Esta opera prima de la bosnia Jasmila Zbanic ganó -entre otros premios- el Oso de Oro en la Berlinale 2006. Es que Grbavica (aquí rebautizada como Sarajevo, mi amor) es exactamente el tipo de películas que suelen triunfar en la competencia del festival alemán. Historias políticamente correctas, trascendentes, "importantes", con una mirada humanista, desgarradoras en su moraleja y prolijas en su confección. No es el tipo de cine que más me gusta (con su acumulación de calamidades y su denuncia recargada), pero reconozco que está bien hecha y que, en varios sentidos, funciona. Una relación madre-hija (el padre, ausente, será el motor de la tragedia) es el eje de esta historia ambientada tras la guerra de los Balcanes. Y precisamente las secuelas -brutales, demoledoras- del conflicto bélico se convertirán en el trasfondo de la película. Esma concurre a un grupo terapéutico para mujeres en problemas, recibe una miserable ayuda del Estado, pero no puede ni siquiera juntar 200 euros para un viaje escolar de su rebelde hija Sara, de 12 años. Por lo tanto, no le queda más remedio que aceptar un trabajo nocturno como camarera en un bar manejado por la mafia local. El machismo, la violencia, la descontención escolar, los traumas con los hombres, la culpa y los secretos más escabrosos del pasado reciente son algunos de los tópicos que Zbanic aborda con conocimiento de causa (hay bastante de autobiográfico en el film) y con sensibilidad, aunque por momentos la guionista y directora cede a la tentación de la explicitud y la obviedad. De todas formas, Sarajevo, mi amor -con sus notables actrices y su honestidad brutal- resulta un impiadoso retrato de uno de los puntos del planeta donde el odio racial y la indiferencia o el oportunismo de las grandes potencias se combinaron para dar lugar a uno de los mayores genocidios de la historia.
Perdón y redención La guerra de los Balcanes ha sido objeto de revisionismo cinematográfico como parte de una temática ultra abordada por la cultura actual. En Sarajevo, mi amor encontramos un film dueño de más virtudes que defectos, que refleja un cine de indudable identidad social. Grbavica es el nombre de un castigado barrio de Sarajevo durante la crisis balcánica, y entre cuyas ruinas empieza una reconstrucción urgente que afectará a generaciones enteras donde miles anónimos intentan rehacer su vida como puedan. Sarajevo, mi amor es la relación entre una madre y una hija y la reconciliación de ambas cuyo mundo ha sido aniquilado por la cruenta contienda. El film contrapone su mensaje entre la intensidad y la tensión de una madre buscando sobrevivir y la imagen del mundo vista a través de una joven que, no sin obstáculos, consigue mantener a salvo su tempestuosa adolescencia en un ambiente donde el mañana es más una probabilidad que una certeza, adquiriendo la comprensión de su presente (y la ausencia paternal) que implica la transición hacia su madurez. La sufriente relación entre madre e hija son el eje central del argumento, un crescendo dramático al cual se le van añadiendo progresivamente otros elementos, si bien su mensaje reside en la imagen del mundo vista a través de una niña cuya trascendencia en el mundo se encuentra llena de incertezas y ausente de posibilidades. Evitando todo tipo de sensiblerías, el dramatismo es afrontado con un aire esperanzador pese al difícil terreno en el que se mueve, si bien por momentos propensa –y perjudica- al film a cierto desequilibrio a la hora de insertar a sus personajes dentro de la trama. El escenario, entendido como una abstracción, es apenas una de las innumerables tragedias, muchas todavía desconocidas, de una guerra cerrada en falso e ignorada por los más poderosos. Este pasado traumático del que muchas generaciones han sido testigos se confronta con este presente y sus generaciones nuevas quienes ponen a prueba su capacidad de asimilación. La película parece querer romper con la inercia de la sociedad bosnia y del cine balcánico, ofreciendo una posibilidad de cambio frente a la oscuridad de los recuerdos de una guerra. Este mensaje encierra un grito silencioso y sincero sobre un pasado violento y una convivencia difícil, marcada por la humillación y el resentimiento. Con modestia, e incluso con imperfecciones, logra despegar el drama personal más allá de los límites familiares que narra, y trascender hasta la crítica social y la reflexión histórica.
Salir de la pesadilla de la guerra Sarajevo, mi amor pinta un retrato profundo y sincero sobre las heridas que aún sufren sus sobrevivientes Del compacto auditorio femenino que aparece en las primeras imágenes ?mujeres adultas en una suerte de sesión colectiva de terapia?, la cámara se detiene en una: esta será su historia, pero podría serlo de cualquier otra. En todas quedan las marcas de la guerra reciente: Grbavinca, el barrio de Sarajevo donde transcurre la acción, conserva el trágico recuerdo del campo de prisioneros donde la violación y la tortura eran rutina. Algunas hallan ahí, al exteriorizar su dolor, la forma de aliviar sus heridas; Esma no: sólo asiste ?y en silencio? cuando llega el día de cobrar el subsidio estatal. Su reserva se explica. Bajo la máscara de su calma y su íntima resignación, guarda un terrible secreto del pasado que apenas se insinúa en algunos de sus comportamientos. Como casi todos en ese escenario de posguerra, aun en medio de los vestigios de la tragedia, se esfuerza por recuperar una vida normal al lado de su hija, que vive los conflictos y las inestabilidades de sus 13 años. La relación entre ellas se hace más tensa cuando un hombre ?al que ha conocido en el bar nocturno donde trabaja como camarera? empieza a rondar a la madre, casi al mismo tiempo que la chica descubre el amor en un compañero de escuela hijo de un mártir de guerra y busca indagar sobre el suyo, de cuya muerte durante el conflicto tiene escasas precisiones. Tensión y emoción La tensión entre el deseo de olvidar y una realidad que a cada paso destapa las llagas de la guerra atraviesa la dramática historia que Jasmila Zbanic narra, sin cargar las tintas, con la autoridad de un testigo directo de los hechos, la respetuosa distancia que le ha dado el ejercicio del documental y la palpitante verdad que confiere a sus personajes, en especial los dos femeninos que están en el centro de la acción. Gran parte de la potencia emotiva del film procede de la intensidad expresiva y la sensibilidad con que Mirjana Karanovic (rostro inolvidable de varios films de Kusturica) transmite la compleja interioridad de Esma, la madre que no se ha abandonado a su condición de víctima y sigue luchando como puede para ahorrarle a su hija dolores que ella debió padecer. No menos llamativa es la entrega de Luna Mijovic, como la chica que guarda bajo su apariencia de bravo muchachito la fragilidad y los temores de cualquier adolescente. Un film conmovedor.
El drama en tiempo presente La ópera prima de ficción de Zbanic hace eje en la relación entre madre e hija, marcadas por una historia trágica de violación e impunidad. La directora toma distancia del horror, convirtiendo el desgarro en objeto de ficción autónomo. En una de las primeras escenas de Grbavica, que en Argentina se estrena –sólo en formato DVD– con el título de Sarajevo, mi amor, la protagonista se pone a jugar un juego un poco bruto con su hija. Se corren por el departamento, gritan, forcejean. La chica logra dominarla como un catcher, la espalda contra el piso, agarrándola por los brazos. En ese momento el juego se vuelve para la mujer tortura intolerable y pide a gritos que la suelte. No se entiende bien qué le pasa. Pero algo le pasa, porque no es la única ocasión en que reacciona de manera aparentemente loca. La reconstrucción de eso que le sucede a Esma, que reconoce como origen una conmoción largamente soterrada, es el tema, la mecánica y hasta la forma de Sarajevo, mi amor. Nacida de la voluntad de exponer una herida que durante demasiado tiempo la sociedad bosnia no se atrevió a aceptar –las decenas de miles de mujeres musulmanas violadas por soldados, durante las guerras de los Balcanes–, la ópera prima de ficción de Jasmila Zbanic, ganadora del Oso de Oro en Berlín 2006, tiene dos o tres virtudes esenciales. Una es el temple que le permitió a la realizadora tomar distancia, convirtiendo el desgarro en objeto de ficción autónomo. Otra, el mantener a raya los demonios que asuelan a obras como ésta, muy marcadas por lo real: la alusión directa, la alegoría, la voluntad de demostración. Finalmente, el que tal vez sea su hallazgo clave, el rechazo absoluto de toda certidumbre previa. Rechazo que lleva a construir la historia así como el ciego golpea el aire: escena a escena, sin certezas. La película de Zbanic hace eje en la relación entre Esma, cuarentona larga, y Sara, su hija de doce años. Chica de carácter, Sara no sólo juega al fútbol de igual a igual con los varones: si no la respetan, se agarra a trompadas con el más matón. Madre soltera, como a Esma no le alcanza con coser para afuera, se presenta a un puesto de camarera, en un club nocturno. “Mostrá las tetas, te van a dar más propina”, aconseja una compañera más experimentada, que predica con el ejemplo. El club Amerika está lleno de hombres y todos parecen ex mercenarios, mafiosos en curso, criminales de guerra. No es raro que de pronto Esma mire a alguno y salga corriendo, en otra de esas conductas locas que, se va entreviendo, podrían ser las más lógicas del mundo. Habrá un hombre distinto de los demás, ley de compensaciones demasiado “cantada”, que tal vez hubiera convenido evitar. Mientras tanto, Sara sigue suponiendo que su padre es un shaheed, un muerto en combate. Pero Esma llamativamente calla, disimula, tira la pelota al costado. En algún momento su silencio deberá quebrarse. Habrá quien reproche a Sarajevo, mi amor el carácter, tal vez excesivamente tradicional, de una fábula de desocultamiento, con su fatal encadenamiento conclusivo de revelación, confesión y catarsis. Pero por qué sería reprobable lo que los griegos convirtieron, hace más de dos mil años, en uno de los módulos representativos básicos de la cultura occidental. Es loable que esta suerte de tragedia optimista se narre con la prosaica vitalidad de un drama en tiempo presente, en el que la realizadora y guionista muestra la suficiente lucidez para diferenciar entre dos categorías antagónicas de violencia. Una es la que Esma sufrió más de doce años atrás y que no es evocada ni por un solo flashback, en un pito catalán a uno de los recursos más obvios y gastados del cine. Esa violencia encierra en sí todos los males de este mundo. Hay otra, liberadora, necesaria y vital, que encarna ese pequeño huracán llamado Sara, capaz de tirarle cosas por la cabeza a cualquier adulto que quiera indicarle qué hacer y qué no. Y de agarrarse a trompadas con su madre, en una escena que funciona como reflejo trágico de la otra, cómica, que se señala en el primer párrafo. Escena que recuerda, en su desesperación, las batallas campales familiares de más de una película de Cassavetes. “Es una película de actores”, reprocharán otros, como si eso fuera intrínsecamente malo. Hay películas “de actores” muy malas, desde ya. Son aquellas en las que las actuaciones se roban la película. Están las otras, las buenas, en las que actuar y transmitir verdad se vuelven la misma cosa. Es el caso de Sarajevo, mi amor, donde la veterana Mirjana Karanovic, vista en películas de Kusturica (Papá salió en viaje de negocios, Tiempo de gitanos, Underground), es capaz de construir una emoción compleja y secreta, la de sentir culpa por un crimen del que fue víctima, mientras apaga un cigarrillo y prende otro. A su lado, la asombrosa Luna Mijovic logra aunar violencia interior, energía rebelde y la más profunda, inexplicada orfandad. Entre esas emociones contrapuestas y urgentes discurre Sarajevo, mi amor, una película que no es sólo de sus actrices.
Paisaje después de la batalla El filme, ganador de la Berlinale, se centra en las consecuencias del conflicto de los Balcanes. El gesto adusto y la mirada perdida de Esma revelan que la mujer ha sufrido y sigue sufriendo. El espectador no sabe, exactamente, qué es lo que le sucedió, pero en una historia que transcurre en la Sarajevo de posguerra, bien puede imaginarse de dónde podría venir el problema. Es mejor no saber mucho qué es lo que le sucedió a Esma si uno desea entrar en la parte "intriga" de Sarajevo, mi amor, la opera prima de la bosnia Jasmila Zbanic que, sorprendentemente, ganó el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín de 2006. Si se tiene en cuenta lo que le dice a su hija, Sara, una chica bastante rebelde de unos 12 o 13 años, su depresión viene de haber perdido a su marido en la guerra. Pero da la impresión de que ese no es exactamente el problema. El filme manejará varios hilos narrativos paralelos. Por un lado, Esma deberá juntar 200 euros para pagarle un viaje escolar a su hija y, como no llega, acepta un trabajo nocturno en un local manejado por una serie de aparentemente oscuros personajes. Tomando en cuenta la historia de Esma, la elección de ese trabajo es bastante curiosa, o deja en claro su desesperación. Por otro lado, la hija enfrenta sus propios conflictos en la escuela, empezando una especie de relación con un chico que no parece el novio más indicado para alguien como ella. Especialmente cuando un día se aparezca con un arma. Con la presión de conseguir el dinero como eje, Esma se meterá en problemas con los mafiosos del lugar, chocará con su hija y amigas, y no sabrá cómo responder cuando Sara le pida detalles de quién fue y qué pasó con su padre. Todos esos elementos se combinan para pintar un duro cuadro de situación en el que se sienten las secuelas y consecuencias de los horrores de la guerra en las actitudes y comportamientos cotidianos de todos los personajes. Ese pasado tremendo está muy cerca, y aunque todos intentan mirar para otro lado, es obvio que el dolor está a flor de piel. Sarajevo... no siempre logra salir de una cadena de acontecimientos armada por un guión demasiado estricto, que lleva a los personajes de las narices y los pone a representar distintas situaciones traumáticas de posguerra: familiares muertos, resentimientos étnicos, desconfianza, temores ante cualquier situación inusual. De hecho, Zbanic no puede (o no quiere) ser muy sutil a la hora de hablar del trauma de Esma, por lo que uno puede imaginarlo mucho antes de la explosiva revelación. Igualmente, cuando esa revelación llega -y por la forma en la que llega- no deja de ser tremenda. Y allí sí la directora opta por no usar flashbacks ni ningún otro mecanismo melodramático de ese estilo. Le basta con el rostro desencajado y sufriente de Esma y el llanto desgarrado de su hija para producir en el espectador un nudo en la garganta del que cuesta desprenderse por un buen rato. Sarajevo... -un poco como la peruana La teta asustada, también ganadora en Berlín, pero sin su pintoresquismo for export- es una de esas películas que consiguen premios al hablar de una dolorosa situación anclada en un dramático hecho real. Lo difícil del análisis es darse cuenta si, para eso, no lo están también explotando.
El amor de una madre no tiene límites para Esma. Ella arrastra un gran drama personal que la obligará a criar con tanta severidad como ternura a Sara, su retoño de 12 complejos años. El filme de Jasmila Sbanic se ambienta en Sarajevo en tiempos de la posguerra, cuando todavía se procesa muy lentamente el duro valor residual de La Guerra de los Balcanes. Esma hará lo imposible para juntar el dinero para que su hija se vaya de viaje de estudios, pero la relación se pondrá tensa cuando la niña le pide un certificado que dé cuenta que su padre fue mártir de la guerra. El secreto de la identidad de su padre es uno de los nudos del filme, pero Sbanic fue más allá porque planteó la trama de una manera inteligente, ya que ofrece un fresco de la sociedad bosnia sin caer en recursos efectistas, ni golpes bajos, ni flashbacks en blanco y negro de los hechos bélicos. Así, el mundo de una madre desesperada y de su hija adolescente transcurre entre pincelazos duros del pasado pero también con momentos divertidos de un presente sazonado de vivencias cotidanas aparentemente superfluas. Las interpretaciones de Mirjana Karanovic (Esma) y Luna Mijovic (Lara) son la frutilla del postre. Porque cada una le da un toque de realismo a su personaje con la ternura suficiente para que el espectador se compenetre con la historia.
La fuerza de lo que se mantiene oculto Dentro de los tormentos sufridos por la población civil de Bosnia durante la guerra ocurrida entre 1992 y 1995, figuran el maltrato y el sometimiento sexual del que fueron víctimas miles de mujeres. Esta película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín 2006, escrita y dirigida por Jazmila Zbanic (1974, Sarajevo, Bosnia-Herzegovina), tiene el mérito de recordarle al mundo las consecuencias de ese hecho, eludiendo el sensacionalismo. Su protagonista es Esma (Mirjana Karanovic), mujer esquiva y desconfiada, de sentimientos contradictorios hacia su hija preadolescente (Luna Mijovic). Los motivos de sus reacciones irán develándose de a poco, llevando al espectador a un proceso de comprensión no sólo del personaje sino, también, de los problemas vividos por otras mujeres, cuyas caras se suman a la suya en reuniones de ayuda (psicológica y económica), mostradas al comienzo y al final del film. De esta manera, se va de lo particular a lo general, invitando no a ver en Esma un símbolo, sino el rostro de una de las tantas víctimas de la guerra que cargan diariamente su sufrimiento como una cruz sin dejar de adaptarse, como pueden, a la agitada vida cotidiana de la ciudad. Casi toda la fuerza dramática de Sarajevo, mi amor está en esa madre insegura y su turbulenta hija, con sus bruscos cambios de humor, sus dudas y miedos. La excesiva atención puesta en el trabajo de las actrices (notables ambas), más un final esperanzador y emotivo –que ayuda a digerir la dura historia– le quitan aliento trágico, aunque la sinceridad de la propuesta es indiscutible. El principal de sus aciertos, sin embargo, es el hecho de haber sabido representar un drama tan arduo sin ceder en ningún momento a la morbosa exposición de la violencia, a la tentación de mostrar (en un flashback, por ejemplo) las violaciones a las que se alude. Lo bueno de Sarajevo, mi amor es que, aún sin ser exteriorizado, lo oscuro y doloroso se manifiesta todo el tiempo, como en la mente de Esma.
Después de las bombas Sarajevo fue el escenario hace algunos años de una guerra civil salvaje que provocó situaciones dramáticas que conmovieron al resto del mundo. Los efectos de esas situaciones se mantienen en el tiempo, son pequeñas bombas de tiempo que de alguna manera u otra detonan hoy. Sarajevo mi amor es una pintura descarnada pero a la vez esperanzada de una sociedad atravesada por el odio del pasado. Una madre y su hija adolescente viven en Sarajevo a salto de mata, la chica asegura ser hija de un héroe de guerra y una excursión con el colegio le da la posibilidad de presentar los papeles que la acreditan como tal. Sustentada en las grandes actuaciones de un elenco sin fisuras la película avanza en la pintura de un mundo devastado y gris en el que malviven sus habitantes recibiendo ayuda internacional, pensiones de guerra y en el caso de los ex combatientes, actuando como sicarios en un mundo al borde de la legalidad todo el tiempo. La falta de cierta fuerza en el relato conspira para que Sarajevo… sea una gran película, pero ya se sabe que los grandes relatos escasean.
Sarajevo, Mi Amor es una muy buena historia que a partir de los conflictos principales de los personajes centrales, aborda las consecuencias subjetivas que deja una violenta guerra en sus sobrevivientes. Son las secuelas más invisibles, más ocultas que hereda una sociedad, con un alto grado traumático y sus efectos no son inmediatos, cada quién se las tiene que arreglar como puede ante un pasado tan doloroso que transforma la realidad presente. Grbavica es un barrio de la Sarajevo de post-guerra, durante el conflicto bélico de Bosnia en los 90s, este vecindario fue tomado por el ejército serbio como un campamento que se convirtió en un centro de torturas y de violaciones a los derechos humanos. Hoy Sarajevo es una ciudad que intenta reconstruirse y ser económicamente productiva, allí en Grbavica vive Esma, una madre de una chica adolescente que lucha por llevar adelante su hogar para que ella y su hija puedan vivir lo más dignamente posible en una sociedad consumista, por tal motivo buscará otro empleo por las noches, para poder pagarle a la joven el viaje de fin de curso. Sara, la hija, por su parte es una muchacha orgullosa de ser heredera de un mártir de la guerra, y lo expresa a través de identificarse por unos cuantos rasgos masculinos que la ubican como la “machona” del curso. Los hijos de aquellos padres que murieron en batalla no necesitan abonar el viaje, Sara desea viajar bajo este estatuto pero Esma se resiste, quiere pagarlo, parece un capricho pero no lo es, algo oculto subyace bajo este conflicto entre la madre y la hija. Mediante una modalidad realista, donde el relato se va desplegando en la vida cotidiana de sus personajes, la directora se vale de estos recursos para armar una narrativa atrapante. Tanto Esma como Sara van a ir experimentando distintas vivencias paralelas al conflicto central, ambas se cruzaran con el amor, con los miedos, con sus contradicciones, con las vicisitudes de una vida en sociedad y con los conflictos típicos que tienen una madre y una hija adolescente. Los primeros planos, algunos silencios y los detalles cotidianos de la existencia permiten retratar a través de muy buenas actuaciones, personajes ricos que transmiten una compleja subjetividad y resulta imposible no encariñarse con ellos. A pesar de ser un relato crudo que da cuenta de una realidad difícil de asimilar, no faltan buenos momentos de humor que alivian cierta tensión que se viene asomando. Jasmila Zbanic, una mujer, que cuando comenzó la guerra era una chica que se alegró porque le suspendieron un examen de matemáticas, aunque después le tocó ser una fiel testigo de tremenda brutalidad, nos trae en su primer largometraje, está película que nos habla básicamente acerca del amor y como este puede aliviar un dolor insoportable, pero lejos de ser un discurso romántico es un mensaje crudo, real y ambivalente como la vida misma y quizás también, una redención de aquella alegría inicial.
Uno de los territorios más abatidos por la guerra fue la región de la ex-Yugoslavia, ahora dividida en muchos países, algunos de los cuales hoy ya son independientes. Esta película, ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, cuenta la historia de una madre soltera (Esma, Mirjana Karanovic) y su hija Sara (Luna Mijovic) en la ciudad de Sarajevo, sitio aún fuertemente determinado por su pasado bélico. Recordemos que las guerras yogoeslavas se dieron en los años 90 ("ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam...", cantaba Ismael Serrano), esto es, en un pasado reciente cuyas heridas están calientes y también la influencia de esta terrible experiencia sobre la organización político-social de Bosnia. Por ejemplo, los hijos y esposas de veteranos de guerra obtienen una suma de beneficios en la sociedad, uno de los cuales, un descuento para un viaje de estudios, despierta en Sara el deseo de saber más acerca de la muerte de su padre, supuesto veterano de guerra, sobre quien su madre jamás había aportado información alguna, así como tampoco lo habían hecho los organismos oficiales al no poder encontrar su cuerpo. Sara, comienza a tener conflictos con sus compañeros de colegio, pero no obstante entabla una amistad con Samir (Kenan Catic), con quien comparte su pasión por el fútbol, la vagancia y charlas sobre sus padres, puesto que el padre de Samir también era otro veterano. Los roces con su madre se tornan cada vez más violentos a medida que Esma se vuelve más críptica en las explicaciones en torno a la vida del progenitor de Sara, y Esma, que esconde un duro secreto, puede recurrir sólo a la contención de su amiga Sabina (Jasna Ornela Berry). En aprietos económicos, Esma busca además un trabajo nocturno como mesera en un bar, donde conoce a Pelda (Leon Lucev), un hombre en el cual ella llegará a confiar. Otra vez, tenemos el buen trabajo de una directora mujer (mejor no lo repito más, a ver si me acusan de machista), Jasmina Zbanic, quien no sólo trata el tema de la posguerra, de una posguerra contemporánea y una guerra muy reciente. La esperanza de un país abatido yace en los niños, los jóvenes, y sobre esto quiere centrarse Zbanic. No hace falta haber vivido durante la guerra, sus efectos son prolongados y, como evidencian algunas escenas, algunos no llegan a acostumbrarse a la paz. Las virtudes de Jasmina Zbanic -quien además fue guionista de esta película- está en no hacer ningún tipo de abuso de sentimentalismos (como usaba Polanski en El pianista) y cargar las tintas más en los personajes que en una narración de tremebundos sucesos. Claro que, en última instancia, se trata de un drama madre-hija, pero el realismo del relato y la asministración prudente de la tensión en las escenas, muchas de ellas ideadas con fines estético-narrativos y no puramente argumentales. Grbavica es el título original de esta obra. Se trata de uno de los barrios más golpeados durante la guerra, donde los bosnios fueron torturados. ¡Si recorriéramos nuestra propia ciudad también reconoceríamos estos sitios nefastos! Siendo el nombre de un barrio, la directora quiere destacar el aspecto cotidiano que esto implica: no es lo mismo que un campo de concentración. Junto a una inteligente labor fotográfica (que por suerte, podemos apreciar debido a la buena calidad con la que llegó la copia en dvd), Zbanic nos enseña esa ciudad hoy, con buen ritmo y actuaciones sólidas. No esperen, sin embargo, que la directora escape a los recursos del cine narrativo tradicional, sin por eso caer en la lágrima inútil.
Salir de la guerra La vida de Esma, madre soltera de una adolescente de 12 años, en un barrio de Sarajevo llamado Grbavica, dista mucho de ser normal. Los edificios, los vínculos sociales, las identidades están aún reconstruyéndose, luego de las profundas heridas que dejaron las guerras yugoslavas de los años 90. Durante el sitio de Sarajevo –que duró cuatro largos años- la milicia nacionalista y monárquica serbia –los Chetniks- asediaron y se ensañaron con la población civil bosnia, llevando a cabo una feroz campaña de limpieza étnica. Así, la película muestra hábilmente un entramado de férrea solidaridad y ayuda mutua entre víctimas de la guerra, en una ciudad en que los escombros aún forman parte de su paisaje cotidiano, y en la cual la mayoría de las historias personales acarrea un pasado trágico. Esma participa en las sesiones de terapia grupal en el Centro de Mujeres, y recibe una insuficiente ayuda monetaria por parte del gobierno. Para cubrir sus costos de vida, acepta trabajo en un club nocturno de mala muerte, entrando en contacto con un entorno insalubre. La película nos demostrará de a poco y con remarcable discreción que la violencia continúa reproduciéndose en las relaciones sociales como una repercusión micro de los nefastos episodios de violencia vividos. Así, cada personaje da muestras de haber vivido dolores profundos, que explotan en episodios de auténtico resentimiento. La protagonista golpea a su hija cada vez que ella la cuestiona, y la hija misma parece relacionarse cotidianamente con sus compañeros de clase mediante insultos y destratos, aún no habiendo vivido directamente los hechos traumáticos. Queda demasiado en evidencia cierto interés de la directora-guionista Jasmila Zbanic por despertar simpatía hacia varios de los personajes principales, exagerando ciertas características que atentan contra su credibilidad. La protagonista es excesivamente crédula y se la ve confiada y alegre de conseguir buenas propinas y dinero fácil, en un pub que –se huele a la legua- augura circunstancias nefastas. De la misma manera, para provocar adhesión con un guardaespaldas y eventual sicario, se lo muestra en su casa, en desmesurado despliegue de cariño hacia su senil y anciana madre. De todas maneras, quizá el mayor mérito de Sarajevo, mi amor esté en lograr que los personajes y la historia trasciendan las circunstancias históricas presentadas, más allá del conocimiento que la audiencia pudiera tener de la historia reciente del avispero balcánico. El guión se centra en los vínculos y los lazos afectivos, y particularmente en la difícil existencia, y la ardua manera en que la protagonista debe apañárselas para conseguir un poco de dinero. Saber llegar al espectador con anécdotas cotidianas, nutriéndolas con la singularidad cultural local, es, paradójicamente, una de las mejores formas de hacer que una historia sea disfrutada, comprendida y asimilada, independientemente de la nacionalidad del espectador.