Una biopic que se toma ciertas licencias para abordar el costado intimista y psicológico de la novelista Shirley Jackson. Elizabeth Moss nos sigue cautivando con sus dotes actorales cuando le toca hacerse la trastocada.
Shirley es un retrato que nos mantienes cautivo de principio a fin. Los mandatos sociales, la maternidad y la postergación de los sueños por parte de la mujer, la domesticación, el aborto; todo un montón de tópicos que dan vuelta dentro de la cabeza de la escritora, que ella luego transformará en escabrosos cuentos.
La historia, ambientada en los años 50, narra los días de encierro de la reconocida escritora de relatos y novelas de terror Shirley Jackson. Tiempo, en el que se mantuvo sumida en el complejo proceso creativo que le sobrellevó la producción de uno de sus libros. Una mujer de carácter particular, de pocos amigos, bebedora y fumadora compulsiva, que vive con su marido el profesor Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg) con quién mantiene una relación fría y distante. De esta manera, la llegada a la residencia de la escritora y el profesor, de una pareja de jóvenes recién casados, Rose (Odessa Young) y Fred (Logan Lerman), quienes se establecen allí hasta conseguir su propio hogar, trae cambios significativos para ambos. El joven se transforma en asistente de Stanley en la facultad, con la idea de iniciar su carrera como profesor universitario, mientras Rose se encarga de las tareas domésticas y acompaña a Shirley en su angustiosa soledad.
En la mente de una escritora. Shirley Jackson fue una de las escritoras de terror más aclamadas durante la primera mitad del siglo XX. Su influencia ha gravitado en la obra de autores consagrados de la talla de Neil Gaiman y Stephen King, por citar sólo un par de ejemplos. Shirley (2020) nos presenta una biografía que, si bien ficciona numerosas situaciones, nos permite también meternos en la mente de una autora que, tras la publicación de su celebrado relato breve “La lotería” (1948), se encuentra en un bloqueo creativo para su próxima novela: “Hangsaman” (1951). La escritora, interpretada magistralmente por Elizabeth Moss, nos introduce en su mundo donde se toma numerosas libertades (aunque eso no la salvó de que a sus hijos no les agradara porque retrataban a su madre como una neurótica). La interpretación de Moss da escalofríos y nos hace sentir empatía por ella. La mina tiene un matrimonio tóxico con el crítico literario Stanley Hayman (Michael Stuhibang) que no se cansa de basurearla constantemente. Su vía de escape llega e la mano de un joven matrimonio Nemser: Fred (Logan Lerman) y Rose (Odessa Young) con quien tiene una relación profunda. El filme nos retrata el vínculo de Rose con Shirley que pasó de una relación hostil y extraña a una amistad en la que ambas notan que sus matrimonios no son tan buenos como creían. Con la dirección de Josephine Decker, que había cobrado notoriedad con Butter on the Latch en 2013, el filme aborda las cuestiones psicológicas de la protagonista donde te mantiene atrapado minuto a minuto, y donde también entendemos el porqué de los personajes y todo se reduce a lo mismo: la carrera, pero para hablar de ello estaría entrando en zona de spoilers. Es una biopic anómala porque si bien toma un personaje real, muchas de las situaciones no lo son; de hecho, celebro que el final no sea la típica historia con leyenda, que ya sabemos por dónde va (sobre todo cuando el artista que se retrata ya murió). De esta manera, Shirley nos muestra que la autora es más que simplemente el cerebro detrás de «The Haunting of Hill House» (que tuvo un filme y una serie en Netflix) sino también una artista incomprendida aunque afortunadamente esto no le impidió triunfar con sus novelas.
Hipnótico relato sobre una joven pareja que llega a Vermont por estudios y van a vivir a la casa de una escritora y un académico liberales, quienes se encuentran en medio del proceso creativo para un nuevo libro. Entre la mujer del estudiante y Shirley se genera una extraña relación en la que los límites se corren y todo se confunde.
«Shirley» es la nueva película de la directora de «Madeline’s Madeline» (2018) que también es producida por el enorme Martin Scorsese. Interpretada por Elisabeth Moss («The Handmaid’s Tale»), la obra nos propone contarnos los pormenores del proceso creativo de Shirley Jackson, conocida escritora de novelas y cuentos de terror entre los que podemos destacar «The Haunting of Hill House», la cual fue adaptada hace unos años por Netflix. Hasta acá todo parece común y corriente. No obstante, «Shirley» es un film bastante peculiar que sobresale en ese concurrido terreno de las biopics para separarse y otorgar al espectador una experiencia totalmente diferente. Generalmente, las ultimas biopics que nos llegaron de la factoria hollywoodense son bastante de fórmula, sin demasiadas novedades o vueltas de tuerca, sino que se preocupan más por contar el ascenso y/o descenso de distintas figuras destacadas de la cultura de una forma bastante familiar para que sean digeridas por la audiencia. Esto fue llevando últimamente a un agotamiento de ese subgénero «basado en hechos reales», que solo sirve como vehículo de lucimiento para los actores y actrices que los personifiquen. Solo basta con ver «Judy» (2019) que más allá de una superlativa interpretación de Renée Zellweger, ofrecía poco más. «Shirley» se corre de esos lineamientos conocidos para agregarle a esa impresionante composición de Elisabeth Moss, una historia por demás interesante, que nos invita a presenciar una visión novedosa sobre una artista igualmente compleja. El largometraje nos cuenta un periodo de la vida de Shirley Jackson que se sumerge en, quizás, una etapa complicada de la escritora, durante la década de los ’50, donde junto a su esposo Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg) deciden acoger en su hogar a una joven pareja compuesta por Fred (Logan Lerman) y Rose Nemser (Odessa Young), que servirá de inspiración a la autora para su próxima novela. Acá es donde la realidad contrasta con la ficción en lo que respecta a la reconstrucción biográfica, ya que la misma pareja sirve de excusa para mostrar un momento de crisis personal, psicológica y creativa de la autora para conseguir su próxima novela. Ahí es donde el drama contrasta con el thriller psicológico y saca a relucir esta mixtura de géneros bastante atractiva como reflejo de las novelas de horror que escribía la señora Jackson. Por otro lado, se hace un comentario sobre el machismo imperante en la sociedad norteamericana de los años ’50 mostrando el relegado rol de la mujer y el sometimiento de sus parejas a roles menores dentro del marco familiar. Algo que se puede ver plasmado en los dos personajes masculinos que rodean a Shirley y a su musa, Rose. También, resulta conveniente e inspiradamente trabajado el perfil psicológico de la escritora, ya que por momentos desconfiamos de lo que ve y hace, al igual que si las personas que interactúan con ella son reales o no. Un logro en este punto de Decker que demuestra su gran pulso en la dirección de este tipo de historias donde por momentos sale a relucir su costado experimental. «Shirley» es un relato potente e interesante que probablemente no sea del agrado de todo el mundo, pero que funciona como una alternativa interesante en el terreno de las historias con figuras reales. Un relato que no se dedica a retratar los hechos más importantes de la vida de su protagonista, sino que busca plasmar, en su representación, el espíritu reinante en su legado bibliográfico. Algo que funciona y que desafía al espectador en este asfixiante e intenso film.
Un personaje siempre al filo del abismo Con un amplio recorrido por festivales, entre ellos Sundance y la Berlinale, esta adaptación de la novela de Susan Scarf Merrell registra una dinámica hogareña empapada una extraña toxicidad. Shirley Jackson fue una cuentista y novelista estadounidense especializada en textos de terror que ha influenciado a innumerables autores del género. Entre ellos, al mismísimo Stephen King, que aún hoy considera la novela La maldición de Hill House (1959) como una de las obras más importantes del siglo pasado. Pero esa genialidad tuvo su precio. Una oscilación entre la locura y la depresión, entre una vida absorbida por la lógica de sus relatos y una misantropía que volvía difícil cualquier intento de diálogo, con agresiones verbales en esos (intentos de) encuentros sociales que, obviamente, terminan de la peor manera. Es tentador pensar en Shirley como una biopic, en tanto su arco dramático aborda un periodo particular de su vida, aquel que precedió a la escritura de Hangsaman (1951), su segunda novela luego de The Road Through the Wall (1948). Pero la película de Josephine Decker hace de las biopic lo que Apocalypse Now con las películas bélicas: utilizarlas como envases narrativos para un viaje a las tinieblas más profundas de una mente torturada y torturante, un mapeo de la psicología de un personaje siempre al filo del abismo. Pero es un viaje con dos pasajeras. Una es la mencionada Shirley (Elisabeth Moss), que para fines de la década de 1940 –punto en el cual la encuentra la película– está sumida en un bloqueo creativo que, por su imposibilidad de levantarse de la cama y la apatía que tiñe su cosmovisión, coquetea con la depresión. La otra se llama Rose (Odessa Young), tiene un incipiente embarazo y es la esposa Fred (Logan Lerman), un aspirante a profesor universitario que viaja hasta la ciudad donde vive Shirley para completar su tesis de la mano de su mentor, y esposo de la escritora, Stanley (Michael Stuhlbarg). La escena de una de sus clases deja en claro el carisma del profe ante un alumnado que lo escucha y observa con un grado de atención que más de un docente contemporáneo envidiaría. Mismo carisma del que se vale para pedirle a Fred que se instale con Rose en su casa, con el objetivo de cuidar a Shirley mientras surfea una crisis que al principio todos piensan como transitoria. Un diagnóstico errado, desde ya. Con un amplio recorrido por festivales durante los meses en los que la pandemia empezaba a expandirse por el mundo, entre ellos Sundance y el de Berlín, esta adaptación de la novela de Susan Scarf Merrell registra una dinámica hogareña empapada la toxicidad que transpira el matrimonio. Porque Stanley también tiene lo suyo: detrás de su impronta de docente showman se esconde un hombre que manipula a la joven pareja y a su esposa. Un manipulador inteligente, cultísimo y con un ajustado manejo de la retórica, lo que lo vuelve aún más peligroso, como demuestra el menosprecio hacia toda potencial idea creativa de Shirley y las ínfulas de patrón de estancia con que trata Fred y Rose. En especial a ella, que para él parece ser poco más que una mucama a su servicio. Mientras ellos pasan gran parte del día en la universidad (o al menos eso alegan), Rose y Shirley establecen un vínculo cada vez simbiótico y confuso, como si la escritora estuviera vampirizándole la cordura de la otra. Desatendiendo a todo atisbo de veracidad histórica (para fines de los 1940 la Shirley “real” tenía hijos; la ficticia, ninguno), Decker se apropia del tormentoso mundo interno de su protagonista para trasladarlo a una película astillada y con múltiples planos esfumados, breves y de una impronta de ensoñación que se insertan como staccatos alucinados y alucinatorios. Una alucinación desde la que aflora la posibilidad de una emancipación costosa y de la que difícilmente haya vuelta atrás.
Elisabeth Moss se viste con la piel de la escritora Shirley Jackson, quien se hiciera famosa a partir del cuento “La Lotería” publicado a fines de los años 40. De hecho Rose (Odessa Young), el personaje actancial durante dos tercios del filme, nos la presentan leyendo el cuento. Rose llega con Fred (Logan Lerman), su esposo, quien asumirá el rol de asistente de Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg), el esposo de la famosa escritora. El filme no es una biografía,
Shirley Jackson fue una autora popular en las décadas del 40 y del 50, cuando publicaba regularmente en The New Yorker, pero recién empezó a acumular prestigio después de su muerte, a mediados de los 60. Stephen King la considera una referente del género del terror gótico, y su novela La maldición de Hill House (1959) se convirtió en una buena serie estrenada por Netflix en 2018. Uno de sus relatos más famosos, The Lottery, que termina con una violenta lapidación, provocó un gran impacto cuando apareció y es de hecho el puntapié inicial de la historia de esta película. Una joven estudiante recién casada que acompaña a su esposo durante una residencia en una universidad de perfil liberal de Vermont, lee reconcentrada ese cuento mientras viaja en tren y su reacción al terminarlo es sorpresiva: la impresión que le produce decanta en un arrebato sexual consumado de inmediato. Es la primera pista de una fascinación que crecerá cuando entre en contacto con Shirley, una mujer conflictuada, adicta al tabaco y el alcohol, reticente al contacto social y demasiado pendiente de la aprobación de su marido, un académico soberbio, oportunista y manipulador que la presiona para que se enfoque en escribir, sobre todo para satisfacer su manía por el control. Adaptación de una novela de Susan Scarf Merrell, el film se centra en el momento en el que Shirley trabaja en su segunda novela, Hangsaman, inspirada en la desaparición de una estudiante de la misma universidad donde trabaja su marido. Los avances son lentos y la angustia se va apoderando de la autora, pero las cosas empiezan a cambiar cuando Rose entra en escena: primero se transforma en una especie de ama de llaves y asistente personal de la escritora, que la trata con desprecio y desconfianza. Muy pronto aparecerán una afinidad compartida por lo macabro y la constatación de las vidas paralelas de sus parejas, que las convierte en cómplices e incluso promueve entre ellas un amor platónico traducido en flirteos intermitentes. La química entre Elizabeth Moss y la australiana Odessa Young (la revelación de la película, magnífica en su balanceo entre la candidez y los impulsos de su fuego interior) es una de las fortalezas del film. Conviene prestarle atención a Josephine Decker. Tanto su film anterior, Madeline Madeline’s (está disponible en Amazon Prime Video, Movistar+ y MUBI) como la serie Rétame (perverso drama teen con muchos puntos de contacto con Euphoria que Netflix canceló después de su primera temporada porque su estilo poco convencional generó más controversia y desorientación que empatía) son pruebas de que es una directora con ideas, personalidad y un estilo propio. En Shirley sus decisiones son temerarias: introducir ensoñaciones con un personaje de la ficción de la escritora en la trama, trabajar la imagen con una impronta decididamente poética, desnudar con crudeza la toxicidad de muchos de sus personajes… Pero aun con desbordes e imperfecciones, en sus trabajos se percibe con claridad la caligrafía de una autora.
En un tren viaja una joven pareja que se dirige a un sitio indeterminado con un propósito igualmente confuso. Ella está enfrascada en la lectura de un cuento. No sabemos nada más. Al rato, sin saber muy bien cómo, los vemos haciendo el amor en el compartimento de al lado. Así empieza Shirley, con un montaje que ensambla dos realidades aparentemente dispares, como si la lectura del cuento hubiese encendido súbitamente a la pareja. Pero hay más: una vez pasado el calentón, él se va y ella se queda mirando a un espejo, obnubilada por lo que ven sus ojos. Es como si no se viera reconocida en su propio reflejo. Una disociación que comprendemos, primero, gracias a la mirada extrañada de Odessa Young y, después, por el tratamiento alucinado de la escena. Se nos invita, junto al personaje, a mirar a izquierda, a derecha, de nuevo a izquierda… en un ir y venir diseñado para privar al espectador del sentido más básico de la orientación. Josephine Decker, cineasta de origen británico establecida en los Estados Unidos, nos invita a perder el mundo de vista, a quedar varados entre los dos lados del espejo. Para abordar los entresijos de Shirley, no está de más recordar el anterior trabajo de Decker, Madeline’s Madeline, un estimulante y extenuante ejercicio de inmersión en la mente enajenada de una joven aspirante a actriz. Allí, la cámara nos sumergía en una psique trastornada, que recibía cada estímulo exterior como el ataque de una arma de destrucción masiva. Con Shirley, Decker redobla la apuesta. Por un lado, reincide en un tratamiento sensorial y atmosférico de la puesta en escena, y vuelve a ahondar en una narrativa opaca, confusa. Pero esta vez la película no se contenta con penetrar en un único mundo interior, sino que transita por las mentes de hasta cuatro personajes. El chico y la chica se bajan del tren y se meten en una casa donde vive una escritora (Elisabeth Moss en su salsa) y un profesor universitario de literatura (ídem, con Michael Stuhlbarg). Y, de nuevo, no acaba de entenderse qué pacto les ha juntado; mucho menos los resultados que pretenden sacar del mismo. La conexión casi orgánica que existe entre estos cuatro personajes y el escenario que ocupan –una casa que se estremece al son de quienes la habitan– remite irremediablemente a ¡Madre!, de Darren Aronofsky, algo nada extraño si atendemos a que Decker ha reconocido que El cisne negro es una de sus películas de cabecera. Aquí, como en ¡Madre!, el origen de la frustración de los personajes es el bloqueo artístico, magnificado por un estado de reclusión física y existencial. Empiezan a descubrirse las cartas: resulta que la escritora está peleada con su nueva obra, una novela que no termina de adquirir ni estructura ni propósito. La creación (literaria y cinematográfica) se presenta como un proceso autodestructivo; el genio que llevamos dentro, como ese doppelgänger que tal vez esté intentando aniquilarnos. Como cabía esperar, Decker traza la historia con una intensidad animal: volcando los cinco sentidos en aquello que parece importante… pero distrayéndose fácilmente con cualquier estímulo que se cruce por el camino. Una actitud idónea para embestir contra todo, desde la llegada de la segunda ola del feminismo hasta la rivalidad en los altos círculos académicos (con momentos que remiten a Listen Up Philip, de Alex Ross Perry), pasando por la cara más malsana de las convenciones sociales. En Shirley, el cogote de un personaje no siempre se corresponde con su respectivo rostro; los monólogos cambian de recitador en mitad de una frase; y lo que parecía un montaje paralelo de repente se revela como un flashback intercalado que perfila una profecía terrorífica. Debido al exceso de estímulos (visuales, auditivos, intelectuales) a los que nos somete Decker, es fácil acabar desconfiando de nuestros propios sentidos. Prescindir de ellos (y de la razón) parece la única vía para sobrevivir a esta experiencia agitada, caótica, que se saborea mejor una vez reposada, aunque uno nunca termina de asimilarla. He aquí una película que nos seguirá acompañando, nos guste o no.
Una joven lee, ensimismada, un libro en el tren, camino a casa. Vaya uno a saber qué extraños mecanismos se activan en ella, que cuando llega al hogar ve a su esposo y lo lleva hasta el baño para tener sexo. El texto que leyó es La lotería, un relato corto de Shirley Jackson, la autora que interpretada por Elisabeth Moss (El cuento de la criada) se transformará en un personaje ambivalente, fascinante y frenético, casi como el sexo que tienen al comienzo Rose y Fred. Shirley Jackson no llegó a los 50 años. Autora especializada en historias de terror, lo que cuenta la película de Josephine Decker es una ficción. En ella, Shirley y su esposo Stanley (Michael Stuhlbarg, un actor de amplio espectro, como que puede estar como secundario en Llámame por tu nombre o Doctor Strange) albergan en su hogar a Fred y a Rose. Es que Stanley es profesor y toma como asistente a Fred (Logan Lerman, de Las ventajas de ser invisible y Hunters), quien ve en esto un probable trampolín para su carrera. Pero siendo Shirley una película de relaciones, la que prima, además de la de cada pareja, es la que entablan la dueña de casa y Rose (la australiana Odessa Young, de la miniserie High Life). Tras un período de repulsión de la primera hacia la segunda, todo cambia casi de repente. Shirley no quiere salir de la casa desde hace meses, lo que preocupa ciertamente a su esposo. Estamos en algún momento de los años '50, el papel de la mujer no es el de hoy, y gracias a su vinculación con Shirley, Rose experimentará ¿casi sin darse cuenta? un cambio drástico y esencial. Y también lo tendrá Shirley, que está como varada para escribir su próximo relato, hasta que... Climas y actuaciones Película de actuación, pero también de climas, que puede desconcertar a más de un espectador, porque del drama salta al misterio y deja muchas preguntas de este otro lado de la pantalla. No es Shirley una biografía, ni una biopic de Shirley Jackson, cuya novela más exitosa es La maldición de Hill House, que hasta tuvo una serie en Netflix. Como toda buena película, acepta acercamientos diversos. Se la puede ver como un drama, pero también analizarla desde cómo los personajes masculinos ejercen opresión más que comprensión sobre los femeninos. O acaso Shirley no aguarda la mirada de su marido acerca de su nueva obra, ésa que tanto ha tardado en imaginar y plasmar en palabras, y la película de la directora de Madeline's Madeline -no estrenada en la Argentina- se preocupa más por evocar que por descubrir.
La novela que escribió Susan Scarf Merrell, basando en la autora Shirley Jackson y su esposo el crítico y profesor Stanley Edgard Hyman fue la base para que Sarah Gubbins escribiera el guión de este film intenso, intrigante y misterioso. Poco importa la verdad histórica sobre la escritora que influenció a Stephen King y que escribió entre otros textos “La Lotería” y La Maldición de Hill House”. Tanto para la guionista como para la directora Josephine Decker lo que vale es la construcción de personajes y meterse en sus mentes, en sus juegos de poder y de locura. Asi la realizadora, con una gran fotografía y dirección de arte, crea climas alucinantes de recuerdos, fantasía y realidades que captura al espectador y lo sacan del pensamiento lógico. Un matrimonio compuesto por una escritora famosa y un crítico y profesor universitario, invita a vivir en su casa a un matrimonio joven. La excusa es un nuevo trabajo para él en la universidad donde el dueño de la mansiuón tiene una cátedra. Para la joven esposa embarazada queda otro mundo: desde las tareas domésticas hasta el abandono de su marido siempre muy ocupado. En ese contexto queda a merced de la dueña de casa, estancada en la creación de una novela y el profesor brillante y abusivo. Son las arañas que tejen sin cesar para atrapar a los demás en su mundo de crueldades y dominaciones. Con un trabajo espléndido de la siempre talentosa Elisabeth Moss, con Michael Stuhbarg y Odessa Young en trabajo muy logrados, el film tiene la atmósfera enrarecida de sueños y datos desgarradores de las relaciones, que envuelven a los personajes prisioneros de sus propias necesidades y frustraciones.
Josephine Decker es actriz, productora, escritora y realizadora. Una inquieta trabajadora dentro de la industria del cine cuya filmografía es prácticamente desconocida para el público argentino y que la descubriremos a través de este estreno que es una verdadera rareza dentro de la cartelera local. “SHIRLEY”, su quinto largometraje como realizadora llega en una temporada magra en estrenos que busquen desmarcarse del típico cine comercial. Todo comienza con una pareja de recién casados (Fred y Rose) viajando en tren. Ella termina de leer “The Lottery” y casi automáticamente urge un encuentro erótico con su marido. Es un cuento de la escritora Shirley Jackson, con quien la pareja se encontrará poco después cuando pasen una estadía en su casa ya que Fred es el futuro protegido del profesor y crítico literario Stanley, marido de Shirley. El entrecruzamiento en esta temporada compartida genera por un lado el choque entre una pareja de recién casados y un matrimonio que lleva años de convivencia y problemas bajo la alfombra, mientras que por el otro genera una corriente diferente en la vida de Shirley. La joven pareja no solamente se instala en su casa e irrumpe, en cierto modo, alterando su proceso creativo en una nueva novela sino que además despierta ciertos impulsos eróticos que tan bien sabe manejar Decker para ir construyendo la figura de esta escritora de historias de terror (es la autora, entre otros, del reconocido “La maldición de Hill House”) que parece estar caminando permanentemente al filo de la navaja. En ese sentido, Decker parece ser la directora indicada para narrar una biopic de la forma menos esquemática posible, sabe resumir ese mundo caótico e impulsivo de Shirley y de generar ese universo lindante con el desequilibrio y la locura, su mundo personal atravesado por una profunda visceralidad de una escritora “maldita”. Ella sabe delinear sutilmente este juego de gato y ratón en el que Shirley busca en Rose más una presa que una compañera / confidente / huésped. De todos modos, “SHIRLEY” no es el típico relato autobiográfico dado que no respeta los hechos tal como sucedieron (sin ir más lejos con cualquier biografía podemos saber que en la época descripta en la película, la escritora ya era madre de cuatro hijos que no son ni siquiera mencionados) sino que la idea es reproducir el universo de Jackson y crear una historia ambientada en su propio estilo. Es muy interesante también, dejarse llevar por el juego que propone la directora en el que por momentos podemos concebir a Rose como un imaginario de la propia Shirley (pudiendo leer entonces la historia en dos planos completamente diferentes), una suerte de reflejo de su propia vida unos años antes, cuando recién iniciaba su matrimonio con Stanley, en una época donde era todo más equilibrado y el vínculo no se encontraba atravesado por la angustia y la amargura que hoy circula en la relación. Por otro lado, Shirley es la figura que conduce a Rose, una personalidad de por sí bastante libre de prejuicios para esta época –finales de los ’40 y principios de los ’50-, en un profundo viaje de autoconocimiento y que inesperadamente despierta en ella ciertos impulsos que se encontraban dormidos y la invita a recorrer ciertas zonas que, de otro modo, jamás hubiesen sido exploradas. Decker oficia de testigo de un vínculo que se va enriqueciendo y complejizando donde una se va nutriendo de la otra, y viceversa, en una extraña comunión. Elizabeth Moss (ahora muy conocida por “El cuento de la criada” pero que tiene grandes trabajos en el cine independiente como “El amor perfecto no existe” “Queen of Earth” o “The French Dispatch” de Wes Anderson) brinda otro de sus trabajos de antología entendiendo perfectamente el universo perturbado e intrincado de Shirley y parece entender perfectamente lo que Decker como directora, quiere transmitir. Otro gran trabajo de Moss que marca la diferencia y que le permite lucirse en todas las complejidades de un personaje difícil de abordar y al que ella pudo encontrarle el tono perfecto, evitando el desborde y la exageración. “SHIRLEY” es una verdadera rareza, una película de corte independiente, no apta para todos los paladares pero que plantea un desafío interesante para quien esté dispuesto por un rato, para salir del cine mainstream que aparenta ser el único que tiene lugar en estos tiempos post pandemia dentro de la cartelera.
Shirley es una película interesante, muestra el proceso doloroso de creación de una obra artística cuando el autor está perturbado, y a su vez su propia obra y el material en el que se basa, es perturbador. La historia cuenta los pormenores de la escritura de un libro de Shirley Jackson, mientras está alterada, con claros problemas psiquiátricos, pero a su vez más motivada e inspirada por un matrimonio joven que ha empezado a convivir con ellos, y sobre todo con la mujer que asiste a Shirley, que genera tensión sexual no solo con su marido, sino también con el marido de Shirley, y luego con la mismísima Shirley inclusive. El filme tiene ciertas elecciones de tono y estilo que son interesantes, ya que si bien es cierto es un drama, la iluminación y la música por momentos tiene la clave de un filme de suspenso, o más aun, de un filme de terror en algunas escenas. Una película pequeña, intima, pero que funciona; más tirando hacia el cine arte que un cine popular, pero cualquier adulto la puede ver La crítica radial completa en el link.
El mundo imaginario de Shirley Jackson con Elisabeth Moss Se trata de un thriller psicológico sobre la figura de la escritora Shirley Jackson que indaga en las relaciones de pareja, la fantasía, la imaginación y, sobre todo, la maternidad en un contexto específico. Rose (Odessa Young) y Fred Nemser (Logan Lerman) son una joven pareja que se acaban de casar y llegan a la casa de la escritora Shirley Jackson (Elisabeth Moss) donde se van a hospedar. Al mismo tiempo, Fred (Logan Lerman) trabaja con Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg), el esposo de Shirley, en el campus de la Universidad Bennington College, ya que se está preparando para ser profesor, y en ese camino, Rose, aún estudiante, lo acompaña. Ambos tienen una relación muy unida entre ellos pero al llegar a la casa, la relación de la joven pareja se desestabilizará. Shirley es un personaje particular, reconocida por sus relatos que, sin embargo, tiene dificultades para relacionarse socialmente y para estar en el mundo exterior. De igual manera tiene una relación de gran tensión con Stanley, quien se convierte en un personaje misterioso y solitario. Ella ha decidido escribir una novela y en ese camino tendrá una relación cercana con Rose, ya que ella y Fred serán un elemento importante de inspiración. Desde el inicio Shirley (2020) plantea la idea de lo sensorial como elemento desestabilizador. Todo se une en la particular relación que se va a desarrollar entre Shirley y Rose. Cada una desde su mirada del mundo, terminarán por influir en la otra. La película lo plantea por lo planos detalles, por el sonido que desestabiliza la armonía, mostrando la idea de lo oscuro y ‘de cuento de terror’ que subyace en todo lo que va a suceder. Así la película dirigida por Josephine Decker se muestra como un thriller psicológico, al utilizar una cámara en mano que sigue a los personajes desde la mirada obsesiva sobre los rostros, centrándose en los ojos y en todo aquello que permita acercarse a lo que se vuelve difícil de dilucidar. La casa de grandes dimensiones se convierte en un personaje más. Las habitaciones de las dos parejas y el living son espacios que marcan aquello que el espectador irá descifrando y que tiene que ver con la conexión entre las dos parejas. De igual manera el escritorio de Shirley y su máquina de escribir. Espacios que traen las peleas y las conversaciones, y despiertan la violencia entre cada personaje. Los sueños y las visiones de Shirley sobre la novela que está escribiendo marcan el aspecto de oscuridad, ya que las pesadillas de la protagonista de su novela se entremezclan con el mundo real, con un estilo onírico que se presenta en toda la historia. Finalmente, es un relato sobre la figura femenina y la literatura en un contexto histórico, que sirve al mismo tiempo para hablar de las relaciones entre mujeres, de la maternidad y de la oscuridad de la creación.
Shirley es una producción de Martin Scorsese que se inspira vagamente en un momento de la vida de la icónica escritora de horror gótico, Shirley Jackson. Una artista norteamericana que fue muy popular en la década de 1950 y cuyos relatos tuvieron una influencia importante en escritores famosos del género que surgieron años después, como Stephen King y Richard Matheson. Su novela más famosa fue The Haunting of Hill House que tuvo su adaptación en la obra maestra de Robert Wise (The Haunting) de 1963 y más recientemente en la serie homónima de Netflix realizada por Mike Flanagan. La directora Josephine Decker, quien viene del cine experimental, en este caso ofrece una propuesta muy especial que le escapa a las fórmulas de la biografía de manual hollwyodense. Esta es probablemente su producción más accesible. El argumento toma algunos hechos biográfícos reales de la vida de Jackson, que se combinan con la ficción, para crear una drama con tintes de thriller psicológico que podría haber sido un típico cuento de la autora. La película se centra específicamente en el período en que concibió su segunda novela, Hangsman (inspirada por la desaparición de una estudiante universitaria) e imagina las circunstancias que rodearon su proceso creativo. A través de una inspirada interpretación de Elisabeth Moss (El hombre invisible), la directora Decker retrata a Jackson como una mujer que padece un notable desequilibrio emocional, consumida por todo tipo de vicios. Su faceta creativa vuelve a cobrar vitalidad a partir de una relación que establece con una joven recién casada (Odessa Young) que admira su obra y se convierte en su asistente. A partir de esa premisa argumental Shirley explora diversas temáticas como las relaciones tóxicas, la inseguridad de los artistas y el sexismo de la sociedad de 1950. Lo más interesante del trabajo de Decker es el modo en que rompe desde la realización con los clichés habituales de la biopic tradicional. La narración abraza el metalenguaje para combinar de un modo especial hechos reales de la vida de Jackson con esos personajes atormentados y atmósferas claustrofóbicas que sobresalían en sus obras. La idea de trasladar en un lenguaje cinematográfico el estilo literario de Jackson es ambiciosa y creativa y aunque no desarrolle con demasiada profundidad los temas que aborda, al menos propone algo diferente dentro del género. Motivo por el cual se le perdona también ese ritmo lento que tiene la dirección de Decker que a veces puede ser un poco insufrible. En última instancia el mayor mérito de esta película es que consigue generar curiosidad por la verdadera historia de la autora y su obra, además de brindar otra gran labor de Elisabeth Moss.
La idea no es para nada mala: hacer la biografía de una escritora de terror como si se tratara de un thriller que imita los modos de sus textos. Shirley Jackson, muy conocida por su clásico cuento La Lotería, cumbre del horror político, es aquí el objeto a biografiar (muy bien Elisabeth Moss, ese rostro que puede seducir o atemorizar) y todo gira alrededor de una pareja joven que es objeto e inspiración de una historia ficticia, lo que le permite a la directora Josephine Decker meterse (a veces con más acercamiento al clip que al cine, pero se perdona) en el proceso creativo y, por ende, la vida y el pensamiento de la autora. El film es, por cierto, desparejo, pero depara no pocos placeres. En cierto sentido, quizás es la forma justa para una película que en realidad ocurre dentro de una mente compleja, incluso si esto implica a veces pasarse de rosca con la ambientación de época o la reconstrucción sardónica de la vida de un matrimonio intelectual.
Una imperdible Elizabeth Moss interpreta a la autora de «The Haunting of Hill House», que en los años ’50 ve en la irrupción de una joven pareja en su vida, hogar y matrimonio la inspiración ideal para su próxima novela.
La lucha entre la apariencia de las cosas y su verdad latente es la que la directora Josephine Decker pone en escena en Shirley, que es menos una película sobre la vida de Jackson que el retrato físico y psicológico de la escritora, en el que la esencia pervertida de la realidad se manifiesta en el mundo cotidiano hasta desnaturalizarlo por completo: el equivalente cinematográfico a su literatura.
Fred y Rose son una joven pareja que se traslada a Vermont para que Fred trabaje de asistente de un profesor de literatura. Ambos reciben además la oferta de residir en la casa del profesor Stanley Hyman, con la condición de que Rose acepte limpiar el hogar y cuidar a su esposa, la aclamada autora del género de terror Shirley Jackson. Al principio Fred y Rose detestan la casa de la excéntrica pareja, pero finalmente establecen profundos lazos con sus colegas. Al mismo tiempo, la autora empieza a encontrar en esa experiencia una inspiración para su próximo libro. Elizabeth Moss interpreta a Shirley Jackson, la famosa autora de The Haunting of Hill House, llevada al cine en 1963 y 1999 y también convertida en una miniserie en el año 2018. La actriz tiene un cierto parecido físico, pero la película no pretende de ninguna manera convertirse en una biografía realista de la autora. La actriz le aporta todo el misterio que la historia necesita, generando un clima de terror acerca de una novelista del género en busca de inspiración. El resultado, sin ser espectacular, cumple en muchos aspectos y contiene el misterio suficiente para atrapar al espectador.
Esta biografía de la singular escritora de terror Shirley Jackson trasciende la noción que tenemos del género biopic. Estrenada por primera vez en el Festival Sundance de 2020, en donde se alzó con el premio a Mejor Cine de Autor, se trata del primer abordaje cinematográfico a una figura de relevancia en el presente, gracias al éxito que tuviera la serie de Netflix “La Maldición de Hill House” (2019), clásico del que Jackson es autora. Martin Scorsese produce la cuarta película de la cineasta Josephine Decker, a través de cuyo metraje se filtra el erotismo y el misterio, como elementos preponderantes que orbitan alrededor de una figura de culto que inspirara a generaciones posteriores. “Shirley”, nace a partir de un guion de Sarah Gubbins, basada en la novela del mismo nombre, autoría de Susan Scarf Merrell, que parte desde una premisa ficticia, en tiempos donde Jackson se encontraba escribiendo “Hangsaman”. Las creaciones literarias de la cuentista y novelista indagan en la idea de la decadencia humana, extrayendo extrañeza de la común y corriente cotidianeidad. Tomando una página del libro de su inagotable creatividad, Decker apropia dichos valores, delineando personajes tridimensionales y prefiriendo un estilo introspectivo que captura la esencia del horror cotidiano circundante. La mente suplica por un auxilio que nunca llega; el peligro es intangible. Un subtexto siniestro evoca el más puro terror. Percibimos a una escritora rozando el nivel de locura a la hora de visualizar a su próxima criatura; acaso tomando el lugar de médium que exterioriza los conflictos de sus propios personajes. Material fértil para su inagotable obra.
Una escritora que usa el deseo como disparador creativo La historia de la escritora Shirley Jackson, considerada una referencia de la literatura del género de terror, es abordada desde la mirada sutil de la directora Josephine Decker. Aunque quizá para muchos sea una desconocida, Jackson es la escritora de novelas que son una referencia en los relatos asociados al misterio y al suspenso. Entre los más icónicos están “La lotería” y “La maldición de Hill House”, que posiblemente sea el más popular. En el film “Shirley”, la realizadora tuvo el plus de contar con una protagonista ideal, como es el caso de Elisabeth Moss (conocida por su personaje protagónico de “El cuento de la criada”), quien maneja una galería de matices interpretativos que van de la perversidad a la debilidad. Por momentos, Moss compone a una Shirley que genera tanto rechazo como ternura. La película narra el derrotero de Fred y Rose, una pareja que está en su mejor momento, con las endorfinas al máximo después del casamiento, y deciden ir a vivir provisoriamente a la casa del profesor Stanley (el marido de Shirley), quien es una suerte de tutor en la residencia académica del joven. Pero cuando llegan a esa casa, en una alejada localidad estadounidense, es todo raro. Porque Shirley, quien goza de la admiración de Rose (gran papel de Odessa Young) está encerrada en su pieza, no puede escribir una línea, no sale a la calle porque padece fobia, y no socializa con casi nadie. Encima Stanley apadrina a Fred pero compite con él y lo destrata. Pero cuando van pasando los días de convivencia, Shirley comienza a sentirse atraída por Rose. En ella verá a la amiga que no tiene, pero también a alguien que le mueve el deseo. Y ese deseo se puede disparar para la pulsión sexual en un juego de seducción que también moviliza a Rose, pero también para la creatividad. Y Shirley, en medio de los devaríos de su mente y mientras sortea como puede la presión de su esposo para que termine la novela, parece manejar las situaciones a su antojo. Pero con una particularidad: va del disfrute al sufrimiento en décimas de segundo. En ese devenir se luce Moss, quien sabe pintar a su personaje con una máscara de dulce desequilibrio. En la novela de Shirley hay un relato sobre una joven que desapareció en esa localidad, y esa ausencia también se mezcla en la voz en off en la que hay textos de una futura novela. Por momentos el guión confunde, porque no está en claro ni quién habla ni a quién se dirige. Con todo, dan ganas de meterse en esta historia.
Luces y sombras entre autora y personaje Con protagónicos espléndidos de Elisabeth Moss y Odessa Young, el film de Josephine Decker recrea libremente vida y obsesiones de la escritora Shirley Jackson. ¿Querés saber en qué consiste escribir?, le pregunta Shirley a Rose. Shirley es una especie de bruja de bosque, huraña, desaliñada, de quien hablan a hurtadillas. Rose es joven, perspicaz, atisba a Shirley desde la distancia. Shirley, bruja como es, parece tener ojos a sus espaldas. La descubre y la hace ingresar a su habitación, llena de libros, apilados en equilibrio dudoso, entre el desorden de quien conoce las horas del día (y de la noche) de otras maneras. Aquí dentro, el tiempo no transcurre como afuera. Afuera están sus respectivos maridos: Stanley, esposo de Shirley y docente universitario, y su joven asistente Fred. Rose y Fred se casaron y escaparon de sus familias, para recalar en la casona de esta escritora y este profesor. Una especie de luna de miel enrarecida. Alojados en la morada de aquella a quien todos leen y de quien todos hablan a hurtadillas. Como lenguas que sisean y dejan una estela. Pero lo que parece un cuento macabro tiene (algo de) asidero cierto. Shirley es Shirley Jackson (1916-1965), la escritora norteamericana que hizo de los relatos de horror y misterio un sello propio. El cine no tardó en versionarla, y la película que permanece magistral es La casa embrujada (The Haunting), que Robert Wise dirigió en 1963. La aproximación que sobre la escritora practica la directora Josephine Decker, tiene base en la novela escrita por Susan Scarf Merrell, y es un hallazgo, porque sin necesidad de apelar a los odiosos cartelitos que dicen “basado en hechos reales” se basa, sin embargo, en hechos tan reales como ficticios. Y con una destreza que hace que este film sea tanto un abordaje sobre la vida o la escritura o las motivaciones de Shirley Jackson, como también un relato de suspenso con toques eróticos y terroríficos, que protagoniza una joven y desprevenida pareja inventada. En este sentido, quien puede también estar desprevenido es el espectador, y no estaría mal. Es más, la película muy posiblemente juegue adrede esta situación, e invite a quien la vea –mientras oculta sus cartas bajo la manga– a perderse en la gracia misma de su peripecia, tan bien filmada y sugerida. Porque como se decía líneas atrás, los protagonistas de esta historia bien podrían ser Rose y Fred; de hecho, la película inicia con ellos, en un tren rumbo a Bennington, el destino laboral de él, pero con la lectura en mano (de ella) de “The Lottery”, el famoso y polémico relato de Jackson, publicado en The New Yorker en 1948. Ahora bien, ¿a dónde se viaja? ¿A la casa verdadera de quien escribió ese cuento? ¿O al interior mismo de ese relato, en papel de diario? La ambigüedad ya está presente en el inicio, y marca lo que sigue. Una vez dentro de esta casa de moradores solitarios –donde uno es algo bufón y la otra está recluida y presuntamente enferma– lo que se ofrece pasa de a poco a torcerse. La amabilidad troca en órdenes: ocuparse de tareas hogareñas (y serviles) para quedarse; también en acoso: lo sugiere de manera extraordinaria el bigote sucio de comida de Stanley, mientras juega su papel “seductor”. En todo caso, todo se orienta hacia Rose. Ella es la que limpia y cocina. Para que su esposo trabaje y prospere. Mientras su vientre embarazado se hincha, ¿su marido flirtea con alumnas? Ahora bien, entre Rose y Shirley sucede otra cosa, algo más. Justamente, cuando en la escena aludida la escritora la invita a su mundo de libros, a sus secretos de escritora, bien puede pensarse en un juego de espejos y reflejos. Una se mira en la otra, y se reconocen. Shirley es bruja y lo sabe. Rose se presta a su prestidigitación de suerte adivina. La muerte es el presagio. Y esto en el medio de la escritura que la tiene a Shirley cada vez más obsesionada. El libro en cuestión es cierto, es Hangsaman, publicado en 1951, y trata de manera más o menos cierta sobre la desaparición de una estudiante del Bennington College, el lugar de trabajo de su marido. Es una referencia que la película cita y toma como modelo, a partir del cual ella delinea su relato y pauta un vínculo, fantasmal y alucinado, con la joven Rose. A propósito de esto, la película de Josephine Decker sitúa su cámara cerca de los personajes, los ilumina con luces cariñosas, almibaradas, pero frías cuando el ámbito en cuestión es el formal y universitario, con su biblioteca geométrica y sus habladurías mezcladas de saberes. Hay un cinismo que amenaza a las mujeres de la película, que Shirley conoce y le hace quedarse en su refugio. Entonces, escribe. Pero hay que juntar fuerzas, no es fácil. Nunca es fácil. Rose será su enviada de incógnito, la que investigue por ella ciertas pistas. Y entre ellas dos, tal como las imágenes sugieren, la atracción cruza límites. Al respecto, hay una escena ejemplar, con Shirley sentada en una silla hamaca, y Rose parada delante y cerca. Planos detalles, roces de texturas de ropa, miradas. No hay necesidad de dar un paso visual más, porque el hechizo se desvanecería y el personaje, justamente, desaparecería. ¿Quién o qué es Rose? Lo dicho se orienta de manera inevitable al desenlace, a la conclusión que implican las páginas de ese libro próximo, con el relato de la película en la procura de su reorganización, pero sin dejar de lado la ambigüedad; de hecho, es ella la que prevalece y magníficamente resuelta (si puede así decirse). No se los mencionó hasta ahora, porque valen lo suyo para un párrafo aparte. Shirley Jackson está interpretada por la gran Elisabeth Moss (la recordada Peggy de la serie Mad Men así como la protagonista insustituible de esa otra serie notable que es El cuento de la criada), Stanley es Michael Stuhlbarg (de reciente tarea en la serie Your Honor, junto a Bryan Cranston), Fred es Logan Lerman (ya despegado de la imagen de Percy Jackson), y Rose es Odessa Young, a quien habrá que seguir de cerca, capaz como es de articular las ambigüedades referidas en su rostro y expresiones, de una mentirosa fragilidad. Y por último, destacar a Martin Scorsese, con su nombre entre los productores ejecutivos. Si está Scorsese, por algo es.
Inocencia interrumpida La premisa de Shirley responde a ese viejo precepto de que es mejor no acercarse a los ídolos de carne y hueso. La joven Rose Nemser (Odessa Young) se instala a fines de la década de 1940 junto con su flamante marido Fred (Logan Lerman) en las cercanías pueblerinas del Bennington College estadounidense, donde tiene oportunidad de conocer de primera mano a la escritora verídica Shirley Jackson (Elisabeth Moss), quien reside allí con su esposo y profesor Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg). Semejante a sus atormentados personajes literarios, la genial autora de La lotería se pasa la mayor parte del tiempo en la cama con un cigarrillo en una mano y un vaso de alcohol en la otra. El súbito contraste entre la desquiciada Jackson y la candorosa Rose (que ayuda a la autora en las tareas del hogar mientras Fred trabaja para Stanley en la universidad) se anticipa previsible, pero la directora Josephine Decker opta por el desvío. Con la novela ficticia de Susan Scarf Merrell como base para el guion firmado por Sarah Gubbins, Shirley indaga en los reflejos, las diferencias y los contrapuntos entre ambas protagonistas con ánimo de parábola vertiginosa. Pasajes líricos, planos secuencia y elipsis abruptas van construyendo una historia sobre dos modelos de mujeres atraídas entre sí, donde lo que al principio luce como un enfrentamiento entre locura e inocencia acaba siendo una fábula de experiencia y desencanto cómplice ante una sociedad frívola, injusta y cruelmente masculina. Frases de Jackson al principio violentas como “Una casa limpia es prueba de debilidad mental” o “La maternidad tiene un precio” cobran sentido admonitorio, al tiempo que el filme sigue a Rose y a Jackson en sus respectivos alumbramientos, la primera de un bebé y la segunda de su novela Hangsaman (1951), inspirada a su vez en una tercera mujer (la estudiante desaparecida Paula Jean Welden) que completa el triángulo. En similar tono con Retrato de una mujer en llamas (2019), Shirley se apoya en la estampa histórica (debidamente acompañada por peinados y decorados de época) para juguetear con la biopic hasta desdibujarla. La coreografía nocturna de unas chicas de campus, los coqueteos lésbicos o los ramalazos perturbadores de inspiración de Jackson impulsan el suave desborde en sintonía con unos personajes que reniegan de sus roles asignados. El dar a luz, sin embargo, prueba ser un hecho conciliador, quizás el íntimo misterio que hace que el mundo se siga perpetuando.
La película de la directora de «Madeline’s Madeline», un peculiar retrato de la escritora Shirley Jackson, es fascinante e irritante en partes iguales. Con Elisabeth Moss, Michael Stuhlbarg, Odessa Young y Logan Lerman. El estilo como realizadora de Josephine Decker (MADELINE’S MADELINE) no es para cualquiera. La directora, artista performática y actriz tiene una particular manera de acercarse al cine que puede resultar tan fascinante como fastidiosa y hasta irritante. Tiene un ingenio visual y una falta de respeto por los códigos más convencionales del lenguaje que son provocativos y muchas veces originales, pero a la vez es una forma de pensar la puesta en escena que llama mucho la atención sobre sí misma. Suele ser difícil, viendo cualquiera de sus películas, centrarse en lo que pasa cuando la cámara está tan ocupada haciendo lo suyo. Esto se nota un poco menos en SHIRLEY que en su film anterior, que a mí me resultó insoportable. ¿Por qué? Tengo la impresión de que hay dos o tres factores fundamentales. Por un lado, a su manera, la película es una biopic con un guión escrito por otra persona y eso quizás haya «forzado» a Decker a ceñirse a ciertos parámetros formales y narrativos que permiten que su cine sea un tanto menos amorfo. La contención le sirve, ayuda a que su estilo impresionista y ajetreado (ansioso, digamos) pise algo parecido a tierra firme de vez en cuando. Por otro lado, el personaje de la escritora Shirley Jackson es fascinante en sí mismo y convoca a un estilo propio ligado al suspenso, al horror y al fantástico que debe de algún modo convivir con el de Decker. Es un combo potencialmente caótico pero creo que funciona por lo general bastante bien, especialmente porque las actuaciones del elenco (y en especial de Elisabeth Moss) llevan al espectador a tomar a veces distancia de la pirotecnia formal –que deja a Decker muchas veces al borde del territorio del videoclip, la publicidad o el video-arte– para concentrarse en el drama personal y familiar que sucede. SHIRLEY, de hecho, no es una biografía de la autora de «The Haunting of Hill House» sino que rescata una etapa en la vida de la escritora a través del tiempo que pasó con Rose (Odessa Young), una joven cuyo marido (Logan Lerman) empezó a trabajar con el esposo de Jackson (Michael Stuhlbarg) en una universidad –viviendo además en la misma, bella casona de Vermont–, generando entre ambas una convivencia que empezó siendo (muy) forzada para terminar siendo otra cosa completamente distinta. Es la historia del viaje de descubrimiento de Rose mezclado con una etapa de crisis creativa y psicológica en la vida de Jackson que no solo estaba sin poder escribir sino que se había vuelto agorafóbica y no salía de la casona en cuestión. En paralelo –jugando en los límites entre la realidad y la ficción– la película de Decker narra el proceso de investigación y escritura que serían las bases de la siguiente novela de la autora, «Hangsaman». La historia transcurre a finales de los ’40 y principios de los ’50 y detalla las experiencias de Rose, mujer bastante libre y desprejuiciada que es casi forzada a funcionar como asistente (y mucama… y cocinera) de la perturbada escritora, que no hace más que agredirla y hasta burlarse de ella. De a poco, y a partir de compartir las no del todo satisfactorias experiencias con sus maridos (de disimuladas, o no tanto, dobles vidas) empiezan a entablar una relación que pasa del entendimiento mutuo a lo físico, pero que sirve más que nada para sacar a Jackson de su letargo creativo, físico y emocional que había transformado en cínica agresión al mundo. Decker no puede muchas veces consigo misma y filma escenas desde puntos de vista insólitos, cortando cada tres segundos, haciendo raros fuera de foco y moviendo la cámara sin tener necesidad de hacerlo, como atacada de impaciencia y de necesidad de mostrarse. Esto crea una incomodidad notoria hasta que uno se ajusta mentalmente a la forma propuesta y entiende que sirve también para sacar a este tipo de biografías de celebridades literarias del clásico formato «oscarizable» que todos conocemos. No es una película prolija y vetusta, sino todo lo contrario. Es más bien moderna y arriesgada, por momentos de un modo un tanto excesivo. Pero el universo de la autora de «The Lottery» es perturbado y extraño, con lo cual los modos de Decker se ajustan más o menos bien al dial ácido de Jackson. Es evidente que hay momentos (varios) en los que uno tiene hasta ganas de decirle a la realizadora que deje a las escenas hablar por sí mismas sin operar tan directamente sobre ellas, pero no sería una película de Decker si no tuviera esas particularidades. Un poco como la personalidad de la escritora, es una película tan fastidiosa como fascinante, tan original como enervante, que no da tregua casi nunca. Toda una experiencia.