Lo que mata es la humedad… Mientras el dinero corre y las oportunidades se esfuman, el cansancio va corrompiendo las articulaciones e inmovilizando el cuerpo, creando un rictus antipático, rencoroso y competitivo. La vida se convierte así en una penuria. La última película del director Fernando Molnar, Showroom, coescrita junto a Sergio Bizzio y Lucía Puenzo, se adentra en el drama de un hombre de cuarenta y pico que debe mantener a su familia y soportar la carga de un trabajo hostil y competitivo como es el de vendedor. Diego (Diego Peretti) es un coordinador de eventos despedido de la empresa en la que trabajaba. Debido a su ajustada economía y a las deudas contraídas con su tío y con el dueño del departamento que alquila, debe mudarse a la casa familiar en el delta de Tigre con su esposa y su hija adolescente. Ante la perspectiva sombría del desempleo y la incompatibilidad entre su edad, su rol de padre y su profesión, el tío de Diego le ofrece un trabajo de vendedor en un emprendimiento inmobiliario. Showroom no solo descubre los mecanismos de la precarización laboral y la obsolescencia de los trabajadores en los rubros destinados a la juventud, sino que propone una crítica al modo de vida moderno a través de la comparación entre la existencia acelerada de la ciudad y una tranquilidad relajada y de características hippies en Tigre, tras la mudanza de la familia. La primera obra de ficción de Molnar, un conocido documentalista, logra exitosamente construir una comedia dramática cínica donde prima un humor agrio que da forma al drama laboral del protagonista. Las buenas actuaciones de Andrea Garrote y -especialmente- la comicidad de Roberto Catarineu acompañan la representación extenuada y afligida de Diego Peretti, cuya actuación sostiene toda la obra a través de su histriónica gestualidad en graves primeros planos. Una muy buena labor de fotografía a cargo de Daniel Ortega, quien trabajó también en el mismo rubro para la gran ópera prima Pistas para Volver a Casa (Jazmin Stuart, 2014), corona esta película con un concepto claro y conciso que critica la forma en que deterioramos deliberadamente nuestra calidad de vida en cuevas de acero mal terminadas, en las que nos aislamos de nosotros mismos y del resto de los seres, cayendo en la trampa del seudo producto importado y de las falsas comodidades modernas cuales cadenas que traen más dolores de cabeza y problemas que soluciones y goce.
Si hay manera de pensar Showroom dentro de un género más allá de la comedia amarga, me tiento por emparentarla con lo que en teatro se llama “grotesco pirandelliano” o su versión argentina, el grotesco de Discépolo. Esta relación la encuentro en la semejanza en el plano semántico: el tema del hombre como portador de una máscara que usa ante la sociedad para ocultar su verdadero ser de la reprobación de sus pares y evitar la comunicación, o bien (como es el caso de Diego, el protagonista) porque está completamente alienado, lo que lo lleva a no poder conectarse con sus sentimientos y manejarse en un entorno de falsedades e hipocresías. A partir de un juego de oposiciones y contrastes, el director Fernando Molnar construye un mundo y narración particulares. Desde el comienzo podemos ver el choque entre la fiesta que debe dirigir Diego y su estado de agotamiento; su auto destartalado y la camioneta lujosa y último modelo de otro socio del club; la vida entre la naturaleza y una ciudad ruidosa y sobrecargada, reflejada en los planos panorámicos de la autopista (reforzados desde lo sonoro) y en los planos generales de Diego caminando de traje y pelo peinado hacia atrás entre el bosque húmedo de las costas del Tigre; la máscara y el rostro; lo real y lo artificial. Todo esto es Showroom, y es que el título funciona en todos los sentidos dándole a la película una unidad. El recurso de la repetición también se hace presente y es coherente con el relato. En el caso de repetición de secuencias y acciones, podemos pensar en la representación de lo rutinario. Pero también representan el discurso del capitalismo que a través de la figura de la mercancía nos pinta un mundo donde las series son las que importan y todos los objetos se presentan como iguales, ignorando que en cada repetición hay transformación. El humor cínico que registra la película se emparenta con el de las publicidades. La vida de ensueño que promete “Palermo Boulevard” se destartala cuando es comparada con los vínculos reales y afectivos que las mujeres de la familia encuentran en sus nuevos vecinos del Tigre. La pregunta sería: ¿qué es el bienestar y qué está uno dispuesto a hacer para alcanzarlo? Lo que nos demuestra Showroom es que todo este bombardeo de publicidades, todo el sistema en sí en el que nos movemos y vivimos, no es más que una construcción. Una entre otras. Y por eso, cuando los personajes llegan a este punto y ven ante sí las alternativas que antes no podían ver, deben tomar una decisión. Es muy interesante cómo se construye este discurso desde la puesta en escena y el relato. Por ejemplo, el recurso de la falsa profundidad de campo creada por las ventanas del showroom de departamentos del maravilloso “Palermo Boulevard”, que prometen un paisaje paradisíaco, son en verdad sólo un cartón ploteado con una fotografía. Y así es como Showroom deja de ser “la nueva de Peretti” para mostrar su mirada genuina, casi un fresco de la realidad de las familias de clase media porteñas.
Lo bueno de Showroom es que aporta aún más diversidad a las propuestas nacionales de los últimos tiempos, además de las películas de género también se van incrementando las variantes de dramas y comedias. Lo malo de Showroom es que es un drama (con toques de comedia) que no logra movilizar al espectador. Por más bien que Diego Peretti trabaje es imposible dejar de pensar en “¿Por qué me están contando esta historia? ¿Por qué tendría que ser interesante la vida de un tipo con problemas familiares que vende departamentos?”. Estas dos preguntas no tienen respuesta a lo largo de la cinta y ahí es donde el film pierde porque no puede validar su supuesto propósito. Peretti divaga de un lado al otro y no puede encontrar lugar a pesar de decir sus líneas de forma correcta y legitimando un poco, tan solo un poco, a su personaje con habilidad actoral. La música, fotografía y edición están bien pero sin elementos que sobresalgan para destacar. En definitiva Showroom se deja ver pero no sorprende.
Sueños y pesadillas de la clase media porteña El hasta ahora documentalista Fernando Molnar, reconocido por su rol de codirector en Mundo Alas y Rerum Novarum, debuta en la ficción con una comedia negra sobre el mundo laboral aunque patinada por la melancolía de un aspiracionismo imposible de satisfacer. Showroom, además, deconstruye el ideario de la clase media poniendo en perspectiva el sueño de la casa propia. Todo esto es encarnado a través de la figura de Diego (Diego Peretti, con una economía gestual justísima). Endeudado hasta la médula y recientemente echado de su trabajo como organizador de eventos, deberá mudarse junto a su mujer e hija a una casa de su tío en el Delta del Tigre. Mismo tío que le ofrece una nueva oportunidad laboral como vendedor en el showroom de un futuro complejo habitual palermitano. Pero aquello que parecía un trabajo meramente ganapanes deviene rápidamente en una obsesión, sumergiendo al protagonista primero en el desgano y después en una espiral de responsabilidad compulsiva que más pronto que tarde concluirá en la más lisa y llana alienación. El tono crítico y por momentos venenoso de su desarrollo marca un constante crescendo durante la primera hora, pero sobre el final Molnar se pone demasiado aleccionador, dándole a su película un aire de moraleja innecesaria.
Otro estilo de vida La primera película en soledad de Fernando Molnar (Rerum Novarum, Mundo Alas) es una comedia dramática intimista donde Diego Peretti (Papeles en el viento, La reconstrucción) interpreta a un hombre que en medio de una crisis económica se obsesiona con la venta de todas las unidades de una lujosa torre habitacional para así conseguir una mejor calidad de vida. Diego (Peretti en una actuación casi unipersonal) es un coordinador de eventos que pierde su fuente laboral y con él su estándar de vida. Un tío (Roberto Catarineu) le presta una casa en el Tigre y le ofrece vender las unidades de un lujoso complejo habitacional que está construyendo en el barrio de Palermo. Para ello, Diego deberá tomarse todos los días una lancha y otros medios de transportes públicos más para llegar a su trabajo y encerrarse durante 12 horas en el "showroom" y tratar de convencer a los futuros compradores en las supuestas bondades del edificio. Mientras Diego se obsesiona con la venta para poder regresar a la ciudad y recuperar su supuesta “calidad de vida”, su esposa (Andrea Garrote) y su hija, que de entrada rechazaban la idea de irse de la ciudad, comienzan a sentirse atraídas por la vida natural alejada del ruido, la contaminación y las apariencias. De manera ácida e irónica, Showroom (2015), cuyo único punto de vista es el del personaje de Peretti y esto hace que recaiga todo el peso de la trama sobre él, cuestiona las elecciones que muchas veces se hacen creyendo que las apariencias mejoran la calidad de vida cuando en realidad la empeoran.
El sueño del techo propio Un vendedor intenta cumplir el sueño ajeno mientras su destino y el de su familia parecen no encontrar su rumbo. La lucha por la subsistencia es la que enciende este relato apoyado en las actuaciones. El film de Fernando Molnar, protagonizado por Diego Peretti y escrito por el realizador junto a Sergio Bizzio y Lucía Puenzo, se presentó en la última edición del Festival de Cine de Pinamar y ahora tiene su estreno comercial. Diego -Peretti- perdió su empleo como coordinador de eventos, debe dinero de su alquiler y se ve obligado a ocupar una casa familiar en el Tigre -en condiciones infrahumanas y en la que deja a su familia- mientras viaja a diario a la Capital para atender un Showroom, bajo las órdenes de su tío -Roberto Catarineu-. Allí vende departamentos y "cumple" con el sueño ajeno mientras su destino y el de su familia parecen no encontrar su rumbo. A partir de una mirada actual sobre las dificultades laborales y la lucha por la subsistencia, esta comedia concentra momentos dramáticos pero, a la vez, es un drama con situaciones cómicas que impulsa una historia que no ofrece demasiadas sorpresas, más allá que la de mostrar a un personaje haciendo lo imposible por mejorar su calidad de vida en un medio que no le brinda posibilidades. En el elenco se destaca Andrea Garrote, como la mujer del protagonista, y Peretti que expone una máscara fría, amarga y observadora a lo largo de una trama en la que dicen presente los contrastes permanentes.
La primera ficción de Fernando Molnar (Rerum Novarum, Mundo Alas) intenta reflejar la alienación de un hombre sin trabajo que se aferra a uno ofrecido por un pariente que consiste en vender departamentos desde esa maqueta de cartón pintado, a cualquier costo. Con un gran trabajo de Diego Peretti, que sostiene baches en el guion y objetivos del film.
Sátira del hombre alienado Peretti protagoniza esta historia sobre un vendedor inmobiliario que navega entre la supervivencia al día a día y la búsqueda de trabajo. Un guión sutil que permite la reflexión. Showroom, primera incursión de Fernando Molnar en la ficción, describe a un mundo y a un personaje en clave de comedia negra, con incidencias de la sátira pero sin necesidad de caer en el trazo grueso y en la crítica subrayada como exposición de un conflicto. La vida del vendedor inmobiliario Diego (Diego Peretti, quien confirma que su rostro es parte de una puesta en escena), navega entre la supervivencia al día a día y la imperiosa búsqueda de trabajo. Lo consigue, en la gran metrópoli, cuando él junto a su familia se establecen en la bucólica naturaleza del Tigre. Un trabajo en un showroom, un simulacro del confort y de los temores de la clase media que oculta su paranoia en esas fortalezas instaladas desde la publicidad. Pero ojo, Showroom es una comedia, que expresa sus inquietudes a través del montaje eficaz, del uso dramático de los primeros planos del rostro de Diego, de la conformación de una clase de humor que se basa en la repetición, como si fuera un film "slapstick" pero sin agresión física ni golpes y caídas gratuitas. En ese sentido, el sutil guion de Molnar junto a Sergio Bizzio (director de Animalada y Bomba) y Lucía Puenzo (El niño pez; XXY; Wakolda) permite la reflexión del espectador en medio de las torpezas e infortunios que vive el personaje central. Un personaje que (sobre) vive en un mundo de contrastes: naturaleza versus cemento; autos desvencijados versus autos último modelo; el Tigre como paraíso real versus Palermo Boulevard como paraíso artificial. Es que la trama alude a un gran artificio del que dependerá el futuro de Diego, atribulado, agotado y construido como individuo para (sobre) vivir en un mundo mejor, no en ese al que obliga la subsistencia laboral y la decisión personal previo paso por aquello que propicia una seductora catarata de publicidades. Molnar maneja con astucia los momentos agridulces del film (la mayoría) y los escasos instantes de felicidad del personaje central. Sostiene los objetivos dramáticos sin caer en el peligroso patetismo ni en una mirada superior en relación a la historia y al protagonista. Mira pero no opina en exceso sobre las idas y vueltas de Diego y su trabajo, exigiéndole al espectador que complete algunas zonas oscuras y que reflexione sobre el comportamiento de un personaje y de una sociedad que oprime y desea anularle su identidad. A través de esa inteligente visión del mundo, teñida de cierto distanciamiento afectivo que hasta puede transmitírsele al público, surge el rostro de Peretti, extraña mezcla de Buster Keaton, Discépolo y un cómico italiano del período clásico.
Una comedia sobre la clase media. La vida lo tiene a mal traer a Diego: endeudado hasta la médula y despedido de su trabajo como organizador de eventos deberá dejar, junto con su esposa y su pequeña hija, el confortable departamento que ocupaban en Buenos Aires. Felizmente (o no) él tiene un tío millonario propietario de una importante inmobiliaria, quien, además, posee una casa en el delta del Tigre. Ese tío aparentemente bonachón le hará un doble ofrecimiento a Diego: mudarse a esa casa alejada de la ciudad y ofrecerle una nueva oportunidad laboral como vendedor en el showroom de un futuro complejo de edificios palermitano. Pero aquello que sólo parecía un trabajo se convierte para Diego en una obsesión: el ahora vendedor se mudará con su familia a esa destartalada casa derruida, empeñado en lograr vender la mayor cantidad de departamentos para recuperar su tren de vida. El director Fernando Molnar, que ya tiene en su haber un par de interesantes documentales (Mundo Alas y Rerum Novarum), se insertó con calidez en la historia de ese hombre que necesita demostrar lo que vale. Showroom es una comedia a veces ácida y otras un poco negra que carga todo el peso del relato en la figura de su protagonista, Diego Peretti, quien responde con gran solvencia ante el desafío de esta película, que plantea una afilada crítica ante las pretensiones de la clase media. Andrea Garrotte y Roberto Catarineu fueron muy buenos acompañantes del protagonista en esta historia sencilla.
¿Para ser, hay que poseer? Buenas actuaciones para contar con sencillez una historia mínima sobre un tema clásico: la alienación. Es curioso que se promocione a Showroom como una comedia, porque es mucho más angustiante que graciosa. Seguramente se deba a que el protagonista es Diego Peretti, que probó ser un efectivo comediante en varias películas y programas de televisión, pero acá -en un muy buen trabajo- compone a un tipo vencido, desahuciado económicamente, que tiene horror al descenso social y hace lo que puede para seguir perteneciendo a la clase media porteña, aunque eso signifique irse a vivir a una casucha prestada en el Tigre y viajar todos los días a Capital para trabajar doce horas mostrando el prototipo de un departamento a construirse. Fernando Molnar, que hasta ahora había dirigido documentales como Rerum Novarum o Mundo Alas, se alió a Lucía Puenzo (Wakolda) y el marido de ella, el escritor y guionista Sergio Bizzio, para escribir el guión de su primer largometraje de ficción. Y consiguió un debut prometedor con una historia mínima y un tema clásico: la alienación del hombre moderno. El planteo que subyace a Showroom es que, en un mundo en el que para ser hay que poseer, la necesidad de trabajar va más allá de la urgencia de conseguir el sustento y cubrir las necesidades básicas; es, tanto para el protagonista como para mucha gente, la manera de mantenerse dentro de los estratos sociales que se suponen aceptables y no caer en la tan temida marginalidad. Como contracara de esta asfixiante realidad, localizada en la agobiante ciudad, aparece una salida romántica: la naturaleza. La película intenta matizar su oscuridad contraponiendo el verde a los edificios (literalmente: la cámara viaja sin escalas, una y otra vez, del exuberante Delta al gris porteño). Lejos del cemento, parece decirnos Molnar, es posible volver a una dimensión humana de los días, a la vida en comunidad, a disfrutar momentos que la enajenación cotidiana impide percibir. Una idea que inquietó a la humanidad a través de la historia, desde los románticos hasta los hippies, y que a esta altura del partido parece un poco ingenua y perimida. O tal vez no: el debate, al parecer, sigue abierto.
La nueva película de Fernando Molnar que tiene como protagonista a Diego Peretti trata sobre un hombre desempleado que comienza a trabajar en un showroom, un local donde exhiben un ejemplo de departamentos de un edificio que se encuentra en construcción. Básicamente la película gira en torno a la situación laboral y familiar del personaje de Diego Peretti, cómo el manejo de su economía repercute en la relación con su mujer y su hija. Lo que más se destaca de “Showroom” es sin dudas la actuación de Diego Peretti, que sostiene la película casi él solo con sus expresiones y manifestaciones corporales. Si bien el resto del elenco se encuentra correcto y acompañan al protagonista, no sobresalen en la historia. Salvo por el personaje que interpreta Roberto Catarineu, que hace del tío rico de Peretti que lo ayuda a insertarse nuevamente en el mundo laboral, el resto de los personajes no son secundarios poderosos, carecen de fuerza. Asimismo, la historia no presenta un gran dinamismo, ni fluye con tanta naturalidad. Por momentos se estanca y parecería no avanzar, se centra mucho en la rutina del protagonista, repitiendo ciertos patrones. Un buen acierto fue no estirarla para que dure más de dos horas, como ocurre con algunas piezas cinematográficas, sino que se limitó a aproximadamente un hora, tiempo más que suficiente para contar la historia. Por otro lado, el guión no tiene una gran profundidad, se centra únicamente en la premisa, sin presentar grandes sorpresas ni giros dramáticos pronunciados. “Showroom” se encasilla en el género de comedia dramática y utiliza bien esos recursos, pero no los explota en profundidad. No logra la emoción del drama y a pesar de generar risas, tampoco son llevadas al extremo. En síntesis, “Showroom” está sostenida prácticamente por su protagonista y seguramente la gente que se acerque a ver dicha película será principalmente para ver a Diego Peretti, quien nos entrega una muy buena actuación. Sin embargo, esto no alcanza para ser un film entretenido y ameno, sino que su historia carece de profundidad y dinamismo. Samantha Schuster
Unos pocos meses después de EL PATRON, la opera prima de ficción de Sebastián Schindel –su socio en la productora Magoya y codirector de filmes como MUNDO ALAS y RERUM NOVARUM— llega también el debut ficcional de Fernando Molnar. SHOWROOM es una película acerca del choque entre los sueños de la clase media y la realidad, una historia que ironiza sobre los deseos de “pertenecer” frente a las necesidades cotidianas que son mucho más complejas y problemáticas. Diego Peretti encarna a un hombre que acaba de perder su trabajo como animador de eventos y, con muchas deudas, no le queda otra que vender su casa e irse con su mujer e hija a vivir al Tigre, a una casa de fin de semana de un pariente con dinero que se la presta. Bastante deprimido y sin acomodarse nunca del todo al nuevo lugar, a Diego (el personaje se llama igual que el actor) se le suma una nueva oportunidad que es también una complicación: el mismo tío le ofrece un trabajo vendiendo unidades de un edificio palermitano en construcción, atendiendo lo que se conoce como el “showroom” de estos emprendimientos. Es la oportunidad de ganar algo de dinero, pero también la de alienarse aún más de su vida, su familia (es tan lejos ir y volver a Tigre cada día que empieza a quedarse a dormir en el “showroom”) y de entrar en un territorio de competencias y peleas (con otro vendedor más experimentado y hasta con los obreros que construyen el edificio en cuestión) que no pueden terminar del todo bien. showroom-600x300SHOWROOM no se plantea como una comedia sino que intenta utilizar algunas situaciones humorísticas para disfrazar, si se quiere, lo que en el fondo es una situación bastante dramática y amarga. Y en eso ayuda, sin duda, el rostro pétreo de Peretti durante gran parte del relato, que genera momentos de humor siempre teñidos de una creciente mezcla de depresión y desesperación. La película va explorando la alienación de Diego, su necesidad de vender a toda costa (la promesa del tío es que la familia se mude a ese edificio una vez concluido) y cómo de a poco su familia se va adaptando a la nueva vida algo hippie en la naturaleza dejando en evidencia su creciente aislamiento. Si bien la película no termina de ser convincente en todos sus rubros (algunas subtramas no están del todo logradas, como la de la relación con los obreros), logra constituirse como una interesante mirada crítica a las consecuencias de cierto espíritu competitivo de la clase media llevado al extremo, yendo desde lo económico hasta el miedo a dejar de pertenecer socialmente a ese grupo. Las interacciones de Peretti con los potenciales compradores de ese emprendimiento dejan en claro que el centro de la película pasa por ese lado: la clase media enfrentada a su propia confusión aspiracional, cuatro paredes de cartón en un barrio con onda o la nada misma. Quizás, parece decir Molnar en su opera prima, quizás haya otras opciones…
Aspiraciones de un buscavidas La primera ficción del documentalista Molnar es una comedia tan breve como oscura y cargada de veneno, en la que un ganapán se aliena con su trabajo al punto de llegar a creerse su propio eslogan: “La vida que soñaste ya no es un sueño”. Una nota publicada el último domingo en el suplemento económico del diario La Nación le puso números a una de las características principales de los argentinos como es el sentimiento de pertenencia a ese magma ideológicamente volátil, intempestivo y flemático que es la clase media, señalando que ocho de cada diez se sienten parte, aun cuando los ingresos de varios de ellos estén por arriba o por abajo del promedio. Uno de los que creen que está pero en realidad no llega podría ser el protagonista central de la brevísima (apenas una hora y cuarto de metraje) Showroom. Debut en la ficción del hasta ahora documentalista Fernando Molnar (codirector de Mundo Alas y Rerum Novarum) y con un primer tratamiento de guión coescrito por él junto a Sergio Bizzio y Lucía Puenzo, el film comienza mostrando a Diego en plena acción laboral; esto es, controlando, resolviendo, ejecutando. Y también perdiéndolo todo cuando su jefe lo expulse de la empresa de organización de eventos argumentando la necesidad de un hombre con más fuerza y dinámica. “La noche te está consumiendo”, explica ante la mirada atónita de un Diego Peretti perfecto en las arenas de la comicidad deadpan.Puertas afuera, el panorama tampoco es del todo alentador, con deudas de varios ceros asfixiando su economía y un grupo de amigos más dispuestos a vanagloriarse en sus éxitos que en atender a las necesidades de los suyos. La familia tampoco ayuda demasiado: su mujer está muy cómoda en los avatares domésticos y siempre lista para reprocharle la pérdida de los bienes adquiridos. Individualismo, exhibicionismo, enrostre como síntoma de status y la satisfacción personal en tanto exista otro que pueda verla: cuatro ejes cargados de veneno que Molnar delinea en apenas quince, veinte minutos mediante un ojo atento al detalle y al gesto mínimo propio de quien se fogueó en el terreno del documental. Quizás en ese origen también se entienda la elección de una cámara pegada a su protagonista, acentuando la opresión ejercida por el contexto.Sin red ante el vacío, la salida llega con una oferta de un tío sobrador, manipulador y con un caudal de billetes lo suficientemente grande como para forrar a todos, incluso a su propio sobrino. La propuesta es laboral y locataria, ya que al trabajo en un showroom de una torre en construcción en Palermo le suma el préstamo de una casa en el Delta, con las largas horas diarias en lancha que esa ubicación conlleva. Mujer e hija, claro, prodigan berrinches y puteadas, colocando a Diego en un punto de no retorno en el que los ámbitos sociales, familiares y laborales no ofrecen contención. Esto obliga a dejar de lado la presentación de un universo cuya pregnancia invita a quedarse a vivir como elogio. El de Showroom, por el contrario, repele al espectador a fuerza de desencanto y crueldad, volcándose definitivamente a la oscuridad cuando su protagonista convierta ese trabajo meramente ganapan en una obsesión, alienándose con el concepto de venta del complejo (“La vida que soñaste ya no es un sueño”) y, claro, con la idea de conseguir comisiones para invertirlas en una casa propia.Película de oposiciones y contrastes entre realidad y aspiración (ver la plasticidad manifiesta del showroom), sus apuntes sobre el mundillo laboral y la competencia con otro vendedor remiten a un absurdo digno de un Mike Judge menos explosivo, más sereno. La oscuridad, a su vez, a una comedia negra de Danny DeVito. Lástima que sobre el final Molnar acentúe la parábola de la historia planteando un juego de espejos evidente y predecible, dando la sensación de que Diego era menos un personaje que un vehículo para mostrar las penurias autoimpuestas de aquellos quieren ser y no son.
Hay que vender y venderse Diego está en caída libre. Debe un montón, está con el ánimo por el suelo y se queda sin trabajo. Niega, miente, se angustia. Tiene una mujer y una hija adolescente. ¿Qué hacer? Su tío le presta una casita en el Delta y allí van. También le ofrece trabajar de vendedor en su empresa inmobiliaria. Y Diego no tiene muchas opciones. Vivir en el Delta no es fácil: humedad, vacío, todo queda lejos, no hay señal. Diego va y viene todos los días. La familia sufre y él también. Su meta es poder llevarlos de vuelta a Buenos Aires. “Showroom” es una comedia negra que echa una mirada corrosiva sobre las aspiraciones de una clase media que solo quiere poseer, como sea. Diego se desespera tanto por vender que al final se termina vendiendo a sí mismo. Filme sobre la alienación y los falsos paraísos, que es también un canto muy transitado sobre la vida sana y sobre la sabiduría de vivir con lo que se puede y de no aspirar a más. El filme juega con esos contrastes: la cámara va de Tigre al centro, del verde al cemento. Y muestra lunares: escenas sin gancho, personajes básicos, moraleja anunciada. Lo mejor que se puede decir de este debut en Molnar en el largometraje, es que no recarga las tintas, que no tiene golpes de efecto, que se conforma con su modestia, que deja ver un solvente trabajo de Peretti y que trata con sensibilidad a sus personajes.
Alienación por partida triple El relato de Showroom puede resumirse sin demasiada dificultad, aunque ya insinúa algunas complejidades: Diego (Peretti) está atravesando numerosos problemas económicos, que se agravan aún más cuando lo despiden de su trabajo como organizador de fiestas. Esto lo obliga a mudarse junto a su esposa e hija a una aislada casa en el Delta del Tigre. Es entonces que su tío le consigue un nuevo empleo como vendedor en el showroom de un edificio en construcción en el medio de Palermo. A partir de ahí, lo que comienza a darse es un proceso de obsesión por parte de Diego con el progreso laboral y social que cree que le dan las sucesivas ventas de departamentos, que lo terminará conduciendo a una instancia de gran aislamiento e incluso alienación. No es la primera vez que la obsesión transformada en alienación son el foco de una película: pensemos por ejemplo en The pledge (que en la Argentina tuvo el pésimo título de Código de honor), aquel film de Sean Penn donde Jack Nicholson interpretaba a un policía al borde del retiro que le juraba a una madre encontrar al asesino de su hija y cuyo juramento derivaba en obsesión y finalmente en un total aislamiento de la realidad. Allí el gran mérito estaba en que la narración tomaba la distancia justa para que el espectador percibiera lo que le pasaba al protagonista, el recorte que hacía de un mundo que iba mucho más allá pero que él no podía intuir por todo el dolor y la furia que llevaba acumulados en su interior. Sin embargo, en Showroom esa operación narrativa no termina de concretarse y el film da un giro excesivamente introspectivo y focalizado en el personaje de Diego, sin desarrollar un universo potente alrededor de él, con lo que se distancia de manera casi absoluta del espectador. La película de Fernando Molnar, así, a pesar de la ajustada actuación de Peretti, también cae en una especie de alienación. La tercera instancia de alienación se da en el mismo espectador, al que el distanciamiento de la puesta en escena termina aislándolo totalmente de la experiencia propuesta por el film, que no consigue hallar un puente genérico. No hay contagio ni inmersión dentro de un relato frío y hasta estirado a pesar de sus escasos 75 minutos. De esta manera, Showroom no consigue su objetivo, queda como un objeto inerte y hasta su obvia lectura social respecto a cómo lo laboral ocasiona quiebres en lo personal y familiar queda sin ningún efecto.
La ilusión es ante todo tramposa Showroom, la ópera prima de Fernando Molnar, nos presenta a Diego (Diego Peretti) un hombre de cuarenta y tantos años que se dedica a animar y entretener fiestas y eventos empresariales, actividad que realiza hace décadas. Un día su jefe lo despide porque debido a su edad “ya no rinde como antes” , “no tiene vitalidad”, “su imagen no va con el target al que la compañía apunta”, etc, etc, etc. Diego oye estas mismas razones en cuanta entrevista laboral tiene, y de esta forma, el panorama se va oscureciendo: lo están por desalojar de su casa, tiene infinitas deudas, y cada vez discute más con su esposa. Un único salvavidas aparece: un pariente le ofrece como solución prestarle una casa en Tigre, para así ahorrar el gasto de alquiler, y a la vez, lo incorpora como vendedor en Palermo Boulevard, su emprendimiento inmobiliario ubicado en una exclusiva zona de ese barrio porteño. De esta forma comienza un nuevo estilo de vida para toda la familia, la mudanza, el cambio de colegio de la hija adolescente, y el viaje diario de Diego desde la isla, hasta el lugar de trabajo; todo muy desgastante. Así, con el pasar de los días, el único objetivo de este jefe de familia es regresar a Capital Federal, y ser el mejor vendedor -ya que en determinado momento el tío de Diego contrata a un segundo vendedor, más joven y carismático-pero obviando un poco las nuevas necesidades y deseos de su esposa e hija, que luego de quejas, terminan por disfrutar la vida natural de Tigre y comienzan a detestar lo asfixiante del departamento palermitano. Con Showroom, Molnar nos introduce en un mundo bello y lujoso pero artificial, efímero, y construído burdamente que invita a una vida ideal en un hogar con amenities y paisajes soñados que prometen alegría, algo prácticamente inexistente, a la vez que cuestiona y propone reflexionar sobre la agitada vida en la cuidad, la precarización y las competencias laborales, y la creación de falsas necesidades que día a día compramos, como si fueran la fórmula o el camino real a la felicidad. Completan el escenario, la excelencia actoral de Peretti, quien realmente logra transmitir su desesperación primero, y el malestar después; además de la maravillosa labor de Daniel Ortega en la fotografía de esta ópera prima. Por Marianela Santillán
El empleado del mes Diego (Diego Peretti) tiene más de cuarenta años, una mujer, una hija, y acaba de perder su trabajo como organizador de eventos. Endeudado, con una familia que le reclama lo que no le puede dar, no encuentra otra opción que recurrir a un tío con plata y bastante buena onda que le presta la casa familiar del Tigre hasta que logre volver a mudarse a C apital, y le consigue trabajo como vendedor en un emprendimiento inmobiliario en Palermo. Sin experiencia en ventas, pero sin otras alternativas a la vista, Diego se instala en el Showroom del edificio en construcción y de a poco se va acostumbrando a la fauna que visita el lugar. El instinto de vendedor no tarda en aparecer, y Diego se convierte en un autómata capaz de hacer cualquier cosa para vender: aprende a ser falso, a mentir, a decirle a la gente lo que quiere escuchar, a ser desleal con la competencia, y prácticamente termina viviendo en el lugar con tal de no perder horas de trabajo y posibles clientes. Así, se aleja cada vez más de su familia, quienes a pesar de la mala predisposición ante la mudanza han construido una nueva vida en el lugar. La historia es una radiografía de estos tiempos en que perseguimos como locos aquello que se supone que debemos tener, y perdemos contacto con lo que tenemos. El protagonista se acostumbra tanto a aparentar lo que debe ser, que finalmente termina olvidando quien es y como se siente. Diego Peretti interpreta muy bien a este exponente de la clase media, con miedo a convertirse en un habitante del conurbano, en esta película donde todo gira en torno a su interpretación, pero donde también los actores secundarios realizan muy buenas interpretaciones, especialmente Roberto Catarineu, como un tío paternal y experto en ventas. Fernando Molnar logra muy buenos resultados en su primer filme de ficción, luego de su larga experiencia en documentales. Con una minuciosa construcción de la realidad, construye esta historia sólida, tragicómica, un tanto moralizante al final, pero con un muy buen guión.
Aborda la historia de una familia que tras perder su fuente de ingresos debe mudarse a una casa en el Tigre adaptarse a otra vida y a otro paisaje. Esta es una historia común a cualquier persona, un padre de familia se queda sin trabajo como organizador de fiestas y le resulta difícil reinsertarse en el sistema laboral aunque tenga experiencia y muchas ganas de trabajar, ya es grande porque existen otros trabajadores más jóvenes que además están dispuestos a encargar la profesión en distintos niveles. Acá vemos a un hombre triste Diego (Diego Peretti, sostiene el film gracias a su experiencia) que se encuentra lleno de deudas, ni el departamento donde vive ya puede pagar, ni su auto, ni nada, porque se encuentra sin trabajo y en la ruina. Pero se encuentra con un tío (Roberto Catarineu, estupenda interpretación y es lo mejor) algo inescrupuloso que intenta ayudarlo, le da una casa algo deteriorada en el Tigre y un trabajo como vendedor inmobiliario. Por lo tanto Diego junto a su esposa Diana (Andrea Garrote) y a su hija adolescente Karina como tantas otras familias deben dejar la Capital y adaptarse a otras costumbres, escuela, lugar y vecinos. Ahora vivirán en esta casa situada en el Delta del Tigre y Diego debe realizar un largo viaje hacia su trabajo diariamente, quien se va transformando en un obsesivo vendedor del showroom, un edificio en capital, con departamentos asfixiantes, hechos con materiales baratos donde las personas que lo eligen sienten que cumplieron su sueño. A esta familia le resulta muy difícil vivir esa nueva vida, en una casa tan resquebrajada como se sienten ellos, todo es muy diferente ahora, pero Diego tiene un objetivo firme: volver a vivir a la Capital, y comienza a vivir situaciones absurdas, complejas y se va transformando en un autista. Es una comedia agridulce, con algunos enredos, apenas algunos gags, la cámara se encarga de seguir constantemente a este personaje en cada una de sus actitudes y acciones. Este es el debut en la ficción de Fernando Molnar (viene del documental "Mundo Alas" y "Rerum Novarum", entre otras) que en el guión contó con la colaboración de Lucía Puenzo y Sergio Bizzio. Se tocan varios temas pero uno de los principales es el del trabajo, la sociedad y las apariencias, pero una de las fallas se encuentra en que muchas cosas giran sobre lo mismo, algunas subtramas no están logradas y aunque la película es corta (tan solo 78 minutos) resulta interminable, se estanca y le falta una vuelta de tuerca. Como lo fue para otras películas, nuevamente la zona del Tigre vuelve a ser elegida por sus locaciones y cuenta con varios sponsor.
Fernando Molnar dirige Showroom protagonizada por Diego Peretti que pone en foco a un hombre que tras una crisis económica y una oportunidad como vendedor comienza a obsesionarse cada vez más con una vida mejor. ¿Pero en qué consiste esa vida mejor a la que aspira? Tras ser despedido de su trabajo, quedarse sin un lugar donde vivir y cubrir deudas con un nuevo préstamo que su tío le hace y quien además le cede momentáneamente una casa en el Tigre, las cosas para Diego no parecen ir nada bien. Pero este tío que lo salva con el dinero, le propone también ser vendedor de departamentos de un complejo del que es dueño. Al principio, Diego sólo quiere que su familia tenga un buen hogar, no uno atestado por la humedad o lleno de goteras que se convierte en una pesadilla cuando llueve, que su hija vaya a un buen colegio, y vivir en Capital. Sin embargo, a medida que se introduce cada vez más en su nuevo trabajo, que le dedica más horas, perdiendo reuniones con amigos y, sobre todo, tiempo con su familia, se obsesiona con tener eso que vende a gente aparentemente más afortunada que uno. El problema es cuando esos sueños comienzan a tomar forma. “La vida que soñaste ya no es un sueño”, reza el slogan del complejo. El tema es lo que sucede con cada sueño, con cada fantasía que se torna realidad, es imperfecta. Y mientras su familia comienza a construir su propio hogar, en sintonía con las amistades y la naturaleza, Diego sólo se encuentra enfocado en poder salir de ese lugar. Showroom pone en evidencia una obsesión casi ciega, porque Diego comienza a dejar ideales de lado con tal de lograr su objetivo. Showroom es Diego Peretti entregándose por completo a un personaje que lleva toda la carga del film, porque se cuenta siempre desde su punto de vista, estando él presente en cada escena.
Se estrena Showroom, de Fernando Molnar. Protagonizada por Diego Peretti, Andrea Garrote y Roberto Catarineu, esta ópera prima de ficción exhibe las vicisitudes del negocio inmobiliario en Capital Federal. La mecanización del individuo. Diego es un organizador de eventos, cuya energía no está al nivel que se espera de él. Desempleado y endeudado, tampoco puede pagar el alquiler del departamento donde vive con su familia. Gracias a la ayuda de un tío, Diego se muda a una casa en medio de una isla del Tigre. El mismo tío, a la vez, le consigue un empleo. Vendedor de departamentos de un edificio en construcción de Palermo. Diego debe viajar todos los días de Tigre a Capital, para exhibir un modelo de lo que está vendiendo a futuros interesados. Esto se llama Showroom. De la misma manera, que Sebastian Schindel –co director junto a Molnar de Mundo Alas y Rerum Novarum– decidió introducirse en el mundo de la ficción, denunciando el negocio mafioso de las carnicerías, Molnar, con mayor sutileza muestras diversas caras del negocio inmobiliario; aunque parece estar más interesado en la mecanización del individuo. Gracias a un trabajo notable de Diego Peretti, introspectivo y austero, el espectador es testigo del deterioro físico y psicológico del protagonista, que debe adaptar su vida social de clase media urbana a una prácticamente aislada y casi rural, mientras que pasa la mayor parte del tiempo vendiendo hogares en la urbes nuevamente. Molnar muestra con ironía, pero sin emitir juicios, el contraste entre la vida en ambos escenarios, donde la figura de la mujer y la hija de Diego adquieren mayor volumen, cuando ellas consiguen adaptarse al sitio –y construyen una nueva vida social- y el protagonista, aun vive de sueños e ilusiones, de una maqueta tan falsa como la que debe vender. Molnar sutilmente, construye un relato de denuncia acerca de la competitividad laboral, las falsas apariencias e incluso los contrastes sociales entre el que debe vender y el que construye –divertido duelo del protagonista con los obreros y albañiles- centrándose en la paulatina mecanización de la persona. Diego se transforma en un ser robótico que no hace más que repetir un discurso; es prácticamente un cartón pintado, incapaz de evolucionar. El realizador no propone una comedia tradicional con un personaje clásico, sino una caricatura social sobre las características del mercado laboral. Por el cinismo e ironía, recuerda al tono de las pocas –pero ingeniosas y memorables- comedias de Costa Gavras.
Capitalismo salvaje. Aquello que nos pone siempre una zanahoria adelante para que la persigamos; y cuando la alcanzamos, aparece otra zanahoria y tenemos que volver a hacer lo imposible para alcanzarla. Hacer lo imposible, eso lo sabe bien Diego (Diego Peretti), conflictuado protagonista de Showroom, debut en la dirección ficcional del hasta ahora documentalista Fernando Molnar. Diego es el empleado estrella de una empresa de eventos. Él es al que no se le escapa ningún detalle y dirige la batuta en el lugar, todo está en orden gracias a su gestión, la cual también incluye por lo que vemos en la primera escena, un sistema de control de posibles daños. Pero la empresa cierra, y Diego pierde el trabajo, y ya no está en la flor de la juventud. Peor aún, no solo pierde el trabajo, peligra su status de vida. Casado y con una hija, el hombre intenta tapar los baches inútilmente, no quiere resignarse a perder a los amigos del club house, el colegio privado de su hija, las clases de hockey de la misma, ni menos ese coqueto departamento en el que viven. Pero el trabajo no aparece y sólo ve puertas que se cierran. La única puerta que se abre una y otra vez es la de su tío (Roberto Catarineu), hombre de una posición más instalada que él, dedicado a los bienes raíces, le ofrece una posibilidad. Por un lado, antes de ser desalojado, puede ir a vivir a una casa en el Tigre que el hombre no utiliza (perfectamente podríamos hablar de un capítulo de la excelente y reciente serie televisiva La Casa), y además le ofrece un trabajo para vender departamentos en una torre en construcción en Palermo. No es cuestión de negar las oportunidades, hacia allí va Diego con su familia, que en un principio parece intolerablemente reticente a la idea de vivir en esa casa a la cual el tiempo no le pasó en vano y rodeado de un ambiente que no es el de ellos. También acepta el trabajo, por lo cual todos los días, Diego deberá viajar desde el Tigre a Palermo para vender el sueño que él anhelaba para su vida y el cuál se le escurrió de las manos. Producida por Magoya Films, esto no es un dato menor, hablamos de una productora cuyos responsables son los directores Nicolás Battle, Sebastián Schindel y el propio Molnar. Los tres compartieron un interesante camino en conjunto como documentalistas, y no es casualidad que Schindel (también de la mano de Magoya, por supuesto) al igual que Molnar haya debutado en la ficción este año con un film como "El patrón". A primera vista, no hay demasiados puntos en común entre ambas películas, pero hilando un poco más fino, veremos que no solo comparten producción y dos de sus excelentes actrices (Andrea Garrote y Victoria Raposo), su temática, en cierto punto, parecen dos aspectos de un mismo factor, el capitalismo explotador. Si en El patrón, Hermógenes era un humilde campesino en la ciudad esclavizado por su despótico empleador que lo trataba como a una cosa; en Showroom, es el sistema el que explota a Diego, lo trata como a un elemento más, le ofrece algo que no puede tener, pero que debe anhelar para, aunque sea de fantasía, seguir perteneciendo. Diego es su propio esclavizador. Está dispuesto a lo que sea para volver a recuperar su posición, se exige más y más, entra en una competencia sin sentido con un colega, deja de ver a su familia, se aparta de los obreros con los que antes compartía los ratos de distención. La única manera de escalar es pisando cabezas que nos permitan elevarnos. Dentro de un mensaje realmente duro, Molnar elige un tono que bordea ciertos puntos de comedia y de pequeña anécdota. Su mirada es más bien intimista, con un cámara que sigue a su protagonista en todo momento, como si el resto de los personajes fuesen aleatorios que se va cruzando, es más algunos planos escogidos, no de manera inocente, nos hace pensar que el mismo Diego tiene puesta una cámara consigo que la lleva a todos lados. Primeros planos, planos detalle, en movimiento, mucho naturalismo sucio. El mensaje rara vez será directo, se prefiere inteligentemente la sutileza y las metáforas, plagado de diálogos que parecen no decir nada pero dejan entrever mucho. El alrededor va mutando y Diego no lo percibe, está aferrado a uñas y dientes a ese sueño que cada vez le exige más. En este punto de emociones cambiantes, las interpretaciones son fundamentales, y a la ya acostumbrada solvencia interpretativa de Peretti (que acá se luce en una suerte de personaje del neorrealismo) se deben sumar las correctas intervenciones de Roberto Catarineu – como una suerte de voz de la conciencia endiablada – y Andrea Garrote como la esposa y sostén emocional cada vez más alejado. "Showroom" posee un término medio, entre el cine popular y algo más íntimo y particular, quizás no sea abiertamente un cine de masas, tampoco llega a ser algo “sectario”, críptico. Su estilo es el de los films en los que parece que poco pasa, pero a medida que avanza intuimos que por detrás sucede más de lo que pensábamos, y más aún, horas, días después de verla, queda impregnada en el recuerdo como algo contundente, con ideas bien claras. Sin dudas, es un excelente debut en la ficción para un director ya consagrado en lo documental social, el secreto quizás sea el no haber abandonado sus temáticas.
Es necesario advertir a los más incautos que tras su fachada de venta de comedia “Showroom” (Argentina, 2015), de Fernando Molnar, es una película de una profunda tristeza y nostalgia, sobre algo que fue, algo que será y algo que nunca podrá ser nuevamente lo que fue. Detrás de este casi trabalenguas, la aclaración que muestra es más que nada para desenmascarar la estrategia comercial que puede llegar a opacar la verdadera naturaleza de la película. Tas su impronta de comedia simpática “Showroom” esconde un profundo análisis sobre el cambio de las personas y la crisis económica actual, que se desata en el microuniverso de Diego (Diego Peretti) cuando su mundo cambia de un momento al otro al encontrarse una situación desesperante. Deberá no sólo pedir ayuda a sus familiares sino que además tendrá que aceptar por parte de uno de estos una propuesta económica y comercial que lo colocará en un lugar en el que nunca se había imaginado. Al ser despedido de su trabajo, de organizador de eventos, Diego tendrá que calzarse una vez más el traje de vendedor e instalarse en el Tigre con su familia momentáneamente con las esperanzas de poder volver a vivir en Buenos Aires algún día. Diariamente deberá viajar para poder asistir a su nuevo trabajo como vendedor de departamentos de un edificio en construcción, con miles de promesas para los posibles compradores y con muchas más preguntas que las respuestas que pueda dar. Diego se esforzará en un ambiente solitario y hostil para conseguir vender todas las unidades del edificio para poder así comisionar y poder saldar todas sus deudas. Pero mientras él se adapta al trajín diario y la rutina, su mujer e hija, irán entremezclándose con los lugareños del Tigre y comprenderá que hay un mundo totalmente ajeno al de ellos (hasta ese momento) que pude también generarle una oportunidad de cambio. Todo marchará sobre ruedas, pese al inhóspito hogar en el Tigre, a las incomodidades diarias para llegar al centro porteño y hasta el poder llegar acicalado al trabajo, hasta que su tío (Roberto Catarineu), su jefe, decidirá contratar a otro vendedor para terminar más rápido la tarea de vender. Ahí Diego comprende que nuevamente su status puede ser revocado, y todo aquello que posee en ese momento, una vez más, como ya le pasó, puede desaparecer. La película, con un brillante guion de Molnar, que refuerza determinado aspecto contemplatorio, quizás por el pasado del director como realizador documental, tuvo una primera versión a cargo de Sergio Bizzio y Lucía Puenzo, El filme deambulará en el borde justo entre la comedia y el drama, para, en determinado momento, exacerbar el patetismo en el que el protagonista termina cayendo. Porque qué es sino este trabajo más que una oportunidad que un calvario, en el que deberá Diego sortear obstáculos que se escapan a cualquier relación de dependencia laboral tradicional, permitiendo la humillación hasta el punto de negarse la posibilidad de permanecer junto a su familia en momentos claves y días de descanso. “Showroom” nos muestra de una manera honesta y directa el deterioro de las relaciones laborales y la discriminación a la que se puede llegar a caer cuando una persona de más de 40 años quiere volver a insertarse en actividad. También demuestra la capacidad de adaptación y transformación de las personas pese al clima adverso en el que se pueden llegar a manejar. “Showroom” habla de una realidad cercana y quizás por eso duele, con un final de antología que termina demostrando que nada ni nadie tiene su futuro comprado.
Cuando el sueño se convirtió en pesadilla El joven director Fernando Molnar debuta en la ficción con una tragicomedia sobre el mundo laboral, donde subsisten sus raíces documentalistas que ponen en el centro de la trama el sueño de la casa propia. Una aspiración que sigue tan vigente como inalcanzable. La mínima historia tiene mucho de parábola, donde el jefe de familia que interpreta Diego Peretti, queda sin trabajo al cerrar la empresa de organización de eventos para la que trabaja y que -hasta el momento- le ha permitido vivir sin mayores preocupaciones. La nueva situación lo lleva rápidamente al endeudamiento, sin poder costear el alquiler de su confortable departamento ni las cuotas del club privado donde su hija juega al tenis. Un pariente rico le tiende un salvavidas y le ofrece mudarse a una modesta casita en el delta del Tigre y además le propone una nueva oportunidad laboral como vendedor en el showroom de un futuro complejo en el corazón de Palermo. El término showroom es un barbarismo del inglés, una palabra “colada” en nuestro idioma de presente consumista y que denomina al espacio en donde el o los vendedores exponen sus novedades a los posibles compradores. En este caso, el producto vendible es un edificio de departamentos equipados con lo que parece ser el objeto de deseo de la clase media ascendente, es decir: piscina climatizada, pisos que no se astillan y -entre una interminable lista de discutibles cualidades- se subraya el “monitoreo y vigilancia permanente las 24 horas del día”. ¿Ser o tener? Nuestro personaje -que también se llama Diego- sostiene un objetivo que paulatinamente se vuelve enfermizamente obsesivo: volver a vivir en la urbanizada capital a cualquier precio y esto se le vuelve muy caro, mientras se traslada extramuros con su mujer y su hija, quienes en un principio no dejan de manifestarle su contrariedad por la mudanza y no pierden oportunidad de hacerlo sentir culpable. Sin embargo, a medida que la cámara sale del ambiente citadino, el paisaje se vuelve amable naturaleza y los nuevos vecinos los reciben amistosamente. Lejos del cemento, una dimensión humana de los días parecen propicios para la vida comunitaria y se abre la posibilidad de disfrutar momentos que la enajenación cotidiana impide percibir. Eso parece comprender la mujer y la hija... pero en el caso del jefe de familia su obsesión lo lleva a sumergirse en un proceso involutivo que lo conduce sin pena ni gloria a una enajenada soledad. La tragicomedia alterna entre la sonrisa y la angustia; el humor ácido descarga el peso del relato en la figura de su protagonista, un Diego Peretti, que responde con solvencia, aportando a la afilada crítica que la película realiza a las pretensiones de la clase media. “Showroom” deconstruye la lista de muchas insostenibles aspiraciones que se muestran absurdas cuando la visión se expande más allá de los libretos repetidos en un contexto donde poseer parece más importante que ser. El tono crítico y por momentos cáustico del film marca un constante crescendo hasta que sobre el final se torna claramente aleccionador, acentuando la moraleja de la historia, que en la extrema sencillez de su anécdota logra plantear la profundidad de un tema que nos deja pensando.
Diego (Diego Peretti) has just lost his job as an entertainer for parties and special events, he owes a somewhat large sum of money to an uncle, feels he’s failed big time (again), and so has no choice but to sell his apartment and go live in the outskirts of the city, in Tigre, with his wife and teenage daughter in a weekend house belonging to the very same uncle he owes money to, who also gives him a job as a realtor. So a new life, but not an exciting one, begins for him: from 8am to 7pm he has to work at the showroom in Buenos Aires, meeting all sorts of prospective clients who many times turn out to be bored folks who just want to kill some time. Other times, he realizes he lacks the necessary skills, and so misses on some real buyers. Quite occasionally, he sells an apartment. But he’s not making nearly enough money to pay his debts, doesn’t enjoy his job, is leading a stressful life, and has no quality time at all with his family. For better or worse, something must change sometime soon. You could say that Showroom, the first fiction film by Argentine documentary maker Fernando Molnar (Rerum Novarum, Cuba plástica, Mundo Alas), is a comedy — in fact, it’s billed as such. Yet while you’ll find many of the traits of the genre — perceptive verbal gags, episodes filled with deadpan humour, funny insights into urban neuroses — perhaps it would be more accurate to say that Showroom is an understated drama in disguise. That is to say, the drama of your average Joe who dreams of living like those who buy the pricey and exclusive apartments he has on sale, fools himself into believing that social mobility is not that hard after all, and is at odds with the fierce competition he finds day after day. So he cannot but grow increasingly unhappy as time goes by. Showroom is also a vehicle for Diego Peretti in a role that’s rather different from what he usually does. Here he’s extroverted and restrained, outgoing and repressed — all at once. He can be a funny clown, but also an anguished man. Better said, the clown hides the man in pain. In fact, it’s Peretti’s accomplished performance that keeps the film going when the narrative loses its dramatic pulse and stalls. Or when the surprises in the plot are not surprising at all. Or when the tone gets too languid for its own good. However, for the most part, Showroom is an enjoyable, unpretentious feature. Production notes Showroom, la vida que soñaste ya no es un sueño. Argentina, 2015. Directed by Fernando Molnar. Written by: Fernando Molnar, Lucía Puenzo and Sergio Bizzio.With: Diego Peretti, Andrea Garrote, Pablo Seijo, Roberto Catarineu. Cinematography: Daniel Ortega. Sound: Martin Litmanovich. Produced by Magoya Films & Werner Cine. Distributed by: Primer Plano. NR. Runtime: 78 minutes.