Hay muchos modos en los que esta película, última de Rodrigo Moreno, se ocupa de dejar en claro que es justamente eso, una película, en toda su materialidad. Lo deja en claro desde los créditos, con la suma del listado de detalles de producción, también lo deja claro con la corrección del cuadro de la cámara en el principio o el corte con el brazo de un asistente hacia el final. Reimon es una película poco extensa, 72 minutos que se enmarcan fundamentalmente en pensar que el cine es un trabajo, con su división de tareas y su estructura económica; y en segundo lugar Réimon, con toda su inteligencia y su sensiblidad, piensa “el trabajo”, así, en general, como el motor de nuestras vidas. Convirtiéndose en ensayo sobre los principios teóricos y la praxis del trabajo en la postmodernidad. Reimon es Ramona, una empleada doméstica que trabaja en casas acomodadas de la ciudad de Buenos Aires, una de las tantas mujeres que viajan, en malas condiciones, en trenes precarios desde el conurbano a la capital. Así y todo, Moreno hace de Ramona una protagonista digna con su mundo propio, de aspecto ambiguo, excesivamente alta, por momentos parece una mujer travesti, con un sombrero vintage, que se sienta a escuchar música clásica en el sillon de la casa en la que trabaja, preferentemente Debussy. El plano cerrado, fragmentado, en ocasiones el fuera de foco ponen el centro en Ramona y la belleza de su trabajo, como los largos minutos en los que se detiene en la hechura de la cama o en acomodar los objetos de un escritorio. También están los travellings que siguen a Ramona en su paseo del perro o yendo al trabajo de madrugada. Acción y comentario. Practica y teoría. Reimon tambien se mueve en esa otra dimensión: la del texto leído en voz alta de “El capital” de Marx: del total del día de la fuerza de trabajo lo que deberia ocupar un obrero, lo que realmente ocupa, lo que se lo explota, “el obrero necesita tiempo para satisfacer necesidades espirituales o sociales”. “El trabajo de los pobres es la mina de los ricos” dice Marx. Con la presencia de los dueños de casa, Ramona se convierte en Réimon la que sirve de compañera de baile silenciosa, reflexiva y sumisa, o a la que se le regala la ropa que no se usa. Ramona es Réimon pero vuelve a ser Ramona y volverá a viajar en colectivos, volverá a pasear a su perro, a ordenar la ropa en el placard o interrumpir la limpieza para escuchar a Debussy sentada en el sillón de sus patrones, mientras estos no están. Se estrena el 25 de junio en la Sala Lugones.
Las nuevas formas de la explotación El codirector de Mala época y El descanso y realizador de El custodio y Un mundo misterioso incluye antes del arranque de su más reciente film varios carteles en los que explica en detalle cómo financió y produjo este proyecto independiente que ni siquiera contó con aportes oficiales del INCAA. Con 34.000 dólares obtenidos en fondos de ayuda internacionales y otros 18.000 que pusieron sus socios alemanes de Rohfilms, más la cesión sin cargo de cámara, sonido y luces por parte de la Universidad del Cine (donde se formó y es docente), el director filmó Réimon en 25 jornadas durante el lapso de un año y medio que duró todo el proceso. ¿Por qué tanto detalles sobre las condiciones de producción? Lo que en principio podría sonar a tecnicismo o incluso a esnobismo encontrará respuesta con el correr de un film que es, también, un ensayo que excede el mero marco cinematográfico para convertirse en una reflexión sobre los medios de producción. El film describe la rutina cotidiana de Réimon (Marcela Dias), una empleada doméstica del sur del conurbano bonaerense que todos los días viaja en tren a la Capital para trabajar por horas en distintas casas. Mientras ella limpia o cocina, los dueños de uno de esos departamentos (Esteban Bigliardi y Cecilia Rainero) leen y discuten El Capital, de Karl Marx. ¿Qué tiene que ver una mujer humilde del Gran Buenos Aaires con la teoría marxista? Moreno también se encargará de responder esta pregunta. La explotación del proletariado en el marco del capitalismo adquiere hoy formas quizás más sutiles y leves, incluso muchas veces imperceptibles a simple vista, pero no por eso menos cuestionables, miserables e injustas. Como ya es habitual en su cine, el director sigue de cerca a su protagonista haciendo gala de una infrecuente capacidad de observación (aquí hay más incidencia de lo documental que en sus films previos), logrando que un detalle aparentemente insignificante en el plano o un mínimo gesto en el rostro de los personajes adquieran una resonancia, una repercusión inusitada. Un film para ver… y también para pensar y debatir.
Das Film Réimon (2014) comienza con un aviso (¿advertencia? ¿Descargo de responsabilidad?) que dice: “Esta película costó 34.000 dólares”. A continuación el texto describe en detalle cómo se consiguió el dinero y a lo largo de cuánto tiempo, en cuántas jornadas laborales y en cuántas horas se desarrolló cada fase de producción de la película. ¿Qué pretende el director Rodrigo Moreno con esto? Llamar la atención a las fuerzas productivas y las relaciones de producción detrás de la película, en un intento por posicionarse fuera del modo de producción capitalista, que según el materialismo histórico (ej. Marx), por definición busca esconder las fuerzas y relaciones que le constituyen. La película, pues, se declara inocente del tema que se dispone a tratar: la explotación “imperceptible” del trabajador. Marcela Días interpreta a una mujer enigmáticamente llamada Réimon, quien viaja todos los días cuatro horas desde el conurbano bonaerense hasta la Capital Federal para trabajar de empleada doméstica en una casa de clase media-alta. Sus empleadores son cuatro jóvenes intelectuales salidos de la Escuela Jean-Luc Godard para Personajes: no poseen ni nombres ni relaciones ni personalidades definidas, y todo lo que hacen es turnarse leyendo en voz alta. Lo que leen es El Capital de Karl Marx, y el chiste de la película es que estos jóvenes teóricos revolucionarios están tan concentrados en su lectura buscando sintetizar los ideales del marxismo que no reparan en lo mal que tratan a su empleada doméstica. El único verdadero marxista es la película (o Moreno, para el caso), que no solo pone en evidencia las largas horas de conmutación que Réimon sufre sin remuneración alguna, sino que pone en evidencia el modo de producción cinematográfico de entrada. La idea detrás de este film-ensayo es loable, pero se construye entorno a algo tan obvio (la hipocresía de los teóricos en un plano pragmático) que resulta extraño que la película lo trate como una gran sorpresa al final. Y el planteo es tan elemental que la película no lo desarrolla, sino que lo reitera una y otra vez con prolongados planos que insisten tediosamente sobre la simbología detrás de tal o cual imagen. Las recalcadas imágenes de una jauría de perros bebiendo agua o un contraluz filtrado a través de una arboleda deben ser simbólicas, ¿pero de qué? ¿Dónde encajan en la dialéctica que se está intentando construir? Otras puestas en escena son más efectivas: por ejemplo, la mano de Réimon, limpiando una mesa abarrotada de objetos, los desplaza de un lado a otro sin atreverse a tocar el fajo de billetes que aparece en primer plano, prefiriendo dejar la suciedad debajo. El planteo de Réimon no deja de ser interesante pero carece de profundidad en su desarrollo. A la espera de algo posterior, sólo queda la simple confirmación de todo lo que la película anuncia desde el comienzo.
Rodrigo Moreno regresa a la cartelera local, luego de su paso por el anteúltimo BAFICI, con Réimon, film intimista poseedor de un clima particular. Así como en su celebrada El custodio nos contaba la callada actitud servil de un guardaespaldas, ahora, tres films adelante, retoma la idea de un empleado silencioso. Ramona llega a la ciudad dejando a los suyos, todos los días tiene largas horas de ida y vuelta para trabajar como mucama de una casa habitada por un grupo de jóvenes estudiantes. Ramona no habla… porque no tiene con quien, limpia, acomoda, se queda mirando esa casa, y luego viaja hasta una casa en la que también sus únicas compañías serán el televisor y el equipo de audio. Mientras, estos jóvenes, que la llaman Réimon, leen El Capital de Marx y distintas leyes laborales en voz alta, expulsando todo tipo de teorías (ajenas, por supuesto) sobre la alienación laboral y el tiempo productivo; y a su vez le ofrecen a la empleada sus sobras, y la llevan a un divertimento del que no sabemos si “Réimon” quiere ser parte. Moreno cuenta en realidad una no historia. Réimon es un film pequeño en su duración y en su estructura. Los diálogos escasean, y muchas de la palabras expresadas no parecen salir de un intercambio fluido, sino de expresiones sin correspondencia. Esto influye en el modo narrativo, construido a través de suerte de viñetas con ilaciones ocasionales, simples, pero no por eso fragmentadas. Este estilo naturalista extremo, el director lo complementa con el uso de una cámara subjetiva, curiosa, espía, ¿de visitante ajeno?, casi documentalista. Lo cual se termina definiendo con un uso casi ascético de cualquier otro tipo de artilugios como música, o ambientaciones externas. Réimon podría ser catalogada dentro de esa nebulosa no muy bien definida de “film festivalero”. Sus pretensiones corren por el lado del fresco social, de plasmar una realidad marcando las diferencias entre dos mundos opuestos y la incomprensión de un mundo sobre el otro. Marcela Días se luce por su frescura de la no actuación encarnando a esta Ramona/Réimon que muestra su soledad eterna con gestos mínimos. Entre los jóvenes encontramos a Esteban Bigliardi, y es casi imposible no sentir algo de antipatía frente a estos personajes tan esnobistas como ajenos a lo palpable. Se podrían hacer muchas comparaciones entre el Rubén de El Custodio y esta Ramona, como si Moreno hubiese corrido su eje pero sin apartarse demasiado. La soledad del que sirve vuelve a ser el centro, y la incomprensión del otro la contraparte. Detallista, preciosista, Moreno logra un film en apariencias pequeño pero lleno de mensajes. Escapándole al lugar común del pobre mal vestido y sufrido. Una declaración de principios a la que hay que prestar atención.
Poesía y economía en un film revelador En el inicio de Réimon se enumeran, en una serie de placas, las condiciones de producción de la película. Filmado con apenas 34 mil dólares y el esfuerzo de un equipo pequeño, pero muy rendidor, el último largometraje hasta la fecha del director de El custodio y Un mundo misterioso arranca con tono documental, siguiendo la vida cotidiana de una empleada doméstica del conurbano bonaerense, y vira luego hacia la ficción para acompañarla en su trabajo en la ciudad, la limpieza de algunos departamentos de gente de clase acomodada con la que tiene un contacto cortés y limitado. Sin embargo, Moreno captura con enorme precisión el significado de esos encuentros frugales; cifra en cada gesto, por pequeño sea, el peso de la clase social en las relaciones entre los personajes. Mientras Ramona -rebautizada en su lugar de trabajo como "Réimon", una de las señales del humor de una película seria, pero prudentemente alejada de la solemnidad- elimina el polvo de estantes llenos de libros y discos, lava la vajilla, pasa la aspiradora y le saca brillo a vidrios y azulejos, los propietarios que le pagan por esa labor leen en voz alta y analizan El capital, de Marx, escuchan vinilos -en la actualidad, un consumo menos anacrónico que chic- o directamente no están. Económica en más de un sentido, la película clarifica la distancia entre esos dos mundos apelando al detalle más que al subrayado: basta, por caso, con registrar la dieta de Ramona y la de sus empleadores para mensurarla. Pero Moreno no agota ahí su búsqueda, más orientada por el afán investigativo que por la pretensión didáctica. Al mismo tiempo que tematiza las diferencias de clase sin declamar, encuentra poesía visual en la vida corriente, sin caer en tentaciones esteticistas. Y construye un epílogo cinematográficamente muy inspirado que, apoyado por el Preludio a la siesta de un fauno, notable poema sinfónico para orquesta de Claude Debussy, realza la belleza y el misterio de su silenciosa protagonista.
Una historia de vida Rodrigo Moreno acompaña con su cámara el desempeño de una empleada doméstica, y la relación con sus empleadores, debatiendo sobre las diferencias de clases y la explotación. Cuando arranca la proyección de Réimon, el espectador se encuentra con unos carteles sobreimpresos en los que el director, Rodrigo Moreno, cuenta la manera en que financió éste, su nuevo largometraje. Sin plata del INCAA, con aportes extranjeros y la cesión de las cámaras de la Universidad del Cine, de donde se graduó y es docente, parece una toma de posición sobre cómo realizar cine independiente en nuestro país. Y el estreno de su película, en la Sala Lugones, cierra bastante bien el ciclo. Réimon es como llaman a Ramona, la empleada doméstica que trabaja por horas en distintas casas. La diferencia de clases es evidente. Ramona realiza todos los días un viaje desgastador. Se la pasa consustanciada con su trabajo. No se queja. Limpia en casas de gente adinerada, y algunos dueños de casa leen, discuten y debaten El capital, de Carlos Marx. Si lo del inicio era una toma de posiciones, la contraposición entre lo que leen los jóvenes y el trabajo de Ramona es más que una simple anécdota dentro del contexto de la película. Moreno, que codirigió Mala época y El descanso, y se largó a la realización en solitario con ese gran filme que fue El custodio y siguió con Un mundo misterioso, más que analizar cómo es la vida y las relaciones que va trabando Ramona con su entorno, elige acompañarla. El origen del filme es sencillamente ése: Moreno desechó la idea de hacer una ficción sobre una empleada doméstica hace unos años, y cuando empezó a entrevistar a otras, conoció a Marcela Dias. Y se largó a filmar, él sólo con dos ayudantes. Ese fue el equipo técnico de Réimon. La conciencia de la burguesía y la explotación social es también, decíamos, uno de los temas que aborda el filme. Lo hace sin subrayados, ni tono declamatorio. Acá el Alí está. Moreno acompaña a Marcela, pero no se entromete en su vida. La película, que demandó más de un año entre rodajes acotados y la posproducción, tiene esa combinación de aspecto documental con algo de ficción (las lecturas de Marx). Podría denominarse como un documental de observación, en el sentido en que plantea los encuentros entre las clases sociales, en las que una mirada, un gesto, hacen la diferencia.
Réimon corre el peligro de ser leída a las apuradas y malinterpretada por el grueso de la crítica y el público. Del centro de la película ya se habló bastante: Ramona, una chica que vive en alguna parte del sur bonaerense, trabaja limpiando casas de la capital, y en una de ellas sus patrones resultan ser una pareja de jóvenes que lee en voz alta El capital de Marx y que discute con sus amigos las secciones del libro en las que el filósofo explica el carácter mercantil y cuasi esclavo del trabajo humano. El contraste, o la contradicción si se quiere, es obvia: estos tipos de clase media o clase media alta se enfrascan en la lectura cuidadosa del marxismo sin por eso dejar de reproducir el mismo modelo de dominación. Pero resulta obvio que Réimon (así llaman cariñosamente a la protagonista) está poco y nada interesada en utilizar esa contradicción para sancionar a sus personajes y ubicarlos del lado de los explotadores o de las víctimas: justamente, esa sería la estrategia de una mala película que, ya fuera por ingenuidad o por hipocresía, creyera que puede explicar la complejidad del mundo reduciéndola a unos pocos roles socialmente reconocibles. Es justo al revés: Rodrigo Moreno utiliza ese conflicto como disparador para observar otras cosas, para mirar todo lo que a las películas preocupadas por denunciar los males del mundo se les escapa. Réimon no es un documental pero por momentos los límites del registro y la ficción se mezclan al punto de volverse indiscernibles: qué de verdad y qué de mentira hay en las imágenes de Ramona limpiando con un lustramuebles una mesa de madera atiborrada de objetos, o haciendo con mucho cuidado una cama. O en los largos travellings laterales en los que la cámara la sigue por las calles de su barrio, ya sea de madrugada cuando se dirige a la estación de tren o a la tarde cuando pasea a su perro. La cuestión no es tanto el carácter documental implicado en toda la película (en su vida cotidiana, Marcela Dias trabaja en realidad como guardia de seguridad, pero la casa, los familiares y los perros que registra Moreno son los suyos), sino lo que las actividades de Ramona, y la manera en que las observa el el director, tienen para aportarle al cine más allá de cualquier comentario político acerca de la desigualdad de clases; de paso, como ya se sabe, el motivo de la explotación en cine suele funcionar más como un candado narrativo que como una puerta al mundo, clausura mucho más de lo que abre, cancela la posibilidad de ver qué hay más allá de compartimentación de la gente en explotadores y explotados. Es que, justamente, Ramona no parece cargar con los signos de la explotación que suelen ser las señas identitarias de las películas que aspiran a desmontar el orden social: la manera en que la (no)actriz maneja los silencios y se reserva sus impresiones y sentimientos termina convirtiéndola en un enigma imposible de ser reducido al estereotipo de la víctima. Porque, podría estar diciéndonos Réimon, es ese cine que en vez de personas solo puede ver víctimas el que está condenando a sus criaturas a una segunda esclavitud; el que, paradójicamente, por vía de la denuncia, las fija en un lugar del que ya no pueden salir. La cuarta película de Moreno, en cambio, procede por aperturas sucesivas; el director nos introduce al universo familiar de Ramona, su barrio, sus largos viajes hacia la capital, las casas que limpia, a las actividades de la pareja que la emplea: dos jóvenes que nada tienen que ver con la protagonista y a los que, sin embargo, la película se cuida de no juzgar ni de etiquetar como burgueses (lo “burgués” viene a ser otro candado frecuente del cine). Uno podría imaginar que la película dice algo así: ya sabemos qué cosa es el marxismo, qué tiene para comentar acerca de los hombres y de sus relaciones, también sabemos qué pasa con el trabajo y el servicio doméstico, que hay clases sociales que llevan vidas muy distintas; está bien, todo eso ya lo conocemos, ahora tratemos de ver qué hay en entremedio, qué se juega en el acto minúsculo de cambiar unos libros de lugar para terminar de limpiar una mesa, o qué tiene para revelarnos acerca de la protagonista un travelling que captura y subraya su particularísimo ritmo y forma de caminar. Está claro que la película entiende las diferencias económicas y materiales solo como una excusa para hablar de otras cosas. Así y todo, Moreno nos coloca en algunos espacios incómodos en los que el sentido simula precipitarse rápidamente hacia lo ya conocido: la empleadora le ofrece a Ramona ropa vieja pero en perfecto estado que ya no usa, entonces ahí (podríamos sospechar nosotros) se debe estar cociendo algún gesto de superioridad social, alguna batalla secreta que late debajo de la cortesía y aparente solidaridad de la chica. Pero no, esa escena (hay otras) es solo una trampa con la que Réimon nos deja solos y frente a frente con nuestros prejuicios: en el ofrecimiento de las prendas no hay a la vista ningún paternalismo, ningún intento de enseñorearse del otro, solo una posible transacción de bienes que, podría pensarse, hasta subvierte los modos del capitalismo, ya que esa ropa se regala y sale automáticamente del círculo mercantil y deja de tener un valor de cambio. Otra de las trampas que hay que sortear con cuidado (si no quiere caerse en el agujero de sentido que viene reproduciendo desde siempre el cine mal llamado político) es, claro, la que se activa en las escenas en las que se lee El capital. El reflejo de cualquier espectador podría ser el siguiente: indignación, lisa y llana, respecto de estos personajes que parecen dedicarse en cuerpo y alma a desentrañar lo dicho en el libro de Marx pero que después ejecutan el peor de los actos allí denunciados: la reducción a la servidumbre de una persona libre en una sociedad de mercado. Pero muchas veces el cine nos pide que reeduquemos la percepción, que controlemos mejor los reflejos adquiridos por obra de tantas películas falsamente críticas. Durante esos momentos de lectura, lo que se escenifica no es la contradicción de clase sino, justamente, algo mucho más literal y simple como el acto mismo de leer un texto (en este caso, filosófico) en voz alta; lectura que se realiza con mucha delicadeza y claridad, al punto de que las palabras de Marx parecieran opacarse y convertirse solo en la reverberación de uno sonido y una dicción, pura materialidad que poco y nada entiende sobre teoría política. Que esas escenas no deben ser leídas en la forma acostumbrada lo pone de manifiesto la segunda parte, cuando un amigo de la pareja lee de frente a la cámara y el color predominante del plano es el rojo, como si ese exceso funcionara como nota cómica acerca del sentido político que suele adosársele al rojo y, también, como guiño un poco burlón a La chinoise. Comprender en forma lineal esas escenas sería un error, parecen señalarnos la fotografía, el encuadre e incluso la mirada seria a cámara del lector una vez terminado el pasaje; en cambio, deberíamos dirigir nuestra atención a otras partes de la película, por ejemplo, tendríamos que ver qué ocurre con el cuerpo de los actores durante la lectura, o cómo es que se escuchan las palabras (y las frases, y los párrafos) una vez que su textura es puesta en relieve por la voz pausada, rítmica y extremadamente nítida de los intérpretes. Estas son apenas algunas cosas que pueden decirse de Réimon. Pareciera que la película misma anuncia su propio ancho discursivo: una vez que podemos corrernos de la anécdota principal (la diferencia de clases, la explotación) es difícil calcular qué tantos pliegues de lo filmado pueden abrírsenos con solo dirigir la atención a los planos que componen la película, o con solo seguir el caminar lento y seguro, casi bamboleante de Ramona.
Réimon (Rodrigo Moreno) acompaña la rutina de una joven empleada doméstica con una indiferencia sólo aparente, esbeltez formal y pensamientos marxistas expuestos como perturbadoras interferencias. El film tiene un planteo que parece muy simple pero no lo es, seduce e inquieta con recursos muy bien pensados y permite recordar que Moreno es uno de nuestros más agudos directores.
Contraste cinematográficamente político El director de El custodio contrapone la vida activa de una empleada doméstica y los espacios vacíos en donde trabaja. Réimon es la tercera película del cineasta argentino Rodrigo Moreno, luego de El custodio, protagonizada por Julio Chávez y premiada en 2006 en el Festival de Berlín, y de Un mundo misterioso, estrenada en 2011. Y tiene un comienzo atípico: antes de dar inicio al relato, una serie de placas comparten con el espectador un minucioso reporte de producción en el que se informa el costo total de realización de la película (34 mil dólares), detallando ítem por ítem en qué se gastó el dinero. Quiénes fueron los que lo cobraron; qué cantidad de tiempo se invirtió en cada uno de los procesos que involucra hacer una película; quiénes aportaron su trabajo sin recibir honorario alguno, a cuenta de lo que la película terminada produzca a partir de su estreno, etc. Tratándose de un film independiente –es decir, sin subsidio alguno por parte del Incaa–, esa decisión conlleva una forma de trasparencia que parece ser a la vez un desafío: ¿cuántas producciones realizadas dentro del sistema están en condiciones de ofrecer abiertamente un detalle tan preciso sin dejar resquicio para sospechas de manejos poco claros? Pero ese informe inicial no es sólo eso, sino que es también la prueba de algo que no por evidente resulta obvio: que el cine, como alguna vez ha dicho Lucrecia Martel, es un arte y una forma de expresión pequeño-burguesa. Y películas como Réimon son los mejores ejemplos de eso: ¿quién si no podría disponer de 34 mil dólares y varios años de trabajo no remunerado sin recurrir a los subsidios oficiales para hacer una película como ésta, que seguramente no recuperará la inversión realizada? Réimon se hace cargo de esa certeza y ciertamente es ahí desde donde se para a mirar al mundo para contar su historia.Las primeras escenas parecen construidas como antítesis del informe que abre la película. Al contrario de un asiento contable, se muestra la vida simple de una familia en los suburbios. Una mujer vieja con la piel oscura y curtida descansa al aire libre en una tarde gris y una buena cantidad de perros comparten con ella esa tranquilidad, como si el mundo fuera realmente un lugar sencillo en el que aquellos 34 mil dólares no tienen ninguna importancia. Un chico se queda mirando a cámara un rato largo y parece que, en efecto, la construcción cinematográfica es un hecho ajeno a su realidad, una mirada que siempre es potestad de esos otros que se pueden dar el lujo de ver y narrar a través de las cámaras.Ese es el mundo de Ramona, una chica del conurbano que realiza trabajos domésticos para familias de clase media alta y a quien un par de jóvenes estudiantes que la emplean apodaron Réimon, con ese cariño paternal y condescendiente de quien se siente por encima. Es a ella a quien la cámara registra de forma insistente en su vida cotidiana, a quien sigue en su viajes de ida y vuelta en tren hasta Constitución, puerta de entrada al Sur borgeano; en el recorrido por las casas en donde trabaja; mientras saca a pasear a su perro por el barrio, cuando se desnuda para meterse en la cama al terminar el día. Para la película, Ramona es un objeto curioso al que no puede dejar de observar. Una mirada que vale 34 mil dólares.Tal vez por eso la película, en su movimiento menos natural y más explícito, pone a los dos estudiantes/patrones a leer fragmentos de El Capital, de Karl Marx, un gesto innecesario por hacer políticamente gráfico un contraste que ya era cinematográficamente político. Un contraste evidente en la inversión especular que se da entre la vida simple y activa de Ramona y los departamentos enormes y vacíos en donde trabaja, en los que su presencia es casi la de un fantasma. O en el carácter fantasmal que esos dos estudiantes tienen en el mundo real, ese por el que transita la verdadera Ramona y en el que Réimon es apenas una ficción creada por la mirada ajena de los otros.
Marca personal El estreno de La patota, según la versión de Santiago Mitre, reavivó la polémica en torno a las formas que gran parte del denominado Nuevo Cine Argentino (una categoría ya discutible) ideologiza su discurso. En términos generales, los debates exceden lo estrictamente cinematográfico y derivan en acaloradas discusiones: mientras algunos minimizan el impacto que una película puede generar desde su enunciación, otros focalizan la mirada exclusivamente en la conciencia o no de clase que el film manifiesta. Da la sensación, por otra parte, de que varios ejemplos similares a La patota se muestran sólidos en el registro que emplean pero dos o tres planos delatan la precariedad discursiva en torno a la representación de esa entidad que entendemos como alteridad. Mex Faliero lo desarrolla muy bien en su reseña sobre la remake de Mitre (que se puede leer aquí) cuando da cuenta de la confusión entre la palabra patota con horda de bárbaros. Réimon es un caso llamativo. Sus escasos 72 minutos han generado una catarata de diversos comentarios y reflexiones. También es una propuesta que elige mirar a la alteridad, en este caso, no desde la risueña mirada guionística del tándem Mitre/Llinás, sino a partir de un acercamiento, casi asfixiante, a la protagonista, una empleada doméstica que viaja todos los días de Berazategui a Capital para trabajar en distintas casas. Hay un cálculo importante en la manera en que la cámara fija el ojo hacia el rostro y el cuerpo de Ramona, con el realismo implacable que ofrece la tecnología digital, como también una necesidad de contextualizar inmediatamente el ámbito donde vive, con su familia y sus perros. A partir de allí, seguiremos la rutina: los largos recorridos en tren y retazos de la jornada laboral. Al ser una película descentrada, fragmentaria, que bordea permanentemente el documental con la ficción, somos cómplices más de una percepción que de una historia. La marca personal de Moreno no está exenta en varios tramos de cierta pretenciosidad formalista (al igual que en sus films anteriores) y el efecto deshumaniza al personaje, cuya voz apenas escuchamos tenuemente. El tono observacional funciona hasta la mitad, cuando trasunta sensibilidad. Sin embargo, se debilita cuando construye ideología en forma explícita, como si los movimientos de Ramona no fueran suficientes para darnos cuenta de que el tema de la película es el trabajo y el empleo del tiempo (enfatizado a manera de prólogo donde se detallan los gastos que implicó llevar a cabo la realización, al margen de aportes estatales). El momento bisagra nos muestra a una pareja de burgueses leyendo El Capital, en una escena que incluye una mirada hacia a la cámara al mejor estilo Godard (aunque lejos de la eficacia simbólica del legendario director en el momento en que lo hacía). El progresismo falaz de la pareja empleadora de Ramona se pone en evidencia en gruesos trazos donde notamos la falsa caridad (la mujer le ofrece ropa para desocupar parte del placard) y el espacio que habitan, con bienes materiales propios de una clase que simula conciencia propia porque lee fragmentos de libros como el de Karl Marx. Este tramo de la película es el que marca la tensión entre una propuesta estética atendible y la necesidad de introducir discurso aclaratorio. Mientras la marca personal se mantiene desde un registro observacional distante en la mirada de ese otro, que se intenta mostrar y comprender, uno cree en la intencionalidad de la enunciación; muy distinto es el efecto que produce el coquetear con estereotipos para construir (o al menos procurar hacerlo) premisas sobre clases sociales. El modo parece elegante en su superficie pero un poco banal en el resultado. Lejos de decidirse por dar un veredicto acerca del carácter irreconciliable o no de las clases, Réimon se ofrece vacilante, buscando puntos de conciliación que rozan lo inverosímil. Ese es su principal ruido frente al silencio de Ramona.
EN EL BAFICI 2014 (01): UNA MUJER CON SOMBRERO vlcsnap-2014-04-06-21h59m31s126 Réimon Por Marcela Gamberini Réimon es una sutileza, una puesta en escena de la dialéctica actual y profunda del amo y el esclavo. El gran protagonista de la película es el trabajo, la fuerza del trabajo y sus efectos sociales. La lectura de El capital de Karl Marx actualiza los conceptos, las ideas y a la vez los representa. La representación de conceptos históricos y legendarios en imágenes es complejo. La película cuestiona, interroga con sus imágenes aquello que dice con palabras. Réimon es una trabajadora, callada, sencilla, modesta. Su vida familiar se retrata en los primeros planos de sus parientes, una comida familiar, unos rostros sencillos, trabajadores. Réimon, nombre travestido de Ramona, trabaja de mucama, trabaja todo el día. Empieza al amanecer subiendo y bajando de colectivos, trenes y colectivos, atravesando puentes y autopistas, como si quisiera unir con la costura de su cuerpo aquellos márgenes. Su ocio es casi nulo, trabaja sin parar. Cuando llega a su casa, saca a pasear al perro en una secuencia maravillosa que se juega en la abierta luminosidad, en los sonidos ambientes, en los ladridos furiosos de los perros; este es el recorrido del trayecto que Ramona hace día a día, firmando su cotidianeidad, su rutina. La cámara de Rodrigo Moreno acompaña a Ramona en su recorrido por la calle con su perro y de pronto ella desaparece de cuadro, la cámara sigue quieta unos segundos en un fresco plano secuencia que implica tiempo y espacio. Cuando desaparece la cámara la espera hasta que ella vuelve, entra de nuevo al cuadro, sin molestarla, sin imponerle ningún código, creando entre la cámara y la protagonista una proximidad palpable. Este acercamiento, pudoroso y honesto, es el acercamiento de Moreno a una clase que no pertenece. No horada en sus conflictos, no se regodea en sus carencias, sólo se acerca, casi con timidez, sutilmente, a esta incansable y callada trabajadora. Además, estas secuencias muestran la laboriosidad de las ciudades, sus trayectos, sus amaneceres y a la vez demarcan un límite que es siempre impreciso entre la capital y el conurbano bonaerense. Estas secuencias “de recorrido” ponen en escena los límites físicos y sociales, morales y éticos del mundo del trabajo que es justamente de lo que habla Marx en El capital. Réimon, Rodrigo Moreno, Argentina-Alemania, 2014 Esa mujer con sombrero, es poética y es política. Es trabajadora, viajera y parca. Su perfil –la película muestra varias veces la demarcación de su rostro de perfil -es el perfil de una clase. Mientras sus patrones leen a la cámara El Capital –un guiño sensible al cine del Godard de los 60- Ramona limpia, acomoda, ordena. El amo en algún momento invita a Ramona a bailar, el amo y el esclavo en clave humorística, sus relaciones imposibles y en el medio la fuerza del trabajo. El encuentro o el desencuentro siempre complejo entre las clases. Lo interesante es que Moreno expone la contradicción entre las clases como interrogación, no es su objetivo resolverla, solo hacerse la pregunta. Y este gesto interrogatorio muestra el costado más político de la película. No son menores los datos que Moreno expone al comienzo de la película, el amateurismo, la escasa producción y la cantidad extenuante de días de rodaje, de edición, es la duplicación especular del trabajo de Ramona. Ese mundo del cine con el que trabaja Moreno, un cine casi artesanal, es el cine de los obreros que como Ramona, muestran crudamente la relación conflictiva entre la fuerza de trabajo, el mucho tiempo empleado y el dinero, siempre escaso, siempre poco. Y en el medio de esta relación, el talento de Rodrigo Moreno, su arduo trabajo, su compromiso político, su bella película. Marcela Gamberini / Copyleft 2014
Teoría y práctica Pese a la original presentación en la que, detalladamente, Rodrigo Moreno exhibe en números el costo total -34 mil dólares- y la cantidad de horas hombre que llevó la realización de esta película en consonancia con la premisa de exponer las contradicciones de la prédica marxista en la realidad laboral de una empleada doméstica, Ramona, apodada por sus empleadores: Réimon, el tercer largometraje del director de El Custodio -2006- se queda estancado en la superficie, porque no se despoja de pre conceptos sobre la lucha de clases ni tampoco evita el atajo del contraste como herramienta para comunicar sus ideas. Aquí los representantes de la clase media alta son unos estudiantes, habitantes casi fantasmagóricos de un piso en una zona geográfica muy referencial de esa clase social, quienes intentan comprender algunos conceptos absolutos del libro El capital. Ramona llega a ese espacio intelectual para hacer su trabajo y nada más ni nada menos que eso, la limpieza de dormitorios atestados de objetos, ordenar un desorden propio de la desaprensión de los dueños del piso, que de vez en cuando, toman contacto con la realidad -que no está en los libros de Marx- al interesarse por la vida cotidiana de Ramona. A veces, le donan aquella ropa en desuso en buen estado para que reparta con los suyos y todos esos gestos que para el realizador y su operativo de contraste habilitan el maniqueísmo entre ricos y pobres, elemento que sirve, además, para dejar en evidencia la dialéctica entre la idea de teoría y práctica. Al igual que con El custodio -2006-, el director de Un mundo misterioso -2011-, opta por seguir a su personaje Ramona con su cámara, pero mucho más visible en esta ocasión que Julio Chavez, en su opera prima, acompañarla en sus viajes de un mundo al otro y en la soledad de los tiempos muertos. Cuando irrumpe el ocio en la intimidad de esos dos escenarios pareciera que a las realidades las atraviesa una equidad espontánea y poco duradera una vez que lo cotidiano avanza y todo vuelve a ser lo mismo con la rutina y la falta de horizonte, tanto de un lado como del otro. Réimon, sin lugar a dudas y más allá de sus intenciones estéticas o su mirada política, es un film que abre la polémica sobre los modos de representación, pero más aún si se trata de un origen burgués. Pone al espectador en un lugar incómodo, de la misma manera que hace pocos días La Patota -2015-, de Santiago Mitre, básicamente por exponer las deformaciones de la mirada cuando penetra la ideología. Si la idea de Rodrigo Moreno implica, por ejemplo, construir desde una anécdota las condiciones para reflexionar sobre los maniqueísmos a la hora de representar el choque de clases sociales, la poca sutileza del convite deja abierta la duda, así como esa presentación de aparente transparencia de un presupuesto de cine independiente, apunte que a esta altura alimenta la idea provocativa más que analítica.
En Réimon, la última película de Rodrigo Moreno, el director vuelve a posar su interés sobre el uso del tiempo, en este caso, el de Ramona, empleada doméstica. A continuación, la escena más hermosa de la película. Ramona y su familia disfrutan de un asado. Su madre ha venido de visita desde Misiones. La cámara es testigo de ese momento: la musicalidad del lenguaje y los gestos de los comensales, como el espacio del encuentro, forman el auténtico mundo de la protagonista. Lo que viene después es movimiento, o el propio tiempo destinado a traslados por parte de Ramona para ir a y volver de la Capital Federal durante su jornada de trabajo limpiando casas. Réimon no es otra cosa que un filme sobre el tiempo no (re)cobrado, el fuera de campo del trabajo remunerado, es decir, la plusvalía. Al director Rodrigo Moreno le interesó siempre el empleo del tiempo de los otros: un guardaespaldas cuya vida depende de los actos de otro (El custodio), un joven entregado al ocio tras una ruptura sentimental (Un mundo misterioso), y ahora el tiempo de Ramona, una empleada doméstica. La mirada en este caso es más compleja, pues delimita una pregunta: ¿cómo filma un director de cine a un personaje que no pertenece a su clase social? De manera inesperada, una vez que todo parece circunscribirse a seguir sistemáticamente los desplazamientos de Ramona, Moreno introduce a los suyos, los dueños de los departamentos adonde va Ramona están vinculados a las ciencias sociales, lo que habilita un par de lecturas extensas de El Capital, sin que la letra leída ilustre el movimiento y el trabajo de Ramona. Los dueños leen sobre la plusvalía, pero no necesariamente por eso la pueden detectar a su alrededor. Disyunción entre el saber y el ver. Los personajes conocen a Marx, pero el conocimiento no implica una modificación de su mirada, de lo que se predica no solamente el apodo de Ramona, sino también la inconsciencia ostensible respecto de la propia división del trabajo que despunta en el orden doméstico. La puesta en escena sugiere que Moreno sí reconoce el problema de sus representantes de clase sin dejar de ser él parte del mismo. Los planos no son azarosos, tampoco la interacción entre los personajes. No hay que olvidar que la falta de palabra y rabia son el correlato invertido del encanto y la elegancia de la protagonista. Réimon no propone por fuera de lo que muestra la reconciliación de clases y ninguna microutopía del encuentro entre los diferentes. Casi sin proponérselo, esta nueva película de Rodrigo Moreno detecta una forma de enajenación en la que la adaptación (estética) acalla todo atisbo de surgimiento de una conciencia política en esa mujer hermosa que transita con un sombrero las calles de Buenos Aires. He aquí el límite estético de lo político.
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