Nostalgia y tradición Vanit llegó a la Argentina en el año 1979, tenía 16 años, mucho miedo y nada por perder. Habiéndose escapado de Laos, cruzando el río que da nombre al film y llegando a Tailandia, el joven fue parte de una estrategia del gobierno de facto de Videla para “limpiar” su imagen trayendo a familias de Asia, albergándolas y dándoles trabajo y vivienda. Pero al ingresar al país, estos refugiados, incluido Vanit, se dieron cuenta que las promesas no se iban a cumplir, y del total de migrantes que originalmente llegarían desde Vietnam, Camboya y otros territorios de esas latitudes, las 293 personas arribadas debieron armar su propio camino sin el amparo prometido, y mucho menos, parte de las cosas ofrecidas. Vanit avanzó por su propia cuenta, primero localizándose en La Pampa, luego en Misiones, más tarde en el Sur, y luego nuevamente en Misiones, con eternas crisis económicas que fueron condicionando sus progresos, y en ese condicionamiento, el aferrarse a sus recuerdos y mantener vivas sus tradiciones fueron la parte fundamental, y necesaria, para continuar con esperanza. Vanit es sólo una parte de ese grupo, en el que también está su familia y otros refugiados y sus descendientes, los que configuraron un espacio de resistencia y tradición alejados de sus lugares de orígenes. Leonel D’Agostino y Laura Ortego acompañan a Vanit en su adultez, junto a su familia, ahora instalados en Chascomús, y con la convicción de mantener vivos los recuerdos sobre algunas viejas costumbres que le permiten potenciar su memoria, pero también, lo hacen bucear en el pasado para comprender cómo un capricho, por parte del gobierno militar, cambió la vida de un grupo de personas en nuestro país. Mezclando la entrevista tradicional (3/4 hacia cámara), la narración en off, las imágenes de archivo y la expectación sobre la familia, Río Mekong (2017) organiza un fresco sobre la comunidad laosinana en Argentina, su búsqueda de progreso, su lucha, y la pasión con la que perpetuaron en el país algo más que un recuerdo. Río Mekong habla de la lucha y el esfuerzo sobre la nostalgia, de cómo, sin nada, hombres y mujeres trazaron su propio camino. Así, por ejemplo, podremos ver cómo una de las hijas de Vanit, Nicole, occidental por cierto, con costumbres locales y otras milenarias (como el baile), participará de un festival de colectividades en el que intentará coronarse como reina, a pesar de lo banal del certamen. Vanit hace lobby para que su hija gane, atraviesa discursivamente a cada uno que se encuentra, porque en el fondo sabe que para seguir manteniendo vivo el recuerdo de su pasado, es esencial comenzar a conquistar el presente desde otro lugar. Y en el contraste entre Vanit y Nicole, se marca el paso del tiempo, y la mezcla entre una cultura que vive del pasado y otra que se amalgama y convive con muchas tradiciones sin pensar en que en la alteridad configurada se percibe un nuevo orden cultural. Río Mekong va más allá de la anécdota, logrando potenciar su arranque a partir del carisma de los protagonistas, a los que “exprime”, en el buen sentido de la palabra, para hablar de la identidad, el desarraigo, el dolor, la mentira, pero sobre todo, de la fuerza del hombre para reinsertarse, renacer, cual ave fénix, y comenzar de cero un nuevo camino a pesar de todo.
“Río Mekong”, Laura Ortego y Leonel D’Agostino Por Gustavo Castagna El hecho histórico se cruza con la actualidad: de eso trata Río Mekong, documental de Ortego y D’Agostino que refiere a los refugiados laosianos y camboyanos que llegaron al país en 1979 por gestión de Naciones Unidos. El centro del relato, en tanto, es Vanit Ritchanaporn que cruzó el río del título para huir de la guerra civil en Laos. Desde ahí, yendo de lo general hacia aquello particular, el trabajo profundiza las rutinas y supervivencias de laosianos en Chascomús (allí está anclada la comunidad más numerosa de Latinoamérica) y Misiones, escarbando en los recuerdos – las imágenes de archivo son potentes – y en una actualidad donde se entremezcla el desarraigo, el descubrimiento de una nueva sociedad, la labor cotidiana, el clan familiar, las relaciones con otros refugiados de aquellos paisajes tan lejanos. En ese punto, la hora de duración del documental favorece al ritmo interno de la narración: los testimonios son los necesarios y nunca excesivos, las rutinas laborales son exhibidas con el tempo justo y necesario y el ida y vuelta entre el pasado y el presente converge a favorecer el resultado final del relato. Una idea que moviliza internamente al documental es que Vanit formó una numerosa familia y cada uno de sus integrantes tiene su espacio, breve y concreto. Pero están, como si fueran un coro secundario pero importante, cada uno en lo suyo, matizando un discurso diferente al de aquel sobreviviente del desastre. RÍO MEKONG Rio Mekong. Argentina, 2017. Dirección y guión: Laura Ortego y Leonel D’Agostino. Producción: Déborah Fiore, Nicolás Batlle y Leonel D’Agostino. Fotografía: Gustavo Schiaffino. Registros: Gustavo Tarrio y Laura Ortego. Edición: Misael Bustos. Diseño de sonido: Omar Mustafá. Música: Sebastián Coll. Duración: 62 minutos.
Un joven que escapó de su Laos natal y busca insertarse en una comunidad de compatriotas cerca de Chascomús. Esta pequeña película narra la historia de un joven que escapó de su Laos natal y busca insertarse en una comunidad de compatriotas cerca de Chascomús. Tiene ese elemento que hace que nos gusten los documentales: el descubrimiento en el entorno cotidiano de algo extraordinario. Y tiene también esa descripción de nuestra cotidianidad desde el punto de vista extraño que logra transformarlo en otra cosa. El cuento en sí es muy bueno, el contexto en que se desarrolla lo vuelve más interesante aún.
Vanit Ritchanaporn escapó de Laos nadando en las aguas del río Mekong. Luego del conflicto bélico de Vietnam y con su país en guerra civil buscó un refugio pacífico. Llegó a la Argentina en 1979 y tuvo que forjarse su destino con poca ayuda. Este documental cuenta su derrotero por distintos lugares del país hasta llegar a Chascomús, donde se instaló con su familia. Allí vive la comunidad laosiana que mantiene vivas sus tradiciones. Conciso y técnicamente impecable, el film da cuenta de los efectos del desarraigo y del tesón para enfrentarlo de un auténtico héroe anónimo.
Es un documental dirigido por Laura Ortego y Leonel D Agostino. La película se centra en la historia de Vanit Ritchanaporn, quien a los 16 años cruzo ese conocido río para huir de la guerra civil en su Laos natal y refugiarse en Tailandia. Luego llegó a nuestro país, en los años de plomo, cuando los militares, a instancias de las Naciones Unidas, y para lavar la imagen internacional, aceptaron a estos refugiados, para luego abandonarlos a su suerte. Hoy ese hombre vive con su familia en Chascomús y preside la comunidad laosiana más grande de la provincia de Buenos Aires. Con una gran producción y una profunda comprensión sobre el mundo de un inmigrante que quiere recuperar la nostalgia, tender puentes culturales, preservar las tradiciones, en especial cuando son tomados como exóticos, por el resto de la población con otras raíces étnicas. Un más que interesante recorrido por una realidad poco conocida.
Laos está en Indochina, en el Sudeste Asiático. Luego de su independencia sufrió una guerra civil finalizada en 1976 y la posterior presencia comunista a través del movimiento político conocido como Pathet Lao. La guerra civil hizo huir a muchos de sus ciudadanos, entre ellos un chico de 16 años, Vanit Ritchanaporn, que con su primo, hace más de 35 años cruzó el río Mekong para luego formar parte de los cientos de refugiados en campos de trabajo de Tailandia. Una familia en ese campo le habló de la Argentina y con ellos llegó en 1979, ayudado por Naciones Unidas. Laura Ortego, fotógrafa, y Leonel D"Agostino, guionista ("El rascacielo latino"), recogen su testimonio en este documental. Ritchanaporn, hoy asentado con su familia en Chascomús, preside la comunidad laosiana más grande de la provincia de Buenos Aires. Testimonios del inmigrante laosiano, que pasó en distintos momentos de su vida por La Pampa, Misiones, Río Negro, Pergamino, hasta llegar a Chascomús, siempre arrastrado por la búsqueda de trabajo, conviven con fragmentos de documentales de la guerra en Laos y diarios que hablan de los grupos de laosianos, vietnamitas y camboyanos que recibió nuestro país. En un presente centrado en la Fiesta del Inmigrante, donde distintas colectividades testimonian su cultura en la feria del lugar, diversas comunidades conviven y recuerdan sus raíces, pero ya con mucho de nuestra cultura. Dejan atrás años difíciles, problemas de adaptación, quejas que se recuerdan ante ciertos compromisos no cumplidos por el país que obligaron a protestas, pero siempre en un clima de convivencia en el que Vanit formó su familia. Ritchanaporn y sus "paisanos" ahora tienen su templo y un monumento en desarrollo de Buda que promete ser el más importante de América latina.
Con la genuina emoción de lo real La historia de un inmigrante laosiano que se vio obligado a cambiar una selva y un río asiáticos por un paisaje similar en Misiones. Los sonidos característicos de la selva, con sus pájaros e insectos en incansable actividad, y los de un río cercano se escuchan claramente en la pista de audio, mientras una serie de imágenes de la frondosa vegetación ocupa la pantalla. De pronto, un hombre se sumerge en las aguas y nada mansamente, sin aparentes preocupaciones, mientras observa el horizonte, que se mantiene en estricto fuera de campo. Se trata de Vanit Ritchanaporn, nacido en un pueblo rural de Laos hace poco menos de sesenta años. Pero el río que lo envuelve no es el Mekong, sino uno mucho más cercano al espectador, en la provincia de Misiones. Esa información llegará cerca del final de Río Mekong, el documental de Leonel D’Agostino (experimentado guionista de cine y tv) y Laura Ortego que describe, en sucintos sesenta minutos, toda una vida: la de aquellos que lograron conformar una comunidad de inmigrantes en la ciudad de Chascomús, junto a sus hijos y nietos. Algo así como un nuevo capítulo de ese país que no miramos pero que suele estar bien cerca, mucho más de lo que se cree. A los dieciséis años, Vanit Ritchanaporn cruzó a nado otro río, aunque las circunstancias fueron muy diferentes: cansado de las condiciones de vida en su tierra natal, decidió escapar hacia la vecina Tailandia en busca de un futuro mejor. Del otro lado lo esperaba un año de hacinamiento en un campo de refugiados de las Naciones Unidas y un inesperado destino final, la Argentina, una tierra completamente desconocida, lejana, exótica. Si bien la Guerra de Vietnam es la más conocida de las ramificaciones bélicas de un sudeste asiático en estado constante de guerra civil desde finales de la Segunda Guerra Mundial y la caída del régimen colonialista, los laosianos sufrieron sus buenas dosis de violencia a manos de ambos bandos, el comunista Pathet Lao (apoyado por el vecino Frente Nacional de Liberación de Vietnam) y los soldados del ejército real laosiano, asistidos por los Estados Unidos. Una escueta placa al comienzo de la película provee algo de información al respecto, aclarando además que el gobierno militar argentino decidió acoger a 293 familias laosianas en 1979, en un “intento de contrarrestar las denuncias por violaciones a los derechos humanos”. Casi cuatro décadas más tarde, el protagonista de esa historia –culturalmente enraizado en la Argentina, campechano y entrador, pero al mismo tiempo hijo de su tierra natal– narra las vicisitudes del radical cambio de vida, las dificultades de los primeros años (las promesas del gobierno y sus ofertas de una parcela de tierra para cultivar nunca se cumplieron) y la gradual instalación de pequeñas comunidades laosianas en las provincias de Buenos Aires y Misiones. Es una historia personal y colectiva, que D’Agostino y Ortego recrean en pantalla a partir de recuerdos y anécdotas y de las actividades actuales de su personaje/sujeto: la realización de una fiesta de las colectividades en Chascomús, el registro de la vida cotidiana de sus hijas (primera generación de hablantes del idioma español sin ninguna clase de acento), una reunión de inmigrantes de Laos en Misiones, karaoke y cumbia incluidas. Sobre el final, los directores incluyen imágenes tomadas por el propio Ritchanaporn algunos años antes de la realización del film, en ocasión de la primera visita del protagonista a su país natal desde aquel temerario escape que cambió su vida. En español, el visitante graba con su cámara hogareña a una anciana, sentada delante de una colección de budas dorados, que mira al improvisado camarógrafo algo azorada, como si no entendiera del todo lo que está ocurriendo. “Esta es mi mamá”, se lo escucha decir, y el cine documental vuelve a hacer gala de una de sus incomparable armas: la emoción de lo real.
Hay gente tan sencilla que nadie imagina la vida de novela que ha llevado. Siendo adolescente, Vanit Ritchanapor conoció los ecos de la guerra y el avance de las tropas comunistas en su aldea laosiana, vio demasiados cadáveres flotando por el río, y una noche, sin poder avisarle a su familia, y a riesgo de ser muerto, se animó a cruzarlo nadando hacia Tailandia, un río ancho, correntoso, vigilado. Ese fue apenas el comienzo de su aventura. Cómo llegó a la otra orilla, y más tarde cómo llegó al otro lado del mundo, con el nombre cambiado e integrando una falsa familia, y cómo tuvo que empezar y volver a empezar tantas veces en este país de crisis periódicas, y aún así pudo sentar plaza, formar familia, sentirse tan argentino como sus hijos, y reencontrarse al fin con su madre, ya viejita, todo eso, y algo más, cuenta este documental, el primero que se estrena sobre los inmigrantes laosianos en esta tierra. El hombre va contando su historia, no necesariamente en orden cronológico, mientras vemos sus trabajos cotidianos, la Fiesta del Inmigrante en Chascomús, que él conduce, y la ceremonia religiosa en las afueras de Posadas, donde sus paisanos están haciendo una enorme estatua de Buda, acaso la más grande del Cono Sur. Así también habrán levantado sus iglesias nuestros abuelos, al mismo tiempo que forjaban un país. Autores, Laura Ortego, fotógrafa profesional, y Leonel D’Agostino, guionista de buenas películas y miniseries, ambos egresados de la Enerc, la escuela pública del Incaa, siempre en peligro de reducción.
El desarraigo obligado, la búsqueda de una mejor vida y la decisión de arriesgarse nos trae a un personaje destacado en la provincia de Misiones. Laos está demasiado lejos y aquella guerra que llevó a cientos de familias refugiadas hacia una nación gobernada por una dictadura, la Argentina de 1979, es sólo un mal recuerdo. “Río Mejkong” está basada en la historia de vida de Vanit, un inmigrante laosiano (Indochina), quien logró conformar una comunidad de inmigrantes en la ciudad de Chascomús, junto a hijos y nietos. Un documental bajo la dirección de Leonel D’Agostino y Laura Ortego. A los 16 años, Vanit cruzó a nado el Río Mekong para escapar de la guerra civil en su Laos natal tras la Guerra de Vietnam. Hoy busca arraigarse en las afueras de Chascomús, en un lugar precedido por la comunidad laosiana más grande de la provincia de Buenos Aires. Cansado de las condiciones de vida en su tierra natal, Vanit Ritchanaporn dio vuelta el timón de su vida y llegó a la Argentina en 1979, comenzando a forjar su destino, el relato en primera persona no necesariamente va en orden cronológico, muestra las dificultades de los primeros años, en que las promesas del gobierno y sus acuerdos de otorgar un pedazo de tierra para cultivar, no se cumplieron, cómo la crisis económica lo llevó a diferentes puntos de nuestro país, hasta asentarse definitivamente. Misiones es el lugar que definió al llegar, sintiéndolo como su propio país, pero hoy en Chascomús es donde trata de mantener el legado cultural para dejarles a sus hijos. Fiestas propias y su lenguaje natal. El hilo conductor con los personajes para mantener la narrativa no tiene el éxito que se espera en cuanto a lo emocional y genuino, por lo contrario su desarrollo es tedioso, de a momentos confuso, sin saber en definitiva hacia dónde va en sí su enfoque. El ritmo es lento, no posee impacto, pero podemos destacar los escenarios y su frondosa vegetación. Buenos planos generales, así como secuencias adicionales de material histórico que le aporta un poco de fluidez visual. Sobre el final, los directores incluyen imágenes tomadas por el propio Ritchanaporn algunos años antes de la realización del film, en ocasión de la primera visita del protagonista a su país natal desde aquel temerario escape que cambió su vida. En síntesis, a pesar de la intervención de las Naciones Unidas respecto a esos años que llegaron como refugiados y de promesas que nunca se cumplieron, supieron abrirse paso para ganarse el pan, organizando huertas, cultivando, haciendo reflexología; trataron de insertarse desde el trabajo. Con paciencia, tolerancia, persistencia lograron crear una buena calidad de vida mintiendo viva siempre sus tradiciones y raíces.
Entonces navegar se hace preciso. Río Mekong, trata acerca de los refugiados laosianos y camboyanos que llegaron a nuestro país en 1979 gracias a Naciones Unidas, intervinientes en aquel convulso episodio de la guerra civil en Laos. Y en la voz de miles de refugiados se refleja el testimonio de Vanit Ritchanaporn, por entonces un fugitivo entre cientos, cuando era apenas un adolescente. El gesto de cobijo por parte del gobierno de turno (la sangrienta dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla) se interpreta más como un a puesta en escena culpógena en pos de lavar propias culpas en pleno terrorismo de estado, que como una sincera apertura a dar reparo a estas familias en pleno conflicto armado. Hoy en día, en la localidad bonaerense de Chascomús, sobrevive la comunidad laosiana más numerosa de Latinoamérica. Es inevitable escuchar esos testimonios y sentir en carne propia el desarraigo que lleva a descubrir a través de estos seres una nueva realidad, un nuevo insertarse en la sociedad y también una forma de vincularse con sus pares aquí. De esta manera, pasado y presente dialogan conformando una pintura acerca de una coyuntura que moviliza a sus protagonistas, integrantes de una comunidad que ha aprendido a resignificar la pertenencia y su propio destino, a la fuerza. Relato pequeño y austero, Río Mekong se adivina como un descubrimiento auténtico de aquella realidad que desconocemos por completo. Se sabe, extraño resulta aquello que no nos resulta cotidiano. A fines de los ’70, casi 300 personas arribaron en aquel contingente y la gesta se volvió cuesta arriba cuando debieron formar su propio camino ante el desamparo gubernamental. En el caso de Vanit, su aventura constituyó un errante itinerario por diversas provincias argentinas (desde La Pampa a Misiones, y de allí hacia la Patagonia), donde el mantener vivo el recuerdo de las propias tradiciones funcionó como un talismán de supervivencia en este cotidiano resistir desde el exilio. El documental intercala entrevistas con narración en off e imágenes de archivo, en pos de rescatar la imagen de la lucha inclaudicable con el objetivo de afianzar un futuro digno. Es por este motivo que Rio Mekong no carece de nostalgia, basta observar las marcas culturales que conforman esas huellas desdibujadas. Intentar camuflarse bajo una nueva tesitura, en tiempos donde el vértigo de las ciudades lo devora todo, es la única forma de sostenerse entre tan vitales ausencias. Los realizadores Leonel D'Agostino, Laura Ortego encuentran en aquella anécdota colectiva de este grupo de inmigrantes que sufriera una huida injusta, una digna forma de dar voz a quienes no la tuvieron, haciéndose eco de un cine documental comprometido con lo social. El desarraigo de un héroe anónimo se conforma como el relato definitivo del naufragio de un hombre, a las puertas de su renacimiento desde los mismos cimientos para hacerse un propio nuevo mundo, lejos de su hogar. Allí donde se deja lo que se perdió, cuando no se quiere partir para no quebrar esa esencia interior, pero resulta instinto de salvación. Vanit refleja dicha quimera, cuando pertenecer se convierte en un lugar sin dirección, en donde buscar un sentido para seguir, porqué vivir.
Dentro de la ola de documentales presentados en la cartelera durante este año, sobre el cierre del 2018, se presenta “RIO MEKONG” de Laura Ortego y Leonel D’Agostino, que había sido oportunamente presentado como un Work in Progress en el Festival de Mar del Plata del año 2016. Este documental rescata la historia de Vanit Ritchanaporn quien a los 16 años escapó de la Guerra Civil en Laos –con posterioridad a la guerra de Vietnam-, cruzando a nado el Rio Mekong, que justamente da título a este trabajo. La dictadura militar en nuestro país, a fines de la década del ´70 mediante un programa que estaba enmarcado en una convocatoria de las Naciones Unidades, acoge a un grupo de laosianos, pero sin un plan específico. El gobierno militar de aquel momento lo hace más como para mejorar su imagen frente al mundo (acogieron a 293 familias laosianas como intento de contrarrestar las denuncias de violación de derechos humanos que pesaban en aquel momento sobre los principales titulares de Estado) que por tener realmente un verdadero plan que los contuviese como inmigrantes. Es así, que una vez llegados a nuestro país, quedan desperdigados en diferentes puntos y librados a su suerte, sumándose esto a la compleja situación que viven de por sí como inmigrantes, con idioma, costumbre, rituales y hasta comidas absolutamente diferentes. Hoy Vanit, el protagonista del documental de Ortego y D´Agostino, vive en Chascomús y preside una de las comunidades laosianas más grandes de la provincia de Buenos Aires, después de una importante lucha por mantener firme su identidad y no olvidar sus raíces. Tal como ya había sucedido en trabajos como “El Futuro Perfecto” de Nele Wohlatz o en el reciente “50 Chuseok” de Tamara Garateguy, el centro del documental es la construcción de una identidad propia, el sentido de pertenencia. Si bien lo popular y masivo de la inmigración en nuestro país y ese denominado “crisol de razas” hace que, en principio, el proceso inmigratorio parezca sencillo y socialmente aceptado, el centro de estas historias tiene como común denominador, una profunda sensación de tristeza y aborda lo complejo del desarraigo y la sensación de imposibilidad –en algún punto- de asumirse en algún territorio. Pareciera ser que una parte de los protagonistas de los mencionados trabajos, quedase para siempre atada a su país de origen, una parte del alma ha quedado allí, por más que el tiempo pase. Recientemente también se ha visto otro documental con una temática similar “Paraná-Mekong” de Ignacio Luccisano que relata las vivencias de otro grupo de inmigrantes laosianos, en este caso, en la provincia de Santa Fe. Por la proximidad cronológica y por la similitud –casi exactitud- temática, es imposible no establecer un paralelo entre ambos, difícil no comparar, aún sin quererlo, ambos documentales. En el caso de “RIO MEKONG” toma cierta distancia de los protagonistas y no conocemos como era más marcado en el caso de la familia protagonista de “Paraná-Mekong” algunas anécdotas familiares que nos permitan bucear más en los relatos y las historias de inmigración familiar o de algunas vivencias que, aunque sencillas, pintan de cuerpo entero las situaciones por las que tuvieron que atravesar en los primeros momentos de estadía en nuestro país. “RIO MEKONG” elige, por momentos, una mirada más desapegada de su personaje central y describe su cotidiano y su historia, construyéndola a partir de sus recuerdos, de sus actividades de hoy en día y de sueños que quedaron en el camino (como las tierras que el Gobierno le prometió para realizar cultivos y que nunca se ha cumplido). Así es como entonces se va armando un rompecabezas con las imágenes actuales, las de archivo y algunos testimonios. Sobre el final, un viaje a su territorio natal, a la geografía de su niñez, nos muestra esa eterna contradicción de la inmigración y el desarraigo, el no- territorio y sentirse tironeado por dos geografías al mismo tiempo.
UNA HISTORIA EXTRAORDINARIA Río Mekong, el documental de Laura Ortego y Leonel D’agostino, cuenta una de esas historias extraordinarias que sabe encontrar el género: la historia de Vanit Ritchanaporn, un ciudadano laosiano que, adolescente, llegó al país en 1979 escapando de los horrores de la guerra en su país, y luego de atravesar a nado el río del título. Vanit terminó habitando un campo de refugiados de Naciones Unidas, para encontrar destino en Argentina, y desde aquel entonces ha recorrido buena parte del mapa tratando de subsistir: actualmente reside en Chascomús, donde encontró su lugar en el mundo junto a la comunidad de laosianos más grande de la provincia de Buenos Aires. Río Mekong es, por tanto, una historia de vida y supervivencia, pero además también una síntesis de la experiencia del inmigrante y la forma en que trata de insertarse en otra cultura. Ortego y D’agostino abordan esta historia con herramientas simples: el documental dura apenas 60 minutos, los testimonios son precisos y el seguimiento a las tareas cotidianas de Vanit no se demora en devaneos formalistas. Río Mekong es un documental moderno, por la forma en que construye su narración, pero a la vez clásico, en la manera en que centraliza la información y se apoya sobre su protagonista. De hecho hay segmentos que fusionan las posibilidades expresivas de la película: Vanit recorre su historia personal aportando fotografías que dan cuenta de las diferentes ciudades en las que vivió, pero también del progresivo crecimiento de su familia. Pero lo definitivo es su asentamiento en Chascomús, la integración con esa comunidad y, fundamentalmente, el sostén de su propia cultura a partir de actividades sociales que acercan un modo de vida exótico para el argentino. No hay demasiado lugar para la lástima o la auto-compasión en Río Mekong, como no lo hay en la experiencia de aquel que escapó de algo terrible y tiene que hacerse un espacio y construir una vida. El optimismo leve con el que Vanit cuenta anécdotas no hace más que representar esa superficie acorazada del inmigrante, del que habita un lugar extraño y busca hacerlo propio. La única figura poética de un documental concreto y sintético es el río, que opera como recuerdo, como memoria líquida de la que obviamente el protagonista no puede deshacerse del todo. Ese caudal del Mekong que trae una y otra vez el recuerdo del pasado, seguramente duro pero también necesario en la reconstrucción personal. Los últimos minutos capturan la experiencia de Vanit en su tierra de origen, en el regreso a casa y en el encuentro emotivo con su madre. En esos pequeños momentos el documental, como género, demuestra su grandeza.
Dirigida por Laura Ortego y Leonel D’Agostino, y escrita por este último, Río Mekong es un documental que en sus 60 minutos narra la historia de quien de adolescente escapa de la guerra civil de su Laos natal, primero cruzando a nado el río que da título al film y luego viajando hacia Argentina a fines de los ’70 para encontrarlo en su actual cotidianidad. Vanit Ritchanaporn escapa de la guerra civil que azota a su país y para eso cruza nadando el río Mekong, dejando su tierra y a su familia atrás. En 1979, tras un acuerdo con la ONU, nuestro país se ofrece a recibir a refugiados provenientes del sudeste asiático y así llega a la Argentina. Después de que las cosas no se dieran como habían sido prometidas (luego de una maniobra con fines más políticos que solidarios), con el tiempo logra establecerse junto a otras familias de su mismo origen en Chascomús, donde hoy se encuentra la comunidad laosiana más numerosa de Latinoamérica. Río Mekong va siguiendo a Vanit en su cotidianidad, presentando su trabajo y su familia pero cediéndole mayor importancia y lugar a sus raíces, aquellas a las que no pudo regresar físicamente pero que están siempre con él, aun después de haber sido obligado a convertirse en otra persona al exigirle el cambio de nombre, lo primero que nos brinda identidad. La aparición más importante de otro personaje es el de su hija, una adolescente como el resto de sus amigas pero que en su casa habla laosiano y quien se convierte en reina de un festival de colectividades gracias a cierto arreglo que coordina su padre. La película comienza con una leyenda que nos sitúa en contexto, con el derrocamiento de la monarquía en Laos y el ofrecimiento de nuestro país para recibirlos. Luego adopta su tono, entre poético e intimista, siguiendo a su protagonista y enmarcado generalmente en la naturaleza de la que vive rodeado. Al principio también se cuelan unas pocas imágenes de archivo, las justas y necesarias. Entre entrevistas e imágenes observacionales que siguen de manera discreta a su protagonista, se termina de delinear este retrato. Esta primera película que dirigen tanto Laura Ortego (que es ante todo fotógrafa) y Leonel D’Agostino (guionista tanto de tv como de cine) cuenta con una hermosa fotografía, que sabe capturar a sus personajes y su entorno sin que uno se imponga al otro. En su breve y concisa duración logra narrar tanto la historia a contar como expresar aquello que queda sobrevolando: las sensaciones. En medio de ese retrato de la cotidianidad de ese personaje se van desplegando de manera sutil otras aristas, aquellas ancladas a la inmigración y el desarraigo.
El territorio en el que vivimos fue poblado por inmigrantes de distintas nacionalidades. De algunos países vinieron más, y de otros menos. También arribó gente de lugares exóticos, pocos conocidos o muy lejanos. Ese es el caso de Vanit Ritchanaporn, que nació en Laos, en tiempos muy difíciles, de guerra y que, junto a un primo, decidió huir de su patria a los 16 años, cruzar el Rio Mekong, que lo separa de Tailandia, a nado, y dejarse llevar por el destino. Eso fue permanecer en un centro de refugiados indochinos durante un año, hasta que una familia lo trajo a la Argentina, en 1979. Laura Ortego y Leonel D´Agostino filmaron éste documental para que, de algún modo, homenajear al protagonista de esta historia. Siguiéndolo a Chascomús, donde encontró su lugar en el mundo, junto a su familia, después de recorrer varias provincias en todos estos años. Además lo acompañan a Posadas, Misiones porque allí también vivió y tiene más familiares. La película describe la vida diaria del protagonista, lo que hace él y su familia, cómo están integrados a la comunidad, etc. De vez en cuando, cuenta, en partes, todo lo que le costó llegar a éste presente, pero con mucha calma, sin emociones, ni melancolía. Su infancia y adolescencia la dejó rápidamente enterrada en Laos y se convirtió en un adulto a la fuerza. Para reforzar la narración los directores, en escasas ocasiones, insertan archivos fílmicos, tanto en blanco y negro como en color, de los sucesos ocurridos en esa zona asiática. También podemos observar recortes de diarios argentinos de 1979haciendo referencia a los inmigrantes laosianos. Todo es muy descriptivo, mucho más televisivo que cinematográfico. Demasiado liviano y edulcorado. Si los que idearon y produjeron éste film consideraron que tratar este caso era merecedor de realizar un documental, le erraron desde el planteo generando una película desabrida.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.