini, desde el vocablo Homenaje. Un fraternal abrazo une a estos dos guionistas y realizadores, desde aquel encuentro que tuvo lugar en la misma revista satírica en la que ambos se conocieron, el Marc'Aurelio. En ese entonces, Fellini contaba con treinta años y Scola recién había cruzado los veinte. Desde ese fundacional concepto de humorismo, cifrado en sus caricaturas, ambas volverán a reencontrarse en diferentes momentos. Y es así que en Venecia 2013, a veinte años del fallecimiento de su amigo y admirado Federico Fellini, Ettore Scola presentó este inolvidable film que reconstruye desde una teatralización, aspectos significativos de la obra del gran Federico, alternado con imágenes de archivo, secuencias de films; jugando igualmente con el blanco y negro y otros valores cromáticos. E invitándonos a internarnos en ese universo visionario que parece recordarnos las palabras iniciales de su penúltimo film, Intervista, dichas por el mismo Federico: "Pensaba comenzar este film con el relato de un sueño que tuve la otra noche...". Desde el título, que nos recuerda a uno de los versos de una de las poesías de Federico García Lorca, el final, que corresponde a De otro modo: "Entre los juncos y la baja tarde/ ¡qué raro que me llame Federico!", Scola va ofreciendo diferentes perspectivas que van ubicando a este film en un terreno que está muy lejos de definirse como "documental", que no es sólo una sucesión de citas y guiños, que no responde a un "biopic". Así, nos propone un viaje hacia el interior mismo del quehacer artístico, abre el diálogo con Fellini, su amigo y maestro, con quien compartió vivencias, sueños e ideales durante 50 años; a quien invitó a participar en uno de sus films más entrañables, Nos habíamos amado tanto, de mediados de los años '70, en el que se recrea una secuencia en la mítica Roma del mismo Fellini, en la que se está filmando el encuentro amoroso, legendario y aurático, en la Fontana di Trevi, entre Marcello y Anita Ekberg. Scola nos recuerda al mismo Federico Fellini como un travieso y transgresor Pinocchio. Nos lo presenta de esta manera. En su itinerario, escenificado como fábula, redescubrimos el montaje del acto creador, la concepción misma del cine como sueño y artificio. Y ambos se vuelven a hermanar en su mirada sobre la gran Comedia Humana, en sus pasarelas del destino, en la atmósfera evocativa de este gran Teatro de Ilusiones. Y en este viaje al que se nos invita, llegamos al Estudio Cinco de Cinecittá, allí donde ?como en Intervista? el cielo se está pintando para esa otra gran puesta en escena. En este mismo espacio en el que Fellini recreó a su Rímini natal, al mismo mar surcado por el "Rex" ante el asombro de los que estaban en una canoa, ante la pregunta de ese anciano ciego que tocaba el acordeón en Amarcord; en ese mismo ámbito en el que la Venecia de un desmisticado Casanova se transfiguraba en un mar de plástico. En ese mismo Studio donde Ettore Scola, ante la presencia de su amigo Federico, filmó el mismo transcurrir de la vida en La familia, a lo largo de ochenta años. En este mismo lugar, en el que Federico, desde el confidente pedido que le hizo a su compañera Giulietta, nos hizo llegar su largo adiós.
Dice ser un homenaje a Fellini en su vigésimo aniversario luctuoso, pero realmente se queda en la simple anécdota que ilustra el dicho “cualquier tiempo pasado fue mejor”. De un nivel de producción bastante deficiente, un montaje totalmente convencional y una narrativa escasa, la película retrata algún que otro momento de la vida de Federico Fellini. La secuencia inicial preludia unos 90 minutos que pasan sin pena ni gloria. Un cuerpo, sentado en la clásica silla de tijera donde se retrata a los cineastas, delante de un atardecer en la playa ve pasar una serie de espectáculos, como si de un casting de habilidades se tratase. El croma es obvio, la iluminación no intenta imitar con precisión una playa, el cono de luz que sigue a los aspirantes te saca del paisaje; así que la explicación estética sólo puede ser una: los estudios de Cinecittá donde Fellini recreó ciudades al completo. Pero las asociaciones son demasiado fáciles, la producción demasiado pobre (no por falta de medios, sino de implicación creativa), y sobre todo la narrativa pierde aguas. No es que se necesite conflicto (que desde luego se echa de menos), pero sí enjundia, y el relato carece absolutamente de ello. Una sucesión de escenas relativas a la juventud e iniciación de Federico en el mundo del humor gráfico; unas cuantas conversaciones de bar que no pasan de lo anecdótico, con referencias a las primeras obras del director que reconducen la atención del espectador; algunos momentos que sirven más como suceso carnaza de paparazzi que como biografía con interés artístico para aquellos devotos de la obra de Fellini. Por momentos, el montaje recuerda más a la de un reportaje conmemorativo del cineasta que a una película tejida por un amigo. Y desde luego, las imágenes de archivo - que se anuncian como inéditas - no aportan nada a la no-historia que se describe.
Abriendo el baúl de los recuerdos “Qué extraño llamarse Federico” es un homenaje que el director Ettore Scola le hace a su colega y amigo Federico Fellini. Ellos se conocieron cuando eran muy jóvenes, en plena Italia fascista, y trabajaban como dibujantes humoristas en periódicos de Roma. También escribían guiones para teatros de revista y sobrevivían de esa manera, en un ambiente de intelectuales de hábitos nocturnos. Scola utiliza el tiempo y el espacio de una manera que semeja la técnica del collage. Va y viene en el tiempo, viaja del pasado al presente imaginario, en el que Fellini y él, ya muy maduros, recorren las calles de Roma y mantienen conversaciones siempre referidas a la actividad a la que dedicaron sus vidas: el arte, el cine, contar historias, rescatar personajes curiosos, alimentar el imaginario mitológico de una ciudad y un país al que identifican como “su” lugar en el mundo. El pasaje de escenas de blanco y negro a color puede sugerir un cambio en la perspectiva del narrador. Un narrador que no es abstracto sino que está representado por un personaje que interviene permanentemente, con un recurso muy teatral, deambulando entre los protagonistas del film pero como si fuera solamente visible para el espectador, a quien se dirige en todo momento explicando y reflexionando acerca de lo que se está mostrando. También hay una insistente recreación del imaginario fellinesco y como Scola utilizó los escenarios de Cinecittà para realizar su película-homenaje, los personajes parecen salidos de un sueño del propio Federico. Al mismo tiempo, intercala fragmentos de sus películas y también del background de las mismas, en los que aparecen sus actores y temas favoritos. Scola consigue recrear una atmósfera típicamente fellinesca, impregnada de melancolía, reconociendo la gran ascendencia que el creador tuvo y aún tiene sobre él, a quien reconoce implícitamente como su maestro y amigo. Y también es una mirada nostalgiosa a otra época, en la que el cine estaba en plena ebullición y transformación y constituía un ámbito para el desarrollo de ideas y experimentación estética, generando polémicas y debates históricos. “Qué extraño llamarse Federico” no es exactamente un documental ni tampoco un biopic, aunque es un poco de eso y más también. Scola se toma la libertad de recordar a su amigo a su manera, como si abriera para el público un cofre de recuerdos ensamblados un tanto caprichosamente, como van apareciendo, surgiendo del subconsciente en un fluir de añoranzas, sin otro objetivo que el placer de la evocación y la memoria. Desde ya que la película tendrá más sentido para aquellos que, con algunos años sobre la espalda, hayan visto las películas de Fellini y también las de Scola, aquellos que conozcan aspectos de sus biografías así como los datos históricos de la época en que ambos fueron un referente indiscutible para todos los cinéfilos. Para los más jóvenes, sin embargo, quizás se torne un poco oscura y en todo caso, constituya una aproximación a un universo creativo de otro tiempo que los invite a visitar la filmografía de ambos. Una experiencia que no podría ser más que enriquecedora.
La mítica frase que “El Mono” Gatica le expresó a Juan Domingo Perón durante su encuentro, esta semana volvió a cobrar importancia tras ser repetida por Diego Maradona en su reunión con el Papa Francisco I. Pero también debería cobrar relevancia para poder referirse a este documental que llega esta semana a cartelera, y representa un verdadero lujo; un maestro cineasta hablando de otro maestro cineasta. Ambos provenientes de una filmografía que hoy día pareciera en decadencia como la italiana, otrora creadora de grandes obras maestras; claro, muchas provenientes de estos dos personajes, hablamos de Ettore Scola y su homenaje a Federico Fellini. Sin embargo, "Qué extraño llamarse Federico" traspasa la barrera de estos dos grandes, no es solamente un ejercicio del director de "Feos, sucios, y malos" hablando de la obra del director de "La Dolce Vita"; es un trabajo con cariño, de un amigo al otro, que lo recuerda, que extraña; y en definitiva, estando estas dos monstruos, es un canto de amor al cine. Mezcla de recursos, "Que extraño…" no es un documental lineal, hay ficción, hay archivo, hay narración (a cargo de Vittorio Viviani), y hay testimonio; pero sobre todo, hay pasión. Scola irá desde la juventud de Federico, irá contando su vida, se mostrará a sí mismo en distintas etapas de la vida e irá avanzando hasta el legado póstumo de su amigo. Veremos cómo llegó casi de la nada a adueñarse de una redacción, nos adentraremos en los pormenores del mundo de los medios de comunicación de ese entonces, un mundo tan distinto al actual; porque también hay añoranza de un tiempo que parece fue mejor. Podemos observar los fragmentos más recordados de sus grandes obras, y analizados por la visión de un íntimo. "Que extraño llamarse Federico" se pretende como un film completo, abarcador de varios aspectos. En el plano de ficción (realidad ficcionalizada en verdad), Tommaso Lazotti y Maurizio De Santis componen a Federico en distintas etapas de su vida, y también a aparecerán otras representaciones míticas, además de la mencionada de Scola por Giulio Davanzati y Giacomo Lazotti, como la Marcello Mastroiani por Ernesto D’Argenio. El mejor plan para adentrarse en este film es despojarse de lo preconceptos que uno pueda tener sobre un documental y dejarse llevar por un viaje hacia el interior del amor al cine; tratar de entender cómo se crearon esas obras inigualables, de dónde salieron, sus orígenes. Lo dicho, hace algunos años, Italia carece de una filmografía recordada como la que tuvo hasta hace veinte o treinta años; pero la aparición de títulos como este, aunque sea un docudrama que pareciera pequeño y que necesita de cierto conocimiento previo, nos hacen creer que aquellos, los clásicos, aún tienen cuerda como para reflotar lo que cree perdido.
El cine italiano se cuenta a sí mismo Ettore Scola, con sus 83 años, filma esta película como un homenaje a su amigo Fellini, al cumplirse 20 años de su muerte. No es estrictamente un documental tradicional, ni una ficción biográfica, aunque incluye fragmentos de archivo muy valiosos y un recuento histórico detallado, con reconstrucciones ficcionales de los primeros años de su carrera. El recorte no busca destacar un cineasta, sino a dos. La amistad construída por Scola y Fellini es la trama principal que recorre esta historia. A través de un film muy personal, dos grandes del cine italiano nos cuentan sus aventuras y pasiones. El relato se construye con reconstrucciones, archivos, fragmentos de películas, ilustraciones y un narrador, protagonizado por un personaje de unos cincuenta años, que recorre la historia y va relacionando los hechos con distintos comentarios de cara al público. El blanco y negro y el color se van alternando, los escenarios de Cinecittá y la recreada redacción de la revista Marc Aurelio, junto a la música inspirada por el genial Nino Rota, logran transportarnos al universo felliniano. Son recreados los inicios de Federico quien viaja desde Rimini pueblo que inspira su film Amarcord hasta Roma para probar suerte como dibujante humorista en la reconocida publicación Marc Aurelio. Es este lugar el puntapié de su inspiración creativa, y también se convierte en el lugar de encuentro, cuando luego de unos años ingresa a trabajar el joven Scola. En medio de una Italia fascista, el humor y la ironía fueron un refugio que seguirá presente en toda su obra. La búsqueda de inspiración en la vida cotidiana, en las experiencias, en la amistad, son retratadas a través de los paseos nocturnos en auto, en donde los dos amigos conocen extraños personajes y reflexionan sin apuro sobre diversos temas. Otro punto en común que los une es la relación con Marcelo Mastroianni. En una breve escena se resume la experiencia de los cineastas con el actor: Scola y Fellini están en una playa conversando y de pronto llega la madre de Marcelo para reprocharle a Ettore que siempre muestra feo a su hijo, no como Federico, que por el contrario destaca su belleza. Los breves fragmentos de archivo de films que siguen a esta escena dan la razón a la madre de Marcelo. Sobre el final, otro montaje de fragmentos de la obra felliniana, nos recuerda que son grandes películas las que integran toda su obra. Personajes, imágenes y emociones que a través de los años construyeron un universo propio que ganó su lugar para contar al mundo su visión de Italia. Si se busca conocer la obra de Fellini, Qué extraño llamarse Federico aporta lo suyo, pero es una película incompleta. Entre tantas anécdotas para destacar, Fellini fue un cineasta que creó un arte propio y renovó el cine que lo rodeaba. Sus comienzos se ligaron al neorrealismo de posguerra, pero sobre esa base lo transformó con su propio estilo, lo fusionó con elementos del surrealismo, le incorporó el humor y la ironía, y lo que nació fue un cine nuevo. En medio de su carrera no pocas veces se enfrentó a los representantes de la industria del cine y la TV; a la iglesia, como institución censora y represiva, y a los representantes políticos del poder. El estreno de La dolce vita, en 1960, causó intensos debates en la prensa y hasta en el Parlamento. Fellini y Mastroiani sufrieron un atentado antes de su estreno en Milán. Los escupieron y les gritaron "cretinos" y "comunistas". Se acusaba a la película de retratar a una burguesía italiana deudora del fascismo y en decadencia. La derecha mediática reclamaba que fuera retirada y se quemaran los negativos. La Democracia Cristiana argumentaba “arroja una sombra calumniosa sobre el pueblo romano y sobre la dignidad de la capital de Italia y del Catolicismo“. Un representante del Vaticano decía “No necesito ver las porquerías para condenarlas”. Por el contrario la gente acudía a verla con urgencia ante el temor de que finalmente fuera prohibida y Fellini era reconocido a nivel internacional. Estas anécdotas y muchas otra más, también son parte de una historia para contar. En los tiempos actuales el cine de Fellini se vuelve lejano y desconocido. La película de Scola ayuda refrescar su recuerdo, pero para disfrutarlo por completo la mejor opción es invitar al público a sumergirse en sus películas.