Viveza criolla ¿Quién es Ramón Ayala? Esa parecería ser la pregunta que dispara el documental de Marcos López. Apenas hacen falta unos segundos de película y unas breves y poéticas palabras de Ramón para que el público se encariñe y sorprenda con este músico del folklore nacional de origen misionero, poseedor de un gran carisma, pero sobre todo de talento artístico. Además de querer mostrar las amplias facetas de este personaje, y de mostrarlo sabiendo hacer lo que mejor sabe, el director arma un popurrí de testimonios de lo más variado. Cada uno desde un lugar de puro aprecio y admiración aporta su grano de arena para que en este documental se luzca y se conozca al protagonista. Liliana Herrero, Juan Falú, el Tata Cedrón son algunos de los músicos que se presentan hablando e interpretando fragmentos de los temas de este compositor. Pero también aparecen verdaderos fanáticos de Ayala: un vendedor de discos callejero, un publicista porteño, y hasta su propia esposa. A pesar de su corta duración (apenas 66 minutos) la película logra que el espectador se conecte inmediatamente con su propuesta de descubrir y conocer a un músico de gran importancia para el folklore argentino como bien lo dicen sus colegas. Desde festivales pequeños donde vemos participar a Ayala hasta presentaciones en Cosquín, la gente le transmite su cariño, respeto y gratitud. Y él se los agradece con canciones que ya le pertenecen al imaginario popular. La virtud del film también reside en algunas imágenes que no son testimonios, sino paisajes, lugares, pueblos, gente. Marcos López parecería querer filtrar en este film algunas sensaciones más. Por ejemplo, un fragmento de Las aguas bajan turbias (1952) de Hugo del Carril aparece en el momento perfecto para representar una canción de Ayala (en este caso, el tema “El mensú”, como también se lo conoce a él). Y de a poco, entre palabras e imágenes, sabemos que este hombre supo captar la mitología misionera como nadie nunca pudo, haciendo justicia a los trabajadores (o los “mensú”), pero también a sus paisajes, sus olores, sus sonidos. Una vez terminado el film, todavía se sienten deseos de seguir conociendo a este peculiar artista, con su aire y su vestimenta gauchesca. Porque siempre se lo ve contento, orgulloso, ávido por contar y cantar. Esta seducción de Ramón se transmite a través de un film más que elocuente, donde el espíritu de la música popular argentina despierta emoción y orgullo.
La fiesta de todos (los sentidos) Extraordinario fotógrafo y artista plástico, Marcos López debuta en la dirección con una película disfrutable de principio a fin, y bastante más compleja y arriesgada de lo que en apariencia es (un retrato del ya casi nonagenario y eximio cantautor, poeta y pintor misionero Ramón Ayala). Viniendo de López -dueño de una capacidad de observación, de una creatividad, de una estética y de una sensibilidad únicas-, se sabía que las imágenes iban a ser bellas (Marcos puede ir del pop a lo político, de lo sórdido a la alta cultura sin mayores esfuerzos), que cada detalle adquiriría una dimensión inusitada. Pero, ¿le alcanzaría ese background para hacer una buena película? El cine, se sabe, no es “sólo” una sumatoria de lindos planos sino algo bastante más complejo, más vasto. Y, en este sentido, López sale más que airoso del desafío. En Ramón Ayala conviven la biopic, la reivindicación desde los más diversos ámbitos y, claro, el tributo en vida. Se mixtura el documental clásico (testimonios a cámara de artistas como Juan Falú, el Tata Cedrón, Liliana Herrero o los Tonolec) con unas cuantas incursiones en la ficción (hay actores que interpretan a personajes que parecen de “la vida real”) y hasta se incluye un fragmento -bien utilizado- de Las aguas bajan turbias, de Hugo del Carril, para conectarlo con el tema El mensú. López consigue momentos de enorme fluidez y naturalidad, mientras que en otros apela a (y expone) el artificio. Esta multiplicidad de capas, de elementos, de recursos no siempre funciona con la misma eficacia, pero los pasajes en que la estructura se resiente y se percibe un poco forzada son breves y no demasiado esenciales. Y, para compensar cualquier desnivel o desajuste, allí está el carisma descomunal de Don Ramón, capaz de recitar, cantar a capella o acompañado por su guitarrón para que la película sea una verdadera fiesta para (todos) los sentidos.
El cantor debido al pueblo Al cantautor y pintor Ramón Ayala (Garupá, Misiones, 1937), la gente de su provincia y del interior en general, lo consideran el cantor del pueblo. Sus canciones ya no le pertenecen, dicen las nuevas generaciones de cantores, porque son de la gente, él les habla a los "mensú", a los jornaleros, a los que trabajan en las cosechas y mediante su poesía transmite su sentir y lo hace con melodías que a todos conmueven y que, además, invitan a bailar. Porque la música de Ayala está hecha de melancolías y alegrías, él lo ha dicho, "mis canciones apuestan a la vida" y agrega: "si el hombre se diera cuenta del lugar tan pequeño que ocupa en la Tierra, sabría valorar cada instante de su existencia". Ayala también es el creador de un ritmo, el "gualambao", que en la puerta de su casa misionera, demuestra con destreza como se baila enfundado en sus botas altas. LOS ADMIRADORES El pintor y fotógrafo Marcos López hace su debut en el cine, como director y guionista, con este documental, que da cuenta de la vida de un hombre que muchos ignoran. Pero no los artistas populares como Liliana Herrero, o Juan "Tata" Cedrón, ni tampoco Juan Falú, entre muchos otros. El documental recorre en imágenes instantes de la vida de Ayala en su provincia, junto a su familia, a amigos, en fiestas en las que se canta, se baila, se lo escucha con admiración y devoción. "Ramón Ayala", el filme está lleno del colorido de la selva y la tierra roja de Misiones, del mismo modo que se dice están teñidas las melodías de Ayala. Y el talentoso Marcos López, su colega, quiso hacerle un homenaje, que permite conocer a este artista quizás ignorado en nuestra gran ciudad, pero muy popular en la Argentina profunda.
Guitar Hero Las fotos de Marcos López destilan una risa poco sutil, nada contenida sobre sus personajes, criaturas algo ridículas y ridiculizadas por el fotógrafo que juegan a ser héroes comunes en épicos paisajes suburbanos dispuestos para la ocasión. Sin embargo, con procedimientos similares Ramón Ayala resulta un ejercicio de observación infinitamente más cálido en el que la burla es amistosa y cordial y se aplica como preventivo ante cualquier gravedad posible que pudiera traer consigo el tema del folklore argentino. Es que el folklore es una palabra y a la vez un universo que suele enunciarse con solemnidad, donde el único tono posible pareciera ser uno serio y recogido. Marcos López, ahora detrás de la otra cámara, continúa con su esforzada invención mitológica pero esta vez lo hace tomando de la realidad a sus modelos y respetándolos en su singularidad. Claro que respetar no es lo mismo que venerar: López los hace actuar, pararse aquí o allá, cantar a capella frente a la cámara; todo gesto más o menos grandilocuente, más o menos cargado de significación le sirve para la elaboración de su nuevo mito, el del cantor popular que habita en las radios, guitarras y voces de todo un pueblo pero continúa siendo un desconocido para su público. Pero respetar, en este caso, también puede ser entendido como un mirar a través de las cosas y tratar de atisbar una suerte de esencia, de valor oculto que solo un ojo atento y una cámara virtuosa como la de López son capaces de develar. Así, por primera vez y frente a nuestros ojos incrédulos, la ya de por sí animada Misiones resulta ser un flujo embriagador de colores chillones y de gente en constante movimiento, tanto que uno se pregunta cómo hace el fotógrafo devenido director para obtener esos tonos fuertes, tan primarios, tan vivos. Es el rojo de la tierra pero también el rojo de las camisas levemente desabotonadas que usa Ayala, un músico que aparece con los atributos del narrador sabio, un Homero misionero cuyas canciones ayudan a contemplar el mundo desde una perspectiva nueva (o, en todo caso, tratan de recuperar una visión antigua y ya olvidada), que invitan de nuevo a maravillarse con las cosas simples. A medida que avanza, la película revela a un Ramón Ayala cada vez más gigante, cada vez más robusto que, en buena medida, debe su existencia (a esta altura decididamente mítica) al testimonio de otros grandes como Juan Falú, Liliana Herrero o Jorge Cedrón; la admiración desembozada de ellos es la piedra de toque de un documental que, sin ninguna clase de culpas, encuentra tanto como fabrica su objeto: el relato de una mitología nueva y apasionante, la del cantor Ramón Ayala, inventor del gualambao, tañedor de la guitarra de diez cuerdas, cronista y poeta incansable del interior.
Bello retrato-homenaje de una leyenda viviente Allá por 1957 públicos y radiooyentes de Argentina y Paraguay empezaron a vibrar con un enérgico tema de la selva misionera, rico de imágenes, formidable canción de denuncia en tiempos en que las canciones de denuncia no estaban de moda en absoluto. "El mensú, era esa obra con ritmo de galopa. Marcos López nació un año más tarde, a orillas del Colastiné. Habrá ido y venido en sus gustos y sus búsquedas, mientras se perfilaba como artista plástico y fotógrafo afecto a las representaciones populares. Pero esa canción se crió con él, y también las otras del mismo autor. La película que ahora vemos habla de ese autor, de esas músicas ("El jangadero", "Posadeña linda", "Mi pequeño amor", "El cosechero", etc.) y de la gente común que las atesora, junto a expresiones que los entendidos llaman kitsch, y otros directamente grasa. Por ahí el documental se distrae en dichas expresiones, pero ellas contribuyen al contexto. "Ramón Ayala" no es una biografía de Ramón Ayala, sino el retrato de alguien que sigue caminando por el país (y por lo que se ve también sigue bailando), maravillado del mundo y de la vida, con su guitarra de diez cuerdas y la voz todavía firme. Lo vemos en Misiones, Capital, Asunción, Cosquín, con la esposa que recuerda cómo se le declaró, las tejedoras de ñandutí, las chicas jóvenes que corean sus temas, Charo Bogarin que lo invita al escenario. Lo definen Juan Falú, Liliana Herrero, Tata Cedrón, lo difunde por los trenes un editor de compactos caseros, lo elogia un publicitario que creció fascinado por sus metáforas y recién de grande pudo entender su entero significado. Estos últimos son muy importantes. Representan la comprensión desde otro nivel cultural y social, y el laborioso mantenimiento de un acervo nacional. Esos discos pueden ser piratas, pero el trabajo que el hombre se toma para rescatar y divulgar, por ejemplo, un longplay del desaparecido sello Redondel, lo exime de culpa y cargo y revierten la crítica en elogio. A destacar, las explicaciones del texto de "El mensú mediante un fragmento de "Las aguas bajan turbias" y la aplicación de este tema y de "El cachapecero" sobre la selva de la gran ciudad. Similitud, contraste, ironía, surgen de inmediato. Los ideólogos pueden discutir esas imágenes. La emoción es la misma, desde hace más de medio siglo.
Una copla ya pronto serás El nombre de Ramón Ayala viaja en el viento como esas coplas que se cantan pero se desconoce de donde provienen o quien fue su creador. Esa es la primera de las impresiones al verlo interactuar con la cámara de Marcos López para hacer de lo sencillo de sus palabras y reflexiones sobre la vida un discurso profundo y honesto. No hay poses o máscaras en el gesto despreocupado de este autodidacta misionero que conoció en carne propia la experiencia de la explotación del Mensú y transformó esa gesta en poesía; en imágenes traídas por las palabras para pintar esos cuadros y adornarlos de música y una voz sentida y auténtica. Por eso quienes interpretan sus canciones como la singular Liliana Herrero que es uno de los testimonios elegidos por el debutante Marcos López se emocionan y conectan con ese instante de verdad y belleza que describe a un árbol como un gigante que yace en la selva. Pero además de ser un retrato o un tributo en vida a este indiscutido referente del folklore argentino, Ramón Ayala se nutre de distintas texturas para abarcar por ejemplo desde el recurso de la ficción el desconocimiento del protagonista al no formar parte del mundo de la música popular o de los medios hegemónicos porque la sabiduría no tiene marketing ni vende discos o remeras, sino que se descubre en los lugares menos recorridos o impensados.
Verde gris, verde brillante, rojo tierra, camino o selva. Una más que agradable sorpresa para avivar el recuerdo de uno de los talentosos de la música de nuestro país. Una más que agradable sorpresa para avivar el recuerdo de un personaje absolutamente talentoso de la música de nuestro país, -una forma de decir-. Ya que justamente Ramón Ayala es ese hombre que tuvo y tiene, la sensibilidad de haber sabido colocar el color de su tierra a la canción. Representante de la cultura misionera, de su música, de su arte y de su literatura. Este excelente documental de tan sólo 66 minutos va sin duda a contribuir a que el público asocie las letras del autor a su creador. Realizando un traslado emocional que proviene de su propio espacio y viene a despertar nuestro recuerdo…música y letras, que hemos tarareado y escuchado en innumerables momentos de la vida. El creador del Gualambao, un ritmo de tres pasos, con un descanso, con la idea de darle un estilo propio y único a su provincia, el mismo que encuentra su voz en sus propios montes, como en El Mensú, que habla de la explotación del hombre en su tierra, y que fue su primer disco publicado en 1976. “Mi pequeño amor” y “El Jangadero” forman parte de más de trescientas canciones populares que tiene en su haber. Así como su obra pictórica, que define “como delatora del paisaje y del color de la luz, ya que en el color reside el secreto de la vida y de la luz”. Marcos López tiene la sensibilidad y habilidad en este su primer largo de construir un documental sin pretensiones, pero portentoso, quizás por su sencillez. Y porque eligió recurrir a la memoria en primera instancia, a las impresiones de sus amigos, de sus seguidores y a los relatos del propio Ramón y de su mujer. Habiendo podido elegir dada la estatura del personaje otros recursos probablemente más académicos y fríos. Su procedencia de artista plástico y conocedor de la música lo hizo elegir este feliz camino donde logró que en la proyección muchos de sus espectadores tararearan “Mi pequeño amor, como vive en mí… “ o “El Jangadero”. El viernes 9 de mayo a las 20.00hs.. Organiza Museo del Cine en la Sala del Colegio Público de Abogados. Corrientes 1441.Entrada libre. Contaremos con la presencia de Marcos López y Lena Esquenazi. En Malba desde el 16 de mayo
Para quienes no conozcan a Ramón Ayala, esta es una excelente oportunidad para acercarse a su obra. Para quienes ya lo conocen, representa un fresco intenso sobre su vida, un retrato vivo que se integra a través del ensamble de distintos elementos que aporta Marcos López, famoso fotógrafo que debuta en la dirección de cine con este documental premiado en el último BAFICI. Pensar en Ayala, es conectarse inmediatamente con Misiones, su tierra, su música, su sentir. Si seguís la música folklórica, ya sabrás que este popular intérprete(también pintor) ha logrado captar como ninguno, el sabor de su tierra colorada, mostrando en su repertorio, que es capaz de transmitir emoción e historia, al mismo tiempo. Creador del Gualambao (ritmo de tres pasos con un descanso pensado especialmente para que se baile en su provincia), autor del legendario “Mensú” (donde habla de los procesos de explotación del gaucho en su propio terruño) y también artista plástico (verán en el doc cómo expone su trabajo en un prestigioso museo porteño en La Boca), Ayala es el centro de este relato y López pone al servicio de la tarea, toda la gama de recursos que le conocemos de su primera profesión: la imagen habla, incluso mucho (en ciertos tramos) más que el protagonista de la cinta. Y no está mal. El novel director muestra que rápidamente puede transferir mucho de su caudal a esta realización en tono de biopic. Lo cierto es que López respeta bastante las convenciones, observa con cuidado a su entrevistado aunque libera cierto margen para jugar con temas transversales (por ejemplo, el vendedor de cds truchos que viaja en trenes ofreciendo su material)y le pone su sello a esta mirada, a través de una (esperable) estupenda fotografía. Hablarán de Ayala, músicos amigos (Tata Cedrón, Liliana Herrero, Tonolec, por ejemplo) y también su familia y algún fan bastante particular (como para demostrar que el protgonista es seguido sin distinción de clase). Donde acierta el cineasta es en encontrar diferentes perfiles en la obra del hombre que le canta a la tierra colorada. Seremos testigos de su amabilidad, su ternura y hasta su predisposción para charlar con la gente, ese dato, sirve para entender lo amplio de su popularidad. Sentimos que López, utiliza a Ramón Ayala, como medio para hablar de lo que sucede en el mundo de la cultura, en cada rincón de nuestra tierra. Retrata a un sujeto al que hay que reconocerle su talento, no sólo como cantautor sino como artista plástico, digno de ser admirado. El resultado, es un film colorido, simpático y accesible, esencial para los seguidores del folklorista y quienes deseen descubrir el carisma de su obra.
Tuve la suerte de conocer a Ramón Ayala el año pasado durante la presentación del documental sobre el Comandante Andresito; y tal como lo que aquí demuestra, puedo dar fe de que se está ante un hombre entrador, de un carisma increíble. En aquella oportunidad, en el salón de presentación del Congreso de la Nación, encaró un extenso discurso que puso en aprietos a la coordinadora con tiempos ajustados. Sin embargo, lejos de molestar, quedó como un hecho simpatiquísimo y de honda sabiduría, estábamos en presencia de alguien que es un placer escuchar. Marcos Lopez realiza un documental a la medida de su homenajeado (nunca mejor usada esa palabra), Ramón Ayala utiliza varios recursos acertados para configurar la persona que se esconde detrás del título del film. Ayala es un músico misionero, un artista de ley, que debe mucho de su arte a su tierra, a su país, a su provincia, a su pueblo. Esto queda plasmado en cada una de las palabras que el propio Ramón expresa a lo largo de los cortísimos 66 minutos. Al misionero se lo muestra en su cotidianeidad y desplegando su arte; pero además se exponen testimonios de variada índole haciéndole honor a su persona, desde músicos como Juan Falú o Liliana Herrero, hasta familiares cercanos, y admiradores. Todos expresan qué significa Ramón Ayala para sí y para nuestra cultura. En este collage no faltarán tampoco algunas imágenes oníricas o alegóricas, y por supuesto mucha música para graficar las mismas. No sólo los allegados o uno mismo hablan de una persona, el lugar, la raigambre cultural también tiene para decir. Se cuenta también con material de archivo y con muestras de clips cinematográficos que aluden a lo que se está diciendo. Estamos en presencia de un documental multiorgánico. Ramón Ayala (el documental), servirá para quienes admiren a este músico, y también para quienes quieran averiguar más de él. López se empeña en demostrarnos que es una persona digna de desgranar y descubrir. Artista comprometido, difícilmente se encuentre otro cantautor capaz de describir tan bien la vida misionera y las costumbres de la tierra. Reconocido por su lucha a favor del trabajador del campo, y por ser la voz de los que no la tienen. Ayala pareciera ser ese tipo de artistas del interior por el que vale la pena adentrarse. Pese a sus varios elementos, su estructura es sencilla aunque dinámica, y despierta cierta alegría, quizá la misma que despierta Ayala.
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No soy un experto en folklore ni mucho menos por lo que no sabía qué esperar de esta película más allá de la fama de López como fotógrafo. Lo que me resultaba curioso era pensar cómo su estilo tan, digamos, kitsch y colorinche, podía aplicarse a la hora de hacer un documental sobre una figura del folklore autóctono. Pero no conocía los suficiente a Ayala y al verlo me di cuenta que podían ser compatibles y que el estilo algo desaforado de este folklorista misionero, más conocido y reconocido como compositor que como intérprete, le caía a la perfección a Marcos. Y así es: RAMON AYALA es un documental bastante convencional sobre una figura poco convencional y está bien que así lo sea. Hay respeto y cariño sobre su figura, se lo muestra y se lo escucha y se lo admira, lo cual me resultó un alivio porque tenía miedo que, kitsch sobre kitsch, termine dando una ensalada barroca de ironías y canchereadas. No las hay. López entiende y celebra la naturaleza excesiva de Ayala, un compositor de folklore cuyo aspecto es más el de un músico de cumbia que de un folklorista, y esa curiosa mezcla estilística da algo muy rico de explorar. Con testimonios, con shows en vivo y con historias de vida que enriquecen aún más el universo en el que se mueve Ayala. Bah, el universo del folklore nacional en su vertiente misionera.
Ramón Ayala, dirigido por el fotógrafo y artista visual Marcos López, es un documental que acompaña de cerca y homenajea al gran poeta del Alto Paraná. El Mensú Ramón Ayala es autor de algunos de los temas más conocidos de nuestro folklore y uno de los poetas más importantes que vio este género musical, no obstante, su imagen y su nombre son muy poco conocidas en el panorama cultural. Marcos López aborda la figura de Ramón Ayala, El Mensú, desde tres ángulos. En primer lugar, desde el mismísimo Ramón Ayala, a quien vemos en su Misiones natal y luego acompañamos en su viaje al Festival de Folklore de Cosquín y a la ciudad de Buenos Aires, donde realiza una muestra de sus pinturas; como también desde los testimonios que entregan Liliana Herrero, Juan Falú y Tata Cedrón, entre otros. En segundo lugar, el documental nos muestra a un vendedor de CDs de música folklórica, que vive en el barrio de Constitución en Buenos Aires. Y por último, conocemos a un publicista que en sus ratos libres toca en su guitarra los temas de Ramón Ayala. Estos dos hombres sienten una profunda admiración por la música del músico misionero. La película pivotea entre la tierra roja, la selva, las plantaciones de yerba -los temas que inspiran la música de Ramón Ayala- y las grandes ciudades. Y en la costa un acordeón, gimiendo va lento su chamamé El fotógrafo y artista visual Marcos López debuta como director en este documental-retrato del músico misionero Ramón Ayala, referente indiscutible de nuestro folklore. Antes de ver la película me preguntaba cómo sería un documental sobre un músico de folklore hecho por un artista como Marcos López, que tiene una estética tan kitsch, no por falta de fe, todo lo contrario. Me daba curiosidad el resultado de ese cruce, ver si me iba a encontar con el sello personal del fotógrafo a nivel imagen en la película. Se nota el ojo de Marcos López, sobre todo en el montaje y en la elección de ciertos planos, entregándole un toque muy personal a la película. Para quienes no lo conocen, esta es una gran oportunidad de conocer a Ramón Ayala. Probablemente conozcan sus canciones, pero no saben que son de él. Quienes ya saben quién es, pueden re-conocerlo a través de este documental. Conclusión Ramón Ayala es un gran documental-retrato, que no se limita a mostrar los elogios que los familiares y colegas tienen para decir de El Mensú, sino que se acerca por completo al personaje y a su enorme legado musical, a través de estas dos personas que no han tenido contacto en persona con Ramón Ayala pero sienten una profunda admiración por su música. La mirada de Marcos López se hace sentir, lo que hace a esta película no sea un documental más sobre un músico.
Un documental distinto. El protagonista es Ramón Ayala, un hombre sorprendente, autor de temas como “El mensu”, “El jangadero”, pintor y poeta. Es redescubierto por la particular visión de Marcos Lopez, creador del pop latino. Y con esa visión de realidades teatralizadas donde ficción y acción se entrelanzan en tomas fijas, con un colorido único y particular, poblado de animales salvajes en toallones con la exhuberancia vegetal, más un protagonista tan excéntrico que de no haber existido podía pasar por una invención del director. Personal, diferente y atractivo.
Retrato de un poeta Luego de terminada la gira de festivales, se estrena en salas comerciales Ramón Ayala, opera prima de Marcos López. El film fue estrenado en el BAFICI del 2013 en donde ganó el Premio del Público a Mejor Largometraje Argentino. En aquel estreno recuerdo la sorpresa de los espectadores que no conocían del todo la obra de Ayala y la sorpresa de aquellos que nos encontrábamos, tras la imponente figura del poeta, con Marcos López, fotógrafo consagrado y director de esta, su primera película. Ramón “El Mensu” Ayala más que un cantante-poeta es un lugar. Él no introduce al oyente en espacios surrealistas, él es el espacio mismo, inundando de selva y monte los lugares a donde su voz se propague. Marcos López se propuso contar la historia de este hombre y con ella la de su hábitat. Un lugar misterioso, donde los colores Pop abundan y donde la figura del yaguareté predomina en toallones y acolchados como advertencia. El espacio está construido por el director en forma milimétrica y evoca más a un estado espiritual que a una geografía. Es difícil distinguir lo real y lo mágico en las letras de Ayala de la misma manera que lo es diferenciar ficción y documental en la férrea puesta en escena que el director propone. Es incómodo y a la vez hipnotizante pararse delante de una fotografía de Marcos López, sus personajes nos miran directamente y algunos hasta parecen estar planeando algo contra nosotros. Ese mismo espíritu transmite el film con la elección del arte, sus colores, los planos y el montaje que sirven como marco para que El Mensú hable y cante. Ayala es dueño del relato de su pasado mientras que su legado se testimonia a través de músicos, amigos, vendedores callejeros y publicistas que sólo parecen tener en común su profundo amor por la música del poeta del Alto Paraná. Con estos elementos, misteriosos, irracionales y oníricos Lopez va construyendo progresivamente la figura del poeta.
Otras (nuestras) canciones Mis suegros son correntinos, se vinieron siendo jóvenes para Buenos Aires, donde tuvieron sus tres hijas, construyeron su casa y armaron su vida. Son gente muy bondadosa y aparentemente muy simple. Y digo aparentemente porque cuando uno les deja el espacio para expresarse, van revelando variables en sus puntos de vista sobre el mundo que son complejos en su particularidad. Para mí puede ser un trabajo escucharlos, pero no por defecto de ellos, sino propio: hay que saber escuchar, abrir el oído al otro y yo estoy demasiado habituado a escucharme a mí mismo. Eso es algo que lo vinculo no sólo con una formación individual, sino también con mi identidad: los porteños somos muy ruidosos, vamos a mil por hora y solemos no mirar demasiado al que es distinto a nosotros. Entonces uno se pierde de descubrir otro mundo, compuesto de vivencias, sensibilidades, tiempo, sonidos diferentes. Y lo cierto es que eso que se puede considerar como ajeno es mucho más cercano de lo que parece. Ramón Ayala, debut en la dirección del fotógrafo y artista plástico Marcos López, instaura la obligación -virtuosa y enriquecedora por cierto- de prestarle atención a culturas y expresiones que a determinados individuos se nos escapan. Lo hace poniendo en evidencia lo representativa que es la figura de Ayala dentro del folklore misionero y a la vez el desconocimiento -o poca asociación entre su nombre y su obra- en otros ámbitos del país. Es una puesta en escena de una revelación cultural, principalmente a través de la retroalimentación: en cierto modo, este documental es tanto obra de López como de Ayala, ya que el primero toma a un personaje apasionante como trampolín para decir muchas cosas más, mientras el segundo usa a la cámara como soporte necesario para expandir su poesía, muy bella en su capacidad descriptiva. Hay un gran mérito por parte de López, que es el de aglutinar varios tópicos en sólo algo más de una hora: su película no sólo habla sobre la obra de un artista original e influyente, sino también de la construcción cultural y popular misionera, cómo se vincula con otras expresiones y el choque con la mirada porteña, lo hace de manera siempre interesante y a la vez sintética, precisa. Esto viene derivado de otro aspecto: el realizador jamás pierde de vista el centro narrativo y formal, que es Ayala, un personaje auténtico y humilde en sus modos, pero con una gran potencia y autoridad para dar a conocer su obra. Lo dicho anteriormente explica también cómo en el film hay una multitud de planos descriptivos, de contemplación de las personas y los paisajes, que por suerte no son un mero relleno, sino que constituyen un diálogo discursivo, incluso ideológico, entre distintas formas de ver el mundo. Hay una interpelación mutua entre la ciudad y la selva, entre la Capital y el Interior, donde quedan claras las diferencias, pero también los posibles cruces e incluso la necesidad de que esos vínculos existan. Ahí es donde la poética de Ramón Ayala -el artista, pero también la película-, sutil y moderada, pero también firme y contundente, se constituye en un llamado a la comunión, de abrazo a las diferencias. Esa, por cierto, es una valiente declaración de principios.
Trovador. Pintor. Artista. Pionero. Leyenda viviente. Calificativos que le corresponden a Ramón Ayala. Sin embargo, pese a que jamás perdió vigencia, el mayor representante del folklore de Misiones seguía siendo un enigma para muchos. Sin duda, merecía ser presentado a las nuevas generaciones. El documental de Marcos López llegó para encargarse de esa tarea. La cámara nos permite adentrarnos en la vida y en la labor de Ramón -un hombre de buen carácter, lúcido; todo un veterano genial y genuino, que podría tocar por siempre- y también en su entorno, fundamental para su obra. De esta manera, podemos conocer su pasión por hacer descripciones mediante melodías y estrofas, y también la esencia de la provincia de la tierra colorada (las imágenes de la selva misionera, con sus ríos y su fauna, constituyen un lujo para la vista). Como dice Rulo Rodríguez, un abogado y fanático: “Ramón es quien mejor refleja nuestra cultura, nuestro paisaje”. Uno de los puntos más importantes es cuando Ramón explica el mecanismo de su obra maestra: el gualambao, ritmo que ayudó a darle identidad al folklore misionero; y lo explica de una manera didáctica y accesible, con pasos de baile incluidos. Por otra parte, el director registra el testimonio de María Teresa Cuenca, esposa de Ramón, y de colegas como Juan Falú y Juan Carlos “Tata” Cedrón; una muestra del respeto y la admiración que genera entre sus pares. Además, imágenes del backstage de los shows de Ramón y de los músicos entrevistados. El director Marcos López es mejor conocido por su trabajo como fotógrafo y artista plástico. Sus creaciones dan la vuelta al mundo gracias a un estilo propio, arraigado en la cultura nacional. Suele ser común compararlo con su par estadounidense David LaChapelle, debido a una impronta pop muy característica. En Ramón Ayala se nota el cuidado en la composición de la imagen, los colores y la luz (incluyendo amaneceres y atardeceres), donde ningún plano está puesto al azar, ya que contribuyen a empaparnos del “Planeta Ramón Ayala”… que también es el Planeta Argentina. Con un estilo fresco y accesible, este documental permite conocer a una figura de la música argentina. Y un dato valioso: no es indispensable ser un especialista en folklore para poder disfrutar de un autor que ahora también se ganó el respeto de un público nuevo.
Publicada en la edición digital #262 de la revista.