Este es el tercer film del director Pierre Morel, un viejo colaborador de Luc Besson, que sorprendió con sus anteriores buenos trabajos "Banlieue 13" (película que comente hace algunas semanas) y la exitosa "Taken" con Liam Neeson. Acá continúa en el genero de acción, dirigiendo nuevamente una historia escrita por Besson. Luc Besson se dedica a producir este cine de acción exagerado para muchos seguidores que disfrutan este estilo de entretenimiento. Por mi parte, si voy a dedicar una hora y media para verla, me cuesta dejar de lado una mala historia y solo disfrutar las escenas de acción. Se repite la vieja rutina de agente bueno/agente malo que deben trabajar juntos aunque no se llevan bien, pero luego se conocen y todo cambia. Ellos deben detener a un grupo terrorista con un infiltrado en el lugar menos pensado y no hay mucho mas que eso. Pero como es corta (poco mas de hora y veinte), es suficiente historia para mostrar buenos momentos de acción que es el fuerte de este director, como ya se ha visto en sus anteriores trabajos. La gran diferencia con su anterior película "Taken" es que allí tenía un protagonista como Liam Neeson que, además de buen actor, sorprendía en el rol de héroe de acción. Acá tenemos a John Travolta con un look distinto (pelado y barba), haciendo otra de sus interpretaciones sobreactuadas y tirando varias frases ridículas, entre ellas una que hace referencia a su personaje de "Pulp Fiction". Tampoco hace muchas de sus tomas de acción, en donde se distingue claramente el uso del doble de riesgo. Su compañero es interpretado por Jonathan Rhys Meyers ("Match Point", "The Tudors"), imitando mal un acento norteamericano. Una mas de estas en donde lo único que entretiene es la acción.
Esta película parece ser, desde su título, una tardía declaración de principios de Luc Besson, curiosamente no firmada por él (al menos en la dirección, aunque la historia es de su autoría y ha oficiado de productor de la cinta). En veinte años de carrera se ha esforzado por realizar un cine francés a la americana, con importantes incursiones en el cine acción y en el de ciencia ficción, y en el último tiempo hasta se atrevió a probarse como director en una saga de animación (la que comenzó con Arthur y los Minimoys), y lejos de limitarse a la dirección, ha intervenido como productor y guionista en innumerable cantidad de producciones europeas de género, dejando su sello distintivo en prácticamente todas. Esta huella se nota en From Paris with love, film con actores americanos, un signo típico de la marca Bessoniana (no confundir con Bressoniana), que coquetea con el absurdo característico de algunas películas de acción, particularmente de las “buddy movies”, aunque bastante atenuado por el trabajo en la dirección de Pierre Morel (Venganza), un cineasta que, a diferencia de Besson, posee más oficio que talento. La introducción anticipa un thriller de espionaje clásico, hasta que aparece en pantalla John Travolta, que en este film se muestra furiosamente desatado, capaz de cualquier cosa. Gracias a la acción de Charlie Wax, su personaje, la película pasa del mundo de los espías al narcotráfico, y del narcotráfico al terrorismo, como si todo eso pudiese caber en una sola película. From Paris… logra soportar todas estas líneas sin que el argumento se desmadre. Por supuesto, siempre y cuando se la tome como lo que es, un entretenimiento absolutamente liviano. Si intentamos dilucidar las razones del comportamiento de algunos personajes, o el sentido de algunos giros narrativos, ahí sí podemos encontrarnos con un producto sin pies ni cabeza. Eso sí, capaz de transitar feliz por los caminos del desquicio, un camino que le sienta bien a este Travolta, quien llega a citar en algún pasaje de la película a su famoso Vincent Vega de Pulp Fiction. No sucede lo mismo con Jonathan Rhys Meyers, lejos todo atisbo siniestro o ambiguo, algo habitual en sus roles más convincentes. Aquí llega a dar en la tecla cuando el guión le demanda transitar por caminos similares al de Charlie Wax, como en la escena en la que lo vemos completamente drogado. El personaje medianamente ingenuo que se ve en el resto de la película no rescata lo mejor de su estilo interpretativo. From Paris… posee una buena cuota de delirio, que en manos de Besson podría haber sido mejor explotada. Por lo demás, el film intenta imitar algunos tics del cine de acción americano (el título alude directamente a una vieja entrega de Bond, lo que supuestamente ubica a esta película como una más en el nutrido cine de espías), y en algo de ello acierta, quedándose obviamente en la mera imitación, el resultado final está demasiado lejos de las películas que le han servido de referencia. From Paris… se desarrolla como un torbellino veloz, en poco tiempo intenta arrasar con todo, pero lo consigue a medias, y al terminar la película poco rastro significativo queda de aquel supuesto torbellino. ¿Adónde quedó París y el amor? Sólo Besson y Morel saben la respuesta, por lo que se ve, no la han sabido dar al público.
Cuando Francia copia (mal) a Hollywood Como thriller de espías con traiciones cruzadas, secretos diplomáticos, narcotraficantes asiáticos, terroristas árabes y mujeres fatales, Sangre y amor en París es un subproducto muy poco convincente. Como comedia de compinches (buddy-movie en la jerga cinematográfica), este proyecto ideado por el francés Luc Besson y protagonizada por John Travolta y Jonathan Rhys-Meyers es poco graciosa y nada sorprendente. La "química" humorística entre ambos es casi nula. A partir de una fórmula trillada (uno puede adivinar todo lo que vendrá a los pocos minutos y encima las resoluciones son "de manual"), de diálogos escritos con copy & paste, con actuaciones deslucidas (el personaje "cool" de Travolta es lo menos cool que se ha visto en mucho tiempo), con escenas de acción tan profesionalmente concretadas por Pierre Morel (Búsqueda implacable/Taken) como intrascendentes en su resultado, Sangre y amor en París -más allá sus torpes referencias a La conversación, Bullit o Contacto en Francia- es como una mediocre película hollywoodense... hecha en Francia y con dinero del todopoderoso (y poco creativo) Besson. No hay nada para destacar en este film menor, efímero y, por lo tanto, rápidamente olvidable.
Reciclando grandes exitos Con el sello inconfundible de Luc Besson, Sangre y Amor en Paris (From Paris with Love, 2009) es una divertida propuesta de súper acción con el inefable John Travolta al frente del relato, esta vez en la piel de un justiciero, irreverente e incansable agente secreto. Dos compañeros encubiertos de la agencia secreta (el otro agente encarnado por Jonathan Rhys-Meyeres), diametralmente opuestos se ven envueltos en una misión para salvar a Paris de un atentado terrorista. Disparos, explosiones y carreras en auto por doquier serán la constante a lo largo del film. La propuesta es acción dura y ritmo frenético, a la manera de un rock heavy metal que suena bien potente en nuestros oídos. El realizador francés, ahora en su rol de productor, desde hace un tiempo ha prestado un incipiente interés hacia el cine de acción tan compulsivo como irregular, así lo muestran títulos de su autoría y producción como Danny the Dog (2005) y Revolver (2005). Con suficientes pergaminos Luc Besson –un Jerry Bruckhemier a la francesa- ha demostrado que el cine galo puede hacer películas de acción dignas de competir con los tanques yanquis mas promocionados. Esta nueva incursión pochoclera que amalgama lo más comercial del género de acción americano, será incuestionable a nivel industrial como producto, y sigue la línea de Búsqueda Implacable (Taken, 2009) el anterior film de Pierre Morel. En un genero cargado de nervio, movilidad y despliegue no desentona la labor de Pierre Morel, un autor que ya navega con soltura las transitadas aguas de una temática inagotable y con una fuerte dependencia en la imagen. En su lenguaje visual el film posee el fuego sagrado de Besson quien aun en contadas dosis sabe dotar a sus historias de la irreverencia y el estallido necesarios para ser efectivo e inteligente con relativamente poco en términos narrativos. Con indudables referencias al cine de acción norteamericano clásico, mas precisamente, al de las buddy movies que eternizara la saga de Arma Mortal el film se inspira en los máximos exponentes del genero en Hollywood de los ’90 y sus héroes inoxidables e indestructibles. Un formato fílmico que le sienta muy bien, incluso cuando se burla de cierto orden mundial establecido pese a cierta simplificación de la realidad. Casi como una sucedánea del espíritu violento de Tiempos Violentos (Pulp Ficition, 1994) y sus héroes transgresores, no en vano el personaje de Travolta es un guiño inequívoco al inolvidable Vincent Vega. El film no se toma en serio a si mismo y juega de forma constante con el absurdo, basta referenciar al titulo original para darnos cuenta que estamos en un guiño mas que evidente a James Bond y su Desde Rusia con Amor (From Russia with Love, 1963). Sin querer resultar políticamente correcto ni adosar en su bagaje falsas moralinas que nada tienen que ver con un espectáculo visual puro, esta incansable aventura urbana se propone –y cumple- arrasar con lo que se tenga adelante y se convierta en una amenaza. Este apettite for destruction forma parte de la naturaleza anárquica que el film construye, casi como una fuga mental que invita al entretenimiento exclusivo. Sobran algunas escenas de una comicidad innecesarias, o un desatinado personaje femenino que resulta por demás anticipable. Pese a sus limitaciones argumentales y coquetear con lo risible en los límites de la exageración, la acción no dará respiro. Y así la diversión estará garantizada.
Acción x Acción Titulo en castellano que resume a la perfección un film que retoma los rasgos fundamentales de un género que signó la producción Hollywoodense de finales de los 80 a mediados de los 90 siendo su mas fiel exponente la exitosa Arma Mortal (1987) y su dupla explosiva Riggs y Murtaugh. Sangre y amor en Paris reutiliza casi todos los elementos de un cine que lleva la acción al límite invitando al puro y exclusivo entretenimiento, donde prima la espectacularidad de las imágenes y la puesta en escena con grandes persecuciones, accidentes espectaculares, luchas cuerpo a cuerpo, tiroteos y explosiones por doquier; donde la trama es anecdótica y se destacan un conjunto reducido de clichés entre los que suele estar la infaltable dupla de policías compuesta por un experto/novato y el políticamente correcto y su contrapuesto. El director Pierre Morel (Venganza, 2008) y Luc Besson, aquí como productor, quien sabe dotar a sus historias de la irreverencia y el estallido necesarios para ser efectivo e inteligente con relativamente poco en términos narrativos, se valen de todos estos elementos y cierta dosis de sátira para construir un film en el que dos agentes secretos americanos totalmente opuestos se ven envueltos en una misión para salvar a Paris de un atentado terrorista. A juzgar por su secuencia de créditos inicial en la que una música anempatica anticipa al espectador que algo que no esperamos ocurrirá en la calmada y glamorosa Paris, Sangre y amor en Paris podría ser una gran película de acción. Pero lejos esta de aquellas producciones de Besson como Niñita (1990), El profesional (1994) también conocida como El Perfecto Asesino con Jean Reno, Gary Oldman y Natalie Portman en su primer papel cinematográfico, en la que la acción complementaba perfectamente el argumento como al fondo psicológico que presentan sus personajes; y por que no la costosa producción de ciencia ficción El quinto elemento (1997), con Bruce Willis y Milla Jovovich. John Travolta no tiene ni el peso ni la presencia de aquel actor fetiche de Besson y emblema del cine francés, que es Jean Reno, y las pocas escenas de persecución por las calles y túneles de París (raro para ser un film de Luc Besson) no son suficientes para explotar dicho recurso como lo hiciera la excepcional Ronin (1998), dirigida por John Frankenheimer, escrita por David Mamet y protagonizada por Robert De Niro y Jean Reno. Sangre y amor en Paris solo nos pasea por una sucesión de predecibles pero entretenidas secuencias de acción que tiene a John Travolta como protagonista principal matando todo lo que se interpone en su camino y Jonathan Rhys Meyers en el papel de su compañero políticamente correcto, dos actores que parecieran haberse divertido mas que trabajado. Los acompañan un reparto adicional que solo aparece dosificado con suma precisión para dar continuidad al relato, malvados estereotipados de nuestros días y algunas escenas absurdas e inverosímiles que por su duración no alcanzan a sacar al espectador de la trama y sirven a la sátira (véase la escena de Travolta y Meyers cargando con un espectacular jarrón de porcelana china lleno de cocaína en un ascensor rodeados de turistas y dándose ocasionales saques -según la jerga- de dicha sustancia), para burlarse no solo de ciertas convenciones sino del género mismo. Basta referenciar al titulo original From Paris With Love, para encontrar una cita más que evidente al film Desde Rusia con Amor (From Russia with Love, 1963), de James Bond. La incorrección política con que actúan estos personajes americanos en suelo Francés y el sentido del humor utilizado en ciertas escenas podrían vislumbrar cierta visión de sus creadores que marcarían una diferencia entre este film y aquellos que signaron el cine de acción de los 90. Pero el argumento no entrega más que ello. Su trama sencilla y las viejas ideas que se repiten solo conforman un relato previsible, conciso y entretenido que funciona como eficaz pasatiempo.
El personaje de Travolta luce fantástico desde lo estético, pero allí queda todo, promete mucho pero no pasa nada. La historia entretiene pero no deslumbra. Pero eso sí, si sos joven y es tu primer película de este estilo...
Arma mortal a la francesa John Travolta y Jonathan Rhys Meyers son compañeros tras narcotraficantes terroristas. Las películas que produce Luc Besson (director de Nikita y El perfecto asesino, en el siglo pasado) son más o menos todas iguales. Hay un personaje que habla poco, pero cuando lo hace se asegura de ser más sarcástico que amable. Por lo general, empuña un arma con cantidad ilimitada de balas y debe enfrentarse, casi siempre en soledad, con malvados malísimos que -como se los cuenta en decenas- no tienen ni una línea de diálogo. Ese protagonista en Sangre y amor en París es Wax, interpretado por un John Travolta rapado, chivita candado y algo regordete. Es el compañero de un más atildado y metódico asistente del embajador estadounidense en la Ciudad Luz (Jonathan Rhys Meyers), al que le adosan como chofer por las callecitas parisinas mientras él despacha narcotraficantes. Pero en verdad Wax y James Reece estarán tras un posible atentado terrorista que ocurrirá en unas horas. Bueno, con Wax despachando criminales en un restaurante, en la calle y por una autopista, difícil que ello suceda, pero nunca está dicha la última palabra. El título original (De París con amor) parafrasea a De Rusia con amor, clásico de Bond. De hecho, Wax no se parece ni en el blanco del ojo a Bond -lo único en común es que el agente del FBI debe tener licencia para matar-, pero a Besson le gustan esos guiños, como que al personaje de Travolta le gusten las hamburguesas con queso de McDonald's, en obvia alusión a su Vincent Vega de Tiempos violentos. El actor de Match Point no la pasa mal de entrada -su personaje tiene un bomboncito francés de novia, que se hace un vestido con una cortina-, pero luego como ésta es una buddy movie jugará de partenaire del papel de Travolta. Y ahí pierde notoriamente, no sólo porque los chistes salen de la bocota de John, sino porque es el personaje que se entera tarde de todo. También es cierto que la trama podría ser menos elemental (el chino que escapa de una matanza en vez de llamar por celular a su jefe va a su guarida, y así Wax lo persigue y encuentra), pero el ritmo no decae jamás y el entretenimiento para los pochocleros está asegurado.
Un agente de la CIA siembra el caos en París En París, el atildado y eficiente James Reece (Jonathan Rhys Meyers) se encarga de que nada le falte al embajador norteamericano: lleva su agenda, le cuenta los chismes del ambiente político, sostiene con él apasionantes partidas de ajedrez y además es discretísimo: nadie diría que bajo su disfraz de funcionario diplomático hay un aspirante a agente de la CIA. Es el asistente perfecto, pero seguramente necesitará alguna ayuda ahora que se viene una reunión cumbre y hay que extremar las medidas de seguridad. Eso piensan en Washington, y para eso le mandan a Charlie Wax, es decir, a John Travolta. Para eso, y para que haya película, porque todo el chiste resulta de oponer a la formalidad y la mesura de uno la extrema brutalidad del otro, un gorila pelado al rape, de aro metálico en la oreja, barbita teñida y carácter destemplado, que está acostumbrado a lidiar con gente peligrosa y que tiene un método muy drástico para deshacerse de los presuntos enemigos de la seguridad nacional: los quema a balazos antes de que puedan abrir la boca. Una vez armado el dúo de "héroes", sólo falta verlos actuar. Lo que quiere decir que llega el caos: la imagen se llena de fogonazos, estallidos, tiroteos, persecuciones, cocaína que llueve de techos perforados por las balas o se transporta en costosos jarrones de porcelana, cadáveres que tapizan los salones o caen por el hueco de las escaleras, chalecos forrados de explosivos, mafiosos chinos y terroristas camuflados bajo los rostros más inocentes. Mientras, Reece (hasta ahí tan modoso y tan enamorado de su hacendosa y comprensiva noviecita francesa) va copiando las mañas de su compinche y perdiendo los escrúpulos. Hay sangre y hay un poco de amor, como se ve, pero nada que deba tomarse en serio: la disparatada intriga concebida por Luc Besson sólo sirve de excusa para un festival de acción que Pierre Morel conduce un poco a la manera de los films de artes marciales, pero sin demasiada prolijidad. En la imparable serie de salvajadas que comete Travolta con el aire de quien está haciendo travesuras reside el módico interés de la película, que tiene por lo menos una ventaja: gracias a su acción vertiginosa, la proyección pasa pronto.
Para el espectador ocasional es una más. Para el fanático del cine de acción es un películón que se va a destacar entre las grandes propuestas del 2010 dentro de este estilo. Desde ese lugar va mi reseña. El que busque un análisis trivial y frío que siga a Catalina Dlugi. Pierre Morell es uno de los mejores discípulos de Luc Besson que más se destacó en el cine de acción en estos últimos años y su carrera es muy prometedora. Morell no hace estos filmes con vergüenza esperando la oportunidad para convertirse algún día en el nuevo Eric Rohmer. El tipo ama el género y pone toda la carne al asador en su trabajo. En el 2004 sobresalió con su excelente ópera prima Distrito 13, donde demostró que no es necesario trabajar con presupuestos multimillonarios para brindar una buena película de acción. Esa es la excusa de los inútiles. Después vino Búsqueda Implacable con un soberbio Liam Nesson que evocó los viejos filmes de Charles Bronson y Lee Marvin de la década del ´70. Con su nuevo trabajo encaró el género desde un lugar completamente distinto sin repetirse. Sangre y Amor en París es un interesante híbrido entre el cine asiático de los ´90 (representado principalmente por John Woo y Johnnie To) y el cine ochentoso hollywoodense de Stallone, Schwarzenegger y Chuck Norris. Salvo que no te guste la acción, es difícil que la pases mal con este film. El director se toma su tiempo al principio para presentar a los protagonistas, pero desde el momento en que aparece Travolta, con un personaje fabuloso, la película explota y no para hasta el final. También jugó mucho con la comedia pero sin pasarse de la raya y convertir al film en una Rush Hour. Así como en Búsqueda Implacable Morrel laburó con el estilo que tenían aquellos filmes en los años ´70, donde la violencia era más brutal y realista, en su nueva película las secuencias de acción son más grotescas y elaboradas. Creo que es una película que está más en sintonía con Matar o Morir con Clive Owen, otra de mis grandes favoritas de estos últimos años. En los primeros tiroteos, por ejemplo, se puede apreciar la clara influencia del cine de John Woo con movimientos de los actores más coreografiados y un mayor uso de la cámara lenta. Después entra en el terreno del cine ochentoso y es muy divertido porque lo ves a Travolta persiguiendo terroristas por una autopista con una bazooka al hombro en una secuencia totalmente desquiciada. Charlie Wax es el mejor personaje que interpretó en mucho tiempo y la verdad que me hizo reír mucho. Se nota en su actuación cuando ves la película que se divirtió realmente en el rodaje e hizo una buena pareja con Jonathan Rhys Meyers que viene de otro palo y está muy bien en este film. La historia no es gran cosa pero tampoco lo era Cobra de Stallone o Infierno Rojo con Arnold y la pasamos bárbaro en su momento. La escena donde los protagonistas cenan con dos chicas es tremenda y es el momento en donde más sobresale el trabajo actoral de Travolta y Meyers. Toda la tensión que se genera en esa escena está muy bien construida por el director Morell, quien no vuelve a defraudar. Una muy buena recomendación para los fanáticos del género y seguidores de Travolta.
Oh, la lá: tiros, líos y cosha golda Para el desvaído y hastiado agente de inteligencia James Reece (Jonathan Rhys Meyers) la rutina está a punto de cambiar. Destinado de manera eventual e inesperada a una misión de lucha contra el terrorismo, abandona su puesto laxo en la embajada norteamericana en Francia y se empareja con el muy peculiar agente Charlie Wax (John Travolta). Más allá de los sobresaltos con que se encuentra el novato al lado de semejante redneck de gatillo fácil, pronto quedará claro que la trama oculta detrás del caso que rastrean es más complicada de lo que parece, y estos "talentos" poco ortodoxos de Wax se revelarán útiles para salvar, ya no el mundo, sino el pellejo. Sí, sabemos que John Travolta es un tipo raro y que dos por tres se zarpa con una aberración como "Rebeldes con causa". Pero es bueno recordar que esa rareza también lo hace figurar, con mucha más soltura, en películas como esta que nos ocupa. No va a sorprendernos con algo más elaborado que el Vincent Vega de "Pulp Fiction", pero nos vamos a divertir un rato viéndolo desconcertar a Jonathan Rhys Meyers, una digna pareja en esta película de acción light. En cuestiones de género y con mucha más sutileza que tiros, se podría considerar a "Escondidos en Brujas" un antecedente posible de esta cinta, pero no está ni de lejos tan elaborada en lo argumental, sino que se ajusta a las más básicas fórmulas de las películas de duplas (Jackie Chan-Chris Rock, Nick Nolte-Eddie Murphy), aunque sin el componente interracial como el plus que exacerba las risas por parte del público. Sin demasiadas pretensiones, con un ritmo que no agota (cosa que sí nos pasa con el bueno de Jason Statham, por ejemplo) pero que es llevadero y entretenido, el director Pierre Morel desembarca en Hollywood con un retrato atípico del crimen en París. A la yankee, eso sí.
James Reece (Jonathan Rhys Meyers) es un empleado de la embajada de los Estados Unidos en Paris que lleva una vida perfecta, se va a casar con su novia (Smutniak) y recibe un ascenso. Pero trabajar con Charlie Wax (Travolta) en una misión, no es precisamente lo que el esperaba. Pierre Morel, un reconocido director de fotografía que ahora dirige (Búsqueda Implacable) se asocia con Luc Besson, ese genio detrás de las películas de acción francesas que se retiro de la silla de director y ahora se dedica a producir. El resultado de esta asociación es un filme que mezcla comedia y acción, con personajes extravagantes (al estilo Besson) en una Paris con una identidad distinta a la habitual. Primero lo primero, Sangre y Amor en Paris es Charlie Wax. John Travolta saca a relucir lo mejor de su repertorio -inclusive reciclando frases propias de filmes anteriores- para crear un personaje único. Si bien Wax responde a las necesidades de este género en cuanto a habilidades con las armas, y disparando comentarios sarcásticos entre balacera y balacera, la construcción que hace Travolta difiere en su totalidad con las características del héroe de acción de los últimos años; Charlie se divierte con lo que hace, y se toma todo con humor. Por otro lado esta Reece, que es básicamente lo opuesto, conservador, analítico, serio. Y en la unión se da esta pareja despareja, y una relación maestro-aprendiz. Una vez más, todos diremos “Eso ya lo vi”, y si, es cierto. Pero en conflicto no esta en lo desparejo de la pareja, ni hay un conflicto interno en Wax. Acá la acción pasa por ellos, pero la tensión esta en la vida personal de Reece, y eso no lo vimos. El film emprende búsqueda de sumarle algo distinto a un género desgastado que vive resucitando viejas glorias, que debe conformarse con el Frank Martin de El Transportador (también producida por Besson) como lo mejor de lo “nuevo” que se encuentra en la pantalla grande, y hace que nos replanteamos seriamente el título de la película de John McTiernan El Último Gran Héroe. Los resultados de ese emprendimiento puede que no sean los mejores -nadie va a decir que se trata de un clásico instantáneo del cine de acción- pero sin embargo entretiene, logra sacar alguna carcajada, y hay acción de la vieja escuela, con tiros y golpes, filmado por alguien que entiende a la vieja escuela. No hay cámara en mano que trata de imitar (sin éxito) a Greengrass, no hay movimientos rápidos que hacen que el espectador se pierda la mitad de la acción, no hay fx innecesarios. Vuelven los diálogos, vuelven los comentarios sarcásticos, vuelve el fuera de campo a las secuencias de acción, vuelve la femme fatale, vuelve el rol de la ciudad como personaje. Ahí radica el éxito y lo “fresco” que uno encuentra en la película. Por otro lado, no se animaron a más con la historia. Los fundamentalistas islámicos son los “rusos” de mitad de los 90s para acá, y es una lástima que el plano “ideológico” y la misma historia de “los buenos vs. los malos” se haga presente de una forma tan burda e innecesaria. Es una lástima que Caroline no haya tenido más tiempo en pantalla para desarrollar su personaje. Detalles que hacen ruido en la trama y no permiten disfrutar al 100% de una película que por momentos sorprende gratamente, y por momentos deja que desear.
Royale con queso Al ver una película como Sangre y Amor en París (From Paris with Love, 2010) uno no puede más que imaginarse a Luc Besson comentándole a Pierre Morel que “estaría bueno hacer una de espionaje descerebrada con John Travolta y Jonathan Rhys Meyers como dos locos que se la pasan reventando terroristas por ahí, eso sí… contratá vos a un guionista porque yo estoy muy ocupado”. De esta forma tenemos un producto escrito por el poco intuitivo Adi Hasak, un asalariado que respetó el designio de Besson aunque con un escaso desarrollo de personajes y sin grandes variaciones de enfrentamiento en enfrentamiento. Morel empezó su carrera como operador de cámara para rápidamente mutar a director de fotografía primero y realizador después. La simpática Distrito 13 (Banlieue 13, 2004) fue sobrepasada por Búsqueda Implacable (Taken, 2008), ambas firmadas por el propio Besson. Su tercer film demuestra ser el más flojo y cae varios puntos con respecto a aquella enérgica propuesta protagonizada por Liam Neeson y centrada en el tópico de la trata de blancas. Aquí los responsables máximos deciden privilegiar la vertiente cómica durante la mayoría del metraje, dejando apenas unos instantes de “gravedad” en el inicio y el final. Si a pesar de sus limitaciones el convite entretiene al espectador desprejuiciado y se deja ver sin demasiados inconvenientes, esto es mérito exclusivo del cineasta y los intérpretes. La agilidad narrativa, una correcta edición y la química existente entre John Travolta y Jonathan Rhys Meyers son ítems que hacen que este refrito de los tanques de súper acción de los ’80 sea por momentos bastante divertido. De hecho, el combo ofrece la cantidad justa de cadáveres como para pasarla bien bajo la condición de no andar intercalando refutaciones desubicadas en lo que se refiere a un verosímil de montaña rusa extrema. Desde ya que llegando el desenlace la sensación de vacío resulta patente y está perfecto que así sea: cada uno juzga en función de sus intereses particulares. Quizás con una progresión dramática uniforme, un mínimo concepto detrás, algún villano de peso y secuencias de combate más originales la cosa hubiese sido distinta y ahora estaríamos festejando otro producto redondo de la dupla (veremos qué ocurre con la próxima adaptación mainstream de Duna de Frank Herbert a cargo de Morel). Se agradece la cita a Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) en boca del mismo Travolta, ese fanatismo por la “royale con queso”…
Simplemente uno reconoce cuando está frente a un relato que salió de la cabeza de Luc Besson. El género de acción es lo suyo y no cabe duda que él sabe equilibrar en dosis justas el desarrollo de los personajes con las escenas de adrenalina. El relato simplemente fluye y el espectador queda prendado con las imágenes en rallenti mientras de fondo el volumen de las balas baja y el de la música de heavy metal asciende. Mérito de ello también es del director Pierre Morel (Búsqueda implacable, 2009). James Reese (Jonathan Rhys Meyers) es el asistente personal del embajador Bennuington en París (Richard Durden), pero también aspira a ser parte del servicio secreto, para quienes ha estado realizando algunas operaciones encubiertas aquí y allá. Su oportunidad llega cuando le piden que sea compañero de Charlie Wax (John Travolta), quien ha venido a eliminar a una célula de terroristas paquistaníes. El bueno de Reese es un hombre atildado, maestro de la sutileza, que nunca mató a nadie y que nunca, jamás realiza algo por fuera de la ley. El “malo” de Wax es un renegado informal, casado con su revólver y que mata en un promedio de hombre por hora. Sus métodos son eficaces y por eso es el mejor. Al mejor estilo de personajes como Duro de matar y Arma mortal, Wax se termina enterneciendo y Reese deberá endurecerse y poner a prueba su amor por su prometida Caroline (Kasia Smutniak). La historia es bastante predecible, pero lejos de convertirse en algo negativo, suma a esta producción. Quienes vayan a ver el film de Morel se van a encontrar con todos los códigos de un film del género de acción, con todos los elementos de Besson, con todos los gags de un Travolta post Pulp Fiction (incluso hay un pequeño chiste con la hamburguesa Royale with cheese), y con el porte de modelo de Rhys Meyers y su falso acento americano…
¿Por qué tan serio? Las dos figuras alrededor de las que giran las promociones de Sangre y amor en París (no era tan difícil respetar el título original, aunque De París con amor tampoco tiene mucho atractivo) son el de Pierre Morel, director de Búsqueda implacable, y el de Luc Besson, productor de El transportador, además de director de Azul profundo, Nikita y El perfecto asesino. El único nombre realmente interesante es el segundo, ya que a pesar de ser desparejo e incluso algo parecido a un mercenario cinematográfico, posee capacidad y noción de lo que debe entregar una película de acción. Durante su primera parte, el filme de Morel se muestra como un producto de acción decente. Se focaliza en una historia muy básica, prácticamente una buddy movie, en la que James Reece (Jonathan Rhys Meyers), un aspirante a agente de campo de la CIA en París, debe lidiar con Charlie Wax (John Travolta). Este último es el mejor en lo suyo, sólo que es capaz de arrasar con la mitad de la ciudad en pos de lograr su objetivo. En este caso, arrasar con una fuerza terrorista. Durante este tramo, las escenas de acción y pelea funcionan, y algunos chistes hasta causan gracia. El problema surge cuando el filme pretende ponerse en reflexivo, político y trágico, cuando el tono disparatado le estaba dando resultados. Si al inicio el protagonismo era de Travolta -como una reversión más hosca y ruda del transportador encarnado por Statham-, luego el centro de la trama pasa a ser el personaje de Jonathan Rhys Meyers y su relación de pareja, que sirven de excusa para un mensaje ideológico bien de derecha, al igual que en Taken. Si Arma mortal -por citar un ejemplo similar- podía hablar desde el drama porque la convivencia con la pérdida era una de las características principales de los personajes, en Sangre y amor en París esto se percibe como totalmente arbitrario, porque viene desde fuera del relato. Para colmo, luego de un desenlace de los hechos cursi, poco creíble e incoherente, From Paris with love pretende retornar al tono jocoso y despreocupado del comienzo, como si nada hubiera pasado en el medio. Pero ya no se puede, es prácticamente ofensivo para con el espectador. Esa doble moral es lo peor de un filme que, sin esta bipolaridad narrativa a lo sumo sería intrascendente.
Siempre nos quedaba París. Una sola frase, una sola línea de diálogo al principio de la película amenazaba con condensar y anticipar todo lo que podía venir después: un embajador norteamericano en París le pregunta a su ayudante si sabe con cuál de las dos secretarias se está acostando un ministro francés. El joven responde “con las dos, señor”; acto seguido, siendo la única persona en la habitación, el embajador espeta una línea para la cámara, como buscando la complicidad con el público: “¡Dios, amo a los franceses!”. En ese gesto tosco de cancherismo cinematográfico podía llegar a traslucirse una eventual visión del mundo nada original: París como un lugar exótico, en el que los franceses son amantes de profesión. Por suerte, ese comienzo no es más que un amague, y el director Pierre Morel rápidamente se encarga de dejar bien en claro que Sangre y amor en París mira a esa ciudad desde una óptica distinta, casi como operando un pintorequismo al revés: la torre Eiffel es mostrada en sus rincones menos explorados (hay una muchedumbre que desayuna de pie como en cualquier local de comida rápida), los suburbios parisinos más transitados son barrios pobres y peligrosos llenos de pibes chorros, asesinos, narcotraficantes y terroristas (si, hay todo eso), lugares frecuentemente exóticos para el cine (un restaurante chino, por ejemplo) son filmados de manera corriente como intentando despojar de su aura de misterio a ciertos territorios cinematográficos. De alguna forma, ese gusto por todo lo bajo y podrido de París lo inicia la llegada del exageradamente estereotípico Charlie Wax, agente norteamericano que parece venir a colonizar París con el cinismo y la ordinariez estadounidenses como sus armas más devastadoras. Si la mayoría de las actuaciones de la película son tibias y sin nervio, el Wax de Travolta, más allá de su ideología repelente, es un personaje casi antológico, enviado para destruir a patadas la corrección del género e instaurar su reinado soez, machista y con olor a hamburguesa de McDonalds. De todos los rasgos que Travolta le imprime a su Charlie Wax, probablemente el más impactante sea la forma de moverse: el agente estadounidense es grandote, torpe y bruto pero también ágil, habilidoso y preciso; de las escenas de acción, filmadas de manera confusa y a veces ininteligible, lo más interesante es el despliegue físico de Wax, espectáculo aparte que justifica la visión de tanto tiroteo horriblemente editado. Lecciones imperialistas. Pero la presencia de Wax es tan fuerte que la película se va a encandilar con su figura y va a empezar sospechosamente a darle siempre la razón, incluso cuando el agente le diga a su aprendiz (después de asesinar a una mujer a sangre fría de un tiro en la cabeza) que su novia y futura esposa es una terrorista internacional. No es que ese giro imprevisto no sea viable en el guión, pero lo que molesta es el mal sabor de boca que deja el cierre de esa escena (que podría traducirse en palabras así: “Wax tenía razón”). Regodearse en la muerte de los villanos es algo que se puede dejar pasar por su carácter de convención genérica, pero que la película elija ponerse del lado de Wax después de semejante asesinato (y se pone de su lado porque hace la vista gorda y nunca condena semejante hecho) es grave y debería ser el punto en que el espectador necesariamente se distancia de la historia y los personajes. Una cosa es la decisión de hacer que todos los orientales que aparecen en el film sean narcos o pandilleros, y todos los árabes fanáticos incurables (el gesto funciona como provocación pero también como quiebre de la corrección política) pero otra muy distinta es apoyar el asesinato y la persecución en nombre de una vaga e indefinida guerra contra el terrorismo. Si Morel al menos se atreviera a discutir con Wax y los poderes que representa, a ponerlo en cuestión, Sangre y amor en París quizás habría sido una película muy rescatable en su postura irreverente. Pero desde la escena en que Wax le revela a su compañero el engaño de su mujer, el film produce un asco moral que va a ir creciendo a medida que avance la historia, hasta el final con el reencuentro del joven y su ex novia, cumbre máxima de estupidez e irresponsabilidad ideológicas en la que se percibe hasta un grosero intento de lección ética, una especie de adoctrinamiento imperialista.
Hace unos años apareció un nuevo realizador francés que la tiene muy clara en el tema de filmar cine de acción a la clásica: mucho énfasis en el carácter de los protagonistas, entornos realistas, efectos especiales artesanales y no hechos por CGI (y si tiene que usarlos, que no se noten) Y como si fuera poco, este "muchacho" llamado Pierre Morel está apadrinado por un experto del genero como es Luc Besson (director de 'La femme Nikita') 'From Paris with love' (titulo homenaje a una de las pelis más conocidas de James Bond) es su tercer película y sigue por el buen camino. Se trata de una 'buddy movie' (todas esas pelis como 'Arma Mortal', 'Rush Hour', 'Infierno rojo', etc.) donde Rhys Meyers (el muñeco de torta de 'The Tudors' y 'Matchpoint') es el agente centrado, organizado y metódico que lo juntan con Travolta, un desquiciado que usa con la misma tranquilidad una lapicera o un bazooka. La dupla protagonista es genial y la química muy buena, sobre todos en los momentos que Travolta bardea tanto a Meyers que te hacen morir de risa. La trama es resencillita y cabeza, básicamente "reventemos a los árabes" pero es lo de menos, lo que importan son los tiros y los diálogos. También se aprecia mucho las vistas de París y lo bien que dirige Morel, que filma tomas llenas de ritmo pero bien claras y entendibles. Uno de los grandes films de acción del año y cuando digo acción me refiero a la pura y dura, no los pastiches onda Matrix como 'Wanted'; 100 % recomendable para mirar con pochoclo.
El jarrón de Guillote Ya sabemos adonde fue a parar el canuto de Cóppola ¡¡¡Lo tiene John Travolta!!! Leé, leé. James (Johnatan Rhys Myer) es un joven asistente del embajador yanqui en Paris. Tiene una buena vida, una linda novia y un buen laburo. Pero, le gusta la acción. Por eso, hace lo imposible para entrar a trabajar para la CIA. Además de plantar micrófonos y hacer seguimientos, la Agencia le pone como última prueba de ingreso que le sirva de apoyo a un agente especial en una misión secreta de 48 horas. El tipo resulta ser Charlie Wax (Travolta), un lunático que está detrás de una célula terrorista que prepara un magnicidio. En la primera escena nomás, y porque no le cabió la salsa agridulce, boletea a todo el personal de un tenedor libre chino a balazos. Wax y James investigan a su manera; en un procedimiento secuestran un jarrón lleno de merca y así se van los dos de gira por Paris, mas duros que una piedra. En fin, imagínense el resto: asesinatos de todo tipo, patadas, explosiones y varias decenas de cadáveres. Hasta hay tiempo para un chiste homenaje a Vincent Vega, el mafioso que se reía de los parisinos interpretado por el inoxidable Travolta en “Pulp fiction”. ¡Va a estar bueno Paris!
Hablar no sirve Oh-la-la Paris, sus calles vieron persecuciones y tiroteos protagonizados por celebres locales como Delon, Belmondo o los Repodridos y fueron visitadas por personajes ilustres como James Bond o, más acá, Jason Bourne, con fines igualmente explosivos. Ahora son el escenario de esta reciente buddy movie (la pareja despareja, recuerden) de acción. Jonathan Rhys Meyers con bigotito hace del asistente del embajador norteamericano en Paris, aspirante a agente secreto, con ansia de aventura pero sin entrenamiento y con la correcta pero aburrida costumbre de ajustarse a las reglas. Su primera misión real en campo tendrá que hacerla con un John Travolta pelado y con barba candado, cínico, violento, ególatra, escandaloso y con la incorrecta pero más rendidora tendencia a llevarse todo por delante, sea gente o sean las reglas que, ya se sabe, son un estorbo. Como es de esperarse, la relación empieza como el demonio y, como es de esperarse también, ambos se volverán socios y amigos, maestro y alumno, donde Travolta convertirá a su inexperto compañero a su mundo maleducado, prepotente y feliz. El insufrible personaje de Travolta (que se supone debería terminar cayéndonos simpático con el tiempo) se pasa de canchero mientras insulta y desprecia a todo el que se le cruza o dispara a mansalva sin que se le inmute la cara de banana con una facilidad que hace de cada enfrentamiento un tramite. Precisamente esa facilidad con que el personaje resuelve todo, peleando como de taquito, bajando muñecos que no le presentan ninguna dificultad, como si fueran los patitos de un tiro al blanco de feria, vuelve todo muy repetitivo y tedioso. La trama es irrelevante pero no le importa a nadie, empezando por los autores, porque está todo lo de rigor: tiros, piñas y explosiones a granel, persecuciones automovilísticas, drogas y terroristas (sexo no hay, pero todo no se puede). A quien no le moleste ver otra vez la misma película que ya vio cien veces (y muchas veces mejor) y le puede adivinar cada paso, tiene para entretenerse. En la misma línea tendrán también chistes burdos, desconfianza y desprecio por las mujeres y racismo. Todos los malos son chinos, árabes o pakistaníes y la religión musulmana lleva al fanatismo y al crimen. Quizás se trate de una incorrección estudiada pero quizás sea simplemente que los responsables del film piensan así. Pese al titulo local y también al original (“De Paris con amor”, obvia referencia a “De Rusia con amor” de la saga Bond) no hay mucho amor. Al contrario que en la canción, acá el amor no es más fuerte, por lo menos no más que un buen tiro, que se transforma en la decisión correcta, como lo demuestra el consejo del personaje de Travolta a un compañero demasiado blando: “hablar no va a funcionar, tenés que disparar”. El desarrollo posterior le va a dar la razón, una lección de vida…
James Reece (Jonathan Rhys Meyers), el actor de la recordada “Match Point” (2005) trabaja como asistente en la embajada de EE.UU. en Francia con aspiraciones de llegar más alto en su profesión, y mantiene contacto telefónico con la persona que le da encargos para realizar como espía encubierto. La oportunidad se le presenta cuando le dan otra misión en la que tiene que ir a buscar a su nuevo compañero Charlie Wax (John Travolta), un agente de la CIA acostumbrado a aplicar métodos pocos ortodoxos. Hombre de pocas palabras, violento y muy irónico. Ambos causan destrozos por todo Paris en busca de narcotraficantes y peligrosos terroristas. Espectaculares persecuciones, gran despliegue de exteriores e interiores, enfrentamientos donde no se escatimaron municiones ni violentas acciones cuerpo a cuerpo escalonan esa búsqueda implacable por múltiples locaciones de la Ciudad Luz. En las situaciones planteadas por el guión se alternan acciones tratadas –verbal y visualmente- efectivos toques de humor, por ejemplo durante la mayor parte de las persecuciones y enfrentamientos Reece debe llevar y cuidas la integridad de un valioso gran jarrón chino conteniendo una considerable cantidad droga como prueba, lo que lo obliga a ir esquivando balas y golpes de karate a granel que les propinan. Como cuadra a toda producción de acción por la acción no olvida una dosis de romanticismo. En este caso a cargo de Caroline (Kasia Smutniak) como la novia francesa de Reece, con la mirada burlona de Charlie. Sorprende el look calvo y con barba candado de Travolta animando con actitudes de matón a un espía experimentado, donde se lo ve cómodo, desenvuelto, simpático, en un trabajo serio con el cual se debe de haberse divertido, estado de ánimo que trasmite al espectador. Meyers cumple su parte como coprotagonista muy a tono con el enfoque definido por el realizador para Reece, en tanto Kasia Smutniak es el toque femenino bien puesto en la trama. No quiero dejar de destacar el adecuado aprovechamiento Paris como locación general para la historia, ciudad de la cual el realizador capta los lugares más bonitos y frecuentado por franceses y turistas, como la torre Eiffel, pero también incorpora lugares que la gente no llega a descubrir de la otra cara Paris, quizá la más auténtica que no muestran las tarjetas postales, oscuros y lóbregos. La acción permanente bien dosificada y un ritmo muy ajustado a este tipo de realizaciones asegura a los amantes de la acción por la acción con buenos toques de humor un entretenimiento asegurado.